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Como pasé del sexo virtual al real - 1

en Hetero: Infidelidad

El violador

Distraía mis largos ratos de soledad en casa conectándome a Internet y entrando cada día en unos de los miles de blogs, páginas y curiosidades que salían cada vez que pulsaba una palabra o acepción al azar en un buscador.

Un día entré por curiosidad en erotismo y me atrajo y cuando por casualidad encontré una referencia a relatos eróticos quedé enganchada sin remedio. No pasó mucho tiempo sin que mi espíritu inquieto me empujara a leer un poco todos los días, a buscar mas emociones y al final incluso a escribir mis fantasías y ocurrencias, hasta que vi que no desmerecía mucho de lo que se leía corrientemente y pensé que yo también podía colaborar enviando mis relatos a la pagina, para que sirvieran de distracción a personas como yo, que deseaban leer e imaginar situaciones y pensamientos sobre la forma de vivir el sexo por una mujer.

Quedé encantada por la acogida. Veía que a la gente le agradaban mis cuentos, escribían comentarios de ánimo y daban ideas y sugerencias.

Empecé a recibir correos con críticas y sobre todo con palabras de aliento y apoyo, que yo contestaba agradeciendo. Mi marido notó el cambio en mi forma de vivir, cada día estaba más alegre, menos aburrida y con mas ganas de encontrarnos por las noches. Le conté el motivo y la causa de mi distracción y de que se hubiera alegrado mi carácter en las ultimas semanas y, salvo recomendarme prudencia, le pareció perfecto y me alentó a seguir.

No tardé mucho en empezar largas conversaciones por la red con alguno de mis lectores o seguidores, críticos, admiradores, que me daban su opinión sobre la forma de narrar tal o cual secuencia, e incluso temas para cuentos que se les ocurrían, pero no sabían como trasladarlo al papel.

Poco a poco fui dedicando más tiempo a las largas charlas con mis interlocutores. Algunos eran muy agradables, intercambiamos ideas, incluso fotografías y casi sin darme cuenta se fue elevando el tono de nuestras conversaciones y la audacia en las expresiones, al tiempo que las fotos que nos enviábamos pasaban a ser mas osadas, enseñando poco a poco, cada vez mas, y diciéndonos cosas que empezaban a ser puramente sexuales.

Era divertidísimo. Estaba enganchada y me excitaba hablar y decir cosas atrevidas, que a veces me creía y que casi siempre me liberaban de prejuicios y enseñanzas de la niñez, tan dramatizadas y oscuras en todo lo referente al sexo.

Con uno de ellos, la excitación se notaba en cada párrafo de las conversaciones que manteníamos. Juan Luis era perfecto: romántico, educado, atrevido. Llevaba la conversación a su terreno de forma pausada pero segura, hasta obligarme a decirle cosas que nunca había pensado decir.

Casi me obligaba a narrarle fantasías, que yo me inventaba en el mejor de los casos para no defraudarle. Cómo me gustaría que me poseyesen tres o cuatro hombres, o que me violara un macho fuerte y viril en cualquier callejón oscuro, o esas tonterías que leíamos en los cuentos y que casi parecían reales.

La primera vez que me subí la falda despacio ante él, mostrando mis muslos, parando un segundo cuando empezaba a verse el inicio de mis braguitas, y sentir el calor cuando estas quedaron totalmente ante su vista, me di cuenta de que me gustaba que me vieran, mi lado exhibicionista quedó de manifiesto ante mi sorpresa. No eran ya aquellos juegos de niños en los que quedaban las piernas o algo más, al aire, ante todos los demás.

Y cuando al día siguiente me encontré buscando las bragas mas bonitas en el cajón, y subiendo de nuevo la falda por la noche para que viera un triangulo de tela transparente, con dibujitos que enmarcaban mi pelo y que se metían entre los labios de mi coñito profundamente y bajándola después, enseñando todo por primera vez a aquel hombre, una mezcla de vergüenza y excitación, de miedo y audacia, recorrió todo mi cuerpo mientras sentía que la adrenalina me inflamaba y quemaba por dentro.

