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El diario de aprendizaje de Rick Jones 14

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Diario de una adolescencia gay

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Un relato del Enterrador

 

El diario de aprendizaje de Rick Jones 14: Aprender a sentirse inseguro

 

Me estaba hundiendo en un mar de oscuridad, y lo único que podía ver a través de mis ojos era el leve burbujeo que exhalaba mi cuerpo con su última respiración. Cualquiera en esa situación estaría cagado de miedo, rezándole a Dios para que le salvara el culo. Sin embargo, yo estaba como si nada, con una sonrisa en los labios y admirando la belleza de la situación. Me sentía ligero, flotando, como si las olas me estuvieran meciendo suavemente mientras iba perdiéndome en las profundidades de la desesperación.

¿Quién lo iba a decir? Aquello me estaba matando, y yo, aun así, no lo hubiera cambiado por nada. Lo estaba disfrutando. Alcé el brazo hacia arriba y extendí los dedos, riendo; no era una risa cualquiera, era una de esas pequeñas carcajadas delicadas, infantiles, sensibles. No entendía por qué, pero me sentía feliz.

De repente, con la sutileza propia de una madre que acaricia el cabello a su hijo recién nacido, mi espalda rozó el suelo, y me posé en el fondo de aquel abismo, de espaldas. Sorprendido, me acomodé llevándome las manos a la nuca y me dispuse a contemplar el color negro que me rodeaba. No había nada más, y es que yo no necesitaba nada más; sólo ese azabache tranquilizador. Bostecé tranquilamente, lo que hizo que varias burbujas escaparan de mis labios de forma bastante graciosa. Me apetecía dormir, mas no lo hice, porque si te duermes en un sueño, sueñas con la realidad, y yo quería seguir allí.

Quise silbar alguna cancioncilla, pero el mar se tragaba todos mis intentos de expresarme, de modo que tan sólo pude entretenerme con mis propios pensamientos. No obstante, justo cuando iba a ponerme a ello, empecé a escuchar un susurro lejano, una especie de cántico distante, que decía así:

 

“No creí que desearía ahogarme,

que desearía hundirme profundo

en todo ese envolvente ardor que nace

de tus labios, de tus dedos, de tu mundo.

 

Rodeado por los cálidos brazos

de esa pasión que tu cuerpo emana,

se va rindiendo a tu pérfido encanto

el orgullo que una vez fue coraza.

 

Jadeos huyen de lo más recóndito,

desde mi tembloroso corazón,

anhelando alcanzarte los oídos

y conmover lo que resta de tu razón.

 

No puedo respirar, no puedo hablar;

arrancaste el aire de mis pulmones,

los llenaste con el calor de tu alma.

Gemidos, tan sólo eso, encontré.

 

No quiero, te quiero; Suéltame, no me sueltes.

¿Por qué me sostienes, por qué existes?

Ah, lo olvidé, no eres más que otro ente

imaginario, amor reminiscente”.

 

Al oír eso, tanto el mar como mi espíritu se removieron fuertemente. Las aguas se arremolinaron provocando fuertes corrientes de sombras, y cientos de entes oscuros, con forma pero sin figura, eran arrastrados en todas direcciones. Yo, sin embargo, permanecía estático en el mismo sitio. Me levanté y caminé por el fondo marino como si de una acera cualquiera se tratase. Fuertes latidos resonaban en mi pecho, eléctricos temblores recorrían mis nervios, un fuerte sudor empapaba mi piel─joder, bajo el agua...─y una palidez enfermiza tiñó mi rostro.

“Peter…”, susurraba, “Peter…”, una y otra vez. Lo llamaba; sabía que estaba ahí, en alguna parte, y quería encontrarlo, tenía que encontrarlo, debía encontrarlo… Cada vez que su nombre se deslizaba por mi boca, ésta tiritaba sin control, como si sólo el nombrarlo fuera suficiente para ponerme nervioso.

Sin saber cómo ni por qué, comencé a correr. Mi respiración se entrecortaba, cosa que provocaba que el agua a mi alrededor pareciera estar hirviendo. Mirara donde mirara sólo había una penumbra infinita; ni rastro de él. Mierda, ¿qué era aquello que lo hacía tan especial? ¿Qué era aquello que me hacía correr sin parar para encontrarlo? ¿Qué era aquello que hacía que estuviera deseando abrazarlo, besarlo, amarlo con todo mi corazón?

Ni en esas películas de las cuatro de la tarde que veía con mi madre cuando estaba aburrido, la gente era tan cursi como yo me había vuelto. ¿Por qué tenía ese efecto en mí? ¿Y por qué me encantaba que así fuera? ¡Joder, es que me encantaba sentirme así por él, como si fuera un puto masoca!

Ahora lo tenía claro: lo que más me importaba no era follar con él; eso sólo era una broma que hasta yo acabé por creerme. Lo que más me importaba, en realidad, era él: estar con él, reír con él, ¡hasta llorar con él! Soy tan gilipollas que rara vez puedo hablar en serio, así que incluso yo acabo por creerme mis propias coñas. Ojalá tuviera el valor para expresar con exactitud lo que siento.

Con todo lo que he criticado a Peter por su blindaje de mala leche, y yo también tengo el mío: protejo mis sentimientos bajo un aura de pasotismo y bromas. Si tan sólo pudiera expresar lo mucho que le quiero…

Y, entonces, al darme cuenta de eso, las aguas se calmaron y un extraño fulgor apareció sobre mí. Era como una especie de bola de luz: ¡la Luna! Iluminó mi alrededor, aunque más allá, seguía siendo todo oscuridad. En seguida me di cuenta de que en el centro del halo de luz estaba Peter, con la mirada perdida. Su expresión parecía triste, ajena, solemne. Me acerqué a él y sus ojos se posaron en los míos, aunque ninguno de los dos dijo palabra alguna.

