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El diario online de Marcos García 11

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Diario de una adolescencia gay

_______________

Un relato del Enterrador

 

El diario online de Marcos García 11: Búsqueda online de preparativos

 

Cuando regresé a casa, lo primero que hice fue ponerme el pijama. Creo que no hay mejor sensación, después de estar todo el día fuera, que la de ponerse el pijama. Cuando sientes que toda esa seda te envuelve, te abraza y te mima, dejas de sentir todos los pesares de tu vida. Es la misma sensación que deben de tener los ángeles cuando se ponen a jugar entre las nubes y se cubren con ellas. Da tanta paz, tanto calor… Yo sería perfectamente capaz de salir a la calle en pijama si no se me considerara un lunático al hacerlo.

 

Siempre, en el preciso instante en el que llevaba a casa, me ponía el pijama, y sólo me lo quitaba si iba a recibir visitas, cosa que no sucedía muy a menudo. Mis padres me regañaban por ello, aunque no entiendo por qué. Soy vago, ¿vale? Así que me gusta estar relajado y vivir a gusto, sin sobresaltos. Decían que si vivía sobre una montaña de azúcar, cuando lloviera, se deshacería y me acabaría cayendo al suelo. No captaba muy bien la metáfora. Cosas de padres, seguramente.

 

El caso es que, una vez acomodado, me senté en el ordenador para iniciar mi investigación. David me había invitado a su casa el día siguiente y, como ya supondrán, mi mente enferma fantaseaba con la idea de que tuviéramos sexo. No me malinterpreten, sabía cómo se hacía, sabía qué había qué meter y dónde había que meterlo. Los vídeos porno habían sido mis profesores de sexualidad. Sin embargo, quería informarme sobre las técnicas de dilatación.

 

Lo máximo que había hecho con mi culo era meterme el dedo en la ducha para comprobar qué se sentía, pero no podía meter más que la punta, así que quería aprender a hacerlo bien. Estuve mirando un par de páginas en las que pude comprobar que la ortografía de la gente de Internet deja mucho que desear, hasta que leí lo siguiente en una:

 

“Antes de practicar sexo anal, es aconsejable hacerse un lavado en el interior del recto para evitar que su pareja se encuentre con sorpresas desagradables”.

 

¿Sorpresas desagradables? Espera, ¿no se referiría a…? ¡Dios, qué asco! Tenía que haberlo pensado antes; después de todo, la zona en la que se supone que debe entrar es por la que… Cuando esta clase de pensamientos recorrían mi mente, me daban ganas de cambiarme de acera, sinceramente.

 

Seguí leyendo. Decía no sé qué de comprar una pera. ¿Una pera? ¿Para qué quería fruta? ¿Para ir mejor al baño y expulsar mejor la…? Puaj, en serio, ¡qué desagradable!

 

“Se le debe meter agua a la pera e introducir después ésta en el ano. A continuación, eche el agua en su interior y espere unos minutos para después expulsarla en su inodoro”

 

Trauma. ENORME TRAUMA. Seguí buscando en más páginas otras soluciones para quitar eso de ahí. Enemas, supositorios, meterse la alcachofa de la ducha… ¡Todas eran soluciones muy desagradables! ¿En serio todos los tíos se lavaban por dentro antes de echar un polvo? Espera, entonces, si te violan… ¿se llevan la polla de….?

 

Mi mente se quedó en blanco unos segundos, como si no quisiera asimilar la respuesta a la pregunta que me había formulado a mí mismo. Respiré hondo unos minutos e intenté tranquilizarme. ¿Cuál era la mejor opción? ¡Ninguna, definitivamente ninguna! Todas eran horribles prácticas que acabarían con la inocencia de mi culo.

 

La única otra opción que se me ocurría era que David fuera el pasivo. Pero la verdad es que no me veía a mí mismo dándole a alguien por detrás. Además, ¡entrar en un culo es asqueroso! Y más después de lo que había aprendido. No me importaba que entraran en el mío, pero eso sí, no quería que David saliera… ¿cómo decirlo finamente? Con más peso en la polla que con el que entró.

