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Loco verano de sexo (3)

en Hetero: Infidelidad

LOCO VERANO DE SEXO - 3

Un día de pesca

A mediados de junio me llamó mi prima Ely, para invitarme a ir de vacaciones con ella, a casa de su cuñada. Había sido madre y tenía una niña de dos años y medio. Yo estuve con ellas unos días, cuando salió de la clínica, y era su madrina.

- ¿Qué vas a hacer todo el mes de julio tú sola? Vente con nosotras a casa de Mari Carmen, ¿te acuerdas de Maika, no? Es una casa muy grande, en una playa de Huelva. Ella vendrá también, sin su marido, este mes.

- si que me gustaría. Lo consultaré con Pepe.

- dile que me llame, ya le convenceré yo

- ya sabes que no hace falta. Mañana te doy la respuesta.

Yo sabía que no habría problemas, pero no me gustaba tomar decisiones sin consultar con mi marido. Ya lo hacíamos casi todos los años. Yo me iba con mi hijo a la casita de la sierra y él venia los fines de semana.

El 29 de Junio vino con su niña a nuestra casa y salíamos hacia el sur el 30, para no coger los atascos de principios de verano.

Maika nos estaba esperando y su hijo Carlos, Carlitos para mi, un hombre de ya alrededor de17 años.

Nos acomodamos en la casa. Tenía 5 habitaciones, amplias, de forma que alojando a los chicos juntos, disponíamos de una habitación para cada una.

Estaba muy bien situada, a 50 mts. de la playa, y a unos cien de las casas mas próximas, y aunque algo vieja, menos calefacción, contaba con todas las comodidades.

Mi hijo y Carlos, que se conocían desde la boda de Ely, se llevaban muy bien, y casi aparecían solo a la hora de comer, y nosotras pasábamos el día en la playa, tostándonos al sol.

Ely y yo, desde el segundo o tercer día, que vimos lo solitario que era aquello, nos desnudábamos del todo y Maika seguía con sus prejuicios y pocas veces se quitaba las bragas del bikini.

Los chicos se acostumbraron a vernos en bragas por la casa, y una camiseta o el sujetador. Y les parecía de lo más normal. Maika decía que íbamos a pervertir a su hijo, que miraba a veces fijamente nuestra ropa interior y a veces lo que se escapaba de ella.

Seguía siendo un niño muy bueno, pero lógicamente, con 17 o 18 años, ya le atraía todo lo relacionado con el sexo, y desde luego, cuando aparecían por la playa, no apartaba la vista de Ely y de mí hasta que se daba cuenta que le estábamos mirando.

Los chicos, agotados de todo el día de actividad, se iban temprano a la cama y nosotras hacíamos largas tertulias, dentro o fuera de casa, en las que rara vez nos vestíamos; mucho frío tenía que hacer para que nos pusiéramos algo por encima.

El viernes por la tarde se fueron las dos a comprar al supermercado del pueblo cercano y yo estaba sentada en una barca vieja, a la orilla del agua, viendo el mar y escuchando las olas y de pronto suena un silbido a mi espalda.

Me vuelvo asustada y veo delante de mí a un tío grandísimo, con barba y el pecho peludo al aire, mirándome con aprobación.

- olé la vecindad. Eso es un culo y no…

De pronto le vi un poco cortado, como si me reconociese o le sonase mi cara. A mi también me sonaba la suya y de pronto caí.

- ¿Jesús? ¿Eres Jesús, el marido de Maika?

- me parece que he metido la pata. Tú tienes que ser la prima de Ely.

- pues si. No me dijeron que venias hoy, se han ido al mercado.

- nos han soltado antes del trabajo y vine sin avisar.

Seguía a dos metros de mi, un poco parado, y me acerqué a él y le di un beso y un abrazo, sin reparar en mi desnudez. Cuando me separé, mis tetas estaban de punta, y me di cuenta de que estaba en pelotas delante de un hombre, que conocí solo un día y hace tres años.

- veo que seguís con las buenas costumbres. Me parece que este fin de semana va a ser muy entretenido.

- espera que me pongo algo y enseguida estoy contigo.

- no tengas prisa, déjalo así.... Es broma, voy yo también. Tengo que sacar cosas del coche.