Recorrida la distancia que nos separaba, le envolví con mis brazos y coloqué mi cara a pocos centímetros de la suya. Él se sonrojó ligeramente, lo que me hizo soltar una leve carcajada. Frunció el ceño como siempre suele hacer y le di un beso en la mejilla para picarle un poco. En su pecho, pegado al mío, pude notar cómo su ritmo cardíaco se aceleró tras hacerle eso.

No podía esperar más. Uní nuestras bocas, internando la lengua en su interior. Ésta se topó con la suya, que la recibió con mucha inquietud. Y entonces ambas se revolcaron la una sobre la otra como un par de amantes que juegan entre la hierba de un prado. Sus ojos estaban cerrados, cerrados como los de alguien completamente entregado a un beso; mas yo no le imité, pues me encantaba mirarlo, ver toda esa lindura dibujada en su rostro mientras me acogía en el interior de su boca.

Deslicé la mano por su mejilla y se la acaricié suavemente, cosa que le hizo gemir un poco. Parecía ronronear como un gatito.

Dando por finalizado el beso, se apartó suavemente y me dirigió una mirada taciturna.

─No vuelvas a dejarme solo. Nunca─exigió.

─No lo haré─sonreí.

Desde su mejilla, dirigí mi mano hasta su vientre para introducirla por dentro de su camisa. Pero me agarró del brazo y me detuvo. Hizo una mueca de disgusto y sentenció:

─No voy a hacerlo contigo.

─¿Qué?─pregunté alarmado─. ¿Es que ya no me quieres?

─Jajaja─una sonrisita maligna se dibujó en su semblante─. ¡Qué gilipollas! ¿De verdad creías que alguien como yo iba a querer a alguien como tú? ¡Ja! ¡Me he reído de ti todo este tiempo!

Cuando dijo eso, sentí un pinchazo en el pecho que hizo nacer un fortísimo dolor agudo en el mismo. Mis rodillas se tambalearon y caí, postrado de éstas, en el suelo.

─¡Eso, cerdo, arrodíllate ante mí! ¡Jajaja!─se burló.

─Peter...─le miré con los ojos abiertos a más no poder.

─¿Qué confianzas son ésas, sucio perro? ¡Llámame “Wright”!

─Yo creía que tú me querías. Nos hemos abrazado, nos hemos besado, hemos follado. ¡Hasta me has dicho “te quiero”!

Se sentó de cuclillas en el suelo para quedar a mi altura y me agarró de la barbilla con la vista posada en mis globos oculares.

─Te quiero─pronunció en tono burlón─. ¿Ves? Es muy fácil decirlo.

Tenía ganas de vomitar. Me dolía la cabeza. Quería irme de allí. Comenzaba a sentirme fatal. De repente, de nuevo aparecieron esas olas descontroladas de hace un rato, y un montón de sombras comenzaron a moverse de aquí para allá. Sin embargo, ni a Peter ni a mí nos afectaba; sólo era como si hiciera viento. Lo único que ocurría era que el pelo se nos revolvía.

─Qué pena, Jones─dijo─. Ya no vas a tener madriguera en la que calentar a tu marmotilla.

─No…

─Bueno, no es como si no hubiera más madrigueras por ahí. A ver si encuentras una antes del invierno, o si no, la nieve explotará sobre la cabeza de tu pobre animalillo─se echó a reír.

─No digas eso…

─A ver cuánto tardas en sustituirme por otro agujero. Puede que Tom esté dispuesto a abrirse a ti. No estaría mal, ¿no? Después de todo, lo único que te importa es tener un agujero donde meterla─alzó ambas cejas.

─¡Cierra la puta boca!─grité fuera de mí.

Se levantó y se encogió de hombros con cierto sarcasmo, como si aquella conversación no le interesase lo más mínimo.

─Buena suerte en tu búsqueda de otro culo─se giró y echó a andar.

No pude controlarme más. Pegué un salto y le agarré del cuello de la camisa, apretando fuertemente el puño. Estaba totalmente cabreado, rabioso, loco… No sabía lo que hacía; sólo sabía que sentía como si mi cuerpo estuviese hirviendo por dentro.

─¡El único culo que quiero es el tuyo! ¡¿No lo entiendes, capullo?! ¡Yo no puedo estar con nadie que no seas tú!

─Aaaaw...─suspiró fingiendo ternura─. Pero es que tú a mí me das asco.

Me quedé en silencio, mirándolo con los ojos inyectados en sangre, mientras esa especie de viento marítimo me golpeaba todo el cuerpo, cada vez con más furia.

─¿Qué vas a hacer? ¿Vas a pegarme? Adelante. Hazlo─me retó─. Sólo quieres follarme, así que si lo consigues, da igual lo que me pase, ¿no? Oblígame. Viólame.

Con toda la calma que pude reunir en ese momento, le solté y estreché su mano con las mías. Su cara parecía decir: “¿Qué coño…?”.

─Lo amo todo de ti, Peter. Tu crueldad, tu frialdad, tu egoísmo, tu arrogancia, tu mala leche, tu ternura, tu determinación, tu ferocidad sexual... todo. Si no me quieres, adelante, abandóname. Pero no digas jamás que sólo te quiero para follar─sentencié en tono serio.

─Je─sonrió alzando la vista tras mí, mientras sus cabellos temblaban descontrolados─. Por fin te has dado cuenta.

Justo después, el viento lo arrastró, y, a continuación, comenzó a arrancar la oscuridad del mar, llevándosela también. Poco a poco, con cada trozo de tinieblas que iba robando, dejaba tan sólo un blanco pulcro y virginal que fue llenándolo todo y que acabó por cegarme justo antes de que el viento me arrastrara también a mí allá donde Peter estuviera.

