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Como pasé del sexo virtual al real (4)

en Hetero: Infidelidad

COMO PASÉ DEL SEXO VIRTUAL AL REAL - 4

De vacaciones

Me entró un poco de miedo al acoso de Juan Luis, a pesar de que al final me había acabado por gustar todo lo que me obligó a hacer, pero parecía una persona incapaz de deslindar la realidad de la fantasía y se creyó realmente que yo deseaba recrear todas esas cosas y las preparó y ejecutó para mi.

Durante un tiempo fui mas prudente, rebajé el tono de mis cartas y charlas y apenas mandé dos o tres fotografías, mas bien sosas y por ceder un poco a la insistencia de mis corresponsales.

El mas atrevido de todos era un chico de unos 25 años, que dirigía un hotel, propiedad de su padre en Menorca. Me hablaba de su tierra, de sus playas, muchas de ellas nudistas, de sus comidas típicas y me decía que cuando hablaba conmigo por las noches siempre acababa haciéndose una grandiosa paja en mi honor.

Casi sin darme cuenta volví a franquearme con él, a contarle cosas íntimas; hablábamos de sexo, de las posturas que nos gustaban, y de nuevo me excitaban y acaloraban esas conversaciones y de nuevo mi actividad sexual con mi marido aumentó de frecuencia y de nuevo me sentí relajada y contenta.

Me cuidé mucho de inventarme fantasías sexuales y abandoné un poco mi imprudente costumbre de contar e inventar cosas que realmente no deseaba y que nunca me hubiera atrevido a hacer y apenas accedí a utilizar la webcam, aunque él solo me lo pedía alguna vez y siempre sin insistir.

Cuando llegó el verano le anuncié que por quince días no estaríamos en contacto, ya que me iba de vacaciones a la playa. Lo que no le dije es que la playa era la suya y que nos alojaríamos en su hotel.

Yo no tenía miedo de que me reconociese, porque todas las fotos que le había mandado eran mas bien discretas, alguna en ropa interior o en bikini, y en ninguna aparecía mi cara, ni ningún detalle reconocible y las que le había mandado igual podían ser mías que de cualquier otra chica. Era imposible que me reconociera, sin embargo yo sí sabría quien era y tenía esa ventaja para poder observarle sin que él sospechara nada.

La primera noche que cenamos allí se acercó un hombre de unos cincuenta y tantos años, fuerte, grande y muy simpático, que iba dando la vuelta por las mesas del comedor saludando a los recién llegados.

- buenas noches, soy el responsable del hotel y deseo darles la bienvenida en nombre de la dirección y todos los empleados.

- muchas gracias, es usted muy amable.

- ¿está todo bien? ¿a su gusto? Si desean cualquier cosa no tienen mas que preguntar por mí.

- así lo haremos, gracias.

- ¿es usted el director? - intervine yo

- casi… soy todo aquí, pero el director de verdad es mi hijo Pedrito

Si, Pedro, ese era su nombre, y ese por lo tanto era su padre, del que tanto me había hablado. Era un tipo espectacular, parecía deportista y se le veía siempre sonriente y amable por cualquier rincón del establecimiento.

Una mañana que estaba tomando el sol en la piscina con solo la braguita del bikini me di cuenta de que me observaba fijamente, un poco extrañado, con curiosidad. Aquella tarde recibimos una tarjeta de la dirección, deseándonos buena estancia otra vez y ofreciéndonos los servicios del hotel y a mano, en un añadido aparte, la posibilidad de Internet con solo pedirlo en recepción.

Mi marido se apuntó a la oferta de golf y allá se iba con un equipo prestado, a media tarde, hasta la hora de cenar. Yo estaba en la piscina, recogiendo todo para ir a ducharme a la habitación y según me colocaba la parte de arriba del bikini, se me acercó un chico, con la chaqueta del hotel, sonriendo y preguntando por enésima vez si estaba todo bien.

Su cara me parecía familiar y le pregunté, para confirmar si era quien yo creía: mi interlocutor de Internet.

- ¿es usted Pedro?

- si. Veo que sabe mi nombre

- tenia tantas ganas de conocerle en persona

- bueno… y yo a una mujer como usted

- ¿dónde podemos hablar tranquilos?

- venga conmigo.

Le seguí por unas escaleras que llevaban a las áreas privadas del hotel, seguramente hasta su despacho y de pronto me empujó a una habitación parecida a un almacén de ropa, encendió una débil luz en el techo y cerró la puerta, poniendo el pestillo.

Me di la vuelta, algo asombrada; ¡qué raro lugar para hablar, para contarnos cosas, para conocernos después de tanto tiempo juntos en la red, de decirnos tantas palabras de amor y de pasión!

Pero él no quería hablar. Tenía prisa por hacer lo que tantas veces habíamos pensado y fantaseado que algún día podríamos realizar. Dejó caer el pareo que me había colocado sobre el bikini y me desabrochó el sujetador. Bajé los brazos y ambas prendas cayeron al suelo.

