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El diario del desprecio de Peter Wright 6

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Diario de una adolescencia gay

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Un relato del Enterrador

 

El diario del desprecio de Peter Wright 6: Desprecio sincerarme

 

Fiodor Dostoievski, uno de los más grandes escritores de la historia y representante clave del realismo ruso, dijo una vez: “Nadie dará el primer paso porque cada quien piensa que no es mutuo”. Tenía más razón que un santo, y me consta que era muy religioso, así que esa expresión le habría encantado. Habían pasado un par de meses desde mi “huida de Navidad”, y, al parecer, Rick no había podido olvidarlo. Claro, ¿cómo iba a hacerlo, si ni yo mismo podía quitármelo de la cabeza? ¡Era una traición, una tomadura de pelo, un oprobio! Ni lisonjeando mil veces su estampa podría remediar el terrible acto que había cometido.

Todo había comenzado hacía algún tiempo, cuando Justin me dijera que estaba interesado en ese delincuente juvenil con tendencias homicidas, Axel McArtur. Por supuesto, me negué inmediatamente a que mi hermano saliera con un tipo que tenía escrito en la cara: “voy a robaros todo lo que tengáis, voy a hacer que tu hermano se drogue y voy a estar todo el día en tu casa incordiando”. Odio las visitas. Lo sé, lo sé, eso no es lo peor de la lista que he enumerado; mas es lo menos exagerado, por lo que es lo más fácil de explotar.

¡Ja! Cuán atrevida es la ignorancia. Cuando estaba prohibiendo a Justin que posara un pie a 1 kilómetro de distancia de Axel, Rick se metió por medio y le apoyó. O sea, que estoy echándole la bronca a mi hermano, sangre de mi sangre, que es casi de mi propiedad─y añado el “casi” para distinguirlo de un objeto─, y él va y le da alas. Y no se trata de una tontería, como que se compre un bolso de “Hello Kitty” para llevarlo a clase, sino que se trata de una asunto serio de malas compañías.

Totalmente furioso, le prohibí a Rick cualquier tipo de contacto conmigo tras aquello. Cual en la famosa obra griega “Lisístrata”, en la que las mujeres decretan no tener sexo con sus maridos hasta que no dejen la guerra, yo me negaba a mantener relaciones con él hasta que no se arreglara lo de Justin.

Vale, a lo mejor me dejé llevar un poco por el calor del momento, lo reconozco. ¿Pero cómo se atrevía a cuestionarme delante de mi hermano? Peter Wright no permite que nadie desacredite su autoridad. A ver si dejándole los huevos secos, aprendía a cerrar esa bocaza. Siempre me saca de quicio. No sé cómo lo consigue, pero cuando se trata de él siempre tengo los sentimientos más activos; es una sensación bastante bizarra. Es como si un miembro fantasmal de su cuerpo se encontrara en mi corazón y fuera capaz de controlarlo a su antojo.

Una cosa está clara: cuando dos personas están enamoradas, siempre pierde más la que está pensando. En fin, como iba diciendo, en Navidades fuimos a comer con mi madre en nochebuena y con mi padre en nochevieja. Es parte del acuerdo que tenemos con ellos. Están obligados a recibirnos cuando queramos y, sobre todo, en esas fechas. Pero bueno, ésos son detalles aburridos, y, sobre todo, privados, de modo que no ahondaré mucho en ellos. Pues eso, como no quería que ese payaso se enterara, le pedí que no estuviera cerca en las fiestas de una manera un pelín cruel. Qué sensible es a veces. ¡Y eso que cuando lo conocí era un pasota salido y distraído! En cambio ahora es… Ahora es… Exactamente igual, la verdad.

Tras volver a clase, aunque pasaba las mañanas con él y trataba de hablar con normalidad, no lo invitaba a casa, y cuando era él el que intentaba autoinvitarse, lo evitaba. Por supuesto que me sentía culpable, ¡pero toda la culpa era suya! Si no hubiera dicho aquello delante de Justin… ¡Bah! Tenía que aprender y punto, y yo no podía flaquear, o todo estaría perdido.