 

─────────────────────────────────────────────────────────

 

Al abrir los ojos, me encontraba en la habitación de Peter, tumbado en la cama y tapado hasta las cejas. A mi lado, libro en mano y leyendo con la mayor tranquilidad del mundo, estaba él. Su presencia me inquietó un poco; sobre todo por el ridículo que había hecho antes; no obstante, estaba tan contento de verlo que no podía reprimir mis ganas de abrazarlo. Como él estaba destapado, tuve que levantar la manta en un movimiento rápido y rodear sus caderas con mis brazos, hundiendo la cabeza en su hombro, al igual que un crío que ha hecho una travesura y quiere reconciliarse, pero al que le da palo hablar.

─”Sombras y fragmentos de algo como ideas cruzaban por su mente; pero ni uno sólo pudo aprehender, ni en uno siquiera pudo detenerse, aun haciendo un esfuerzo”─leyó en voz alta para, acto seguido, cerrar el libro.

─Lo siento─susurré─. No sé qué me ha pasado. Era como si no fuera consciente de lo que hacía, como si…

─¿Estuvieras enfermo?─preguntó alzando una ceja.

─¡Sí, justo así!

─Tenías fiebre─señaló.

─¿Q-qué?

─Gripe. Llevas dos días durmiendo y divagando. Hasta has cantado “Bajo el mar” con Justin─al decir eso último, se rió.

¿Fiebre? ¡Claro, por eso me sentía tan raro! Ya sabía yo que no podía estar colocado, porque ya había experimentado eso una vez, con el dichoso té de Tom, y, aunque era una sensación parecida, ésta última era mucho más depresiva que la primera. Pues, tomad nota, colegas: no follar es malo para la salud; acabas con gripe.

Lo peor era que ese estado de molestia extrema, de hipersensibilidad, seguía presente. Me molestaba mucho la luz del cuarto; tanto que hasta me cabreaba. Además, tenía mucho frío; hasta estaba tiritando. Y Peter, al darse cuenta de eso, se apartó de mi abrazo y volvió a cubrirme con las sábanas.

Yo lo miraba con ojos cansados. La verdad es que esperaba encontrar esa cara de mala leche suya que gritara: “¡Cuántas molestias me estás causando!”, pero no, en su gesto parecía destacar la preocupación. Aunque suena a que soy un hijo de puta por pensar así, eso me gustó. ¿Qué pasa? Era la primera vez que lo veía preocupado por mí, y eso era algo que tenía que celebrar.

─¿Vas a hacer de enfermera?─solté con un hilo de voz a la par que sonreía débilmente. Coño, sí que estaba enfermo.

─Sí. Ahora mismo voy a bajar a por el termómetro anal. Es el único que toma la temperatura exacta, y tengo que asegurarme al 100% de que estás bien─dijo divertido.

─Vale. Pero sé delicado, que es mi primera vez.

Se levantó y dejó el libro en la mesita de noche. Parecía algo cansado. Después, dio un rodeo a la cama y se sentó a mi lado examinándome con atención. Según me dijo, me había desmayado tras ese escenita de la puerta, y entre él y Justin me habían llevado hasta su cama. Luego Peter llamó a mi casa y le dijo a la enana lo que había pasado. Ésta, preocupada, le pidió que cuidara de mí, pero que no nos preocupáramos por mis padres, pues ella se encargaba de decirles que me iba a quedar un par de días en casa de un amigo.

Quisieron llevarme al hospital; no obstante, no iba a ser nada fácil transportarme, por lo que decidieron que llamarían a su tío Christopher, que es médico. Dicho tío vino a su casa y me examinó con detenimiento. Dijo que no era grave, que tomara unas pastillas cuyo nombre parecía un puto trabalenguas y que ya iría pasando a verme para ver cómo evolucionaba.

Mientras Peter hablaba, su cuerpo estaba en tensión. Me daba la sensación de que recordar esa experiencia era muy duro para él. Y no me extrañaba. Si hay algo que no soporta es lo inesperado, lo espontáneo, el caos. Cuando no puede controlar la situación, se pone muy nervioso. La verdad es que me sentía culpable por haberle hecho pasar por todo eso. Tío, y todo por culpa de esa mierda de inseguridad que me había entrado. Probablemente se había empeorado por culpa de la etapa de incubación y de la fiebre.

─Lo siento─dije sacando la mano de debajo de la sábana y llevándola a la de Peter. Él, rápidamente, me la sujetó y comenzó a acariciarla.

─Eso ya lo has dicho antes. No tienes que lamentar nada. He cuidado de ti porque he querido, no porque me sintiera obligado ni nada por el estilo─reconoció.

En aquel momento, sentía más calor en la mano que en todo el resto de mi cuerpo; sencillamente porque él la estaba acariciando. Las partes de mi cuerpo que él tocaba siempre ardían con su contacto. Puede sonar a tópico, puede sonar cursi, pero es la verdad, no hay nada como el calor del amor. Sonreí, y él, aunque, debido a su expresión de extrañeza, parecía no saber por qué; lo hizo también.

Ambas sonrisas eran sonrisas idiotas, de las que ponen dos personas cuando sus miradas no se apartan la una de la otra. Nacen de una tontería, y, aun así, son las más bonitas que existen.

Interrumpiendo ese tierno momento, tocaron a la puerta con golpes impacientes. Se trataba de Justin, anunciando que el médico había llegado. Peter, dejando suavemente mi mano en la cama, se levantó y fue a abrirle. En cuanto la puerta se abrió y Justin vio que me había despertado, pegó un salto sobre la cama y se colocó de rodillas a mi lado, lo que hizo que el colchón se removiera. Peter le dio una colleja con toda la mano abierta. “¡No le hagas eso! ¡¿No ves que está enfermo?!”. Justin infló los mofletes, y yo me reí. Era bonito que ésta vez no fuese yo el que recibiera la hostia.

