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El placer de viajar (17)

en Hetero: Infidelidad

EL PLACER DE VIAJAR - 17

El masaje

Teníamos la costumbre al volver de la playa de meternos desnudas en el jacuzzi y relajarnos juntitas. Nunca había nadie en esa zona excepto el matrimonio vecino y él también había observado nuestro horario y aparecía siempre cuando estábamos sumergidas en el agua, dejaba a su mujer en la habitación y se metía con nosotras.

Ya teníamos una cierta amistad y hablamos de mil cosas. También eran de Madrid y deberían tener unos cincuenta años. Ese día vino ella también y se quedó un poco cortada al vernos a los tres desnudos. Me imagino que entonces se dio cuenta de porque su marido había adquirido esa extraña costumbre en vez de ducharse en la habitación como siempre.

Lo dudó un poquillo pero al final se decidió, se sacó el bikini y se metió también desnuda. No estaba mal para su edad, un poco de barriguilla y el culo algo blando, pero las tetas se veían bien y las piernas eran fuertes y proporcionadas. Me imagino que haría más horas de gimnasio y pensé que yo tendría que ir con más frecuencia también dentro de poco.

Nos dijo que éramos muy guapas y correspondimos diciéndola que ella se veía muy bien también.

- me cuesta muchas horas de gimnasio y ejercicio, pero lo que he descubierto que es mejor para la piel son los masajes. Una sesión cada dos o tres días te deja nueva.

- yo nunca me he dado ninguno.

- pues pruébalo, es mano de santo y además te relaja y anima, te coloca en mejor disposición para empezar el día.

- probaré en cuanto lleguemos a Madrid.

- ¿no habéis ido al del hotel? Esta en el otro grupo de bungalows y el chico que los da es divino, tiene unas manos increíbles. Y el precio es realmente barato, vale la pena, en Madrid te cuesta el doble.

- no lo hemos visto al pasar, miraremos luego.

Elena se había pegado a mí y me acariciaba el pecho con su cara en mi hombro. No nos ocultábamos de esta pareja que ya nos habían visto hacer muchas cosas raras y que tan amable y comprensiva parecía. De hecho ella nos miraba atentamente, puede que con curiosidad o puede que con algún atisbo de homosexualidad oculto.

Tal vez se quedaba con las ganas de acercarse y probar o pudieran ser figuraciones mías, pero me parecía que no le molestaba nuestra actitud, mas bien la incitaba, porque se pegó a su marido que también la acariciaba el pecho bajo el agua.

Se olvidaron de nosotras, aunque ella no nos dio la espalda, pero abría y cerraba los ojos y los fijaba en nosotras mientras su marido la debía de estar tocando algo mas que el pecho, protegido por las burbujas del agua que impedían ver lo que pasaba por debajo de la superficie.

Cuando levantó la cara hacia el cielo en un largo suspiro éramos nosotras dos las que los mirábamos con curiosidad y con deseo. Nos estaban erotizando, Elena se había quedado quieta con la mano posada en mi pecho y yo pasaba nerviosamente la mía por su muslo que se acercaba inquieto hasta rozarse conmigo.

Nos gustaba verlos. Ella tenia cincuenta y tres años según nos había confesado antes y él cuatro mas, pero daba envidia ver el cariño que se tenían y como disfrutaban del sexo a esa edad, que yo consideraba muy avanzada y todavía lejana.

Salió esplendida del agua, el cuerpo brillante y mojado y la cara iluminada de deseo, recostándose en el borde mientras el la retenía besando y chupando su pecho. Estaba encendida y se levantó enseguida, invitándole a seguirla hasta el interior de su habitación para continuar allí con mas intimidad lo que empezaron un rato antes en nuestra compañía. Cuando salió él vimos el pene recto y firme que habíamos aliviado nosotras hace unos días y la sonrisa de satisfacción por haber conseguido poner a tono tan rápidamente a su pareja. Nos hizo un guiño cómplice y la siguió rápidamente, cerrando la puerta y desapareciendo.

- somos unas pervertidoras de matrimonios. Ahora tendrán un hijo y será culpa nuestra.

- si, y si es niña le pondrán de nombre Elena, en tu honor, porque tu empezaste.

- ¿nos vamos nosotras dentro también? Me han puesto a cien.

- no, déjalo para la noche, todavía tenemos que arreglarnos para ir a cenar, aunque debo de confesarte que me relajaría, a mi también me ha calentado verles haciéndose cariñitos.

- oye, hablando de relajarse, y si buscamos la sala de masajes y nos pegamos una sesión para estar a tono esta noche.

- por mi vale, vamos a vestirnos un poco y llamamos por teléfono para reservar.

