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Adam y Noa (12) - Ninfomanía

en Hetero: General

Me desperté sintiendo la respiración de Adam en mi oído, estaba medio acurrucada en su hombro y cogida a su torso bronceado y esculpido como una estatua griega de la antigüedad. Estaba completamente dormido y asquerosamente sexy, me sentía muy afortunada de haber encontrado una persona como él como pareja, y a momentos, no me sentía del todo capacitada para corresponderle, en algunas ocasiones tenía la horrible sensación de no ser suficiente. Pero Adam se encargaba de quitarme pensamientos como éste de la cabeza, demostrándome día a día que éramos tal para cual, y que lo que yo le ofrecía le hacía tan feliz como lo que él me daba a mí.

Acaricié su torso con la palma de la mano recorriendo cada pequeño detalle y miré su rostro. Pocos hombres en el mundo me parecían más guapos que él, con aquellos rasgos tan masculinos, esos labios tan carnosos y dulces, el pelo perfecto, los ojos profundos… le quería, le quería hasta rabiar. No era deseo físico, ni atracción, ni amor adolescente; era algo mucho mayor, algo que me llevaba por completo, una especie de veneno que ansiaba pegarme a él, que me obligaba a mirarle, a hablarle, a acariciarle, a besarle… era un sentimiento mucho más allá del cariño, la ternura o el deseo sexual, lo era todo a la misma vez. Adam provocaba en mí la necesidad de hacerle feliz, de quererle en todos y cada uno de los niveles posibles, desde la mera conversación, pasando por los detalles, las caricias, o el enorme deseo de fundirme con su cuerpo a todas horas. Esa última parte me corroía en los últimos días. A raíz de la abstención sexual que habíamos tenido que aguantar en el último mes, lo deseaba muchísimo más que de costumbre. El sexo de la noche anterior no había apagado ese fuego que me había hecho despertar totalmente húmeda y con ganas de bajar mi mano unos centímetros más debajo de su abdomen, al lugar que por el momento aún tapaba esa sábana. No sabía por qué, pero tenía la jodida necesidad de follarle una vez y otra, y otra, y no me cansaba de sentirle dentro de mí, de besar su cuerpo, de rozar su piel. Pero tenía miedo de cansar a Adam, era posible que él no tuviera esa necesidad abrumadora y no quería pasarme de la raya, el pobre parecía muy exhausto al final de la noche anterior. Quizá estaba empezando a volverme una ninfómana y deberían llevarme a una clínica o algo así.

- Me estás poniendo enferma Adam –dije yo con voz melódica-.

Volví a acariciar su cuerpo, pasé mi mano por todo su abdomen y quise ser mala, muy mala, así que bajé mi mano, arrastrando la sábana y me encontré con una gran erección matutina que me daba la bienvenida. Aquello me encantó, se me hacía la boca agua con solo pensarlo, así que sin más rodeos me tiré a saborear aquella delicia que tenía entre las piernas. Con la práctica había aprendido a hacerlo realmente bien y ya conseguía abarcarla casi por completo, la saboreé con tranquilidad, aprovechando cada segundo, abarcando cada centímetro, y viendo como Adam se retorcía de placer encima de aquella cama. Aún estaba dormido, así que ansiaba verlo despertar y encontrarme allí, con su miembro entre mis labios y mis ojos clavados en los suyos. Entre jadeos, Adam empezó a suspirar, y para mi delicia, empezó a susurrar mi nombre mientras contraía los abdominales y hacía fuerza con sus muslos. El orgasmo estaba a punto de llegar, así que aumenté el ritmo y paladeé cada gota de su orgasmo, que cayó por mi garganta mientras Adam iba despertándose. Cuando abrió los ojos, yo estaba sentada entre sus piernas, relamiéndome los labios con una sonrisa en la cara.

- ¿No ha sido un bonito sueño?

- Gracias a dios no, si hubiera sido un sueño yo no habría podido disfrutarlo…

- Muy buenos días preciosa.

- Mejores para ti, ¿no crees?

- De momento, inmejorables.

