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Loco verano de sexo (11)

en Hetero: Infidelidad

LOCO VERANO DE SEXO – 11

Carlos 2

- ¡Puta! ¡Eres una puta!

Una voz quebrada y ronca, que sonó como un latigazo y recorrió todo mi cuerpo. El se enderezó de golpe, dirigiéndose hacia donde había partido el grito y yo me senté en la arena con las manos en los oídos, sintiendo frío. Frío y vergüenza.

¿Era una puta de verdad? ¿En eso me había convertido? ¿Era una mujer fácil, incapaz de controlar mis deseos, y al alcance de cualquiera que quisiera follarme? Ya había cobrado dinero por hacerlo, aunque yo no lo sabía ni lo había pedido.

El volvió sin haber encontrado a nadie; quiso volver a empezar, pero ya no podía ser. El momento había desaparecido y todo era inútil. Le pedí que me dejara sola y se fuera y no quise mirarle a la cara, a pesar de que intentaba consolarme y me abrazaba con mimo, pretendiendo secar mis lágrimas. Marchó directamente hacia la carretera y no le volví a ver nunca más.

Me quedé un rato sentada, sin moverme. No quería que nadie me viera ni

podía ir ahora donde estaban las chicas y mucho menos enfrentarme con Carlos, necesitaba recapacitar.

La tarde iba cayendo y el sol no calentaba tanto. Volví a sentir frío y me puse el bikini, llorando y pensando mil cosas contradictorias. Al fin me levanté y continué a lo largo de la playa, en dirección a la casa, acercándome sin prisas.

Las lágrimas caían suavemente por mi cara, limpiando mi mente de ideas sucias. Era una mujer normal, cuyo único defecto consistía en ser demasiado sensible a las caricias de un hombre y una gran avidez de cariño.

No era fácil saber porqué hacía algunas cosas. Muchos hombres me habían pretendido y yo había sabido apartarlos. Había algo en mí que me empujaba a aceptar sin reservas algunos tipos de personas, comportamientos y actitudes y a rechazar a otras sin ninguna razón aparente.

Cuando divisé a las dos chicas, tumbada todavía en la playa, pero envueltas en la toalla, paré un poco, y me metí en el agua para limpiarme la cara y que no se notase mucho mi estado de animo, y me fui acercando a ellas, chapoteando en el agua y pretendiendo estar mas alegre de lo que aparentaba.

Me tumbé a su lado y no se atrevieron a empezar las bromas de costumbre. Debía de tener todavía los ojos algo llorosos y la cara descompuesta. Me tumbé boca abajo, sin ánimo yo tampoco para iniciar ninguna conversación, aprovechando su silencio para pensar qué debería hacer ahora: no podía irme al otro día sin haber aclarado todo con el chico, pensaba que se lo debía.

El día siguiente amaneció nublado por primera vez ese mes. Estuvimos vestidas en la playa, pero el viento era húmedo y nos tuvimos que refugiar en la casa. Yo esperaba que apareciera Carlos para llevármelo a un aparte y tener una conversación con él, pero no aparecieron ni siquiera a comer. Se llevó al pueblo a los otros dos y desaparecieron antes de que nosotras nos levantásemos.

Ely decidió salir temprano al día siguiente, porque así me dejaba en Madrid y le daba tiempo para continuar hasta su casa, sin tener que hacer noche en la mía. Se dedicó a hacer las maletas y se fue pronto a dormir.

Mi hijo y Ana habían vuelto y cenaron con nosotros, pero Carlos dijo que cenaría con sus amigos en el pueblo.

La tarde había mejorado y la noche volvía a ser calurosa. Salí a pasear un poco por la playa junto al agua y después me dirigí al porche de atrás, a mirar el mar. El ruido del agua al chocar con la arena era relajante. Me senté en una de las sillas a mirar como las olas golpeaban en la playa y volvían hacia atrás. Tenia que esperar al chico y hablar con él y no me iría a dormir hasta que volviera.

Yo pensaba lo que le diría cuando apareciese. En un principio había decidido que no me importaba lo que pensase Carlos ni sus problemas emocionales. Yo no era su madre y ya iría madurando, pero a pesar de eso seguía dándole vueltas al asunto.

