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El futbol y el amor (4)

en Hetero: General

Desde la noche del vestido rojo había pasado algo más de un mes y las cosas iban bien, viento en popa.  Hacía 8 días que habían dormido juntos por primera vez -y algunas cosas más-, y Azahara se sentía más tranquila desde que el tema de su virginidad había salido a la luz. Hugo, por el contrario, aunque estaba muy contento y feliz, tenía cierta congoja desde que ella le había comentado lo que pasaba. Por una parte estaba encantado con la situación y bueno, era obvio que ella sería una buena alumna, en vistas de aquella increíble noche, pero… era una gran responsabilidad, y por encima de todo quería cuidarla y hacerla feliz. ¿Y si corrían demasiado? ¿Y si no elegían el momento correcto y eso afectaba a la relación? O mucho peor… ¿y si él la decepcionaba en la cama? Mierda, jamás había tenido quejas en ese aspecto pero Azahara era diferente, ella le hacía sentir cosas y lo cambiaba… y por encima de todo quería que ese momento fuera perfecto para ella.

Quedaba muy poco para el verano y ambos tenían ganas de terminar las clases, los trabajos y los exámenes. Ganas de salir de fiesta, de ir a la piscina, a la playa, de no tener obligaciones ni compromisos… y sobre todo de estar juntos, sin prisa, sin horarios. Él la llamó para avisarla de que esa tarde sus chicas jugarían un amistoso con uno de los equipos de la zona.

- La verdad es que estoy hasta arriba de cosas –dijo ella mientras él respiraba hondo, intentando buscar alicientes para convencerla- pero tal y como estoy en este momento necesito desconectar. En una hora o así estoy ahí, ¿vale? Un buen partido de futbol siempre me anima, ¡que hagan el favor de ganar eh! Qué sino te me pones borde y no me gustas tanto cuando pones morros.

- ¿Yo, morros?

- Sí míster, pones morros, refunfuñón, y te callas y frunces el ceño y contestas con monosílabos. Pierdes mucho cuando estás así…

Él se puso a reír por el comentario. La verdad es que tenía carácter, como cualquier persona, pero era cierto que era temperamental y cuando los partidos no iban bien, apretaba los puños y se intentaba apartar del mundo. Había días que se pasaba horas sin hablar, en parte por gusto y en parte para no putear a nadie, pero era cierto. Ella era la única persona que había sabido acompañarlo en momentos como ese, estando callada a su lado compartiendo el silencio o rebatiéndole cada frase con la misma mala hostia. Por eso la quería.

- Creo que nunca te he visto refunfuñona…

- ¿No? Bueno, tú me endulzas el carácter supongo –y soltó una carcajada- en verdad soy muy borde, mucho, pero intento controlarme. ¿Me vas a invitar a dormir? –El cambio de tema lo sorprendió, además de la pregunta en sí, pero sólo pudo contestar con lo que deseaba, sí-. Bueno, pues si quieres verme refunfuñona a nivel máximo, intenta levantarme mañana a las 9 o así, verás lo jodidamente borde que puedo ser.

- No creo que eso suceda.

- ¿Me vas a dejar dormir hasta tarde Hugo, por el cansancio acumulado? –Él notó el doble sentido del comentario, pero siguió su propio juego-.

- No, lo decía porque en el caso de que yo quiera levantarte cualquier día a las 9, tengo mis tácticas para conseguir que te levantes del mejor humor del mundo.

- Me encantaría ver eso.

- Cuando quieras pequeña.

- Anda… ¡hasta luego! ¡Nos vemos en una hora!

*

Ella llegó al campo unos 50 minutos después de colgar. Se había dado una buena ducha, se había vestido con unos shorts tejanos y una camiseta cómoda, había cogido su sudadera de verano, unos pendientes, un poco de pintalabios rojo –a conjunto con el cinturón y las bambas, además de ser el color del equipo- y lista. Encaminó a la grada como si fuera una espectadora más, pero su novio le hizo señas para que bajara al vestuario. Bajó los escalones medio corriendo y dio un salto con la valla para caer en la zona lateral, andando unos pasos hasta llegar al túnel, dónde justo en la entrada estaba él hablando con Javi.