Estaba tan sexy acabado de levantar, con ese pelo despeinado, su cuerpo desnudo, el sudor recorriendo su piel… y esa sonrisa seductora que siempre tenía al mirarme. Me senté sobre él y besé sus labios con tranquilidad, me agarré a su pelo con suavidad y me quité la camiseta con rapidez, llevando su boca hacia mi pecho. Él no se hizo de rogar, paladeó las aureolas con tranquilidad y se paró unos minutos a relamer y medio morder cada pezón, los tenía tan duros que casi me dolían.

- ¿Todavía quieres más?

- Creo que esto se está convirtiendo en una droga… sabes, me siento como en las películas, uno de esos chicos adolescentes que tiene mucho más deseo que su novia, y le piden cama a todas horas y ellas se niegan. Sabes, siempre sale alguien defendiendo a la chica diciendo que no está preparada o que eso es inhumano, sólo que ahora yo soy el chico y tú la chica, me da la sensación de que te estoy forzando.

Adam me miró a los ojos y me acarició el pelo. Me besó con dulzura, sin carga sexual, sin ansia o pasión, y me rozó la nariz con la suya, medio sonriendo. Se sentó bien en la cama y me apoyó sobre él para poder mantener una conversación tranquila, sin problemas.

- ¿Forzándome? Noa por favor…

- Es que no sé qué me pasa, yo… sabes que nunca te he dicho que no, siempre tengo tiempo y ganas para estar contigo, pero ahora es como si el fuego que normalmente se consume con una buena sesión de cama ardiera con más ganas a cada orgasmo que tengo. ¿Y si me estoy volviendo adicta?

- Por favor, cualquiera que te oiga debe pensar que no estás bien de la cabeza… y bueno, mis  amigos si lo supieran me matarían a palos por ser un hombre tan jodidamente afortunado.

- Adam, hablo en serio…

- Y yo. Noa, es aún muy pronto para pensar en que puedes ser adicta al sexo, es prontísimo. Tienes que pensar que has tenido un mes duro, con mucha presión, apenas nos hemos visto y quizá tu cuerpo quiere ponerse al día, poco más. Tienes ganas, pero no es que no puedas vivir sin sexo, no te ha cambiado el carácter, ni estás frenética, ni nada parecido, simplemente es que estás más “receptiva” que otras veces. Eso, para muchos hombres, te puedo asegurar que es una bendición.

- No creo que las chicas en general sean tan “frías” en este sentido.

- Bueno, no todas lo son, pero no sé si por motivos sociales o su educación, o quizá físicamente, hay muchas mujeres que aunque quizá no llegarían al extremo de poder vivir sin sexo, tienen mucha menos necesidad de mantener relaciones a menudo. Algunas de mis amigas consideran que una vez a la semana es más que suficiente, y a veces lo hacen más como favor a su pareja, que por gusto.

- UNA VEZ A LA SEMANA… una vez a la semana, ¿en serio? ¿Qué tipo de novios tienen? Quizá más que falta de deseo es que su novio es un desastre en la cama o quizá es que no se atraen lo suficiente y están “por amor”. Adam, en serio, piénsalo, ¿una vez a la semana? Crees de verdad que tú podrías estar 24 horas al día durante 7 días seguidos conmigo ¿Y NO TENER SEXO? Vamos, yo te aseguro que no aguantaría. Antes de conocerte, ya me costaba una barbaridad estar más de tres días sin masturbarme, ¿crees que aguantaría 7 días enteros contigo sin tocarte? ¡7 días! No puede ser, es que no es lógico.

- Bueno, eso es lo que diría un hombre. Siempre socialmente se ha intentando dar a entender que nosotros tenemos más deseo sexual, que siempre tenemos más ganas, que necesitamos más sexo… creo que tú ganarías a más de uno –dijo él riéndose-.

- No es esa la cuestión, es simplemente que no entiendo que les corre por las venas, ¿qué sienten? A ver, yo te quiero mucho y me encanta estar contigo, hablar contigo, no sé, cualquier cosa normal y mundana, sea lo que sea, pero no puedo evitar pensar en el sexo cuando estamos juntos. Adam eres mi novio, eres mi pareja, y como tal te deseo, casi a todas horas, en cualquier lugar, porque me encanta tu cuerpo, y tu manera de mirarme, y el sonido de tu voz… vamos, dime que me entiendes.

