miprimita.com

Jodido guitarrista

en Sexo Virtual

La primera vez que hablé con Esteban fue en un chat. Yo estaba aburrida y me conecté por la noche, a ver qué encontraba. No era un chat de conocer parejas ni novios, ni principitos, era un chat de ciber sexo y no iba buscando precisamente un polvo romántico y dulce. Estaba caliente, y quería algo más personal que un bendito video porno. Yo estaba cansada de chicos que no sabían escribir, romanticones y gente pidiendo cosas raras, así que él parecía más o menos normal. No recuerdo exactamente cómo empezó la conversación, pero lo que pasó es que me pidió que fuera su secretaria personal y el mi jefe. Fue un polvazo, duro, brusco, sin sentimiento, una secretaria que tenía que estar siempre desnuda a disposición de su jefe para que la usara como quisiera. Pues bien, acepté. Seguramente en la vida real me habría reído en su cara y lo habría mandado a la mierda, pero en ese momento era lo que quería: una fantasía con la que excitarme y tener un orgasmo.

Pese al primer momento y algunas cosas, descubrí que me gustaba su manera de describir y su manera de hablar, me entendía, me daba lo que necesitaba en esas noches. No había ni más, ni menos. Me hacía gracia la necesidad que tenía de amasarme las nalgas y apretarlas, además de lo mucho que le gustaba azotarme, sin ser duro. Con él era fácil. Siempre que tenía ganas de buen sexo, sin compromiso y sin tonterías, me conectaba y lo buscaba. Él siempre estaba ahí para mí, para su secretaria putita, y ya me iba bien. No sabía cómo era físicamente, ni su nombre, ni de dónde era… no me hacía falta, y parecía que a él tampoco. No me imaginaba a nadie en concreto, no lo necesitaba, me bastaba con sus descripciones, su manera de tratarme, cada maldita embestida era gloria para mí en noches que parecía que se me venía el mundo encima.

Y así, como quién no quiere la cosa, fueron pasando las semanas y seguíamos viéndonos. A veces me podía conectar menos por estudios, o sencillamente porque esa noche no me apetecía la rudeza con que Esteban me follaba, así que fantaseaba sola. Hasta que un día, sin saber por qué, empezamos a hablar de nosotros. Nuestros nombres reales, nuestra vida, nuestros gustos… y me marcó, me gustó cómo era. No era como yo pensaba, no era un maldito misógino que quisiera una esclava sexual, ni un niñato buscando una putita. Era un hombre, un hombre 11 años mayor que yo que me entendía como ningún otro chico me había entendido jamás, y eso me parecía mucho más interesante que cualquier cuerpo escultural. Éramos dos personas marcadas por cicatrices dolorosas buscando un rato de relajación, un polvo salvaje sin sentimiento, algo fácil. Pero no era tan fácil, en seguida que empecé a hablar con él como Nayra, empezó a costarme más ser una zorra sin sentimiento que se conectaba y se dejaba usar por su jefe. Descubrí que más allá de mi coraza de zorrón, había muchas cosas más, y le dejé que me conociera, contándole cosas que no me atrevía a contar a nadie más, por alguna extraña razón ese casi desconocido se había ganado mi confianza. Y no sólo eso, una pequeña parte quería saber más de él, conocerle, entenderle.

 Era profesor, algo que me gustó, siempre me habían gustado los profesores, me daban morbo. El rollito alumna – profesor se había creado para mí, sin duda. Además era músico, guitarrista nada más y nada menos, aunque no era muy consciente del deseo sexual que despierta un guitarrista en las mujeres, o al menos no parecía darse cuenta. Le gustaba el cine, las series, los coches… y me escuchaba, pese a que mis rollos o preguntas fueran idiotas, absurdas, él parecía escucharme, conectándose cada día, aconsejándome, respondiendo cada maldita pregunta, aunque fuera íntima.

Para él parecía que la diferencia de edad era abismal, recalcando mil veces los 11 años que nos separaban, yo apenas si pensaba en ello. Al ponerme a hablar, se me olvidaba la edad, me daba la sensación de que era exactamente cómo tenía que ser, no había nada en él que me disgustara, absolutamente nada. Siempre era sincero a la hora de responder, y pese a gustarle el sexo duro, lo encontraba dulce, romántico, cálido… y eso me daba rabia. No había millones de hombres en el planeta, que dios me dejaba conocer a uno que me gustaba, poniéndomelo tan difícil. ¿Por qué? Él seguro que me veía como a una niña, a su lado, por mucho que nos entendiéramos. Cada maldita vez que me hablaba de su ex, su jodida ex que lo había destrozado, sentía ganas de matarla a ella y unos celos horrorosos porque él la hubiera querido tanto. ¿Por qué? Dios da pan a quién no tiene dientes. Y por si fuera poco, la ex era guapísima y buenísima en la cama, dos cosas contra las que no podía competir. La diferencia de edad, el físico, el sexo… ¿qué mierda me estaba pasando con Esteban? ¿Por qué narices me acordaba de él con cosas tontas, por qué era a él a quién quería contarle lo que me pasaba, fuera bueno o malo? ¿Por qué me era tan fácil contarle mis cicatrices tan profundas? ¿Por qué me era tan fácil contarle mis deseos, mis fantasías, incluso las más íntimas? Definitivamente, era una mierda.

