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Aventura de verano (7)

en Hetero: Infidelidad

OTRA AVENTURA EN VERANO - 7

TORREMOLINOS

Habían pasado cinco o seis años desde aquel verano en el que me habían ocurrido tantas cosas y la vida transcurría con normalidad y, gracias a Dios, sin tentaciones que me hiciesen flaquear de nuevo. Nos habíamos ido a vivir a Madrid y desde entonces pasábamos los veranos en una casita que compramos, en medio de un monte de la sierra cercana, lejos de las urbanizaciones y con solo un vecino en un chalet próximo al nuestro. No volvimos, pues, a la casa de mis suegros, en la playa de Alicante, pero alguna vez nos escapábamos al sur o a Canarias., cuando mis padres se podían quedar con nuestro hijo, que ya tenia 11 años.

Mi marido decidió partir las vacaciones ese año y coger quince días en junio y el resto ya veríamos, porque opinaba que en verano se estaba mejor en Madrid, con todo el mundo fuera, y nosotros podíamos ir a la sierra que siempre hace menos calor.

Cuando mi hijo acabó el colegio, nos fuimos a casa de mis padres, y para el quince, mi marido pasó a recogerme y nos fuimos los dos a un hotelito en Torremolinos, cerca de la playa. No había demasiada gente y se estaba muy a gusto en la playa o en la piscina del hotel.

Una mañana, al bordear la piscina para colocarnos en las hamacas, observo que mi marido se fija mucho en una de las chicas que estaba tumbada al sol. No me extrañó demasiado porque siempre se fija bien en todas las que, a su juicio, sobresalen un poco, pero al ver que seguía mirando de vez en cuando y muy atentamente, hizo que sintiera curiosidad. A mi no me importa que mire a las demás, ninguno de los dos somos celosos, pero no me quedó mas remedio que fijarme,

intrigada, que era lo que tanto le atraía.

Era bien sencillo: la chica, tumbada con las piernas abiertas, tenía mal colocada la braguita, supongo que no se daría cuenta al ajustársela para achicarla un poco entre el culo y exponer mas al sol y tenía al aire, prácticamente, toda la almejita, que se exponía bien afeitadita y medio abierta.

Me puse boca arriba y me quedé mirando a mi marido, hasta que él se dio cuenta y volvió la vista y, entonces, bajé la mano y, ante su sorpresa, separé la parte de abajo del bikini, encogiéndola a un lado y dejando mi concha totalmente al aire yo también, para que decidiese a quien mirar.

Fue un éxito total: en menos de dos minutos se tuvo que dar la vuelta para que no se notase el bulto en su bañador y también para mirarme solo a mí, más cómodamente. Satisfecha de mi poder de atracción, me quedé así casi toda la mañana.

Digo casi, porque al levantarme para ir a remojarme, veo a tres tíos, boca abajo con una mirada igual a la de mi marido de hacía un rato. Me dio vergüenza colocarme la braga ante sus narices, así que pasé delante de ellos, dándoles un primer plano perfecto y hasta que no estuve en el agua, no me la ajusté bien.

Cuando volví junto a mi marido, le dije, enojada, que como no me había avisado de que tenía espectadores.

- chica… pensé que lo hacías aposta para alegrar un poco el ambiente, como lo enseñaste tan decidida…

- ¿y si se me estuvieran viendo sin yo saberlo, tampoco me advertirías?

- pues depende. Imagínate que te lo digo. Tú te levantas corriendo, miras

a todos los lados, te pones colorada, te tapas, todo el mundo te mira entonces…sería una situación mas violenta que si no te lo digo.

- pues vaya una ayuda.

- es que además, si te lo digo, me dejas a mi también sin espectáculo.

- por supuesto.

El caso es que a lo mejor tenía razón, porque los tíos dejaron de mirar, yo no me sentía incomoda al no saberlo y en la habitación, mientras nos cambiábamos para bajar a comer, estuvo de un cariñoso tremendo; vamos, que me costó un montón que lo dejara para después de comer, en la siesta.

Por la tarde, paseando por una calle estrecha llena de bares y de tiendas, me insistió para que me comprara un vestido que le gustó. Era una falda amplia, con mucho vuelo, y de la cintura salían dos bandas anchas que se ataban en la nuca y dejaban la espalda al descubierto.

Me lo dejé puesto después de probármelo y me estaba bien, incluso me dijo en una ocasión, sentados a la mesa de un bar, que era fabuloso,

 

porque cuando me inclinaba para coger el vaso de la mesa, se me veían las tetas.