Sin embargo, ya entrado febrero, fui a la librería a por la edición limitada de “Crimen y Castigo”, y, al volver a casa, me lo encontré en la puerta hablando con Justin. Estaba muy pálido y tenía ojeras. Parecía uno de aquellos chavales de la peli ésa en la que los vampiros brillan y los hombres lobo tienen el pecho depilado. Me montó una escenita y se desmayó.

A partir de ese momento, tuve que hacerme cargo de él. Llamé a su hermana y le dije que me cubriera en su casa, llamé a mi tío Christopher, que es médico─al cual, por cierto, no veía desde hacía 4 ó 5 años─, le preparé sopa de pollo y se la di mientras Justin intentaba animarlo cantando canciones de Disney. Me sacaba de quicio, pero al menos tenerlo delante me hacía sentir menos solo con una situación tan complicada. Y lo cierto es que funcionó, porque Rick sonrió y se puso a cantar con él “Bajo el mar” después de farfullar no sé qué de la oscuridad.

Una vez despertó, hablé con él, y mi tío me dijo que ya estaba mucho mejor. No obstante, su visita tomó un sabor agridulce porque me preguntó por mi padre. Pero más tarde, Rick dijo lo que tanto deseaba oír e hicimos el amor, aun estando él enfermo. Nunca lo había hecho con un enfermo, y nunca había tenido la intención de hacerlo; quiero decir... ¡dan asco! No obstante, no pude esperar más. Necesitaba sentirlo después de tanto tiempo, y me daba igual su estado; si él lo consentía, yo estaba dispuesto a todo. Justo tras el coito, iba a sincerarme con él, pero se quedó frito, así que tuve que posponer nuestra charla hasta que volviera a despertarse. No estaba preparado aún para contarle mi drama familiar, pero sabía que tenía que hacerlo, y que quería hacerlo. Es que lo último que yo quería era que sintiera pena de mí y que dicha pena fuera apoderándose poco del amor que siente hacia mí, contaminándolo como un lago de aguas puras y cristalinas cuando viertes en él residuos químicos, para dejar paso a una especie de falso cariño por compromiso. Con ese temor en la cabeza, me abracé a su reposante cuerpo y lloré como un niño pequeño hasta que me quedé dormido.

─er...─oí en la distancia─. Peter… ¡Peter!

Abrí los ojos y me encontré a Justin, que traía un vaso de agua y una pastilla en las manos. Tenía una sonrisa irónica en la cara, como si aquella escena le pareciera tierna y a la par algo increíble. Pero, cuando me observó con detenimiento, sus labios perdieron su brillo adoptando una pose seria.

─Tienes los ojos rojos─señaló.

─¿Y qué?─dije con éstos aún entrecerrados y un hilo de voz, rascándome la cabeza─. ¿Quieres que te dé un pin o algo por haberte dado cuenta?

─Qué buen despertar tienes, hermano─frunció el ceño─. Traigo la pastilla a la hora a la que dijo el tío. Podrías darme las gracias.

Me alcé en la cama, abrí la boca ligeramente y me llevé la lengua a la parte superior de la boca, ligeramente a la derecha; todo esto con la mirada distante; dando a entender que no estaba para que me tomara el pelo.

─Gracias, Justin─oí tras de mí.

─De nada, Rick─sonrió ampliamente y dio la vuelta a toda la cama para dirigirse a él.

Al oírle, volví a dejarme caer para observarlo con detenimiento. Parecía peor que antes. Sus párpados estaban algo caídos; sus ojos permanecían llorosos; sus mejillas estaban decoradas con un tono pálido y enfermizo; y su sonrisa, más tenue que nunca, parecía no tenerse por sí misma.

MI hermano le dedicó una mueca de preocupación y le ofreció la pastilla.

