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Aventura de verano (5)

en Hetero: Infidelidad

AVENTURA DE VERANO - 5

ITALIA – 1

Antes de que acabase el año surgió otra ocasión con la que yo no contaba. Siendo todavía soltera había empezado mis estudios universitarios y después de casarme y nacer mi hijo, regresé a las clases.

Era relativamente fácil porque mi marido se quedaba con el niño por las tardes y solo faltaba cuando mi marido se iba de viaje, que no era tan frecuente, y entonces dos o tres amigas, que estudiábamos juntas, me guardaban los apuntes. Ese año era el último y se había organizado, para mediados de octubre, un viaje de fin de curso a Florencia y Roma, de unos diez días; íbamos en autobús y volvíamos en avión.

Me parecía demasiado tiempo para dejar solos a mis dos hombres, pero mi marido casi me obligó a apuntarme, con una buena solución. Dejábamos al niño con los abuelos, que estarían encantados y él no tendría ningún problema en apañarse solo esos días. Sí, podía hacerse, de modo que me apunté y me dediqué a prepararlo todo.

 

Salíamos ya con las habitaciones asignadas, porque eran dobles y de esa manera se emparejaban por separado las chicas de los chicos y no querían dejar eso en manos de los hoteles, que luego vete tú a reclamar. Nos acompañaría una guía de la agencia, que además se encargaría de resolver si hubiera algún problema y de los horarios de cada día.

Yo me junté con Pilar, una de las que me guardaban los apuntes y con la que me llevaba muy bien. A los demás los conocía de clase, por supuesto, pero nunca había ido con ellos a sus salidas y juergas y tenía menos confianza.

En el autobús se sentó junto a mí y me pide un favor. Su novio es también de la clase; todos los que son novios en el curso, cuatro o cinco parejas, han ido pidiendo a los demás lo que ella me estaba proponiendo: cambiar de habitación para estar con su novio, pero al no haber podido hablar conmigo antes, y aunque ya sabia que iba a aceptar, no había rematado el cambio.

Por supuesto que yo acepté y cuando la pregunté que con quien me había emparejado, me señaló a Mónica, una chica rubia, de tetas muy grandes y muy divertida. Todo arreglado; llegamos a media tarde a Gerona, nuestra primera etapa y directamente al hotel.

Aunque el reparto de habitaciones no se parecía nada al de la agencia, los chicos lo habían arreglado muy bien para no cambiar los nombres de la lista.

Quedaron a una hora para ir por ahí, en grupos, a cenar y pasar la noche y Mónica me propuso integrarme en su grupillo, cuando supo que no pertenecía a ninguno. Era un conjunto un poco loco, pero parecía buena gente. Me cambié en un tiempo record, no había que arreglarse mucho, ni tan siquiera pintarse los labios.

Cuando nos juntamos todos, pensé que tendría que comprar algo de ropa durante el viaje: mis vaqueros estaban impecables, sin ningún roto por supuesto y las camisas eran algo elegantes para esa compañía.

Ellas dejaban ver, a poco que se agacharan, la ropa interior, unas escasas tiras en algunos casos y apunté también comprar algunas bragas más pequeñas.

 

Mas que cenar, bebimos, pero no nos recogimos muy tarde. Al llegar a la habitación, Mónica se quitó toda la ropa, su puso unas bragas, dijo que cómodas, de dormir, encendió la tele y se tumbó en la cama, preguntándome si no me molestaba que la tuviera encendida quince o veinte minutos.

No me molestaba, por supuesto, así que la imite, me desnudé también igual que ella, pero no me puse bragas, suelo dormir sin nada, y me acosté en la mía. No nos tapamos con la manta porque hacia calor y así se estaba a gusto.

Entre la tele y la bebida me quede adormecida muy pronto, pero pude oír como llamaban a la puerta. Era una de las chicas, así que Mónica, tal como estaba, se levantó a abrir la puerta. Se oyó un pequeño alboroto y risas.

Venia acompañada de dos chicos con unas bolsas con botellas, que no rompieron de puro milagro cuando la vieron así, y la dijeron que estaba muy bien, añadiendo – y tu compañera también – entre silbidos y exclamaciones. Abrí un poco los ojos, me di cuenta de donde y, sobre todo, como estaba y me puse la sábana por encima como pude.

 

Habían comprado mucho licor, porque decían que en Francia e Italia era mucho más caro, y estaban repartiendo entre todos los del grupo, para que el equipaje estuviera equilibrado. Estaban en todo. Mónica, mientras tanto, se puso una camiseta, en la que apenas le cabían los pechos, sin sujetador. Nos miraron un pelin más y se fueron. Ya tenían algo para dormir mas felices esa noche: un par de tetas como hay pocas y otra desnuda en la cama.

Yo solo había traído un camisón, cortito y ligero, por si acaso; no me gusta ponerme nada para dormir. Me tuve que apuntar otra cosa: ponerme por lo menos las bragas, para dormir.

