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Aventura de verano (4)

en Hetero: Infidelidad

AVENTURA DE VERANO – 4

CANARIAS

Acabábamos de regresar de las vacaciones cuando mi marido me anuncia que el lunes se va de viaje toda la semana, pero que ha pensado que podíamos dejar al crío con mis padres, el viernes por la noche cogíamos el avión a Las Palmas, él seguía su viaje el lunes, regresaba el viernes por la tarde y el domingo nos volvíamos.

Me pareció perfecto, así que preparé dos maletas enseguida y el viernes noche dormíamos en un confortable hotel pegado a la playa de Las Canteras.

Nos encanta esta ciudad, así que pasamos dos días estupendos. El lunes, cuando me desperté ya no estaba. Se había levantado sin hacer ruido para no molestarme y ya debía estar en el avión.

Ya sola, la ciudad no me pareció igual, así que planeé mis días allí para hacer tiempo hasta el viernes: piscina o playa todo el día, comer algo allí mismo, y por la noche pasear un poco por el centro y cenar en una cafetería o barra que estaba cerca y a dormir.

Así lo hice el primer día, lucía un sol esplendido y la temperatura era perfecta, como siempre en las islas; me puse mi bikini y estuve toda la mañana en la piscina del hotel. Había poca gente, casi todos personas mayores, por supuesto, clientes del hotel. Me arreglé un poco para comer allí mismo y por la tarde volví a tumbarme en una hamaca.

Las mismas caras de por la mañana, solo faltaba empezar a saludarnos. No aguanté mucho, me puse la camiseta y el pantalón corto y me acerqué a la playa a ver que tal se veía. Había mas gente, chicos jugando, parejas y bastantes chicas, solas o en grupo. A lo mejor mañana

me venía, aunque me llenase de arena, todo era cuestión de ducharse dos o tres veces al día.

Me senté un rato, sin meterme demasiado dentro. Ni siquiera me quité el niky. Decidí darme una vuelta por la ciudad, así que volví al hotel, me arreglé un poco porque no me gustaba cenar con pintas raras y fui a dar una vuelta por el centro y ver las tiendas de indios.

Al anochecer, tome unas tapas y una cerveza para cenar, y regresé al hotel, bordeando el paseo marítimo.

Subiendo las escaleras para entrar, vi mucho movimiento en la puerta y me acerqué a ver. Era la discoteca del hotel, se bajaba por una escalinata y con enseñarle al portero la tarjeta llave no tenias que pagar la entrada.

Al ser gratis pensé entrar a ver que tal estaba. Había mucha gente mayor, casi todos extranjeros y algún grupo aislado de gente mas joven. En la pista se veía mas gente haciendo como que bailaban, habían ido de vacaciones a la isla y tenían que divertirse a toda costa. Como no tenía sueño, me senté a la barra y pedí un combinado.

No tardó mucho en acercarse un chico con ganas de ligar, pero no le hice caso y se fue. Al rato se acercó otro y

me pregunta

- ¿estas de vacaciones?

- si

- pues estas muy morena

- si

- ¿Cuándo te vas?

- el viernes

- ¿bajas a la playa?

- no, prefiero la piscina del hotel

- lastima, yo no puedo entrar

- bueno…

- mañana me acercaré por esta zona a ver si te veo

- esta bien

Lógicamente, con esta conversación no tardó mucho en largarse. Acabé mi consumición, pagué y me fui a dormir.

Por la mañana, después de desayunar, me puse el bikini, una camiseta encima y bajé a la piscina. Me dio pereza ver las mismas caras del día anterior, y al ver desde la terraza que la playa no estaba demasiado concurrida, me lo pensé mejor, crucé la calle, me descalcé y busqué donde instalarme.

Había sitio de sobra, pero no me gusta ponerme cerca de esos grupos ruidosos, que se ponen a jugar a lo que sea sin importarles si molestan y te ponen perdida de arena, o te dan un balonazo. Encontré una zona donde solo había unas parejas y varios matrimonios mayores, extendí la toalla y me tumbé.

