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El diario de mi inocencia el día de San Valentín

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Diario de una adolescencia gay

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Un relato del Enterrador

 

Especial: El diario de mi día de San Valentín

 

★♥♥♥★

El diario de mi inocencia en el día de San Valentín

★♥♥♥★

 

Creo que aquélla fue la mañana más feliz de toda mi vida. Como Rick no podía ir al instituto por culpa de su enfermedad y mi hermano se iba a quedar para cuidarlo, nadie vino a levantarme. Fue la primera vez, desde que era un niño pequeño, que tuve que ponerme el despertador. Y no entendí, en el momento en el que sonó, por qué la gente suele tratarlos con tanta violencia. A mí sus pitidos me supieron a gloria. Jo, me faltó llorar de la felicidad. Para mí levantarme a las siete es como si una persona normal se levantara a las 11:30. Estaba totalmente a rebosar de energía.

Pegué un salto de la cama y me vestí entonando la famosa canción “Let it go” de Frozen; bajito, claro, por si Peter o Rick me oían. Me lavé dientes y cara para después bajar y prepararme el desayuno. No sabía muy bien cómo hacer las tostadas, de modo que, como todo niño caprichoso al que se lo suelen dar todo hecho, pensé en irme sin desayunar. Sin embargo, recordé que había un par de kit kats en el armarito, de modo que los cogí y me los llevé para el camino.  

Al no tener que ir corriendo para seguir los apresurados pasos de mi hermano mayor, pude disfrutar del paseo al instituto e incluso pararme con un par de gatos callejeros. Lo malo es que todos huían de mí. Jo, si yo no les iba a hacer nada… Entonces dispuse que no podía perder el tiempo con distracciones. Debía concentrarme en mi plan. Así es, aquel día era San Valentín, un día como otro cualquiera para aquéllos que no están enamoradas; mas yo lo estaba, estaba enamorado de Axel, y quería pasar el día de los enamorados con él.

Me daba un poco de cosa por Rick, porque seguía malito; no obstante, aquel día era especial, de manera que no podía quedarme con mi hermano a cuidar de él. Prometí preocuparme al día siguiente de su estado. Por otra parte, la situación del novio de Peter me proporcionaba, por así decirlo, una coartada perfecta para faltar al insti, pero a mí no me importaba renunciar a todo ello por Axel. Puede parecer poca cosa, pero si un adolescente sacrifica un día de vaguear por otra persona, se trata de amor verdadero. Así están las cosas en la sociedad actual.

Me sentí muy feliz al llegar al aula y ver que la mayoría de mis compañeros ya estaban allí. Normalmente esperaba un rato largo hasta que empezaban a llegar los primeros. Y mi júbilo no hizo más que aumentar al ver a Jordan y a su novia besándose distraídamente en su mesa, a ojos de todo el mundo. No me malinterpretéis, no es que me pusiera contento su alborozo; es que si estaban ocupados en sus asuntos de lengua, no repararían en mí, y me dejarían en paz. Aquél parecía un día feliz, al menos hasta ese momento.

Entonces llegaron los gemelos, Mark y Dylan. Siempre llegaban a la vez, uno junto al otro, en perfecta simetría, de manera que parecían los dos lados de un espejo. Es curioso, puesto que a pesar de ser idénticos el uno al otro con la exactitud de dos jarrones nacidos del mismo molde, se les diferenciaba fácilmente. Nadie los confundía, y todo por sus expresiones. Mark siempre tenía un gesto enérgico, alegre, y hasta apasionado; mientras que Dylan parecía aburrido en todo momento, con semblante taciturno, frío y desinteresado. Podían ser iguales por fuera, pero diferían mucho el uno del otro por dentro.

Yo, desde que los conozco─de vista, claro─, he tenido mucha curiosidad por ellos. Quería ser su amigo; aunque, claro, es imposible. Ellos, al igual que el resto de la clase, me ignoran. Aun así, tenía la sensación de que Mark sí que albergaba cierto interés en mí, ya que lo había visto dirigirme alguna mirada; sin embargo, su hermano era el que más pasaba de mi presencia de toda la clase.

En los diferentes altercados que suelo protagonizar, muchos miran, y otros, aunque apartan la vista, observan de reojo, nerviosos. Pero él no. Él mantiene sus ojos lejos de mí y ni se inmuta. Es como si no quisiera ser consciente de lo que pasaba. Bueno, en el fondo era la actitud que todos sostenían ante la situación.