- ¿Qué pasa guapetones? –Le dio dos besos primero a Javi y luego un pico no demasiado rápido a Hugo, que no la dejó ir y continuó un beso en toda regla. Al separarse tenía los labios manchados de rojo, ella se puso a reír-. Estás raro con los labios así…

- Me encanta ese pintalabios –dijo él, con brillo en los ojos, mientras bajaba al vestuario para limpiarse el carmín de los labios-.

- ¿Te lo has puesto a posta? –comentó Javi, juguetón como siempre-.

- Se podría decir que sí. Bueno… ¿y cómo se presenta el partido?

- Fácil, ya sabes, estas no son de nuestra categoría pero a las chicas les hacía gracia jugar un último partido antes del verano, más aún con un equipo de barrio como éste, y regalarle una buena victoria a la afición.

- Ahora sólo hace falta que no se confíen y ganen.

- ¿Estoy mejor ahora? –dijo Hugo asomándose, se había lavado la cara y los miraba-.

- Al menos ahora no tienes los labios rojos, como los míos. Por cierto… ¿querías algo, te veía muy interesado en que bajara?

- Bueno… queríamos invitarte para que compartieras banquillo con nosotros.

- ¿Banquillo? ¿Cómo si fuera parte del equipo técnico?

- Sí, es un partido amistoso, así que… Javi pensó que estaría más tranquilo si estabas ahí, y que podíamos aprovechar para comentar jugadas, posiciones y otras muchas cosas, en vista de que me entiendes bastante bien en temas futbolísticos.

- Así que compartir banquillo… bueno, la verdad es que sí me gustaría. Siempre me ha llamado todo este mundo, debo reconocer que me gustaría sacarme el título de entrenadora.

Él sonrío, le dio la alineación y empezaron a hablar de futbol. Cuando estaban así no eran una pareja, ni amigos, eran como dos piezas de un mismo bloque que funcionaban muy bien unidas, y que hacían funcionar mejor a un equipo de 11 chicas. El partido empezó y con sólo 10 minutos en juego, Azahara ya quiso hacer un cambio táctico, Hugo sonreía. Por primera vez en su vida, dejó que fuera ella la que llevara la voz cantante en todo, hizo todo lo que ella le dijo: cambios, posiciones, jugadas ensayadas, críticas… dejó que ella controlara ese partido, y bueno, tenía que reconocer que era buena. Sólo en dos ocasiones pensó que se equivocaba, dos de quizá 40 cosas, y en una de las que él habría rebatido tenía razón. Sólo tuvo un fallo, pero lo supo corregir, así que no había nada que criticar de aquella entrenadora novel. Llegaron a la media parte y como siempre, se metieron en el vestuario a hablar con las chicas, era la primera vez que ella entraba pero se sintió como en casa. Se sentó para ver, intrigada, qué era lo que Hugo les decía en el descanso, pero él se sentó y la miró instando a que lo hiciera ella. En ese momento dudó, pero quería demostrar que valía así que se puso delante de su equipo –viendo como ellas estaban sorprendidas ante el cambio de técnico- y les dijo todo lo que habían hecho bien y lo que había que mejorar.

- Venga chicas, vamos ganando 3-0 y estáis haciendo un buen partido, lo sé, pero no es  suficiente. Son un equipo pequeño, de barrio, así que la mejor manera de respetar al rival es jugarle como a un igual, sin confiarse, sin regalar nada. Quiero que juguéis como si fuera el líder y que marquéis goles, los que hagan falta, pero no intentéis demasiadas filigranas ni queráis bailar con ellas, por encima de todo se merecen vuestro respeto, y no va a ser hoy ni conmigo el día en que faltéis a eso en un campo de futbol. ¿Entendido?

