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El diario online de Marcos García 10

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Diario de una adolescencia gay

_______________

Un relato del Enterrador

 

El diario online de Marcos García 10: Trabajo offline

 

Ya llevaba un par de meses saliendo con David. Ambos teníamos unas vidas muy ocupadas, cosa que nos impedía vernos a menudo. Bueno, vale, yo no estaba ocupado; me pasaba las tardes en casa, pero él no me pedía salir. Yo sabía lo que pasaba. David se había arrepentido de salir conmigo. ¿Si no, por qué no lo habíamos hecho aún? Aunque la culpa es mía; no debería haberme hecho ilusiones con un hetero.

 

¿De verdad pensaba que David, el chico más guapo de clase, que podía tener a la chica que quisiese; me iba a elegir a mí? Por supuesto que no. Incluso había perdido las ganas de disfrutarlo. No podía hacerlo, pues cuando estaba con él sólo podía pensar en que no tardaría en acabarse. Últimamente, como Jones comía con Wright, nosotros comíamos juntos en la cafetería, sin embargo, aparte de eso, sólo nos veíamos por las mañanas cuando íbamos juntos al instituto y por las tardes cuando me llevaba a casa.

 

Por las conversaciones que teníamos, parecía que sólo quería un amigo. No digo que no me apreciara, no obstante, nunca iba más allá. Lo máximo que hacía era ponerme la mano en el hombro. Yo siempre deseaba más. Quería que me tocara, que me acariciara, que me besara… Claro que eso no pasó.

 

Sabía que perdía en tiempo con él y, aun así, no podía dejarlo. Algo en mí me decía que quería estar a su lado aunque él no estuviera interesado en mí. Patético, ¿no creen? Con el tiempo, fui cogiendo una depresión y todo. Me pasaba las tardes encerrado en mi cuarto leyendo mangas yaoi y recreándome en mi dolor. Deseaba lo que leía en ellos: un chico decidido y cariñoso que me quisiera. ¿Por qué no podía tenerlo? ¿Por qué estaba condenado a ser siempre infeliz?

 

Yo, por supuesto, no iba a cortar con él. Si él no me dejaba, yo me dejaría llevar todo el tiempo que él quisiera. Inevitablemente, acabaría dejándome, pero al menos podría echarle la culpa a él de que no funcionara y eso me provocaría alguna mínima satisfacción. Cuando estoy triste siempre busco a quién echarle la culpa, porque si no lo encuentro, me culpo a mí mismo. Así somos las personas.

 

Aquella mañana, como en todas las otras, intentaba parecer alegre y lleno de energía. Los tipos depresivos como yo no gustamos a nadie, de modo que intentaba a agradar a David sonriendo mucho y mostrándome vitalista. Vamos, que me mostraba a él como él era conmigo.

 

Hablamos sobre tonterías sin sentido. ¿Y de qué otra cosa podíamos hablar? No teníamos nada en común. Intenté sacar el tema de las típicas series que le gustan a todo el mundo como “Big bang theory” o “Two and a half men”, pero me dijo que no veía la tele porque no tenía mucho tiempo con sus trabajos.

 

Sus trabajos… Nunca me decía por qué necesitaba tener varios. Eso significaba que no confiaba en mí. Es cierto que yo tampoco le preguntaba, pero claro, yo lo último que quería era parecerle un cotilla. Vaya cosas, él lo sabía todo de mí, ya que no me sentía capaz de esconderle nada; y yo, por el contrario, no sabía nada de él.

 

A llegar a clase, me dijo que tenía que preparar unos materiales del club de fútbol, así que se fue y me quedé solo. Aunque, en realidad, no tardé mucho en volver a estar acompañado, pues Peter Wright entró por la puerta con su habitual sonrisa de superioridad y un periódico en la mano.

 

─Vaya, hola, Marcos─dijo alzando el brazo en señal de saludo.

 

─Hola, Wright─le respondí con indiferencia.

 

─¿Sabes? Me ha dado por leerme la prensa escolar. Manías que le dan a uno.

 

─Y a mí me parece genial, pero es que no me importa tu vida─sonreí irónicamente.

 

─Mi vida no. Pero la de David puede que sí, ¿no?─alzó una ceja.