Me puse las bragas y una camiseta, y todavía me pareció algo incorrecto, así que me coloqué también un pantalón corto. Habría que tener en cuenta que estos días había un hombre en casa.

Nos tomamos una cerveza en el porche trasero, mientras llegaban las chicas y le contaba sobre mi familia y amigos comunes, recordando la boda de Ely y lo bien que nos lo pasamos.

Maika se puso muy contenta cuando le vio al volver y ese día se fueron pronto a la cama. Ely se acostó también enseguida, la niña estaba

llorando sin saber porque, y yo, algo desvelada, me senté frente al mar; me gustaba oír el ruido de las olas, ese murmullo incansable.

Llegaron los chicos, mi hijo se despidió con un beso y se fue a dormir, pero me pareció que Carlos andaba por la casa y le llamé bajito.

- Carlos, ¿estas ahí?

Salió al porche, sin decir nada, y se quedó de pie, mirando al mar igual que yo.

- siéntate un rato conmigo. No hemos hablado desde que llegamos. Apenas se te ve el pelo.

Se sentó en los escalones, cerca de mi, sin decir ni media palabra.

- ¿estas molesto por algo? Pareces incomodo.

- no. Es que al verte he recordado lo que pasó hace unos años.

- venga…olvida esas cosas de críos, ya eres mayor, eres un hombre. ¿Es que no podemos ser amigos?

- si tú quieres, a mi nada me gustaría mas.

Cogí su mano y le acerqué a mi lado, hasta que quedó de rodillas junto a mi silla.

- pórtate normal. Dame un beso de despedida cuando te vayas a dormir, habla conmigo, como hablas con Ely. Se natural, eso es lo que yo quiero.

- lo haré. Perdona, he sido un tonto, pero no sabia que pensabas de mí, de mi torpeza de aquellos días. Lo siento.

- eras un crío encantador y ahora eres un hombre, pero quiero que tengas la misma opinión de mi que tenías entonces y que te agrade mi compañía como a mi la tuya. Me gusta hablar contigo.

- y a mi también. No te preocupes, ya veras como no he cambiado apenas.

- pues venga, dame un beso y vete a dormir.

Me dio un beso sin soltarme la mano. Tiré un poco de él e hizo lo que tanto llevaba deseando, abrazarse a mí con fuerza y darme otro beso más fuerte y de verdad.

- buenas noches.

Se notó está reconciliación con sus viejos recuerdos, en los días siguientes. Mi hijo y él estaban más tiempo con nosotras en la playa,

nadando y jugando con la pequeña. Le hacían castillos de arena y estaban pendientes de ella, que disfrutaba de tantas atenciones.

A cambio, nosotras dejamos de ir desnudas por la playa y nos teníamos que poner la braga del bikini o todo, mientras estaban ellos allí. A veces jugaban con nosotras, cuando estábamos en el agua, molestándonos, y desde luego se notaba que había crecido, porque alguna vez se observaba aumentar el volumen de su bañador.

Una noche que estaba todo tranquilo en casa nos fuimos las tres al pueblo. Acostumbraban a tener bailes y verbenas casi todas las noches del verano, para animar a los que venían de fuera a pasar las vacaciones.

Maika se acercó a hablar con unos amigos, pescadores del pueblo, que solían pasar de mañana por delante de casa, después de la noche de pesca, y a veces paraban, antes de ir al mercado, a vendernos algo, mas barato y desde luego mas fresco.

Se acercaron a Ely y a mí y nos los presentó y a los dos minutos nos estaban sacando a bailar. Salimos las dos, por supuesto, para eso habíamos ido.

Mi pareja, al igual que los otros dos compañeros eran chicos jóvenes y solo el que debía ser el patrón parecía mayor. No bailaban muy mal del

todo, se defendían y tenían más acento andaluz que Maika. Había ocasiones que no se les entendía muy bien.

- me parece que yo la conozco.

- pues no se. Vivo en Madrid y es la primera vez que he venido a este lugar.

- si, cuando pasamos en la barca de vuelta está usted y su amiga tomando el sol en la playa.

- si es verdad, solemos estar casi todas las mañanas.

- pues desde que estáis aquí, hemos cambiado el regreso a casa con la furgoneta para pasar por vuestro camino.

- ¿para dejarnos algo de pescado? ¿Es a vosotros a quien se lo compra Maika?

