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El diario de mi sacrificio del día de San Valentín

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Diario de una adolescencia gay

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Un relato del Enterrador

 

Especial: El diario de mi día de San Valentín

 

★♥♥♥★

El diario de mi sacrificio del día de San Valentín

★♥♥♥★

 

 

 

Desde aquel fatídico día en el que me pidió salir, me convertí en el novio de Eric Lover. Por supuesto, era sólo un paripé, un montaje, un juego, ya que yo ni era gay ni mucho menos estaba interesado en él. Lo hice por la sencilla razón de que así podría conducir al equipo a la victoria en el campeonato en el que íbamos a participar al final del verano. Me repateaba reconocerlo, pero ese chico era bueno en el fútbol, y sin él, por mucho que tuviéramos a Tyler y al capitán, que son dos cracks, nos iba a costar mucho ganar. Como lo único que le interesaba era el sexo indiscriminado con todas las tías que se le pusieran por delante, la única forma de acabar con su racha de promiscuidad era comprometerle en una relación.

En realidad fue él quien me lo propuso a mí, porque aseguraba estar aburrido de las mujeres; y ahí vi la ocasión perfecta para llevar a cabo mi plan. Evidentemente, no tenía la más mínima intención de tener sexo con él. Eso estaba más que descartado. Y la idea de tener que pasar una cita con él, tener que cogerle de la mano, tener que besarlo… Me revolvían el estómago.

A ver, un beso en la mejilla no era tan malo, e incluso no me importaba tener un simple roce de labios; no obstante, no iba a permitir que me morreara. ¡Faltaría más! ¡Por supuesto! En fin, la cosa es que después de su proposición, intentó por todos los medio invitarme a salir por ahí con él, recalcando el hecho de que íbamos a estar los dos solos con esa ridícula sonrisilla lasciva que tenía. Cada vez que me proponía algún plan, me inventaba alguna excusa: que tenía que ir con Dylan al dentista, que mi abuela estaba enferma─esperaba que no le diera por comprobarlo. Llevaba 4 años muerta─, que mis padres no me dejaban… Él, enfurruñado, me insistía; mas yo me rehusaba de tal manera, que acababa por desistir.

Y así fui aplazando cualquier encuentro que no fuera en el gimnasio, durante los entrenamientos. No os voy a engañar: si podía evitarlo, prefería no tener que ir a ninguna parte con él. Los otros miembros del equipo me tomaban por tonto; decían que Eric estaba forrado, y que me podía llevar a donde yo quisiera y comprarme lo que yo deseara. ¡Sí, hombre! ¡No pensaba rebajarme a ser como una de ésas chicas que van detrás de él por su dinero y su atractivo! A mí su dinero me traía sin cuidado. No iba a prostituirme. No me daba la gana que nadie me consiguiera nada; lo haría por mí mismo, y así me demostraría lo que valía. Puede que fuera corriente, pero al menos era honrado.

Al que más y al que menos se le ha pasado por la cabeza alguna vez la idea de venderse, de dejarse llevar, de entregarse a alguien y que ese alguien se encargue de todo. ¿Pero qué indignidad sería ésa? Prefiero pudrirme en las calles que a perder mi dignidad. Soy consciente de que no soy especial. Sin embargo, no voy a rebajarme a ese nivel jamás. Si consigo poco, pues poco será lo que tenga, pero al menos será mío, me pertenecerá. Me lo habré ganado. Y, de esa forma, nadie podrá arrebatármelo. Y, en el caso improbable de que me lo arrebataran, no podrían llevarse jamás la honradez, la satisfacción, la felicidad que sentí al haber obtenido todo eso después de mi propio trabajo.

Mientras pensaba en todo aquello y echaba una pachanga con algunos del equipo, apareció Eric en el gimnasio. Al dirigir mi vista hacia él, me quedé estupefacto; traía una chica del brazo. ¿Y nuestro acuerdo? ¿Qué demonios se había creído?

