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Especial: El diario de la primera navidad

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Diario de una adolescencia gay

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Un relato del Enterrador

 

Especial: El diario de la primera navidad

 

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El diario de la primera navidad con ligoteos sacrificados

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¿Mi primera navidad con Eric? Vaya pregunta. Que vaya a tener que fingir ser su novio no significa que guarde recuerdos tiernos sobre nuestra primera navidad. La cosa es que la primera navidad que pasé con él fue horrible, y no porque yo odie la navidad ni nada por el estilo, sino porque ese tío estropea todo lo que toca. Debía de estar ya algo avanzado diciembre, porque estábamos decorando el gimnasio con los típicos decorativos de las fiestas. Normalmente se encarga el instituto, pero en nuestro equipo había un verdadero adicto a la navidad, así que él se encargó. Se trataba de nuestro capitán.

─Muy bien, Tyler, sí, justo ahí─sonrió dirigiendo la colocación de una pancarta en la que ponía “Felices fiestas”.

─Sigo sin entender por qué no pone “Feliz Navidad”. No es una fiesta cualquiera, es la Navidad. Es como si el 4 de Julio pusiéramos “Feliz Día de pillarse una cogorza increíble”. Hay miles de días así─señaló Sony, quien sujetaba el otro lado del cartel.

─Ya te lo he explicado─suspiró Tyler─. No todo el mundo celebra la Navidad. Los judíos celebran Hanukkah, los musulmanes el Id Al Fitr y el Eid al-Adha…

─Si tienes huevos a repetir los dos últimos nombres, te doy 50 pavos─le retó Sony.

─No es tan difícil. Pero no lo voy a hacer, puesto que el que te da el dinero soy yo, y sería una tontería que regresara a mis manos.

El capitán dejó a la pareja de hermanos hablando de sus asuntos económicos, y se giró para ver qué hacíamos Mila y yo. MIentras que ellos, subidos en dos escaleras, colgaban la pancarta sobre la puerta del gimnasio, la mánager y yo preparábamos el árbol de navidad que íbamos a colocar al fondo a la izquierda. Esparcidos por todo el gimnasio, el resto del club disponía el resto de adornos a una altura elevada. Yo, debido a mis limitaciones, no podía, y por ello tenía que sufrir la humillación de montar el árbol por la parte baja, mientras ella lo hacía por la de arriba.

Era un abeto de plástico, de ésos que van dejando un rastro de falsas hojas en el suelo para fingir que eran lo que pretendían ser. La verdad es que a nosotros no nos importaba mucho, ya que eso era asunto de las limpiadoras. Intentaba evitar que se mezclaran los colores de los adornos para que la visión del árbol no quedara saturada, de modo que trataba de darle un toque multicolor a cada uno de los perfiles del mismo. Sin embargo, Mila no parecía muy preocupada por ello. Ponía cada adorno donde pillaba. Iba a decirle algo, pero me sentí incómodo. ¿Cómo le va a dar un chico consejos de decoración a una chica? No es que esté mal. Ningún sexo tiene cualidades que le hagan destacar sobre el otro, por supuesto; no obstante, en un club de fútbol, donde el clima masculino predomina, hay que guardar unas formas de virilidad para que tu reputación no se vaya por la taza del váter.

El capitán se acercó a mí y me revolvió el pelo sonriente. Yo le devolví la expresión jovial y me dispuse a observarlo. Sobre el uniforme del equipo llevaba un amplio abrigo rojo, a lo Santa Claus, y unos pantalones del mismo color. Ambas prendas contenían en sus filos algo de tela blanca, por lo que he de decir que sólo le faltaba la barba para redondear el disfraz. Y sí, cómo no, llevaba el gorrito propio de San Nicolás. Estaba bastante gracioso. Los novatos se reían de él, pero ya me encargaba yo de darles collejas para que no se pasaran. Me gustaban los novatos, puesto que eran de mi edad, y no tenía que saltar para alcanzarles el cuello. Vale, tenía que estirarme un poco, pero nada más.

Nos felicitó a mí y a Mila por nuestro trabajo y se fue a continuar vigilando a los demás. Ido, le pregunté a la mánager acerca de la afición a la navidad de David, y, según me contó, se debía a que tenía muchos hermanos pequeños, y le encantaba celebrar la Navidad con ellos. Decoraban la casa, cocinaban dulces, se disfrazaban, jugaban, veían películas navideñas… Todo lo típico de la Navidad. Reflexioné sobre cómo celebrábamos las navidades en mi casa. Mis padres solían estar algo ocupados, pero siempre sacaban tiempo para pasar con Dylan y conmigo 15 días en diciembre. Solíamos ir a esquiar, aunque ese año, como mi hermano dijo que no le apetecía, no fuimos. La verdad es que nunca le hizo mucha gracia. Odia el deporte. En realidad, yo sí que quería ir. Aunque, como tenía el club de fútbol, no me afectó demasiado.

En aquel momento se respiraba ambiente navideño en el gimnasio: algunos tatareaban villancicos, otros jugaban divertidos mientras decoraban, otros reían… Parecía un ambiente idílico. ¡Por supuesto! Nada podía ir mejor. Sin embargo, sí que podía ir a peor, y fue, fue a peor en cuanto la puerta del gimnasio se abrió con Eric al otro lado. El muy capullo no venía solo. Claro, si hubiera venido solo no hubiera estropeado el ambiente, pero, como siempre, traía una chica cogida del brazo. Esta vez, al parecer, su broma había llegado al extremo de disfrazar a la muchacha de reno, o, bueno, de rena, mejor dicho.

─¡Feliz Navidad a todos!─saludó en tono burlón.

Iba a dar un paso para entrar, pero se detuvo al ver que si lo hacía, iba a cruzar por un camino delimitado por dos escaleras. Preguntó si eso traía mala suerte. Es cierto que se dice que si pasas por debajo de una escalera, tienes mala suerte, pero jamás he oído nada de que pase al hacerlo entre dos.

─No─comenzó el capitán─, no pasa nada por…

─¡Siete años de mala suerte!─grité señalándole con el dedo desde mi posición.

Eric se giró hacia mí hacia mí algo sorprendido; mas, justo después, suavizó su expresión en el momento en el que sus ojos se encontraron con los míos. Seguramente le parecería graciosa mi firmeza. Ya sabía que no iba a tener mala suerte, es más, yo no creía en supersticiones, pero creía que se largara, y no se me ocurrió una manera mejor que ésa de hacer que no entrara. ¿Por qué tenía que traerse a sus ligues? Entiendo que su novia venga a verle al entrenamiento, claro, pero es que nunca había traído a la misma chica dos veces. Eso hace que el resto del equipo se sienta incómodo. A mí me pasó una vez que me presentó a una, y lo dejó con ella ese mismo día. Y yo me la encontré en el pasillo y no supe si saludarla. ¡Qué vergüenza! La chica se me quedó mirando y todo.

─Como una flecha en el corazón, como una lanza atravesándome el pecho, como una espada ensartada en mis pectorales, así me resultan los ataques de mi queridísimo Mark.

─¿”Queridísimo”? Anda, vete por ahí─espeté molesto.

─No puedo. Sin mi ración diaria de Mark, me moriré por falta de nutrientes─arrugó la frente el muy falso─. Lo siento, cierva cachonda, pero no puedo permitir que cruces este pasaje del mal, así que espérame fuera, que voy en cuanto acabe.

Sony se bajó de la escalera con gesto cansado y se quedó mirando a la chica. Llevaba un abrigo marrón cuyo escote le realzaba las tetas, y en la cabeza portaba un par de cuernos de reno, además de una nariz roja. Una vez escrutado su disfraz, señaló:

─Es una “rena cachonda”, y no una “cierva cachonda”.

─La cosa es que es cachonda. En eso estamos todos de acuerdo─murmuré para mí irónicamente.

La chica puso mala cara, pero se fue sin dirigirnos nada más que una mirada cargada de rencor por arrancarla de los brazos de su amante. Al menos nos habíamos librado de ella. Sin embargo, personalmente hubiera agradecido también que él la siguiera.

Zanjada la marcha, Eric alzó la pierna y la flexionó en el aire con mucho cuidado para dar el paso que le sumergiera en ese pequeño bosque del desamparo. Payaso… Cuando ya estaba dentro, nos volvió a saludar a todos efusivamente, pero pasamos de él todos excepto David que se acercó para hablarle. Yo, por mi parte, volví a mis tareas.