¡Ya decía yo que tenía truco tanta insistencia! estuve un par de horas sujetándome cada vez que me agachaba un poco y luego ya lo dejé, y si se me veía algo, pues que se viera. Él tan contento, pero aunque yo ya le conocía y sabía que disfrutaba con eso, le pregunté:

- ¿no te importa que otros hombres me vean las tetas o desnuda?

- me trae sin cuidado lo que otros puedan ver; a mi lo que me gusta es verte yo, y además, con quien estarás luego para disfrutarlo, será conmigo.

Me vinieron a la memoria los escarceos que tuve hace unos años y pensé: no siempre…no siempre, y entonces pensé que llamarlo escarceos era un eufemismo: había sido una infidelidad descarada y continuada, y encima me había gustado.

- ¿y no se te ocurre que a mi me puede calentar también este juego y lo que puede ocurrir si tu no estas y hay otro que se aprovecha de ello?

- pues mejor para él. Y para ti, supongo. No puedo controlar lo que ocurre cuando yo no estoy, pero además nunca harías nada a no ser que desees hacerlo y no creo que eso fuera capaz de cambiar nuestros sentimientos.

Si, eso era verdad. Yo había sentido una atracción física momentánea por otros hombres que había acabado en sexo, pero ni por asomo se podía aproximar al sentimiento que guardaba hacia mi marido.

Decidí probar su teoría, a liberarme un poco en algunos aspectos que todavía me daban un poco de corte. En la playa o en la piscina, aunque hubiera mas gente, me quitaba la parte de arriba del bikini, o bajaba ya sin ella debajo de la camisa. Cuando iba al agua tampoco me lo ponía, como hacía antes, o si paseábamos los dos por la orilla iba con las tetas al aire, cosa que igualmente hacían muchas otras parejas, pero que yo, hasta entonces, ni se me había ocurrido.

Me empezaba a gustar el juego y como iba mas pendiente de las reacciones de la gente que de otras cosas, me pude dar cuenta que, salvo alguna mirada, inevitable en cualquier caso, la gente iba a lo suyo y le importaba muy poco si había otra mas enseñando entre el montón de gente que circulaba por la playa.

Él momento definitivo para acabar con mis prejuicios se le ocurrió a él,

dando un paso más una mañana que estaba yo dormida.

 

Encargó el desayuno y permitió entrar al camarero sin despertarme. Mi postura, desnuda boca arriba y con las piernas estiradas, dejaba toda mi intimidad a la vista. Cuando abro los ojos, al sentir sus movimientos, veo ante mí a un extraño, intentando colocar los platos en la mesa junto a la cama, pero mirando todo menos lo que tenía entre manos.

No volví a preocuparme mas por lo que pensara la gente.

Cuando por las tardes después de la ducha salíamos a la terraza, desnudos, a echarme la crema hidratante, era habitual que los vecinos de al lado, dos chicos y una chica, se asomaran de vez en cuando por la mampara de separación para observar la operación. En seguida dejaron de incomodarme esas situaciones, simplemente los ignoraba y ellos, parecían alemanes, solo aparentaban curiosidad.

El día de nuestro aniversario de boda nos fuimos a cenar por ahí, y después, como a él no le gusta mucho bailar, nos sentamos en un club y pidió champagne, bebida que me pone bastante, sin llegar a achisparme.

Supe que enseñaba las bragas porque el miraba sin disimulo, pero a mí nunca me ha importado que se me vieran, incluso, si te fijabas un poco, se las podías ver a todas las chicas, con esas faldas tan cortas que llevan ahora, aunque estuvieran de pie, entonces me dijo: a que no te las

quitas…

¿Por qué no? Allí mismo, levanté un poco el culo, me las saqué y se las di. Era una tontería, o te ponías de rodillas justo delante, o necesitabas mucha imaginación para poder afirmar que se distinguía algo.

El, desde luego, a mi lado no podía ver nada, pero decía que le encantaba saber que no llevaba nada debajo y de vez en cuando metía la mano para tocarme. Todavía, camino del hotel, me hizo parar dos o tres veces para meterme la mano por debajo de la falda.

Una tarde en que mi marido estaba entre leyendo un libro y dormitando en un sillón, me asomé a la terraza, a ver como se veía la piscina, para decidir si bajar o no. Estaba asomada a la barandilla y la vecina, también desnuda, se asoma por la esquina y me dice no se qué.

- lo siento hija, pero no entiendo nada.

Lo intentó en inglés: - ¿hablas inglés? – preguntó

- un poco

- espera un momento

Llamó a uno de los chicos, que lo hablaba bastante bien, y mas o menos me dio a entender que tenían un problema con la maquina lavadora del hotel y si les podía echar una mano, porque no entendían las instrucciones. Les dije que cogieran la ropa y les acompañaría, a ver si entre todos lo solucionábamos.