Una noche, tras un cúmulo de revelaciones, me atreví a decirle que era virgen. No se sorprendió, simplemente me dijo que bueno, que eso no era nada malo y que no me lo tomara en broma. Que era algo importante y que tenía que encontrar a alguien especial, alguien que fuera consciente de lo que significaba que yo le entregara mi primera vez. Fue dulce, y comprensivo. Y contestó cada duda que tuve, cada pregunta absurda que se me ocurría, además siempre me hacía reír, y yo a él, o eso intentaba. Finalmente, como no, acabamos teniendo sexo y esa noche le dije que fuera mi profe, en lugar de mi jefe, siendo yo una alumna virgen “enamorada” del profe. Pero no supe explicarme, no reivindiqué mi placer como él me dijo, y me encontré en un círculo de emociones en el que me sentí humillada, usada y fría como un témpano. Él sólo lo hizo como siempre, como lo hacíamos nosotros, por gusto, pero una parte de mí misma fue incapaz de concebir ese sexo duro con mi primera vez. Necesitaba besos, necesitaba caricias, necesitaba que él me abrazara, que me excitara de otro modo… estamparme contra el escritorio fue duro, y me quedé fría sentada en mi cama, contestando cada frase suya hasta que terminó. No paré, le dejé que me usara sintiéndome sucia, diciéndome a mí misma… “eres su putita, nunca verá más allá de ahí, no lo intentes”. Lloré, lloré en silencio en mi cuarto, muerta de miedo. Uno de mis mayores miedos, siempre había sido abrirme a un hombre, diciéndole que una parte de mí fantaseaba con algo más duro, algo no tan convencional, y que terminara por olvidarse de que soy algo más que una puta. Y esa noche me sentí así, me sentí fatal.

Lo peor fue cuando se lo dije a Esteban. Él parecía tan sorprendido, dijo lo siento mil veces, y entonces me sentí peor. Esteban no quería tratarme así, sólo había supuesto que yo lo quería así, y al no decir nada… no pensó, no se dio cuenta. Él no quería hacerme daño, y yo lo sabía, pero fue duro, muy duro. Nos despedimos y hablamos tranquilo al día siguiente, él fue tan comprensivo, tan atento conmigo que no pude evitar sonreír. Sólo me dijo que siempre pidiera, que hablara, que le dijera lo que sentía. No tenía nada más que decir “para” o “esto no” y para él sería suficiente. Me sentí culpable por hacerle algo así, y por ser tan cobarde de no reaccionar a tiempo, evitándonos ese momento incómodo.

Esa noche lo hicimos más calmados, estrenamos por fin una cama. Siempre lo hacíamos en su despacho o en su casa, pero en la puerta o en el sofá. Él siempre me usaba, sobre todo mi boca, porque le encantaba y a mí me gustaba que lo hiciera, le dejaba. A veces era más duro, otras un poco menos, pero era dominante conmigo, y a mí me iba bien. Esa noche fuimos como una pareja normal, de iguales. Usamos una cama, como cualquier otra pareja, y por primera vez desde que nos habíamos conocido él me besó, me acarició y bajó a lamer mi sexo, y me gustó. Sí que me gustó. Generalmente no reclamaba que me hicieran sexo oral en los relatos porque no sentía mucho con ello, pero esa vez, no sé por qué, me excitó pensar en Esteban haciéndolo. No fue muy dulce, seguía siendo él, un poco duro, pero fue diferente. No era mi jefe, ni mi señor, era sólo Esteban, y yo era Nayra. Y me gustó, me gustó esa cama y el sexo oral, me gustó que me tomara con fuerza haciéndome gemir, me gustó que me follara boca abajo porque yo se lo pedí y me gustó que me susurrara “córrete para mí”, porque lo hice, lo hice mientras leía sus palabras. Y fue excitante que se corriera mientras lo acariciaba con mis pechos, mis enormes pechos que le encantaban, calentándome a mí de nuevo, y haciéndome llegar con mis manos mientras él me miraba.

Después de eso, seguimos hablando. Conociéndonos. Hablábamos de todo, aunque el sexo era un tema recurrente. Esteban se dio cuenta de que pese a que era virgen, tenía mucha imaginación y mucho vicio, “tienes mucho peligro” decía a veces. Nos reíamos mucho, era un rato tranquilo en días en los que a veces me sentía completamente vacía. Le contaba mis fantasías y a veces me sorprendía, porque él jamás lo había hecho. Le gustó mi idea de la ducha o de atarlo a la cama, y yo me moría de la risa imaginándomelo. Yo le decía “a ver si va a tener que ir una virgen de 21 añitos a instruirte Esteban”, eran ratos tan amenos que me alegraban el día. Además, era un pequeño secreto, porque no me atrevía a hablarlo con mi madre y no sabía cómo sacar el tema con mis amigas.

A veces, hablábamos de nuestros malos momentos, y le conté mis lágrimas. Le conté mis más oscuros y jodidos secretos, amargos y dolorosos, pero con él no me costaba. Él siempre era más hermético, pero lo entendía, podía sentir como aún se recuperaba de algo demasiado duro, de algo que no quería recordar. Me dolía horrores pensar que una persona tan fantástica pudiera estar pasándolo tan mal por una… mala zorra que lo había destrozado. Y claro, las preguntas venían a mi mente casi sin querer, ¿podría querer a alguien como había querido a su ex? Y cuando me lo preguntaba, no podía evitar decirme a mi misma que porque narices me importaba eso. Y claro, una parte de mí pensaba en él más que como un amigo, pensaba en él más que como un polvo cibernético. No podía evitarlo. Y no quería, no quería pensar en ello porque era absurdo. Me imaginaba sus palabras: “Tienes 21 años Nayra, por favor, estamos en etapas diferentes de nuestras vidas. Búscate alguien que te haga feliz, alguien que sea para ti. Ése no soy yo”, o algo así. Porque Esteban no sería duro, no sería grosero conmigo, ni me haría daño. Él buscaría las mejores palabras para rechazarme, lo sabía. Él se centraría en la diferencia de edad, en su depresión, en su vida a medias… me diría que me acordara de las palabras de mi amigo, y buscara a un hombre que se sintiera afortunado de tenerme, y no un abuelete jodido. Muchas veces, medio en broma, intentaba buscarme posibles candidatos para mí, y nunca encontrábamos nada interesante, pero nos reíamos un buen rato. Yo a veces me moría de ganas de decirle, “tú serías un buen candidato” pero prefería no tirarme a la piscina, estaba casi segura de que me la encontraría sin agua.

