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Loco verano de sexo (12)

en Hetero: Infidelidad

LOCO VERANO DE SEXO – 12

Aniversario 1 - Mónica

Acabó agosto y ya en casa, recibí una llamada de una amiga de la universidad, Elena, que también vivía en Madrid, para confirmarme cuando iba a ser la celebración del aniversario de antiguos alumnos de nuestro curso. Ya hacia diez años que salimos con nuestro titulo y unos cuantos pensaron que era una buena ocasión para reunirnos de nuevo.

Nos vimos un día, ya que habíamos conseguido mantener el contacto durante todo este tiempo y aunque de tarde en tarde, quedábamos alguna vez para que no se rompiera.

La idea era reunirnos un fin de semana, todos los que pudiéramos, en aquella vieja ciudad castellana, comer juntos y visitar de nuevo las aulas, cena, baile y al día siguiente a casa.

Elena me dijo que ella pensaba ir sola y yo intuí que a mi marido tampoco le apetecería ir. No conocía a nadie y le aburrían esas cosas. También sugirió que nos fuéramos el viernes, y pasábamos el día allí, viendo más gente antes de la reunión.

Me pareció perfecto y le dije que yo me encargaría de reservar el hotel, podíamos ir juntas, y la llamaría cuando estuviera resuelto.

Fuimos en tren, el hotel estaba en el centro y se podía ir andando a todos los sitios, llegando a media tarde, bien descansadas al no haber tenido que conducir.

Al darnos la vuelta con las llaves en la mano para subir a la habitación, nos topamos con una pareja inconfundible: Mónica y David. Y digo inconfundible porque lo primero en que me fije cuando vi a esa chica fue en sus enormes tetas y diez años después seguían siendo muy grandes. Se habían casado al poco tiempo de salir, en cuanto David encontró trabajo.

Nos citamos en la cafetería después de deshacer las maletas, para cenar, pues pensamos que alguno mas, que hubiera tenido la misma idea de venir el día anterior, aparecería por allí.

En la cena hablamos de nuestras familias, ellos tenían dos niños, del trabajo, y esas cosas comunes, y al final acabamos en aquellos años de estudios y exámenes, de tardes y noches en vela con los libros delante. Pero también años de juventud y alegría. Cuando les comenté lo mayor que era mi hijo, casi con catorce años, Mónica, que no lo sabía, se extrañó:

. ¿Pero ya estabas casada entonces?

- ¡claro! Por eso faltaba tantos días. Elena me cogía los apuntes.

- el caso es que los primeros cursos yo notaba algo raro. Y tu colonia: olías a niño, a colonia de niño.

- tú verás. Le dejaba casi arreglado, mi marido le llevaba a la guardería camino del trabajo y cuanto que me daba tiempo para llegar a clase.

- ¿entonces, todo lo que pasó en el viaje de fin de curso?

- ¿Qué pasó?

- pues ya sabes. Las juergas en las fiestas…bueno, ya sabes. Enseñaste las bragas y el culo a todo el mundo.

- Como casi todas, a ver si tú no enseñaste lo tuyo. Si cada día subías con alguno a la habitación.

- y tú bien probaste a casi todos.

- no me eches mala fama, que no es cierto. Yo estaba dormida cuando tú llegabas y todavía pienso si serías tú quien me los metía en la cama.

- la que no enseñó nada fue Elena

- vaya que no. Lo que pasa es que mi novio no dejaba que se propasaran conmigo lo mas mínimo. Pero andaba siempre en pelotas al final de las juergas, como casi todas.

Bueno, acabó contando intimidades de sus tiempos de novios, había salido con algún otro, además de su actual marido, se acostó con dos o tres de ellos, pero al final volvieron a estar juntos y durante ese viaje decidieron casarse al volver.

Me di cuenta de que todas teníamos algo que contar, alguna aventura o algún engaño más o menos discreto. Cuando les pregunté si después de casarse habían vuelto a tener algún episodio de esta naturaleza, prefirieron no contestar y David propuso ir a su habitación a tomar una copa y charlar un rato mas, todavía era pronto.

Elena puso no me acuerdo qué excusa y se retiró a su habitación. Yo les acompañé. No tenía sueño, pero además me pareció que había algo que no querían hablar en público y que deseaban decir con un poco de intimidad.

Después de servir unas bebidas, empezó Mónica.