Ese día Jared no vino a clase. ¿Se podían aliar los astros de mejor manera para proporcionarme la más grande fortuna? Supuse que después de tantos días malos, Dios me estaba recompensando con un día bueno, puro, brillante y próspero.

Sentado en mi silla con la comodidad del conejo que se encuentra a salvo en su madriguera, me dejé llevar por mis pensamientos mientras las clases iban pasando. No tenía medios para darle a Axel un buen día de San Valentín; pero aun así, quería pasarlo con él, de modo que dispuse mentalmente cómo iba a actuar ese día.

Y, cuando tocó la sirena anunciando que era la hora del almuerzo, seguía sin tener una idea clara de qué hacer. ¡Qué mal! Hay veces en las que el cerebro no colabora, y en esas veces, es mejor no forzarlo, y dejarse llevar. Me dirigí sin un plan determinado a la azotea; sabía que lo encontraría allí. Y precisamente porque sabía que estaba allí, me aterraba la idea de ir. Es decir, si estuviera solo, no tendría problema, pero con todos esos amigos suyos de tan malas pintas… No es que piense que la apariencia de una persona refleja su forma de ser, aunque supongo que influye un poco, ¿no? Quiero decir… Si alguien lleva traje es porque va a un sitio elegante, y si va a un sitio elegante con traje es porque sabrá comportarse de forma educada. O, al menos, sabrá fingirlo. Por el contrario, si alguien va hecho un basilisco, con una sudadera manchada de ketchup, se dirige a algún sitio donde les da igual el aspecto, e incluso les puede dar igual todo. Y creo que no hay nada más peligroso en el mundo que una persona no sienta apego por nada, porque esas personas no tienen nada que perder, y son capaces de hacer lo que haga falta. Quizás soy un clasista, pero opino que hay que cuidar un poco las pintas.

Divagando sobre este asunto, me levanté de mi asiento y me dirigí, cual viajero que se deja llevar por los azarosos brazos del viaje, a la guarida de esos chicos. A pesar de que en aquel momento mis ojos proyectaban lo que transcurría en mi mente, todavía podían ver, aunque sin realizar un análisis detallado, el pasillo, que me resultaba más largo y oscuro que de costumbre. La gente que se encontraba a mi alrededor era invisible para mí en ese momento. Entre los nervios y los pensamientos absurdos, nacidos de la inquietud hacia mi encuentro con Axel, no podía fijarme en nada. Finalmente, llegué ante aquella extraña puerta que anunciaba: “Si entras, mueres”. Tragué saliva y llamé con el puño. Jo, estaba que se me iba a salir el corazón.

─Contraseña─contestó la misma voz que me recibió la última vez que estuve allí, la que tenía acento sudamericano.

Supuse que me reconocería si hablaba normalmente, de modo que tensé la garganta y con la voz más grave que pude fingir espeté:

─¿Qué mierda dices? Ábreme o tiro la puta puerta abajo.

Me respondió el silencio, que se prolongó durante al menos un minuto. Nervioso, comencé a impacientarme. Y justo cuando iba a tocar en la puerta de nuevo, una voz me habló, la voz de Axel:

─Lárgate.

Fruncí el ceño molesto. ¿Por qué era tan antipático? Yo que había ido para celebrar San Valentín con él, y así me lo pagaba… Pero no iba a rendirme. Tiré de la manivela de la puerta, y, tal como sospechaba, estaba cerrada. Entonces, volvió a repetirme que me largara.

─¡Axel!─le reprendí enfadado─. Ábreme. Quiero hablar contigo.

─Llevas un par de meses dándome por culo, y ya te he dicho mogollón de veces que no me interesas en absoluto. ¿Cuándo vas a dejarme tranquilo?─preguntó con un tono calmado, y hasta despectivo.

─Me gustas, ¿sabes? Y me han dicho que debo luchar por lo que me gusta. ¡Así que no pienso rendirme!

─¿Te han dicho?─repitió con malicia─. De modo que sólo haces esto porque te lo han dicho. ¿Es que no tienes personalidad? ¿Te dejas guiar por los consejos de los demás ciegamente? ¿Así es como piensas vivir tu vida? Bueno, no se puede considerar “tu vida”. Sería como si tuvieras una mascota, pero le pagaras a otro para que te la cuidase. ¿A quién crees que considerará el bicho en cuestión su amo, al cuidador o a ti?