Y así pasaron meses, hasta que llegó el verano. Al ser guitarrista en una pequeña banda de versiones, iba a tocar a algunos pueblos y por cosas de la vida acabó tocando en el pueblo dónde una de mis mejores amigas tenía una casa. Mireia me llamó para decirme si me quería subir con ella ese fin de semana para estar con la fiesta, y sin pensarlo dos veces dije que sí. El viernes fue más soso, pero el sábado nos fuimos de fiesta. Yo me puse mi vestido rojo ajustadillo, cómodo pero sexy, y mis sandalias negras de plataforma, para ir cómoda. Me solté el pelo, bien peinado, y me pinté los labios de rojo, con los ojos con la raya muy negra y una buena capa de rímel para que mis ojos estuvieran impactantes. No buscaba un polvo, ni un amigo, pero quería verme guapa, aunque fuera por mi misma. Fuimos a dar una vuelta y comimos en una pizzería, tranquilamente, dónde el camarero nos dijo de ir al concierto de una banda de estas de versiones, que había en una de las plazas. Como no teníamos plan concreto, pues fuimos, ya que el camarero nos dijo que pintaba bien. Recuerdo que cuando llegamos había muy poca gente y los músicos estaban probando y hablando entre ellos. Lo vi de lejos, así que me sonó un poco la pose, pero no pensé en ello. Me puse en un lado y nos sentamos en unos bancos en uno de los lados, esperando a unos amigos de Mireia hasta que empezara la banda a tocar. Estaba escuchando las novedades de mi amiga con su ligue cuando pasó el guitarrista hablando con el batería, tranquilamente, y él me miró de arriba abajo, muy fijamente, pero no dijo nada. Yo me miré, buscando algo, y no pensé. Los chicos se perdieron, así que los fuimos a buscar y al pasar por delante del escenario, volví a ver cómo me miraba el guitarrista, así que me fijé un poco más… me sonaba, y no sabía de qué. Pasé de largo y me fui con Mireia a por ellos, volviendo al sitio, apartados en un lado sentados en el banco.

La música empezó y tocaron muchos temas, entre ellos algunas canciones que realmente me gustaban, sobre todo un par de Santana, aprovechando el guitarrista para lucirse y hacer el solo, que aunque no fuera maravillosamente técnico era bueno. Entonces el del teclado los presentó, nombre por nombre, hasta que dijo “Y a la guitarra, Esteban”. Sentí como mi corazón se detenía y lo miré de arriba abajo, sorprendida. ¿Mi Esteban? Lo volví a mirar y sonreí, era él, era su pose. Hacía ya unas noches me había pasado un video suyo, y era inconfundible… él me sostuvo la mirada un poco, y siguió tocando. No parecía ni sorprendido, ni contento… más bien un poco furioso. Yo me imaginaba el por qué. Esteban seguramente creería que había buscado dónde estaba y que había ido a por él, que era algo así como una encerrona, y eso me dolía. Por mucho que la niñata de 21 tuviera ciertos deseos de conocerlo, yo no haría nada si él no quería, no se merecía que lo traicionaran aún más. Acabó el concierto y le dije a Mireia de irnos, no quería verle, quería que se diera cuenta de que no estaba ahí por él, así que cogí las cosas y me fui hacia fuera, en la calle principal diciendo que no me encontraba bien para poder huir rápido.

De repente alguien me puso la mano en el hombro, y no eran mis amigos. Jamás lo había visto en persona, jamás había oído su voz, ni olido su perfume… tampoco sabía cómo eran sus manos o su cuerpo, pero supe que era él. No me moví, respiré hondo y me aparté medio metro, sin girarme.

- Mireia vive aquí, tiene una casa aquí. Sólo vinimos al concierto porque el camarero de la pizzería nos dijo que podría estar bien. No, no ha sido premeditado. Sé, bueno, supongo que no quieres verme así que puedes irte con tu grupo, no me voy a enfadar, podemos seguir hablando siempre que quieras.

Cada maldita palabra me costó más que la anterior, pero pensaba respetar su decisión. Por mucho que tuviera ganas de girarme y pedirle un abrazo, no iba a hacerlo. Era más que consciente de la diferencia de edad, que él aún, aunque no quisiera, seguía medio enamorado de su ex, de las mil cosas que iban a ser difíciles, de mis mierdas, de las suyas… pero también era consciente de que en mi vida, llena de sombras y días tristes, él siempre conseguía sacarme una sonrisa, y me sentía comprendida. ¿Es que eso no contaba? ¿No contaba ni tan siquiera un poquito lo bien que me sentía hablando con él, ni tan siquiera un poco importaba que me hiciera reír, que me hiciera sentir segura, tranquila? ¿Por qué, narices, por qué?

Tragué saliva, apretando las manos. No quería ponerme a llorar, no quería montarle una escena. Y cuando empecé a caminar, incapaz de quedarme ahí, vi que caminaba tras de mí y sentí miedo. ¿Pese a todo estaba enfadado? ¿Me iba a decir que se acababa? No, no podía quitarme eso, por favor. Una lágrima resbaló en mi mejilla mientras noté la mano de Esteban de nuevo en mi hombro parándome, y sintiendo su cuerpo tras de mí. Pasó su otra mano por delante, abrazándome suavemente contra él, apoyando su barbilla en mí, suspiró.

- Sólo quería decirte que estabas muy guapa, ciber amiga.

Yo no pude evitar sonreír, y me giré dándole un abrazo fuerte. Creo que le sorprendió, pero no se apartó, aunque lo habría entendido. Me acogió y me pasó la mano por el pelo, y luego me secó las lágrimas con los dedos y me miró, sonriente.

- Ya has llorado bastante, ¿no crees? –yo sonreí, tranquila-. ¿Vamos a tomar algo y hablamos cara a cara un ratito? Ya sabes que los abueletes tenemos que ir a dormir pronto.