 

Decidí no responder. Era una pregunta trampa seguro. A Wright le complació más mi silencio que cualquier cosa que pudiera haber dicho. Vaya por Dios, tenía que haber dicho algo. Dejó caer su mochila en su asiento con un movimiento rápido y dio un par de pasos para acercarse a mí. Colocó el periódico sobre la mesa y señaló una noticia.

 

─Alan Parker lleva los deportes. Mira su último artículo.

 

Leí el artículo por encima. Decía que los miembros del club de fútbol iban a estar muy ocupados porque tenían un torneo muy pronto y que, por ello, no podrían ver a su familia y amigos. Alcé la vista hasta los ojos de ese maldito arrogante y le reté con la mirada, cosa que hizo que soltara una buena carcajada.

 

─Es una pena que no puedas ver a David en un tiempo. Ese cuerpazo suyo es muy fácil de añorar, ¿no crees?

 

De nuevo no respondí.

 

─Dime─susurró apoyándose la mesa─, ¿cuánto lleváis saliendo?

 

En ese momento, la puerta se abrió y apareció Jones, que parecía un poco extrañado de vernos juntos. Wright le dijo que se acercara a nosotros y le conté lo mío con David. Me tenían harto, así que lo acabé soltando. Los odiaba a los dos. Mucho. Jones intentó animarme con lo de David e incluso me defendió de Wright. Después, cada uno se fue a su sitio.

 

No es como si ya me importara que David no pudiera verme. Era lo de siempre. Al menos, eso creía. Sin embargo, me entraron muchas ganas de llorar en ese momento. Al rato, comenzaron a venir alumnos: Penélope, Axel, Alice… y David. Se sentó junto a Jones y comenzaron a reírse, como siempre. Me preguntaba si algún día yo conseguiría hacerle reír de la misma manera.

 

─────────────────────────────────────────────────────────

 

Quise hablar con David mientras almorzáramos, sin embargo, me dijo que tenía asuntos que atender en el club de fútbol y que no podría comer conmigo. Qué triste. ¿Saben ustedes que David es el único del club de fútbol que almuerza en la cafetería? El resto lo hacen en el club. Al principio lo hacía para estar con Jones, pero después, quizás, sólo quizás, lo hacía para estar conmigo.

 

¿Me quería o no me quería? Puede ser que solamente me apreciara como amigo. Puede, incluso, que lo único que sintiera por mí fuera pena, pena por un pobre chico gay que le anhelaba y que jamás le tendría. Me estaba comiendo la cabeza con esas cosas mientras cogía mi comida cuando, de repente, Alice apareció a mi lado.

 

─Hombre, por fin te veo solo. Desde que te has hecho tan amigo de David me siento un poco abandonada─sentenció.

 

No tenía ninguna razón para estar con ella. Era mi amiga, sí, pero David era a quien yo quería, por lo que era normal que quisiera pasar todo mi tiempo con él y nada más que él. Quizá debería haberle contado que era gay, debía haberle contado que estaba con David. Así puede que no le diera falsas esperanzas. No sé qué se debe hacer cuando alguien a quien no correspondes se enamora de ti.

 

Si te alejas, se pone triste; si sigues como si nada pasara, le das falsas esperanzas. No lo entiendo. ¿Qué carajo tengo que hacer? Supongo que, en realidad, no hay nada que pueda hacer; sólo fingir que no me doy cuenta. Eso, en cierto modo, es lo que estaba haciendo David; estaba fingiendo que no sabía cuánto le quería.

 

Yo no puedo culparlo, pues, aunque me dé falsas esperanzas, soy yo el que vuelve a por más sin preguntarle lo que siente por mí. Lo único que hago es seguir con él y rezar para poder estar a su lado para siempre. A veces me lo imagino subido en un caballo, como un príncipe. Viene a recogerme y a llevarme lejos, a un enorme castillo en el que seremos felices para siempre. Los sirvientes son todos americanos y los maltrato como ellos maltratan a los extranjeros. Un mundo ideal… con David.

 

─Bueno, nadie te ha dicho que te alejes. Eres tú la que te aislas cuando hablo con alguien más─respondí cogiendo una bandeja.

 

─Pasas de mí. No lo intentes esconder.

 

─¿Acaso tengo que prestarte atención las 24 horas? No eres el centro de mi vida─suspiré.

