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El placer de viajar (13)

en Hetero: Infidelidad

EL PLACER DE VIAJAR - 13

SALVADOR - 2

Paramos a una hora de haber salido, en un bar de una gasolinera pequeñita, para desayunar antes de meternos por veredas de tierra, ya en pleno parque y recorrimos un largo sendero hasta llegar a un glaciar, sucio y negro por los sedimentos.

Entramos por otros caminos, vimos grandes árboles, riachuelos y saltos de agua que lanzaba espuma en su caída. La mañana había avanzado mucho y ya hacía calor y con tanto andar daban ganas de remojarse.

- ¿crees que nos podríamos bañar aquí?

- mójate las manos un poco a ver que te parece.

Creí que se me quedaban allí convertidas en un bloque de hielo. Procedía del deshielo del glaciar y era como meterlas en el congelador de tu casa. Seguimos andando hacia el lago y me indicó que ya me avisaría cuando nos pudiéramos bañar.

Por fin llegamos a la orilla del lago aquel tan azul que se veía desde el hotel, el Nauhel Huapi, que da nombre al parque y dijo que nos podíamos dar un baño antes de comer. Se puso detrás del vehículo para ponerse el bañador y se tiró al agua. Yo me había puesto la ropa interior lo suficientemente discreta para que me sirviera de bikini y solo me tuve que quitar el pantalón y la camisa y estaba lista. Me mojé un poco, solo quería refrescarme del calor y la caminata, quitarme el polvo y descansar, de modo que salí enseguida.

El problema de que las bragas fueran fuertes de algodón es que tardaban en secarse; miré para atrás y le vi nadando, así que me quité el sujetador y las bragas y me puse el short y la camisa sin nada debajo, ya me lo colocaría cuando se secase. Cuando me di la vuelta para buscarle estaba casi a dos metros de mi ya fuera del agua y parecía que algo molesto.

- ¿Que le pasa Salvador? ¿Algo está mal?

- no, demasiado bien, el problema es que la prometí no violarla y no se si voy a poder cumplirlo.

- pero si está usted casado y debe ser casi abuelo…

- no subestimes a los casi abuelos, por lo menos a este.

Cuando me dirigí al coche para sacar la cesta de la comida acababa de quitarse el bañador y le vi desnudo mientras se lo intentaba sacar por los pies, mojado y pegándose a él, que al estar de pie le costaba algo de dificultad. Si, la verdad es que no era para subestimarlo y si el enorme cipote, largo y tieso estaba así por mi culpa, debería no ser tan provocadora y cuidar un poco mi conducta ante él.

Nos sentamos en una manta, uno enfrente del otro y comimos unos bocadillos que traía y desde luego acompañados por el excelente vino chileno que siempre le acompañaba.

- ¿es vino de concha?

- ¿Cómo?

- ¿que si es vino de concha…? Lo pone en la etiqueta: Concha y Loro.

- Concha y Toro. ¿Tú sabes que es una concha en Chile?

- lo de los moluscos y los caracoles, ¿no?

- y también eso que tienes entre las piernas y que me estás enseñando por el borde del pantalón.

- es que puse las bragas a secar, no creí que se me viera nada.

Me puse de lado, con las piernas dobladas y las rodillas juntas mientras él recogía y sacaba una especie de guitarra pequeñita. La templó un poco y rasgueó, cantando con una voz alta y grave:

- cuando pa Chile me voy, crusando la cordillera

tengo el corazón contento, pues me espera una chilena

y cuando vuelvo de chile, entre montes y quebradas…

Era una música preciosa y me aprendí la letra pegadiza. Todavía la podría cantar de memoria y tengo el disco que me compré en cuanto regresamos a Buenos Aires.

De pronto lo dejó, turbado y mirándome fijamente. Su pantalón corto abultado me dio la pista de lo que estaba pasando. Al ponerme cómoda para escucharle cantar debía de estar enseñando todo de nuevo.

- mejor nos vamos o acabara mal el día, recoja su ropa, ya estará seca.

Preferí no volver a ponérmela hasta llegar al hotel y la guardé en un bolsillo del pantalón. Llegamos bien de tiempo para que él fuera un rato al despacho y yo me fui a arreglarme para le cena. Le esperé muy poco; también se había cambiado y nos fuimos al comedor y después a tomar una copa en la sala de fiestas. Todo el día habíamos estado hablando de temas comunes: le gustaba el cine como a mí, la fotografía, mi mejor afición, era un gran bailarín, y me lo demostró. Me sentía feliz con él.

Yo me movía con la música y el me sacó a bailar, y bailamos hasta un tango, sorprendiéndole por como lo hacía. Al final de la noche me dejó a la puerta de la habitación, después de darme instrucciones para el día siguiente, que haríamos una excursión de dos días, al Parque Nacional de los Arrayanes.

A la mañana siguiente yo estaba lista cuando llegó y recogí una bolsa con algo de ropa y de aseo, el bikini y la maquina de fotos. Visitamos el bosque precioso anduvimos todo el día, y acabamos preparando la cena a la orilla de un río pequeño y cristalino en mitad de un arboleda enorme.

Habíamos hecho un pequeño fuego y él tocaba la guitarra y cantaba hasta que el sol empezó a ocultarse. Ni un ruido, la corriente del agua sonaba como una fuente, el cielo increíble lleno de estrellas y el fuego y el sol que iban decayendo y dejaban ver todo el paisaje a media luz de una belleza impactante.

Me colocó la manta por encima pero yo le pedí que se metiera él también, para disfrutar juntos de aquello hasta que nos entrara el sueño. Me pegué a él y puse mi cabeza en su hombre. Sentí su brazo sujetándome por detrás y su voz cerca de mi oído.

- ¿en que piensas niña?