Me reí, no pude evitarlo, y le dije que sí. Aquella noche fue como cualquier otra, sólo que no tenía que escribir lo que pensaba con el teclado, sólo lo dije, fue una conversación fácil, amena, entre dos amigos. Él me hacía reír con tanta facilidad… y sí, era 11 años mayor, ¿y qué? No me sentía una niña a su lado. Quizá lo era, pero no me sentía así. No era porque Esteban fuera inocente, ni inmaduro, porque era un hombre. Era un maldito hombre que me hacía sonreír como nadie, un hombre que me escuchaba, que me aconsejaba sin juzgarme… un hombre que me calentaba como nadie había hecho jamás, y sin necesidad de tocarme. Por qué todo importaba, menos eso, ¿por qué, maldita sea?

Me acompañó a casa y nada, dos besos y adiós. Mi cuerpo ardía tan intensamente que creí que iba a estallar en llamas, pero él parecía tranquilo, tan tranquilo que incluso me dolió. ¿Tan poco atractiva le parecía que ni tan siquiera con mi vestido rojo despertaba nada en él? Me sentí frustrada, pero no podía hacer nada. Cada uno tiene sus gustos, y más allá de la edad, también podría ser que Esteban no se sintiera atraído por mí, quizá demasiadas curvas. No conocía a su ex, pero lo había oído tantas veces decir lo preciosa y buena que estaba, que sabía que no iba a poder competir con ella. Una parte de mí tenía pánico a que cada vez que me mirara, estuviera pensando en que no era como ella, y que Esteban se quedara clavado sin poder avanzar. Que nunca se sintiera satisfecho, intentando encontrar un reemplazo de ella, esperando su físico, su forma de tener sexo… y su maldito despiadado corazón, haciéndole creer que él merecía eso, que no podía aspirar a más. Me mataba ese juego de mujer fatal. Y más aún porque Esteban era, bueno, a mi modo de ver más interesante que la mayoría de los hombres que conocía, y atractivo, divertido… no se podía pedir mucho más.

Lo había imaginado tantas veces en la cama…. ¡Ay, si sólo fuera la mitad de bueno que relatando, hacer el amor con él sería la gloria! Pero en el fondo sabía que eso no iba a pasar. Esteban fundamentaba toda nuestra relación en algo cercano a la amistad, basándose día sí y día también en la diferencia de edad, y después en su aburrida vida, aderezada con su bajo estado de ánimo. No le iba a importar lo que yo le dijera, en el absurdo caso en que realmente una pequeña parte de él, aunque fuera minúscula, se hubiera planteado tener algo conmigo. Lo peor de todo es que yo sabía que seguramente una relación real en toda regla no funcionaría, por la distancia, la edad, la vida… pero un resquicio de mi cordura me decía que para una vez que encontraba a un hombre tan jodidamente completo, ¿por qué narices lo iba a dejar escapar sin ni siquiera intentarlo? ¿Por qué? Supongo que porque, pese a todo, había empezado a querer a ese abuelete cabezón que me hacía sonreír cada noche, y no quería hacerle daño, aunque eso significara que yo tenía que pasarlo mal.

Terminó el verano. Yo volví a las clases y no volvimos a quedar en persona, aunque hablábamos casi a diario. A veces me sentía como si ya estuviéramos manteniendo una relación. Nos explicábamos nuestra vida, las alegrías, las penas, lo que nos pasaba, lo que queríamos… y casi cada noche acabábamos teniendo sexo, variado y divertido, y jodidamente placentero. ¿Qué nos diferenciaba realmente de cualquier otra pareja? Únicamente que ninguno de los dos había formalizado nada, y que pese a todo yo sabía que Esteban iba a negarse en rotundo una vez y otra, y por encima de todo no quería perderle. Estaba siendo masoquista, anhelando algo que no podía tener, lo sabía, pero… prefería no tenerlo realmente, disfrutando de él cada maldita noche, que tener que decirle adiós. Además, una parte de mí, se consolaba pensando que yo era buena para él, para su autoestima, para su recuperación. Me auto convencida de que nuestra “relación” ayudaba a Esteban a estar mejor, intentando encontrar una razón para seguir con aquello sin tener que aceptar que estaba siendo egoísta.

Finalmente llegó octubre y con ello las fiestas de su ciudad. Yo no pensaba ir, pero al final entre unas cosas y otras decidimos ir a ver a una amiga que vivía en un pueblo cercano como sorpresa y pasar las fiestas con ella. Estuve pensando mucho si decirle o no que iba, para no ponerlo en un compromiso, pero al final me lancé. Esperaba que Esteban me dijera que tenía trabajo, que no tenía ganas de salir, que ya había quedado… yo que sé, que se iba con sus amigos, tenía un repertorio de excusas infinitas, pero no fue así.

Esteban: En serio vienes?

Nayra: Sí, vamos a casa de mi amiga Meri, ya te dije que tenía una casa enorme. Iremos 3 días, y bueno, pensé que quizá… querías ir a tomar algo, o a dar una vuelta por la feria.

Esteban: Sé que no debería, pero la verdad es que me gustaría verte.

Nayra: Sí? :$ Pues bueno, cómo lo hacemos… por qué no sé si tendré internet…

Aunque hablábamos cada día, siempre quedábamos en el mismo chat de sexo. No nos habíamos dado el correo, ni facebook, ni nada. Así que bueno, pensé que él me diría un sitio concreto a una hora, y yo me lo tendría que montar para ir, pero no, me dio su móvil y me pidió el mío. Intercambiamos los números y quedamos en vernos.

Esteban: Y qué señorita, ningún pretendiente nuevo?

Nayra: jajajaja venga ya Esteban, ya sabes que no.

Esteban: Así vamos mal eh… tú siempre con tantos alrededor, pero no te gusta ninguno.

Nayra: Supongo que soy demasiado exigente…

Esteban: Yo siempre te digo que te lo pienses bien, pero es que como sigas así… jajaja

Nayra: Sí, me veo virgen a tu edad

Esteban: Ay mujer, no digas eso! Seguro que encuentras alguno! Te he dicho mil veces que no tengas prisa, no es algo cómo para tomárselo a broma.