Tyler, que estaba lanzándole unos tiros a Sony, se giró y me dirigió un malicioso gesto de sarcasmo. Fruncido el ceño, les dijo a los chicos que jugaran sin mí un rato y me encaminé hasta donde estaba Eric. Era una provocación en toda regla. Examiné a la chica con atención: debía tener nuestra edad, aunque parecía mucho más joven; tenía un cierto aire infantil que iluminaba su pálido rostro, escondiendo algunas pecas que, de cerca, parecían arder en sus mejillas. Era rubia y de ojos azules, un azul cristalino que azoraba su aspecto inocente. Era bajita, más que yo, cosa que me complació─sí, aunque fuera una chica─; pero tenía unos pechos enormes. Parecía tímida, e incluso inquieta por estar allí ante tantos desconocidos. De repente, como un rayo que atraviesa un árbol, un pensamiento vino a parar a mi cabeza: “rubia, de ojos azules y bajita… ¿Sería por…?”

─Eric─apareció Mila ante él con una expresión burlona─, ¿es que buscabas una sustituta de Mark?

Yo, paralizado por un extraño asombro, me quedé a escasos pasos de ellos, escuchando. Eric ni siquiera se molestaba en mirarme.

─Qué cruel, Mila─respondió él con una sonrisa malvada al mismo tiempo que acariciaba los cabellos de la chica─. ¿Cómo puedes decir eso? Mika no es ninguna sustituta. Ella es especial.

─¿Cómo te llamas de verdad?─se encaró con ella Mila.

─Lisa─contestó la muchacha sin entablar contacto visual.

Tras esto, la mánager alzó una ceja con intención de reproche y volvió a sus asuntos sin fastidiarse en decir una palabra más. Yo, sin saber muy bien qué pensar y sin saber muy bien qué hacer, me acerqué a ellos. Eric me retó con los ojos y sonrió ampliamente, triunfal.

─¿Qué es esto?─atiné a decir.

─Qué malo. “Esto” es una persona, Mark. Dirígite a ella con un poco más de tacto. ¿O es que pretendes humillarla?

La chica se estremeció y pegó su cabeza al pecho de Eric. Fruncí el ceño.

─¿Humillarla? El único que la está humillando aquí eres tú. La traes aquí, a un sitio que no conoce, a exhibirla como un trofeo, como una provocación…

─¿Qué pasa? ¿Estás celoso?

─¿Por qué iba a estar celoso? Lo nuestro no es real─me crucé de brazos.

Entonces, él, con mucha gracia, se agachó y se acercó al oído de la chica con total suavidad, lo que hizo que ésta se removiera un poco. Después, le susurró con voz calmada y para que yo lo oyera bien: “Ah, se me ha olvidado decírtelo. Él es mi novio. Estamos saliendo”. Acto seguido, como si nada, se alzó, y la muchacha se me quedó mirando desconfiada. Ni que fuera yo a robarle a su conquista.

Comencé a oír murmullos y me giré. Ya estábamos con la historia de siempre. Todos fijaban su atención en nosotros y cuchicheaban; dejaban de lado el entrenamiento, y se entretenían con las estupideces de ese maldito engreído. Respiré hondo durante un momento para tranquilizarme y me dirigí a él sin ningún atisbo de rencor en mis palabras.

─Si es verdad que somos novios, ¿qué haces con ella?

─Es que me tienes abandonado, chiquitín─pronunció este último adjetivo con especial hincapié─. No quieres venir conmigo a ninguna parte. He intentado tener paciencia contigo, pero hoy es San Valentín, y pasar San Valentín solo es muy triste, ¿no crees? He tenido que buscar en otra lo que tú no me das. La base de la infidelidad, ¿no?

Ni siquiera sabía que era San Valentín. Es verdad que mis padres venían hablando toda la semana de que irían a cenar o algo así, pero como Dylan y yo vamos a nuestra bola, apenas había sido consciente. La joven sonreía ligeramente, con aspecto de haberme ganado. Eric ahora era suyo, de manera que yo tenía nada que hacer.

“Todo para ti”, pensé para mis adentros; aunque en realidad sabía que no podía ser así. Eric la había escogido con una intención clara: hacerme salir de mi fortaleza de negativas para pasar San Valentín con él, y esa pobre chiquilla no era más que su rehén. Sus labios, fruncidos con malicia, me estaban advirtiendo, no de que fuera a pasar el día de los enamorados con otro que no fuera yo, sino de que usaría a esa chica esa noche para desfogarse y después la abandonaría sin más; y todo sería por mi culpa, porque yo no había querido verme con él.