No me interesaba en absoluto lo que estuvieran hablando esos dos, mas, como Mila se había puesto los auriculares del iPad para distraerse mientras seguíamos decorando el árbol, no me quedó otra que dejar las puertas de mis oídos abiertas a la información que salía de sus bocas.

─Joder, David, ¿qué llevas en la cabeza?─se rió Eric.

─Es el gorro de Santa Claus.

─¿Ah, sí? Pues es el mismo gorro que usa mi abuelo para dormir. Es curioso, porque dentro guarda todo su pelo. Dicen que, mientras dormimos, se nos cae la pelambrera, y como él es calvo, pues se ha ido llenando noche tras noche. Lo siniestro es que tiene la esperanza de que, poniéndose el gorro, se despertará con melena otra vez. Sin embargo, lo único con lo que se encuentra es con la redondez y suavidad propia de la Luna en la cabeza.

Sus historias son patéticas. ¿A quién le puede hacer gracia algo así? Todos mis respetos al abuelo si eso es verdad, pero no hay quien se lo crea.

─Anda, pero si Mark nos está mirando. Debe ser difícil tener que levantar tanto el cuello─se burló.

─La misma dificultad que es para ti inclinarlo cuando le metes la lengua hasta la garganta a una tía que acabas de conocer─respondí cabreado.

─¿Celoso?

─¡No te soporto!

─Del odio al amor hay un paso.

─En nuestro caso lo que hay es un muro infranqueable─fruncí el ceño.

─Bueno, chicos, ya vale─medió el capitán─. Veréis, quiero que decoréis el techo entre los dos.

─Pfff…. ¡Jajajajajajaja!

─¡¿De qué te ríes, Eric?! ¡Con sólo oírte partirte el pecho me pongo de los nervios!

─Es que es, jajaja, imposible que toques el techo, jajaja. A no ser, claro está, jajaja, que te salgan alas de las espalda y te conviertas en ave de corral. Pollo, jajaja, o pato, que es lo que más se asemeja a tu tamaño. ¡Jajajaja!

─Capitán─dije calmado─, ¿cómo planeas que lo hagamos?

─Pues mira, que Eric se suba a la escalera y te coja a ti en brazos, que eres el más fácil de manejar─sentenció David.

─¿En… brazos?─pregunté incrédulo.

Eric se echó a reír todavía más fuerte. Si fuera un chaval violento habría imaginado cómo partirle la boca y que sus dientes se desplomaran al suelo para llenarlo de una maravillosa decoración a la que podríamos llamar “las hermosas perlas del gilipollas más idiota”, pero, evidentemente, no lo hice. En su lugar, le lancé al capitán una mirada de súplica.

Éste, como respuesta, nos dijo que empezáramos cuanto antes, porque íbamos a tardar un buen rato. Eric balbuceó entre risas no sé qué de qué iba a parecer el mono de Rey León levantándome como a Simba cuando era cachorro. Suspiré. ¿Por qué el destino me pondría a prueba? Sé que estaba en el equipo de fútbol para demostrar que no era mediocre. Sin embargo, no podía ser tan duro enfrentarse al mundo. ¿Tener que tragar a esa clase de capullos era parte de salir al mundo? En ese caso, prefería quedarme en mi burbuja de sueños y esperanzas. No, no podía rendirme. ¡Tenía que ser fuerte!

Me giré y le pedí que acabáramos rápido, que no me apetecía nada estar a su lado. Cesando poco a poco en su risa, asintió, y fuimos a por la escalera. Tras una larga disputa sobre si el término apropiado era “escalera” o “escalerilla”, nos pusimos manos a la obra. La idea era que colgáramos del techo un montón de estrellas para hacer un cielo nocturno. Mi trabajo consistía únicamente en pegar el hilo que éstas traían al techo con cinta adhesiva. Aunque creía que serían de papel, eran de plástico, y eso me pareció muy chulo.

Eric se subió a lo alto de la escalera y me indicó que subiera. Entonces, cuando estaba a un peldaño de él, caja con los astros en mano, me agarró de la cintura. Todo mi cuerpo tembló a la par que se hermanaba con un tremendo escalofrío, lo que lo hizo recular.

─¿Estás bien?─preguntó alarmado.

─¿Eh? Sí, claro─contesté sorprendido por mi propia reacción.

─Vaya, ¿te dan miedo las alturas? Claro, no estás acostumbrado a ellas. Al pasarte la vida tan cerca del suelo, si lo encuentras lejano, te pones nervioso.

Ignoré su comentario. ¿Por qué había reaccionado mi cuerpo así? Es verdad que soy sensible al tacto; no obstante, no tenía por qué responder así a un simple contacto. Intenté tranquilizarme y le pedí que continuara. Su expresión era desafiante: cejas bajadas, ojos ligeramente entrecerrados, labios curvos en forma de sonrisa… La arrogancia de ese tipo no me gustaba nada. Rezaba para que termináramos rápido y pudiéramos irnos cada uno por nuestro lado. De nuevo me tocó, pero esa vez no sentí nada. Acto seguido, me alzó de la cintura para que llegara al techo.

Sin más, comencé con mi tarea. Tan rápido como podía, sacaba las estrellas, les ponía la cinta adhesiva, previamente cortada cuando estaba abajo, y las pegaba en el techo. Me sentía un poco mal por Eric, ya que tenía que estar soportando mi peso. Me giré para ver cómo andaba y lo vi con los ojos cerrados. ¡¿Qué demonios?! ¡¿Se estaba haciendo el dormido?!

─¿Me tomas el pelo?─espeté.

─Zzzz.

─Bueno, la verdad es que prefiero el silencio.

─Zzz…─hizo como que inclinaba la cabeza y la alzó de súbito haciéndose el asustado─¿Qué? ¿Qué decías? Ah, es que, como pesas tan poco, pues me he dormido.  

─Típico recurso de comediante venido a menos. Si nadie responde a tus bromas, tú mismo respondes sin que te pregunten.

─Joder, eres más soso que las bragas de una monja─alzó una ceja.

Guardé silencio. Por el rabillo del ojo, pude ver que miraba hacia abajo distraído, probablemente para entretenerse, porque yo le aburría. He de decir en su defensa que me agarraba con fuerza. Era prácticamente imposible que me cayera. Fue extraño. Ahí en sus brazos me sentí a salvo, como protegido. Era algo casi como… paternal. No sé muy bien cómo explicarlo. Sentía como si, por mucho que me moviera o perdiera el equilibrio, no podría caerme, ya que él estaba ahí para sujetarme. Me recordó a cuando mi padre conducía a casa de vuelta de la central de esquí. La carretera estaba oscura, y yo no veía nada, pero, aun así, no tenía miedo. Me sentía seguro, resguardado, porque sabía que no me fallaría. Y, en ese momento, no sé muy bien por qué, pensé lo mismo de Eric.

─Oye, ¿seguro que estás bien? Si quieres podemos descansar o algo.

─¿Te preocupas por mí, Mark? Eso me hace muy feliz─volvió a dirigir la vista hacia mí.

Iba a ofrecerle otro silencio, pero opté por responder:

─Me preocupo por ti como me preocuparía por cualquier otro. No pienses que somos amigos.

─Anda, no me seas creído. ¿Quién ha dicho que yo quiera ser tu amigo? Si nos hiciéramos selfies, saldrían tan sólo tu cara y mis rodillas─dijo tan campante.

─¡Ya estoy harto! ¡Dijiste que dejarías de meterte con mi altura cuando hice las pruebas!

─No, no, no. Dije que no volvería a llamarte Pulgarcito. No deformes mis palabras.

─¿Por qué me metes tanta caña? Con el resto apenas te metes.

─Muy sencillo: tú me gustas, y el resto me la suda.

─Si te gustara, me tratarías bien. Me ayudarías, me darías ánimo, me sonreirías. Vamos, todo lo contrario a lo que haces.

─Oye, Mark. ¿Por qué hablas como una tía?─se rió.

Hay que ver cómo me alteraba con sus gilipolleces. Cuántas veces no habré sentido ese odio recorriéndome la espalda al oír sus comentarios. Estaba tan irritado, que, al ir a poner la estrella en el techo, no lo hice bien, y ésta se calló. El segundo siguiente fue el más largo de mi vida. El adorno se deslizó por el aire con la fiereza de una bala, pero con la lentitud de una pluma. Pude apreciar con toda exactitud cómo golpeaba, músculo a músculo, la cabeza de uno de los novatos. En cuanto le rozó, sus piernas se doblaron, y sus ojos se abrieron por la sorpresa. Cayó al suelo al instante.