El viaje del día siguiente parecía muy corto, para lo temprano que salíamos, pero es que antes de ir a un hotel de temporada de verano, a unos diez o doce kilómetros de Marsella, cerca de la costa, pasaríamos por Nimes y, si podíamos, por Avignon, para visitar esa ciudades tan bellas. En esta ciudad comíamos, y luego bajábamos hacia la costa, ya directos al hotel donde pasaríamos esa noche.

El primer día fuimos todos muy puntuales, así que pudimos cumplir todo el programa. Los horarios y los puntos de encuentro los marcaba la chica de la agencia, simpática y eficaz, que parecía algo mayor que yo, que era la mas vieja del grupo.

Hacía calor y en el interior se notaba más que en la costa, donde siempre afectaba algo la brisa del mar. Me arrepentí de haberme puesto el pantalón, que pensé sería mas cómodo para subir y bajar del autobús, o para sentarnos, como hacían los chicos, en cualquier sitio. Mañana me pondría una de las faldas cortitas, que además me sientan bien, y lo único que tenía que hacer sería cuidar un poco mi postura al sentarme.

En el tiempo libre después de comer, me acerqué a un mercadillo que me pareció ver al pasar y compré algo de ropa más informal y unas braguitas pequeñitas, algo atrevidas pero muy bonitas. El dueño del puesto se empeñó en que me las probara, porque decía que luego no admitía cambios.

Yo no quería porque me sé mi talla de memoria, pero me convenció de que no son las mismas medidas en Francia y en España. Bueno, tenía tiempo de sobra, así que pasé detrás de una cortinilla en un rincón y me quité el pantalón.

Me probé las tres que me llevaba y, cuando ya me estaba poniendo la tercera, advertí que el tío estaba junto a uno de los pliegues de la cortina viendo todo, mientras yo me movía hacía el espejo para ver que tal me quedaban. Me volví de espaldas, molesta, pero hice como si no me hubiera dado cuenta. Lo malo al ponerme de espaldas era que si por delante apenas conseguían cubrir casi todo el pelillo, por detrás era una

tira bastante fina, que era lo mas parecido a ir sin nada.

Ya puestos, le di gusto y me di la vuelta de nuevo, para que apreciara bien todo mi conejillo, me atusé un poco el pelito, y me coloqué mis bragas de siempre con parsimonia y tapándome lentamente.

Salí con las tres tangas en la mano, para pagarle y me hizo una pequeña rebaja, por guapa, según me dijo, con su cara coloradota y un poco dura, por cierto.

Todavía había luz cuando llegamos al hotel. Estaba en la línea de playa; supongo que durante el verano estaría a tope, pero ahora, aunque hacia un tiempo esplendido, con calor a pesar de la época del año que estábamos, daba una impresión desangelada.

No había donde ir, estaba todo cerrado, así que tomamos unos bocadillos en el bar del hotel y cogiendo unas botellas nos fuimos a la playa. Al salir, el encargado de recepción nos advirtió que cerraría la puerta de la calle a las once. Ante nuestras protestas, nos ofreció, a partir de esa hora, una especie de almacén o vestuario que estaba vacío y una casete portátil. Debía de haberlo pactado así con la de la agencia, de esa manera no nos dejaba sin diversión, pero al día siguiente no tenía que estar recogiéndonos por toda la región.

Nos colocamos sentados en corrillos en la arena y empezamos a beber y a contar anécdotas de la universidad y de los profesores. Cuando hablaban de las juergas de los viernes y las salidas de los fines de semana, me asombró lo desinhibidos que eran, sobre todo ellas, y como el sexo circulaba de manera frecuente en esas ocasiones.

Alguno mencionó la juerga aquella en el chalet de no se quien, que por la noche se tiraron todos desnudos a la piscina, y enseguida empezaron a decir de repetirlo.

Antes de acabar de hablar ya estaban la mitad en bolas, tirándose al agua.

Algunas chicas dudaron un poco, otras hasta se quitaron las bragas, y al final me di cuenta de que estaba casi sola, de modo que coloqué toda mi ropa en un montoncito y me uní a ellos. El agua estaba helada, pero supongo que con la bebida que llevábamos dentro no se notaba. Estuvimos salpicándonos y empujándonos, saltando para entrar en calor, pero hubimos de salir pronto.

 

Las que nos habíamos dejado las bragas puestas, comprobamos al salir que era igual que no llevar nada. Al mojarse quedaron absolutamente transparentes. Algunas se las quitaron entonces y yo también lo hice porque la humedad ahí abajo no me gustaba y se sentía frío.

Nos volvimos a sentar en corro, sin vestirnos; se intentó animar un poco aquello contando chistes o haciendo bromas, pero el agua nos había dejado helados y con el aire de la noche empezamos a tiritar, así que nos tuvimos que levantar, vestirnos y volver al hotel.