 

Que le dijera eso no le sentó nada bien. Se pasó el resto del almuerzo comportándose de forma rara: respondiéndome con monosílabos y apartándome la cara. Ella es la clase de persona que se enfada por todo. Además, como es tan posesiva, odia verme con más gente. Dios, ni que estuviera casado con ella…

 

Aún así, se sentó a mi lado en una de las mesas del comedor. Como me molestaba su actitud, yo tampoco le dirigí la palabra. ¡A ver quién era más cabezón! Mientras asesinaba las albóndigas que hoy había de comida, yo pensaba, para variar, en David. Me preguntaba si a partir de ahora las cosas serían así, si iba a estar todos los días en ese club sin prestarme atención.

 

De nuevo sonó la campana avisándonos de que debíamos volver a clase. Una vez allí, Alice se puso a hablarme otra vez, aunque algo molesta aún. Yo la ignoraba mirando a Jones, pues estaba solo. Esperaba que David viniera. Cuando lo hizo, un rato después, no pude evitar sonreír. Creo que fui demasiado exagerado, porque Alice se me quedó mirando raro.

 

Tenía pensado hablar con él sobre lo del club de fútbol, pero, al terminar las clases, cuando me acerqué a él, me dijo que tenía que volver al club una vez más, que lo sentía mucho, pero que estaban preparándose para el torneo y tendría que quedarse hasta tarde. No pude siquiera recriminárselo, pues en ese momento sentí que mi cuerpo se quedaba sin fuerzas. Asentí y me fui, no sin antes escuchar su efusivo: “¡Adióoooos!”

 

Sus palabras de despedida retumbaban en mi cabeza de camino a casa. O, mejor dicho, era su voz la que lo hacía, su dulce voz. Iba a perderlo, estaba seguro, y más pronto de lo que pensaba. Estaba tan concentrado en mis pensamientos pesimistas que me iba chocando con farolas a cada rato. Unos niños hasta se rieron de mí. Me dieron ganas de darles una patada en la cabeza, pero me controlé.

 

Ya cerca de mi casa, observé a un anciano que leía el periódico sentado en un banco. Ojalá fuera viejo. Los viejos no tienen que hacer gran cosa, sólo estar. Ya han pagado su servicio a este mundo y, después, simplemente están. ¿Por qué no es suficiente con estar? La gente siempre presiona a los demás. Yo quiero ser libre como un anciano, libre del mundo.

 

Qué feliz estaba leyendo tan campante los deportes.

 

─Cómo envidio a estos reporteros─se quejó el anciano en voz alta─. Pueden estar cerca de los jugadores e ir a sus fiestas. Los hay que hasta se casan con ellos. Yo me casaría encantado con una de esas muchachas jugosas del volley-playa.

 

Ese viejo verde me acababa de dar una idea genial.

 

Corrí en dirección al instituto y me dirigí a la sala del club de periodismo. Sólo tenía un nombre: el tal Alan Parker. No sabía quién era, pero era mi salvador. Supuse que me harían trabajar de becario o algo hasta que pudiera demostrar mi valía; entonces le arrebataría el puesto a ese Alan. Era mi salvador y también mi peor enemigo.

 

Toqué en la puerta y no obtuve ninguna respuesta, así que giré el picaporte y entré. Dentro, pude observar la estancia. Era un aula llena de mesas sobre las cuales había máquinas de éstas que sirven para imprimir periódico. Se accionaban con unas manivelas que había que girar. Al fondo, había un escritorio, y tras él, una enorme pizarra en la que ponía repetido un millón de veces: “Sólo la verdad y nada más que la verdad”. Sobre el escritorio había un montón de papeles. Se notaba que quien llevara eso no era muy ordenado.

 

Dándome un susto de muerte, la silla que había tras el escritorio se giró y apareció una persona que sonrió al verme.

 

─¡Qué susto me has dado!─grité.

 

─La teatralidad es muy importante en el periodismo. Dime, ¿qué quieres?─preguntó recogiendo un poco las papeles.

 

─Quiero ingresar en el club. Me gustaría trabajar en deportes.

 

─¿Deportes?─me señaló la silla para que me sentara─. Me temo que esa sección la tenemos ocupada.