Me puse unas bragas y una camisa y salí al pasillo sin decirle nada a mi marido, que ya, definitivamente, se había rendido al sueño y dejado que el libro cayera al suelo.

Fuimos los cuatro al cuarto de lavar y, efectivamente, menos el: inserte moneda, en tres o cuatro idiomas, el resto estaba todo en español.

Les fui dando instrucciones y cuando metieron la ropa en la maquina les intenté explicar que no podían mezclar la ropa blanca con la de color. No lo debí hacer muy bien, porque su cara de no entender era bien expresiva. Entonces me agaché y saqué algunas prendas y las separé,

diciendo: esto aquí, esto allí (en la otra maquina).

Me volví a agachar y lo saqué todo, empezando a repartir para que lo entendieran. Me vuelvo a ver si está todo claro y les veo a los tres, la chica también, con la mirada fija en mi culito.

¡Todos los días viéndome en pelotas por la terraza, y hoy que llevo bragas les llama la atención! reaccionaron rápidamente y empezaron a distribuir la ropa entre las dos maquinas y luego, para mi sorpresa, primero la chica y luego ellos dos, se quitaron todo y lo metieron con el resto, quedándose tranquilamente en pelotas en el cuartucho.

Echaron el jabón y cuando iban a cerrar me preguntan si yo no quiero lavar. No entendía a que se referían y entonces la chica se acercó a mi, se puso de rodillas, me bajó las bragas y las metió en la lavadora, poniéndola en marcha y uno de los chicos, por detrás, me sacó la camisa dejó lo que había en los bolsillos a un lado y la metió en la otra maquina; a continuación se sentaron en un banco junto a la pared, a esperar.

Me senté con ellos, junto a la chica; no me atreví a volver así a la habitación. La segunda vez que se levantaron a ver como iba el lavado, les comenté que faltaba por lo menos media hora.

Al rato, en vez de levantarse, como se aburrían, los dos que estaban en medio empezaron a morrearse. Él le agarró una teta y vi que la mano de ella se dirigía al vientre de él, acariciándole el pene. El otro chico se levantó y se sentó al lado mío y de la chica para participar también, cogiéndole el chochito y besándole la teta libre. Yo ya estaba en el borde del banco y con el culo del chico pegado a mí, o más bien frotándose conmigo, al agacharse para llegar mejor.

La chica empezó a agitarse, deshaciéndose ante las caricias de ambos, y yo, espectadora en primera fila, me sentía un poco avergonzada, porque me notaba acalorada, nerviosa y se me habían puesto los pezones duros y de punta.

El chico que estaba al otro lado se levantó; ¡madre mía¡ tenia un pene enorme y, de rodillas, empezó a chuparle el chochito, mientras se lo abría con los dedos. La chica se veía que estaba en la gloria y yo no podía apartar ya la vista del espectáculo.

Miré entonces al que estaba a mi lado y su polla era casi más grande, llena de venitas, en tensión, y la punta gorda y colorada. Como colorada me puse yo cuando me sorprendió mirándole y con la boca abierta, una mano en mi pecho y abriendo las piernas, a ver si entraba un poco de aire por ahí abajo y me quitaba el calor.

Sin dejar lo que estaba haciendo con la chica, me agarró la mano y la colocó sobre su pene. Acepté la invitación y lo abarqué con fuerza, sintiéndola dura y caliente. Cuando vio que me unía a la fiesta, imitó a

su compañero: se puso de rodillas entre mis piernas y metió su lengua en mi interior.

Mi clítoris ya estaba hinchado, esperándole, y cuando lo alcanzó con la lengua sentí un espasmo y un escalofrío, me apoyé con las manos en el banco, echándome para atrás y estiré mis piernas lo que pude, para facilitarle el trabajo.

Oí gemir a la chica y sentí mis primeras vibraciones venir; ahogaba mis suspiros, mi cuerpo se agitaba y se retorcía; puse mis manos en su cabeza, ¡que no se fuera ahora! estaba teniendo un orgasmo continuo, no sabia si era placer o dolor, y él no paraba. Poco a poco me fui calmando, me venían sensaciones cortas, que me agitaban y contraían, y cuando el

separó su boca casi lo lamenté.

Pero no me dio tiempo; también él quería su parte, y en menos de un segundo se había enderezado y me tenía ensartada hasta el fondo, moviéndose dentro de mí y haciendo que volviesen de nuevo las sensaciones de placer y tuviese que abrir la boca para coger aire, entre gemidos y sollozos, con una sensación de sexo total.

Cuando el notó que se iba a venir, la sacó y se derramó entre mis muslos y el suelo, en dos o tres chorros largos y espesos, y cayó rendido, apoyando su cabeza en mi vientre.