Nayra: Tal y cómo está el patio… no sé yo, tendré que recurrir a un milagro, y ya sabes que no creo en los milagros

Esteban: Ni yo…

Conversar con él siempre era demasiado fácil. Era algo bueno, claro que lo era, pero me hacía mucho más difícil el olvidarme de él, si hubiera tenido un gran defecto hubiera sido mucho más fácil mandarlo a paseo con viento fresco. Pero no… ahí estaba él, siendo divertido, atento, maduro, interesante… y joder, me entendía, me escuchaba, me hacía reír. ¡Era una mierda! Si tan sólo hubiera dicho algo que me tirara para atrás, si hubiera un jodido rasgo que me dijera, no Nayra, con este tú no puedes… pero no, tenía que ser perfecto. No perfecto en el sentido estricto, porque Esteban tenía defectos, como todo el mundo, pero rozaba mi perfección, rozaba aquello que yo buscaba en un hombre, y eso me molestaba.

Esteban: Entonces este fin de semana, nos vemos, ¿no?

Nayra: Pues sí… eso creo, ¿cuándo vas a querer quedar? Lo digo para decírselo a mis compis, para tenerlo más o menos preparado.

Esteban: No sé… cuándo te va mejor?

Nayra: Te he preguntado yo primero… jajaja

Esteban: Supongo que el sábado o el domingo estaré más descansado que el viernes.

Nayra: Ya… además no habrás tenido que soportar a cierta chica contándote tonterías hasta altas horas de la noche, y podrás irte a dormir pronto.

Esteban: Me gusta hablar con esa chica hasta altas horas de la noche, debo reconocerlo.

Nayra: Aunque sea una niñata de 21 años que está medio loca?

Esteban: Sí, debe ser que soy un degenerado…

Nayra: jajajaja no tenemos remedio… por cierto, ¿tu color preferido es el negro?

Esteban: Puede, ¿por qué preguntas?

Nayra: Nada, cosas mías.

Ya que el maldito vestido rojo, pese a todo, no había funcionado, pues probaría con otro. Elegí mi vestido negro, clásico, pero sexy. Era entallado, sin ser excesivamente ceñido. Era de escote barco, dejando los hombros al descubierto, con corte a la cintura, y luego falda ancha. La espalda iba abierta, excepto por un cruce que tapaba la cinta del sujetador. Cogí ese vestido, un conjunto de encaje verde que tenía, que me encantaba –y estaba sin estrenar- las botas altas y la chupa de cuero. Esteban era heavy, en esencia, así que quizá ese tipo de “modelito” lo interesaba más que el vestido rojo. No es que quisiera seducirlo, porque una parte de mí me decía que no debía, pero al menos quería conseguir que se sintiera atraído, al menos quería una maldita mirada interesada, aunque sólo fuera una.

Fuimos con tren, menos de una hora de viaje, y llegamos a casa de mi amiga por la tarde. La sorpresa fue grande y se emocionó, nosotras también, la verdad es que éramos un grupo bien avenido. Le mandé un sms corto: “Ya llegué abuelete, estoy bien. Mañana te aviso para quedar, cuídate y duerme bien. Besotes”. Ya que siempre enfatizaba tanto en la diferencia de edad, había tomado la decisión de usarlo como algo irónico, quitándole importancia. Esa noche fuimos a la feria y nos montamos en la noria, las sillas, el castillo del terror… nos echamos unas risas y llegamos un poco tarde a casa. Dormimos hasta las tantas y al día siguiente cociné para todas. Le mandé un mensaje a mi amiguete, para ver qué quería.

Nayra: Despierta de nuevo. ¿Cuándo y dónde quieres quedar?

Esteban: ¿Qué planes tienes para hoy?

Nayra: No sé… espera que pregunto.

Hablé con mis niñas, y me dijeron que teníamos mesa reservada para una pizzería y que luego iríamos a un concierto dónde tocaban algunos grupos de música tipo pop rock, pregunté cuáles y me cercioré de que ninguno de ellos me gustaba.

Nayra: Mis niñas quieren ir a escuchar música pop comercial. Yo paso, ya sabes que no me va ese tipo de música. ¿Quedamos después de cenar y vamos a dar una vuelta o a tomar algo?

Esteban: Supongo que irán a los conciertos gratuitos de la zona de la feria. Pues vale, por mi bien. ¿Quedamos en la caseta de entrada, al lado de la rotonda?

Nayra: Creo que ayer me fijé, así que sí. Si no te encuentro te llamo, digamos… que sobre las 11 y media estaré ahí.

Esteban: Vale, para las 11 y media estoy ahí, tranquila que si tardas un poco no me iré.

Nayra: Más te vale abuelete, no quiero tener que quedarme a oír esa música…

Esteban: Tranquila, pienso salvarte de tal tortura para tus delicados oídos. Hasta luego!

No pude evitar reírme. La música era uno de nuestros temas recurrentes, él tenía un gusto musical muy diferente al mío pero nos complementábamos bien. Él era de música en inglés de bandas, con guitarra, bajo, batería…. Yo era de música latina, preferiblemente solistas cantando baladas. Pero bueno, pese a todo, ambos apreciábamos la buena música, y nos enseñábamos cosas el uno al otro.