- me parece que la primera vez que hablamos tu y yo fue en la habitación de un hotel italiano. Nos habíamos visto en clase pero no nos conocíamos de nada mas. ¿Qué fue lo primero que pensaste al verme?

No quería ser maleducada o demasiado directa, pero a lo mejor fue que llevábamos dos copas o que pensé que debería ser sincera y contesté:

- que tenias las tetas mas grandes que había visto en casi toda mi vida.

- ya, bueno… no iba por ahí. Entonces digamos que la segunda.

- pues… cuando te desnudaste de pronto, a los cinco minutos de conocernos, que eras bastante desinhibida.

- si, eso es, mas o menos. ¿Y al verme con David todo el día y en la cama a todas horas con él?

- que te gustaba el sexo.

- esa es la respuesta. Tanto a David como a mi nos gusta el sexo. Tú te acostaste con él en esos días y no digas que no te gustó o que no te diste cuenta, como me quisiste dar a entender entonces. Y ahora que me entero que ya estabas casada entonces, se me ocurrió contarte mas cosas de nuestra vida.

- bueno en realidad fue él quien se metió en mi cama, yo…

- mira fue David, y dos o tres mas, sin contar los que te la metieron en las fiestas, delante de todo el mundo.

- Vale, de acuerdo. ¿Dónde quieres ir a parar?

- preguntaste si habíamos hecho algo después de casados. Pues si. Habitualmente. Nos gusta hacer tríos, intercambios, ya sabes, nuevas experiencias. Probar otras cosas con otras personas

- vaya… no creí que os gustara tanto el sexo como para eso.

- nos gusta experimentar. Eso es todo. Y vivir a tope, gozar de la vida.

- ya. No se que decir.

- pues es fácil. Di si o no.

- ¿a qué?

No contestó. Se acercó a mí y me besó en la boca. Sentí el volumen de sus pechos apretarse contra los míos y su lengua en mi boca. Me quedé quieta, estática, sin atreverme a mover un músculo. Me había

sorprendido. No con su declaración, sino con ese beso repentino, que no cesaba.

Cando me atrajo con sus brazos, sus tetas casi me echan para atrás. Era como un obstáculo entre ambas, pero un obstáculo blandito y calido. Mis pezones se pusieron de punta y entonces mas que nunca decidí no corresponderla.

No la importó que no participara. Puso las manos sobre mi trasero, con las palmas abiertas y cogiendo todo lo que podía, y detuvo el beso para preguntarme.

- ¿y sabes que es lo que me gustó de ti entonces?

No hablé, solo hice un ligero gesto con la cabeza, negando.

- Tu culo redondito y respingón. Tus bragas de fantasía, cada día distintas y que te desnudabas con la misma facilidad que yo, porque no se si te acordarás, pero yo no me quitaba las bragas para dormir y tu si. Siempre dormías desnuda.

- Y sigo haciéndolo.

- ¿y sigues usando el mismo tipo de bragas?

En vez de contestar, me separé de ella y me levanté la falda. Si, utilizaba el mismo modelo de bragas, de fantasía, como ella decía. Las de hoy eran azul fuerte, todas de encaje y tan estrechas por atrás, que cuando me levantaba del asiento me las tenía que sacar de la raja del culito, para que no me molestasen.

Se volvió a acercar y me besó de nuevo en la boca, pero está vez colocó sus manos en mi trasero y metiéndolas por debajo de la tela de las bragas me acarició la piel desnuda, metiendo sus dedos por la raja trasera y separando los dos cachetes, abriéndome a ella.

A ella y a David, que lo estaba viendo todo, sin decir nada y ahora se acercó por detrás y levantando la falda, puso sus manos en la parte delantera de las bragas, subiendo y bajando, acariciando mi piel por encima del elástico y metiéndolas por dentro, casi sin que yo me diera cuenta.

Me moví un poco inquieta ante estos manejos y David se retiró, y poniéndose detrás de Mónica, como antes conmigo, pasó sus manos por entre ambas, desabrochó su pantalón y se lo bajó hasta el suelo.

Ella seguía a lo suyo, o mejor, a lo nuestro, puesto que yo ya la estaba besando también, pensando que me gustaba y que le daría un poco de capricho y luego le pediría que me explicase como hacían esas cosas de intercambios y demás, de que manera buscaban a sus victimas o mejor dicho, compañeros de sexo.