La lavadora estaba acabando, nos limpiamos como pudimos con un poco de agua, pero no nos pudimos secar. Desapareció en ese momento la ceguera de la pasión y sentí vergüenza. Me puse la camisa húmeda por encima, recogí mis bragas y me fui corriendo a la habitación.

Mi marido seguía como lo dejé, así que me metí en el cuarto de baño, me duché y poniéndome un bikini, baje rápidamente a la piscina, antes de que se despertase. Estuve cerca de una hora hasta que conseguí recuperarme física y mentalmente y luego subí. Ya se había despertado y estaba leyendo en la terraza.

- te han dicho alguna vez lo buena que estás tumbada al sol.

Me acerqué y le di un beso en la cabeza; el pasó su brazo por detrás de mi culo y me acercó a su cara, bajándome las braguitas. Pegué un respingo y me sofoqué.

- ¿Qué te pasa? estás muy sensible, apenas te he rozado.

- es que he asistido a un espectáculo increíble cuando bajaba.

Y le conté, como si yo no hubiera sido una protagonista y solo una espectadora, lo acontecido en el cuarto de lavado.

- caray, y como no me has avisado

- porque me quedé paralizada, no me atrevía a moverme pero no podía apartar la vista

- ¿y no te dieron ganas de entrar y participar?

- en aquel momento ni lo pensé, pero a lo mejor si no me moví del sitio fue por miedo a entrar.

- ¿y hubieras sido capaz de hacerlo con aquella gente? ¿Hubieras follado delante de otras personas?

- pues si me pilla en un momento de esos calientes, como los que tu me pones, haciéndome ir desnuda por ahí o sin bragas, no te digo yo que no.

- ¡ahora tendré yo la culpa! ¿y estaban bien por lo menos? Me dijo riéndose a carcajadas.

- pues tú mismo puedes opinar: eran nuestros vecinos.

- si, tienen buena pinta. Bueno, la próxima vez será, ya tendrás otra ocasión.

- es que como haya otra próxima vez no respondo, te lo advierto. Luego no te llames a engaño.

- bueno, no te enfades, pero avísame, no me lo quiero perder.

- te devuelvo la pregunta. ¿A ti te gustaría verme follar con otro?

- no, no creo; pero es que yo no vería al otro, te vería a ti solo, tu cara transfigurada, las gotitas de sudor en la frente, las mejillas coloradas… mira como se me pone nada mas pensarlo.

- veo que te fijas mucho en mi cara cuando lo hacemos…

- cuando lo hacemos y cuando no lo hacemos, en tu cara, en tu cuerpo, en tu culo…

- bueno, estate quieto, venga, vamos a arreglarnos y a dar una vuelta.

Dos o tres días después, a la misma hora más o menos, mi marido dormitaba en la terraza después de embadurnarme con el aceite hidratante. Estaba apoyada en la barandilla, para que la piel lo fuera

 

absorbiendo y no manchar nada, y esperando un poco antes de bajar a la piscina, cuando oigo unos sonidos inequívocos en la terraza de al lado.

Como siempre eran ellos los que se asomaban a la nuestra, decidí que yo también podía hacerlo y me acerqué a la esquina.

La chica estaba estirada en una silla, disfrutando de las atenciones de sus compañeros, que apenas dejaban un trozo de su piel sin la debida atención. Cuando uno de ellos se volvió, diciéndome no se qué, me retiré algo avergonzada, pero él pasó medio cuerpo por el borde de la terraza y, hablándome bajito, sin importarle que mi marido estuviera allí al lado, comenzó a recorrerme el pecho con su mano y agarrando el pezón con

dos dedos, tiraba para que me acercase a él.

Me quedé confusa y un poco asustada, pero me acerqué a el, para que no siguiera tirando y para ocultar sus manos, si mi marido abría los ojos. Al acercarme, me agarró con la otra mano por la nuca y empezó a besarme el cuello y las orejas, pasando su lengua por mis labios y los bordes de mi oreja.

Me hablaba bajito y su mano en mi pecho y su boca y aliento en mi oreja estaban causando efecto y él se dio cuenta. Por señas me dijo que pasara a su terraza; no lo dudé; me puse una bata y, totalmente consciente y a sabiendas de lo que iba a hacer, salí al pasillo, donde el me esperaba, con la puerta abierta y desnudo.

Me llevó a la terraza y, recostándome en la mesita, me quito la bata, llevando su boca a mi vientre y muslos. Con los dientes, cogió el elástico de mi braguita y me la fue bajando, mientras sus manos recorrían mis muslos, enrollando los laterales, hasta que llegó al suelo.

La otra pareja ya había acabado y descansaban en la silla, mirándonos relajadamente.