El recepcionista quedó encantado al vernos llegar a todos, así podía cerrar y acostarse antes; nos condujo al local, al vernos encogidos encendió la calefacción y se fue.

Nos sentamos en el suelo, como en la playa y pronto empezó a circular la bebida. Uno de los chicos, mirando a la que tenia enfrente le dijo que llevaba unas bragas muy bonitas y la respuesta de esta fue ponerse en pie, subirse la falda un poco y, en mitad del corro enseñárselas a todo el mundo, hizo un par de reverencias y se volvió a su sitio.

Antes de que pudiera sentarse, empezaron todos los chicos, gritando, a pedir un concurso de bragas. Las chicas se levantaron y se colocaron al lado de la pared.

Yo no sabia de que iba eso, de modo que imité a las otras chicas. Nos levantamos y nos pusimos en fila en la pared de enfrente, de espaldas a ellos.

Las que llevaban pantalón se lo bajaron o quitaron y las que llevábamos falda, la subimos hasta la cintura. Después de un rato largo para que ellos observaran bien, nos dimos la vuelta y esperamos su decisión.

 

Ellos parecía que se lo tomaban muy en serio, deliberaban, se acercaban un poco a mirar o hacían como que tocaban el tejido y luego se retiraron un poco, ponían rayas donde los nombres. Para mi sorpresa resulté ganadora.

No me extrañó porque la verdad es que llevaba unas preciosas, de fantasía y muy breves por delante y por detrás; no eran de las que se ven todos los días: de seda, blanquitas y con puntillas en los bordes. Vaya, que eran de marca, no como las que compré en el mercadillo esa mañana.

Organizaron mucho follón y aplausos, mirándome y diciendo – venga, a ver quien tiene la suerte -, el premio – y cosas parecidas. Y me miraban, esperando que actuase.

Me quedé quieta esperando y entonces se acercó Mónica y me aclaró que el premio consistía en quitármelas y dárselas al chico que quisiera, que sería con el que primero bailaría esa noche.

No se me ocurrió otra cosa que darme la vuelta, quitármelas, enseñando todo el trasero y tirarlas hacia atrás, mirando luego a ver donde caían por si podía recuperarlas.

Pusieron música y empezamos a movernos de cualquier manera, si era caliente nos agarrábamos de las caderas o el culo, que yo llevaba al aire. Pronto empezaron a quitarse ropa y a sobarse lo que podían y a las que se dejaban. Procuré no permitirles demasiado, pero no fueron pocos los que tocaron mi culo y alguno llegó hasta mis tetas.

Bueno, la verdad es que era una fiesta un poco atrevida, porque algunas estaban en bragas, y los chicos descamisados, pero tal vez la que mas enseñaba era yo, que en cuanto alguien me subía un pelin le falda, dejaba todo mi culito a la vista de todos.

 

Cuando sonó el despertador al día siguiente estaba destrozada, me levanté como pude, me duché y empecé a arreglarme y recoger las cosas en la maleta, yo siempre ponía el despertador una hora antes, para que me diera tiempo, y cuando faltaba media hora desperté a Mónica, que se levantó como un zombi, pero en el momento de bajar a desayunar estaba fresca y despierta: la edad.

La guía tuvo que llamar a unas cuantas habitaciones antes de estar todos, pero al fin, sin excesivo retraso, salimos todos del hotel para la siguiente etapa: Florencia.

Lo primero que vi al subir al autobús, igual que todos los demás, fueron mis bragas, artísticamente colocadas sobre la cortinilla del conductor, en el parabrisas delantero. Creo que me puse colorada y, desde luego, ahí se quedaron durante todo el viaje. Cuando el conductor aparcó a la puerta del hotel de Florencia, conseguí salir la última y, otra vez colorada, ante las sonrisitas del conductor y la guía, recuperarlas y guardarlas en el bolso.

El hotel era bastante bueno, de una de esas cadenas internacionales, así que le dije a Mónica que me dolía la cabeza y que se fuera sin mí. No quería dejarme sola, pero le insistí que mañana estaría nueva y que se fuera con los demás.

Bajé al restaurante y vi, sola en una mesa, a la guía, que al verme entrar me saludó con la mano, así que me senté a cenar con ella. Me contó un poco de su vida, que le gustaba viajar, se llevaba bien con los chicos, aunque al principio le costó; aprendió a manejarlos sin apretar demasiado y ahí estaba. Yo también le conté algo de mí, muy por encima, porque enseguida quiso conocer el episodio de mis bragas.

Le hizo mucha gracia, agregando que los chicos eran capaces de idear cualquier cosa para ver el culo a una chica. Y algo más, pensé yo, pero no quise contarle que ya nos habíamos desnudado casi todas un rato antes en la playa.

Ya en la habitación vi, en la información del hotel, que tenia sauna; perfecto, me dije. Me puse una camiseta por encima, pregunté en recepción y me fui para allá. Estaba vacía, mejor, porque no había traído nada debajo y no quería ponerme la toalla.