Besó mis pechos, tocó con sus labios las puntas, que se convirtieron rápidamente en dos frambuesas duras, ambarinas, que mordisqueaba avariciosamente. Si, puede que esta forma de conocernos fuera la mejor, sobraban las palabras, ya habíamos hablado mucho con anterioridad; era el momento de pasar a la acción.

Besaba mi húmeda boca y sus manos recorrían mi espalda. Yo me abracé a él y le correspondí. Había sido tan romántico en los dos o tres meses que llevábamos hablando que comprendí que ahora quisiera algo mas y sus caricias eran tan cariñosas, tan suaves y excitantes, que pensé que yo también deseaba conocerle de otra manera.

  

Introdujo ambas manos por la cintura del bikini y las bajó un poco, dejando mi culo blanquito al descubierto. Sentía su mano apresar mi trasero, mientras unos dedos curiosos se introducían por la raja y separaban ambas esferas. Uno de ellos, más atrevido, buscaba mis secretos y trataba de llegar más lejos, mas hondo que sus compañeros.

El surco de mis nalgas quedó totalmente abierto y el dedo encontró por fin paso por el medio de las mismas y se introdujo totalmente dentro, moviéndose en mi interior y apretándome contra él.

Al contactar mi vientre desnudo con su pantalón, sentí el bulto que se estaba formando y deseé verlo cuanto antes. Me agaché y le bajé el pantalón y el calzoncillo, todo a la vez, y su miembro golpeó mi cara, agresivo y poderoso. Era maravilloso. Tal y como me lo había imaginado.

Lo besé y acaricié, lo saboreé en mi boca y de pronto sentí una urgente necesidad y avidez por tenerlo dentro, erguido y caliente y solté un gemido de deseo tan alto que debió oírse en todo el edificio. Él se dio cuenta de mi estado de excitación y hambre de sexo y me levantó del suelo, colocándome sobre una pila de ropa que estaba lista en un carrito para transportar a algún sitio.

No hizo falta que me preparase ni buscase el lugar de entrada. En cuanto separó mis piernas, mi rajita rezumante quedó a su vista, casi boqueando, como un pez falto de agua y el brillo de mi depilado chochito le indicaba que podía entrar sin dificultad.

Así lo hizo, hasta que la noté pulsando en el fondo, pero extrañamente quieto. Debía de estar gozando el momento de sentirse rodeado por mi carne que le apretaba convulsamente, haciendo que se hiciera cada vez mas grande en mi interior.

Las regulares arremetidas me llenaban de felicidad y de gozo. Sentía cada embate, cada golpe cuando llegaba al final de su recorrido; mi ardor crecía y una oleada de calor me invadió, abandonándome a un largísimo y espectacular orgasmo que culminó al sentir como sus manos atenazaban mis caderas y el pene se paraba de pronto, vertiéndose dentro de mi con dos o tres pequeños pero potentes impulsos, hasta quedar ambos exhaustos y saciados, colmados al fin.

- gracias Pedro, ha sido maravilloso.

- no señora, gracias a usted. Ha estado fantástica.

- ¿por qué lo hemos hecho aquí? ¿Por qué no hemos ido a tu despacho o a una habitación?

- yo no tengo despacho, señora y a los camareros no nos dejan subir a las habitaciones.

- ¿pero tu no eres Pedro?

- si, claro que soy Pedro.

- ¿no eres el director?

- soy el camarero de su zona… me ve todos los días.

- pero entonces… está usted loco. ¿Y como hemos hecho esto…?

- creí que me estaba dando las gracias por lo bien que les sirvo. Vino usted tan decidida… Me extrañó un poco, pero a los clientes no hay que negarles nada y mas si son tan guapas como usted, y tan desinteresadas.

Salí del cuartucho con una gran confusión y hasta pensé que con vergüenza, pero no quería que ese hombre pensase que lo había hecho con él por un equívoco, que me mirase raro a partir de ahora todos los días, así que le di un beso y me despedí.

- gracias Pedro, acostumbro a hacer esto los primero días de estancia en los hoteles a los que voy y siempre me han tratado luego muy bien los camareros. Espero que le haya gustado la propina anticipada que le he dado.

- va a ser usted la cliente mejor atendida en los días que pase con nosotros, ya lo verá. Y cuando quiera dejar mas propina no tiene mas que decírmelo.

Bueno, quien sabe. Tal vez al final el hombre se mereciese otra. De momento fue verdad lo que dijo y mi marido estaba encantado de que nos sirvieran siempre los primeros y los enormes platos a rebosar y los exquisitos y selectos filetes que siempre iban a parar a nuestra mesa.

Le había dicho al amigo Pedro la primera tontería que se me ocurrió, para salir del paso, pero a lo mejor podía no ser tan mala idea tomar en lo sucesivo esa costumbre…

Enviado 11 Ene

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