Yo estaba ya prácticamente tumbada en la mesita, sobre mi bata, y él, tan pronto subía hasta mi pecho como descendía con su lengua por mi

tripa, deteniéndose al llegar a mi rajita para introducirla y llegar lo mas dentro que podía.

Me agarré con fuerza a la mesa cuando empecé a sentir las primeras sacudidas y, al percatarse de ello, se levantó, acercó su pene a mí entrada, empapada por su saliva y mis jugos, y empujó con fuerza, deslizándola con facilidad por mi interior.

Lo sentía grande, invadiéndome por completo, y al frotarlo dentro de mi, me producía un gran calor y un placer sublime.

Gemía y me agitaba, y movía mi culo contra él cada vez que lo sentía empujar.

Sentí otras manos sobre mi cuerpo y dos bocas sobre mis pechos o mi cara, y mi placer aumentó entre suspiros y quejidos entrecortados. El no pudo aguantar mas y se salió de mi, y con el pene apuntando hacia abajo, entre mis piernas, soltó chorros de esperma hacía el suelo.

Yo seguía agitándome, un poco mas calmada al no sentirle dentro, pero su cuerpo junto al mío fue sustituido por el de su amigo, que volvió a llenar el hueco en mi sexo, que ya lo echaba de menos.

Me había dejado tan a punto que, en cuanto dio un par de emboladas, empecé a retorcerme y gemir, presa, por fin, de un gran orgasmo. No se lo que duró ni cuando se salió de mi para acabar sobre mi barriga. Se quedó derrumbado sobre mí, hasta que se calmó.

Cuando pude levantarme, me acompañaron adentro, ellos se tumbaron en la cama y la chica me llevó al cuarto de baño, para lavarme un poco. Con una esponja y agua me iba quitando los restos de semen y luego pasaba la lengua por mi piel húmeda. Se entretuvo especialmente en mi rajita y el pelillo que había alrededor, hasta que sentí flojear las piernas.

Me acercó al baño y me sentó en él, regresando su boca a mi sexo y sus manos a mis pechos, hasta que me provocó tal excitación que me fui deslizando hasta el suelo, extendiendo los brazos y dejándome hacer lo que quisiera, entre convulsiones y espasmos descontrolados.

Cuando acabé, exhausta y satisfecha, se deslizó sobre mí y me abrazó, colocando su boca en la mía. Permanecimos así hasta que me recuperé y pude levantarme. Me puse la braga del bikini y la bata y regresé a mi habitación.

Mi marido ya estaba despierto, sentado en un sillón y viendo la tele, casi sin sonido. Me quité la bata y me senté sobre él, que pasó un brazo por mis hombros diciendo:

- la que te has perdido

- ¿Qué ha pasado?

- los vecino han montado una tremenda

- y…y… ¿y que han hecho?

(¡tierra trágame¡ ¡me ha pillado¡ ¿Cómo le explico yo ahora?)

- me despiertan de pronto unos ruidos y gritos al lado como si matasen a alguien o se lo estuviesen pasando bomba. No me gusta fisgar, pero no me quedó más remedio que asomarme a ver.

Intento contener mi sobresalto, sujeto mi corazón a punto de salirse del pecho y sigue sin ocurrírseme nada que decir.

- ¿y...?

- un tío, desnudo, de espaldas a mi, entre las piernas de una tía a la que estaba bombeando como una locomotora y otro chico y una chica ocupados en sus tetas, volcados sobre ella. He estado a punto de saltar y pedir mi parte.

- ¿y te has quedado viendo todo?

- no. Me asomé un par de veces más y cuando vi que el otro se la estaba calzando también, me he metido dentro para no oírlos; hace un rato que han acabado.

- tenemos que hacerlo tu y yo algún día

- ¿el qué? ¿Traer otra pareja aquí?

- no, hacerlo en la terraza, al aire libre, para que mire el que quiera y le de envidia

- ningún problema, ahora mismo, quitate eso y vamos afuera.

- no, ahora no, estate quieto. Esta noche o mañana, que no se crean que queremos imitarlos.

- te tomo la palabra.

Respiré mas tranquila. No lo hicimos esa noche porque nos fuimos de juerga al pueblo y volvimos cansados y yo procuré no recordárselo. Al día siguiente, a mediodía, empezó los preparativos. Primero me desnudó y me llenó de aceite hidratante. Cuando acabó por detrás, me tumbó en la mesa y siguió por delante. No me lo echaba como otras veces, medio dormido: se tomaba su tiempo en forma de caricias suaves y lentas, intencionadamente sensuales.

Me metió un dedo bien embadurnado por mi sexo y lo repartió por mi interior, girándolo para que se mojara por todos los lados, así que cuando metió el pene, paso a paso, se deslizó suavemente hasta el final.