Me quedé horrorizado. Estaba en blanco. No sabía qué hacer, qué decir, nada. De repente, sentí un dolor en el pecho, una opresión. Era como si mi corazón se ennegreciera, y mi cuerpo intentara rechazarlo. Los nervios invadieron mi espíritu. Eric, en un movimiento rápido, me colocó en el peldaño anterior al suyo y me dijo que bajara rápido. En su voz no había reproches o ira; tan sólo preocupación.

Me dirigí abajocon la mayor rapidez posible, y, tras atravesar la marabunta humana que se había formado a su alrededor, encontré a David en el centro, tratando de reanimar al chico. Me sentía fatal. Yo era el culpable. Por mis ridículos pensamientos y estar pendiente de las tonterías en vez de lo que estaba haciendo, ese pobre chico…

─¡Tyler! ¡Llama a una ambulancia!─gritó David.

─¡En seguida!─respondió el joven echando a correr.

Tyler volvió al cabo de un rato con los sanitarios que habían traído la ambulancia, porque, según parece, les había esperado en la puerta. El chaval había recobrado la consciencia gracias a David, y, según dijeron, no era nada grave, por lo cual todos pudimos respirar tranquilos. Sin embargo, se lo llevaron al hospital de todas formas para hacerle algunas pruebas. Uno de sus amigos se fue con él.

Cuando la sala quedó en silencio con la marcha del muchacho herido y los de la ambulancia, el capitán se giró y me miró con una expresión que no sabría descifrar. Parecía decepción. ¡Decepción! Hubiera soportado tal mirada de cualquier otro, pero no de él.

─Mark, ¿qué ha pasado?─preguntó.

Todos se giraron a mirarme. Podía verlo en sus caras: me consideraban un monstruo, un abusón, un capullo sin corazón. O, puede que pensaran que era subnormal, que no estaba lejos de ser lo que era. No obstante, una cosa estaba clara: sabían que yo era el culpable. Sólo con verlos ya me estaban castigando, ya me estaban atormentando, ya me estaban haciendo sufrir. Noté cómo el corazón me encogía. Necesitaba aire. No podía respirar. Mi cuerpo temblaba. No sabía qué decirle al capitán.

Por más que lo intentaba, mi boca no se abría. Simplemente veía ojos, miles de ojos, miles de ojos que me juzgaban. Me estaba ahogando. Quería irme a casa. Me sentía como un simple pajarillo en un bosque lleno de depredadores. Estaba a punto de llorar. Pero no podía. ¿Por qué no podía llorar? A punto estuve de gritar. Eso me habría hecho quedar como un loco. Pero quería gritar. Tenía que decir algo. Si no decía algo, me odiarían. Me iban a odiar. Y no quería eso. Al fin, mis labios pudieron abrirse.

─Yo… yo...─balbuceé.

─Lo siento muchísimo─oí tras de mí.

─¿Eh?

Nos dimos la vuelta y vimos algo que jamás esperaba ver en la vida: a Eric con la cabeza gacha y la mirada perdida.

─Estaba burlándome un poco de Mark, así que lo estaba zarandeando. Por eso se le cayó la bola sobre Mike.

─Mike...─susurré sin poder asimilar lo que estaba ocurriendo.

Ni siquiera sabía el nombre del chico, pero Eric sí que lo conocía. ¿Por qué? ¿Cómo era posible? Si él pasaba del equipo, de los entrenamientos, de nosotros... ¿Entonces por qué? ¿Por qué conocía su nombre y yo no?

Eric se acercó a mí y, colocando su mano en mi hombro, me zarandeó para pegar mi cabeza a su pecho. No opuse resistencia. Seguía en shock.

─Mark no tiene la culpa, así que no le miréis así.

Era la primera vez que lo veía serio. Quise preguntárselo, quise decírselo, quise clamárselo, quise gritárselo. “¡¿Por qué?!”. Alcé la cabeza y lo miré con el horror clavado en los ojos. Esperaba encontrar en los suyos rencor, ira, rabia, desprecio; pero no, lo que encontré fue calma, la misma calma que me había regalado al sujetarme para evitar que me cayera. Volvía a sentirme como en esos viajes a la vuelta de esquiar, volvía a sentirme a salvo.

Los reproches no tardaron en aparecer. Todos se pusieron a gritarle, y con toda la razón del mundo. Él no se movió un ápice, ni tampoco dijo una palabra, sino que aguantó todos los improverbios que le lanzaron. Me dolían más a mí que a él. Cada uno era una aguja, cada uno era un puñal, cada uno era una daga que se clavaba en mi cabeza y me hacía sentir el peo ser humano del mundo. Eric, supongo que percatándose de ello, alzó la cabeza y dirigió la vista al capitán. Éste parecía perdido en sus propios pensamientos, aún recuperándose de lo que había pasado, pero espabiló rápidamente.

─Chicos, dejadlo. Marchaos, por favor, que tengo que hablar con Eric a solas─anunció caminando hacia el mismo.

Entre la estampida de chavales que salían, me encontraba yo, que no sabía muy bien qué hacer o qué decir. Lo único que pude hacer al separarme de Eric fue susurrar un tembloroso “gracias”, que fue correspondido con un “¿Ves como sí que me gustas?” en tono divertido. Qué asco me daba. Me daba mucho asco, y aun así, si me hubieran dejado, en aquel momento habría llorado en su pecho, me hubiera abrazado a él y le hubiera dejado que se metiera conmigo todo lo que quisiese. Perto tuve que irme. Jamás se volvió a hablar de aquello. Ni siquiera Eric lo hizo. No sé lo que pasó cuando nos fuimos, pero Eric no volvió a pisar el gimnasio hasta que pasó la Navidad. A la vuelta, el incidente se había olvidado, y Mike no le guardaba rencor alguno.

Dicen que Eric Lover se presentó en el hospital todos y cada uno de los días en los que Mike estuvo ingresado, y que le hizo toda clase de regalos que decía que eran de parte de, según sus propias palabras, “un cachorro de león patoso”.

─Eric─dijo David cuando estuvieron a solas.

─Oh, vamos, ¿me vas a echar la bronca? No te pega nada─sonrió el aludido.

─Os he visto. Sujetabas a Mark con mucha fuerza. Es imposible que hicieras lo que has dicho.

─Ja. No hay quien te engañe─alzó una ceja─, capitán.

─¿Por qué lo has hecho?─preguntó David─. ¿Por qué has cargado con el muerto?

─Porque lo has abandonado. Se supone que es tu favorito, pero lo has dejado en la estacada, y encima vas y le preguntas eso en ese momento.

─¿Sólo por eso?─sonrió el capitán.

─Bueno, puede que no sea una broma que me gusta.

─Ahora voy a tener que pedirte que no vengas por un tiempo. No creo que quieran verte─suspiró David.

─Como ordene mi capitán─se llevó la mano a la frente como un soldado.

─Por cierto, Mila está ahí decorando el árbol mientras sigue escuchando música. Ni se ha enterado de lo que ha pasado.

─Eso no es típico de ella. Qué despistada─se rió Eric─. En fin, yo me voy a ir largando. Feliz navidad, David.

─Feliz navidad, Eric─le respondió con una sonrisa algo tristona.

─Y feliz navidad para ti también, Mark─susurró para sí.

Bueno, ahora que lo pienso, aparte del incidente de Mike, nuestra primera navidad no fue tan horrible.

 

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El diario de la primera navidad con chulería inocente

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¿Que cómo fue mi primera navidad con Axel? Pues la verdad es que aún no he tenido una Navidad con él, es decir, lo he conocido este año, de modo que no se puede decir que hayamos creado muchos recuerdos juntos. ¡Pero no paséis al siguiente, por favor! Puede que no tenga una historia que contar sobre Axel y yo; sin embargo, sí que os puedo hablar de la primera navidad que pasé con Jared. Es más, dicha historia también incluye el recuerdo de nuestra primera vez. Jo, ya sé que ahora no quiero saber nada de él, pero es que algo os tengo que contar.

Al comenzar el curso, nadie se relacionaba conmigo. Ni conocía a nadie ni tampoco nadie se acercaba a mí. Es cierto que en años anteriores no había hecho ningún amigo, pero, al menos, me relacionaba con la gente de clase. No eran relaciones muy profundas, mas tenía a alguien con quien hablar. Sin embargo, al empezar ese año, nadie me dirigía la palabra. Intenté acercarme a los gemelos, Mark y Dylan, y, aunque el primero me respondía, estaba demasiado ocupado con el club de fútbol como para poder dedicarme tiempo. En cuanto al segundo, era poco hablador, y siempre me miraba de forma recelosa. Luego, traté de entablar amistad con otros, y de igual manera fui ignorado. ¡Eran todos unos rancios!

