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La culpa fue de ella - 2

en Amor filial

Lucía

¡Como no iba a tener la culpa de lo que ocurría, si todo lo decía con doble sentido! Y si no lo tenia, yo se lo encontraba de alguna manera, aunque fueran las frases o actitudes mas inocentes. Parecía que todo lo que hacia o decía tenía una intención sexual, morbosa, para provocarme y excitarme.

Aquel día que nos pusimos ciegos de mariscos, nosotros dos, ella y su novio, antes de pedir los postres se vuelve hacia Roberto, pero mirándome a mí, y dice:

- ¿sabes lo afrodisíaco que es esto? Me temo que nos vamos a tener que ir y hacer algo antes de que desaparezca el efecto.

O aquel día, solos los tres, comiendo en casa, agarró el espárrago mas gordo, lo untó en mayonesa y lo chupó una y otra vez y al final, de un mordisco, se metió la cabeza en la boca. Os puedo asegurar que me tuve que contener para no gritar de dolor y que en cuanto pude, me tuve que ir al cuarto de baño, desabrocharme los pantalones y comprobar que ahí abajo estaba todo entero y en su sitio. Aun así, me pareció ver sus dientes marcados en mi glande, tal era el poder de sugestión que ejercía sobre mi.

Otra vez en casa quiso probarse un jersey fino de punto de mi mujer, muy ajustado y precioso, que moldeaba y separaba sus pechos de forma natural, pero muy marcada y que se ajustaba a los senos de forma, podíamos decir que independiente, pegándose al  pecho entre los dos bultos redonditos. A Conchita le quedaba imponente, le separaba e individualizaba cada teta como si fuera un corsé.

Mi mujer se lo quitó, quedándose en sujetador y Lucia no se lo puso encima de la camisa como yo suponía. Se desabrocho ésta lentamente, la dejó a un lado y se lo colocó metiéndolo por la cabeza mientras yo miraba, aprovechando que su cara quedaba tapada.

No había acabado de ajustárselo y los dos pitones enhiestos marcaron su posición, atravesando el sujetador, el jersey y hasta una coraza de acero que se hubiera puesto.

¡Otra vez esos pezones de punta, provocadores, increíblemente visibles y sobresalientes! En Conchi quedaba bonito, atractivo. En su hermana se convirtió en una prenda erótica, sensual, provocadora y su efecto perduró hasta que se volvió a poner su camisa, permitiéndome, mientras se cambiaba de nuevo, ver mas al natural esa dos protuberancias desafiantes oscurecer la clara tela de su sujetador.

- ¡cuñado! Veo que te pone esto de mirar a dos mujeres en ropa interior. Vas a tener que ir a hacerte una paja, porque vamos a seguir probándonos ropa.

Yo me retiraba a un lado, o hacia como que me ponía a ver la tele, mientras las dos hermanas se reían. Parecía que Conchi no observaba la malicia en esas cosas, o bien, acostumbrada a las bromas de su hermana, se divertía viendo mi azoramiento.

De verdad, yo no sabía si quería guerra, si me excitaba aposta o qué. Yo no soy tímido ni apocado, más de una mujer lo puede atestiguar. Me creo un tío echado “pa lante”, mas o menos atractivo, dicharachero y sin complejos, con éxito en mis conquistas, ardiente y fogoso, pero no sabía como reaccionar.

Temía que si intentaba algo me rechazase, me recordase que era el marido de su hermana, que no entendía sus bromas o las malinterpretaba. Pero, ¿y si no eran bromas? ¿Y si de verdad quería que yo diese algún paso? Aquello que me dijo el día de la boda parecía un mensaje clarísimo. ¿Y si solo era un comentario atrevido, como casi todos los que soltaba cuando se refería a algo sexual?

Para colmo, Conchi no me sacaba de dudas. Cuando hablaba con ella sobre esto, siempre decía que su hermana toda la vida había sido así, que a ella le parecía muy normal, que le encantaba su forma de ser abierta y atrevida, y que no tenía el mas mínimo prejuicio en el terreno sexual.

Muy bien, de acuerdo, pero ¿por qué me hacia eso a mi? ¿No le importaba que ella estuviese delante para insinuarse de esa manera, para provocarme?

¿Provocarme? No sabía: Lucia siempre había sido así y lo sería toda la vida.

