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El placer de viajar (18)

en Hetero: Infidelidad

EL PLACER DE VIAJAR - 18

Orgía en Juan Griego

Nos habían hablado tanto de los atardeceres en la localidad de Juan Griego y sus bellas puestas de sol, que el día antes de partir decidimos ir a visitarlo, pasar allí un rato y luego de ver el atardecer, regresar para descansar para el viaje.

Teníamos dinero suficiente y decidimos tomar un taxi, luego ya veríamos como regresar, pero el taxista se ofreció para llevarnos, traernos y recogernos donde y cuando quisiéramos por una cantidad tan módica a nuestro entender, que le contratamos hasta la noche. Visitamos la ciudad, pequeñita, la graciosa y limpia playa con su paseo bordeándola, donde un grupo de niños se empeño en recitarnos el poema de Juan Griego, el naufrago del que tomó nombre el pueblo. Visitamos una especie de fortín, con cañones, desde el que se veía toda la bahía, salpicada de barquitas y las casas extendidas a su alrededor.

Acabamos enseguida, era muy pequeño y volvimos al pueblo para hacer tiempo hasta la hora que debía recogernos el taxista. Delante de una cerveza fresquita, Elena me propuso tener una noche loca.

- mañana nos vamos. ¿Y si nos fuéramos por ahí? Bebemos, bailamos y nos besamos hasta que se haga de día.

- no me gustan las ultimas noches. Uno siempre hace tonterías.

- ¿no te gustaría hacer tonterías conmigo

- para eso no hay que beber.

- pero para divertirse a tope hay que estar un poco alegres. ¿Tú no lo deseas?

- ¿de verdad quieres que hagamos tonterías y bebamos y bailemos? ¿Y si mañana nos arrepentimos?

- venga, no seas así. Tendremos muchos días solas, cada una en su casa, en su tarea cotidiana para arrepentirnos y lamentarnos. Es nuestra última noche solas, hagamos alguna locura; que para bien o para mal nos recuerde estas horas.

- bueno, lo intentaremos. A lo mejor tienes razón.

Nos dio tiempo para tomar otra cerveza y un poco de pescadito hasta que el taxista llegó y nos condujo hasta una especie de acantilado en lo alto de un risco, con un amplio mirador, donde aparcó y esperamos la puesta de sol.

Era bellísima. Sobre el mar, que recibía reflejados los cambiantes colores de las nubes, estas se transformaban en algodón de un azul fortísimo, luego de un rojo fuego, bordeado de un amarillo reluciente como el oro, se hicieron doradas casi en su totalidad y de un color malva increíble cuando el sol desaparecía.

Hicimos muchas fotos y el taxista se ofreció para hacernos alguna a las dos con ese fondo maravilloso, abrazándonos y dándonos un beso emocionado cuando el sol desapareció.

No teníamos ganas de cenar, las cervezas y el pescado nos habían quitado el apetito, así que le pedimos a nuestro guía que nos llevase hasta algún sitio donde beber, bailar y divertirnos. No se le veía muy convencido y al final nos confesó que no era bueno que fuéramos solas las dos a ninguno de los sitios que él conocía.

- lo mejor es que se vuelvan al hotel, allí hay música y se puede bailar y la bebida es gratis.

- queremos algo nuevo, diferente. Estamos cansadas de ver las mismas caras en el desayuno, en la comida, en la playa, en la cena…

- no se… las dos solas… puede ser peligroso.

- pero usted estará esperando en la puerta ¿no? Si vemos que hay peligro salimos corriendo, nos subimos al auto y nos vamos a toda velocidad.

- si, yo estaré esperando en la puerta hasta que salgan, pero…

- venga, llévenos, mañana nos vamos, no le daremos ningún problema.

Supongo que pensó que si estábamos algo chaladas y no queríamos seguir sus consejos, y si efectivamente, nos íbamos al día siguiente, no nos iba a volver a ver nunca. Allá nosotras.

El sitio al que nos llevó era bastante bueno, música a tope, entrada y primera consumición gratis para las chicas solas, mucho jaleo y gente joven.

Bebimos, bailamos y acabamos haciendo toda clase de tonterías, como deseaba Elena. Una hora después estábamos sin camisa y en sujetador, saltando y bailando, como la mitad de las alemanas orondas y rellenitas que había en el local, con una diferencia: que ellas iban acompañadas por un montón de amigos o compañeros de excursión y nosotras estaba claro que íbamos solas.

Diez minutos después nos subíamos las faldas para bailar un ritmo caribeño, enseñando por completo las piernas y la totalidad de las bragas, y no puedo decir en que momento dejé de ver a Elena y me encontré contoneándome, ante cuatro o cinco chicos del lugar, con el undécimo vaso en la mano y en una esquina del inmenso escenario.