- si, claro a dejar el pescado, la señora Carmen siempre nos compra algo y nunca regatea, pero también por verlas a ustedes dos, tan desnuditas y tan blanquitas.

- como… ¿es que nos habéis visto desnudas?

- claro. No le digo que hemos cambiado el recorrido para poder verlas… como nos íbamos a perder eso.

- bueno, no se que decir. Me da vergüenza oírle decir esas cosas. Esto para mi es un poco violento.

- no, no se vaya, por favor. No quería molestarla. Al revés, quería echarla un piropo, pero es que soy muy torpe. Nos gusta verlas; otros años aparecía alguna alemana o inglesa, pero no tienen nada que ver con ustedes. Vamos que están ustedes cien veces mas buenas que cualquier extranjera.

- me parece que no lo está arreglando precisamente.

- bueno, ya le he dicho que se me da muy mal hablar, no quiero fastidiarla.

Seguimos bailando. No me había molestado. Pasado el primer momento de estupor y algo de vergüenza, la verdad es que sonaba mas a un requiebro, algo rustico desde luego, pero halagador al fin y al cabo.

Conseguí cambiar de tema, y él casi lo agradeció porque no sabía como salir del asunto en que se había metido. Y me contó cosas de la pesca y de su vida en el mar, diciendo cada dos por tres "ya sabe usted".

Le tuve que aclarar que no sabía nada de nada. Que no conocía el mar y que solo me había subido a un barco un par de veces y siempre de pasajera. No se lo podía creer. Me dijo que alguna vez les tenía que acompañar.

Regresamos a casa muy contentas y alegres; había sido un rato muy divertido; los chicos, buenos mozos, y habíamos tenido compañía toda la velada.

Cuando pasó la barca por delante de nosotras la siguiente mañana, Ely y yo nos pusimos de pie, ella con las tetas al aire, y les saludamos dando saltos y levantando los brazos. Se les veía muy pequeñitos a lo lejos y era casi imposible que ellos vieran más de nosotras. Por supuesto que se apreciaba que estábamos casi desnudas, pero no se podía ver el más mínimo detalle de nuestro cuerpo a esa distancia.

Cuando una hora después aparecieron delante de casa, tocando el claxon de la furgoneta, salimos Ely y yo, con el bikini puesto, lógicamente, a saludarles y a ver la pesca.

Se pusieron muy contentos de vernos y aunque les insistimos que no nos trataran de usted, tan pronto lo hacían, como no. Me imagino que es que no les salía de natural.

Nos dijeron que habían hablado con el patrón y que él había aceptado encantado. Tanto nosotras dos como la señora Carmen, estábamos invitadas a acompañarles una mañana que irían sólo a reconocer zonas y a tirar un poco el anzuelo. Si no teníamos prisa podíamos comer en alguna playa y volver al anochecer.

La idea nos atraía a las dos. Éramos de tierra adentro y parecía una experiencia excitante. El problema era los niños o mas bien la niña. Maika dijo que a ella no le apetecía ir, ya lo conocía de hace mucho; su abuelo era pescador y casi odiaba las barcas de pescadores, su olor a pescado y gasoleo.

Quedamos con ellos para dos días después. Saldrían muy temprano, antes de amanecer y solo teníamos que llevar lo puesto y una toalla. Ah,

y por supuesto, el bañador y puesto desde casa, porque en el barco no había donde cambiarse.

El día citado, estábamos en la puerta casi un cuarto de hora antes de lo previsto. Cuando vimos los faros del coche, nos pusimos de pie y nos colocamos casi encima de sus rodillas, porque venían ellos tres y la parte de atrás estaba llena de bártulos.

Las cuatro casitas y el minúsculo muelle donde tenían amarrada la barca no estaban a más de dos kilómetros de casa, de modo que fue una incomodidad de cinco minutos escasos y apenas pesábamos o por lo menos no se quejaron.

La barca me pareció muy pequeña, no tenia ni idea al verla pasar de lejos, mar adentro, pero al subir a bordo todavía parecía mas chica. Aparejaron rápidamente y cuando estuvieron listos nos ayudaron a subir a bordo, cosa nada fácil para dos patosas como nosotras.