Por otra parte, algo de culpa y responsabilidad tenía con él. Tal vez le había dado alas o no supe cortar unos sentimientos cuando advertí que florecían, y habían desembocado en algo que parecía un tremendo enamoramiento adolescente en un pobre chico sin defensas para este tipo de sentimientos.

Era ya de noche cuando me pareció que venia desde la playa en mi dirección. No me veía, por la oscuridad donde estaba yo, pero se divisaba perfectamente desde mi posición su cabeza gacha y el andar lento, como si no quisiese regresar.

Le llamé cuando se acercaba y se volvió sorprendido

- Carlitos, ven aquí un momento, por favor.

- me llamo Carlos

- a si… es verdad. Se me olvidaba que ya eres un hombre; ya sabes insultar a la gente y faltarles al respeto a tus amigos.

Agachó la cabeza, sin respuesta, pero su gesto hosco y su mirada decidida dejaba claro que no estaba arrepentido, a pesar de sus palabras.

- lo siento.

- ¿de verdad lo sientes? ¿Por eso has venido corriendo a pedirme perdón?

- yo no tengo la culpa de que te dejes tocar por cualquiera.

- ¿y quien eres tú para decidir quien me puede tocar y quien no? ¿Eso será voluntad mía, no?

- no está bien que te dejes sobar y acariciar y que todo el quiera te vea desnuda. Parece que te gusta.

- Pues hasta ahora tú me has visto así, todos los días, y no te parecía tan mal.

- no es lo mismo.

- ah, es eso. No es lo mismo que seas tú o que sea otro. ¡Claro, yo no cuento en este asunto!

No supo que responder. Agachó la cabeza y se quedó en silencio. Por fin salió su lado normal, serio, y soltó, con voz compungida:

- lo siento. Me salió sin querer y no era mi intención ofenderte.

- ven aquí, junto a mi, que te vea la cara, a ver si es verdad. Necesito saber que es lo que piensas realmente de mí.

Se acerco a mi silla, puso la mano encima de la mía y me miró serio, pero mas tranquilo y sin dudas en su mirada.

- odio verte con otros, me entra una rabia enorme, y me salió eso. No quise decirlo y lamento haberlo dicho.

- ven, dame un beso, olvidemos este episodio y vamos a despedirnos como amigos ¿te parece?

Me abrazó y yo pasé también mis brazos por su cabeza. Estuvimos un

rato juntos y cuando nos separamos le cogí la cara con las dos manos para que se estuviese quieto, frente a mí mientras le miraba fijamente.

Me devolvió la mirada, pero no me pareció ya la mirada de un niño. Se le veía agitado, notaba su lucha interior y sus dudas.

Quise tranquilizarle y le acaricié el pelo. Es un gesto muy habitual en mí y quise transmitirle confianza y cariño, como lo hacia con mi hijo cuando tenía problemas o a mi marido cuando llegaba cansado a casa. Tal vez él entendió otra cosa, o simplemente, quería otra cosa, porque se acercó a mí y reposó su cara en mi pecho.

Seguí acariciándole con gesto maternal, por fin se había desecho el malentendido y nos separaríamos sin malas caras ni rencores. Pasó sus brazos por mi espalda y se apretó contra mí. Notaba como olía mi pecho y de pronto empezó a bajar su cara, metiéndola en mi escote, que se abrió a su presión.

- tenemos que hablar. Siéntate aquí, a mi lado.

- déjame que me quede contigo, no te molestaré.

- escucha, Carlos. Mañana me iré y lo mas seguro es que no volvamos a vernos. Tienes que olvidarme y tener de mí solo el recuerdo de una buena amiga. Me imagino cuales son tus sentimientos y no lo quiero ni nombrar, pero tu sabes que no puede ser y no puedes destrozar tu vida por el recuerdo de una mujer que no te comprendió ni podía corresponderte. Has de pensar en chicas de tu edad, vivir estos años de juventud como cualquier otro chico, y considerar que esto ha sido muy bonito pero que se ha acabado para siempre. Es mas: nunca ha existido. Nunca ha habido nada ni lo podrá haber entre nosotros dos. Crees que estás enamorado, pero no es cierto. He sido la primera mujer que te ha hecho caso y te ha mirado como a un adulto, aunque te llamara Carlitos y tú te has creído que era otra cosa. Es un capricho, un espejismo. Tienes que olvidarlo todo. Nunca ha existido…

Se lo solté de un tirón y me le quedé mirando, para ver su reacción. No se si le había convencido, pero no se me ocurría otra cosa para que comprendiera que no había ni podía haber nada entre dos personas tan alejadas en edad, sentimientos, y compromisos como nosotros dos.