 

─¡Vamos, por favor! ¡Lo necesito! Puedo ser ayudante de Alan al principio y después…

 

─No creo que Alan quiera─sonrió ligeramente.

 

Era un tipo raro. Tenía tanta vergüenza que no me mantenía la mirada; sólo mantenía la vista en su escritorio, aunque en realidad no estaba ordenando mucho, por lo que deduje que sólo era para huir de mí.

 

─Hablaré con él─solté decidido.

 

─Ya lo estás haciendo.

 

─¿Eres Alan Parker?─pregunté extrañado. Podía haber empezado por ahí. Vaya tipo más extraño.

 

─Así es. El presidente y único miembro del club de periodismo─me ofreció la mano.

 

─Yo soy Marcos García─le di la mía.

 

─¿Un latino? Bueno, puedes encargarte de las noticias internacionales. ¿De dónde eres? ¿México? ¿Costa Rica? ¿Uganda?

 

─En primer lugar, Uganda no está en Sudamérica. ¡Y en segundo lugar, soy español! No me gusta que nos confundan. ¿Te gustaría a ti que te preguntara si eres inglés?─le reprendí de malas pulgas.

 

─De hecho, lo soy. Mi familia y yo somos de Oxford─se rió.

 

─Bueno, volviendo al tema, si eres el único miembro, déjame a mí los deportes y tú encárgate de lo demás─le pedí.

 

Se cruzó de brazos y se reclinó en la silla con los ojos cerrados, pensativo.

 

─Resulta que los deportes es mi sección favorita.

 

─Oh, vamos, por favor, por favor─le supliqué.

 

─Haremos una cosa: de momento, serás mi ayudante. Si me demuestras que vales, igual te dejo los deportes.

 

Acepté, pues era la mejor oferta que tenía por el momento. Nos volvimos a dar la mano para cerrar el trato y me dijo que lo acompañara a los clubs deportivos para que le demostrara de lo que era capaz. Asentí y nos fuimos.

 

Primero me llevó al club de balonmano, done me hizo varias preguntas sobre la mecánica del juego. No tenía ni pajolera idea. Sacó una libreta del bolsillo y, con expresión severa, apuntó algo. Intenté observar con atención el juego para así quedarme con más detalles del mismo. Puede que no supiera nada de él, pero mejoraría. ¡Por David!

 

La verdad es que me pareció un juego bastante aburrido. El capitán, un chico bastante guapo, aunque, evidentemente, no más que David, había separado el entrenamiento en chicos y chicas. Sin embargo, uno de los chicos jugaba con las niñas. Pobre chaval, sólo por tener mala forma física ya lo condenaba a eso. Seguro que los demás se reirían de él. No veía bien eso de la separación de sexo y, menos aún, si se hacía distinción con alguien de algún sexo.

 

A continuación, fuimos al club de volleyball. Eran todas chicas, así que no les presté mucha atención. Todas saludaron efusivamente a Alan, y él se quedó rígido. No parecía el tipo de persona apropiada para hacer entrevistas. Era extremadamente tímido. Me preguntó sobre la mecánica del volleyball y tampoco le supe responder. Escribió algo de nuevo en su cuaderno. Me da a mí que si eso era un examen, no iba a aprobar.

 

Tras una serie de clubs que me aburrieron bastante (menos el de natación, en el que me pude recrear con los abdominales de los tíos), llegamos por fin al club de fútbol. Alan me informó de que se estaban preparando para un torneo y que no podíamos molestarlos mucho, pero que quería enseñármelo.

 

Al abrir la puerta del gimnasio, pude ver la majestuosidad de esos chicos con mis propios ojos. En un lado, David con unos chicos de primero y, en el otro, los más veteranos. Estaban entre ellos ese chico que me pidió ayuda, el tal Mark; Eric; Tyler y otro que no conocía, quien hacía de portero. Y en los bancos había una chica que anotaba cosas en su libreta mientras miraba el partido.

 

Éste estaba en su punto álgido, pues todos estaban sudando. Mark tenía el balón y se lo pasó a Eric, que estaba cerca de la portería contraria. Justo cuando iba a rematar, Tyler le gritó que se la pasara, pero, antes de poder reaccionar, David le quitó el balón y subió solo a la portería contraria. Sus compañeros de equipo eran bastante lentos.