Era realmente emocionante y el amanecer fue increíble. Le hice varias fotos y luego con mas luz, saqué de casi todo lo que ellos hacían. Hasta que no estuvimos algo separados de la costa era un poco mareante, pero luego no se qué hicieron y se notaba menos el bamboleo del barco.

Nos prepararon dos cañas y pusimos todo nuestro entusiasmo en la faena, pero cuando descansaron un poco y redujeron la velocidad para tomar algo y descansar, no habíamos conseguido ni siquiera que se fijasen en el anzuelo.

Después del aperitivo se notaba el calor y nos quedamos en bikini las dos, nos echamos bien de crema protectora y agarramos de nuevo las cañas a ver si ahora teníamos mas suerte.

El hilo se tensa, noto un tirón muy fuerte y me pongo a dar gritos. Pero no de alegría, de miedo. No se qué hacer, no quiero soltar la caña, pero quiere arrastrarme hasta el fondo del mar. Gracias a Dios se dan cuenta de mi angustia y vienen dos de ellos a ayudarme.

El patrón les dijo que no me quitasen la caña, que solo me ayudasen: la pieza era mía y la tenia que sacar yo. Uno se arrimó a mi espalda y pasándome los brazos por detrás me ayudó a aguantar la caña. El otro se colocó de rodillas a mi lado, puso sus brazos por encima de mis piernas y accionaba el carrete.

Notaba los brazos de uno aprisionando mis tetas y los del otro apoyándose en mis muslos y metiéndome el codo de vez en cuando en mi vientre. Si no llego a estar tan preocupada por el pez, hubiera pensado que estaban aprovechándose de la situación y metiéndome mano.

Poco a poco la pieza se iba aproximando, agotada y yo me sentía mas caliente con sus roces, Ely se había acercado también y el patrón iba enfilando ligeramente hacia la costa.

Ya se veía el pez. Era bastante grande, como una ballena, pero ellos

dijeron que era un tiburón pequeñito. ¡Pequeñito! Medía lo menos cien metros, era enorme.

Cuando lo engancharon y lo izaron a bordo no me parecía tan grande, pero mas de un metro si que medía, eso seguro, y tenia unos dientes enormes y cara de malo. Les dejé la caña y me eché para atrás.

No me atreví a tocarlo hasta que paramos cerca de la playa y lo sujetamos entre Ely y yo para que nos hicieran una foto. A continuación lo depositamos en el suelo, con muchísimo cuidado, y nos retiramos de él lo más que pudimos.

Nos llevaron a hombros hasta donde el agua cubría menos y nos metimos andando en una playa minúscula, pero preciosa. Solo tenía acceso por mar, mediría poco más de cincuenta metros de larga y estaba rodeada por unos acantilados enormes, haciendo como una media luna redonda.

La utilizaban para refugiarse en mal tiempo, o para hacer un alto o reparar averías si veían que estaban lejos del puerto.

Hicieron unas brasas para asar el pescado, que cortaban en tiras y desollaban en un rincón, mientras nosotras nos zambullíamos en la orilla y lo pasábamos bomba.

El pescado estaba buenísimo y solo les faltaba un buen vino, pero con la cerveza que sacaron de una neverilla del barco estaba delicioso. El patrón dijo que se echaría un rato la siesta y los dos chicos se dedicaron a recoger las cosas y apagar el fuego, limpiando todos los restos de nuestro paso.

Nos tumbamos al sol y nos soltamos la parte de arriba, aunque, eso si, vueltas boca abajo. Estábamos encantadas de la paz y la soledad de aquel sitio.

Se acercaron los chicos y nos invitaron a ver las peñas junto al mar y una cueva, que decían era de contrabandistas. Ely se entusiasmó y se levantó para irse con ellos, sin acordarse de atar los lazos del sujetador.

Se lo dije y no se que me entendió, porque en vez de ponérselo bien, lo sacó por la cabeza y lo dejó a mi lado.

A mi no me apetecía y me quedé tumbada en la arena, viendo como se alejaba con uno de ellos; el otro se quedó a hacerme compañía.

Hablábamos y me tuve que incorporar un poco, porque era muy incomodo estar todo el tiempo con la cabeza doblada hacía arriba. Inmediatamente vi sus ojos clavados en mi pecho.

- ¿no te has bañado desnuda alguna vez?

- pues si, alguna vez. Pero sin nadie que mirase.