Total, que no me aclaró nada sobre como debía yo actuar o si pensaba que ella quería algo mas o incluso si no le importaba que la cosa fuese a mayores.

Y claro. Llegó el día en que eso ocurrió, sin prepararlo, natural como siempre y sin que yo pensase que pudiera suceder.

Lo había hablado con una mujer que no conocía de nada, solo de un intercambio en un chat, en el que nos contábamos cosas de todo tipo, incluso intimidades como esta.

Ella me dijo que podía estar así toda la vida, con la duda sobre las verdaderas intenciones de mi cuñada o bien jugar a su juego, responderle de igual manera, hacerle ver que no me era indiferente y que me afectaba lo que me decía, que no me cohibía, y que solo el respeto a su hermana me echaba para atrás.

Debía de ser igual de natural que ella, pero más claro, mas preciso. Hacerle una proposición en cuanto me diera pie para ello, llevar yo la iniciativa. Decirle sin miedo que me excitaba, que me gustaba a rabiar, y ¿por qué no? Que si quería sexo, allí estaba yo.

Y la ocasión se presentó enseguida. Conchi se tuvo que marchar unos días a casa de su madre, a una localidad vecina, para atenderla debido  a una enfermedad y yo me quedé solo, trabajando por el día y aburrido por las tardes y sobre todo por las noches.

Comí algunos días con Lucia y Roberto, su novio, y aquel sábado ella me llamó por la mañana proponiéndome que la invitara a comer en mi casa, que Roberto se había ido de viaje y no tenía ganas de guisar ni pasar el día sola encerrada.

Pensé en mi menú especial para las grandes celebraciones y al llegar ella intuí que, o me había leído el pensamiento, o también había considerado que ese día podía ser una gran ocasión.

Por arriba solo se había puesto una camiseta de tirantes, muy fina y holgadita, para dejar pasar el aire en ese día de calor, pero con aquel par de tetas, la única manera de que no destacaran era utilizar tres tallas mas, y por abajo…

Si, así es. Lo que estáis pensando. Sus piernas ocultas por aquel pantalón blanco, sus muslos marcando cada músculo en la fina tela y su culo… ¡cuantas veces había soñado en su culo cubierto por aquella prenda! ¡Qué maravilla de la naturaleza! ¡Qué perfección!

No comprendía como había conseguido llegar hasta mi casa sin ser detenida por la autoridad por escándalo público o incluso por maltrato hacia ese pobre culo, por tenerlo encerrado de esa manera.

Lastima que durante la comida no pudiese verlo, sentada enfrente de mí. Tampoco, por mas que mi mente lanzaba ondas telepáticas, se reflejaban en su pecho las órdenes que emitía, y en su camisa, a pesar de no llevar sujetador, solo se veían dos pechos redonditos y un par de manchas oscuras en el centro, lisas, planas, sosas, sin vida.

Yo no las miraba demasiado. Me concentraba en sus ojos.  A través de ellos lanzaba mis órdenes, mis deseos, pero no acababa de funcionar. Bajaba un poco la vista para ver el resultado, pero nada ¡como podía tener aquel control! ¡Qué forma de resistirse a mis llamadas, de ignorarlas!

Acabamos la comida, y ella se llevó la mano a la tripa con gesto de hartura y satisfacción. No podía ser menos con lo que me había esmerado y entonces soltó una de aquellas sentencias:

- te ha quedado exquisita. Ahora, como en el chiste, ya solo falta un buen café y un gran polvo para que todo sea perfecto.

- si, el café ahora mismo te lo preparo y…

Entonces se levantó a llevar algunos platos a la cocina, y se dio la vuelta, alejándose de espaldas a mí y volví a ver aquel pantalón y aquel culo suntuoso dentro de él: pim, pam, pim, pam… ¡existía! ¡Era de verdad! Y yo también me lancé:

- y no te preocupes que después tendrás un buen polvo…

Se volvió de golpe, con la mirada pícara pero haciéndose la inocente y la cara iluminada por una gran sonrisa. Y por fin habían surtido efecto las órdenes que durante media hora había trasmitido a su cerebro. Dos puntas enormes, descaradas, provocadoras, habían surgido de repente en su camisa y me miraban con más fuerza que sus ojos.

- ¡lástima que Roberto no esté aquí!

- no nos hace falta Roberto. Mira chochito, hoy soy yo el anfitrión y tus deseos son órdenes para mí.