Una de las ventajas de la playa es que te puedes quitar la parte de arriba del bikini sin que te miren los mismos con los que desayunas y comes todos los días, así que en cuanto empecé a notar el calorcillo del sol me desabroché las tiras, lo dejé a un lado y me tumbé boca abajo. Cuando me empecé a quemar, me di la vuelta y ahí estaba él, tumbado a mi lado

y observando mis tetas a un palmo de distancia.

- hola – me dice – veo que al fin te has animado.

- si, la piscina estaba muy llena

- la playa es mas divertida, se ve gente de todas clases, incluso a veces cosas muy buenas.

Al ver su mirada en mis pechos adiviné a que se refería. Hoy me parecía más agradable que ayer, menos ligón de disco. Me contó que estudiaba en la universidad y que estaba aprovechando los últimos días antes de empezar las clases. Yo le dije que también estudiaba y a partir de ahí se fue animando la conversación.

Me agradó como miraba mis pechos, entre tímido y curioso. Era también evidente que yo era bastante mayor que él, pero me trataba con la naturalidad de dos compañeros de clase. En una palabra, era agradable y su conversación me hacia compañía.

Cuando me levanté a mediodía, no le di tiempo a nada, solo le dije adiós y se quedó mirando como me alejaba. Bajé de nuevo después de comer y al descalzarme le vi de nuevo, haciéndome señas, así que no me quedó más remedio que ir donde él estaba.

Como no pensé que me lo fuera a encontrar otra vez, me había puesto un bikini muy pequeño, que por detrás era una banda estrecha, no era tanga pero casi, porque dejaba al aire los dos globitos de mi culo, que gracias a dios estaba bien morenito de todo el verano tomando el sol en bolas.

De cualquier manera me senté en la toalla a charlar sin quitarme la camisa, intentando que no se me viera mucho, aunque así sentada, cada vez que se me subía un poco la camisa parecía que no tuviera nada. La tira se me metió entre la raja del culito y por mi postura, con las piernas dobladas y juntas, me empezó a molestar.

Al final decidí que no era caso de estar incomoda toda la tarde, de modo acabé por estirar la toalla, me saqué la camisa y me tumbé a su lado, y seguimos hablando de mil cosas, aunque me pareció que miraba con mas frecuencia de lo normal mi culito sobresaliente.

Me fijé al darme la vuelta y reconocí que sí valía la pena mirarme y si yo fuera chico haría algo más que mirar. La tira del bikini ya no me molestaba pero seguía dentro de la rajita y apenas se distinguía, por lo que el efecto era de una especie de cinturón estrechito, y nada más en el cuerpo.

 

Ya no me sentía tan cohibida por mi bikini, y él, aparte de algunas miradas breves, no parecía excesivamente obsesionado por mi cuerpo. Contábamos anécdotas de la universidad y de la diferencia de estudiar en la península y de hacerlo en las islas. Al acabar el día éramos bastante amigos y yo me encontraba a gusto en su compañía.

Cuando recogíamos para ir a cenar y enterarse de que cenaría sola, me dice que eso no podía ser y que me invitaba esa noche, no podía abandonarme ahora, después de que ya éramos amigos. Le conté mi costumbre de cenar en cualquier sitio y se alegró, porque pensó que así no le saldría demasiado cara su cortesía y además no tendría ponerse excesivamente elegante.

Le pregunté a que hora le parecía, para darle tiempo a ir a su casa a cambiarse o ducharse, pero dijo que se lavaba en las duchas de la misma playa y que en la bolsa tenia ropa informal para ponerse. Solo me quedó advertirle que yo soy bastante lenta para arreglarme y que no tuviera ningún compromiso si decidía irse con sus amigos.

Me esperó un buen rato el hombre, sentado en un banco del paseo, mientras me arreglaba lo más rápido que pude. La verdad es que no me apetecía cenar sola y me dio una gran alegría verle allí, aguardando mi vuelta.