Colgué la camisa, entré y me tendí en un banco a relajarme. Debía llevar quince o veinte minutos cuando se abre la puerta, giro un poco la cabeza para ver quien era, por si tenía que cubrirme, y veo a la guía, también desnuda y con una toalla en la cintura. Al ver que solo estaba yo, se la quitó, la puso en el banco y se sentó a mi lado.

Cuando cambié de postura, boca arriba, la vi con las piernas estiradas, sentada, con los ojos cerrados y gotitas de sudor por toda la cara. Le pasé la mano por la frente y las mejillas, limpiando un poco las gotitas que resbalaban. Esbozó una sonrisa sin abrir los ojos, pero poco después

   

sentí su mano pasar por toda mi cadera, y mi pecho, devolviéndome la caricia.

Me giré un poco y ella se enderezó y poniéndome la mano en el vientre me besó la frente y se fue. Salí poco después y me dirigí a la habitación directamente. Preferí ducharme allí y acostarme a continuación.

No me gusta dormir con nada, pero por si acaso, me puse unas braguitas, preparé mi ropa para el día siguiente y me eché a dormir. No sé la hora que sería, no oí abrir la puerta, pero entreví la luz que encendió Mónica al entrar.

Se acercó a mí y me puso la mano en la frente, preguntándome si me encontraba mejor. Abrí los ojos y vi a su lado a un chico, que se acercó también. Menos mal que me puse las bragas, porque las sabanas estaban ya a los pies de la cama. Me puse un brazo sobre los pechos y noté que estaba sudando. Mónica me acariciaba la cara y el chico colocó la mano en mi pierna y empezó a acariciarme los muslos.

- estas sudando…

- no, estoy bien; se me olvido bajar la calefacción. Has vuelto muy pronto

- si, nos fuimos separando, no hay mucha juerga así que decidí venir y acostarme y David me acompañó para que no viniera sola.

Me contó que habían estado haciendo casi hasta la noche: principalmente buscar una sala para hacer una fiesta para el día siguiente. Alguna gente no pensaba ir, los novios y algún otro que no le gustaba la idea.

El tal David seguía dale que dale a mis muslos. Cuando me preguntó si tenía intención de asistir, le dije que si ella iba, yo también, pero quise saber como es que había gente que no asistiría, si siempre iban juntos a todo.

- es que al final se suele poner algo atrevidilla.

- ¿Cuánto de atrevidilla?

 

- pues mas o menos como la otra noche, pero al ser un lugar reservado, con música bien y tal, pues a veces se desmadra un poco. Los que se apuntan y no les gusta cuando están allí, pues se van y ya está, como ya han pagado no importa.

- hombre, el otro día se pasaron algo, pero no me pareció que ninguno se excediera mucho.

- pues lo normal es que se pasen bastante mas.

Perdí el hilo de lo que me estaba contando; dejé de prestarle atención cuando sentí que las manos del dichoso David, después de separarme un poco la braguita por abajo y llevar un buen rato tocando el pelillo de mi sexo, había conseguido introducirme un par de dedos con bastante fortuna y me estaba empezando a acalorar.

 

Uno de ellos acabó por acertar con mi clítoris y pegué un respingo, me agité con un suspiro entrecortado y volví los ojos hacia el techo.

Mónica miró hacia abajo, le dio un manotazo en el brazo y me tapó con la sabana. Apagó la luz y se sentaron los dos en su cama, les oía menearse de vez en cuando, y al rato salió él de la habitación.

El autobús nos dejó por la mañana en la zona de turismo y recorrimos andando la ciudad. La guía nos explicaba las cosas bastante bien y el grupo prestaba atención y no se desparramó demasiado. La verdad es que no nos portamos mal. Nos dejó un par de horas libres para ir a comer a nuestro aire y por la tarde continuamos un rato más hasta la hora de regresar al hotel.

Mientras descansábamos un rato tumbadas en la cama, Mónica me informa que la fiesta sería al día siguiente, no habían encontrado sitio para hoy, dijo que iba a dormir un par de horas antes de salir y yo me vestí con la camiseta y volví a bajar a la sauna un rato.

Al igual que ayer, no había nadie, así que me quedé desnuda en el banco y cerré los ojos. Salí a remojarme un par de veces para volver algo más fresquita y aguantar más y cuando vuelvo a la segunda alguien había entrado.

Dos hombres estaban en los bancos y suponiendo que la toalla era de otro hombre o que ya me iba, estaban también desnudos. No tenia solución, ya estaba dentro cuando los vi, de modo que cerré la puerta y me senté, doblando una de las piernas para disimular un poco.

Era inútil, con los bancos en ángulo recto, o me tapaba o no había manera de colocarme de forma un poco discreta, así que no le di mas

vueltas y continué como si no hubiera nadie.