- ja, ja, ja,  que mas quisieras.

- ¿y por qué no? Has expresado tu deseo y casualmente coincide con el mío. ¿O es que ya no lo quieres?

Su mirada seguía siendo de pilluela, pero ahora además parecía curiosa, interesada.

- ¿serias capaz de acostarte conmigo? ¿Y tu mujer, mi hermana?

- ¿acostarnos? Solo estamos hablando de un polvo. Y tú conoces a tu hermana. ¿Crees que se sorprendería?

- o sea, que estas hablando en serio…

- por supuesto. ¿O tú no hablabas en serio cada vez que decías tantas cosas y me provocabas con tus palabras, con tus gestos y te exhibías, excitándome?

- vaya. Veo que una semana sin tu mujer a tu lado te afecta demasiado. Estas casi desesperado.

- creo que tu también lo estás. Tú has sido la que ha dicho que ahora necesitabas un buen polvo.

- era una forma de hablar.

- no, no te creo. Tú lo necesitas y yo lo estoy deseando. ¿A qué esperamos?

Me había acercando a ella mientras hablábamos. La abracé y echó los brazos a mi cuello para acercar mi cara a la suya y apretar nuestros labios en un beso intenso y profundo.

Mis manos se posaron en su culo, por fin. ¡Cielo santo! Era increíble. Lo estaba tocando, lo podía apretar y sentir y ella lo movía bajo mis manos, y lo notaba vivo, elástico, moldeable.

Lo tocaba en círculos, de arriba abajo, lo apretaba, lo mimaba… y así seguía cuando ella se separó de mi cara con los ojos brillantes de deseo.

La llevé al dormitorio y la tumbé en la cama con precipitación, mientras me desabrochaba el pantalón. Mi polla, que había esperado tanto este momento estaba en su mas recio estado y rápidamente se lanzó contra ese culo y se introdujo entre sus muslos.

Me retiré dolorido. El roce de mi glande con la tela del pantalón me hizo daño en esa parte tan sensible. Esta vez no se había producido el milagro y mi pene sufrió las consecuencias de mi delirio al intentar atravesar la tela como en aquella ocasión.

Bueno, esto me sirvió por lo menos para recuperar mi cordura y hacer las cosas bien. Me puse a su lado y la besé y acaricié mientras nos íbamos quitando la ropa.

La fui calentando poco a poco, besaba sus muslos, su vientre, metí la lengua en su coñito, me bebí sus jugos, mordí su clítoris, empleé todas mis artes amatorias hasta que ella, frenética y desesperada, tiró de mí, hasta colocar mi cuerpo encima del suyo.

Vi su cara encendida de deseo, su respiración agitada, nerviosa y mi pene dio un brinco entre sus muslos. Noté como se contraía excitada, para luego abrir las piernas y yo bajé la vista para apuntar a su entrada.

Según bajaba mi mirada, se topó de pronto con aquellas dos esferas en cuyo centro habían desaparecido los circulitos oscuros para formar los pezones mas duros y salvajemente enhiestos que viera nunca.

Mi polla dio otro brinco, se hizo más grande que nunca. El deseo me sobrevino de forma brutal y enterré de golpe toda mi dureza en su interior. No se quejó. Era como su hermana. Soltó un gemido de satisfacción, de deseo cumplido y nos movimos como locos, al unísono, hasta que estallamos entre agotadores jadeos en un orgasmo violento y feliz.

Su rostro relajado también era como el de su hermana. La naricita brillante, las mejillas sonrojadas, las gotitas de sudor por la frente y encima del labio superior.

Estábamos agotados y nos quedamos un buen rato uno al lado del otro, sin movernos. Y entonces ella soltó otra de sus ocurrencias.

- ha sido buenísimo Vicentito. ¡Lastima que no lo podamos repetir otra vez!

Y se dio la vuelta para que no viera su sonrisa sardónica y malévola. Y de pronto ante mi vista  quedó de nuevo su culo. Ya solo veía esferas, globos, redondas carnosidades.

Y mi polla resucitó como Lázaro, de manera igualmente inexplicable, ilógica y quedó incrustada entre sus cachetes y empujé, y volví a entrar en ella, y la poseí con todas mis ganas, como si no lo acabase de hacer unos instantes atrás.

Y su voz sonó entrecortada, entre sorprendida y maravillada. Incrédula:

- ¡cuñaoooo… o… o… o…

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