 

No me quedaba otra; tenía que hacerlo. Al pensarlo bien, me di cuenta de que tendría que ir a la farmacia a comprar los “utensilios infernales”. Qué vergüenza, ¿cómo iba a mirar al tipo a la cara? ¿Qué podía decir? “Buenos días, vengo a comprar un enema para limpiarme y hacer sitio a la polla de David. ¿Cuánto cuesta?”. No, no me veía diciéndole eso.

 

¿Y qué tal “mi abuelo está enfermo con estreñimiento, deme cosas para que eche hasta los dientes”? ¡Que no, qué corte, Dios mío! Se me ocurrió que podía llamar a mamá por teléfono para que los comprara por mí, pero luego caí en que preguntaría que para qué los quería y ahí estaría todo perdido.

 

En realidad no me resultaría difícil decírselo, porque mamá me llama todos los días y si le dijera que viniera, lo haría en seguida, pero no se me ocurría con qué engañarla. ¡Evidentemente no le iba a decir que estaba estreñido!

 

Ay, ¿por qué no nacería con vagina? Todo sería mucho más fácil. Aunque, ya que estamos, pediría todo el cuerpo a juego, si no, sería un poco perturbador verme. Siendo chica, todos mis problemas estarían solucionados. David no se pensaría tanto el salir conmigo, tendría un agujero limpio, podría estrujarme los pechos para tranquilizarme cuando estuviera estresado… Lo único desagradable sería ese sangrado mensual que tienen. Bueno, me pondría un tapón ahí y ya está.

 

Me volví a vestir, cosa que me causó un gran pesar, y salí de casa decidido a comprar algo para hacer los preparativos. Como me encontrara a David de dependiente de la farmacia, me iba a cagar en todo lo que se menea. Vale, sólo le conocía 2 trabajos, pero ¿y si tenía más? En fin, en un país en el que hasta los chihuahuas pueden tener mansiones, yo podía comprar lo que quisiera. Es más, con mi edad, seguramente no me pondrían trabas si quería comprarme una pistola. Esperen, miento, sí que me las pondrían, pues soy extranjero, y eso a ellos no les gusta nada.

 

Me posicioné ante un paso de cebra a esperar a que el semáforo se pusiera verde, sin embargo, una anciana que supongo que no tendría nada que perder cruzó en rojo. Un tío le gritó: “¡Hija puta!” y ella le sacó el dedo. Lo que yo les digo: éste es un país de locos.

 

Tras entrar en la farmacia, me sentí como deben sentirse los drogadictos cuando alucinan en sus mundos de luz y de color. Las paredes eran de color verde claro, tan claro que hasta se podía confundir con amarillo. Los estantes, por su parte, contenían diferentes artículos ordenados por colores, de manera que parecían llamarme con su brillo para que los comprara. Lo que no entiendo es por qué había palas de playa en una puñetera farmacia.

 

Todo estaba colocado en estantes pegados a las paredes, no como el típico supermercado en el que se dividen las cosas por pasillos. Aquello estaba hecho para intimidar, para que te encontraras frente a frente con el mostrador. Estaba al fondo de la tienda, de un color blanco puro, como de hospital. Tras él, un chico con gafas me observaba con mucha atención. Mierda, no había nadie más en la tienda.

 

Me acerqué dando pequeñas zancadas para intentar no dar una imagen patética y me posé ante el mostrador mirando los artículos a mi alrededor distraídamente, así sería él quien tendría que hablarme primero.

 

─¿Qué quieres?─preguntó con una sonrisa. Forzada, seguramente. Me costaba distinguirlo.

 

─Verá… mi abuelo…

 

─¿Tu abuelo? No me digas más. Vienes a por una lavativa, ¿no?─se rió.

 

─¿C-cómo…?

 

─Yo también soy gay, chico. Te daré un consejo: pídelo sin más. Cuando das detalles es cuando pareces más sospechoso. Las dos claves de una buena mentira son la naturalidad y la falta de detalles.