- es que cuando venimos solos nos metemos desnudos en el agua, no traemos bañador nunca, no hace falta.

- a mi no me importa. Báñate desnudo si quieres, yo no miro.

- no, si no es porque mires. Es para invitarte a nadar conmigo, pero me da no se que estar yo en pelotas y tu no.

Era una tontería y una razón bastante mala para intentar que me despelotase, pero me hicieron gracia sus argumentos y simulé que me convencía.

- bueno, si te sientes mas cómodo así, me desnudaré yo también.

Total, que más daba. Nos habían visto en la playa un montón de veces, no había testigos ni curiosos y la verdad, sentía sus brazos todavía rozar mis pechos y creo que yo también deseaba un poco de cachondeo en aquella especie de paraíso.

Mientras el se desnudaba, haciendo un ovillo con su ropa, yo me quité la braga del bikini y me fui corriendo al agua. Me siguió y se metió mar adentro, nadando con fuertes brazadas.

- ven aquí, mira que clara está el agua en está parte, como se ven todos los peces alrededor.

- no, no puedo ir, nado muy mal. Me ahogaría.

Se quedó muy serio, mirándome con suspicacia. No entendía que no supiera nadar, pero algo debió ver en mi cara que le convenció de que era cierto. La mueca de susto o miedo, o mis ojos indecisos. Se acercó lentamente hacia mí, nadando con soltura pero sin prisas, como si estuviera pensando.

- ven, yo te enseñaré

- no me sueltes, me hundo enseguida.

- relájate, déjate llevar. Respira con normalidad.

Me agarró por debajo del cuello y con la otra mano levantó mis piernas, poniéndome horizontal. Bajó las manos y me rogó que me fiase de el, que no me iba a hundir.

Me llevó para todos los lados y me sujetaba con mimo, pero colocando sus manos sin ningún reparo en mi culo o en mi pecho, y dejándolas mas tiempo de lo que, a mi juicio, consideraba que era necesario.

Pronto dejó de disimular y me llevó algo más hacia la orilla. Pasando una mano por debajo de mi cuello y la otra entre mis piernas, con la muñeca en mi pubis y la palma por debajo de mi culo, me trasladaba hacia donde cubría menos.

Paró donde consideró conveniente, introduciendo el canto de la mano entre la raja de mi culo y metiendo el pulgar en mi chochito, como si fuese las agallas de un pez.

La mano en mi cuello me levantó, hasta que hice pie y acercó mi cara a la suya. Me besó en la cara y el cuello, luego bajó su boca a mi pecho, chupándome los pezones y mordisqueando con ansia.

La otra mano seguía en mi interior, pero iba ascendiendo desde atrás y

sustituyendo el dedo gordo por el índice, que acertó casi enseguida con mi clítoris.

Con la cabeza caída hacia atrás no veía más que cielo y las rocas que rodeaban la calita. Los pájaros, gaviotas debían ser, revoloteaban, haciendo como que se pegaban por la comida que habíamos dejado en un rincón y su vuelo era espectacular y preciso.

Dejé de ver los pájaros y también al cabo de un rato dejé de oírlos. Su mano seguía trabajando en mi cueva, mi clítoris se agrandaba rápidamente y mi excitación crecía con él.

Poco después dejé de ver los acantilados y mi cuerpo dio los primeros signos de excitación. No pude apoyarme con seguridad en el suelo y me sujeté con las manos en su hombro y su pecho. Su pene quedó pegado a mis muslos y ya casi no veía el color del cielo.

Sentí clavarse la arena en mi espalda, pero no fui consciente de que me tumbase. Veía solo su pelo, su cabeza enterrada en mi pecho y no oía nada más que su respiración agitada y el latido de mi corazón, saliéndose del pecho.

Gemí y me pegué a él, como buscando lo que me faltaba para sentirle completamente. Rodamos por la arena, quedando tras de mi.

Busqué su pene con mi mano, pero él ya se estaba colocando en posición y levantándose un poco se la agarró con una mano y colocó la punta a la entrada. Se deslizó como un cuchillo caliente entre la mantequilla.

El agua del mar ascendía por debajo de mí hasta mi espalda y entraba, junto con su pene, en mi interior, escociéndome y dándome un gusto

extraño, con un poco de dolor. Al introducirse del todo, cerró la entrada de agua y solo lo sentí a él.