Ellas asintieron a una y las despachó al campo, mientras se quedaban ellos dos solos.

- ¿Algo que decir, míster?

- Serías un rival muy duro, la verdad.

- No me gusta perder, en lo mío siempre quiero ser la mejor.

Él le sonrió y se fueron de nuevo al banquillo. Ahora ni siquiera él daba las órdenes, ella directamente era la que dirigía, con gritos, con gestos, sentándose, levantándose. Todo y con eso, ella era mucho más calmada que él, menos temperamental, más racional, mucho más fría. Era calculadora y muy técnica, lo que la hacía aún más peligrosa como técnico rival, aprendía rápido del contrario y eclipsaba cada cambio que pudiera hacer el otro equipo. Finalmente, sus chicas se lucieron, y terminó el partido con un increíble 9-0. Lo celebraron con una buena cena y unas copas, y luego cada uno a su casa y ellos dos a la de él.

- Dios… sentía como una alegría eléctrica correr por mis venas, me ha encantado.

- Desde que leí tu primera crónica supe que el futbol era lo tuyo, pero joder… me da miedo de que me quites el trabajo.

- Nunca seré tan buena como tú –dijo ella acercándose y abrazándole, mientras entraban al salón de su casa-.

- Creo que podrías llegar a ser mucho mejor que yo. Tienes esa serenidad y esa calma que a mí me faltan, y no sé porqué pero llegas a ver cosas que yo no soy capaz de ver, aunque llevo casi toda mi vida en esto.

- Supongo que porque siempre lo he visto desde fuera. Desde que era un coco que me gustaba el futbol, aunque sólo jugarlo. En casa no se podían ver partidos, así que para mí el mejor momento del día era la hora del patio y la del comedor, porque era cuando jugaba al futbol con mis amigos. Me gustaba ser la única chica y aprender, me gustaba que me trataran como a una igual, que me dolieran las manos al parar balones, aprender a chutar fuerte, conseguir regatear a un compañero… aprendí desde dentro, desde la base. Y después, cuando ya tienes el futbol en las venas, fue cuando empecé a verlo, encontrar matices, calidad, técnica. Y de ahí, toda la jerga para poder entrar en el periodismo futbolístico, aprenderse las normas, los gestos, algunas tácticas… no sé, quizá eso es lo que me diferencia de ti. Pero da igual, tú siempre tendrás esa especie de magia, de intuición que te hace único, a veces pienso incluso que eres demasiado bueno en todo.

- No soy bueno en todo… no sabes lo mal que cocino.

- ¿No sabes cocinar?

- Soy nefasto. Más allá de macarrones con tomate y un huevo frito, no sé ir. Tendrías que ver la que lié cuando intenté hacerme una tortilla de patatas… horrible, en serio –ella se puso a reír y ambos se dejaron caer en el sofá. Él se sentó en un lado y ella en el otro, mirándose de frente, cerca, pero sin estar encima-.

- Pues una vez más, tienes suerte, soy una cocinera espléndida.

- ¿Hay algo que se te de mal?

- Ufff mil cosas –él puso los ojos en blanco y la miró con el ceño fruncido-, no, te lo digo en serio. Es cierto que soy una chica lista, lo sé, pero mira, en el colegio en tecnología era horrible, no es que no lo entendiera, pero me aburría tanto… recuerdo con la electricidad y los conductos y no sé qué, vamos, lo odiaba. Y en educación física, madre mía, siempre sacaba suficientes y por los pelos –él la miró sonriendo-.

- Yo te pondría un sobresaliente en todo.

- Tú serías un mal profe para mí.

- ¿Por qué?

- Porque me distraerías todo el tiempo… imagínate, si ya soy mala de por sí corriendo, contigo cerca sería incapaz de hacer nada.

- Te incentivaría de alguna manera… -dijo él acercándose más a ella, pasando las manos por sus muslos desnudos, sin llegar al short-.