 

Mark corrió con todas sus fuerzas hacia David y éste le regateó. Tyler le gritó algo y Eric miró mal a este último, pero ya nadie podía detener a David. Delante de la portería dio un fuerte chute y lanzó la pelota hacia ésta.

 

Cuando todos pensábamos que eso era gol, el portero dio un salto a la izquierda y la agarró como si no fuera nada.

 

─¡Muy bien, Sony!─gritó David.

 

─Ya─respondió secamente el chico, pasándole la pelota a Tyler.

 

La chica alzó la vista y nos vio en la puerta, de modo que caminó hasta nosotros dejando atrás su libreta. Alan la saludó con una sonrisa, pero ella le miraba no muy convencida.

 

─Ya estuviste aquí hace poco, Alan. No me digas que vienes a por otra entrevista─suspiró.

 

─Qué va, Mila. Hoy estoy aquí para presentaros a mi nuevo ayudante, Mando─dijo algo avergonzado.

 

─¿Mando? ¿De Armando?─preguntó la chica mirándome.

 

─Ejem─tosí para darme aires y fulminé a Alan con la mirada─. Es Marcos.

 

─Ah─se rió─. Mucho gusto.

 

Tyler marcó un gol en la portería del otro equipo en ese momento y todos gritaron emocionados. Tras esto, terminaron el partido y se acercaron. Alan los saludó a todos, pero, al verme a mí, me reconocieron.

 

─¡Anda! ¡Tú eres el chico que se llevó al capitán a la habitación!─me señaló Mark.

 

─¿Que te llevaste a quién a dónde?─preguntó Mila, seguramente montándose películas no tan distintas a la realidad.

 

─Estaba pedo y este chico lo acompañó al cuarto. No te imagines cosas raras. Para eso, imagínalas de Mark y de mí─sonrió Eric rodeando a Mark con el brazo.

 

─¡Ah! ¡Suéltame!

 

─Que seas bajito tiene sus ventajas. No puedes escapar de mí, jajajaja.

 

─Prefiero no imaginarte, Eric. Aunque ver a Mark atado y…

 

─Esto… Marcos, ¿qué haces aquí?─preguntó David interrumpiéndola mientras salía de detrás de los demás.

 

─¡Te digo que me sueltes!─se oía a Mark gritando.

 

─¿Eh? ¿Por qué? Somos novios, ¿no? Los novios hacen esto─sentenció Eric poniendo morritos.

 

─Soy el nuevo ayudante de Alan─sonreí─. A partir de ahora, me veréis mucho por aquí.

 

Tyler, harto de los gritos de Mark, se fue al banco y se llevó al portero de su equipo con él. David, algo confuso, me preguntó si podíamos hablar en privado, así que dejé a Alan hablando con Mila y le seguí hasta el vestuario. ¡Dios! Mi mente se imaginaba perfectamente mil y una maneras en las que se arrancaba la camisa y me tomaba en una de esas duchas.

 

Quizás al principio me diría que era inaceptable, que no dejaría que nadie del club me viera porque era demasiado guapo y, después, llevado por los celos, atrancaría la puerta y me tomaría en un banco mientras los otros intentaban abrir la puerta y le llamaban. Me taparía la boca para que no se me oyera y yo tendría que ahogar mis gemidos. ¿Qué pasa? Soñar es gratis, ¿no?

 

En lugar de eso, fue a su taquilla y sacó una toalla para limpiarse el sudor. Madre mía, verlo con todo el sudor en su cuerpo era espectacular. Todas esas gotas cayendo de su pelo mojado a su piel de la cara para después deslizarse por ella y llegar a mojar su clavícula perdiéndose en la camiseta...

 

─¿Por qué te has hecho periodista así de repente?─preguntó sentándose en un banco con la toalla en los hombros.

 

Me senté a su lado y respondí:

 

─No es de repente. Llevaba ya un tiempo pensándolo. Me gusta el periodismo.

 

─Nunca me habías comentado nada.

 

─No te lo comento todo─fruncí el ceño mirando el suelo.

 

─¿Ah, no?─sonrió.

 

─Qu-quizás… sólo quería pasar más tiempo contigo─confesé en un tono de voz suave.

 

─Suponía que sería por eso─suspiró.