─Está bien─musité─. Saldremos esta noche.

La chica se mostró indignada, y paseó sus ojos entre Eric y yo, esperando a que alguien dijera algo más. Y, de repente, éste, le pasó el brazo por encima del hombro y la pegó más a él. “Demasiado tarde”, sentenció rascándose la barbilla distraído. Apreté ligeramente los dientes e hice lo propio con el puño. Estaba claro que quería que le suplicara. O eso o quería que le montara un numerito. Y no pensaba rebajarme a eso.

Seguía interrogándome con la mirada, y la chica volvió a su pose de satisfacción de antes. “¿Por qué tenía tanto interés?”, me pasó por la cabeza, “¿por qué tenía tanto interés en fastidiarme? ¿Tanto me odiaba?”. Estaba a punto de mandarlo a la mierda, cuando el capitán volvió de los vestuarios y se quedó mirándonos con una mueca de decepción. Seguro que esperaba no encontrarse más escenas de ésas, y ahora… No quería que el capitán sufriera…

─¡Idiota!─exclamé─. ¡Se supone que si salías conmigo, no ibas atraer más chicas! ¡Haré lo que quieras! ¡Saldré contigo; iremos a donde tú quieras, pero no traigas más mujeres aquí! ¡No haces más que incomodar al equipo!

─Mark─entrecerró los ojos a la par que movía la boca levemente hacia fuera─, di que me quieres.

─¡¿Eh?!

─Si lo dices, saldré contigo esta noche.

Qué tío más cruel… Parece que humillarme era lo que más disfrutaba. ¿Cómo le iba a decir eso? ¿Cómo le iba a decir algo que no sentía? Todos tenían la vista clavada en nosotros. Me estaba poniendo nervioso. Esperaban una respuesta. No es tan difícil, ¿no? Son sólo dos palabras. No es tan difícil, ¿verdad? ¿Entonces por qué? ¿Por qué no me atrevía a decirlo? Decirlo era como rendirme a él, era como admitir que me tenía completamente a su merced.

Agaché la cabeza. El suelo no iba a darme ninguna respuesta; pero era más fácil mirarlo a él que a Eric. Estaba temblando. Apretaba los dientes. ¿Por qué tenía que ponerme tan nervioso? ¿Por qué me molestaba tanto que se burlara de mí de esa forma? Él sólo era… sólo era…

─En fin...─suspiró─. Puedes irte, primita. Al menos he conseguido que quiera venirse conmigo. Tampoco es plan de que le dé un soponcio.

─¿Pri… mita?─alcé la cabeza rojo como un tomate.

De repente, la chica, cuyo rostro se había mantenido ingenuo e infantil hasta el momento, se tornó divertido y malévolo, justo como el de Eric. Se echó a reír. ¿Qué significaba todo eso?

─Lo siento, Mark; en el amor y en la guerra, todo vale─se encogió de hombros Eric.

─Eso quiere decir que tú…

─¡Así es!─reconoció la chica partiéndose de risa─. Soy Jessica Lover, mucho gusto, primo político.

Le dirigí a Eric una expresión cargada de desprecio, recelo, rencor y odio, pero éste, en vez de achantarse o de pedirme perdón, me colocó la mano en la cabeza y me revolvió el pelo mofándose de mí. Todos en el gimnasio se echaron a reír. De verdad, en ese momento me quería morir. Y más después de que Eric me alzara de la barbilla y, con esa insufrible sonrisilla suya, murmurara:

─Te recojo a las ocho, pequeñín.

Odio a ese tío.

 

─────────────────────────────────────────────────────────

 

Si algún día a la FIFA le da por entrevistarme, ¿cómo se supone que debería responderles acerca de cómo gané mi primer campeonato importante? “Sí, tuve que salir con uno de los delanteros de mi equipo durante una temporada para que las faldas no lo distrajeran”. “Oh, ¿y qué lejos llegasteis?”. “¿Eh? ¿A qué se refiere, señorita?”. “Lo formularé de otra forma: ¿eras el activo o el pasivo?”. ¡Definitivamente tendría que mentir! O, al menos, omitir parte de la verdad. Y no iba a ser ni el pasivo ni el activo, porque no pensaba dejar que me pusiera la mano encima. Barajaba incluso la posibilidad de no beber nada, por si a ese loco se le ocurría drogarme para dormirme, o, peor, para ponerme cachondo.