Su pene entraba y salía, y el agua se movía entre mis piernas mojándonos y lubricando su herramienta, como queriendo entrar dentro de mí también.

Entraba fría por el contacto con el agua y salía caliente por el ardor de mi vagina. Me parecía que el agua hervía a mi alrededor y no había manera de que me refrescase. En cualquier momento soltaría chispas y empezaría a arder.

Ese fue la última idea extraña que pasó por mi cabeza. Mi cuerpo comenzó a dar sacudidas y sentí explotar en mí el placer, me aferré a su espalda, lo apreté con rabia, me consumía y estaba enajenada. Tuve un espasmo y otro y… perdí la cuenta.

Noté como se vaciaba y me soltaba dentro su semen, se envaró, rígido y tenso, hasta que sus músculos se fueron aflojando. Las sacudidas en mi interior fueron cesando, y haciéndose mas espaciadas. Respiré hondo y quedé quieta y desmadejada, apreciando entonces el peso de su cuerpo sobre mi espalda.

Su pene fue saliendo y de pronto dejé de notarlo. Entró un chorro de agua, limpiándome por dentro y me dio un escalofrío al percibir el contraste con mi interior calido.

Lentamente la sensación de frío desagradable se fue trasformando y el agua ya no me parecía tan fresca. El se echó a un lado y separé un poco los labios de mi sexo para facilitar la entrada de agua. Ya no me molestaba, me aliviaba y ayudaba a recuperarme.

Me metí en el agua y vi a Ely y al otro chico aparecer por una esquina de la playa, saltando por las rocas. Venían desnudos también y era razonable suponer que no habían estado todo el tiempo visitando cuevas y sitios exóticos.

Bueno, ni siquiera nos hicimos ninguna seña cómplice, nuestras caras lo

decían todo. Esa sonrisa solo aparecía después de enterarte de que te había tocado la lotería o a continuación de una buena sesión de sexo.

Se metió junto a mi y chapoteamos alegremente, mientras ellos dos nos observaban sentados en la orilla, mirando nuestros cuerpos desnudos y preguntándose si había sido cierto lo ocurrido un rato antes.

La voz del patrón nos devolvió a la realidad. Su cara sonriente y bonachona delataba que imaginaba lo que había ocurrido en esa playa mientras él dormía la siesta, y era como una señal de aprobación por lo que habían sido capaces de hacer sus chicos y de satisfacción, por ver a dos mujeres jóvenes y guapas, desnudas totalmente, jugando como niñas en su playa.

- venga muchachos, recoger todo que nos vamos.

Nos pusimos el bikini, mientras ellos llevaban al barco las cosas que utilizaron para cocinar el pescado y después nos acercamos nadando lentamente a su borda. A mi lado se colocó, nadando muy cerca, mi marinero favorito, que me animaba a continuar sin su ayuda.

Lo conseguí y nos izaron a bordo como al pescado, o casi. Uno nos agarraba por los brazos desde arriba y el otro nos empujaba por el culo desde abajo.

El patrón seguía sonriendo, socarrón y decía algo de su edad y de que quien tuviera veinte años menos.

Zarpamos enseguida y no aceptamos las cañas de pescar, preferíamos verlos a ellos y sabíamos que no íbamos a pescar nada. La suerte se da una vez en la vida y la foto que yo tenía con mi pez me daba para presumir todo lo que quisiera a partir de ahora.

Nos tumbamos a tomar el sol, desabrochándonos la parte de arriba, pero nos pusimos al lado contrario de los chicos, para no distraerlos. Eran muy hábiles y pescaban bastante, aunque la mitad los tiraban al agua. Decían que no había que ser avaricioso, coger solo lo que valía la pena y dejar algo para que creciera para otro día.

Cruzamos por delante de nuestra playa y nos pusimos de pie armando todo el jaleo que pudimos. Maika y los chicos nos saludaban con saltos y voces y nos dimos cuenta que desde el barco se veía todo mejor que desde la playa hacia el mar.

Las grandes tetas de Maika botando hacia arriba con sus saltos, el color de los bañadores de los chicos, todo. Habría que tenerlo en cuenta en lo sucesivo.

Cuando cambiamos el rumbo para enfilar la playa el movimiento del barco se hizo otra vez desagradable y el agua salpicaba por toda la cubierta.