No pude evitar sonreír ante lo que había dicho. Era bastante irónico que, precisamente él, me dijese eso.

─Axel, amarte es lo primero en mi vida que he decidido por mí mismo.

─¿Has decidido amarme? ¿Crees que el amor es algo que…?

─No─le interrumpí─. Tienes razón. No es eso… No me he expresado bien. Quizás yo no decidí amarte, pero lo que sí he decidido es que quiero estar contigo.

De nuevo se presentó en mis oídos el silencio. Me sentía algo raro. No sabía que hablar acerca de tus sentimientos con la persona a la que quieres dejara colocara a tu cuerpo en tal situación extraña. Sentía los ojos cansados, pesados; el pecho arder y sentía una sensación de sosiego impaciente. Mi rostro se tensó en una mueca de desamparo. Tenía la sensación de que me estaba exponiendo demasiado, de que me estaba entregando demasiado a él, de que estaba siendo débil.

Pero lo más perturbador de todo es que esa sensación no me parecía negativa, sino todo lo contrario, puesto que significaba tanto que, aun si acabara conmigo, aun si jugara con mis sentimientos, aunq si sólo me utilizara como un pasatiempo, disfrutaría del tiempo juntos de la manera más amplia y jovial. Sólo era una de esas reflexiones relámpago que te pasan por la mente. En realidad, como todo el mundo, no quería que me hiciese daño.

La puerta, cohibida por cierto temblor inherente a la duda, se abrió dejando paso a una cara desconocida al otro lado. Al decir desconocida me refiero a que no conocía el nombre de ese chico, pero sí que lo había visto en la azotea la última vez. Es más, recordaba que presencia cómo seguía al bibliotecario, ese adicto a los bocadillos. Me recibió con aire desganado y salió en dirección al pasillo sin cerrar la puerta. Yo aproveché para entrar. Eso no podía ser casualidad; debía estar planeado para que yo entrara, ¿no?  

Atrevesé el umbral y una penetrante luz me cegó por completo; era la luz del Sol. De nuevo una sensación psicodélica y extravagante me hizo presa. En el suelo, de forma bastante desordenada, estaban sentados un montón de chicos y chicas, bebiendo y fumando, y riendo y removiéndose, y saltando y pegándose, y abriendo sus bocas y sus ojos lo máximo posible.

Toda esa perversidad que me horrorizaba contrastaba con el cielo, que se mostraba apacible y tranquilo, bendiciéndoles con el regalo de los rayos del Sol. No voy a mentir; ese sitio parecía el paraíso, aunque en una forma muy distinta a como yo creía que debía ser el paraíso. Todo el mundo hacía lo que quería, tocaba lo que quería y manchaba lo que quería. Se entrelazaban los unos con los otros sin importar el sexo, interponiéndose entre ellos, dándose codazos o caricias e inhalando el humo que iba escapando de las bocas de sus compañeros. Parecían un solo organismo grotesco y pecaminoso. No entendía a esa gente. ¿Qué placer podían encontrar en eso? ¿Qué placer podían encontrar en la abstracción perpetua?

“Yo he tenido una vida difícil, y aun así jamás caí en las drogas o en el alchohol”, pensé, “Pero igual he probado otros medios de evadirme de la realidad sin darme cuenta. Es cierto, todo el mundo lo hace. La televisión, los videojuegos, el cine, la literatura, la pintura… Todo eso nos transporta a mundos imaginarios en los que dejamos atrás el ‘nosotros’ y nos fundimos en un ‘todo’. No obstante, visitar otros mundos no es la única forma de dejar atrás nuestro propio ser. Sin ir más lejos, el sexo es una de las mejores formas de hacerlo. Es lo que yo hacía. Me entregaba a Jared sin más, porque, en las ocasiones en las que nuestros cuerpos se unían, olvidaba todos mis problemas, olvidaba mi propia existencia, mi propio yo. Me fundía en una única figura con él, un único ente, y así tenía la sensación de que no estaba solo, de que había alguien a mi lado; era una falsa sensación de amor que se convirtió en el sustento de mi vida. Aunque parezca mentira, no tenía sexo por el placer del sexo en sí, sino por la posibilidad de dejarlo todo atrás y tan sólo dirigir mis pensamientos a aquel acto, aquel roce, aquel gozo, aquel sentir”.