- Claro que te entiendo, estoy de acuerdo contigo. Pero hay muchas personas que no tienen ese deseo constante, hay mucha gente que puede vivir sin esta parte y estar tan a gusto.

- Pues sinceramente… no lo entiendo. A no ser que hayas tenido un día muy cansado o haya habido una discusión muy hiriente o alguna causa de fuerza mayor, ¿qué te puede pasar por la cabeza y por el cuerpo para no querer estar con tu novio? Es que no se me ocurre nada. Incluso enfadada contigo, creo que no dejaría de desearte, aunque seguramente por el momento sería incapaz de tener sexo, además de por la rabia, por las circunstancias, pero el deseo sigue ahí. No sé… es atracción física, es necesidad, es cariño.

- Sí… y ahora andas muy necesitada de cariño.

- Demasiado… pero bueno, supongo que se me pasará. ¿Quieres desayunar?

- Creo que sí, hoy mi desayuno es el fruto más dulce que existe…

Ese brillo en los ojos y el susurro de su voz sólo significaban una cosa, y yo estaba totalmente dispuesta a ser su desayuno, así que me dejé hacer sin oponer resistencia.

- Bueno, ya que estás tan necesitada, vamos a intentar apaciguar ese fuego.

- Puedes hacerme lo que quieras.

Él sonrió a modo de respuesta y me tumbó en la cama. Me besó, bajó por mi cuello, por mis pechos, mi ombligo y llegó a mi humedad. Abrió mis piernas, y observó que estaba completamente encharcada, con apenas un par de caricias alcancé mi primer orgasmo y a partir de entonces Adam se dedicó a lamerme y hacerme sufrir con su lengua, tenía una facilidad bárbara para darme placer de esa manera y a mí me encantaba. ME corrí una segunda vez, y una tercera, una cuarta y en la quinta apreté los puños y gemí tan fuerte como nunca lo había hecho. Adam se estiró a mi lado y me miró, también exhausto.

- Descansaré un poco, si todavía necesitas más, seguiré hasta que te canses.

- Adam no hace falta que hagas esto… estoy bien, de verdad.

- Quiero dejarte rendida, fundirte los plomos, dejarte exhausta y completamente saciada al menos durante un par de días, y haré lo que sea para conseguirlo.

- Adam esto no es culpa tuya… bastante has hecho ya.

- Es parte de mi “función” como novio sabes, mantener a mi novia satisfecha.

- Estoy más que satisfecha Adam, no podría pedir más.

- No, no lo estás… -dijo él bajando su mano y acariciando de nuevo mi clítoris, arrancándome jadeos con suma facilidad-. Cuando estás exhausta, a parte de sueño, toda esta zona está tan sensible que normalmente casi gritas de dolor, así que hasta que no consiga eso, no pienso parar.

- ¿Y tú qué? Así solo disfruto yo…

- Ahí te equivocas, con cada gemido me das más placer que el que podría darme un orgasmo, eso te lo aseguro. Tu bien lo sabes.

Lo entendía, a mi también me encantaba hacerle sexo oral o tocarle, aquello me daba un placer muy diferente al físico, pero en ningún caso inferior. Era un placer enorme el poder observar a la persona que quieres disfrutando contigo, gimiendo sin parar y gritando tu nombre, aquello no tenía comparación alguna.