- Si hubiera tenido un profesor como tú en la secundaria me hubiera pasado las noches soñando contigo, eso seguro –él se puso a reír y la besó-. Recuerdo que en primero de la ESO, vino un profesor de Lérida a cubrir una baja, sólo nos dio una clase, pero te juro que soñé con él durante meses.

- ¿Ah sí? –preguntó él mientras empezaba a besarle el cuello, y bajar lentamente hacia su clavícula, el hombro-.

- Sí, no recuerdo como se llamaba, pero era guapísimo. Era alto, rubio, con los ojos verdes, y era tan simpático… yo le caí bien, no sé porqué, siempre me saludaba por los pasillos y cuando le tocó hacer guardia en mi clase durante el trabajo de crédito de síntesis quiso ser tutor de nuestro grupo. Recuerdo que me puse tan contenta…

- Ya te veo ya, te marcó mucho ese profe, ¿no? –él se alejó, sentándose de nuevo normal, sin acercarse lo más mínimo-.

- Ay Huguito…. Tenía 13 años, era una cría, aquello fue como un sueño hecho realidad. ¿Qué crees que hubiera pasado si hubieses sido tú? –Él la miró, sonriendo y ella siguió- Bueno, quizá si hubieses sido tú me hubiera deprimido, no creo que te hubieras parado a saludarme en los pasillos o que me hubieras elegido como tutor. Tienes pinta de ser el típico profesor que mantiene un abismo entre él y sus alumnas, no vaya a ser que…

- Las niñas de hoy en día tiene pensamientos muy extraños, así que prefiero distanciarme.

- Imagino lo que deben decir a tus espaldas –dijo ella acercándose a él, sentándose a horcajadas y mirándolo a los ojos, muy sonriente-. “El profe esta para comérselo… mirad como corre, es que…. Me tiene como loca” –ella cambió el tono de voz, imitando a otra- “Pero habéis visto que culazo, uff, yo no le hacía ascos a nada” “Está buenísimo, lo que daría por tenerlo en mi cama una noche” y muchas burradas así.

- ¿Tú pensabas eso de tus profes? –dijo él, fingiendo un enfado, mientras le mordía el cuello-.

- De la mayoría no… pero de vez en cuando, aparecía alguno que otro que bueno… ya sabes, las hormonas de la adolescencia son horribles.

- Vaya alumna habrías sido… prefiero no imaginarlo.

- No te confundas Hugo, yo era una alumna ejemplar. Los profes me adoraban y siempre sacaba muy buenas notas, incluso en tu asignatura, sólo que en determinadas cosas.

- ¿Cómo en qué?

- Abdominales, flexibilidad, fuerza, el baile y deportes. En eso siempre tenía buena nota, lo que se me daba mal era la velocidad y la resistencia.

- Lo que no logro entender, es cómo sacabas buena nota en deportes sin ser buena ni en resistencia ni en velocidad.

- Mi profe decía que era un caso, porque corro fatal, excepto cuando quiero.

Ambos se pusieron a reír y empezaron a besarse, mientras jugaban a acariciar su piel. Primero el pelo, las mejillas, el cuello, el hombro, la cintura, los muslos… Hugo recorría todo su cuerpo con las manos y Azahara se dejaba hacer, suspirando mientras agradecía las caricias.

- ¿Sabes? Me recuerdas a un compañero de clase que tuve cuando hice alemán –él gruñó sobre su cuello, mientras la besaba, instándole a que siguiera- yo entonces tenía 17 años y el creo que unos 23 o así. Físicamente se parecía mucho a ti, se llamaba Albert, y era guapísimo. Me llamó la atención des del primer día, pero hablábamos muy poco, supongo que por la diferencia de edad, le debí parecer una cría. Pero entonces, un día, soñé con él, algo tórrido y sensual que me encantó, y bueno, se lo comenté al grupo. Hubo risas, pero nada más. LO gracioso vino cuando soñé con él por segunda vez y lo expliqué en clase, con tan mala suerte de que él estaba detrás de mí, así que se enteró de todo –aquello le interesaba, así que Hugo se separó de ella y miró sus ojos pidiendo que continuara-. Fue extraño, pero él se limitó a sonreír y a partir de entonces hablamos un poco más. Supongo que en parte le hizo gracia, y quizá también se sintió un poco halagado…

- Es halagador que una chica se fije en ti, mucho más si es alguien como tú.