Llegué a su lado, se levantó y me dijo que estaba guapísima. Tomamos algo en la barra de días anteriores y después me acompañó hasta el hotel. Me dejé coger la mano mientras regresamos, el me hablaba y yo estaba feliz de haber aceptado. Nos sentamos un rato en su banco, delante del hotel, a disfrutar de la noche, hasta que se hizo tarde. Cuando me levanté para irme a descansar, se despidió, cogiéndome las manos, y se quedó allí hasta que crucé la entrada.

Me volví a alegrar cuando bajé a la mañana siguiente. Allí estaba, en la parte de playa de siempre, esperando; se levantó para ayudarme a extender la toalla y yo me acerqué a él para darle un beso, como de viejos conocidos.

Ya no me importó quitarme la camisa nada más llegar y el sujetador, aunque hoy me había puesto una braguita un poco más grande. Era muy natural en su trato conmigo y en realidad solo le vi un poco turbado y

mirando con atención cuando me di la crema bronceadora antes de tumbarme.

Me había extendido la crema por las piernas y todo fue normal, pero cuando me di en el pecho y realicé el gesto habitual de pasarme la mano y repartir por mis senos, bien morenitos por cierto, haciendo círculos y levantando las dos tetitas para que entrase por abajo, se puso un poco colorado cuando vio que mi vista se cruzó con la suya y retiró un poco la mirada, fija hasta entonces en toda la operación.

Me gusta mi cuerpo y no me importa que la gente me mire, pero notar ese gesto de éxtasis en los ojos de un joven, era enormemente gratificante. No creo ser la única mujer que se siente halagada al advertir las miradas de los hombres admirando su belleza.

Al caer la tarde y levantarnos me dijo que me esperaba para cenar juntos otra vez y se sentó en un banco.

Me dio pena dejarle allí tanto tiempo, porque yo tardo mucho en arreglarme, así que le ofrecí que subiera conmigo y así por lo menos se sentaba en un sillón cómodo y vería la tele mientras yo acababa.

Aceptó, por supuesto; el se metió en el baño primero, mientras yo llamaba para ver si tenia algún mensaje y buscaba en el armario la ropa para ponerme.

Entré a continuación, cerré la puerta, me duché y frente al espejo, mientras me ponía un pelin de maquillaje, se me ocurrió una idea un poco atrevida, pero no me decidía a llevarla a cabo.

Cuando ya iba a salir lo hice; colgué en la puerta el albornoz que pensaba ponerme, me enrollé una toalla pequeña y en vez de recoger mi ropa y volver al cuarto de baño, dejé la toalla en la cama, me quedé desnuda delante de él y dando la vuelta me dirigí al colgador donde tenía la ropa, como si fuera lo mas natural del mundo. No abrió la boca pero su cara expresaba mucho mejor que

cualquier palabra sus pensamientos.

Me vestí despacio, como si estuviera sola y sin prisa. Me coloque primero las bragas, deslizándolas entre mis muslos y me las ajusté bien por delante y por detrás, a continuación, sin sujetador, una camisita de tirantes, de seda muy fina, y por ultimo una faldita corta y con un poco de vuelo.

Me calcé las sandalias, revisé mi figura un poco delante del espejo y me dirigí a la puerta. Se levantó corriendo a abrirme y nada mas salir al pasillo me agarró de la mano y no la soltó hasta que nos sentamos en el restaurante.

Al terminar de cenar regresamos al hotel, cogidos de la mano también, se despidió a la puerta como el día anterior, cogiéndome las dos manos y me dio las gracias. Yo, sin soltar sus manos, me acerqué a su cara y le di un beso en la mejilla, añadiendo que era yo quien le agradecía haber pasado un día tan a gusto en su compañía. Volvió a quedarse quieto, mirándome, hasta que crucé el umbral de recepción.