Adam se quedó a mi lado, y estuvo masturbándome con la mano durante tres orgasmos más. Con aquellas manos apretaba formando círculos alrededor de mi clítoris, tocando exactamente la zona alta de la derecha dándome más placer del que nunca había sentido, subía el ritmo, lo bajaba, me metía casi de sopetón tres dedos y mordía mis pezones, casi sin parar. El tercer orgasmo acabó por dejarme casi en trance, cosa que Adam se tomó como un triunfo. Entonces me pidió que me acostara sobre la cama y que cerrara las piernas, yo me dejé hacer, como si fuera una muñeca. Puso dos cojines bajó mi cadera y quedé estirada, bastante cómoda, con el culo muy en pompa y él se puso detrás, acariciando mi espalda. Pasó su pene por la entrada de mi vagina un par de veces y a la tercera me penetró con mucha fuerza, llegando hasta el fondo, encajándose en mí como nunca antes lo había hecho. Gemí presa de la lujuria y el placer, aquello me encantaba. Me estaba haciendo el amor a un ritmo rápido, clavándomela entera, hasta el fondo, podía notar sus testículos en la entrada, sonaban incluso. Aquello me gustaba, me gustaba mucho. Entonces Adam abrió mis piernas y me pidió que me levantara un poco más. Mantenía la cabeza apoyada en la cama, y también los brazos, pero mis rodillas estaban flexionadas sobre la cama, como instándole a seguir. Las penetraciones seguían siendo muy profundas y placenteras, pero ahora Adam había bajado mucho el ritmo, ahora eran rápidas y muy secas, duras, como marcando un paso militar. Acarició mi espalda con la mano y bajó hasta mis pechos, los cuales acarició y agarró mientras seguía penetrándome.

- Esto te va a encantar –dijo en mi oído, mientras se alejaba de nuevo-.

Y en una súbita penetración, llegando de nuevo hasta lo más profundo de mí, Adam agarrando mis pechos me levantó de repente dejándome totalmente erguida, apoyada en mis rodillas, con él dentro de mí. La sensación que sentí al moverme casi 90 grados con él dentro, fue increíble. Todos los músculos de mi vagina se contrajeron y me quedé al borde del orgasmo, esperando un nuevo avance de su cuerpo en el mío, queriendo ya gemir… pero Adam lo retrasó, como tantas otras veces. Ahora se movía en círculos, totalmente dentro de mí, mientras seguía acariciando mis senos y mordiendo mi cuello, aquello me encantaba. Casi sin querer bajé mis manos a mi sexo y empecé a acariciarlo, llevándome de nuevo al borde del orgasmo pero Adam me agarró las manos antes de conseguirlo.

- No, no, no… no seas mala, todavía no.

- Adam… quiero más.

- Lo tendrás, a su debido tiempo.

Aquella postura siguió, poco a poco, en círculos, a veces un pequeño vaivén, y entonces me instó a que me diera la vuelta, apoyándome de nuevo en los cojines pero ahora con la zona baja de la espalda. Veía a Adam cansado, sudando, exhausto y sólo tenía ganas de besarle, estaba empezando a perder la razón. Él siguió con las embestidas fuertes y yo empezaba a rozar el orgasmo, Adam masajeaba mi humedad con pequeños círculos y me miraba a los ojos mientras no cesaba de moverse.

- Ah Adam, ya no puedo más, ya no…. Oh dios… -y me levanté de golpe, agarrándome a él, gritando y apretándome contra su pecho mientras los espasmos recorrían mi cuerpo. Me sentía fuera de sí, ida, saciada como él decía… susurré en su oído que le quería y me dejé caer en la cama, sin pensar en nada, sólo rendida. Me acurruqué en la zona dónde él había dormido, oliendo aún ese olor tan típico de él, tan Adam… y me quedé completamente dormida, la mar de tranquila.

*

Cuando me desperté ya no entraba la luz del sol por la ventana, apenas si había claridad en la habitación. Estaba sola, tapada con la sábana y tenía un vaso de agua en la mesita de noche y una camiseta y unos pantalones doblados encima de una silla, debajo de ésta mis zapatillas. Quería verle, pero antes me miré en el espejo y casi me di asco a mí misma. Me fui a la ducha y me enjaboné bien, me lavé el pelo y me sequé con una toalla. Me puse crema y me vestí, bajé por las escaleras y vi a Adam sentado en el sofá leyendo alguno de sus libros. No pude evitar correr y me lancé a sus brazos sonriendo.

- Ya te has despertado… -dijo él recibiéndome con los brazos abiertos-, hola preciosa, te he echado de menos.