Para qué hablar de Jordan y de Ann, su novia. Con ellos no intenté nada, pues eran los que se metían conmigo. Todos los días me atacaban con una de sus tretas, todos los días me hacían sentir mal, todos los días se convertían en un infierno.

Sin embargo, no dejaba que todo eso me desanimara. Tenía esperanza. ¿Que venían malos tiempos? Pues ya llegarían los buenos. Puede que las olas erosionen el acantilado con la fuerza de sus embravecidas olas, mas jamás podrán sumergirlo en sus profundidades. Por eso, llega un momento en el que se rinde y vuelve a su estado de calma. No podía ponerme a lloriquear y desear ser otro, esperar a que se solucione sólo el problema o que alguien lo solucione por mí. Debía luchar con todas mis fuerzas: plantarle cara al mundo y no retractarme un ápice.

Recuerdo aquel día como si fuera ayer. Era el último día de instituto antes de las vacaciones de Navidad. Nadie va a clase ese día, pero, cómo no, mi hermanito decía que un historial impecable era sinónimo de un futuro inmaculado. Por lo tanto, íbamos. Estaba abrazado a mi peluche Misi-misi soñando plácidamente con que era un cerdo aviador y me encargaba de detener a los piratas en mi aeronave, cuando mi encantador hermano abrió la puerta de un golpe.

─¡Marmooooooooota!─gritó dando varias palmadas─. ¡Hora de ir a clase!

─Cinco minutitos más…

─Si por ti fuera, estarías durmiendo para siempre. Esos 5 minutos son sólo un número simbólico para alargar un periodo que en realidad deseas que sea infinito.

─Pues déjame dormir para siempre─me removí para volver a dormir.

─¿Y cuánto tiempo es para siempre? A veces, sólo un segundo─sentenció destapándome y llevándose la sábana conforme salía.

Un temblor bañado en un gélido manto de frío me recorrió el cuerpo de arriba a abajo. Intenté colocarme en posición fetal para no sentirlo; sin embargo, era inútil. ¡Jo, ni dormir tranquilo le dejan a uno! Pegué un salto de la cama y me preparé para ir al instituto. Tras un desayuno en el que me estuvo informando de que su última frase estaba sacada del libro “Alicia en el país de las maravillas”, de que yo le dijera que me gustaban mucho las dos adaptaciones de Disney a la gran pantalla, y de que él resaltara que, aunque la de dibujos era más fiel al libro, ninguna de las dos le llegaba a la suela del zapato a la obra original, nos fuimos.

Nos despedimos en la puerta como siempre, y cada uno se fue a su clase. Lo único bueno que pensaba que tendría ese día sería que, como iba a estar solo, ni me molestarían ni sentiría la presión de tener que socializar. La soledad es muy difícil en una clase. Podría ser soportable, pero, al estar todo el rato condicionados a tener que agruparnos para hacer trabajos, se hace muy difícil para alguien que no sabe cómo encajar. Tal y como era costumbre en Peter y en mí, llegué a mi aula un rato antes de la hora, por lo que tuve que aguantar durante un buen rato los nervios que implicaban esperar a ver si venía alguien, hasta que, finalmente, mis peores temores se cumplieron, y aparecieron por la puerta las dos personas a las que menos me apetecía ver, Jordan y Ann. No parecían sorprendidos de verme, lo cual no me extrañaba, puesto que yo no había faltado ni un solo día desde que había empezado el curso.

Las expresiones de ambos escondían la marca del sueño tras sus ojos. Predominaban los bostezos y alguna que otra mueca de cansancio en sus rostros. Con pose perezosa y tambaleante, se dirigieron a sus sitios y se sentaron. Nadie dijo una sola palabra. ¿Qué podía hacer yo en un momento así? Estaba muy incómodo. De un momento a otro, podían hacer algo, así que lo único que clamaba a gritos era que llegara la profesora, porque, aunque se diera el caso de que llegara otro alumno, no haría nada para defenderme a mí o detenerlos a ellos. La inacción es el peor enemigo de la justicia. Si no haces, no contribuyes a que el mundo sea mejor. Tampoco peor, cierto, pero entonces no dejas tu huella en el mundo de los vivos mientras estás aquí, y eso es lo más triste que le puede pasar a una persona.

Mientras me perdía en mis pensamientos, la puerta de clase volvió a abrirse para dejar paso a Jared Davis. La verdad es que, antes de conocerle, me daba miedo. Era conocido por haber repetido curso, y decían que era un delincuente. Había varios rumores acerca de que una vez un chico le pidió la hora y él le partió la boca. No hubo razón; simplemente le molestó la voz del chico, dijo que era “irritante”, o al menos así rezaban los rumores. Jo, no quería que se uniera a los otros para maltratarme el doble. Agaché la cabeza para no mirarlo. Él, por su parte, pasó de largo y se sentó en su sitio. Creo que era la primera vez que ese chico llegaba tan pronto. Me extrañó que fuera, puesto que era de los de faltar mucho.

Al fin, Angela, la profesor, entró por la puerta. Ya pude respirar tranquilo. O eso creía porque se había olvidado unos documentos, y tuvo que volver a salir. Pidió un voluntario para acompañarla, lo cual creía que era una señal divina, pero, cuando alcé la mano, Ann ya estaba a su lado lista para ir. La cosa se ponía fea. Jared, Jordan y yo. Tres jotas que jamás podrías tener en tu baraja debido a la incompatibilidad.

Jordan se levantó de su asiento y echó a andar hacia mí. Yo ya me temía lo peor.

─Bueno, Justin, ya me he desperezado. La guarra de Ángela estará ocupada un buen rato, así que vamos a divertirnos, ¿quieres?─sonrió sacando del bolsillo un pintalabios.

─¿Qué vas a…?

─No te preocupes, voy a dejarte muuuuuuuy guapa.

Cuando el pintalabios, ya abierto, estuvo a punto de rozar mi boca, Jared se levantó de la silla. Se iba a unir a la fiesta el muy malvado. ¡Me iban a maquillar y a ridiculizar! Sólo podía pedir que Ángela regresara rápido, pero sabía que Ann se iba a encargar de que no fuera así. No me quedó otra que aceptar mi destino. Cerré los ojos con fuerza, y, de repente, oí un golpe sordo y fuerte. Sorprendido, los abrí, y me encontré con Jordan en el suelo, cara de horror y ojos como platos, y a Jared de pie con una mueca de disgusto. Su labio estaba ligeramente alzado como muestra de repulsión, su puño estaba cerrado con fuerza, rabioso; sus ojos reflejaban una fiereza más propia de una bestia de la naturaleza que de un simple joven. No podía creerlo.

─Llevo un tiempo viendo cómo la tomas con este crío. Eso me molesta. ¿Te crees superior, Jordan? Eres un mierda, eso es lo que eres.

─¡Ja! Metésela por el culo, ya que estás─se burló.

Ese comentario hizo que mi estómago se retorciera.

─Déjalo en paz, o, si no, seré yo el que no te deje en paz a ti, hijo de la gran puta─espetó.

Jordan chasqueó la lengua molesto, pero obedeció. Se levantó y volvió a su sitio, no sin antes dedicarme una mirada cargada de recelo. Jared se dirigió hasta mi mesa y me preguntó si estaba bien.

─Sí, lo estoy─respondí aún sin poder creerlo─. Mu-muchas gracias por salvarme.

─Ah, no es nada─sonrió─. Sólo hice lo que me pidió el cuerpo.

─Supongo que entonces le tendré que dar las gracias a tu cuerpo─me reí.

No entendí por qué hasta varios meses después, pero Jared soltó una sonora carcajada y añadió que eso no estaría nada mal. Después, me invitó a comer con él. Era la primera vez que alguien de mi clase me invitaba, así que me emocioné muchísimo y le grité un sonoro”¡Síii!”. Quizás, debido a la emoción, no pude ver la sombra de decadencia que se cernía sobre mí, el abismo de lujuria en el que ese chico me iba a arrojar.

Ángela volvió al cabo de un rato con Ann, y empezamos la clase como si nada. Miré a Jared un par de veces, y éste siempre me devolvía la mirada acompañada de una amplia sonrisa. Empezaba a gustarme ese chico. ¡Sí, me gustaba! A la hora del almuerzo, me llevó a la biblioteca. Según decía Jared, el bibliotecario se iba a almorzar y siempre se olvidaba de cerrar, por lo que podíamos usarla. Me sonó algo raro, pero tampoco le di muchas vueltas. Estuvimos charlando un rato, y la verdad es que la conversación fluía. Si a mí me encanta charlar, el problema es que no tengo con quién. A mi hermano no le interesa hablar de nada que no salga de un libro. Entiendo que se enfrascara en la literatura para huir de los problemas que tuvimos con nuestros padres; no obstante, me parecía demasiado. Defendía que la charla insustancial era improductiva. ¡Es un estirado!