- Ya tuvimos esta conversación Hugo, y ambos sabemos que a primera vista no soy deseable.

- Esa es tu conclusión, pero dejando eso de lado, él era compañero tuyo de clase, no era algo a primera vista, quizá incluso le interesabas más de lo que crees, pero pensó que con su edad y la tuya no sería lícito que intentara algo.

- No creo que fuera así… pero es bonito pensarlo. Un amor prohibido…

- Bueno, podemos dejar de hablar de otro, ¿por favor?

Ella sonrió y volvieron a besarse, pero ahora fue ella la que empezó a acariciar su cuerpo, poco a poco, y bajó por su cuello con besos, subió de nuevo, y lamió su oreja, y la mordió como tantas veces había visto en las películas. A Hugo le gustó, así que siguió, cuando se cansó de ello puso las manos en su cintura y subió su camiseta, quitándola y tirándola a algún sitio que no consiguió ver, tampoco importaba. Pasó sus manos por el torso, subiendo desde la goma del pantalón, poco a poco, acariciando sus abdominales marcados, pasando por su ombligo, el centro de su pecho, los pectorales y agarrándose a sus hombros. Ella miró sus ojos, que estaban como encendidos, y se dejó llevar cuando agarró suavemente su cuello y la besó con ardor, como si quisiera comérsela, enfebrecida por la situación y deshinibida por la tranquilidad que él le daba, ella acompañó sus manos a su cintura y quitó su camiseta, mostrando un sujetador color crema de encaje, bastante sexy.

Hugo la miró mientras ella llevaba sus manos a su cintura, y sintió el roce de su piel mientras levantaba poco a poco su camiseta. El verla allí, en sujetador ante él le abrumó, mucho más al percatarse de la prenda en sí: era de encaje fino, con transparencias, muy sensual y de un color crema que combinaba con su piel. Ella se lo había puesto para él y él solo quería quitárselo, quería sentir de nuevo la suavidad de sus pechos en sus manos, y besarlos por primera vez, pasar su lengua y sentir su piel, ardiendo, endureciéndose con sus caricias. Sin embargo, sabía que una vez le quitara aquel sujetador, la cosa no tendría marcha atrás, esta vez no iba a contentarse con acariciarla con la mano, quería más, mucho más.

Se miraron a los ojos, suspirando mientras se besaban. Ella se movió un poco para morderle y pudo notar su erección, rozando contra su piel, aquello la excitó sobre manera, saber lo que él sentía sólo con estar con ella. Vio la duda en sus ojos y tembló, tenía miedo, era cierto, pero una parte de ella, una gran parte, quería dar ese paso de una vez, quería dejar atrás todo lo demás y confiar plenamente, entregarse.

- Tócame Hugo –susurró, sin apartar la mirada, pese a sentirse avergonzada, pero él no subió su mano a su pecho, la dejó aún en su costado, más arriba de su cintura y miró sus ojos.

- Si sigo ahora, no podré parar Azahara… no podré… -ella sonrió, entendiéndole, ella tampoco quería parar, no iba a pedirle que lo hiciera-.

- Está bien Hugo… -y guió su mano a su pecho, mientras lo besaba. Él se separó con dulzura y dejó su mano completamente quieta, hizo ademán de hablar, pidiéndole con los ojos que se detuviera, por favor, pero ella llevo sus manos al broche del sujetador y lo abrió, subiendo un tono más en la conversación.