El guardaba silencio. Pensaba. Me imaginaba el caos en su cerebro y lo que le estaba costando asimilar lo que le había dicho. Se fue serenando y volvió su cara hacia mí.

- entiendo lo que dices. Se que es imposible, pero pensé que tu me querías como yo a ti.

- no. Tú no me quieres. Tú quieres una idea y la has encarnado en mí. Y sabías de sobra que yo no te quería de esa manera. Te quiero como a un amigo, como alguien muy especial, pero no como un amante.

- no se si tienes razón, pero no se que pensar. Solo se que te quiero. No se la razón para ello pero es así.

- de acuerdo, dejémoslo aquí. Vamos, es tarde.

- espera… comprendo lo que me dices de que no volveremos a vernos y se que tendré que olvidarte, pero…

- pero qué.

- déjame pasar esta ultima noche contigo. Como cuando era pequeño y dormía abrazado a ti. Quiero tener ese recuerdo y luego me olvidaré de tu cara para siempre.

Me pareció una forma suave de chantaje. Era como una condición para que aceptara una separación amistosa y no tenía yo muy claro si al ceder no empeoraría las cosas. Me miraba expectante. No quería concederle ese capricho pero me dio pena, como me dio pena la primera vez que consentí a sus deseos, inocentes entonces, pero que ahora me parecían más intencionados.

Ahora me tocaba a mí dudar y pensar. El problema es que le tenía que haber dicho que no inmediatamente, sin titubeos. Esta pausa me traicionaba y ya me daba igual que se alargara. Podía decirle que no también ahora, pero él ya había percibido mi indecisión y un pequeño atisbo de que podía acceder a sus deseos.

No creía que se conformase con dormir a mi lado, agarrado a mí como de pequeño, como había dicho. No era tan inocente ni yo tan confiada. Si le decía que si lo mas seguro es que quisiera mas. En el momento que me tocase empezaría a debilitar mis defensas y si no se lo permitía quedaría de nuevo confundido y frustrado. Era una trampa y no tenía muchas salidas.

Como siempre, no me atreví a otro enfrentamiento. Toda la conversación había sido muy violenta para mí y elegí el camino mas fácil, pero lo mas seguro es que fuera el mas equivocado.

 

- de acuerdo, ven conmigo. Pero a dormir y a callar.

Me levanté, con su mano en la mía y nos dirigimos al dormitorio. No encendí la luz. Con la intimidad del azulado brillo que nos proporcionaba la luna, me desnudé y me metí en la cama. Se desnudó también rápidamente y se metió a mi lado.

Se acercó despacito y adoptó la misma postura que recordaba de cuando niño. Colocó su pierna encima de la mía, quedando entre mis muslos y sentí su piel apretando mi pubis. Después pasó su brazo por encima de mi cuerpo y deposito su mano por debajo de mi pecho.

Me estuve quieta, no quería provocar su deseo ni animarle a que fuera más allá. Daba igual: él sabía lo que quería y poco a poco empezó a moverse. Primero fue subiendo su mano, hasta abarcar mi pecho y a continuación la fue acariciando, en círculos, pasando por la cima y estimulando mis sensibles pezones.

Aun así no me moví. Me lo arrancaría, me forzaría, pero no le daría pie a que pudiese culparme de haberle provocado o aceptado. Se fue apoyando más sobre mí. Su mano fue sustituida por su cara y sus labios plantaron el primer beso en mi seno y después en la punta

Pasó sus labios por mis pechos y me besó. Luego llevó sus manos y me acariciaba mientras me besaba. Llegó a mis pezones que respondieron de golpe, poniéndose duros y rígidos a su contacto.