No era de salir mucho─el fútbol era mi vida, sí─, así que no tenía mucha ropa de noche. Por lo tanto, me puse una camisa blanca que usaba para las bodas y unos vaqueros. ¡Qué rabia! ¡Con lo que odio los vaqueros! Bueno, no los vaqueros en sí, sino tener que llevar cinturón. Son como una restricción, como un aprisionamiento. Lo curioso es que siempre que lo comento delante de una chica me dice: “Quejica… Anda que si tuvieras que llevar sujetador… Es como tener una serpiente estrangulándote las tetas”.

¿Qué demonios estaba haciendo? Si yo pensaba en tetas. ¿Cómo había acabado teniendo una cita con un tío? Suspiré y miré el reloj. Las 19:40. Estaba listo 20 antes. ¿Impaciencia? Sí, pero por que se acabara ese suplicio. Me senté en la litera de abajo de mi cuarto para reflexionar un poco, al menos así no pensaría en él.

Sin embargo, justo antes de ponerme a discutir conmigo mismo sobre quién era el mejor futbolista del mundo, Dylan atravesó el umbral de la puerta. Su expresión, al principio de indiferencia, se tornó en sorpresa al verme tan bien vestido. Me examinó de arriba a abajo con asombro; mas no dijo nada. Simplemente se sentó a mi lado con un libro en la mano. ¿Es que no había más sitios donde ponerse a leer? En un rápido vistazo, vi que el libro en cuestión era “Así habló Zaratustra”, de Friedrich Nietzsche. A mi hermano, no entiendo por qué, le encantaba la filosofía. Yo no podía con esos libros tan complicados. A decir verdad, ya me costaba concentrarme con las lecturas obligatorias de clase, así que imaginad con algo como eso.

─¿Vas a salir hoy?─inquirió curioso sin apartar la vista del libro.

─Sí─respondí de manera escueta.

─Hoy es San Valentín, por lo que deduzco que se trata de una chica, ¿no?

─Nada más lejos de la realidad─admití algo decepcionado.

─Oh, así que eres gay. Vale─sentenció sin darle mucha importancia.

─No soy gay─arrugé la frente molesto.

─¿Y entonces…?

─Es complicado. Verás, es que un chico de mi equipo, Eric…

─Déjalo. En realidad no me interesa lo más mínimo─me cortó en seco.

Mi hermano y su bordería… Siempre tan agradable. Miré el reloj: las 19:50. Eric no tardaría en llegar. Deseaba que no encontrara la casa. Le había dado la dirección, y decía que tenía GPS, pero aún atesoraba la esperanza de que no diera con la casa. Eché el cuerpo hacia atrás en la cama, apoyándome en ambos brazos e interrogué a mi hermano.

─¿Tú no sales hoy? ¿No hay nadie que te guste?

─No, y sí.

─¿Sí hay alguien que te gusta?─me maravillé, sorprendido de que me contara algo así teniendo en cuenta lo cerrado que era─. ¿Quién es?

─Has avisado a papá y mamá de que te vas, ¿no? No me apetece que después me interroguen─cambió de tema.

─Les avisé esta tarde, antes de que se fueran a celebrar San Valentín. Pero, venga, dime quién es.

De repente, sonó el timbre y Dylan cerró el libro en un golpe seco, con una sola mano. Acto seguido, me dirigió una expresión de desinterés y dijo: “Tu novio”. Molesto, me despedí de él, aunque él no lo hiciera de mí, y fui a abrir. Dirigiéndome a la puerta, me tranquilicé a mi mismo con la idea de tomarme aquello tan solo como con una reunión con un compañero de equipo; sólo dos compis yéndose de juerga, nada más. Aun siendo Eric dicho compañero, no era la primer vez que salía con mis amigos. No tenía más que portarme como siempre hacía y ya está. No es como si aquello fuera a ser una catástrofe.