─Ya sabes, Justin, ahora somos amigos, así que si necesitas un favor como el de hoy, sólo tienes que pedirlo, ¿vale?

─¿En serio?─pregunté perplejo.

─Por supuesto. Los colegas están para hacerse favores los unos a los otros, y devolvérselos, claro.

─Hablas como un mafioso─emití una pequeña risita.

─¿Sí, verdad? Jajajaja.

Tras reírse un rato, se me quedó mirando fijamente. Parecía querer decirme algo.

─Justin, ¿puedo pedirte algo?

─Oh, claro. Somos amigos, al fin y al cabo─asentí.

─Verás, como ya sabrás, todos los tíos tenemos necesidades, ¿no?

─¡Pues claro! Si quieres que te acompañe al baño porque te da miedo, lo haré.

Levantó una ceja algo molesto por mi respuesta, pero recuperó rápidamente la compostura.

─No, no me refiero a eso. Todos los tíos necesitamos calmar ese picor… de ahí abajo. Ya sabes.

─Ah, ¿quieres que te rasque los pies?

Apretó los dientes durante un segundo y, de un golpe seco, aporreó la mesa.

─¡Justin! ¿Sabes lo que son las pajas?

─¿Esas cosas que hay en los establos?

─Ese Wright… Ha hecho un buen trabajo contigo─susurró para sí, y después continuó en alto─. A ver, Justin, ¿nunca te has despertado con las sábanas húmedas?

─Sí. Peter dice que es porque tengo pequeñas pérdidas de orina, como las viejecillas que salen en la tele.

─Miente. Y de forma evidente, además. Eso que expulsas es, en realidad… Aaagh. ¿Sabes qué? Saltémonos las explicaciones. ¿Quieres que juguemos a un juego?

─¿Un juego? Ya somos mayorcitos para esas cosas, Jared─me reí.

─Lo dice el tío que se mea en la cama.

─¡Oye, es una dolencia muy seria! ¡No puedo evitarlo!

Sin más preámbulos, se levantó y, tras colocarse detrás de mí, introdujo una mano en mi pantalón para acariciarme la zona genital. Mi cuerpo entero reaccionó: mi cara, poniéndose colorada; mi pelo, erguiéndose como escarpias; la columna, provocándome un enorme temblor en todo el cuerpo; y mi polla, antes dormida, cobrando vida y exigiendo atención. Le pregunté que qué hacía, y me dijo que el juego consistía en ver quién aguantaba más las perrerías que le hiciera el otro. Intenté zafarme de él, pero, jo, es que su roce se sentía muy bien.

Comencé a sentir algo que no había sentido jamás, y el calentón que sentía envolviéndome en su dulce ensoñación, hizo que una parte de mí se resistiera a oponer resistencia. Me dejé hacer. Viendo que ya estaba a su merced, Jared pegó su cuerpo al mío desde atrás, haciendo que su polla se clavara contra mi culo, lo que hizo que soltara un resoplido de placer justo en mi oreja. No supe por qué, pero eso me excitó aún más.

─¿Te gusta lo que hago?

─¿C-cómo me va a g-gustar? C-claro que n-no.

─No pasa nada. Éstas son cosas que hacen los amigos para hacerse sentir bien, y, así, devolverse los favores. Te tengo muchas ganas, así que deja que te disfrute─susurró─, Justin.

Oír mi nombre en sus labios me hizo sentir raro. Antes de darme cuenta, ya había metido su mano en el interior de mis calzoncillos. Agarró mi polla, lo cual hizo que empezara a gemir. Dios, notaba su respiración en mi cuello, y la podía escuchar. Estaba tan ansioso, tan anhelante, tan cachondo… Acto seguido, la descapulló con suavidad para después emprender un movimiento de subir y bajar.

─Nunca lo habías probado, ¿verdad? ¿Qué te parece? Esto es lo que llamamos “paja”─emitió una ligera risita.

─Oh… Es… ge-genial.. Es… Es… ¡Genial, genial, genial!

Y así, en menos de un minuto, me corrí.

Sí, ése fue el día en el que descubrí que era eyaculador precoz. Jared no se lo esperaba para nada, mas, cuando pasó, se echó a reír, y sacó la mano, llena de un líquido blanco que desconocía, de mi interior. Mi respiración estaba muy agitaba. No sabía lo que había pasado, ni por qué, pero me había encantado. Finalmente, Jared llevó su mano hasta mi boca y me dijo que, ya que miraba eso con tanta curiosidad, que lo probara. Me negué, por supuesto; sin embargo, me lo metió a la fuerza. No sabía tan mal como pensaba, pero sí era muy viscoso.

─Bueno, dejaremos el resto para la próxima vez. Venga, sigamos comiendo─anunció Jared.

Me quedé algo cortado, en silencio. Eso que acabábamos de hacer me había encantado. ¿Pero eso podían hacerlo dos chicos? En un par de pelis había visto que eso lo hacían hombres y mujeres. Era lo que llamaban sexo, ¿no? En las clases de sexualidad, hablaban tan sólo de chicos y chicas. ¿Me había confundido Jared con una chica? No, imposible. Me había manoseado la polla, y eso de chica tenía poco.

─Jared, ¿está bien que… hagamos esto? ¿No deberías hacerlo con una chica?

─Bah, están todo el día que si “me duelen los ovarios porque me sangra la vagina”, que si “sé más atento. Llevas dos semanas sin llamarme”, que si “por detrás no, que me da cosa”. Me apetece probar algo diferente. Y ese “algo” cosa eres tú, Justin─declaró.

─¿Yo…?

─Así es. Tú eres… mi regalo de navidad.

─Qué cursi… Jajaja─me reí.

─Ya, conforme lo decía, a mí también me lo parecía, pero ¿y lo bien que he quedado?

─Mucho─sonreí.

─Creo que éste es el inicio de una hermosa amistad, Justin.

─Lo mismo digo, Jared. Oh, ahora que mencionas la Navidad, quizás tener un amigo sea mi regalo. ¡Qué bien! ¡Jajaja! Feliz Navidad. Jared.

─Feliz Navidad─me dio un golpecito en el hombro como señal de colegueo─, pequeño.

Sí, esa fue la primera vez que me llamó así. Jared me ayudó mucho en una época muy oscura de mi vida. No obstante, también me ha hecho cosas muy feas, ¡y no pienso perdonarle! ¡Ahora mi único objetivo en la vida es Axel! ¡Y, pongo a Dios por testigo de que haré que sus gélidos labios se abran para desearme una feliz Navidad!

 

 

 

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El diario de la primera navidad con perfección online

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¿Mi primera Navidad con Marcos? Pues ésta sería la primera Navidad que paso con él. Lo malo es que no he vuelto a hablar con él desde lo de Cindy. ¿Y si no quiere volver a verme? ¿Y si no quiere celebrar conmigo las fiestas? A ver, a mí la Navidad me encanta; no obstante, sin él no creo que tuviera fuerzas para celebrarla. Todos los años juego con mis hermanos, nos disfrazamos, comemos chuches y galletas, vamos, que lo vivimos. Todo esto se debe a que la abuela y yo estábamos solos cuando nos conocimos, por lo que la Navidad, ese momento del año en el que nos volvemos vulnerables y anhelamos a nuestros seres queridos; se oscureció, se tiñó del más oscuro azabache, y la única manera de escapar de ese abismo negro es cogiendo la mano de aquellos que sí pueden estar contigo y que te ofrecen su compañía,

Vaya, creo que me he ido un poco del tema. Marcos estuvo huyendo de mí un tiempo en clase. Es frustrante, porque cada vez que iba a hablar con él para explicarle que no era un monstruo, corría o se ponía a hablar con quien tuviera al lado para que yo no pudiera sacar el tema. Y ahora nos han dado vacaciones, por lo que no puedo verlo. Desesperado, decidí llamar a mi mejor amigo para pedirle consejo. En realidad, sé que no es el más indicado para hablar de estas cosas; no obstante, como ya sabía lo mío con Marcos y él también estaba en una relación gay, pues era el único en el que podía apoyarme.