Me gustaba enseñar, que me viera desnuda, que me deseara, que me mostrara su mano agarrada a ese enorme miembro, que yo sentía casi en la mía; deseaba estar allí, tocándolo, besándolo, comiéndolo, hasta que se descargar en mi mano, que seguro que no podría abarcarlo todo entero, como yo le veía descargarse en la suya algunas noches

Rechacé muchas veces sus propuestas de conocernos en persona y me negaba a darle mi número de teléfono. No quería caer en el acoso o en que mi marido descubriera un día alguna llamada o algún indicio que le alarmara sobre lo lejos que estaba yendo con este asunto.

Acepté verle por fin aquel viernes, después de estar toda la semana sola, desde el lunes que mi marido se fue de viaje por motivos de trabajo, y quedamos a media tarde en una cafetería del centro para hablar y conocernos en persona.

Era un poco mayor de lo que reflejaban sus fotos, pero se veía igual de educado y amable. En la mesita del rincón, con dos cafés por delante, me dijo lo feliz que le había hecho al acudir y lo guapa que estaba.

Me halagaba y a mi me gustaba. Poco después su conversación se fue pareciendo a la del Chat de todos los días:

- ¿siempre vas con la falda tan larga?

- quería estar elegante para este encuentro.

- ¿y el escote tan cerrado?

- ¿te gustaría que me lo abriera un poco?

- algo si…

- ¿así esta bien?

- si, mucho mejor. Me gusta que se vea un poco la ropa interior y el pecho se te adivina precioso por lo poco del canal que me dejas ver.

- gracias, me alegro de que te guste.

- y las bragas como son.

- Pues son negras, trasparentes, pequeñitas… no sé. Normales. Ya las has visto alguna vez…

- ¿quieres que vayamos a bailar?

- bueno…

Me llevó a bailar, bebimos un poco, nos divertimos y me alegraba de haber aceptado su invitación y por fin haberle conocido y estar con él. Me sentía dentro de una de mis historias. Una mujer que se propone un día ser infiel por ánimo de aventuras y descubre una faceta maravillosa de erotismo suave con un extraño.

Por eso, cuando al salir de la disco para volver a casa, estaba eufórica y excitada y su petición de que le dejara ver mis bragas negras no me pareció nada anormal, era una de tantas cosas que nos decíamos por Internet.

Antes de llegar a la zona mas iluminada por una farola y oculta hacia el lado de la calle por un coche aparcado, me subí lentamente el vestido y le dejé ver mis piernas, brillantes por unas medias negras de seda, con el elástico con adornos enmarcando mis muslos blancos, y por fin, el triangulo oscuro y abultado de mi vientre. Me la subí un poco mas, para que viera con detalle mis braguitas, notando como empezaba a arder por debajo de ellas, de nuevo inflamándome la sangre por estar así, expuesta en mitad de la calle.

Se acercó despacio a mí, mientras yo sostenía la falda y miraba nerviosa a los lados de la larga y desierta calle, para comprobar que no había ni un alma a la vista. Sentí su cara sobre las bragas, apretándose contra el monte boscoso que se trasparentaba por la fina prenda de nylon. Me dio la vuelta, de cara al coche, para tocar y degustar los dos globos firmes y duros de mi culo, apretado por la tela que dejaba bien visible la rajita que lo dividía en dos por la mitad, y sentí sus manos y su cara fría en contacto con mi piel calida y avergonzada.

Bueno, se había cumplido su deseo, verme en persona y poder tocar mi cuerpo, del que tantas veces hablábamos y fantaseábamos sobre como sería o como lo haríamos. Se le veía feliz y entusiasmado, pero ya estaba bien por esta noche. Había que dosificarse, no agotar todas nuestras fantasías en la primera cita.

Dejé caer la falda  y su cabeza quedó cubierta de una forma extraña. Veía el bulto de sus hombros ensanchándome el vuelo y sentía sus labios sobre mis glúteos desnudos y sus manos bajarme la prenda intima, deslizarse por mis piernas y abandonarlas en mis tobillos.