 

Tuve que reírme, y no porque me hiciera gracia, sino porque en ese momento estaba tan nervioso que casi me muero y sólo podía exteriorizarlo con una risita. El chico me aconsejó qué era lo que mejor le había ido a él y me lo vendió. Les ahorraré los escabrosos detalles de lo que me compré y cómo me lo puse; sólo añadiré que aquella fue una de las peores noches de mi vida. Sin embargo, en mi mente todo merecía la pena, todo merecía la pena si era por él, por David.

 

─────────────────────────────────────────────────────────

 

Me levanté a la mañana siguiente con una sensación de frescura en el trasero. No me apetecía mucho pensar en eso, de modo que me vestí rápido y salí a la calle a toda prisa para ver si me encontraba pronto con alguien y así me mantenía alejado de mis pensamientos. No obstante, en la calle sólo me encontraba con desconocidos que parecían demasiado ocupados en sus quehaceres diarios como para prestarme atención.

 

Cualquiera de ellos podía ser un asesino un terrorista o incluso Justin Bieber disfrazado para que no lo reconocieran. Dirigí mi vista al frente y me concentré en mi camino, pues no quería que mi cabeza divagara acerca de asuntos de mierda (me refiero a que son asuntos malos, no a que… Bueno, ya me entienden).

 

Al fin llegué al punto donde debía encontrarme con David. Allí estaba él, esperándome. Tenía una aire tan sexy apoyado en una pared de ladrillos mientras miraba su móvil... Llevaba la mochila en un solo hombro, cosa que le daba un aire de chulería que, aunque no se correspondía con su personalidad, a mí me volvía loco. Estaba distraído, así que me tocaba a mí llamarlo, sin embargo, me regalé a mí mismo unos minutos para deleitarme en esa vista.

 

Su hermosa cara, agraciada con una nariz perfectamente delicada y unos labios finos, era como la de un niño, un niño concentrado en su nuevo juguete. Mantenía una expresión de seriedad observando Dios sabe qué en su teléfono. Aun serio, estaba para mojar pan. Sus brazos, totalmente expuestos debido a que llevaba una camiseta de manga corta, eran firmes y musculosos, pero no tanto como para parecer los de un gorila; lo justo para que supieras que era fuerte sólo con verlos. Su cabello rubio, ligeramente despeinado por las prisas de la mañana, brillaba en contraste con las apagadas calles de una mañana nublada.

 

Todo eso hacía que me quedara embobado mirándolo, pero lo que me estaba volviendo loco era que había una parte de su cuerpo, entre la camiseta y el pantalón, que estaba expuesta debido, quizá, a que la primera le quedaba un poco pequeña. Podía vislumbrar un poco de sus abdominales y esa marca tan sexy que baja de la cadera a esa parte del cuerpo que es sólo para visitas íntimas. Creo que no se me caía la baba porque estábamos en público, porque lo que es mi cuerpo ardía (literalmente) en deseos de tocarlo.

 

Sacándome de mis pensamientos, apartó la vista del móvil para dirigirla en mi dirección. Al verme, me sonrió y alzó la mano para moverla efusivamente de un lado a otro. ¿Se podía ser más perfecto? Yo creo que no. Él era la perfección. Célula tuvo que engullir a dos androides para conseguirlo, pero él no necesitaba eso, él lo tenía de nacimiento.

 

Le respondí de la misma manera y corrí a su lado. Entonces él, animado, se guardó el móvil en el bolsillo y echamos a andar a clase.

 

─Qué energía tienes por la mañana─dije alzando ambas cejas.

 

─¡Claro! Si no te levantas con ganas, ¿para qué te levantas?─alzó el puño de tal manera que parecía que estaba dando un discurso de guerra.

 

Me reí por su gesto y le saqué el tema de lo de su casa, por si se le había olvidado.

 

─Oye, esta tarde me llevarás a tu casa, ¿no?

 

─Mmmm… No sé. Depende de lo que tergiverses mis palabras en el periódico, señor periodista─soltó divertido.