Alcé la mano y le acaricié la mejilla a Justin. Se sonrojó. El chico también era muy dulce. Me recordaba bastante a su hermano cuando se comportaba de esa forma.

─¿Sabes, Peter?─giré la cabeza hacia él mientras colocaba la mano en el hombro de Justin─. Es como si Justin fuera nuestro hijo, ¿no crees? Yo soy el padre y tú la ma…

─Sí, sí. Al menos me alegro de haberme saltado el embarazo─me interrumpió algo molesto.

─Y yo. Como para soportarle... Ya es terrible teniendo las hormonas estables. ¡Imagínate embarazado!─soltó Justin con aire juguetón.

─Oh, pues yo creo que estaría adorable. Podríamos estar los dos juntos en la cama mientras yo le acaricio la barriguita…

─¿Sabes? Toda esta conversación es bizarra, asquerosa y siniestra; así que mejor cambiemos de tema─dijo Peter cruzándose de brazos y dándoselas de digno. Daba a entender que él era demasiado importante como para permitir que su hombría se cuestionara.

No pude seguir picándole más, puesto que entró en la habitación el médico, su tío Christopher Wright, maletín en mano. ¿Quién se creía? ¿Uno de ésos médicos de las películas de época? Desde luego, parece que los Wright son todos unos estirados.

He de reconocer que el señor no estaba nada mal. ¿Os sorprende? Soy maricón y tengo ojos, por supuesto que me fijo. Aunque parecía rondar los 50, tenía un porte bastante refinado, y una figura bien cuidada. Ni barriga cervecera ni brazos de leñador. Ni siquiera pecho peludo, cuyo final se dejaba entrever ligeramente por su camisa. Iba vestido de calle, y aun así, llevaba esa cosa que usan los médicos para escuchar. Su pelo parecía el de un treintañero, pues ni canas ni calvas amenazaban su estructura. Lo único que no me gustaba es que tenía bigote. No me molan los bigotes.

─Buenas tardes, tío─suavizó Peter su forma de actuar, tornándose de brusca a tímida.

─Hola, Peter─le saludó el hombre, en tono serio─. Justin. Y a usted también, muchacho.

Esa última apelación parecía ir dirigida a mí, de modo que asentí fingiendo no poder hablar mucho por la enfermedad. No me van nada las normas de etiqueta y modales. Un “¿Qué pasa, tío?” será siempre más sincero que un “Que tenga usted un buen día, señor” sólo por el hecho de que no está forzado.

─Voy a echarle un vistazo a tu amigo─volvió a dirigirse a Peter.

Al decir la palabra “amigo”, Justin ladeó ligeramente el labio, y Peter me miró un poco alarmado. Qué tonto. ¿Creía que me iba a cabrear por eso? Si él no quería salir del armario con su familia, yo no era quien para obligarle, puesto que yo tampoco se lo había dicho a mis viejos. Es curioso, tanto él como yo no tenemos problema en mostrar lo que somos en el ámbito escolar; sin embargo, en nuestras casas, en nuestros hogares, con nuestra familia, no éramos capaces. Podéis llamarlo falta de confianza, aunque yo creo que no es eso.

A veces el confiar o no, no se trata de la confianza en uno mismo o en los demás, sino en un miedo irracional a perder lo que más queremos. Yo estaba seguro de que mis padres no me iban a rechazar; no obstante, esa pequeña posibilidad seguía sujeta, como una lapa, a mi cabeza, a mi subconsciente, sin que yo tuviera acceso a ella. Pero estaba claro que tarde o temprano tendría que contárselo, y que me la tendría que sudar que me aceptaran o no. Lo que me tenía que importar era cumplir como persona y como hijo, contanto la verdad.

Como respuesta, le sonreí a Peter, y creo que eso le tranquilizó un poco. Después, el doctor se acercó a mí ante la severa mirada de Justin, dejó el maletín en el suelo y sacó de él ese palo raro que utilizan para que abras la boca y así te puedan ver la garganta. Pasó por mi cabeza que quizás debería pedirle uno para jugar con Peter un día de ésos.

El tío me revisó la boca y me dijo que notaba bastante mejoría; a continuación me tomaron la temperatura─con un termómetro oral, gracias a Dios─, y tenía un poco de fiebre, aunque el médico dijo que era un logro comparado con lo alto que la tenía el otro día.

Sacó el estetoscopio─que así se llama el cacharro que siempre llevan los médicos alrededor del cuello─del maletín y me pidió que me descamisara. En la mirada de Peter podía ver que aquello no le gustaba. Qué mono. Seguro que quería ser el único que me viera el pecho desnudo.

Levanté la sábana, y, para mi sorpresa, no llevaba la ropa que traía. ¡Me acababa de dar cuenta! Llevaba un pijama de viejo, de los que tienen camisas abotonadas. Ésos son la clase de pijamas que le gustan a Peter. Lo miré desconcertado y apartó la vista. Así que era eso lo que pasaba… Le daba vergüenza que supiera que me había desnudado para cambiarme. Qué tontería. Ni que fuera a pensar que se aprovechó de un pobre enfermo para saciar su hambre de polla. ¿O quizás sí lo hizo? Los calzoncillos tampoco eran los míos, de modo que podía ser perfectamente.

Empecé a desabrocharme los botones uno a uno, cosa que me parecía aburridísima. Se pierde menos tiempo con las camisetas y esas mierdas. Peter no me quitaba ojo, y Justin tampoco. Los dos parecían alterados, aunque no sabía muy bien por qué. Una vez acabé, el doctor me examinó y me dijo que todo estaba en orden. Joder, qué fría estaba esa cosa.