─¿Sabéis?─dijo incorporándose y cogiendo el vaso─. No creo que sea buena idea que os acerquéis a mí. Podría pegaros esto.

─No te preocupes. Si me lo pegas, me haces un favor; así no tendré que ir a clase─se carcajeó Justin.

─Si no vas a clase, ¿cómo vas a conquistar a Axel, Romeo?─le revolvió el pelo Rick.

─No me hace caso. Creo que lo mejor será rendirme.

Mi semblante se iluminó. ¿Iba a cesar, de verdad, en su empeño de destrozarse la vida por uno de esos romances inmaduros de instituto? Sí, a todos nos han ido alguna vez los chicos malos, pero no por ello nos hemos vendido como vulgares putillas de extrarradio.

Rick estuvo a punto de decir algo, pero se giró hacia mí, me observó detenidamente y calló. Acto seguido, le guiñó el ojo a Justin y se bebió el agua con la pastilla dentro. No sabía si tomarme sus gestos como algo erótico o fraternal; pero estaban empezando a mosquearme.

Justin le contó a Rick que habíamos estado faltando a clase para cuidarle─lo cual era cierto─, pero que al día siguiente, aun sintiéndolo mucho, no iba a poder quedarse, porque tenía un examen. Éste no le dio importancia y le dio las gracias por cuidarlo; entonces Justin se retiró, más feliz que unas castañuelas. Es como un perrillo: le das un par de caricias y una chuche, y se marcha moviendo el rabo.

─Me parece─dijo volviendo a tumbarse y girándose en la cama para mirar hacia mí─que tenemos que hablar, ¿no?

─Sí…

Ver su cara así me mataba. Seguramente había empeorado por mi culpa y por lo que le había hecho. Saqué el termómetro de la mesita de noche y, mientras se lo colocaba en la boca, comencé a hablar:

─Verás, Rick. Al día siguiente de negarte el sexo, ya me arrepentía. Tampoco era del todo culpa tuya lo de Justin, y tampoco era razón para privarnos de algo que nos gusta tanto a ambos─reconocí.

─Jaja─se rió─. Entonces reconoces que te gusta, ¿no?

─Pues claro que me gusta. ¿Cómo no me va a gustar, si eres tú el que me lo haces?─suspiré.

─Esa frase ha sonado un poco forzada. ¿Me estás intentando hacer la pelota?

─Un poco─admití burlón─. En fin, yo era consciente de que era injusto lo que te estaba haciendo; sin embargo, ¿cómo iba a admitir mi error? ¿Cómo iba a admitir que me había precipitado? ¿Cómo iba a admitir que hice una tontería? Aun pensando así, iba a llamarte para pedirte perdón; mas una idea surcó por mi cabeza: “Rick siempre está obsesionado con el sexo. ¿Puede ser que sólo le intereses para eso? El resto de gays de la ciudad le han parecido demasiado ‘chispeantes’, así que sólo te tiene a ti para darse placer”.

─Joder, Peter, ¿de verdad pensabas eso de mí?─suspiró.

─No interrumpas mi soliloquio─arqueé las cejas─. Mi parte racional quería negar tal idea; no obstante, esa parte irracional, los tan innecesarios sentimientos, la debilidad del ser humano, se aferraba con fuerza a esa conjetura. Supongo que no tengo confianza en mí mismo. Hay emociones contradictorias en mi interior: por un lado, existe esa arrogancia tan prominente, pero también poseo una total falta de confianza, y lo peor es que una se va alimentando de la otra. Como soy arrogante, exijo atención, pero como soy inseguro, no creo merecer esa atención.

─Peter, todos tenemos inseguridades. Yo también me he sentido así. Creía que no me querías.

─Pero tu inseguridad fue provocada por mi inseguridad. Tú sueles tener tanta confianza en ti mismo...─suspiré.

─Cuando se trata de ti, no. Supongo que hasta ahora no me ha importado nada lo suficiente como para tener miedo a perderlo─soltó alzando la mano para acariciarme la mejilla.