- No deberías haberlo hecho –dije yo un poco avergonzada-.

- Lo necesitabas.

- ¿Y qué hay de ti? Casi que me quedé dormida después del último orgasmo, ni siquiera me preocupé de que tú terminaras.

- ¿Estás mejor?

- Si te refieres a que si estoy caliente, tranquilo, ahora estoy normal, como siempre. Pero supongo que si te pones a ello reaccionaré como de costumbre.

- Siento decirte que hoy hemos cubierto el cupo, mañana seguiremos.

- O pasado.

- ¿Tan saciada estás que me vas a dejar sin sexo durante casi 48 horas?

- No lo sé, no voy a calcular el tiempo, sólo quiero hacerlo cuando haya ganas por parte de los dos, no quiero que nos vuelva a pasar algo así.

- ¿Tú no hubieras hecho lo mismo por mí?

- Seguramente sí.

- Entonces no hay nada que objetar.

- Pero…

- He hecho unos huevos rellenos y una empanada de atún para comer, pero como estabas tan dormida no he querido despertarte. ¿Tienes hambre?

- Aunque parezca mentira, la verdad es que sí… hacía mucho tiempo que no tenía hambre.

- Bueno, eso es bueno. ¿Qué te parece si cenamos y luego nos venimos aquí con un gran bote de palomitas a ver uno de esos dramas románticos que tanto te gustan?

- O podemos ver una de tiros, sabes que también me gustan.

- Sí, lo sé… pero hoy me apetece algo más calmado.

- Eres un cielo…

Cenamos con tranquilidad, contándonos cosas que nos habían pasado en ese mes en que apenas nos habíamos visto. Adam me contó dónde había estado en Londres, el clima, la gente, las calles… a él le gustaba bastante la ciudad, y a mí, bueno no me disgustaba pero no era de mis preferidas. Hablamos de los estudios, de los planes para las vacaciones y como no, de la comida en casa de sus padres.

- Mi madre te adora…

- Ella es una mujer encantadora, se nota lo mucho que ha influido en ti.

- Gracias, aunque me parezco más a mi padre.

- Eso no es que sea algo malo precisamente.

- No, la verdad es que me tocó la lotería con mis padres.

-Sí, no sabes cómo te envidio…

- Me encantaría conocer a tu padre, me gustaría decirle un par de cosas.

- No vale la pena Adam, él se cree sus propias mentiras y no ganarías nada. Miento, ganarías un dolor de estómago y un momento jodidamente desagradable, él no tiene vergüenza, ni dignidad, ni nada por el estilo, le daría igual y no sacaríamos nada bueno.

- Pero al menos me desquitaría del daño que te ha hecho.

- Lo feliz que me haces me compensa en gran medida lo que he tenido que pasar con él.

- No te mereces un padre así Noa, en serio, eres dulce y cariñosa; eres responsable, inteligente, divertida…  ¿qué más podría pedir un padre? Por favor, es que no lo entiendo.

- Yo tampoco lo entendía, bueno quizá sigo sin entenderlo, pero ya no me martirizo por eso. Nunca fui lo suficientemente buena para él, sólo me queda aceptarlo.

- ¿Lo suficientemente buena? Cualquier persona daría gracias por tener a alguien como tú en su vida, eso te lo aseguro.

- Bueno… tú lo que pasa es que conoces más mi vena buena, que la terrorífica.

- Uh, que miedo me das.

- Anda, recojamos esto y veamos esa película.

- Está bien…

Nos acurrucamos en el sofá después de ponerlo todo en orden y vimos la peli, tranquilos, comiendo palomitas, comentando escenas y aprovechando cada segundo. En un momento, no sabría decir cuál exactamente, subí cara para darle un beso y acabaron siendo veinte, quizá treinta, pero besos dulces, con calma, tranquilos… de esos que te quitan el sentido y te provocan felicidad en el instante. Me cogió en brazos y nos fuimos a la cama y nos seguimos besando, quizá durante horas, mientras rozaba su piel… y finalmente, nos quedamos dormidos, a la espera de un nuevo día.

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