El siempre empieza a moverlo despacito y cuando yo estoy llegando, acelera de pronto, justo cuando yo lo necesito. Es devastador, en segundos me lleva a lo más alto y conseguimos el clímax casi simultáneo. Al acabar, se queda sobre mí, dándome besitos y acariciándome.

No es de los que dicen a menudo que te quieren, como si le diera

vergüenza, pero esos momentos de cariño y ternura lo expresan mejor que mil palabras.

Cuando nos recompusimos, oí a los de al lado y, sin vestirme, me asomé para darles envidia. ¡Que corte! era una pareja de desconocidos; los chicos debían haberse ido esa mañana, después de la despedida que yo les ofrecí.

Les saludé y me metí corriendo, mientras mi marido se sentaba en la silla cerca de la puerta y cogía su libro. Me puse una camiseta y un short y volví a salir al cabo de un rato, para decidir si bajaba a tomar el sol. Vi la cabeza del vecino y se me ocurrió acercarme para pedirles disculpas por haberles saludado antes de esa manera, pero no me acerqué demasiado, para no mirar en su terraza.

Le conté que habíamos visto a los anteriores ocupantes en plena faena y que mi marido había querido hacer algo parecido y por eso estábamos desnudos. Su voz era fuerte y profunda.

- pues debió ser algo soberbio, porque se les veía a ustedes muy motivados.

Comprendí que habían visto algo más que mis tetas al asomarme y me acerqué a la esquina para no tener que oír a voces la confirmación, mientras con una voz débil solo atinaba a decir:

- ¿es que han visto…?

Y me quedé paralizada sin poder seguir: la mujer estaba desnuda, tendida en el suelo, aprovechando los rayos del sol y él, inclinado sobre la barandilla, también en pelotas, exhibía una herramienta que no le llegaba al suelo por un palmo. Vio mi mirada y mi asombro.

- disculpe, pero nos ocurrió lo que me imagino les pasaría a ustedes. Oímos jaleo al lado, nos asomamos y ya no pudimos retirarnos

- ¡que vergüenza!

- no, no, por favor. Todavía estamos impactados. Mi mujer se ha hecho una gran paja y esta ahí tumbada recuperándose y espero que se espabile pronto para echarle el mejor polvo de su vida.

Me estaba poniendo colorada oírle con esa rudeza y viendo como su pene se iba poniendo horizontal. Debió de pensar que estaba sola en la terraza, porque siguió.

- y está usted invitada a participar, porque con ese cuerpo y ese par de tetas, tiene un polvo fabuloso y mire lo que le ofrezco…

- gracias, es usted muy amable.

Solo se me ocurrió soltar esa tontería antes de meterme para adentro. Mi marido me siguió y se sentó junto a mí en la cama, tocándome la cara.

- me equivoco o esos ojillos y ese calor es que ese tío te ha excitado.

- tenias que haber visto. Estaba desnudo y no sabes que pedazo de herramienta le colgaba.

- y te ha calentado verle o imaginarte si aceptas la proposición de hacerlo con él.

- pues a lo mejor las dos cosas, yo que sé. No me líes.

- presiento que estas pensando que sentirías al tenerla dentro.

- estas loco, me da vergüenza solo pensarlo.

- solo estamos hablando. El que nunca hayamos tocado este tema no es obstáculo para que ahora lo hagamos y nunca nos ha dado vergüenza hablar de nada.

- pues mira, me excitó un poco verle su pija, y cuando me invitó, me imaginé de pronto, tumbada, con eso dentro y me dio tal sofoco que me tuve que retirar a toda prisa.

En eso oímos el típico ruido de ñaca… ñaca…y despacito, nos asomamos a ver. Ahí estaban, en una especie de tumbona, él de pie, sujetándole las piernas, totalmente abiertas y el culo levantado, bombeando con una fuerza y velocidad endemoniada.

Mi marido se agachó, me bajó las bragas y empezó a tocarme y chuparme, hasta que entre el espectáculo y él, me hicieron doblar las rodillas y caer al suelo sin fuerza. Mi marido se me quedó mirando, porque yo me movía y me agitaba sola, sin su ayuda, nada más que oyendo a la pareja al lado, con los ojos cerrados y mil imágenes en mi cabeza.

Entonces se reclinó a mi lado y me dijo bajito al oído:

- creo que si que lo harías

- mmm… no..., no sería capaz y mas contigo viéndolo y pensando como te sentirías

- muchas veces te he dicho cuando te dejaba sola que te divirtieras, no para que tuvieras sexo con cualquiera y porque si, pero si te vas a quedar pensando toda tu vida que hubiera pasado si lo hubieras hecho, te darías cuenta que no podrías volver a ese momento y lamentarías no haberlo intentado.