 

─Soy un periodista íntegro; yo no tergiverso nada. A no ser, claro está, que me pongan un maletín encima de la mesa─ladeé ligeramente la cabeza con una media sonrisa.

 

─¿Me vendes por una maleta? En el aeropuerto las hay muy baratas.

 

─Lo importante no es el maletín─alcé una ceja─, sino lo que hay dentro.

 

─Muy cierto─sentenció con una expresión soñadora.

 

No sé muy bien por qué puso esa cara, pero luego no me la pude quitar de la cabeza un buen rato. Caminamos hasta clase bromeando un poco más. Parecíamos dos amigos, dos chavales más que recorren juntos el camino al instituto charlando de sus cosas. ¿Qué mal hacían? Ninguno. ¿Estaban juntos? Por supuesto que no. Es más, seguro que estarían hablando de algunas chicas. Así es como piensa la sociedad y seguramente como piensa David.

 

Al entrar a clase, nos sentamos juntos en mi sitio. Yo no se lo pedí; simplemente lo hizo. ¿Debería hacerme ilusiones por eso? Como si un amigo no hiciera eso también… Yo no quería un amigo, porque los amigos sólo están para los buenos ratos; yo quería un novio, quería que David lo fuera.

 

De repente, me acordé de la conversación que tuve con Wright y con Jones el día anterior. Wright sabía lo mío con David, así que me preguntaba por qué. Decidí informar a David de que tanto Jones como Wright lo sabían.

 

─Oye, David─le interrumpí apoyando el codo en la mesa y girándome para quedar cara a cara con él. Me estaba contando no sé qué de que su perro una vez le meó el brazo para marcarlo como suyo. He de reconocer que eso me pareció raro, pero no le di importancia.

 

─¿Sí? Dime─ladeó la cabeza ligeramente como gesto interrogante.

 

─Ayer, mientras tú estabas en el club, Wright vino a mi mesa y me preguntó que cuánto llevábamos sali…

 

Sin dejarme terminar asintió un montón de veces y, colocándose la mano en la frente, cerró los ojos.

 

─Se me había olvidado por completo avisarte. Se ve que el otro día, cuando nos vio juntos, se lo olió y, después, me sacó a la fuerza una confesión. Siento mucho no habértelo dicho.

 

¿Cómo se le había podido olvidar algo así? Si era él quien quería que nuestra relación permaneciese en secreto. Igual no le importaba tanto que saliera a la luz. Ojalá, ojalá fuera así y empezara a aceptarme. Aunque, por otro lado, podría ser que, como no veía lo nuestro como una relación real, no le importaba que se supiera, pues, como no era verdad, nunca se podría demostrar.

 

Sí, lo sé, yo solito me doy ilusiones y yo mismo me las quito con la misma facilidad. Qué triste… Le dije que no tenía importancia, que lo único que me había molestado un poco era que hubiera tardado en contármelo, no el hecho de que se supiera, ya que, como él ya sabía, a mí no me importaba que se supiera.

 

Eso tampoco quiere decir que me gustara que se fuera pregonando a los cuatro vientos. La gente no va a un sitio y dice: “Hola, me llamo Rigoberto y soy heterosexual”. No, yo no tengo por qué decir a nadie mi sexualidad nada más conocerlo. En todo caso, cuando le hable de mi pareja o cuando salga en la conversación. Porque sí, antes de tener identidad sexual (independientemente de la que sea), soy una persona, como usted. Además, que tengo derecho a la intimidad.

 

─También lo sabe Jones. Parece que se alegra mucho por ti─sonreí algo melancólico.

 

─Con razón ayer estaba nada más que hablando de tías─se rió.

 

─¿Por qué no se lo contaste antes?

 

¿Porque va a ser? Porque no se tomaba en serio la relación. No veía lo nuestro como algo real y, entonces, ¿para qué contarlo? De todas formas no iba a durar.