No hizo falta citarnos para el día siguiente, estaba segura que no faltaría y efectivamente, allí estaba, sentado en el banco hasta que me vio. Le di un beso en la cara y bajamos a la playa, cogidos de la mano como colegas.

Le conté mis planes de ese día, que eran ir a hacer algunas compras después de comer y si acababa pronto, volver a la playa otro rato, hasta la noche. Me dijo que me acompañaría, conocía algunas tiendas mas baratas y si compraba mucho me ayudaría con los bultos. No quería fastidiarle la tarde pero replicó que él, solo en la playa, se aburriría y prefería venir conmigo. Me pareció bien.

Como no pensaba subir al hotel para comer, ya venia preparada para cambiarme en la playa como había visto que lo hacía alguna otra chica. El problema fue, que al ducharme, por mas que me sequé lo mejor que pude, la braga seguía empapada y no podía ir con toda esa humedad y

  

sentarme en ningún sitio.

Me senté entonces en la toalla y, sin hacer mucha exhibición, me quite el bikini y me puse una braguita y un top de tirantes.

La braguita era muy calada y pequeñita, y de nuevo volví a ver en su mirada ese gesto complaciente, pero casi tímido.

Me levanté a continuación y me coloqué un pantalón cortito, mientras él, que no dejaba de observar toda la operación, recogía las toallas.

Siempre compro alguna cosilla que, aunque no sean de calidad, son baratas y bonitas y diferentes de lo que se ve en la península. Siempre encuentras algo que te gusta, y además cuando sales de viaje hay que llevar algún recuerdo para alguien.

Fui un poco mala y me probaba delante de él la ropa, por eso de darle una alegría. Lo típico en los probadores de esas tiendas minúsculas, en los que correr la cortina es casi imposible, pero que yo dejaba abierta a propósito.

De todas maneras él se portó bastante bien, mas caballeroso de lo que yo esperaba, y solo miraba cuando no le quedaba mas remedio o cuando yo le pedía su opinión.

Tampoco era nada excesiva mi exhibición, aparte de que se pasaba todo el día viéndome las tetas en la playa. No obstante, por su mirada, me pareció que no lo consideraba igual precisamente.

Tomamos algo antes de regresar al hotel, dando por terminadas las compras, cogió todas las bolsas y me las llevó hasta la habitación. Me quité el short y las zapatillas y saqué las compras para verlo con mas detalle que en la tienda, diciéndole que se sentara y pusiera la tele porque ya no pensaba bajar a la playa, y prefería descansar un poco y luego ir a cenar, ofreciéndole la opción de quedarse o irse, y volver luego a buscarme.

En contra de lo que yo deseaba, decidió quedarse y se sentó en el sillón, mirando el televisor y a mí, recogiendo todo. Hubiera preferido que se hubiera ido, (pero ya no se lo iba a decir), porque mi idea era tumbarme un poco y dormir un par de horas.

Le pregunté si no le importaba que me echase un ratito y me tumbé en la cama, con los ojos cerrados, pero sin dormirme del todo.

Cuando los abrí en una ocasión, le descubrí sentado a los pies de la cama, mirándome casi embelesado. Me miró a los ojos y le mantuve la mirada, sin decir nada.

 

Sentí el mismo impulso del día anterior y sin pensarlo mucho me senté en la cama, me deshice de la camiseta y las braguitas y echándome a un lado extendí la mano, haciendo un gesto para que se acercara a mí.

Se descalzó y se sentó a mi lado, dejándose luego caer, como cuando estábamos tumbados en la playa y continuó mirándome, ahora sin trabas.

Tomé entonces su mano y la coloqué en mi cadera y le dejé que fuera intuyendo lo que debía hacer. Comenzó a explorar mi cuerpo y pronto su instinto y su deseo le enseñaron lo mas importante y por donde debía tocar para disfrutar ambos.