- ¿de verdad quieres que lo haga?

- no, yo no quiero. Eres tú. Se ve que lo estas deseando

- no puedo pensar ahora. Dame tiempo. No es tan sencillo.

Y nos quedamos allí tumbados, abrazados muy juntitos, hasta que se hizo de noche. Ya había sucedido sin que lo supiera, pero no estaba muy segura de cómo reaccionaría ahora haciéndolo con su conocimiento o

viéndome él. Bueno, el otro día me vio, aunque no supiera que era yo. Claro que yo no sabia que él estaba mirando.

Era un lío, lo pensaría por la noche.

La noche no me resolvió mis dudas y encima no pude dormir. Estuvimos toda la mañana en la playa y seguía dándole vueltas. Después de comer, me echó la crema y se sentó con su libro. Yo salí a la terraza brillante y medio desnuda como siempre. Mi marido levantó la cabeza al verme entrar precipitadamente.

- ¿Qué pasa?

- me ha vuelto a decir que pasara, poniendo su aparato casi en mis ojos.

Se levantó, cerró el libro y cogiéndome del brazo me llevó hasta la puerta.

- ve. Tienes que probarlo. Pasado mañana nos vamos y habrá pasado tu oportunidad.

- vamos los dos.

- no. No quiero ver como otro te toca, solo quiero ver tu cara cuando acabes. Me fascina ver tu rostro cuando llegas al clímax y nunca lo he podido observar bien. Me asomaré a la terraza cuando oiga que estas llegando.

- ¿estas seguro de lo que vamos a hacer?

Durante esta conversación me había bajado el pantaloncito y agarrándome el culo me pegaba a el. No me contestó: me ofreció una camisa, abrió la puerta, me dio un beso y me sacó al pasillo.

Llamé a la puerta de al lado y me abrió ella, recogiéndose el pelo. Me hizo entrar, se pegó a mí y, rodeándome con sus brazos, comenzó un morreo de campeonato, que yo correspondí como pude. Nunca me había excitado una mujer, pero yo ya iba caliente, más que nada por la situación tan extraña y esa idea de que iba a engañar a mi marido, solo porque él sabía que lo iba a hacer.

Sentí como me sacaban la camisa y me bajaban las bragas y luego su boca entre mi culo y mi sexo, jugando con mis partes mas sensibles. Entre los dos me recostaron en la cama y comenzaron un calentamiento meticuloso. No tardé mucho en sentir que estaba perdiendo el control, al advertir como agarraba la cabeza de ella que, pegada a mi concha, hacía maravillas y el se separaba, empezando a desnudarse. Se acercó a mí mientras ella me besaba la boca y la fue introduciendo. Eso hizo que reaccionase y me levantase, saliendo a la terraza, donde me senté en la tumbona.

El acerco mi cara a su pene, que su mujer agarraba con la mano. Me tenia tan obsesionado que llegué a lamerlo y besarlo, incluso me lo metí un poco en la boca, saboreándolo para intentar coger el gusto. Sentía su calor y suavidad, pero no me acababa de agradar, aunque lo intenté. Yo prefería tenerlo en otro sitio, si bien conseguí que se empinara casi vertical, adquiriendo un tamaño tremendo. Lo sujeté un poco con la mano mientras ascendía hacia su pecho para que llegara a mis tetas. Me recorrió con los dedos los pezones o los acercaba a su boca y mi cuerpo empezó a responder.

Ella, que había cogido mi lugar con su pene, consiguió que creciera un poco mas y rasgando un sobrecito le fue colocando un condón (se veía que lo hacían con frecuencia con otra gente) que apenas le llegaba un poco mas de la mitad; luego, cogiéndome por las caderas, me fue colocando sobre él, que tumbado en la hamaca, me esperaba.

Iba bajando despacito, le costaba entrar, hasta que sentí que no podía seguir más, y todavía le quedaba un buen trozo fuera. Me moví lentamente, me notaba llena. Entonces, apoyándome en ella, fui pivotando hasta darle la espalda y quedar de cara a nuestra terraza. Mientras la mujer nos atendía a ambos, metiendo a veces la cabeza entre nuestros sexos, el me agarró por las caderas para que no perdiera el equilibrio.

Empecé a subir y bajar, pero me costaba, y eso que el condón lo debía hacer más fácil. Cuando miré hacia abajo no me podía creer lo tremendamente ensanchada que tenia la vagina. Su pene era más ancho que mi brazo. Ver eso contribuyó más a mi excitación y me moví más rápido, hasta que sentí que el dolor se transformaba en placer. El lo notó y empezó a moverse también, jadeando al unísono conmigo, clavándome sin piedad y si no me destrozó fue porque su mujer colocó su mano en la base de su pene para frenarlo un poco.