Intenté buscar a mi amiga, entre tumbos y pasos mal dados. Podía haber estado a mi lado y tampoco la hubiera visto. No estaba borracha, o eso pensaba yo, pero mi visión era difusa y mi sensatez estaba por debajo del sólido suelo de cemento de aquel garito.

Un par de chicos tiraron de mi mano y yo me oí decir entre risas tontas: "si, acompañarme. Vamos a buscar a Elena". "vamos a buscarla" respondió uno de ellos. Entramos por una puerta, un pasillo estrecho y desembocamos en una especie de cancha vacía, desolada, iluminada pobremente con las luces de emergencia y a la que llegaban, retumbando como un eco, los estruendosos sonidos de la sala vecina.

Cuando me soltaron di unos pasos aturdidos, buscando a alguien que allí no podía encontrar. Di la vuelta para pedirles que buscáramos en otro sitio y los vi a todos medio desnudos.

Me puse a reír como una tonta. Era graciosísimo, realmente cómico, ver a todos los chicos allí, desnudos y considerablemente empalmados. Me cogieron entre dos o tres, mientras otro me quitaba el sujetador y me izaron del suelo, sujetándome entre sus brazos.

 

Sin perder el tiempo, mientras notaba las manos de todos ellos tocando mis tetas, uno retiró a un lado el bajo de mis bragas y enterró su boca en mi chochito. En mi estúpida embriaguez me sentía feliz, tocaba una polla enorme por aquí, sentía otra golpear mis teta derecha, otra quería entrar en mi boca y mi coñito se enardecía y brincaba con una lengua larga y gruesa que jugaba en su interior, devoraba mis pliegues, se bebía mis jugos y golpeaba sin misericordia mi clítoris hinchado, abierto a la nueva experiencia y deseoso de continuar con ese tratamiento.

Sentí el duro suelo en mi espalda, luego uno se metió debajo. Mis bragas ya no estaban protegiéndome y su polla se introdujo rápidamente.

Me sentía a gusto, ya no notaba el suelo y unos brazos fuertes me sujetaban. Lo único es que me costaba respirar al tener mi boca siempre ocupada por uno u otro. Alguien le dijo al de abajo que no fuera abusón y cuando yo creí que me iban a dejar, me levantaron entre todos y me volvieron a colocar boca abajo sobre el mismo chico que permanecía tumbado con la polla vertical.

Ah… menos mal. Creí que se acababa la juerga, ahora era mas fácil, yo agarraba la polla que quería y me la metía en la boca, mientras la que estaba en mi interior jugaba entrando y saliendo, y haciendo que todo mi cuerpo vibrara.

Sentí una presión en la espalda y el de abajo paró un momento y de pronto , un dolor tremendo, al sentir como algo enorme, duro y brutal empujaba en mi culito y se abría paso por el agujero trasero.

Traté de gritar, pero no podía. Tenia una polla enorme en la boca, otra dándome un intenso placer en mi vagina, al empezar de nuevo a moverse y empujar hacia dentro, un dolor fortísimo en la vecindad trasera y cuatro o cinco pollas a mi alrededor, esperando su turno para entrar en alguna parte de mi cuerpo, golpeando mientras mi rostro y mi espalda, pegándose entre si por buscar y encontrar sitio.

Sentí un orgasmo tras otro cuando la polla de mi culo se salió, después de haberse vaciado en mi interior, otro enorme chorro por delante y al caer a un costado, sobre el suelo, cuatro o cinco cilindros nerviosos, palpitantes, lanzaron toda su carga sobre mi cuerpo exhausto y medio muerto.

Se oyó una voz muy fuerte gritando en la puerta:

- la policía, viene la policía, correr por la puerta de atrás…

Pero yo no me moví, no podía ni doblar un dedo. Elena y el taxista me pusieron en pie. Ni siquiera buscaron mi ropa interior, ella me metió el vestido por los brazos y yo lo apreté contra mi pecho. Se quedó pegado a mi cuerpo y sentí toda la suciedad pastosa atravesar la tela y humedecer mis manos.

Salimos sin mirar a ningún sitio, montamos en el taxi y en un santiamén entrábamos por la puerta del hotel. Entre los dos me llevaron a la habitación, me quitaron el vestido y al hombre no le quedó mas remedio que desnudarse y sujetarme dentro de la ducha mientras ella me lavaba a conciencia.

Aprecié su pene tieso pegado a mi cuerpo. Pobre hombre, no estaba el horno para bollos, pero no lo podía evitar: una mujer desnuda en sus brazos, bien pegada a él para que no se resbalara y se cayera al suelo y otra, solo con las braguitas, debajo del agua, lavándonos casi a los dos.

No me extraño nada cuando al despertar a la mañana siguiente me los encontré bien juntitos, dormidos encima de la cama. Elena era muy agradecida…

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