David la estaba desnudando. Notaba sus manos rozar mi pecho mientras le desabrochaba la blusa y le retiraba el sujetador. Excepto esos ligeros roces, a mi no me tocaba, solo a ella y no paró hasta que la desnudó por completo. Ella me había ido desabrochando la camisa, que cayó al suelo, pero no la permití que me soltara el sujetador.

Paré para tomar un poco de aire y ver su cuerpo, ya sin nada de ropa, iluminado por la luz del techo, que al llegar a su pecho llenaba de sombras casi el resto del cuerpo. Ella me acariciaba mientras yo la miraba. Apenas había engordado; un poco más llenita si que estaba y su piel era blanca completamente. No debía haberla dado ni un rayo de sol en todo el verano.

Me obsesionaban sus tetas. Las miraba y remiraba. Siempre se le habían caído un poco, era imposible sujetarlas y a pesar de ello parecían erguidas por la forma del pezón. Era grande, en punta y rodeado de un pequeño circulo apenas más claro y muy pequeño.

Daba la sensación de estar apuntando hacia delante, a no ser que las vieras de lado y entonces te dabas cuenta de que su posición, bastante arriba del seno, hacía ese efecto.

No me pude reprimir y se los toqué. Estaban duros y muy lisos, al rozar el pezón, apenas tuvo ningún cambio, mientras que yo notaba en los míos como me afectaba su contacto. Los sentía pegando contra la tela del sujetador, crecidos y arrugados, la aureola encogida y con toda seguridad marcándose bajo el tejido suave, demostrándoles lo excitada que me encontraba.

David se había retirado y ella me llevó de la mano hasta la cama y nos sentamos en el borde, luego volvió a colocarlas sobre sus pechos y puso las suyas en mis piernas, como descansando. Me atreví a dirigirle la pregunta que llevaba pensando desde hace un buen rato.

- cuéntame, como hacéis eso de los tríos y demás. ¿Con quien lo hacéis? ¿Cuándo buscáis a alguien, como sabéis que no os va a rechazar?

- pues es muy fácil. Si es un hombre, hago yo de reclamo. Como ves tengo un buen par de reclamos. Si el hombre que nos gusta, me mira sin importarle que mi marido esté delante, seguro que está dispuesto a aceptar.

- ¿y con mujeres también lo hacéis?

- también, y a veces el reclamo es David, pero generalmente también soy yo. Mis pechos atraen más a las mujeres que a los hombres. No crees…

- y una vez que os reunís y estáis de acuerdo, ¿qué ocurre?

- pues a veces solo es unos toques, un magreo, desnudos. Si no quieren participar miran como lo hacemos David y yo, y lo normal es que ahí se incorporen al juego.

Mientras hablaba me estaba desabrochando el sujetador, sin quitármelo y la falda, pero no hizo ningún ademán de despojarme de ninguna de las dos. Eso me tranquilizaba y me permití seguir interrogando:

- ¿y eso no os afecta a vuestra vida en común? Hacerlo con otra gente y estando delante el otro. ¿no es un poco violento?

- ¿quieres probar?

Esa era la duda. ¿Había aguantado hasta ese momento para irme ahora?

No, estaba claro que no. ¿Entonces para que estaba allí? Para acostarme con un tío tampoco, ni hacerlo con una mujer. No era eso.

Me había visto en alguna grabación que había hecho mi marido, teniendo sexo con él e incluso una vez, sin que yo lo supiera, con otro, creo que era con un alemán y no me acuerdo donde.

Lo que si me acordaba, porque se encargó de señalármelo bien mientras lo veíamos juntos, era mi cara, los gestos de mi rostro al sentir el placer, la expresión de felicidad al notar el orgasmo y al acabar, la caída de mi cuerpo y la relajación de mis facciones.

Quería verlo en otra mujer. Necesitaba ver esa expresión y como se desarrollaba todo el acto y desde el principio supe que este era el momento, pero no podía ser yo la que lo propusiera. Me daba vergüenza dar ese paso. No quería que me considerara una pervertida o una persona rara o viciosa.

Entonces se me ocurrió la contestación adecuada, porque era la verdad:

- me gustaría acompañaros, pero no es mi intención tener sexo con ninguno de los dos. Si no os importa, me gustaría ver como lo hacéis y colaborar en lo que me digáis, pero sin el acto sexual. Si no os parece bien, me voy sin molestaros más.