La tarde se pasó rápido. Me fui a la ducha y me di un buen repaso, mirando cada centímetro de piel, rasurándome por si acaso, y arreglando cierta zona, dejándola modo “recortado y limpio” por si acaso, aunque no pensaba que fuera a hacer falta, más valía prevenir. Me puse crema hidratante, me puse el conjunto y me miré al espejo. Bueno… voluptuosa, así era yo, unos kilos de más, obviamente, pero tampoco algo desagradable. Decidí no ponerme medias, porque no hacía mucho frío y entre que el vestido llegaba casi a la rodilla y las botas altas, pensé que mejor así, que luego molestaban. Me puse el vestido, moví la tira del sujetador para que no se viera y me miré… interesante, nada impresionante, pero pasable. Me puse las botas y me probé un momento la chupa de cuero. Toda de negro, no quedaba mal. Para darle un toque de color me puse un cinturón rojo y un pañuelo rojo, y me solté el pelo. No me maquillé apenas, raya en los ojos y poco más, y salí. Mis amigas “vitorearon” haciéndome sonreír, y preguntaron por el chico misterioso al que iba a ver. Mentí, diciendo que era un compi de uni al que me sentía muy unida, aunque todas preguntaron si había algo más. No pude mentir “No, somos amigos, él… no es para mí”. Esas palabras dolían, pero quizá decirlo en voz alta un par de veces me haría más fácil el camino.

Cenamos muy bien, todo muy rico, y mi corazón empezó a palpitar. ¿Por qué estaba tan nerviosa? Llevaba hablando con Esteban a diario más de medio año, ¿qué iba a pasar ahora? Sólo nos íbamos a ver, como en verano, tampoco era nada del otro mundo… sí, lo sabía, pero desde verano mis sentimientos habían avanzado. Cada maldita conversación afianzaba cada pequeño sentimiento, cada sonrisa, cada sensación…  Y bueno, digamos que su “frialdad” en verano me había dejado bastante plof, necesitaba sentir que él se sentía atraído por mí, aunque no quisiera nada conmigo, sólo ya por amor propio. Fuimos andando tranquilamente y quise entrar por otro lado, porque no quería que mis amigas lo vieran, no quería tener que dar explicaciones y una parte de mí, no quería que nadie conociera mi pequeño secreto. Esteban no me avergonzaba, al contrario, pero… me gustaba pensar que era sólo para mí. Las dejé intentando entrar en el bullicio cuando caminé hacia la esquina. Lo vi, apoyado en un banco, mirando el móvil. Miré la hora, pasaban cinco minutos de y media. Me acerqué caminando lento, aunque una parte quería correr y abrazarlo, supuse que no sería lo más recomendable dada la situación. Él parecía estar hablando con alguien, así que sólo me acerqué hasta que me quedé frente a él. Tardó unos segundos en mirar hacia arriba y yo sólo sonreí.

- ¡Hola abuelete! ¿Aburrido esperándome?

Él negó con la cabeza, sonriendo y se puso en pie, abrazándome suave. Nos dimos dos besos y me dijo de ir a dar una vuelta, hablando, y que luego podíamos pasarnos por el bar de no sé quién a tomar algo, si me apetecía.

- Y bueno, ¿qué me cuentas?

- Pues nada… bien, la feria está guay. Yo vine en el 2009, así que bueno, en 4 años está todo un poco cambiado, pero sigue siendo una feria muy grande, hay tantas cosas… ayer estuvimos en los cacharros, ¡me encanta la noria!

- A mi ex también le gustaba –cómo no, pensé yo, era imposible hablar con él y que no apareciera la ex por algún sitio. Una parte de mí lo comprendía, pero otra quería gritarle que dejara de acordarse de ella, ¡que reprimiera esos impulsos! ¡Que pasara página!-.

- Yo es que soy muy de norias, me parecen muy chulas. Pero bueno, también nos montamos en la rana, y en el látigo… es tan divertido –él me sonrío-, ¡ah y entramos en el castillo del terror! ¿Y sabes qué? Estaba tu jodido Freddy al final… ¡qué cague! –Se puso a reír, mirándome, le gustaba mucho el cine pero era un enamorado de Freddy, de Pesadilla en Elm Street-.

- Bendito Freddy… ¿qué pasó? –dijo él, con interés-.

- Pues que le gusté, no me preguntes por qué. Se acercó a mí y me llamó Kate o algo así, y me dijo que tenía un cuello precioso y no sé qué… con la de gente que entra, y me tuvo que elegir a mí. Lo peor es que estaba entre el miedo y la risa, pero no quería reírme porque me hubiera parecido descortés… fue raro.

- Ya claro, risa… seguro que te morías de risa.

- Es en serio, no sé, quizá risa nerviosa por la situación…

Él me miró, viendo mi expresión de absoluta sinceridad y no volvió a decir nada. Hablamos de más cosas, de cine, series, libros… y bueno, de su trabajo, de los niños, de mi universidad. Ameno, fácil, divertido. Como siempre. Así que al final me llevó al bar, y bueno, saludó al dueño y nos fuimos a una mesa, tranquilamente. Yo me pedí un vodka con lima, casi lo único que pedía, y el sólo dijo “lo de siempre”.

- Ah, por cierto, que no se me olvide… -dije sacando un paquetito de mi bolsillo- ten, a ver si ahora cambia tu vida –me miró extrañado, y abrió el paquetito, sacando un escarabajo azul tallado, de los de la suerte que alguna vez le había mencionado-. Ya te dije que se tenían que regalar, así que bueno, espero que te sirva.

- No hacía falta…

- Lo sé, pero me hacía ilusión. Y bueno… ¿Qué tal la nueva alumna, le gustó la canción que te pasé? –dije cambiando rápido de tema, para que no tuviera que pensar en ello-.

Seguimos hablando y hablando, y se nos hizo un poco tarde. Esteban me acompañó hasta el concierto y llamé a mis amigas, no contestaba ninguna, así que medio las busqué, pero nada. Las llamé 50 veces, pero nada de nada. Esteban me dijo de ir a su casa, así que bueno, él condujo hasta el pueblo, que más o menos conocía, y fuimos mirando las calles hasta que yo me pude situar para indicarle la calle de mi compi. La casa de Meri estaba vacía, por mucho que picábamos, no había nadie. Entonces me llegó un mensaje al móvil, de Lucía: “Será mejor que te quedes a dormir con tu amigo, mañana te cuento. Lo siento”.