Al llegar a la entrada, respiré hondo y abrí con la mayor naturalidad del mundo para encontrarme, al otro lado, a Eric Lover. La siguiente milésima de segundo se transformó en una eternidad ante mis ojos. Me impresionó bastante lo guapo que estaba: su pelo, engominado con ese aire juvenil que tanto se lleva ahora, gritaba ardor y dinamismo; sus ojos, con esa arrogancia y chulería felina, parecían devorarme escrutando cada detalle de mi vestimenta; su boca, dientes perfectos y brillantes, formaba un arco interesante, desafiante, juvenil; su cuerpo, embutido en un precioso traje negro que debía de costar más que mi casa, refulgía de una forma especial, dándole un aspecto limpio y poderoso. Llevaba un reloj de oro en la muñeca y unos zapatos del más penetrante azabache. Lo único que lo sacaba de su papel de casanova era la corbata, que, supongo que como burla, tenía dibujadas un montón de pelotas de fútbol sobre un fondo negro. Sin embargo, en ese momento ni siquiera me percaté de eso.

Silbó con ritmo adulador al verme y declaró:

─Estás más mono que de costumbre.

No sé por qué, pero me sonrojé un poco al oírle decir eso. Sería la colonia que se había echado. Debía de tener feromonas o algo, porque, además, me tenía embobado en su fragancia.

─P─pues... tú estás horrible─reaccioné rápidamente, en tono brusco.

Se carcajeó y me invitó a que lo siguiera a su coche. Madre de Dios, qué cochazo. Era un descapotable negro que se fundía con la noche. Poseía asientos con calefacción, techo eyectable, cámara de visión trasera, sistema de sonido, y lo más molón, ¡unas puertas que se abrían hacia arriba! Fijaos en el poder que tienen los coches: de un chaval entregado al sexo y a las mujeres, me parecía que se había tornado en un respetado y maduro joven con dinero.

Pero, evidentemente, no me iba a dejar llevar por esas ilusiones vanas. Eso funciona con las chicas, y no conmigo. Nos subimos al coche y Eric arrancó. Yo todavía tenía 15 años, de modo que no podía conducir, pero él ya tenía edad de conducir. Al pensar en las edades que teníamos, no pude evitar tildarlo de pedófilo, aunque fuera sólo por autosatisfacción.

Mientras recorríamos las calles de la ciudad, cuya penumbra había sido arrancada de cuajo por las luces del mundo urbano; el silencio recorría el coche. ¿Para qué tenía el sistema de sonido si no iba a poner música? Comenzaba a sentirme incómodo.

Iba a echarle la bronca por su manera de pedirme una cita; no obstante, me detuve. Es verdad que no hubiera conseguido que saliera con él de otra forma. Pero también es cierto que se pasó mucho. Me asqueé a mí mismo al justificarlo. No quería darle más vueltas a eso, de manera que me puse a mirar el paisaje por la ventana─con paisaje me refiero a varios yonkis limpiando parabrisas, una vieja mirándolos mal, un par de farolas y una tienda de comestibles─.

─¿A dónde quieres ir?─preguntó de repente.

¿O sea, que íbamos sin rumbo?

─¿Por qué preguntas? ¿No eres tú el que ha organizado esta cita?

─Así es, ratoncillo, pero es caballeroso preguntar a la dama a dónde quiere que se la lleve─se rió.

─Tú eres el que se esfuerza tanto por tener una cita con otro tío y yo soy la “dama”─suspiré.

─He reservado en “Maison Les fleurs du mal”, el restaurante francés más elegante y exclusivo de la ciudad─soltó sin más.

─Espera, ¡¿qué?! ¿Restaurante elegante? Somos adolescentes. ¿No se supone que nuestras citas deberían ser un McDonald’s?─exclamé desconcertado.

─Qué poca clase. ¿Quién te crees que soy, Rick Jones?─dijo con aire digno mientras se llevaba la mano al cuello en tono de broma.

─No pienso ir─me crucé de brazos─. Sólo aceptaré que vayamos a un sitio donde podamos pagar a medias. De lo contrario, me vuelvo a casa.