Nos íbamos a vestir, porque se notaba el agua mas fría, pero entonces se calarían nuestros vestidos y todavía teníamos que volver a casa. Solo pudimos envolvernos en las toallas que habíamos llevado y refugiarnos un poco detrás de la garita del timón, que aunque llegaba el agua, por lo menos se notaba menos el frío.

Cuando atracó el barco, estábamos tiritando y el patrón nos ofreció una manta vieja. Dejamos las toallas, chorreando agua, y nos cobijamos en la manta, maloliente, pero seca.

El patrón se fue con su hijo, el que faltaba de la tripulación habitual, que había ido a buscarle con su coche. Se fue más que nada por la insistencia de los dos chicos, que le dijeron que ellos se encargaban de asegurar todo y acercarnos a casa.

El debió pensar, más agudo que nosotras, que le estaban echando y nos dio la mano, despidiéndose hasta otro día y se fueron.

Cuando dejó de verse el coche, salimos de la manta. Los bikinis estaban empapados y se notaba el frío de la humedad en la parte de abajo. Nos lo quitamos y los escurrimos, sacando toda el agua que pudimos.

      

Ellos habían acabado mientras su faena y se acercaron con dos toallas, que restregaron por nuestro cuerpo. Se agradecía. Estábamos empapadas y ateridas.

Cuando uno de ellos, que parecía mas lanzado, me envolvió con sus brazos para darme calor, el otro hizo lo mismo con mi prima. Me frotó con fuerza la espalda subiendo y bajando la toalla por todo el cuerpo.

Era agradable y la tarde, calida todavía, ayudó a recuperarme rápidamente. La toalla cayó, pero ya no era necesaria.

Ya no sentía frío, pero él seguía con sus friegas por mi espalda. Cada vez lo hacia mas despacio y cada vez las bajaba mas. Dejó de moverlas y las colocó sobre mi culo, acercándome a él.

Noté otra especie de calor. Me besaba detrás de la oreja y apretaba mi pecho con una mano. La otra no soltaba mi culo. Echaba de menos el fresquillo de un momento antes, ahora me estaba sofocando.

Bien, para qué darle vueltas; lo iba a volver a hacer, eso estaba claro y ponerme a pensar otra vez si estaba bien o mal era una perdida de tiempo.

Además quería sentirlo una vez más. Después de una semana fuera de casa, necesitaba sentir las caricias de un hombre y pensando que me quedaban todavía otras tres, no vendría mal hacer un poco de reservas.

Le desabroché la camisa y el se quitó el pantalón con prisas, agarrándome rápidamente entre sus brazos, como para no darme tiempo a que me arrepintiera.

Me colocó con delicadeza sobre la manta, que había quedado tirada, medio arrugada sobre las tablas del muelle. La estiró por los bordes para que las arrugas no se me clavasen y se echó sobre mí, besando mi cuerpo y acariciando con fuerza mi vientre.

Me hacia daño contra el suelo y se lo dije. Me separó un poco las piernas y poniéndose de rodillas entre ellas acercó su pene y lo fue introduciendo lentamente hasta que entró todo.

Al lado, en la arena de la orilla estaba la otra pareja, ya agitándose con movimientos rápidos. La noche iba haciendo su aparición, mientras el sol era cada vez más rojo y menos visible.

Estaba un poco seca y él iba despacio. Cuando notó que se deslizaba con más facilidad aceleró ligeramente y en unos minutos estábamos metidos

en faena con todas nuestras ganas. Yo de nuevo empezaba a disfrutar y quería que me follase hasta el final.

Lo sentía venir y apreté mis paredes, aprisionando su pene. Se envaró y dio dos o tres arremetidas mas, despacio y hondo, y cada vez que se retiraba para volver a empujar, me soltaba un chorro caliente, que acentuaba mi placer y me obligaba a botar sobre las tablas, en sacudidas nerviosas, con la boca abierta y la cabeza estirada hacia atrás, el cuerpo tenso y los músculos tirantes.

Creo que grité y gemí, sin control ni conocimiento de que lo hiciera. Cuando di la ultima sacudida y mi cuerpo se relajó, cayendo mis piernas sin fuerzas, el sol se ocultaba, y sus últimos rayos hacían brillar las gotitas de sudor en mi cuerpo.

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