Le dejé hacer a su aire, estirándome en la cama sin moverme. Me encontraba a gusto y necesitaba que me tocase. No sentía ganas de sexo, ni me encontraba excitada, pero dos días sola en esa ciudad, sin mi marido, me habían producido una necesidad de compañía y cariño que ese chico me estaban proporcionando.

Me cogía el pecho, abarcándolo con toda la mano y apretaba el pezón, que enseguida respondía al estimulo; jugaba con el pelo del sexo, estirándolo y a veces lo abría con sus dedos para ver mejor mi interior. Se me ocurrió que estaba descubriendo por primera vez el cuerpo de una mujer, y yo estaba siendo la afortunada de enseñárselo.

En realidad era una sensación curiosa, sentirse tocada, explorada, no había pasión, por lo menos en mí. Me intrigaba verle, sin saber que pensaba de mi cuerpo, o donde iba a extender su mano a continuación. Cuando hacías el amor sabías que pasaría, donde tu amante te acariciaría para darte mas placer. Esto era diferente, nuevo y de pronto descubrí que también estaba empezando a ser muy erótico en su sencillez.

Cuando percibí su sexo contra mi pierna paré; le dije que se tranquilizara, yo tenia que pensar, deseaba estar segura, no dejarme llevar solo por mi placer. Lo entendió y permanecimos un rato juntos, hasta que nos relajamos.

Le propuse bajar a la piscina del hotel, ya era un poco tarde para ir a la playa y no deseaba llenarme de arena otra vez. Estuvimos un rato en las hamacas y aproveché para ordenar un poco las ideas. Al caer la tarde nos tomamos unas raciones en el bar, y allí, sentados, se me quedó mirando. Entonces le tomé de la mano y

solamente le dije -vamos-.

Ya en la habitación, mientras yo me lavaba un poco, el llamó a su casa. No me quité las bragas; aunque sabia lo que iba a suceder, me parecía demasiado directo.

El tampoco se quitó los calzoncillos, se situó a mi lado en la cama y continuó, como si no lo hubiera dejado, su labor de reconocimiento de mi cuerpo, provocándome una lenta pero imparable excitación.

Nos acabamos de desnudar entonces y el se quedó quieto, tumbado, esperando mi siguiente reacción. Me incorporé y poniéndome de rodillas a los lados de su cuerpo, tomé su pene y lo fui dirigiendo hacia mi cueva que ya estaba húmeda y dispuesta.

Le vi expectante, nervioso. La punta de su pene me acariciaba los bordes internos de los labios, y me coloqué para que coincidiera en mi clítoris que sentía hinchado y sobresaliente. Lo moví un poco con mis manos, frotándolo contra mi, para estimular mis sentidos y acrecentar mi deseo.

Me fui sentando encima de él, apoyándome en su pecho con mis manos hasta que entró por completo. El seguía sin moverse y entonces yo me incorporé ligeramente, sacándolo un poco, pegó un respingo y yo volví a bajar, volví a subir y esperé, quieta.

No me atrevía a seguir, lo notaba cada vez más. Mi cara se contrajo de pronto y empecé a temblar con sacudidas ligeras que se transmitían desde mi vagina a su miembro, que cada vez crecía más y me llegaba mas hondo.

Me agarró por las caderas y me volvió a acercar a él, y entonces empecé a subir y bajar, ya sin parar, y sin que me soltasen sus manos.

A poco nos movíamos los dos al unísono, ya cogido el ritmo y yo me pude agachar un poco y apoyar las manos al lado de su cara, para estar mas cerca.

 

Puso sus manos sobre mis pechos, agarrándolos con fuerza y sujetando los pezones con sus dedos. Noté que estaba a punto, doblé los codos y me apoyé en su cuerpo, apretándome contra su pecho.

Me oprimió más fuerte con sus manos y llegamos al orgasmo, que yo empecé a sentir cuando se derramaba en mi interior. El no me soltó, su pene seguía grande y se agitaba en espasmos, se movía todavía arriba y abajo, despacio como si estuviese desacelerando, y entonces sentí otro orgasmo, y otro.