Qué idiota. Aun en un momento así quería hacerme sentir bien. Sonreí y se la agarré para posarla allá donde él quiso, manteniéndola con la mía.

─Iba hacia tu polla, pero ahí también me vale─se rió.

─Ya...─ladeé ligeramente la cabeza─. En Navidad, tal y como dijo Justin, fuimos a comer con mis padres; sin embargo, no fue por eso, del todo, por lo que me alejé de ti. Es que… No podía aguantar más. Era muy duro verte todos los días sin poder tocarte. ¡Ya lo sé! ¡Qué ironía! ¡Yo, que intentaba probar a ver si podías vivir sin sexo, estaban aún más ansioso que tú! No sabes lo largas que se hacían las noches. Miraba a mi lado en la cama y te extrañaba; extrañaba tu figura, tu cuerpo, tu olor. ¡Hasta estuve resbuscando sábanas en el armario hasta que di con una que… Bueno, no lavé después de…!

─Joder─dejó escapar una débil risotada─. ¿Dormiste con una sábana manchada de mi lefa?

─No… sólo dormir…

─Te voy a matar─ladeó el labio lánguidamente─. Si querías un poco de leche, yo te podría haber dado de mi biberón. ¡Vamos, es que lo estaba deseando!

─Ni estando enfermo pierdes tu vena poética, ¿eh, Ovidio?

Me puso una cara divertida que me daba a entender que no sabía quién era. No obstante, decidí culminar mi historia.

─Y por eso, al decirme que me querías por todo, decidí rendirme de una vez a tus pies─dije esto último con cierto tono jocoso.

─O sea, que me estás diciendo que has montado toda esta mierda: provocarme una gripe, hacerme venir arrastrándome enfermo desde mi casa y violarme en mi débil estado…

─Todo eso lo has hecho tú solito─le interrumpí con aire sarcástico.

─... porque querías que te demostrara que estaba realmente enamorado de ti.

─Qué rencoroso eres─me giré en la cama para mirar al techo.

─Te perdono si volvemos a foll… ¡A-a-a-a-aaaaaaachús!─estornudó con un fuerte estruendo, y provocó que un largo y flaco moco se deslizase por sus fosas nasales.

─Lo siento, no lo hago con mocosos. A ver si me va a caer algo de eso encima─declaré asqueado.

─¡Oh, vamos, tenemos que recuperar el tiempo perdi… A-a-a-a-a-a-a-a-achúuuuuuuuuuuuuus!

Pegó tal estornudo que se alzó de la cama, y, repentinamente, fijó su vista en su escritorio. Se ve que la agudeza también debe de ser parte de la enfermedad, pues vio que aún había un libro en la bolsa que traje de la librería. Ojeó altivamente la mesita de noche y vio que allí reposaba “Crimen y Castigo”, por lo que señaló la bolsa e inquirió:

─¿Y eso? ¿Has comprado otro libro?

─¿Eh? Ah, no es nada. Bueno, ¿te preparo una sopa de pollo?─cambié rápidamente de tema.

─¿Cómo se llama ése? Parece muy delgado. No es de tu estilo.

─Es un cuentecillo; sólo eso. “La vendedora de cerillas”, de Andersen. Es corto; es que me ha dado por leerme un cuento antes de dormir. Es muy bueno, ¿sabes? Ayuda a que el cerebro trabaje en fase de reposo.

─¡Oh, ese cuento se lo leía yo a la enana de pequeña! Acércamelo, venga.

Mi cara debía de parecer un poema, y más demacrado y horripilante que los de Poe.

─¿Vas a negarle a un enfermo el que probablemente sea su último deseo?─fingió algo de tos.

Le tiré el libro de Dostoievsky a la cabeza por bromear por eso y me miró enfurruñado. ¡Bah! Era de de tapa fina; así que no tenía de qué quejarse. Qué asco. ¿Y ahora qué? Me iba a caer con todo el equipo.

─¡Ah, casi se me olvida! ¡La sop…!