El aire de ese sitio debía haberme hecho flipar momentáneamente, porque mi cerebro había divagado todo eso en una milésima de segundo. Y eso que estaban en un sitio abierto. Si llego a olerlo en un sitio cerrado, me desnudo y bailo “Part of your world” delante de todos. Vi a Axel apoyado contra la pared de la pequeña estructura que conectaba con el resto del edificio, y me acerqué a él con paso lento. Como era habitual, tenía los brazos cruzados, la cabeza gacha y un aire ausente en el rostro. Al llegar a su lado, no me dirigió la palabra. Es más, ni siquiera alzó la cara.

─Oye─protesté─, mírame al menos.

─¿Cómo has entrado?─musitó con expresión severa, pero en la misma posición.

─No me creo que ese chico haya salido por casualidad. Tú querías que entrara─sentencié en tono triunfal.

─Mmmm… Veo que Rex ha salido. Le encanta joderme. Será eso─aclaró con indiferencia.

─Puedes decir lo que quieras─en un gesto altivo, alcé, con los ojos cerrados, la cabeza─. Sé que me querías aquí.

─Lo que tú digas, Colombo. ¿Y se puede saber qué coño haces aquí?─se incorporó fijando sus gélidos ojos en los míos.

Punto para mí. Conseguí que me me prestara atención.

─¿Cómo que “qué hago aquí”? ¿No sabes qué día es hoy?─inquirí tornando mi geso en uno más severo.

Una fuerte risotada estalló en su boca, cargada de lo que me pareció crueldad y burla. Le atravesé con la mirada, pero esto sólo provocó que no cesara en su risa, y la continuara por más tiempo.

─No le veo la gracia─aseveré.

─Anda, piérdete, que no quiero tener que ponerme violento con alguien tan cachondo─dijo arrugando la frente.

─¡N-no estoy de broma!─alcé la voz notando cómo comenzaba a encolerizarme.

─Vamos a ver, bebé llorón, tú aquí no pintas nada. Aquí hay drogas─y señaló a un chico que estaba fumando─. ¿Ves? Eso es marihuana. ¿Qué pasa si tu queridísimo hermanito te pilla? Te castigará sin biberón.

─¡No soy un bebé! ¡Y mi hermano no me manda! ¡Puedo hacer lo que quiera! ¡Si me da la gana, incluso podría drogarme!─sentencié llevado por la indignación─. ¿Porque qué es la libertad sino el hecho de poder hacer lo que quieras, para bien o para mal? Libertad es no dejar que un tirano te gobierne, no permitir que un militar te apunte, no conceder que un cualquiera te maltrate, pero también es el derecho a condenarse, a destruirse, a aniquilarse.

Esas palabras me parecieron absurdas conforme salían de mi vida, pero quería caerle bien; deseaba tanto que se mostrara simpático conmigo, que estaba dispuesto a cualquier cosa; incluso a retar a mi hermano o a que me arrastrara a su mundo, tan podrido y oscuro.

─¿En serio?─preguntó con tono sarcástico─. Hagamos la prueba.

Caminó hacia uno de los chicos que estaban sentados, un chico negro, y le pidió un mechero y lo que parecía ser un porro; volvió a donde yo estaba y me colocó ambas cosas en la mano. Después no dijo nada más; simplemente me miraba con los labios fruncidos en una sonrisa cruel.

Alcé la vista hacia él, con aspecto de no poder creerme lo que hacía, mas eso no hacía que su semblante cambiara un ápice. Dirigí una mirada rápida a lo que tenía en mis manos. Las drogas son malas… Es posible que una calada pueda resultar inofensiva; sin embargo, también podría conllevar consecuencias catastróficas. No quería hacerlo. No podía hacerlo. Jo, ¿por qué no podía entenderme? ¿Por qué no podía quererme por lo que era?

Las manos me temblaban, se me difuminaba la visión. Sentía como pequeños pinchazos por todo el cuerpo, y un fuerte picor emanaba por doquier. Pero si debía echar mi vida a perder por él, que así fuera. Después de todo, mi vida sin él no iba a tener sentido de todas formas. Me puse ese extraño cilindro mal hecho en la boca e intenté encender el mechero, sin éxito, porque era la primera vez en mi vida.

Como no podía, fui a pedirle ayuda, y, de repente, me di cuenta de que su cara había cambiado: sus cejas estaban fruncidas, sus dientes apretados, su labio superior ligeramente alzado y sus ojos, antes fríos y níveos, ahora parecían incendiarse con el ardor de un aparatoso incendio.