Empezaron a sudar enseguida y aunque yo me di un par de vueltas ellos no se movieron para no perder de vista las panorámicas que yo les estaba ofreciendo.

Se fueron a la media hora más o menos. Primero se fue uno a duchar y el otro, antes de salir, se sentó a mi lado y me invito a una copa a la noche, o algo parecido entendí yo, porque en italiano no estaba muy segura. Afirmé con la cabeza y cuando estuve segura que ya se habían marchado salí y regresé a la habitación.

Mónica ya se había ido y yo me duché, me vestí con una falda cortita, como vaquera y una camisita de verano, de tirantes y muy escotada, y bajé a ver si encontraba a alguien para unirme a ellos.

Recorrí el hall y el restaurante, pero ya no había nadie. Entré en el bar por si acaso, aunque estaba segura que no estarían allí, como así era, y cuando me di la vuelta para salir casi me doy de narices con la guía, que entraba en ese momento. Lo peor es que no venia sola, llevaba del brazo a los dos hombres de la sauna.

Me los presentó como dos guías italianos, amigos suyos, que estaban acompañando a otro grupo extranjero y se alojaban en el hotel. No me quedó mas remedio que aceptar su invitación y sentarme con ellos un rato.

Hablaban bastante conmigo y a la guía le debió parecer extraña alguna observación que ellos hicieron y nos preguntó si nos habíamos visto antes.

Ellos exclamaron – certo, molto bene – y mientras yo me ponía colorada, ellos con gestos y señalando con las manos cada parte de mi cuerpo, iban describiéndolo con todo detalle, de una forma que en italiano no sonaba tan obscena como si lo hubieran expresado en español, pero que la confundió por sus detalles y a mi me sonrojó de los pies a la cabeza.

Que si el pecho redondito con una aureola breve y oscura y dentro un pezón mínimo, casi invisible; que si el pelo recortadito, de color claro y que dejaba ver mi vulva hinchada, y la rajita cerrada, pero reluciente; el cuerpo moreno y pequeñito, manejable y con curvas suaves y sensuales.

 

No sabía donde meterme. Estaba claro que en la sauna no solo no habían perdido detalle sino que casi lo habían fotografiado en su cabeza.

Para mas confusión mía, como esa noche pensaba salir con los chicos me encontraba vestida muy informal, demasiado, tenía la mini tapando lo justo en el borde del asiento y mis piernas totalmente a la vista, casi enseñando las bragas.

Le describieron mi sexo, mis pechos, con tanto pormenor que entendí que habían aprovechado bien la media hora que pasaron frente a mi.

Para despejar el asombro de la guía, le contaron que habíamos coincidido en la sauna y a mi me pidieron disculpas, afirmando que no serían italianos si no fueran capaces de apreciar la belleza y retenerla en su mente, como las maravillas de la hermosa ciudad que cada día enseñaban a los turistas.

El caso es que al final no me pude ofender, me desarmaron con su verborrea y no sé si era desfachatez o simpatía. El idioma italiano me desconcierta.

Fuimos a continuación a un saloncito donde se bailaba y estuvimos un rato moviéndonos, los cuatro juntos, hasta que me pareció que ellos tenían un plan ya los tres y estaban dándole vueltas para incluirme a mi en él. Yo estaba segura que los tres se lo montaban de alguna manera cada vez que coincidían en sus rutas y ese día vieron la oportunidad de introducir a otra en su fiesta, así que sin darles la oportunidad de que me lo propusieran, me despedí rápidamente y salí de allí.

Volví a dar otra vuelta por recepción, pero no esperaba ya encontrar a ninguno de la pandilla, de modo que me subí a la habitación a acostarme.

Estaba ya profundamente dormida cuando entraron Mónica y David agarrados, algo bebidos y dando tumbos. Tuvieron el detalle de apagar la luz de la habitación al entrar en el baño para no despertarme, pero hicieron tanto ruido y alborotaron tanto que tuve que abrir los ojos a ver que pasaba; parecía que la estaba sujetando para que se lavara un poco la cara, luego entraron y la recostó en la cama, quitándole los zapatos.

Se hizo un lío con la ropa, no atinaba a desabrocharle la falda, así que me levanté, le metí en el cuarto de baño y me encargué de acabar de desnudarla. Menos mal que tenía poca ropa. La blusa y la falda fue lo más difícil y con el sujetador me costó un poco, la tuve que volver un par de veces. Para las bragas colaboró algo: mantuvo las piernas

levantadas apoyadas sobre mi cuerpo mientras se las sacaba.

Acabé tapándola con las sabanas, luego cerré el cuarto de baño para que David no molestase, debía estar devolviendo, y me metí en la cama quedándome dormida.

Me desperté de madrugada, al sentir una presión en mi espalda y un pene contra mi culo. Vaya, mi marido siempre se despierta así y se queda un rato junto a mi, guardando el calorcillo de mi cuerpo antes de levantarse para ir a trabajar.