 

Sabía que no le iba a gustar la idea. Después de todo, verme tanto sería un suplicio para él. Tendría que ver a ese chico asqueroso que iba detrás de él. No le culpaba por querer apartarse de mí. Seguramente yo también lo habría hecho. Apreté los puños un poco nervioso y él se estiró en el banco.

 

─Marcos, te lo he dicho muchas veces: no tienes que esforzarte tanto.

 

─¿Esfor… zarme?

 

─Sé que siempre estás pensando que no me mereces y por eso te obligas a ti mismo a complacerme en todo. Incluso ahora, tienes miedo a perderme porque estoy ocupado y haces esto.

 

─¿Y qué otra cosa puedo hacer? Apenas te veo─solté triste.

 

─Bueno, eso es porque tú no quieres. Sé que no te gusta mucho salir de casa, por eso no te atosigo. Si quieres verme, sólo tienes que llamarme─susurró dulcemente.

 

─Ya, eso dices, pero luego, cuando nos vemos, nunca me besas o me abrazas o… me tocas.

 

─Marcos─me agarró la mano y me miró con esa sonrisa de niño bueno que me volvía loco─, ¿quieres venir hoy a mi casa?

 

─¿A tu… c-casa?─abrí los ojos nerviosos.

 

─Sí. Un día me dijiste que no sabías mucho de mí. Bien, hoy lo descubrirás todo. Después del entrenamiento, te vienes conmigo, ¿vale?

 

─¿Y qué vamos a hacer en tu casa?─pregunté con toda la mala intención del mundo.

 

─Pues estar juntos─se rió.

 

─Ya─asentí sonriendo.

 

─Si tantas ganas tienes de besarme, ¿por qué no lo haces?

 

No me esperaba que me dijera eso. Con los ojos cerrados y algo nervioso, acerqué mi cara a la suya y le robé un tímido beso rozando sus labios. Cuando me alejé, soltó una pequeña risita y me atrajo poniéndome las manos en las mejillas. Después, me besó él a mí introduciendo su lengua en mi boca.

 

Mi corazón comenzó a resonar a toda velocidad. Parecía querer salirse de mi pecho a la primera de cambio. Mi cuerpo entero se puso a temblar como un flan. David iba a decir algo, pero la puerta del vestuario se abrió y apareció Eric.

 

─Capitán, Tyler me ha obligado a que te meta prisa─dijo con expresión de molestia.

 

─Voy enseguida. ¿Cuándo acabamos, por cierto?─preguntó David.

 

─¿Hoy? Mila ha dicho que sería intensivo, así que a las 21 o por ahí. ¿Por?

 

David me miró y vio que no me hacía mucha gracia la idea por mi expresión, así que me colocó la mano en el hombro y dijo:

 

─Mejor mañana, ¿vale? Dejaré a alguien a cargo del club y nos iremos juntos.

 

─¿Vas a dejar a alguien de capitán? ¿Puedo ser yo? Así podré atormentar a Mark todo lo que quiera─soltó Eric con una sonrisa perversa.

 

─Lo siento, pero creo que dejaré a Tyler.

 

─Bueno, haz lo que te dé la gana, pero ése es un amo del sado. Sólo trata bien a su hermano.

 

Ambos andaron hacia la puerta del vestuario hablando de cosas del equipo. Justo antes de salir, David me miró con una sonrisa, una de sus hermosísimas sonrisas y dijo:

 

─Adiós, Marcos.

 

Me quedé suspirando como una colegiala. Esperé a tranquilizarme un poco y después salí. Alan me preguntó las normas del fútbol y, al ver que era un experto (había sido obligado a tragarme muchos partidos, así que tenía que saber sí o sí), decidió aceptarme, aunque de momento sólo para el club de fútbol.

 

David decía que no tenía por qué hacerlo, pero es que yo quería hacerlo, quería pasar más tiempo con él y, aunque me aburriera, iba a hacerlo. A partir de ese día me convertí en periodista. Y sí, lo hice por amor.

 

CONTINUARÁ…

 

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La academia del pecado

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¿Amor o maldición? Capítulo 13

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¿Amor o maldición? Capítulo 10

¿Amor o maldición? Capítulo 9

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¿Amor o maldición? Capítulo 6

¿Amor o maldición? Capítulo 5

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