Me sacó esa cosa de la boca y la arrojó al suelo; acto seguido, me agarró de ambas mofletes con una sola mano, con fuerza, y me estampó de forma ruda contra la pared. Un oleada de miedo recorrió mi cuerpo. Su gesto era feroz. Parecía a punto de descuartizarme.

─¿Eres gilipollas o qué?─espetó.

─¿Q-qué pasa?─respondí alarmado.

Rechinó los dientes y palpó mis mejillas durante unos instantes, cosa que me puso un poco nervioso. Y no sabía si era por el temor que me infundía o porque me estaba haciendo ilusiones.

─Espérame en la puerta del instituto a la salida. Te acompañaré a tu casa─dijo en tono de orden. Y, al mismo tiempo, me soltó.

─¿Sólo eso? ¿Y no podemos…?

─No. Ahora piérdete.

Mis labios dibujaron el júbilo en mi boca por sí solos, sin yo pedirlo. Puede que no fuera mucho, pero significaba mucho para mí, era un gran avance. ¡Era un milagro de San Valentín! Axel, por su parte, me hacía un gesto con la mano para que me fuera. Así lo hice. Sin embargo, estaba como en una nube. Por fin iba a quedar con él, aunque fuera sólo en el trayecto a casa. No podía ocurrir en el mejor momento, puesto que Peter no había ido a clase.

Espera, ¿él lo sabría? Claro, mi hermano estaba en su clase. ¡A lo mejor lo tenía hasta planeada! ¡Jo, qué contento estaba, qué alegría me iluminaba! ¡Aquél parecía el mejor día de mi vida! Por fin podríamos pasar un rato a solas. La verdad es que tenía pensado rendirme con él si no obtenía nada ese día, pero, visto lo visto, tenía una oportunidad. ¡Eso había que celebrarlo! ¡Pensaba contárselo todo a Rick! No delante de Peter, ya que seguramente me castraría con la visión de sus pupilas encolerizadas; pero se lo contaría.

Mientras yo me perdía en el pasillo del instituto con la mente al borde de dar saltitos para desplazarme, los amigos de Axel se le acercaron con clara intención de mofa.

─Te has ablandado, ¿eh?─señaló Robert.

─Tienes una cita, ¿eh? ¿Se van a agarrar las pijas el uno al otro?─añadió el chico de acento sudamericano.

Axel guardó silencio con una pose calmada.

─”Te quiero, Axelzuelo”─dijo Robert en tono acaramelado cogiendo al otro chico de la mano y poniendo morritos.

─”Yo más, bebé. Mi querido Justiniano”─le respondió el joven con la misma actitud.

Entonces el aludido alzó una ceja y echó a andar hacia la puerta de la azotea.

─¿A dónde vas?─preguntó Robert.

─Tengo que hablar con Jared. Ahora.

─Hoy no vino a clase. Ayer tuvo una pelea, y no quería venir con un puñal clavado en la nalga─le informó el otro─. ¿Qué planeas?

─Nada. Puede esperar. Supongo. Pero espero que ese mocoso no se haga ilusiones: lo acompaño a casa y punto. Nada más.

─Axel, ¿por qué te haces el difícil?─cuestionó Robert─. Está claro que…

─El castigo por el pecado que cometí es no volver a hallar la felicidad nunca, y mucho menos el amor.

─Castigo autoimpuesto─suspiró Robert.

─Lo que sea.

─Yo sólo digo que, poquito a poquito─añadió su amigo─, te estás volviendo más puto, y todo por ese niño.

Axel cerró los ojos y meditó para sus adentros lo que debía hacer. Por mucho que le costara admitirlo, por mucho que quisiera desprenderse de ese sentimiento, sentía algo por mí; y eso no iba a poder ignorarlo siempre, por muy duro que fuera él. La única manera de librarse de mí era haciéndome daño, un daño certero, profundo y persistente. De esa forma, me alejaría de él para siempre. Ya se le había ocurrido un plan; no obstante, le parecía demasiado cruel.

Sin embargo, no le quedaba otra; iba a destruir mi corazón para que jamás volviera a palpitar por él. Y para ello debía hablar con una persona. Aquel día, el más feliz de mi vida, se decidió lo que pasaría el que sería el peor de la misma, se decidió que Axel debía hablar con Jared Davis.

 

CONTINUARÁ...

 

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