- se está aquí tan a gusto... esto es lo mas parecido al paraíso.

Me recordaba la naturaleza salvaje de Iguazú, pero aquí sin el rugido de la catarata ni los chillidos de la selva. Naturaleza virgen y paz y tranquilidad. Quedaba un poco de luz, el crepúsculo era muy largo desde que el sol desapareció. Él indicó que deberíamos acostarnos y descansar para el día siguiente. Me había preparado unas mantas y una colchoneta dentro del coche y el dormiría fuera, en un saco acolchado.

- déjame que me quedé aquí contigo, me gustaría dormir al aire libre.

- el saco no es muy grande, estaremos un poco apretados. Mejor vete al coche.

- por favor, es una noche tan increíble. ¿Cuándo volveré a ver algo igual? No te molestaré.

A regañadientes, pero me dejó entrar en su saco. Solo me quité los zapatos y el pantalón y el sujetador me lo saqué sin quitarme la camiseta. Me junté a él dentro del saco y me quedé mirando el cielo. Le noté que se movía inquieto y le pregunté que pasaba.

- sabes, definitivamente retiro mi promesa de ser bueno contigo, a no ser que te metas dentro del coche ahora mismo.

Me quedé algo confundida, pero no me pareció en serio lo que dijo, sonaba como una broma, como una gracia entre amigos. Yo no estaba tan pegada a él como para provocarle y además estaba vestida, o casi. No dije nada, y estuvimos un buen rato quietos y en silencio.

Se acercó a mí despacio y me pasó un brazo por encima para recostarse a mi lado. Pegó su cara a la mía y me besó en los labios despacito y suave, juntando apenas su boca a la mía, rozándola.

- me vuelves loco niña, desde que vi tu cuerpo el otro día te estoy deseando, tengo avidez por tus labios, por tu cuca mullida y apetitosa, por tus senos firmes y tersos, quiero recorrerte toda, quiero que te entregues a mi.

Me sentí perturbada y aturdida. Yo estaba esperando que ocurriese algo. Tal vez esto. El sitio, el ambiente, la paz, un hombre y una mujer, un gesto de amor, todo lo que pasa por tu cabeza cuando tienes sed de cariño, de pasión, de sexo, de un hombre…

Me recorría la cara besando mis ojos cerrados, volvía a mi boca mientras me subía la camisa y me desnudaba, bajaba su rostro, me besaba el pecho, presionando los pezones con suavidad y firmeza hasta que consiguió ponerlos enhiestos, ofrendándose a sus caricias.

Recorrió mi estomago por un lado y por otro, bajaba sus labios hasta el borde de las bragas y se desviaba a un lado de mi cintura y luego al otro, despacio, erizando mi piel y despertando mis sentidos, mi pasión, mi deseo de que entrase en mi.

Siguió bajando mientras retiraba las bragas a lo largo de mis muslos, abriendo el saco y quedando los dos al aire puro del atardecer con nuestros cuerpos desnudos y juntos, entregados a esa dicha de conocerse, de tocarse, de excitarse mutuamente.

Cuando llegó a su meta, a mi sexo, me sentía entregada y en un éxtasis absoluto. Abrí las piernas para que pudiera acceder a mi intimidad y

 

metió su lengua entre mis labios carnosos, buscando hasta encontrar el punto mágico, hasta hacerme estallar.

No era capaz de aguantar más, y de mis labios salieron unas palabras que nunca antes había dicho a nadie, que nunca había pedido ni rogado como ahora y que no pude evitar lanzarlas con ansia, con apremio.

- penétrame, hazme tuya. Hazlo ya… entra en mi… quiero sentirte…

Me miró a los ojos, abiertos de par en par por el deseo y el fuego de mi interior, mi mirada intensa le decía de mi necesidad, de mi entrega sin limites, de mi ofrenda total…

Se dirigió sin dudar a mi intimidad que se le ofrecía abierta y expectante. Me tocó con sus manos suavemente, como si fuera su tesoro, para dejar paso a su pene que impactó suave, pero firme, en la entrada, esperando el primer empujón que lo lanzara adentro y a mi felicidad.

Estaba nerviosa, deseosa, ahora pensaba que durante todo el dia lo había estado esperando. Su delicadeza, su romántica forma de actuar conmigo, ese trato de niña que me daba, cariñoso, afectuoso, tierno, me había conquistado. Yo había esperado que él actuara y ahora lo hacia de una forma maravillosa, y tierna otra vez, pero al mismo tiempo sensual, erótica, pasional. No podía esperar mas, lo necesitaba, ¿es que él no se daba cuenta? Volví a rogar, a exigir:

- penétrame… métela ya… quiero tu polla…

Mis labios resecos por el deseo sienten de pronto la humedad de los suyos y su cuerpo se junta al mío y desciende y por fin entra en mi interior que se agita en el primer orgasmo, antes siquiera de que empiece a moverse, antes de que realice ningún movimiento, por el solo hecho de entrar y de inundar mi vientre con su carne rígida.

Me golpea en sus movimientos mientras yo sigo agitándome en otro orgasmo, rodeo su cintura con mis piernas, lo aprieto contra mi para suavizar el movimiento y para sentir su pecho junto al mío, mis pezones contra su cuerpo y me siento feliz, llena, satisfecha mientras el último orgasmo me arrebata la razón y me inunda de placer, oyendo sus palabras entrecortadas mientras noto como mana de su pene un torrente incontenible y calido.

- toma, mijita rica… siente mi pico en tu concha, siéntelo bien en tu concha calentita, toma… mi… pico… toma…

Y yo me siento de nuevo en un éxtasis total, y con los ojos abiertos completamente, veo las estrellas sobre nuestras cabezas y los árboles que nos cobijan y su rostro junto al mío que se deja caer sobre mi pecho y descansa relajado.

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