Hasta que no se quedó quieto y dejó caer sus manos, estuve sintiendo en todo mi cuerpo los mismos chispazos que en el interior de mi vagina. Caí desmadejada sobre él, con la cabeza libre de ideas y mi cuerpo flotando. Me pareció que me hablaba, pero podía ser solo su respiración.

Coloqué mi mano sobre su boca y sin fuerzas para ningún gesto mas quedé dormida en el acto, con su pene todavía dentro y mi cabeza reposando en su pecho.

El sol ya iluminaba bastante cuando me desperté y le sentí pegado a mi espalda, una mano sobre mis tetas y la otra en la cadera.

Su pene ya estaba en acción otra vez, intentando meterlo entre mis piernas por detrás. Separé un poco los muslos para ayudarle, pero no acertaba.

Me agarró entonces con las dos manos por las caderas y encogida en cuatro tal y como me encontraba, me hizo girar hasta que quedé de rodillas, con el culo apuntando al techo.

Quedó bien a su vista todo, como él deseaba. Me separó un poco las rodillas y desde atrás, guiándose con una mano, me introdujo su aparato de nuevo y parte de su dedo, que me masajeaba suavemente al meter y sacar, conforme a la lección aprendida en la noche.

Puso la otra mano en mi cintura para que no me cayese y aceleró su movimiento. Debía de llevar mucho tiempo excitado, esperando a que me despertase, porque se corrió enseguida, apenas lo sentí. Todavía estaba dormida y fue muy rápido.

 

Cuando me soltó y se echó a mi lado se dio cuenta y me pidió que le dejase intentarlo otra vez. No le dejé, le pedí que se acostara a mi lado un rato más y me diese tiempo a despertar. Era preferible descansar algo y yo quería despejarme un poco primero, después ya veríamos.

Estuvimos tumbados hasta que me empezó a entrar hambre y durante ese tiempo no se movió de mi lado ni intentó más caricias ni acercamientos. Estaba claro que el quería hacerlo otra vez, pero yo no estaba muy segura.

Siempre me pasa cuando he hecho algo indebido, que mi reacción inmediata era de culpabilidad y rechazo. Deseaba olvidar lo ocurrido y apartarle de mí cuanto antes, para no recordar en su cara lo que había sucedido en esa cama momentos antes.

Me senté en la cabecera y me quedé mirándole. Parecía un niño si no mirabas por debajo de su vientre. Su pene se había relajado, y su cara ya no reflejaba deseo, era una ansiedad diferente; me preocupaba porque tenía el gesto de enamorado que recordaba de mi marido, en los días siguientes de conocernos y que tanto me enternecía.

Me levanté, me dirigí al baño y me duché y arreglé un poco el pelo. Al salir, él seguía en la misma postura y miraba mi cuerpo desnudo, todavía brillante por gotitas de agua sin secar. Me puse unas braguitas, y llamé a recepción para encargar el desayuno.

Me pasaron un mensaje de mi marido avisándome que llegaría por la tarde, a eso de las seis y que le esperase en el hotel. Me tumbé a su lado en la cama, apoyada en un codo y mirando a ver si descubría sus sentimientos. Solo me miraba; sus ojos en mi cara, y seguía viendo inocencia y ternura, ese sentimiento de juventud que la vida te va arrebatando poco a poco.

De pronto llamaron a la puerta, avisando del desayuno. Me había olvidado, absorta en mis pensamientos. Nos levantamos rápidamente, el se metió corriendo en el baño, escondiéndose y yo fui a abrir la puerta, aturullada, tal como estaba, al no encontrar nada a mano que ponerme encima.

El camarero debía estar acostumbrado a estas situaciones, aunque con todo descaro me dio un buen repaso con la vista. Entró con el carrito y colocó la vajilla y cubertería con parsimonia en la mesita. Puso las jarras y la bollería en su lugar, aunque yo creo que estaba alargando aposta

toda la maniobra. No creo que fuera habitualmente tan meticuloso.