Se volvió loco de pronto, su nariz se hundía con desesperación entre mi culo, sus manos separaban mi carne y sentía tan pronto una como otras hundirse profundamente en el agujerito de mi trasero o en la anhelante rajita de mi sexo.

Me volví para decirle que ya estaba bien, que nos fuéramos y le di unos golpecitos en la cabeza con la mano. La sacó de debajo sin responderme y su cara estaba trasformada por la lujuria y el deseo. Había desaparecido todo rastro de cortesía y amabilidad y solo quedaba un monstruo frenético y ciego por poseerme.

No había ya ni rastro de su educación y buenos modales. Tiró de mis caderas hacia atrás, arrastrando mis pies impedidos por las bragas revueltas entre los zapatos y las piernas, me apoyé como pude en la puerta del coche para no caerme y sentí un cilindro enorme que me traspasaba desde atrás sin dudarlo ni avisar de lo que se proponía.

Me sentí ensartada violentamente, sus manos aferrando con fuerza mis caderas, mis pies maniatados prácticamente y casi sin apoyarse en el suelo y solo con mis manos asiendo un pequeño soporte que impedía que me cayera.

Sus movimientos frenéticos golpeaban mi cabeza contra el cristal del coche y levantaban mis pies literalmente del suelo. Era horrible lo que me estaba haciendo y no hacia caso de mis ruegos, sin embargo no pude evitar los primeros brotes de placer recorrer todo mi cuerpo.

Vi una sombra acercarse por un extremo de la calle. Por fin alguien me socorrería. Me sobrevino el primer orgasmo no deseado cuando estaba a dos palmos de nosotros y mi cara pasó de una expresión lastimera de solicitud de ayuda a otra de placer absoluto y entrega, con la que mi cuerpo engañaba las ideas reales de humillación y de asco que pasaban por mi mente.

El transeúnte se acercaba  a nosotros y miraba como me follaban, como se tensaba y derramaba dentro de mi, como se salió de pronto y me dejó caer de rodillas y como se alejaba abrochándose los pantalones.

De rodillas, intentando enderezarme, sujetándome en el coche, le vi recoger mis bragas de los pies y restregárselas por la cara y como empezaba a desabrocharse el pantalón, sin prisas.

Noté como unas fuertes manos me elevaban y apoyaban de nuevo en el coche, acariciaban mi piel y hurgaban entre mi sexo, húmedo y dolorido, y volví a sentir un calor interno y la flojera de mi cuerpo, anticipándose al gusto que empezaba a recibir de nuevo.

Me hubieran vuelto a violar si no llega a ser por la milagrosa aparición de un taxi, que paró al ver mis señas frenéticas, a pesar de llevar las luces apagadas para decirme que ya se iba a cenar. Supongo que fue mi cara de angustia y la sombra del individuo al otro lado del coche las que movieron su corazón a abrirme la puerta.

Nunca mas deseé volver a saber de aquel corresponsal ni logré que desapareciera de mi lista del Chat. Pensé en denunciarle, pero dudaba que la policía se creyera que podía haber personas tan tontas y simples como yo y al final decidí callar.

Más tarde se me ocurrió pensar que en realidad me había gustado y que por lo menos una fantasía se había cumplido. No había sido tan horrible después de todo. Había experimentado lo que era estar casi desnuda en la calle, algo que me excitaba al pensarlo de nuevo. Me recreaba en la escena de aquella noche, la mitad del cuerpo al aire, su polla empujándome contra el coche, y probablemente el otro tipo viéndolo todo y esperando su oportunidad.

Y casi me excitaba mas esto ultimo que la follada que me había pegado Juan Luis. Imaginarme a ese hombre y los que fueran, viendo como me desnudaba, como me la metía y gozaba, era algo que me ponía al borde del orgasmo y casi lamentaba no haberle dejado poseerme en ese momento.

Al final casi me olvidé por completo de todo y volví a mi vida normal y a repetir las mismas tonterías de antes de que ocurriera aquel episodio. Cuando una descubre una afición, un incentivo erótico, es difícil dejarlo ir sin mas, y no entregarse al placer que suponía saberse observada y deseada por otros hombres.

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