─Alma noble, cuerpo pequeño. Qué interesante. ¿Y si te secuestro?─me guiñó un ojo.

─Hablo en serio. Ni quiero ni necesito que nadie me pague nada. No soy como esas chicas sin cerebro con las que sueles salir. Seguro que a todas las llevas a ese sitio en la primera cita.

─¡Bingo!─se rió.

─Lo peor es que ni te molestas en ocultarlo─giré la cabeza hacia la ventana con cierto desagrado.

─Entonces… ¿qué te parece si cenamos ahí?─paró el coche y señaló una heladería, la “Creamy-Creamy Smile-Smile”.

¿Una cena en una heladería durante la primera cita? Eso era lo más cutre de lo cutre, y por eso me encantaba la idea. De esa forma, no le debería nada a ese tipejo. Además, un helado siempre apetece. Sí, hasta en invierno. Asentí y él aparcó el coche. Después, entramos y nos dirigimos al mostrador a pedir. El sitio estaba vacío, lo cual no me extrañaba, era un tanto demasiado cursi. Colores por todas partes, lámparas con formas de cucurucho, y hasta una cancioncilla infantil de fondo.

Tras la barra, había una especie de obertura en la que sólo se veía oscuridad, y de la que apareció, sonrisa en boca, un señor de aspecto extravagante y traje chillón de color azul, hasta con lentejuelas.

─¡Vaya, vaya! ¡Clientes!─exclamó con júbilo─. Buenas noches, soy el señor Cold, el gerente de esta heladería.

─Buenas noches─sonreí educadamente.

─Sí, sí─soltó de forma tajante─. Somos los amigos de David.

─¿Eh?─solté yo.

─¡Ah, cierto, cierto! ¡Se me va la cabeza! La edad, debe de ser. No me lo tengáis muy en cuenta. Ahora mismo os sirvo: esperad en la mesa de honor─nos la indicó con el dedo.

No entendía nada. ¿Los amigos de David? ¿Ese señor conocía al capitán? Y lo que es más, ¿cómo podía estar avisado de que íbamos a venir cuando Eric tenía planeado llevarme al otro restaurante? Le pregunté impaciente, pero éste me dijo que todo se desvelaría a su debido tiempo y que me sentara. Como le diera por proponerme matrimonio, iba a darle una patada en el culo.

Me sacó la silla como en las películas, pero lo aparté de un manotazo, la volví a meter y luego la saqué de nuevo para después sentarme. Aquello le pareció muy divertido. Una vez estábamos a la mesa, volví a cuestionarle acerca de aquellas dudas, pero sólo me dio largas, alegando que esperara a que llegara el helado.

Qué grosería… Ni siquiera se me permitió elegir el que yo quería. El que más me gustaba era el de vainilla. No es que me importara tomar otro, pero es que ya que venía a la heladería… ¡quería tomar ése! Me puse enfurruñado, y él lo notó enseguida.

─¿Te he dicho ya que hoy estás monísimo?─apoyó los codos sobre la mesa y las manos en su cara.

─Vete al carajo.

─¡Aquí tienen! ¡Dos helados especiales de vainilla!─apareció el dueño con una bandeja.

Me quedé pasmado. ¿Helado de vainilla? ¿Cómo? ¿Por qué? Interrogué rápidamente a Eric con la mirada y éste me miraba de reojo con una sonrisa.

─¿Cuánto le debemos, buen hombre?─preguntó Eric.

─¡Oh, nada, nada! Con vuestra visita estoy más que satisfecho. Y, además, ¿cómo voy a cobrarte en tu cumpleaños?─le quitó importancia el hombre a la par que dejaba los helados─. Y ahora os dejo a solas. Me voy al almacén.

Y así, ese señor se perdió entre las tinieblas de aquel oscuro pasillo. Estaba en estado de incredulidad total. ¿Su cumpleaños? ¿Qué diablos estaba pasando? Exigía una explicación. Pero no a todas mis preguntas, sino a lo que sentí en aquel momento. ¿Por qué me poseía una sensación cálida y sosegada, pero a la vez nerviosa, que aceleraba mi corazón de una forma que jamás había experimentado? ¿Estaba enfermo? ¿Tenía fiebre?