Según se iba despejando mi mente recordé donde estaba; en Florencia, no en casa. ¿Sería uno de los italianos? No podía ser, como iba a haber entrado. Entonces tenía que ser David, que al salir del baño, sin tener muy claro donde estaba, se metió en mi cama anoche.

Se mantenía muy quieto junto a mí; me había bajado las bragas a mitad del muslo para sentirme mejor y colocado una mano sobre uno de mis pechos. Su respiración, un poco ronca en mi nuca, me reveló que estaba dormido, y muy a gusto, por supuesto.

Pensé que lo mejor era estarme quieta yo también y esperar a que me soltase un poco para separarme; o que se despertase y al ver que no era su cama se fuera a la de Mónica.

Al rato, viendo que todo estaba tranquilo y el no se movía, me fui subiendo las bragas despacito, con solo una mano y por lo menos me tapé por delante, porque la tira de atrás fue imposible colocarla a no ser que me separase de su cuerpo, pero no quería despertarle. me volví a

  

dormir, pensando que ya lo hablaría con Mónica al día siguiente.

Algo me despertó otra vez un rato después. A través de mis párpados entraba un poco la luz del amanecer, pero no era eso, sentía algo extraño. Ya no notaba la presión del cuerpo de David en mi espalda, pero si en mi culo y algo duro a la entrada de mi vagina, que intentaba abrirse paso, pero que al tener yo las piernas juntas no había conseguido introducir. Se movía intentándolo y esos movimientos estaban sometiendo a mi clítoris a una fricción continua, que ya surtía efecto en mi cuerpo.

Empecé a sentir placer, ese gusto que te va acalorando con las caricias previas, que hace que cada vez lo desees mas y que no puedes controlarte.

Tenía que para ahí. Deslicé un poco la pierna que quedaba debajo, hacia mi pecho, para apoyarme en ella y poder incorporarme, pero lo que ocurrió es que le dejé el camino libre sin querer, pues aprovechó que yo separé un poco las piernas para meterla casi hasta la mitad.

Estaba agarrado a mis caderas, un poco separado de mí y con el pene medio dentro, medio fuera. Entonces dio otro impulso y lo metió del todo. Solté un gemido, mas de placer y rendición que de desagrado, pero intenté permanecer lo mas quieta posible; a lo mejor el se dormía así o se conformaba con ese avance, no sé, pero intenté controlar mi deseo y no moverme del sitio, porque temía acabar pidiéndole que siguiera.

Una vez que lo tenia dentro y las manos libres, las llevó de nuevo a mis pechos y comenzó a recorrerlos y jugar con ellos, excitándome mas todavía.

Se acercó a mi oído y me susurró – Mónica, ¿es que no quieres? – esta si que era buena, ¿Qué hago ahora? Tomé la solución más cobarde: me quedé más quieta todavía y esperé que decidiese él.

Sentía su miembro crecer en mi interior y su vientre pegado a mi culo. Me estaba gustando, tenía una herramienta no muy grande pero si dura y con la energía de los veinte años.

Enseguida comenzó el moviendo de entrar y salir, golpeando mi culo contra él y entonces comprendí que no había sido cobardía, sino deseo, aunque no quisiera confesarlo. Estaba deseando que continuase y seguí dejándole pensar que estaba con Mónica, ya tendría ella mas ocasiones.

Tranquilizada así mi conciencia, decidí colaborar lo mejor posible, levante un poco la pierna de arriba y empujé mi culo hacia atrás.

 

Al sentir mi entrega aceleró el ritmo de una manera impresionante, parecía una moto. Sus muslos golpeando mi trasero y el chapoteo de nuestros jugos que se deslizaban hacia fuera cada vez que la sacaba, hacían más excitante la situación al introducir en el silencio de la noche el aliciente del sonido de los dos cuerpos.

Sentí mi orgasmo y él no paraba, bombeaba cada vez con mas fuerza, hasta que empezó a dar grandes resoplidos y convulsiones y se corrió dentro de mi, momento en el que me vino otro pequeño orgasmo, cayendo entonces mi cuerpo desmadejado ante la falta de reacción de mis músculos a cualquier estimulo.

No oí el despertador. Fue Mónica al encender la luz del baño la que me despertó. Ignoro si nos vio, porque yo me levanté enseguida y tirando de David le saqué al pasillo con su ropa en la mano. Entré al baño, porque ya era muy tarde, Mónica se estaba duchando.

Al salir y coger la toalla me dice - ¿te lo has follado? - . Le dije casi toda la verdad y como me había llamado con su nombre y no había sabido reaccionar. La engañé solo asegurándole que yo no me había enterado y no sentí nada, y se lo creyó, pero comentó que habría que buscar alguna solución. Sí, puede que fuera lo mejor pensar en algo, porque si seguían bebiendo así todos los días, me veía con alguien en mi cama cada noche.