Le firmé el papel y le acompañé a la puerta, para poner el cartel de no molestar, y ahí, fuera, se quedó mirando hasta que cerré.

Desayunamos en la mesita. Él se había duchado y también afeitado, con una hojilla de las que ponen los hoteles en la cesta de los baños y se había echado de mi colonia. Estaba otra vez fresco y tan hambriento como yo, así que el desayuno no duró mucho. Apenas hablamos en ese rato, el no se atrevía a pedirme lo que quería y yo seguía sin estar muy segura de si lo quería.

Sentados a la mesa me cogió la mano y me la acariciaba suavemente. Esos detalles me pierden. Me levanté, soltándome de él y me dirigí a la cama.

Nos tumbamos en el lecho revuelto y aun caliente y jugamos de nuevo a tocarnos el uno al otro, hasta que nos juntamos con ansia en un abrazo, buscando un contacto mas intenso y escuchando nuestra respiración agitada al juntar nuestras caras. Se puso encima y me fue montando

  

cuidadosamente, sin brusquedades como antes, ni buscando nuevas posturas.

Había aprendido muy rápido cual era mi ritmo y enseguida me llevó al orgasmo. Me hubiera provocado alguno mas, porque él seguía con el pene en forma, pero no estaba acostumbrada a hacerlo tres veces en menos de medio día y tenía las paredes de mi vagina tan sensibles que el roce de su sexo se transmitía por mis terminaciones nerviosas a través de todo mi cuerpo, con una sensación demasiado fuerte.

Sujeté sus caderas y apreté las paredes vaginales alrededor de su pene, empujando con cortos movimientos hasta que él consiguió también su orgasmo.

No pudo moverse hasta que se salió sola, porque cada vez que lo sentía rozarme pegaba un bote. El se reía preocupado, pero satisfecho de su habilidad recién adquirida.

Le dije que no se moviera, que quería un recuerdo, y colocando la cámara de mi marido sobre un mueble, la puse en automático y disparé tres o cuatro fotos, repitiendo posturas como si estuviésemos teniendo sexo.

Nos duchamos y yo me arreglé ya mas formal para después esperar a mi marido. No pensaba volver a la playa esa mañana y le pedí que no volviese al día siguiente por esa zona, porque yo no estaría, pero le invité a comer, si aceptaba que yo pagase. Fuimos a un restaurante algo mas elegante, y comimos temprano y al acabar nos despedimos.

Le impedí que me acompañase hasta el hotel, no quería alargar una situación que para mi estaba muy clara, pero que daba la impresión de que a él le significaba algo mas que la simple aventura que había sido y no quería hacerle daño.

Se resistía a dejarme, me abrazaba y pasaba su mano por mi cuerpo; sabía que no nos veríamos mas y deseaba guardar el recuerdo.

Cuando empezó a tocarme el pecho por encima del vestido me separé de el, nos dimos un beso y me fui hacia el hotel, sin mirar para atrás, sabiendo que él no se movería de allí.

Subí a la habitación, que estaba sin hacer, se me olvidó quitar el cartel de no molestar, y como allí no podía hacer nada, avisé al servicio de habitaciones para que la arreglasen, me puse el bikini y me fui a la piscina un par de horas, para hacer un poco de tiempo.

Acabé por volver a la habitación, aburrida, y me dediqué a arreglarme bien para estar guapa cuando viniera mi marido, hice que me peinaran en la peluquería del hotel y cuando me pareció que estaba mas que presentable me fui a dar unas vueltas por las calles estrechas de comercios de indios y después me dirigí al paseo marítimo, caminando al lado de la playa y mientras, iba cerrando en mi mente los días anteriores.

Cuando me senté en un banco frente a la puerta del hotel, hasta que llegó mi marido en un taxi, había recuperado mi papel de mujer casada y feliz, sin más idea que mi marido y mi hijo, pero sin renunciar al placer que sentí con esa aventura.