Le iba a preguntar que si no me daba una piruleta, pero creo que no estaba el horno para bollos. Mientras yo volvía a abotonarme la puta camisa, Christopher se dirigió hacia Peter.

─Un par de días más de cama y estará perfectamente─sentenció.

─Gracias, tío.

─No soy un médico del siglo XIX, Peter, no suelo hacer visitas. Espero que lo tengas en cuenta la próxima vez─frunció el ceño con el mismo aire de arrogancia que solía darse su sobrino.

─Lo tendré─agachó la cabeza Peter.

─Por cierto, ¿dónde está mi hermano? Llevo viniendo aquí 3 días y no lo he visto, y tampoco a su encantadora esposa─inquirió con cierto aire de desconfianza en la mirada.

─Ah, está ocupado con la promoción de su nuevo libro. Y ella está ocupada con un caso de gran importancia nacional. Apenas están por casa─contestó con un tono de voz monótono y algo distante.

─Ya veo. Es una lástima. Me hubiera encantado verlos.

─Sí, qué desconsiderados, ¿verdad?─sonrió Peter con algo de rencor y sarcasmo─. Si siguen así, voy a tener que denunciarlos por abandono de hogar.

Dicho eso, se echó a reír, aunque su tío no le siguió en absoluto. Su risa, aun oyéndose armoniosa para oídos inexpertos, presentaba una fuerte disonancia. Sus sentimientos, sus emociones, no se ponían de acuerdo a la hora de orquestar su risotada.

Tanto Justin como yo lo oímos todos. Yo me hice el sordo, y el chico se quedó mirando a su hermano mayor con desaprobador semblante. Sin embargo, ninguno de los dos dijo nada una vez el hombre se fue y nos despedimos de él.

─Bueno, será mejor que os deje solos─dijo Justin bajándose de la cama─. Que te mejores, Rick.

─Gracias, cuñadito─asentí.

Justo a punto de salir por la puerta, Peter llamó a su hermano:

─Justin…

─¿Qué?─se giró con expresión seria.

─No me juzgues─dirigió sus ojos al suelo.

─¿Para qué? Ya lo haces tú mismo─soltó Justin con una madurez en la voz que me pareció totalmente impropia de él.

Después, sin que nadie dijera una palabra más, se fue cerrando la puerta tras de sí. Me quedé observando a Peter unos segundos, y éste se sentó a mi lado en la cama llevándose la mano a la frente y exhalando un sonoro suspiro.

─Peter─le llamé preocupado─, ¿va todo bien?

─S-sí, no te preocupes. Es sólo que no me gusta ver a mi familia.

Aquella contestación provocó que los dos nos quedáramos callados un buen rato. Como alguno tenía que romper el hielo en algún momento, decidí lanzarme a la piscina y hablar claro.

─Peter, ¿tú me quieres?

─¿Otra vez?─volvió a suspirar.

─Responde a la pregunta.

─Claro que te quiero. Si no, ¿crees que habría pasados estos tres días tan asquerosos? ¿Crees que habría hecho todo esto por alguien a quien no quiero?

─Entonces, ¿por qué no quieres que follemos?─espeté.

─Es tu castigo por…

─¡¿En serio?!─grité─. ¡Cof, cof, cof! ¡¿Por qué cojones… Coff, coff… me castigas?!

─¡No grites, imbécil, que estás enfermo!─se alteró tensando el rostro.

─No te entiendo. ¿Es que no quieres follar conmigo?

─¿Podrías dejar de decir follar?─alzó una ceja.

─¿Por qué no quisiste verme en Navidad?─musité molesto.

Estaba empezando a cabrearme, de modo que incluso me incorporé en la cama, y, a pesar de que él intentó empujarme para que volviera a tumbarme, no me moví ni un ápice.

─No es de tu incumbencia.

─Me la suda. No importa si no quieres darme todos los detalles, tan sólo dime por qué.

─No seas cabezón. No voy a decírtelo─me replicó.

─¡Peter, eres tan… Coff, coff, coff! ¡Joder, que me voy a ahogar… Coff, coff, coff!

─Estás empezando a ponerme nervioso─cerró los ojos como intentando tranquilizarse.

─¡¿Sabes lo mal que lo he pasado estos meses… Coff, coff!? ¡Quería tocarte, necesitaba tocarte, pero no te daba la gana dejarme! ¡¿Qué tiene de malo que lo hagamos?! ¡Tú me quieres, yo te quiero! ¡¿Qué hay de malo?! ¡Ni mil pajas han podido llenar el… Coff, coff... hueco de tu ausencia!

─Así que sólo me quieres para eso, ¿eh? ¿Vas a cortar conmigo porque no lo hacemos?─sonrió de forma chulesca, justo como en el sueño.

─¡Me cago en la puta! ¡¿Eso crees?!─alcé la voz─. ¡¿Entonces por qué he llorado… Coff… Coff…! ¡¿Crees que alguien lloraría por no poder meterla en caliente?! ¡¿Crees que lucharía todo lo que he luchado por ti… Coff… Coff… Si sólo quisiera tu cuerpo?! ¡Lo único que quiero es que vuelvas a invitarme a tu casa, que vuelvas a dejarme abrazarte, que vuelvas a dejarme estar contigo, joder! ¡Cada día que pasa… Coff, coff… Te echo más de menos! ¡Te quiero, Peter! ¡Pero no quiero nada en específico de ti! ¡Ni el sexo, ni tu físico, ni nada! ¡Lo amo todo de ti… Coff… Coff…!

Mi voz temblaba, me dolía la garganta y mi corazón estaba desbocado. Sentía los ojos pesados y hasta me notaba con fiebre, pero ni aun con ésas, quería detenerme. Le agarré del brazo con la poca fuerza que me quedaba y lo tumbé en la cama, me destapé y me coloqué sobre él con gesto feroz. Su semblante parecía reflejar asombro, mucho asombro. Al parecer, no se esperaba para nada todo aquel discursito. De repente, sonrió con sarcasmo y me apartó la mirada.