 

─Pues…

 

Justo cuando iba a decir algo, la puerta dela  clase se abrió y apareció Wright al otro lado con cara de malas pulgas. Farfullaba no sé qué de maldito crío desagradecido, putilla de macarras y otras cosas que no me quedaron muy claras. Nos miró con el ceño fruncido y después soltó un fuerte suspiro y se dejó caer en su silla con los brazos cruzados.

 

─¡Peter!─gritó David. Casi me deja sordo─. ¿Sabes si a Rick le queda mucho para venir?

 

─Hoy no vendrá─soltó sin ni siquiera girarse y sin alzar la voz. No hacía falta, en realidad.

 

Debido a eso, David me invitó a que me sentara con él, pero no podía, no podía dejar sola a Alice. Vale que yo quería estar con David todo el tiempo, sin embargo, ella era mi amiga y no la iba a abandonar. Sienta muy mal cuando un amigo se echa novia y se aleja de ti. Te sientes rechazado, apartado, como un juguete roto que se guarda en el desván porque ya no hace feliz a nadie.

 

Él lo entendía. Qué rico era… Ni siquiera se enfadó. A decir verdad, me hubiera gustado que lo hubiera hecho. No sé, llámenme masoca, pero me gustaría que me reclamara un poco más.

 

A continuación, la puerta de clase volvió a abrirse para que se abriera paso Axel MacArthur. Wright lo atravesó con la mirada, no sé por qué. No obstante, éste ni se molestaba en mirar a sus compañeros de clase, así que le dio más bien igual. Axel se sentó en su sitio sin decir nada y ahí permaneció, en silencio, mirando al infinito. Solía faltar a clase mucho, aunque había días en los que le daba por venir, y parecía que ése era uno de esos días.

 

Un poco después, entró Jones como si nada, silbando una cancioncilla con las manos en los bolsillos. Wright atravesó a éste con una mirada mucho más punzante que la anterior y, antes de que pudiera caminar entre las mesas para ir a su sitio, le agarró del brazo y lo sentó a su lado de un tirón.

 

Se notaba que esos dos eran pareja, pues, a pesar de que Wright parecía furioso, Jones permanecía con su típica expresión de burla, bromeando y sacando más de quicio al otro. Pude ver que Jones intentaba pellizcarle el culo por debajo del asiento. Sin embargo, el otro lo detuvo. Suspiré. Yo también quería un novio que fuera cariñoso conmigo…

 

Jones, algo decepcionado por no poder deleitarse con el culo de su amante, se fue a su sitio y saludó a David chocando su mano con la suya. Se pusiera a hablar y yo, por mi parte, me puse a ojear las páginas del libro de historia. Hoy, una vez más, me tocaba pelear por las injusticias de las clases de historia estadounidenses. Como buen periodista, me tocaba pelear por la verdad.

 

─────────────────────────────────────────────────────────

 

Una vez ya estábamos todos en clase, Mandy entró dando zancadas y metiéndonos prisa, como era habitual en ella. Era del tipo de gente que es capaz de poner nerviosos a los perezosos. De un golpe tiró sus libros encima de la mesa del profesor y nos dijo que abriéramos los nuestros por la página 273. Íbamos a hablar sobre la crisis de los misiles cubanos.

 

Apreté los dientes y la miré desafiante. Ella ya me estaba mirando. Sus ojos, entre la arrogancia y la competitividad, parecían decir que en ese tema jamás podría defender a otro que no fuera Estados Unidos. Y así era, pues, al menos en mi opinión, fue el gobierno cubano, aliado con el de la URSS, el que tuvo la culpa. Además, defender a Cuba o a la URSS era un suicidio en EEUU. Te tachaban de comunista a la mínima.

 

─Señor García─me señaló─, haga el favor de explicarme en qué consistió la crisis de los misiles cubanos.

 

Les voy a contar un secreto, pero no se lo digan a nadie, ¿vale? Me encantaban las clases de historia, y no sólo porque me gustara la historia, sino porque me estimulaban. La profesora, en su empeño por ponerme obstáculos, lo que hacía era que tuviera más ganas de prepararme las clases para así poder defenderme. Aunque me metiera caña, nunca había sido realmente mala conmigo, es más, cuando me ve en los pasillos siempre me saluda y me trata muy bien. Mandy es como la típica madre con la que te matas a ratos y después la quieres mucho.