Estaba libre y podíamos ir ahora mismo, las dos. Nos pusimos las bragas y una camiseta larga y nos dirigimos al otro lado a buscarlo. Efectivamente, había un cartel, no muy grande, por eso no nos habíamos dado cuenta, que anunciaba masajes y no se que otra cosa. Había dos chicos esperando y su cara me resultaba familiar, pero no me acordaba de qué les podía conocer.

Nos dieron una toalla grande y nos señalaron un biombo para cambiarnos, mas bien para desnudarnos, dijeron que completamente y saliéramos con la toalla enrollada. No había mucho que quitarse, de modo que colgamos la camiseta y las bragas en la percha y salimos bien cubiertas.

Me tumbé primero boca arriba, según sus indicaciones y deje de ver a Elena, aunque estaba en una camilla a continuación, pero tendría que volver la cabeza del todo para poder ver algo. Empezaron por los hombros y era en verdad relajante: tenían mucha fuerza en las manos y dejaban los músculos laxos y distendidos.

Siguió por las piernas y ahí tuvo que subir un poco la toalla pero yo procure que quedara metida entre ambas un buen trozo de tela para no dejar nada a la vista. Comentó que si no habíamos vuelto a ir al baile y entonces caí: eran nuestras parejas de baile del primer día. Solo contesté con la cabeza, negando y no volvió a hablar.

Me hizo dar la vuelta y me preguntó si deseaba algún aceite especial para la piel, pero no tenia ni idea, así que le dejé elegir el que le pareciera mejor.

 

Me descubrió el dorso bajando la toalla y tapando mis piernas, quedando justo en el borde donde mi espalda se elevaba en los dos montículos redondos y no creo que le estorbase demasiado, pero me pidió que colocase los brazos separados y sacase la toalla de debajo de mi cuerpo para poder ir colocándola cuando necesitase.

Lo que ocurrió a continuación parecía el guión insulso de una película porno. Primero me dio un masaje concienzudo por la espalda, luego en vez de subir la toalla para descubrir mis piernas, la bajó hasta mis pies y me dejo expuesta completamente sobre la camilla. El masaje en las piernas y en el trasero fue también muy profesional y placentero si no llega a ser por las tres o cuatro veces que me separó bien los muslos y los glúteos con sus manos y otras tantas que incluso metió algún dedazo por mi agujerito trasero.

Me hizo dar la vuelta, ya sin toalla que me cubriese y también los diez primeros minutos se empleó profesionalmente, pero al sentir los dedos sobarme delicadamente el pecho y luego acariciar mi vientre hasta que encontraron y se posesionaron de mí chochito, pensé que a partir de ahí empezaba el masaje de relajación.

Indudablemente era un experto en dar masajes, tanto por fuera como por dentro, hasta tal punto que fui yo misma la que alargó la mano buscando entre sus piernas para ver si su herramienta estaba a tono con sus habilidosas manos.

Cinco minutos después estaba con los pies apoyados en el suelo, el cuerpo indefenso sobre la camilla y una polla enorme me entraba desde atrás y amenazaba con salirse por mi boca abierta por los suspiros que lanzaba. Delante de mi cara tenía la de Elena, en posición invertida a la mía, su espalda recostada en la camilla, las piernas casi verticales hacia arriba y también se veía aparecer intermitentemente la reluciente polla que la taladraba a toda velocidad.

Ella boqueaba, intentando girar la cabeza hacia mi, sin poder contener sus gritos de placer y los nerviosos espasmos de su cuerpo, y yo, ante este cuadro solo pude alargar mis brazos para intentar encontrar sus manos y rendirme también al intenso gozo que estaba recibiendo en mi interior.

No sentí cuando se corrieron ellos, o por lo menos el que me lo hacia a mi, pero si noté cuando ella me apretó convulsivamente la mano al llegar al orgasmo, lo que precipitó el mío. Con las manos apretadas entre si y nuestras caras juntas gritamos y jadeamos hasta que dejamos de apreciar sus movimientos y nos fuimos calmando mientras ellos se salían despacito, con el pene todavía algo grueso pero menos rígido que cuando entró.

Regresamos a la habitación, con las bragas conteniendo los fluidos que intentaba salirse por la escasa tela y la cara todavía encendida. Me imagino que nuestra expresión era tan acusadora, tan reveladora de lo que acabamos de disfrutar, que al cruzarnos con nuestro matrimonio de vecinos que se dirigían a cenar bien arregladitos, ella exclamó:

- ¿han visitado la sala de masaje, verdad

- si…

- y que tal, ¿fue como les dije?

- si… ha sido divino.

Y esa noche perdonamos la cena, y nos metimos en la cama a dormir directamente.

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