─No me vayas a toser en la cara, ¿eh?

Suspiré.

─Perdona que me ponga así─fruncí el ceño─, pero es que tú…

No pude terminar la frase, puesto que me agarró de la camisa y rodeó mis labios con los suyos, impidiendo que las palabras pudieran escapar de mi interior. Eso sí que no me lo esperaba. Aunque obviamente no iba a negarme el roce que tanto me gustaba, por lo que decidí dejarme hacer. Una vez se separó, ojos clavados en mí, se relamió con esa expresión erótica que debía poner para provocarme.

─¿Se puede saber qué haces?─me reí─. Estoy enfermo.

─Rick─susurró con cierta malicia─, te tiemblan las manos. No vas a poder aguantar mucho en esta postura.

─¿Ah, no?─alcé ambas cejas incrédulo.

─¿Qué te parece si hacemos un trato? ¿Y si tú me alivias esto─agarró mi mano y la posó sobre su paquete─y yo te alivio esto?─colocó su mano sobre mi polla, que se irguió rápidamente con su contacto.

─¿Estás de coña? ¿Por qué justo ahora que estoy enfermo?

─No te preocupes. Tú no tendrás que moverte. Yo me encargaré de todo.

Dicho eso, me agarró de ambos brazos y me tumbó en la cama, colocándose encima. Colegas, me parece que iba a disfrutar de un poco de sexo febril.

Qué ruin. Iba a aprovecharse de un pobre enfermo. Sonreí ante esa idea, y, justo cuando iba a decírselo, volvió a callarme enredando su lengua con la mía. Sus movimientos eran apresurados, rápidos, desesperados. Parece que no era el único que estaba ansioso por volver a tener sexo. Con una suavidad propia del ensimismamiento en el beso, escurrió su mano por mi anatomía hasta colarla por dentro de la camisa y así acariciar mi pecho.

Debido a la sensación extrasensorial de la fiebre, cada uno de sus roces hacía que me estremeciera. La cabeza comenzó a arderme, y su figura, sobre mí, se difuminó vagamente. Cualquier persona normal le hubiera dicho que se detuviera, pero yo no. Llevaba demasiado tiempo esperando a que llegara ese momento. Removí la mano débilmente con la intención de posarla en su mejilla, pero no pude. Mas Peter se dio cuenta, y, con su mano libre la dirigió hasta su cara, aunque sin dejar de sujetarla, porque estaba medio muerta.

Sí, sé lo que estaréis pensando: “si tenías las manos muertas, ¿cómo se te iba a empinar el asunto?” Pues he de deciros que Rick Jones puede tener muchos problemas, pero su polla no es uno de ellos; estaba en pie desde el primer momento.

Peter se separó del beso y se incorporó para sentarse sobre mí, deslizándose, aun estando con la ropa puesta, sobre mi polla. El muy cabrón estaba restregándome todo el culo por encima mientras observaba mi cara con detenimiento. Esa expresión provocativa, tan felina y sugerente, me volvía loco. Me mordí el labio inferior y mi cuerpo se tensó.

─Seguramente estarás pensando que esto es un delirio, ¿no?─se burló.

─Si es un delirio, ojalá tuviera fiebre siempre, porque esto es la hostia─exclamé con una agitación bastante visible.

Me puso la mano en la frente y soltó con aire insolente:

─Vaya, qué caliente estás. ¿Es por mí?

─No juegues conmigo─ladeé irónicamente la cabeza─. Ya sabes cómo bajarme la temperatura.

─Tienes razón─volvió a relamerse─. Sólo hay una manera de acabar con tanto calor: tendré que hacerte explotar.

Dicho eso, se echó hacia atrás y me metió la mano en los pantalones para agarrarme la polla. Os juro que creía que me corría sólo de tocarme. Mi polla ardía, ardía como una puta hoguera. Con cierta maldad azorando su cara, se puso a pajearme despacio, saboreando cada centímetro de mi miembro. Joder, no pude contenerme y gemí como una colegiala. Podía sentir cada mínimo rostro de mi glande con la piel de mi prepucio.

La presencia de Peter se iba diluyendo, a ratos, con el placer. Había veces en las que era consciente de que estaba allí, y había otras en las que no. Se me iba la olla, y mi vista se nublaba, convirtiendo a mi amante en una sombra, una sombra que estaba ahí para darme placer.

El tío estaba disfrutando de mis continuos jadeos, pero no podía esperar más. Él también estaba ansioso por participar de forma más activa, de modo que tiró de mis piernas para que éstas se cayeran de la cama, y, colocándose de rodillas en el suelo, entre ellas; me bajó por completo pantalones y calzoncillos. Yo, como pude, alcé la mitad superior de mi cuerpo. Quería verlo. No iba a pemirtirme a mí mismo perderme ese espectáculo.

Se desnudó de cintura para abajo él también y se quedó mirándome la polla embelesado. Sabía por qué; es que la tengo preciosa. Sin más dilación, la agarró con la mano y la dirigió, totalmente tiesa, hasta su boca. Al mismo tiempo, llevó su otra mano a su miembro, y comenzó a cascárselo.

Un fuerte suspiró escapó de mis labios. Aquella sensación húmeda de succión que solía darme su boca estaba tremendamente intensificada por el delirio que era dueño de mi ser. Entonces su lengua entró en acción saboreando el tronco de mi trabuco.

─¡Joder!─exclamé─. ¡Qué bien la chupas, cabrón!