 

─Faltaría más─sonreí─. En 1962 E.E.U.U. descubrió en Cuba bases militares cuyos misiles apuntaban a ellos. Por lo visto, los soviéticos se los dieron por si tenían una guerra con este país, ya que, como supongo que todos ya sabrán, esa época es la denominada guerra fría, que consistía en…

 

─¡Me abuuuuuuurro!─se quejó Jones.

 

─¡Señor Jones, cállese!─le regañó Mandy para después volver a dirigirse a mí─. No se enrolle.

 

─Bueno, pues que al final Estados Unidos le dijo a la URSS que o retiraba los misiles o le declaraba la guerra, y los retiraron.

 

─¿Tanto rollo para eso? ¡Deberíamos haberlos volado por los aires!─gritó uno alzando los brazos con los puños cerrado.

 

Típico de la mentalidad americana: ¿tenemos un obstáculo? ¿Para qué sortearlo? Mejor destruyámoslo. Mandy le dijo que se calmara y después me formuló la siguiente pregunta:

 

─¿Cree, señor Marcos, que el gobierno americano hizo bien?

 

─Lo primero, no sé qué es eso de gobierno americano. E.E.U.U. no es América entera, señora. Si se refiere usted al gobierno estadounidense, sólo tengo que decir una cosa: esto se hubiera evitado si no hubieran ayudado a los revolucionarios cubanos a independizarse de España─me encogí de hombros.

 

─Castro no se hizo con el poder en la revolución de la que usted habla, señor García. Era inevitable.

 

─Me temo que no. Puede que, con un gobierno español, jamás se hubiera producido tal revolución.

 

Sabía que no tenía razón, pues lo más probable era que se hubiera producido igualmente. Y, aparte, sabía que los españoles no teníamos ningún derecho a hacer nuestra esa isla. Sin embargo, por picarla, habría dicho cualquier cosa. Estuvimos un rato debatiendo, ella y yo, porque los demás pasaban de todo, hasta que terminó la hora y se fue.

 

Tuvimos un par de clases más y nos fuimos a comer a la cafetería. David me dijo que tenía que pasarse por el club para decirle a Tyler que le sustituyera en el entrenamiento por ese día, de modo que tuve que comer con Alice. A diferencia de las últimas veces, en las que nos habíamos peleado por tonterías, nos divertimos juntos. Supongo que veía que me estaba perdiendo y me estaba tratando mejor para evitarlo.

 

Luego, al volver a clase, vi a Jones escondido detrás de unas taquillas mirando al fondo del pasillo. Lo ignoré totalmente, pero, cuando pasé por ese pasillo, me di cuenta de por qué se escondía: porque Axel estaba ahí.

 

Alice, al verlo, se separó de mí y corrió a la clase. Ten amigos para eso… Axel estaba apoyado contra una de las taquillas con los ojos cerrados y los brazos cruzados. Daba la impresión de que estaba dormido, no obstante, en cuanto pasé a su lado, abrió los ojos y me miró fijamente.

 

─Hola, García─torció la boca en una horrible sonrisa.

 

─H-hola, Axel.

 

─¿Conseguiste que ese guaperas presumido te hiciera caso o seguiste lloriqueando como una nena?

 

Alcé el dedo índice para decirle que se equivocaba, que había sido valiente y que había conseguido a David. Pero no podía. Él no quería que se supiera. Bajé el dedo y me quedé en silencio con la cabeza agachada.

 

─Lo que suponía. Eres un…

 

─¡Axeeeeeeeeeeeel!─oí un grito desde la otra punta del pasillo.

 

Ambos nos giramos y vimos a un chaval de un curso inferior correr a toda velocidad hacia nosotros. Axel alzó ligeramente el labio superior en señal de desprecio, pero el chico se pegó a él como si no se diera cuenta.