─Joder, Peter, ¿vas a hacer que me levante yo a por él?─espetó de mal humor.

Suspiré. ¿Por qué será que desde que estoy con él no dejo de pasar por situaciones vergonzosas? Me destapé, caminé hasta el escritorio, saqué el dichoso libro y se lo di. Sus ojos se abrieron como platos y nos miró alternativamente al libro y a mí.

─Esto es… el número 46 de Spider-man.

─F-feliz… San Valentín─joder, no me creía que hubiera dicho eso. Qué vergüenza, por Dios.

Me puse totalmente colorado. No podía ni mirarlo a la cara. Me sentía como un niño pequeño, o como una de esas señoritas rubias que pintaba Dostoievsky con tanta ternura en su libro.

─¿San Valentín?─me miró atónito.

─No es hasta mañana, pero como te has empeñado...─me di la vuelta e hice como que recolocaba la bolsa─. No sabía qué regalarte. No sé, sería raro que un tío le regalara chocolate o flores a otro, ¿no? Y, aun así, es el día de los enamorados, ¿no? Y yo estoy… e-enamorado de ti─¿Qué mierda me estaba pasando?

No oía más que silencio. Se estaría riendo de mí. ¡Seguro! ¡Y como para no hacerlo! ¡Ja! ¡Qué patético! ¡Me quería morir! Sólo podía pensar: “Tierra, trágame”. Aunque es verdad que me decepcionó un poco que no me dijera nada. Me esperaba que me acariciara, que me besara, que…

De repente y por la espalda me abrazó, arrastrando las sábanas consigo. “¡¿Qué haces, estúpido?! ¡Que te vas a poner peor!”, le regañé. No respondió; sencillamente se aferraba a mí con fuerza, con un empeño infantil. Al menos ya no me sentía el único niño allí. Sonreí y le cogí de la mano para llevarle de nuevo a la cama, donde nos tapé a ambos y le acaricié la cara con ternura. Su mirada, aunque marcada por las cicatrices del enfermo, parecía destellar un poco sólo por el hecho de que le estaba mimando. Luego llevé la mano a su pelo y le di un leve beso en la mejilla, lejos de la nariz, por supuesto, a ver si me iba a llenar de mocos… Le aricié el cabello como él solía hacerme a mí, con dulzura. Sonrió de nuevo, aunque volvía a ser una sonrisa débil.

─Vamos, duérmete─susurré─. Yo cuidaré de ti.

─Mañana ya estaré bien, ya lo verás. Te voy a dar el mejor día de San Valentín de tu vida─se tornó serio su rostro.

─Rick… No necesito nada─coloque ambas manos a los lados de su barbilla─. Me basta con estar contigo, ¿vale? No te fuerces.

─¿Quién eres tú─exhaló una leve risita─y que has hecho con mi Peter?

─Qué fama tengo─suspiré.

─Tengo sueño─murmuró─. ¿Por qué no dormimos un poco?

─Yo ya he tenido bastante. Duérmete tú─le respondí en tono calmado.

Él asintió y cerró los ojos. Entonces le solté la cara y me giré para seguir leyendo un poco. No obstante, cuando me moví, me rodeó de nuevo las caderas con sus brazos y dijo en voz baja:

─No te vayas.

─¡No seas crío!─me burlé─. Sólo iba a coger el libro.

No respondió. Se había quedado frito, y sin soltarme. Agarré la novela y la abrí por donde me había quedado.

─”Permaneció así tendido largo tiempo. Sucedía que a veces se despabilaba un poco, y en tales momentos advertía que ya era noche cerrada; no se le ocurría levantarse. Hasta que, por último, notó que ya alboreaba el nuevo día”─leí en voz alta.

Paré durante un segundo y volví a dirigir mi atención a su figura.

─Buenas noches, Rick. Que tengas dulces sueños─le di un beso en la frente, y me dejé llevar, una vez más, por el maravilloso mundo de la literatura.

 

CONTINUARÁ...

 

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