¿Era eso lo que quería? ¿Él también? Levanté su cara hacia mí, haciendo fuerza con mis manos. Su rostro estaba débilmente iluminado por la luz que se filtraba por la ventana, pero se podía apreciar perfectamente la expresión de sus ojos y casi sus pensamientos en todo su rostro.

No, en su cara se veía pasión, amor, inocencia. No era sexo, sin más. Me pareció desamparado y necesitado de algo. Algo que me estaba pidiendo y que no debía darle, pero que sabía que al final le daría.

Le volví a acariciar el pelo y volvió a meter su cabeza entre mis pechos, ahora desnudos y libres a su caricia. Debió haber estado un buen rato observando la escena en la playa, con el marinero, porque repitió casi exactamente sus gestos.

Empezó besando mis pechos, tocándolos con sus dedos, subiendo su mano por todo mi cuerpo y descendiendo por mis muslos. Bajó su cara por mi estomago, llegó a mi vientre y enterró los labios en mi sexo. Con la lengua recorría mi interior, y luego subía y me besaba el pecho.

Volvió a meter su boca en mi pubis y consiguió encontrar mi clítoris. Pegué el primer salto y le agarré fuerte con las manos, como indicándole que iba bien.

- para, Carlos, no sigas por favor. No lo aguanto.

No me oía o no me quería oír. O tal vez mi voz fuese demasiado débil o poco convincente. El caso es que siguió y yo empecé a gemir y a retorcerme. Noté el sudor en mi frente y mis mejillas y el calor subiendo por todo mi cuerpo, estallando en mi pecho y queriendo escapar por todos los pelos de mi cuerpo.

Siguió y no me pude contener, gemí y sollocé, rogué con voz de deseo

- estate quieto, no lo hagas. Carlos, no puedo aguantar más, por favor.

Cuando volvió a subir a mi pecho, bajé las manos y agarré su pene,

estaba en todo su esplendor. Lo dirigí nerviosa y precipitada a mi rajita, abierta totalmente y él empujó.

No volví a implorar, me entregué totalmente a mi gozo y empecé a sentir el primer orgasmo.

Se movía con fuerza y sin controlarse, pero yo estaba tan excitada que le sentí lo menos dos veces antes de que se tensara, empujara violentamente un par de veces y se vaciara en mi interior, quedando relajado y tranquilo. Solo repetía, bajito y con desmayo, pegado a mi oído

- te quiero, te quiero, te quiero…

- ¿ya no soy una puta?

- no, nunca lo has sido. Eres la mujer más guapa que conozco. Te quiero.

- vete a tu cama Carlos. No debes dormir con una puta.

- perdona, de verdad no quería decirte eso, sabes que te quiero.

- si, ya lo sé. Se lo que quieres de mi. Si lo hago contigo soy una buena mujer, a la que tú quieres, pero si lo hago con otro soy una puta.

Sentí que las lágrimas corrían por su cara, resbalando hasta caer en mi cuello. Estaba siendo demasiado dura, tal vez no estaba teniendo en cuenta cuales podían ser sus sentimientos. ¿Podía estar enamorado de

mí? Eso era imposible. ¿O no?

Daba igual. Tenia que ser dura con él. Que me odiase y me olvidase. Algún día comprendería algunas cosas. Solo la edad te da la perspectiva para entender muchas cosas, entre otras los sentimientos de los demás. Por otro lado era igual de egoísta que cualquier otro hombre. Había obtenido lo que quería, traicionando mi confianza y ya era feliz, y así se lo dije.

¿Y yo? No tenía porque ser comprensiva, él tampoco lo había sido y el que yo imaginase lo que podía ocurrir, lo que era seguro que ocurriría, no le eximía de su responsabilidad. Se empieza a ser adulto cuando uno acepta y comprende sus responsabilidades y deja atrás sus caprichos y deseos sin pensar en los demás.

Se fue sollozando a su habitación y pensé que no había sido el mejor modo de cerrar este capitulo, pero deseaba que por lo menos quedase totalmente olvidado para ambos.

Esa noche me costó dormir. No estaba satisfecha, no podía estarlo. Yo también tenía que borrar de la memoria todos los sucesos de este verano tan extraño y enloquecido.

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