- ¡¿QUÉ?! –Me sentí idiota, pero tuve que cambiar mi cara si quería parecer convincente. Me giré, medio sonriendo-. Meri… Meri dice que ya están cerca, puedes irte tranquilamente Esteban, no quiero que llegues tarde a casa.

Él me miró sin decir nada, y se acercó a mí, apoyándose en la verja de su casa. Yo me quedé quieta, esperando, pero se movió demasiado rápido quitándome el móvil. No tenía clave ni nada, así que pudo leer el mensaje tranquilamente. Me miró con cara de pocos amigos, y me devolvió el móvil.

- No me gusta que me mientan, ¿sabes? Y menos aún si mienten tan mal como tú… -Sonrió, un poco a desgana- Así que un amigo de la universidad, eh –dijo él irónico-.

- ¿Mejor les digo que he quedado con un treintañero al que me follo por las noches vía chat?

Supe que esa respuesta no le gustó, pero sólo giró un poco la cabeza, apoyándose de nuevo en la verja. Yo maldecí a mis amigas y llamé unas 10 veces a Lucía, intentando que me cogiera el teléfono y dejándole mensajes en el buzón poco amigables.

- ¿No me lo vas a pedir?

- No… no quiero ponerte en esa situación –dije, sin mirarle-. Igual… llévame a la estación de tren o algo así, un sitio que no cierre para poder tomarme un café y seguir despierta.

- ¿Tienes miedo de venir a mi casa?

Yo tragué saliva y suspiré. Tenía tantas malditas ideas en la cabeza que quería ser capaz de poder condensarlas y explicarlas en un par de frases, siempre había sido sincera con él y no quería empezar a mentir ahora.

- Tengo miedo de que te pienses que lo he hecho a posta para irme contigo a tu casa. Tengo miedo de que creas que voy a intentar algo, aunque sé que tú no quieres. Tengo miedo de que en verdad si quieras, y acabemos haciendo algo. Y sí, joder, tengo miedo de pedírtelo y que me digas que no. ¿Contento?

No pudo evitar sonreír, supongo que sonaba tan compleja, retorcida y absurda como siempre. Él se fue hacia su coche y me indicó que subiera, sin decir nada más. Yo me puse de copiloto y llegamos a su piso relativamente pronto, yo estaba cansada, y tensa, jodidamente nerviosa. Al entrar por la puerta y ver el comedor, no pude evitar pensar en la de veces que habíamos jugado en ese comedor… la de veces que había gateado desnuda por ese suelo hasta llegar al sofá, para que me usara como una putita obediente. Me encendí, no pude evitarlo. Él cerró la puerta con llave y entró tras de mí, pidiéndome la chupa para colgarla. Noté como posaba su mano en mi brazo, tirando, y torcí un poco la cara al sentirlo. Quitando la chupa, por primera vez esa noche, pudo ver mi espalda, totalmente desnuda con ese vestido, y vi media sonrisa en sus labios, medio suspiro. ¿Le gustaba lo que veía o era mera risa fácil por pensar en lo que se había puesto su ciber amiga?

- ¿Agotada? –dijo él con cierta ironía-.

- Pues sí, tengo sueño si es lo que preguntas… no voy a lanzarme a por ti –dije con cierto tono amargo en mi voz-.

- Lo dices como si yo esperara que lo hicieras, y como si en verdad quisieras hacerlo.

Yo aguanté su mirada y negué con la cabeza, rezongando. Una parte de mí quería tirar de su camiseta y gritarle que se estaba comportando como un maldito idiota, pero no iba a hacerlo. Otra sólo quería pedirle un abrazo, quizá un beso… pero sabía que después de eso querría más, claro que lo sabía, y no iba a poder pararme, así que como no estaba preparada para que él dijera que no, preferí alejarme tanto como pude.

- Nayra estás… distante.

- Lo intento.

- ¿Por qué?

- Lo sabes, así que no me hagas decirlo. Bastante humillante y masoquista está siendo esto ya, como para que encima te vanaglories de mi jodida absurdidad.

- Dios sabe que siempre te escucho y comprendo, pero te juro que no entiendo nada.

- Entonces además de poco intuitivo, eres sordo –dije alejándome-, ¿puedes dejarme algo… para ponerme? No sé, una de esas camisetas anchas… ninguna, ninguna que sea importante para ti, sólo algo que pueda usar para dormir. Sabes que no me siento cómoda quedándome desnuda.

- ¿Ah no? Creo que te he visto muy cómoda estando desnuda ante mí mil veces… -él se puso a reír tendiéndome una camiseta sencillamente negra, sin nada, bastante ancha-.

- Ahora no estamos en un jodido chat jugando a follarnos como si nada, esto es la vida real Esteban, y paso de tus juegos –la cogí alejándome, hacia el baño, pero él me cogió de la muñeca, sin ser agresivo, sólo reteniéndome-.

- Eh, ¡para! No te he dado motivos para que me trates así, así que será mejor que te calmes. Es una broma, como tantas otras veces, ¿qué narices te pasa Nayra?

Yo lo miré, avergonzada. Él no había hecho nada. Me había dado conversación durante casi 4 horas, me había acompañado, me había hecho reír… y ahora me ofrecía su casa para dormir cuando mis amigas me habían dejado tiradas, ¿qué narices estaba haciendo? Sinceramente, pagar mi frustración. Esteban no estaba babeando por mí. No había ningún maldito indicio, por raquítico que fuera, que tuviera intención de intentar algo y eso me enfurecía. Me cabreaba que él no me deseara. Me cabreaba que estuviera impasible mientras yo me debatía entre los nervios y el deseo. No, no soportaba no ser suficiente. No podía mirarlo, teniéndolo tan cerca, sin tener ganas de besarle… y lo peor es que sabía que era algo unidireccional.

- Lo siento, no… no te mereces esto, yo… me voy a dormir. Mañana por la mañana espero que todo esté solucionado, no… no quería molestar Esteban, gracias por todo de verdad. Eres maravilloso –me acerqué a él y besé su mejilla, con suavidad, metiéndome en el baño para cambiarme-.