Quedamos a las 18:00 en el centro comercial. Era 23 de diciembre, así que el sitio estaba repleto, pero eso a mí me daba más bien igual. Hubiera quedado antes para evitar las aglomeraciones; sin embargo, mis hermanos requerían mi atención. Habíamos dicho de vernos en una de las cafeterías, la “Super Lovers”, nombre que, por cierto, me parecía muy cursi. Cuando llegué, aún no estaba, de modo que me pedí un café con leche para pasar el rato.

Irremediablemente, me puse a pensar en Marcos. No entendía para nada su actitud. Era inseguro, ya, mas no podía entender cómo llegaba al extremo de poder desconfiar de mí de esa manera. ¿Acaso no me conocía? Debería saber que yo no sería capaz de hacer algo así. Yo jamás haría daño a nadie, y menos aún a uno de mis hermanos. Quizás yo también tenía algo de culpa por no forzarlo a hablar conmigo. Es que a mí no me gusta ser violento ni obligar a nadie a hacer nada. Y, con él, aún menos. Es tan vulnerable, tan débil, tan tierno… Es como un niño. Para mí Marcos es igual que un jarrón valioso: siento la necesidad de no tocarlo demasiado para que no se rompa, y, por ello, no le hago mucho caso. Eso es algo que debería cambiar.

La camarera me trajo lo el café con leche y me sonrió insistentemente mientras me hablaba de que no sabía qué hacer esa noche, ya que salía más temprano y no tenía plan. Yo la escuchaba con las orejas, pero no con los oídos. Simplemente asentía. Lo único que llenaba mi mente en esos momentos era Marcos. Cómo echaba de menos oír su voz, cómo echaba de menos oírle decir mi nombre: “David, David, David”. Tenía miedo de perder eso, tenía miedo de perderlo a él. Debía que hacer algo.

De repente, escuché una voz que me llamaba desde la puerta. Mi corazón se llenó de júbilo al volver a oír mi nombre. Alcé la cabeza esperando que fuera Marcos, pero no lo era.

─¿Eh? ¿Y esa cara de decepción? ¡Serás gilipollas!─se molestó Rick─. Si lo sé, no vengo. Podía haberme quedado en casa de Peter, jugando al teto.

─Oh, Rick, perdona. Es sólo que…

─Ahí va─se sentó enfrente de mí y señaló a la camarera─. ¿Estabas poniéndome la cornamenta con ésta? ¡Vaya zorra!

La chica, molesta, nos miró mal a ambos y se fue rápidamente. Rick se echó a reír sin más. Ese tío era incorregible. No entendía muy bien la manía que tenía de fingir que era mi novio. A veces se me ocurría que igual yo le gustaba algo.

─¡Merry Christmas, David!─me felicitó al dejar de carcajearse.

─Lo mismo te digo, Rick.

─Bueno, ¿y para qué me has llamado? Mi tiempo vale lefa. Tiempo perdido, semen contenido.

─No me seas fantasma. No me vayas a decir que te pasas el día follando─alcé ambas cejas.

─Coño, es que en esta época del año la peña está más receptiva y es más fácil…

─¿La peña? Que no digas directamente “Peter” me dice que él no entra en ese grupo.

─Vale, Peter odia la Navidad. El muy cabrón dijo que no me quería ver al menos hasta Año Nuevo. ¿Te lo puedes creer?─se retrepó hacia atrás.

─Algo le habrás hecho.

─Qué va. Si me dijo eso así fue porque es un cagado. Cuando no se ve capaz de decirte algo, te lo suelta con mala hostia. Seguramente querrá cenar sólo con su hermano y por eso me ha hablado así. Pues nada, me tocará impedir a mis soldaditos que dejen el campamento hasta que las tropas enemigas abran el campo de batalla. Sí, hablo de su culo.

─Lo había pillado.

Estuvo un rato quejándose de Peter, y me dijo que últimamente no le dejaba ni tocarlo por un asunto de su hermano pequeño que no podía contarme. Yo le aconsejé que tuviera paciencia, pues aunque se hiciera el duro, el otro también era un tío, y los tíos, tarde o temprano, sentimos la necesidad de tener sexo. Sin embargo, Rick me dijo que Peter no, que seguro que se hartaba de hacerse pajas sólo para torturarle.

Me llamó la atención que fuera yo el que lo había llamado para pedirle consejo, y al final fuera él el que me contara sus problemas. Una vez se desahogó, pude, al fin, meter baza. Le conté que, el día en el que estuvo en mi casa, Marcos habló con mi hermana, y ésta, en broma (le dije eso porque no podía hablarle de sus problemas psicológicos), se puso a acusarme de maltratador y violador. Después agregué que Marcos se lo creyó. Rick alegó que mi hermana le caía bien, aunque luego dijo que estaba de coña, que su hermana era parecida y que no le hacía ni puta gracia. Le pregunté qué debía hacer para que Marcos, tan exagerado y crédulo, me perdonara.

─Mmmm… A las tías les mola que…

─Marcos no es una tía─le corté en seco.

─Ni Peter. Y aplico esas directrices con él.

─Y luego te extrañas de que no quiera saber nada de ti─suspiré algo burlón.

─Capullo. Pues nada, que cada cual se lama su cipote. Haz lo que te salga de los huevos─se cruzó de brazos y frunció el ceño.

─Vamos, hombre, no te pongas así. Dime qué harías tú.

─Jeje─suavizó su expresión y regresó los brazos a su pose natural─, sabía que no podrías resistirte a pedirle consejo al gran Rick Jones, rey del folleteo, sultán del magreo y duque del coqueteo. A ti te mola la Navidad, ¿no? ¡Pues vístete de Santa y llévale un regalo el 25! Le darás una sorpresa, y se dará cuenta de que no eres mal tío.

─Oye, ¡qué idea más buena!─exclamé.

─Eso suena como si te pareciera raro viniendo de mí─tosió tapándose la boca con el puño, en expresión solemne.

─Sabes que te tomo el pelo.

─Mientras el que me robes no sea el de la cabeza o el de los huevos, puedes tomar todo el que quieras, David.

─¿Y qué le regalo?─obvié su broma.

─¡Oh, ya sé, ya sé! Haces un agujero a una caja, metes la polla, envuelves la caja, le pones un bonito lazo, por supuesto, y se lo llevas. Lo único complicado del plan es que no podrás separártela del regazo.

─Mejor pienso algo yo solito.

─Pues nada. Si eso era todo, me piro ya─dijo Rick a la par que se levantaba─. Suerte, colega. Ya sabes, si nuestros nenes adorables nos abandonan, siempre podemos liarnos entre nosotros.

Dicho esto, se despidió y se fue. No pude hacer otra cosa que no fuera reírme. Qué personaje. Miré la mesa. No me digas que no se había pedido nada. Ya lo véis, sólo quería hablar conmigo. En el fondo, es un buenazo. Llamé a la camarera y pagué, aunque la chica no dejaba asesinarme con la mirada. Creo que me cobró de más y todo. Después, me fui, y me pasé el resto de la tarde buscando un regalo para Marcos.

La nochebuena la pasamos todos juntos en el orfanato. Comimos hasta reventar y estuvimos toda la noche de broma. Cindy, en cambio, fue la única que se mostraba distante y sombría. Intenté hablar con ella, pero sólo me respondía con monosílabos, así que la dejé en paz. Tras la cena, dejé debajo del árbol los regalos de todos. Incluso me vestí de Santa Claus por si alguno se despertaba y me pillaba. Los regalos, obviamente, eran bastante modestos, pues el orfanato no podía permitirse muchos lujos, pero, aun así, a la mañana siguiente, todos abrieron el suyo con ilusión y quedaron encantados. Me encantaba ver a los niños con esas expresiones repletas de júbilo e ilusión. Era casi como un sueño, un vistazo a una realidad ideal a través de la ventana que se abre paso al mundo onírico.

Esa misma tarde, la del día 25, cogí el regalo de Marcos y me encaminé hacia su casa, disfrazado de Santa. Ya sé que puede sonar ridículo y absurdo, pero lo hacía para impresionarlo, y me daba igual lo que el mundo pensara, puesto que yo lo hacía por amor.

Hacer de Santa me causó algunos problemas. Veréis, es bonito ir por la calle y que la gente te sonría y hasta que te eche fotos; sin embargo, tenía prisa, y eso la gente no lo entendía. Tuve que hacerme fotos con al menos 20 niños. En otro momento lo hubiera disfrutado a tope, mas sólo podía pensar en que necesitaba ver a Marcos inmediatamente.