Apenas había empezado, pero es que era como si me la estuviera lamiendo un gato. No es que me fuera la zoofilia o algo por el estilo; es que su lengua recrudeció su viscosidad, volviéndose incluso algo rasposa a opinión de mi febril estado. Me retorcía, respiraba entrecortadamente y estaba a punto de perder el conocimiento. ¡Cómo molaba! Tendría que ponerme malo muchas veces para volver a repetir esa experiencia.

─Es curioso─dijo al sacársela de la boca─. Todo tu cuerpo está blando y débil excepto esto─se golpeó en la mejilla con mi polla varias veces─. ¿Tan cachondo te pongo? ¿Tanto deseas empotrarme, Rick?

─¡Joder, sí!

─Me pregunto cuánto tiempo llevas acumulando leche. ¿O ha ido toda a parar a los desagües?─se rió pícaramente.

─Para ti, siempre tengo leche de sobra.

─Qué romántico eso que has dicho─le dio un lametón a la punta.

─Sabe bien, ¿verdad? Vamos, trágatela entera.

Sin responder, me engulló la polla de una sola vez, hasta el fondo, hasta los mismísimos huevos. Tuve que reprimirme para no gritar; pero, eso sí, arqueé la espalda hacia atrás y elevé la cabeza hasta el techo con los ojos fuertemente cerrados. Dejó atrás el decoro y se convirtió en una bestia sexual sedienta de polla. Arrastraba mi  miembro por su garganta una y otra vez moviendo su cabeza arriba y abajo. Lo estaba haciendo tan a lo bestia que su boca no pudo evitar que se le escapara la saliva, que, aparté de bañarme la polla, también llegó hasta mis huevos. Hijo de la grandísima puta. ¡Ni a propósito podía volverme más loco!

Lánguidamente, conduje mi mano hasta su cabeza para entrelazar mis dedos con su pelo, y así dirigir la mamada. No creo que notara apenas mi empuje, pero se esforzaba el doble. Vaya, parece que estaba siendo muy considerado conmigo. Iba a tener que enfermar más a menudo.

Fijé la vista en su polla, húmeda por el líquido preseminal propio de la excitación y el toqueteo. Había aumentado el ritmo de su paja. No iba a aguantar mucho más. Estaba claro que tener mi polla en la boca le ponía muy cachondo. Darme cuenta de eso me hizo feliz, y una débil sonrisa se apareció en mi cara.

Y entonces lo comprendí. ¿Por qué tenía esa obsesión con follar? ¿Por qué siempre hablaba de lo mismo? ¿Por qué era tema de conversación todo el mundo? Inseguridad. Al igual que Peter, yo también era un puto inseguro. Como nada se me daba bien y no tenía ninguna cualidad, lo único que me quedaba para agradar eso eso, el sexo. Por eso estaba obsesionado con hacerlo con él; porque pensaba que si no lo hacía, él se cansaría de mí, puesto que eso era lo único para lo que servía. No intentaba complacerme a mí, sino complacerlo a él. Qué interesante…

─Peter─le tiré del brazo provocando que cayera sobre mí de nuevo. Se impresionó al principio, mas una vez soltó mi polla, se dejó llevar─, te quiero, te quiero, te quiero. Te quiero muchísimo. Con todas mis fuerzas.

─¿Qué demonios te pasa hoy?─estiró el labio─. Me lo has dicho como cien veces.

Lo abracé, haciendo que su pecho se juntara con el mío, y le di un beso en la oreja. Me encantaba besarlo; daba igual donde. Toda su piel me pertenecía, así que podía besar donde me diese la gana.

─¿Es que no te cansas de hacer que te vaya amando cada vez más?─me dio un ligero beso en los labios, juguetón.

No supe qué responder. Me había pillado por sorpresa; tanto, que me puse colorado.

─Anda─me dio con el dedo en la mejilla─, pero si eres capaz de sentir vergüenza y todo. Jajaja. Yo también te quiero, Rick Jones.

Dicho eso, se alzó ligeramente y me desabotonó la camisa maravillado. Al parecer, le parecía sexy quitarle la camisa a alguien de esa manera. Qué cosas más infantiles tenía a veces… Normalmente, yo me hubiera descojonado de esas cosas, pero si él era el que las hacía, siempre me parecían adorables.

Paseó la lengua por mi pecho de una manera provocativa, deteniéndose en el sabor de mis pezones. En serio, ¿quería hacerme llorar de placer o qué? Bajó con un reguero de pequeños besos hasta el ombligo, haciéndome un poco de cosquillas, que me aguanté como un campeón. No soy tan sensible a esas cosas; es que estaba enfermo, coño.

Entonces se quitó la camiseta y la lanzó contra el suelo. Su vista se cruzó con la mía: ambos sabíamos lo que iba a pasar. Y menos mal, porque ya no podía esperar más. Agarró mi polla desde la base y apuntó con ella al interior de su culo para metérsela despacio. Si antes sentía caliente mi virilidad, ahora debía de estar literalmente en llamas. Menos mal que con la fiebre la cosa tarda más en burbujear; si no, me habría corrido ya cinco veces.

Rendido a la molestia del principio, arrugó la nariz y cerró los ojos a la par que se dejaba caer con ambos brazos encima de mí. Su cara estaba ahora a escasos centímetros de la mía; o lo que es lo mismo, esa nariz tan refinada y simétrica, esas mejillas pálidas y adorables, esos ojos cerrados con cierto esfuerzo y, lo más importante, esos deliciosos labios de caramelo. Elevé la cabeza y le besé enterrando mi lengua en sus labios. Él, sin resistencia alguna, dejó escapar un gemido en mi boca, prueba de que ya había entrado por completo.