Me dejé la ropa interior puesta, y las botas, como no, ya que no tenía zapatillas. Me puse la camiseta encima y me peiné un poco el pelo, secándome las lágrimas como podía. Abrí la puerta suavemente intentando no hacer ruido para que Esteban no me oyera, pero al abrirla lo vi apoyado al lado, esperándome.

- ¿Qué…?

- Quiero que me expliques qué narices te pasa, necesito saberlo.

- No… no quieres saberlo Esteban, y yo no quiero que lo sepas.

Dije tajante, cogiendo mis cosas como podía y yéndome hacia el cuarto que me había dicho, dónde había una pequeña cama aún sin hacer. Él entró tras de mí y me quitó las sábanas de las manos, haciéndome sentar en la cama, poniéndose a mi lado.

- Se me ocurren muchas cosas, y la verdad no quiero pensar en ninguna. Sólo quiero que me digas qué pasa, nada más. No voy a juzgarte, pero necesito entenderlo. No podemos estar como siempre, tan bien, y de repente que me trates así… ¿qué pasa?

- Esteban yo… si realmente, te gusta esta amistad nuestra, no quieres que te conteste, de verdad. Te puedo asegurar que no quieres oírlo.

- Cuando me has dicho que estoy sordo, ¿a qué te referías? ¿Me has estado hablando con segundas durante la noche o qué?

- No… yo lo he dicho bastante claro en la verja, antes de entrar en tu coche.

- No quería pensar en eso –dijo él desviando la mirada-.

 - Lo sé, por eso te he dicho que no quieres oírlo. Sólo vete a tu cuarto, descansa, y bueno… somos amigos, ¿no? Perdóname por ser gilipollas, tengo mis puntos.

- Pero lo estás pasando mal, lo sé.

- Eso no importa Esteban, eso es problema mío, no tuyo.

Él se levantó y se fue hacia la puerta, pero se dio la vuelta, mirándome. Yo tenía los ojos llenos de lágrimas, no podía evitarlo, pero sonreí. Él parecía estar sufriendo, y eso me dolía aún más, así que no pude evitar romper a llorar.

- No… no quiero que sufras por mí, Esteban, yo… yo soy fuerte, lo sabes. Sólo, sólo son caprichos de adolescente hormonada, no me hagas caso, se me pasará.

- Has dicho que tenías miedo de que realmente pasara algo entre nosotros –yo desvié la mirada-, pero también has dicho, que tenías miedo de pedírmelo y que dijera que no. Nayra, ¿qué es lo que quieres?

- Quiero olvidarme de ti –dije con la voz amarga, mirando el suelo-.

Era la verdad. Pese a todo era realista, Esteban no quería cruzar esa línea y yo no iba a obligarle. Una cosa era follar porque sí en la red, unas veces más lento, otras más duro, otras con roles, otras en sitios raros… y otra muy diferente era aquello. Yo sabía que Esteban no se sentía preparado para una relación, y seguramente no querría la responsabilidad de tener que preocuparse por una virgen inexperta llena de complicaciones. Además, Esteban ni siquiera me deseaba, ni un poquito, así que no había nada qué hacer. Me sequé las lágrimas, como pude, mientras hacía la cama, sintiéndolo en el quicio de la puerta, sin moverse, observándome. Finalmente terminé, y sólo pude cerrar la puerta suavemente, delante de él, sin ser capaz de decir nada, hasta que cerró del todo, me puse de espaldas a la puerta y me dejé caer al suelo, apoyando mi cabeza en mis rodillas y dejándome llevar, llorando desesperadamente por querer algo que no iba a poder conseguir. ¿Por qué? Dios, ¿por qué?

Mas de neus

Me llamaste princesa

Adam y Noa - (13) No es oro todo lo que reluce

El futbol y el amor (6)

Jodido guitarrista 4

Jodido guitarrista 3

Jodido guitarrista 2

Conociendo a mi nuevo hermano (9)

El futbol y el amor (5)

El futbol y el amor (4)

El futbol y el amor (3)

El futbol y el amor

El futbol y el amor (2)

Conociendo a mi nuevo hermano (8)

Adam y Noa - Primera vez

Adam y Noa - Primera vez (2)

Alma conoce a Sergio

Conociendo a mi nuevo hermano (7)

Alma y Sergio - Evolución sexual

Conociendo a mi nuevo hermano (6)

Conociendo a mi nuevo hermano (5)

Conociendo a mi nuevo hermano (4)

Adam y Noa (12) - Ninfomanía

Conociendo a mi nuevo hermano (3)

Conociendo a mi nuevo hermano (2)

Adam y Noa (11) - Eres una fierecilla

Conociendo a mi nuevo hermano

Adam y Noa (10) Reencuentro tras los exámenes

Alma y Sergio V - Polvo en el baño

Adam y Noa (9) Atada a mí

Adam y Noa (8) - Confesiones y fantasías

Adam y Noa - Su fin de semana

Adam y Noa (6) - El jacuzzi

Alma y Sergio (4)

Alma y Sergio (3)

El reencuentro de Noa y Adam

Alma y Sergio (2)

Alma y Alex - Alma y su primera gran fiesta (5)

Alma y Sergio

Adam, ¿sí o no?

Noa y sus experiencias sexuales

Adam y sus días sin Noa

Noa conoce a Alex

Demasiados días sin Adam

Adam cambió completamente mi vida (2)

Adam cambió completamente mi vida

Adam y Noa

Los polvos de Alma

Él y sus dedos

Alma y su primera gran fiesta (4)

No dejes de mirarme 4

No dejes de mirarme 3

No dejes de mirarme 2

No dejes de mirarme 1

Alma y su primera gran fiesta (3)

Alma y su primera gran fiesta (2)

Alma y su primera gran fiesta (1)

Los principios de Alma

Alma y Noa