Hubo un niño que intentó apalearme la entrepierna porque decía que le había estafado. Al parecer, recibió la caja de la Playstation 4 con un cuaderno para colorear dentro en lugar de la consola. Una niña me gritó y me llamó “indecente” porque decía que había pedido la paz mundial, y había visto en las noticias de la mañana que seguía habiendo bombardeos en Oriente. La verdad es que los niños son muy graciosos, jajaja.

¡Ah, que me vuelvo a dejar llevar por la corriente! Acabé llegando dos horas después de mi salida, pero, finalmente, llegué a su casa. Mientras caminaba por el jardín hacia la puerta, pude oír en la distancia un sonido muy tenue que no supe identificar. Normalmente, o al menos cuando yo había estado, esa casa se caracterizaba por el silencio más absoluto. Por eso me extrañó tanto. Alcanzada la entrada, llamé al timbre y miré al frente con gesto firme. Estaba preparado para todo.

En el preciso instante en el que la parte se abrió, una tempestad de ruido me embistió con sus notas como si del viento se tratase. Acompañando al sonido de la música increíblemente alta, apareció un señor calvo y con perilla que me recibió algo sorprendido. Qué raro. ¿Quién podía ser? Que yo supiera, Marcos vivía solo. ¿Me habría equivocado de casa?

─Hola, ¿quieres algo?─preguntó.

─Verá, yo busco a…

─¡Santa Claus! ¡Pasa, pasa!─apareció una mujer tras él.

─Disculpen, pero creo que me he equivocado de…

─¡Nada, nada! Tú entra─me tiró la madre del brazo.

Y otra distracción más. Bueno, al menos me alegraba pensar que estaba endulzando las navidades de mucha gente. Cuanto más me adentraba en el interior de la casa, más clara y alta se tornaba la música. Parecía heavy metal, y del extremo. Quizás otro hubiera pensado que eran satánicos o algo así; sin embargo, yo conocía a mucha gente a la que le gustaba esa música, y sabía que era estúpido atribuirles esas características.

El hombre se fue a una de las habitaciones y dijo que esperaría allí a la mujer. La casa era enorme, tanto o más grande que la de Marcos, aunque tampoco lo podía asegurar, pues sólo conocía el trayecto a su cuarto. La señora me preguntó por el regalo que llevaba, de modo que tuve que fingir que era para un niño y que no podía dárselo. Pareció convencerla, puesto que me dijo que esperara en el sofá de uno de los salones que tenían y se fue. Me puse a observar lo que me rodeaba. Un televisor de plasma, varios sofás, y un par de estanterías. No obstante, en ellas, ni una foto. Me pareció algo triste.

La mujer no me hizo esperar mucho. Según parece, fue a decirle a su hijo que bajara para tener una foto de los tres. Le aseguré que tenía prisa, y me dijo que, tras la foto, podía marcharme. Luego me sondeó acerca de cuánto debía darme más o menos de propina, y yo, por supuesto, rechacé su dinero. No podía engañar a la señora para que me pagara. Seré pobre, pero soy honrado.

La música paró durante un breve periodo de tiempo. Parece que estaban cambiando de disco. Comenzó una nueva, la famosa “Nothing else matters” de Metallica. Al menos ya no me pitaban los oídos. Ésta no era tan dura. Incluso he de decir que me gustaba. Perdido en las notas, no me percaté que el hijo de la pareja hizo acto de escena. Nuestros ojos se cruzaron. No me lo esperaba; era Marcos.

─Hola─me saludó con una sonrisa claramente forzada y me ofreció la mano.

¿Eh? Para no dejarle tirado, le di la mía. Estaba un poco incómodo, pero no tanto como yo me esperaba. Y no tardé en darme cuenta del porqué. No me reconoció con el disfraz de Santa Claus. Parecía que la idea de la foto no le hacía mucha gracia, porque miraba de vez en cuando a la madre con ojos desaprobadores, pero lo más probable es que no le quedara otra. La señora García nos advirtió de que iba a por la cámara y que volvía enseguida, para después dejarnos solos.

El silencio se hizo patente en la sala. Él era muy cortado, nada que no supiera yo ya. Me levanté del sofá y me acerqué a él.

─Marcos.

─Vaya, ¿ya te ha dicho mi madre mi nombre?

─No, es que soy yo─susurré por si su madre nos oía.

─¿Quién?

Me levanté la barba postiza un momento y, observando cómo sus labios comenzaban a temblar y su gesto se llenaba de miedo, le dije: “Soy yo, David”. Miró a la puerta. Quería echar a correr. No obstante, eso llamaría mucho la atención de sus padres, y eso él lo sabía. ¿Y si le preguntaban por qué había huido? ¿Qué les iba a decir? ¿Que yo era su novio y que había violado a mi hermana? Se quedó paralizado, incapaz de hacer nada. No sabía qué hacer. Lo único que hacía era mirarme fijamente a los ojos.

─Marcos, yo no soy un…

─¡Ya estoy aquí, chicos! ¡Vamos a hacernos la foto!─irrumpió su madre en el salón.

Para que luego digan que lo de que las suegras se entrometen en las relaciones es un mito. Rápidamente, su hijo corrió a su lado. A continuación, la mujer dispuso las posiciones en las que debíamos estar y nos colocamos en ellas. Marcos estaba pegado a mí, con la mano puesta en mi barriga para cerrar un abrazo de lado. Era la primera vez que me abrazaba en mucho tiempo. No obstante, no pude disfrutar de su calor, de su tacto, de su cariño, pues sus manos estaban temblando a más no poder. “¿Por qué? ¿Por qué, Marcos? ¿Por qué tienes tanto miedo de mí? Yo, que lo daría todo por ti, absolutamente todo”, pensé.

Hecha la foto, el chico se volvió a dirigir junto a su madre, y ésta, satisfecha, me dio las gracias y me dijo que me acompañaba a la puerta. Fijé mi atención en Marcos y vi que no era siquiera capaz de mirarme siquiera, de modo que decidí irme de allí lo antes posible. No quería herirle más.

Yo quería estar con él para que fuéramos felices juntos. Quería sonreírle y que me sonriera, quería acariciarle y que me acariciara, quería abrazarle y que me abrazara, quería besarle y que me besara. Lo amaba con todas mis fuerzas. Era la única persona que me amaba incondicionalmente, que dependía de mí de tal manera, que jamás se apartaría de mi lado. Ya perdí a mis padres, así que quería sostener lo que me importaba con tanta fuerza, que jamás se desvaneciera entre mis dedos. Sin embargo, una vez más, aquello que estaba a mi lado, aquello que siempre debía estar para mí se había ido.

Miles de hipócritas se amontonan a mi alrededor a diario. Tuercen sus bocas y me ofrecen la mano; y, aun así, ninguna siente el menor aprecio por mí. Quieren mi envoltura, quieren mi cuerpo. Ojalá pudiera arrancarme la piel y dársela. De ese modo, podría ser libre, y sólo tendría a quien me amara de verdad.

Caminando por el pasillo, eché un último vistazo atrás. Ya no estaba. Sonreí y susurré para mí: “Adiós, Marcos”. Estaba destrozado, pero quería esperar a llegar a casa para ponerme a llorar. Todo lo que no había llorado en todo el tiempo que había pasado desde la muerte de mis padres, iba a llorarlo ahora. Sin embargo, un ángel con hábitos de demonio se tornó en mi camino. El padre de Marcos salió a mi encuentro mientras su mujer me hablaba, pues salió a buscarla al ver que tardaba mucho. Se me quedó mirando.

─¿Qué te pasa, muchacho?─me preguntó.

Mi cuerpo tembló al oír aquella pregunta, y mi cuello se cerró con fuerza creando tal nudo, que por poco me hace derrumbarme ahí.

─Nada, señor─me controlé─. Ya me iba.

─Chico, todo tiene arreglo, todo excepto la muerte. Si te sientes impotente, lucha por lo que quieras. No importa lo duro que sea o el daño que te causes, mientras puedas conseguirlo.

─Ya, pero el problema no es que yo sufra, sino que…

─No digas más─me puso la mano en el hombro y me miró a los ojos con una sonrisa─. Si la haces sufrir, tienes que consolarla. Discúlpate las veces que haga falta, pero llegará un día en el que se dará cuenta de que lo hiciste para que vuestro amor sea real.

─Vuestra conversación suena bastante siniestra─señaló la señora García.

─Todo lo que hagas en la vida será juzgado por otros, pero lo que tiene que importar es cómo lo juzgas tú. Si lo que haces es justo, no tienes por qué sentirte mal─le dijo a la mujer─. No creo que este muchacho la haga sufrir porque quiera, sino porque no puede evitarlo.