- claro que nos parece bien. Solo te pedimos que te quites la ropa, nos gustaría verte mas ligera y que si en algún momento quieres juntarte a nosotros lo hagas sin ningún problema.

- de acuerdo.

Eso es lo que yo quería. Quedarme un poco al margen, aunque no como una mera espectadora, como detrás de un cristal, sino en primera línea. Me separé un poco y me quité la falda, pero me dejé la ropa interior.

Ellos se tumbaron y empezaron a besarse. David la acariciaba y la besaba, metiendo los dedos en su conchita y ella se agitaba y daba pequeños grititos, que a mi me parecían un poco exagerados. Era como si estuviera actuando delante de mí, lo consideraba algo teatral.

Yo estaba apoyada en la cama, de rodillas en el suelo y Mónica estiró la mano, agarrando la mía. Era fabuloso: sentía el calor que la iba ganando a través de sus dedos y sus movimientos espasmódicos se transmitían por su piel hasta la mía.

Me fui identificando con ella, y cuando David bajó a lamer su sexo me acerqué a su pecho y metí mi cara entre ellos. Notaba un raro estado de excitación. Ella me besaba la cabeza y me agarraba del cuello contra su pecho.

David empezó a subir, ascendiendo por su cuerpo y nuestras caras se juntaron en el pecho de ella. Me besó en la cara y buscó mis labios. No era lo que yo quería y me retiré, quedando otra vez de espectadora a sus pies.

Me pareció verles ya calientes y dispuestos y así debía de ser, porque él tenia el pene completamente erecto y buscaba la entrada de su sexo con precipitación.

Luego pensé que debía estar haciendo también un poco de teatro, igual que ella, porque no acertaba y movía su mano, con el pene agarrado, de forma nerviosa, pero en ese momento no lo dudé mucho. Me acerqué rápidamente, tomé su herramienta con una mano y con la otra le abrí a ella con dos dedos y se la fui dirigiendo con precisión hasta que la tuvo toda dentro.

Me costaba soltarla, era agradable sentirla y creo que con ese acto yo estaba tan metida como ellos en toda la situación. El caso es que cuando entró parte de mi mano en su interior, agarrada al pene de él y sentía su humedad, y el pene y mis dedos avanzando poco a poco, me entró una calentura increíble e hice una cosa que nunca pensé que fuera capaz de hacer.

  

David se había tumbado sobre ella a lo largo y, un poco con el cuerpo en vilo, sin apoyarse totalmente, hacia los movimientos con su pelvis de entrar y salir. Puse mi cara en su culo, que se movía adelante y atrás y le agarré con las manos por las caderas. Oía de cerca el chapoteo de ambos sexos en contacto y sentía sus músculos tensarse cuando empujaba.

Fui ascendiendo por su cuerpo, pegándome a su espalda y me agarré a él con todas mis fuerzas. Subía y bajaba, él no notaba apenas mi peso y me hubiera gustado tener yo también un pene y hacerla eso a ella, como me lo habían hecho a mí tantas veces y como ahora simulaba estar haciéndolo, participando, como me dijo, sobre el cuerpo de David, como si fuera yo el que la follaba.

Mi cuerpo sudaba, contagiado del calor del hombre que tenía debajo y con ello mi calentura interior aumentaba. Pararon y quedamos los tres en esa posición unos segundos; después, él levantó un poco el culo y se salió de ella.

Me recosté a un lado de la cama, junto a ellos. Mónica volvió la cabeza hacia mí y librándose del cuerpo de David, se me acercó y me besó con furia en la boca.

No la pude ya rechazar, me agarré a su pelo y restregué mis labios contra los suyos, juntamos nuestras mejillas y sus pechos aplastaron los míos y sentí su cuerpo friccionándose conmigo y me transmitió, igual que antes, toda su pasión y su ardor.

David la separó un poco, levantando su culo y dejándola apoyada en sus rodillas, pero su cara y su pecho seguían pegados a mi cara y mi pecho.

Así, con el culo levantado, la debió penetrar porque la oí quejarse ligeramente y noté el envite de algo contra ella y su cara dar un pequeño golpe en la mía.

Gemía y suspiraba en mi oído. Sus ayes eran apagados y suaves y cada vez que se le escapaban, un golpe de calido aliento se metía por mi oreja, recorría todo su interior y llegaba a mi cerebro. Eran diferentes de los sonidos que emitía mi marido cuando, pegado a mi cara, se esforzaba por darme placer y sus esfuerzos y movimientos se acompañaban de una respiración agitada y alborotada.