─Come, hombre, que se te va a enfriar. Ah, no. Pues… ¿se te va a calentar?

─Eric, ¿qué… qué es todo esto?

─Verás, mi pequeño y adorable amante, esta es la heladería en la que trabaja David. Nunca me habló de su curro, pero una vez pasé por aquí y lo encontré detrás del mostrador; por eso no te lo ha contado, porque no se lo cuenta a nadie. En fin, que hoy, como iba a tener una cita contigo, le pedí que le dijera a su jefe que nos preparara el especial de vainilla, porque sé que te encanta─relató con una expresión alegre.

─¿Cómo sabías que me encantaba?─comenté tras notar una ligera punzada en el pecho.

─Te oí una vez comentándolo con los novatos, y lo apunté mentalmente por si acaso.

─Pero─continué sintiéndome extrañamente ensimismado─entonces lo del restaurante era menti…

─No, reservé de verdad. Pero sabía que lo ibas a rechazar. Tú no vas detrás de mi dinero─al decir eso último amplió su sonrisa un poco, sólo un poco, de forma que nadie podría notarlo, pero, no sé por qué, en aquel momento yo sí que pude─. Sabía que un plan cutre que te pudieras permitir sería lo que querías.

─¿Por qué te has tomado tantas molestias?─agaché la cabeza para no enfrentarme a su penetrante mirada. Joder, hasta me había olvidado del helado.

─No apartes tus ojos de mí─se estiró y me alzó de la barbilla─. Algo tan hermoso jamás debería esconderse.

Al oír eso, fue como si todo mi cuerpo se volviera pesado, como si, de repente, un peso exterior hubiera me hubiera aprisionado bajo su carga. Me entraron picores por todo cuerpo, y lo peor es que notaba perfectamente cómo me ardían las mejillas.

“No… No…”, pensé, “no te dejes llevar. No caigas en sus redes. Ese tipo de frases son lo que le funciona. Todo es parte de su plan: recibe a las chicas con ese elegantísimo traje de marca, las droga con su perfume, las seduce con su cochazo y después les prepara una cita perfecta. Lo hace con todas. No te dejes engañar”.

─¿Quieres saber por qué me he tomado tantas molestias?─emitió una risita cerrando los ojos tenuemente.

─Sí, quiero decir… Hoy es tu cumpleaños. ¿No deberías pasarlo con tu familia, con tus amigos…?

“Qué mal…”, mi cabeza no dejaba de maquinar, “¿qué me está pasando? ¿Por qué me siento tan débil, tan vulnerable, tan femenino? Es como si fuera un cachorrito indefenso, asustado y totalmente a su merced. ¿Qué es lo que tiene que le da ese control sobre mí?”

─No hay nadie en el mundo con el que preferíría estar más que contigo, Mark. Es normal celebrar tu cumpleaños con tu novio, ¿no?

En aquel momento jamás se lo hubiera admitido a él o incluso a mí mismo, pero eso que había dicho Eric, esas palabras tan desinteresadas, tan despreocupadas, tan soltadas sin la menor reflexión, me hicieron sentir de una manera que no había sentido nunca. Yo siempre me había considerado a mí mismo uno más, un simple humano más entre la marabunta de gente. No tenía nada excepcional, no destacaba en nada. Hay miles de personas así. Debe de haberlas para que haya gente excepcional, ¿no? Siempre fui un grano de arena en el desierto. No obstante, aquella noche, por primera vez en mi vida, me sentí especial.

 

CONTINUARÁ...

 

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¿Amor o maldición? MERRY CHRISTMAS!

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Maldiciendo al destino (Cap 4)

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Maldiciendo al destino (Cap 2)

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¿Amor o maldición? Capítulo 13

¿Amor o maldición? Capítulo 12

¿Amor o maldición? Capítulo 11

¿Amor o maldición? Capítulo 10

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¿Amor o maldición? Capítulo 8

¿Amor o maldición? Capítulo 7

¿Amor o maldición? Capítulo 6

¿Amor o maldición? Capítulo 5

¿Amor o maldición? Capítulo 4

¿Amor o maldición? Capítulo 3

¿Amor o maldición? Capítulo 2

¿Amor o maldición? Capítulo 1