Esa mañana estuvimos en Pisa, comimos allí y luego regresamos al hotel.

Me pasé incomoda las primeras horas, porque no encontré las bragas, que preparo siempre por la noche antes de acostarme, con el resto de la ropa; mi maleta ya era un desastre para buscar nada, y al final, con las prisas, tuve que bajar sin ellas. Afortunadamente hacia calor y para la hora de comer ni me acordaba de ese detalle. Supongo que alguno lo vería cuando subíamos escaleras, o al sentarme. Si la falda se me levantó alguna vez con el aire, al sujetarla por delante, podía parecer, si me veían el culo, que llevaba una de esas bragas de hilo, que entre las otras chicas era muy corriente.

 

Mónica me pidió por el camino que la dejase la habitación un par de horas, iba a dormir un poco y David a lo mejor se acercaba. A lo mejor no, ¡seguro! Pensé yo. No puse ningún reparo, excepto que necesitaba subir cinco minutos a buscar unas bragas, porque no llevaba y le conté lo que me pasó al ir a vestirme.

Se enderezó un poco sobre el asiento, se bajó las suyas y me las entregó, pidiéndome disculpas. Eran las mías. Al igual que yo, con las prisas de la mañana se puso lo primero que encontró

Estaban calentitas y un poco húmedas y me hubiera gustado ponérmelas allí mismo, pero estando en el lado del pasillo, me dio vergüenza, así que las metí en el bolso.

Ya en el hotel, me quedé un poco indecisa en recepción, y cuando iba a salir a dar un paseo apareció la guía a mi lado y al verme parada me invitó a tomar un café. Esa mañana había estado radiante y se me ocurrió pensar que su, o sus amantes, habían cumplido la noche anterior. Yo quería preguntarle discretamente algunas cosas, así que acepté.

Allí sentadas, hablando de la excursión para no entrar en materia muy bruscamente, éramos objeto de las miradas de todos los hombres que pasaban a nuestro lado, lo que era bastante lógico porque ella lucía una falda de vuelo cortita y una camisita negra muy fina, casi transparente y tenía una figura increíble, y yo, con la falda un poco recogida al estar sentada y las piernas al aire, tampoco estaba nada mal. Ella hizo el comentario de lo buenas que debíamos estar porque éramos el centro de atención de casi todos los hombres y yo aproveché para afirmar, con gesto malicioso, que ella se veía realmente así, pero que lo mas importante era su sonrisa y su cara de felicidad.

Captó mi intención y preguntó - ¿se me nota mucho? – Por supuesto, emites luz -. Se rió y me contó un poco de la noche anterior, pero yo iba por otro lado; quería saber si ella, casada, por lo que me había dicho, y con dos hijos, no le importaba engañar a su marido y, sí tenia aventuras con frecuencia, no acabaría enterándose su marido.

Me explicó lo mal que se sintió la primera vez que lo hizo en una fiesta, con un grupo que la invitó "por simpática" y como un par de ellos se habían aprovechado de su estado, bastante alegre, para proponerle que subiera a la habitación con ellos y ella había aceptado. Cuando, pasados unos días, su marido la encontró rara, acabó por decirle lo que había pasado.

El la entendió y le dijo que la quería lo suficiente como para que una aventura eventual pudiera separarles, y desde entonces, aunque no lo busque, agradece una buena compañía de vez en cuando. Eso era lo que yo quería saber y a cambio tuve que explicarle que yo también era casada y que con tantos chicos, todo el día de juerga juntos, no sabía lo que podía pasar, pero me cuidé mucho de contarle, que ya me había pasado.

La avisaron por megafonía que acudiera al teléfono y me dijo que no me moviera, que serían sus amigos. Tardó un rato largo y cuando regresó puso un gesto de sorpresa y sentándose junto a mí, me dice bajito - ¿has perdido las bragas en Pisa?- cerré las piernas de golpe, para decepción de la mitad de los hombres que miraban desde la barra y le expliqué la faena que me había hecho Mónica.

 

Se rió y me dijo que había quedado allí con los dos chicos, pero que se retrasarían un par de horas, proponiéndome que nos fuéramos a la sauna un rato. Le comenté que no podía entrar en la habitación a por una toalla y me explicó que la encargada del gimnasio me dejaría una, al ser cliente del hotel.

Subió a cambiarse y yo fui directamente a la sauna, recogí un albornoz que me ofreció la encargada y entré en el vestuario. Colgué toda la ropa, pero saqué las bragas del bolso y me las puse: por este día ya me había lucido bastante. Ella entró poco después con la toalla enrollada y, dejándola sobre el banco, se tumbó a mi lado.

No hablamos mucho, pero de vez en cuando me pasaba la mano por mi pecho, se detenía cuando llegaba al final de la braga, por encima de mi pelo y subía de nuevo hasta el pecho. Yo alguna vez la correspondía, porque parecía un gesto cariñoso, mas que sensual.