 

─¿Por qué te has ido antes? ¡Estábamos hablando!

 

─No quiero hablar contigo, bebé llorón─musitó con una mirada amenazante─. Ya te dije que sólo fuiste un juego.

 

El cuerpo del chico tembló al oír eso, aunque no perdió ni por un instante su expresión de determinación. Eso era admirable.

 

─No me lo creo. No me creo que seas tan frío─frunció el ceño.

 

─Bienvenido a la realidad. Soy un hijo de puta. Te encontrarás con muchos como yo, acéptalo─se encogió de hombros Axel.

 

Me daba en la nariz que eso no era asunto mío. “Drama”, pensé, “drama que no me incumbe”.

 

─En fin, yo me voy a clase─giré la mano y señalé la clase con el pulgar.

 

─¿Quién es éste, Axel? Espera, no será… ¡Tu amante secreto!

 

─¿Quieres que te reviente?─le dijo en un tono de voz autoritario.

 

─No, nosotros no… Además, con alguien tan terrorífico yo no…

 

─¿Terrorífico?─sonrió Axel de forma siniestra.

 

─Te entiendo─se rió Justin.

 

─Voy a tener que partiros la boca a los dos.

 

─Me llamo Justin─me dio la mano─, Justin Wright.

 

─Yo soy Marcos García. ¿Wright? ¿Eres familia de Peter Wright?─pregunté algo desconfiado. Si él no me caía bien, ¿por qué un miembro de su familia sí me iba a ser grato?

 

─Oye, ¿se puede saber por qué me estáis ignorando?─protestó Axel.

 

─¡Sí, soy su hermano!─exclamó alegremente.

 

Como pude, acabé por librarme y me fui a clase. Los dejé ahí en el pasillo, hablando. No me interesaban las cosas de Axel, sobre todo porque me daba mucho miedo. Al cabo de un rato, entró, y Jones lo hizo tras él. David ya estaba en su sitio cuando llegué, por lo que no tuve la oportunidad de hablar con él. El resto de clases transcurrieron sin incidentes y, finalmente, llegó el momento: era hora de ir a casa, ¡a casa de David!

 

Estaba emocionadísimo, aunque he de decir que estaba un poco nervioso por cómo sería su familia y tal. A sus hermanas ya las conocía, aunque una de ellas conocía una parte de mi pasado que era mejor olvidar. Bueno, no debía ser tan mala, porque nunca le contó a David cómo me conoció. El resto no parecían malas chicas, supongo.

 

─¿Cómo debo comportarme delante de tu familia?─le pregunté nervioso mientras caminábamos por la calle.

 

─¿Pero qué pregunta es ésa?─suspiró con su habitual sonrisa─. Sé como eres y ya está.

 

─Claro, para ti es fácil decirlo: tú eres perfecto. Si yo fuera tú, también podría ser como soy─le dije algo alicaído.

 

─Eh, que no son una familia aristocrática del año de la pera. Te tratarán bien.

 

Ya, supuse que no tenía por qué estar tan nervioso. De todas formas, me presentaría como un amigo y nada más, pero, no sé, era su familia. ¿Y si no les gustaba? Después igual eso me pasaba factura. En fin, sólo podía sonreír e intentar ser educado.

 

Cuando llegamos a su barrio, pasamos junto a un sitio con verja lleno de niños. Chillaban y pataleaban con mucha energía. Debía de ser el parque. No me gustaban nada los niños. Se pasan el día gritando y te pegan por cualquier tontería. Quien dice que son monos es porque no ha estado más que 5 minutos con uno, y a cierta distancia.

 

Rodeamos esa verja y nos paramos ante la entrada del parque. Suspiré. “No me digas que tenemos que recoger a alguna de sus hermanas”, pensé. Alzó la mano y señaló el edificio que había al fondo del parque.

 

─Ésa es mi casa.

 

Eso no era un parque. En el edificio había un cartel enorme que ponía: “Orfanato Ripley”

 

CONTINUARÁ…

 

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