Tensé mi cuerpo al sentir el orgasmo y aguanté la respiración hasta que mis convulsiones acabaron, bajando la cabeza, sudando y desmelenada. El sintió mi flacidez y, sin sacarla, se incorporó arrodillándose, hasta que colocó mi cabeza en el diván, y así, con el culo levantado, continuó moviéndose.

La mujer se colocó debajo de mí y pasaba su lengua por mi sexo y el del hombre, mientras que este se fue reclinando, resoplando, hasta que explotó también. Yo lo sentía en todo ese tiempo y me agitaba quedamente, pero ya sin fuerzas para alcanzar mas placer que el que sentía en ese momento. No pudo sacarla, me arrastraba con él, por lo que quedamos los dos tumbados en el suelo, como dos perritos, en cuatro,

  

hasta que perdió tamaño y pudo echarse hacia atrás.

Entré en mi habitación y, dejando la ropa a un lado, caí en la cama junto a mi marido que tenía la cara roja y los ojos brillantes.

- perdona, - le dije – te he avergonzado.

- no, yo sabia lo que iba a pasar cuando te dejé ir, pero cuando te sentí jadear y me asomé, ver tu cara en éxtasis y tus movimientos de placer ha sido lo mas increíble que he presenciado en mi vida. No creí que alguien pudiera transformase así, ni un rostro reflejar lo que vi en el tuyo.

- ¿te ha gustado verme? (no quise añadir: ver follar con otro, me pareció un poco fuerte)

- ha sido una mezcla entre sonrojo por lo que estábamos haciendo y asombro. Me han entrado unos celos tremendos, pero me excitaba; me arrepentía de haberte dejado ir, pero quería ver que pasaba Era como si fuera yo el que estaba debajo de ti, pero al mismo tiempo pudiera verlo todo. Nunca mas volveré a hacerlo, es demasiado para mi.

Se agachó y me tocó un poco los labios del sexo, con cuidado, pero aun

así me tuve que contener un poco.

- ¿te has visto como lo tienes?

- no. ¿Qué pasa?

- esta dilatadísimo. ¿Tan grande era?

- me temo que si. Más de lo que creí al principio.

- y aparte de todo: ¿lo has disfrutado? ¿Estas satisfecha?

- si; y te agradezco que me animaras, si no, no me hubiera atrevido. Para mi ha sido también increíble y diferente y cuando pensé que me estarías viendo no sabia si esconderme, pero me excitaba. Fue tremendo.

- no cabe duda que eso del sexo es un invento formidable

- si, cuando quieras repetimos.

- ¿a que te refieres, con otro o conmigo?

- ya veríamos, según viniera la cosa.

Así, entre bromas, acabó el día. No lo hicimos esa noche. Supongo que quiso respetar un poco que todavía estaba dolorida e hinchada, aunque también pudo ser para evitar que yo hiciera comparaciones. Dormimos abrazados y felices.

Pasamos toda la mañana siguiente en la playa, aprovechando el último día. Me puse mi bikini más pequeño, como a él le gusta, y me colmó de atenciones todo el rato, pero ninguno de los dos sacó el tema que nos rondaba por la cabeza; de hecho, apenas hablamos de nada.

Cuando salimos a la terraza por la tarde, los vecinos también estaban fuera. El me vio y yo creo que asimismo me oyó hablar con mi marido, pero a pesar de todo me hizo una seña. Me acerqué a la esquina de

siempre, con solo las bragas puestas, y el tío me dice, sintiéndose el amo:

- que. ¿Te apetece otra sesión?

- pues veras… es que lo de ayer fue un poco decepcionante. Mucho tamaño, pero poca habilidad. Tuve que pedirle a mi pareja que me lo hiciera bien a continuación.

Mi marido se metió en la habitación con la mano en la boca para que no se oyesen sus carcajadas y mientras yo me retiraba muy digna y moviendo el culo provocativamente, me pareció oír las risas de la mujer al otro lado.

Regresamos a casa al día siguiente, pero durante el viaje por fin hablamos del tema y expresamos nuestras opiniones sobre una cuestión tan delicada. El lo expresó con mejores palabras, pero en el fondo estábamos de acuerdo: una cosa es hacer el amor, con la persona que quieres, y otra muy distinta tener sexo.

No obstante él confesó que no le había gustado verme en brazos de otro hombre y que me tocase y poseyese le había excitado pero le había dolido.

Si en una ocasión determinada ocurría, prefería que no se lo contase, porque siempre me vería disfrutar como el día anterior, no se le olvidaría en muchos años esa imagen. Me dejó confusa, pero esa noche hicimos el amor en nuestra cama como hace mucho tiempo.

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