No habían pasado ni veinte minutos cuando se abre la puerta y aparecen sus dos amigos, que, por lo visto se habían podido librar antes de lo previsto. Se tumbaron enfrente y se quitaron la toalla. La verdad es que estaban bastante bien: el cuerpo moreno y musculoso y el culito duro y blanco.

 

Nosotras salimos a ducharnos un poco y según entramos salieron ellos a lo mismo. Nos sentamos juntas en el banco de arriba y al entrar ellos lo hicieron en el de abajo, junto a nuestra piernas. Ella seguía pasando a ratos su mano por mi piel sudada y en algún momento me pareció algo mas erótico, mas intencionado al entretenerse mas de lo debido en algunas zonas.

La dejé hacer y ella ya no retiraba la mano. Cuando noté otra mano acariciando mis muslos y otra en mi vientre, comprendí que lo había preparado ella y me relajé a la espera de acontecimientos.

No tardaron mucho en tumbarme y acariciarme con sus dedos y sus labios. Alguien me bajó las bragas y después de acariciarme un poco el pelito suave, me abrió con dos dedos y metiendo un poco la lengua, empezó a pasarla por mi interior.

Nunca me lo habían hecho y no pude cerrar las piernas, porque antes de que me diera tiempo a reaccionar sentí un placer nuevo y desconocido y le tuve que dejar seguir. Movía su lengua en círculos dentro de mi, mientras el otro pasaba su lengua por el interior de mis muslos; me dejó de pronto y se puso de rodillas en el banco, acercó su pene a mi rajita y despacito fue haciendo presión. Ella mientras, besaba mis pechos y el otro mi boca, haciéndomela abrir para jugar con su lengua en la mía.

Todo este ajetreo me estaba gustando un montón, nunca me había pasado nada parecido en mi vida y menos al mismo tiempo y con tres personas.

El que estaba a mis pies no podía introducirla del todo, por su posición forzada y se movía como podía para darme placer, ella seguía con sus labios en mis pechos y yo empecé a abrir la boca, dando algunas pequeñas boqueadas por el placer que ya me iba invadiendo.

  

 

En ese momento el que estaba libre se puso en el banco de arriba y metió su pene en mi boca. Esto tampoco me lo habían hecho nunca y me dio un asco tremendo, me cortó de golpe y recuperé la lucidez.

Separé la cara y la volví de lado, me enderecé y el pene del otro se salió de mi, sonando como un corcho, me levanté despacio, busqué mis bragas y dando un beso largo a cada uno en la boca me fui con una sonrisa.

Me puse el vestido, devolví el albornoz y recorrí todo el vestíbulo del hotel hasta la habitación sonriendo y con las bragas en la mano.

Entré sin hacer ruido, estaban tumbados muy juntitos, dormidos. Menos mal que me dijeron que un par de horas; si no llego a subir se hubiera pasado toda la noche sin que ellos me avisaran que ya podía volver. Me quedé mirándoles un ratito. Era la estampa característica de una pareja nada mas acabar de hacer el amor.

Ella tumbada de espaldas y él con un brazo por encima de su pecho. La pierna de David montaba sobre el muslo de ella y el pene, todavía con buen tamaño, sobresalía entre ambos, muy cerca del sexo de Mónica. No pude remediarlo y les hice un par de fotografías, y acercándome con el

zoom tomé otra del sexo de los dos, pegados y relucientes, después del ejercicio que habían realizado.

Me dio un poco de envidia, aunque yo también podía estar relajada, pero había preferido no hacerlo a disgusto y de cualquier manera. Entonces decidí darme un buen baño: la sauna no me había relajado. Dejé el vestido y los zapatos encima de una silla y entré en el cuarto de baño.

Abrí el grifo del agua caliente de la bañera, y cuando el nivel llegó casi hasta arriba y el cuarto estuvo lleno de vapor me metí, sintiendo el agua caliente reconfortando mi cuerpo.

Estuve por lo menos una hora, hasta que entró David, con los calzoncillos puestos a medias y bostezando, y se sentó en el borde de la bañera. Charlamos un rato. entendí que no se había enterado de lo de la noche anterior, porque me dio las gracias por permitirle quedarse la otra noche y esta tarde.

Me pareció que necesitaba hacer uso del baño, así que abrí el tapón del desagüe, me levanté y cogiendo la toalla que me ofreció, pasé a la habitación.

Mónica, con los ojos medio cerrados, me llamó

- ven aquí.

Me senté en su cama y me acerqué a ella, que pasó su brazo por mi espalda reteniéndome a su lado, me reclinó para que acercara mi cara a la suya y me dijo bajito

- gracias…te quiero.

Puse mi cara entre sus maternales pechos y mi mano en su hombro y cerré los ojos.

Me imagino que David se sorprendió al salir y vernos así o le enterneció ese cuadro tan fraternal, porque recogió su ropa y cerró la puerta sin hacer el más mínimo ruido.

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