- Azahara, por favor, será mejor que paremos ahora… no me hagas esto…

- No quiero que te detengas Hugo, por favor –los tirantes del sujetador cayeron y él no podía apartar la mirada de sus pechos, prácticamente desnudos, por primera vez ante él. Miró sus ojos, aceptando sus palabras y pidió más, ella siguió-, hazme el amor Hugo.

Ese susurro lo consumió por completo y tiró de la tela del sujetador, dejando sus pechos libres, que pasaron a estar presos entre sus manos y su boca. Quería comérsela, entera, era dulce y suave, su piel se encendía con cada roce y le gustaba como su cuerpo lo aceptaba, como reaccionaba con cada beso y cada caricia. Degustó sus pezones, haciéndola gemir, y luego subió y besó su cuello, y su mandíbula y sus labios, y la agarró dulcemente con la mano y miró profundamente sus ojos mientras suspiraba.

- Dímelo otra vez… -a ella le brillaron los ojos, pero no se hizo de rogar-.

- Hazme el amor, Hugo.

Él la cogió en brazos, sin pensar, y la dejó en la cama. Abrió su cremallera y dejó caer sus pantalones, y se acercó a ella, quitándole el short y tirándolo. Sólo una pieza de tela los cubría a ambos, pero tenía que ir despacio, poco a poco, no podía correr. Ella pese a todo, parecía tranquila, y lo más importante: se dejaba llevar, confiando plenamente en él.

Azahara se vio en su cama, desnuda excepto por el culotte, con Hugo a los pies de la cama, de pie, con un bóxer color negro mientras la miraba. Tuvo un cúmulo de sensaciones que parecía que la iba a volver loca: por una parte sentía un deseo incontrolable porque él siguiera besándola, acariciándola; también sintió un fuego dentro, diferente, que la llevaba a querer continuar, hasta el final, a sentir de una vez que era estar plenamente con otra persona; pero también se sintió indefensa, tuvo pánico y mil pensamientos se pasaron por su cabeza: todas sus imperfecciones enumeradas una tras otra, el miedo a la decepción, el miedo al dolor, a que aquello afectara en su relación… aquello era un suplicio.

Hugo vio como se tensaba mientras lo miraba y se acostó, a su lado, apoyando sólo una parte de su cuerpo sobre ella, mientras besaba de nuevo sus labios. Ella estaba preparada físicamente, pero notaba como parte de su mente estaba fría, tensa, y necesitaba que ella se relajara para poder disfrutarlo. Primero fueron besos, besos y caricias por todo su cuerpo, centímetro a centímetro, derritiendo la tensión y el medio que se asomaba en sus ojos. La trató con toda la dulzura que pudo, sin prisas, y cuando posó su mano en su vientre, bajando la tela de sus braguitas notó como ella se abría, separando más las piernas y abrazándose a él. Aunque miedosa, no se resistió, sólo buscó sus labios y suspiró. Cuando pasó de nuevo su mano por su humedad, sintió escalofríos, ella era suave, sedosa, pero muy caliente y estaba lista. Con paciencia, acarició poco a poco, e introdujo primero un dedo y luego dos, arrancándole un gemido de placer. Se moría de ganas por sentirla, así que bajó su bóxer y se colocó entre sus piernas, rozando ambos cuerpos desnudos. Estaba tensa por el momento, por la situación, pero también excitada. Movió su erección contra ella, poco a poco, y vio como sus ojos brillaban y lo miraba, impaciente, abriendo sus labios y agarrándose a su cuello. Quería oírla, quería ser malo y hacerla suplicar, pero no era justo.

- Hugo… -él se dispuso a tranquilizarla mientras la besaba, pero ella no quería parar- Hugo, por favor, hazlo… ya no puedo más, te necesito.