─¿Sabe qué, señor? ¡Tiene usted razón!

─Claro, hijo. ¿Quieres quedarte a cenar con nosotros?─me invitó la mujer.

─¿Sabe qué?─sonreí quitándome la barba─. Creo que sí.

Marcos se encerró en su habitación. Su respiración estaba entrecortada, sus piernas le temblaban, el corazón le iba a mil. Dio gracias al cielo de que yo ya me hubiera ido. Pobrecito. Cuando oyó cómo tocaba en la puerta de su cuarto, debió estar al borde del infarto.

─¿Quién es?─preguntó con la voz temblorosa.

─Santa Claus. ¡Jo, jo, jo!─respondí risueño.

No hubo respuesta.

─Me quedo a cenar, Marcos. Tarde o temprano me vas a ver. Huir es inútil.

─¡Vete!

─Marcos, tienes que escucharme. Yo no le he hecho nada jamás a mi hermana.

─¡¿Qué?! ¡¿Crees que eso es lo que me pasa?!─gritó.

─Shhh. Tus padres te van a oír.

La puerta se abrió de repente y me tiró del brazo para internarme en su habitación. Aunque seguía temblando, ahora la furia predominaba a los nervios. Me sentó en la cama y comenzó a hablar:

─No cabe en ninguna cabeza humana que tú seas un maltratador, un violador, o lo que sea. Es evidente que no me lo creí─espetó molesto.

─¿Qué?─me quedé perplejo─. ¿Y entonces por qué…?
─Tu hermana es una maldita loca. ¿Sabes el miedo que pasé? Entré en pánico. Corrí hasta casa sin mirar atrás.

─Entiendo que te asustaras, pero esa no es razón para que huyas de mí.

─No sabía cómo reaccionar. Estaba nervioso, tenía miedo, estaba inseguro. Tenía una mezcla de emociones que no supe controlar. Verte me ponía muy nervioso, porque no sabía qué decir, cómo comportarme contigo, qué hacer.

En ese momento le agarré del brazo y lo tumbé en la cama para colocarme justo encima, ambas manos a los lados de su cabeza. Mi expresión debía de ser feroz. Sus ojos reflejaban un fuerte asombro. Era la primera vez en mi vida que me enfadaba tanto.

─Marcos, no quiero que vuelvas a hacer algo así─le dije severo─. Si hay algo que te molesta, me lo dices, y yo me encargo, ¿está claro?

─¿Qué… qué quieres decir?

─No voy a permitir que nadie te haga daño jamás. Eres lo más preciado que tengo, así que ni pienso dejarte ir ni pienso dejar que te hagan el más mínimo rasguño.

─Yo…

─Escúchame bien. Tú eres mío, Marcos García. Es inútil que huyas, es inútil que te escondas, te encontraré─declaré.

─Pffff…

─¿Eh?

─¡Jajajajajajaja! ¡No te pega nada decir algo así!─se carcajeó.

─Lo sé─me aparté de encima y me tumbé a su lado─, pero es que ya no sé cómo hacerte sentir seguro.

─Eres una especie de Yukina que se cree Takano-san─se rió.

─¿Quiénes son ésos?

─De un manga.

─Ah.

─David─se quedó mirando al techo con expresión seria.

Mi nombre…. Había vuelto a…

─¿De verdad que soy lo más preciado que tienes?

Lo besé sin más. No sabía cómo había podido aguantar tanto sin sentir sus labios, sus manos temblorosas aferrándose a mí, sus dulces ojos cerrándose con fuerza ante mi cara… Todo en él, todo mínimo detalle que se dibujase en su persona era un mundo de felicidad eterna para mí. Lo amaba con todas mis fuerzas.

─Por supuesto que lo eres─sonreí.

─David, perdóname, por favor. Es que no lo podía soportar. Tenía miedo de que no me creyeras, de que tu hermana te contara algo diferente, de que me dejaras, de que me odiaras.

─Eso no ocurrirá jamás. No vuelvas a tener miedo nunca más, porque yo siempre voy a estar aquí para protegerte.

─David… Te quiero.

─Yo también te quiero, Marcos.

Volvimos a besarnos, y nos pasamos el resto de la tarde acurrucados en su cama. Él con la cabeza pegada a mi pecho, y yo acariciándole el pelo. Me encantaba poder estar así con él. Es verdad lo que dicen, no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. Por eso, yo jamás permitiría que ese chico se me volviera a escapar.

Un rato después, su madre nos llamó porque la cena estaba lista, de modo que nos levantamos de la cama.

─¿Y bien? ¿Qué te han parecido mis padres?─preguntó en tono jovial.

─¿Mis suegros? Son algo heavys, pero encantadores.

─¿Tus suegros? Jajaja. Qué raro me suena eso.

─Ah, pues sí. Jajajaja.

Bajamos, y le explicamos a la señora García que éramos compañeros de clase, pero que Marcos no me había reconocido. Yo le expliqué que me había dado vergüenza decirle algo y por eso me iba sin saludarle apropiadamente, por lo que la mujer me animó a no ser tan tímido.

─Por cierto, me llamo David Ripley, encantado─me presenté.

─Mucho gusto, David. Marcos, a ver si puedes ayudarlo con su problema amoroso. Y a ver si aprendes, que todavía no nos has presentado a ninguna novia─bromeó su madre.

Marcos puso una cara muy rara. No sé si era de asco, de cabreo o de que se estaba aguantando la risa.

─Ah, ahora que lo pienso, ¿Marcos no vivía solo?─sondeé.

─Así es. Es una decisión que tomó él. ¿Tú te crees que un niño de 16 viva solo? Ay, este hijo mío─suspiró el padre─. Hemos venido a pasar las fiestas con él, pero, en enero, nos iremos. Marcos, vente con nosotros.

─Ya lo hemos hablado, papá. Ya estoy acostumbrado a este sitio. No quiero estar mudándome cada dos por tres.

─Ah, David, tienes que ir a entregar ese regalo. Date prisa, que el niño lo estará esperando─señaló al paquete que llevaba conmigo la mujer.

Vaya, estaba tan entusiasmado con la reconciliación que ya ni me acordaba. Alcé el paquete y se lo ofrecí a Marcos.

─A decir verdad, me lo dio una mujer porque su hijo no lo quería. Hacer de Santa Claus por las casas tiene sus ventajas, aunque no esté muy bien pagado─me reí─. Toma, Marcos, feliz Navidad.

Abrió el paquete y en su interior estaba el nuevo “Kingdom Hearts 3D: Dream Drop Distance”. Marcos flipó. Sus ojos se abrieron a más no poder, y me miró sin saber qué decir; sólo se le ocurrió:

─Éste es el juego que tanto quería.

─Vaya, qué casualidad─sonreí.

─Parece que hay algo más─señaló su padre un papel que había dentro.

Leyó la tarjeta y se puso rojo como un tomate. Su madre le preguntó por el contenido de la misma, y se puso blanco como la cera. Tanto cambio de color no creo que le fuera a sentar bien. Lo guardó todo rápidamente y anunció que yo me quedaba a dormir. Después, me agarró del brazo y me pidió que subiéramos. Asentí satisfecho y me despedí de mis suegros. Aún era pronto para que ellos lo supieran, pero yo los consideraba eso.

Ya en su cuarto, Marcos me abrazó con todas sus fuerzas y me lanzó a su cama. Qué gracioso era. Igual que un niño.

─¿Qué pasa? ¿Quieres hacerlo?─me burlé un poco.

─Lo siento.

─¿Y eso?

─Yo no te he comprado nada─admitió triste.

─Eh─lo senté encima de mí y le agarré de la barbilla─, tú ya me has dado el mejor regalo que podías darme.

─¿Vas a decir que el mejor regalo soy yo? Qué cursi y repetido─sentenció irónico.

─No, el mejor regalo no eres tú─ladeé la cabeza─, porque tú no eres un objeto. El mejor regalo es cómo me besas, cómo me llamas, cómo me abrazas. El mejor regalo, en definitiva, es que pueda disfrutar de todas esas cosas, o lo que es lo mismo, que estés a mi lado.

Ahora fue él el que me besó a mí, y después susurró mientras me abrazaba con todas sus fuerzas:

─Feliz Navidad, David.

La tarjeta cayó al suelo mientras nos besábamos, y ahora, al estar boca arriba, se podía leer: “Marcos, no puedo vivir sin ti. Te necesito. Te quiero. Te amo. Por favor, vuelve a mi lado para que pasemos juntos una feliz Navidad”. Y así fue, esa fue la Navidad más feliz de mi vida.

 

FIN

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