No hay nada más sexy que que te giman en la boca. Recibir la respiración extenuada de la persona que te gusta en un momento de debilidad es una de las cosas que más caliente me ponen en el mundo. Si hubiera tenido sangre en el cuerpo, me habría puesto a embestirle sin piedad; sin embargo, en el estado en el que estaba no podía hacer otra cosa que no fuera dejarme llevar.

Con algo de esfuerzo, se dispuso a moverse, montándome como una yegua en celo. Por mi parte, le agarré de la cadera para instarle a moverse más deprisa. Había nacido ya en mi interior ese sentimiento de ansia, de impaciencia, de calor asfixiante que tenemos los tíos cuando nuestra polla ya lleva cierto ritmo y desea correrse. En ese momento, no puedes parar, no quieres parar; es más, estás deseando ir a toda hostia, con furia y desesperación.

Nuestros cuerpos se entendía muy bien, de manera que él mismo se empalaba contra mi polla, aumentando de intensidad conforme se iba acostumbrando al dolor. Nuestros gemidos se fueron fundiendo entre sí, provocando un mar de jadeos en los que ya no se distinguía una voz de la otra.

Ya con cierta soltura, extendió los brazos hacia atrás e irguió la espalda, preparado para ir a tope, follándose con todas sus fuerzas. Ver todo su cuerpo en tensión, temblando por el esfuerzo y el placer, me encantó. Mi polla entraba y salía de su culo a una velocidad frenética, rozando las paredes de su recto y frotándose con ellas, provocando en mis huevos esa especie de fuego interno que nos entran cuando ya falta poco para corrernos.

─¡Joder, tío, eso es, móntame bien!─grité fuera de mí.

─Aaaaa-h, ¿te gusta?─contestó con tono erótico.

─¡Aaaaagh! ¡Me encanta! ¡Pero ojalá tuviera fuerzas para darte bien!

─¿A-aah, sí? ¿Y có-como lo harías?

─¡Buaaaah, te reventaría vivo! ¡Te taladraría el culo sin piedad!─exclamé movido por la excitación.

Aceleró aún más el ritmo de la penetración y yo estaba que casi echaba espuma por la boca. De repente, me invadió una fuerza sobrehumana y le apreté las caderas. Él se quedó quieto y comencé a follármelo sin control. Sus gemidos aumentaron, y los míos también. Estaba a punto de…

─¡Joder, joder, joder! ¡Me voy a correr!

─Va-vamos, córrete d-dentro. ¡Déjame impregnado de tu leche!

─A-aaagh… ¿Quieres mi leche, cabrón?

─¡Sí, sí, sí!

─¡Aaaagh! No me aguanto más. A-aagh… Aaaagh... ¡Aaaaagh!

Y me corrí en su interior. No pude verlo, pero seguramente fue muy abundante, después de todo el tiempo que había tenido que aguantar. Fue una explosión fuerte e intensa. Y extremadamente sensitiva; como si todas mis fuerzas escaparan por ahí y me dejaran totalmente rendido. Mi cuerpo se estremeció con una fuerte sacudida, y después, entró en un completo estado de reposo. A continuación, Peter se corrió sobre mi pecho gimiendo a más no poder.

Suspiró profundamente y se sacó mi polla del culo, dejando paso, así, a que mi lefa se escurriera hacia el mundo exterior y me llenara el vientre. Me hundió la cabeza en el pecho y se quedó así unos segundos, descansando y oyendo mi respiración, que aún trataba de normalizarse.

─Creo que tenemos que hablar─sentenció aún sin sacar la cabeza, como si tratara de ocultarse de mi mirada─. El otro día, cuando te desnudé y te coloqué en la cama, sentí un deseo irrefrenable de… Bueno, ya sabes. Sé que puede parecer una tontería, porque no llevé a cabo lo que anhelaba, pero me siento algo culpable. Y más ahora, que te he hecho esto aun estando enfermo. Perdóname. Es que… verás, yo…

─Zzzzz….

─¿Eh?─alzó la cabeza y vio que estaba dormido─sonrió─. Vale─me dio un beso en la frente─. Ya te lo diré cuando estés mejor. Ahora descansa. Siento mucho ser tan difícil, tan terco y tan inseguro, Rick. Sé que muchas veces te digo que me pregunto por qué estoy contigo, pero no es así. En realidad, lo que me pregunto es por qué estás tú conmigo. Joder, te quiero tanto que no soportaría perderte. Te quiero tanto que… tengo miedo─volvió a hundir la cabeza en mi pecho y me abrazó─. Por favor, no me dejes solo. Nunca. Ni aunque sea yo el que te lo pida. Porque, sí, Rick, el mayor obstáculo para nuestra relación soy yo mismo. Pero ya te lo explicaré con detenimiento cuando te despiertes. Voy a vestirte y a taparte, y me quedaré a tu lado hasta que lo necesites. ¿Sabes? Creo que soy tan inseguro que estoy empezando a hacer que tú también lo seas. Bueno, uno de los dos tiene que ser el fuerte en esa relación─rió ligeramente─, y está claro que ése no soy yo. Sé que lo que voy a decir puede sonar horrible, patético y hasta ofensivo, pero necesito que me protejas. De mí mismo y del mundo. ¿Qué te puedo ofrecer a cambio? Nada más que todo el amor que mi corazón pueda albergar. Creo que no estoy preparado para contártelo todo, aunque ya es hora. ¡Pero bueno, estoy divagando! ¡Voy a taparte, voy a taparte!─y me dio un beso en la frente de nuevo─. No olvides jamás que tú eres mi razón más importante para vivir.

Tras decir todo aquello, Peter me vistió a mí y a sí mismo, nos echó la manta por encima y se acurrucó a mi lado, colocando la cabeza en mi pecho para calmar su espíritu intranquilo con los latidos de mi corazón. Jamás me lo dijo, pero en aquel momento se puso a llorar, allí, abrazado a mí.

 

CONTINUARÁ...

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