Aquella voz dulzona, medio susurrada, con el rostro enrojecido por la vergüenza y la pasión lo abrasó, en su inocencia era sexy, muy sexy. Ella abrió más sus piernas, doblando las rodillas, y se apretó contra él. Dios, ya no podía más. Hugo sentía que iba a explotar, así que colocó el preservativo tan rápido como pudo, y entró en ella. Muy poco, mirando sus ojos, atento a cualquier indicio de dolor que ella pudiera darle. Sintió que estaba un poco tensa, pero estaba húmeda y caliente, y lo acogía con facilidad. Se movió un poco más, sintiendo como ella se estremecía, cerrando los ojos, y paró apoyando sus brazos a lado y lado de ella, besando su frente. Ella los abrió y lo besó con suavidad.

- No te detengas… sigue… -y suspiró, cerrando de nuevo los ojos-.

Hugo empezó a moverse con más tranquilidad, notando como todo síntoma de nervios o tensión se perdía mientras ella se agarraba a él con los brazos en su espalda, mordiendo su hombro y respirando cada vez con más dificultad. Le gustaba, aquello la hacía disfrutar. Siguió moviéndose, hundiéndose poco a poco, hasta que encajaron del todo, como si fueran dos piezas de un mismo puzle, y Azahara gimió ante la intromisión, arqueándose. Siguió con un vaivén rítmico, no demasiado rápido, aprovechando cada movimiento y cada suspiro de ella, guardándolo como si fuera un tesoro. El ritmo aumentó y también sus respiraciones, notaba como ella se aceleraba con él, así que besó su mejilla y bajó a su oreja, mordisqueando su lóbulo y dejando caer su cabeza en su cuello mientras seguía. Ella suspiró, complacida, y susurró en su oído, entrecortadamente, “tócame Hugo, tócame”. Él sonrió contra su piel y bajó su mano, a aquel volcán frenético que lo apresaba, como si quisiera absorberlo, y de entre todos esos pliegues suaves, martirizó el único de ellos que estaba erecto y abultado, sonrosado, arrancándole verdaderos gemidos de placer. No paró hasta que sintió en toda su piel, como ella alcanzaba el clímax, contrayendo sus músculos y arqueándose mientras se agarraba a él, como rendida, saciada. Él siguió moviéndose, aprovechando su orgasmo, para conseguir el suyo propio y cuando terminó, en plena cúspide, se dejó caer sobre su cuerpo.

Sintió como ella le acariciaba el pelo y la espalda, no le pidió que se moviera, ni que saliera de ella, al contrario se abrazó a él como si quisiera quedarse así. Él se movió, haciéndole que ella recelara un poco, salió de ella con más suavidad y se acostó a su lado, acariciándole la cara y el costado, mientras besaba sus labios. Se le ocurrieron mil preguntas, pero todas le parecían típicas o absurdas en ese momento, así que dejó que su corazón hablara.

- Te quiero.

Ella pareció un poco sorprendida ante la confesión. Vio como se le humedecían los ojos, llenos de lágrimas, pero también sonreía loca de felicidad y se abrazó a él medio llorando, medio riendo, apretándose como si quisiera quedarse pegada. Él la calmó acariciando su pelo y beso sus labios con dulzura mientras miraba sus ojos, en parte esperaba su respuesta con ansia, y tenía miedo, en parte absurdo porque ella se lo había dicho indirectamente más de una vez, pero quería oírlo, quería oírlo de verdad.

- Yo también te quiero Hugo, te quiero muchísimo.

Y la besó de nuevo, feliz, contento. Fue al baño para poner en orden lo necesario y volvió en seguida, con un pantalón de chándal negro para dormir. Le lanzó una de sus camisetas largas de manga corta, sabiendo lo poco que le gustaba estar desnuda.

- ¿Quieres darte una ducha?

- La verdad es que no… me gusta tener tu olor en la piel.

Él sonrió, y se acostó a su lado. Ella se acurrucó de lado, y él se puso en su espalda, poniendo un brazo bajo su cuello y el otro rodeando su cintura, atrayéndola hacia él. Besó su nuca y su cabello y le dio las buenas noches. 

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