 

Esa noche cambiamos la zona de cena habitual y antes de acostarnos me di un poco de crema en mi interior. No hubiera podido aguantar la cuarta del día sin eso y lógicamente no podía decirle a mi marido, que me dolía.

Lo cierto es que debí hacer algún gesto o ponerme algo rígida en algún momento, porque fue muy delicado y se paró y se conformó con acariciarme el pelo y la espalda; se abrazó a mí y no me soltó en toda la noche. Lo hacíamos así de vez en cuando, si yo no podía o estaba cansada y el decía que con sentir mi cuerpo al lado del suyo obtenía casi la misma satisfacción.

Me hizo sentir un poco culpable y cuando nos despertamos por la mañana fui yo la que se echó encima de él y le besé y acaricié.

Me levanté y pedí el desayuno a la habitación, paseando luego desnuda delante de él para que apreciara mi bronceado de playa. Me tocó las tetas y me dijo que estaban negras y cuando vio mi culo me hizo que le

enseñara el bikini que había usado, porque también lo tenía negro.

Me puse las braguitas minúsculas del tanga, y quedó encantado, porque al verme en el espejo es cuando me di cuenta de lo pequeñas que eran. Los dos globos de mi culo quedaban totalmente al aire, separados por un triangulo de tela que en la parte inferior se metían por la rajita y me marcaban claramente la parte abultada de mi sexo y la separación de los labios.

Casi no podía creerme que hubiera estado así en la playa, pero es que realmente no me había mirado con los ojos de otro, como estaba haciendo ahora. Me lo saqué un poco del culo, para intentar tapar un poco, pero en cuanto andaba algo se volvía a meter por la rajita, notaba como me rozaba por dentro al mover las caderas.

Cuando me vi en el espejo de cuerpo entero del baño me pareció que me quedaba muy bien, que me hacia una figura esplendida y que estaba francamente buena vestida, o desvestida, con ese bikini tan atrevido. Me senté a su lado y me agarró por la cintura acercándome a él para darme un beso por encima de las bragas. Mi piel olía a jabón y a limpia después de la ducha.

En ese momento llamaron a la puerta, me levanté, y, ante la mirada asombrada de mi marido desde la cama, abrí al mismo camarero del día anterior, que depositó las bandejas con la misma mirada impasible y

descarada, que no separó de mi cuerpo en ningún momento.

Con la mano derecha cogió la nota y apoyando el dorso contra mi teta, la mantuvo ahí hasta que la firme. Entonces la separó despacio, y apoyó la palma encogida sobre uno de mis pechos, pasando el dedo gordo por encima de los pezones, según la retiraba y con un – que aproveche – se fue.

Mi marido observó toda la escena divertido y asombrado por mi atrevimiento.

- te has vuelto una descarada

- siempre lo he sido. Hoy vas a alquilar un coche y me vas a llevar a una playa nudista del sur, me voy a quedar en bolas para aprovechar estos dos últimos días.

- pues ahora mismo lo hacemos, espera que preparo la maquina de fotos.

Tiré de él para que se levantara a desayunar, y después cumplimos el plan previsto. En realidad lo que quería era alejarle de la zona de playa que había frecuentado los días anteriores y la mejor manera para que no me discutiera ni preguntara era presentarle un aliciente lo suficientemente atractivo.

Para mas comodidad nos cambiamos a un hotel del sur y estuvimos allí el día y medio que quedaba, todo el tiempo en la playa, hasta el domingo a media tarde que nos fuimos al aeropuerto.

En el avión de regreso pensé que este verano había cargado las pilas para lo que quedaba de año y anoté que tenía que ser yo la que se encargara de las fotos de la cámara.

No quería sorpresas, aunque algún día se las enseñaría para que viera de verdad lo descarada que me había vuelto.

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Loco verano de sexo (15 - Final)

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¿Queremos calidad o basura?

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