Lo que estaba oyendo eran los mismos sonidos que yo emitía en la misma situación. Eran los sonidos de una mujer que sentía su placer y como sus nervios se tensaban y alteraban por la llegada de un gozo superior a lo que nunca se puede sentir de otra forma y que acabaría explotando en forma de orgasmo, de ese orgasmo liberador después de la enorme tensión acumulada en su cuerpo por los movimientos de su pareja en su interior.

Se apretó mas a mí en el momento en que le vino, y sus convulsiones agitadas las sentía como si fueran mías. Yo también quería sentirlo, necesitaba un desahogo a mi terrible estado nervioso y tenía la solución a mi alcance.

No sabía si David se había corrido o había aguantado, pero lo dudaba, porque su pene empezaba a perder fuerza, aun a medio camino entre la erección total y la flacidez.

No podía esperar y volví a hacer otra cosa que nunca pensé que pudiera hacer en mi sano juicio y menos delante de casi dos desconocidos.

Tal y como estábamos los tres en la cama, Mónica tumbada y descansando, David de rodillas, con el pene en la mano y mirándonos a las dos y yo tumbada, con la vista fija en su aparato; me aproximé a él y me lo metí en la boca.

Tenía un sabor extraño, no me había gustado nunca ni me gustaba entonces, pero tenía que hacerlo crecer para mí y no sabía ninguna otra manera de conseguirlo.

Se lo limpié un poco con la mano, antes de volvérmelo a meter, para quitarle el resto de su semen y del jugo vaginal que aun quedaba y me dediqué a chuparlo, casi con desesperación hasta que me di cuenta de que empezaba a revivir.

Me lo saqué de la boca, y continué con la mano, dándole besitos con los labios cerrados o pasándole la lengua por la punta. Todavía notaba el asco en mi paladar, era superior a mí. Sabía que hay mujeres que les encanta y no solo hacen disfrutar a sus parejas: ellas también disfrutan y se excitan con el pene de un hombre en la boca. Yo no era capaz y no era la primera vez que lo intentaba.

Ya estaba rígido. Le solté y me tumbé en la cama esperándole, las piernas bien abiertas y los brazos en alto, dispuesta a acogerle. Mi sexo debía estar completamente abierto. Era como si palpitara toda la sangre en esa zona y como en un acto reflejo se abriera, dando bocanadas como la boca de un pez que se ahogara.

Sabía que eso no podía ser, pero sentía sus paredes casi partidas en dos, separadas por un enorme espacio vacío que tenia que ser llenado como sea.

David también estaba dispuesto y la visión de mi cuerpo desnudo y agitado, mi rostro sonrojado y mis ojos con la mirada perdida, enfocando al infinito, el infinito que estaba entre sus piernas, le acabó de poner a

tono.

Su pene se tensó y le vi rígido. Pensé que había transcurrido todo en un instante, y su recuperación era portentosa, pero según me dijo ella después, pasé casi veinte minutos aferrada a su miembro y lo menos otros diez provocándole con mis manos.

Casi me corro en el mismo instante que empezó a agacharse sobre mí, por fin, y dirigió su vientre hasta que chocó con el mío y su pene quedó justo a la entrada.

Me miró a la cara, y sentí su vista clavada en mis ojos y su pene entrando lento pero sin pausa hasta el fondo. No cesaba de mirarme fijamente mientras lo metía, ni luego cuando empezó a moverse. Vio y oyó el suspiro profundo que se escapó de mi boca cuando al fin me penetró y llegó a lo más hondo de mí ser.

Ya no me importaba que tardase mas ni que imprimiera mas rapidez ni que me mirase fijamente, grabando mis reacciones. Yo ya tenia lo que quería y estaba sintiendo mis paredes llenas, mi mente libre y mi cuerpo en total disposición.

Y entonces exploté en un primer orgasmo y continué sin saber cuando acabaría, con una sensación eterna y solemne de gozo en su más alta expresión, y mi cara de deseo y frenesí se fue transformando en paz y sosiego. Mi cuerpo sudoroso y ruborizado quedó en la calma total y perfecta.

Ya no sentía vergüenza, no era el momento. Mañana veríamos.

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