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Mi hermano me desea (3)

en Amor filial

Mi hermano me desea – 03

Un día que volvía un poco tarde a casa después de una merienda con las amigas, escuché hablar en el cuarto de mi hija a dos personas. A veces llevaba algún amigo y le gustaba charlar con él en su dormitorio, una completa leonera llena de ropa por el suelo, sus bragas usadas por cualquier sitio y la ropa tirada por la cama o las sillas.

A mi no me gustaba, aparte de la mala impresión, no me parecía el sitio mas apropiado para recibir a nadie, pero la verdad es que nunca cerraba la puerta.

Pasé de largo hacia mi dormitorio, callandito, para no molestar, pero paré de golpe al reconocer la voz de mi hermano.

- pues yo creo que son rojas.

- no. Ni hablar. Te has equivocado.

- ¿cómo que no? Enséñamelas para demostrarme que no es cierto

- no hace falta, no tengo ninguna braga roja en mi vestuario

- voy a tener que registrarte el armario para ver si es verdad.

- ya lo has hecho mas de una vez, asqueroso. ¿Crees que no me doy cuenta?

- es imperdonable no tener unas bragas rojas ¿entonces como celebras el año nuevo?

- si te lo dijera no me lo creerías.

- no me digas que…

- si te lo digo.

- ¿sin nada, con todo al aire?

- con todo al aire. Y a las 12 en punto, con la ultima campanada, me subo la falda hasta arriba para que todo el mundo lo celebre conmigo.

- el próximo año nuevo lo pasaré con vosotros. Pero vamos a lo nuestro: entonces son blancas, tipo tanga, cortitas por delante y nada por detrás.

- mira tío, me molesta esta conversación. Todas mis bragas son muy normales, infantiles y blancas. Déjalo ya.

Le estaba echando, pero no se lo decía con esa voz seca y cortante, autoritaria, que ponía cuando se enfadaba. Incluso le estaba siguiendo el juego en esta conversación medio atrevida, medio erótica. Vi como una mano masculina atrapaba unas braguitas blancas, deshilachadas, con un dibujo de Piolín en la parte delantera y las encerraba en su puño.

- No te preocupes, yo te regalaré unas rojas ¿cómo te gustan?

- pequeñas, caladas, con dibujos y rojo muy fuerte.

- ya está, apuntado. Y tu talla, la P ¿no?

- ni por asomo. Me vale la 70 o busca la G. la M me entra un poco ajustada.

- si, tienes buen culo. Eres como tu madre. A ver, ven que te mido.

- si te acercas chillo y te doy una patada ya sabes donde

- bueno, bueno. No te pongas así. ¿me abrirás otra vez cuando te traiga el regalo?

- ni pensarlo. Fuera de aquí.

Si, esta vez la voz era amenazadora. Me retiré a mi cuarto y oí salir a mi hermano del de mi hija, y cómo ésta cerraba con llave.

Él seguía viniendo a mi cama todas las noches que no estaba mi marido y normalmente se quedaba ahí hasta la hora de levantarse para ir a su seminario. Mi hija ya se había acostumbrado a entrar a despedirme y darme un beso como siempre, sin fijarse mas en cual de los dos hombres me acompañaba ese día, y sin hacerme el mas mínimo reproche o comentario.

Al volver una tarde encontré un paquete preciosamente envuelto encima de mi cama. Estaba recogiéndolo y mirándolo por todos los lados, cuando entra mi hija como una tromba.

- vaya, veo que a ti también te ha hecho un regalo.

-¿Quién?

- ¡quien va a ser! Ábrelo y verás.

Lo abrí y aparecieron varios mas pequeños. Primero unas braguitas rojas preciosas, finas, caladas. Luego otras mas grandes, tipo culotte, casi trasparentes y llenas de flores multicolores y por ultimo otras amplias, holgadas, tipo francés, blancas y finísimas, como de gasa.

Según las abría, mi hija me enseñaba otras iguales y al final un envoltorio largo, cuadrado. Quité el papel y… y apareció un consolador no muy grueso, largo, de color carne, con todos los detalles del relieve, las venitas sobresalientes, la puntita en forma de champignon.

- es para que os acordéis de mi de vez en cuando, cuando me vaya.

- fuera de aquí, pervertido, asqueroso y llevaté todo esto.

- ni hablar. Es vuestro, os lo habéis ganado.

Si no sale de estampida de casa lo matamos a palos entre las dos, pero cuando nos quedamos solas empezamos a reírnos con todas las ganas. Mi hija tenía curiosidad.

- ¿se lo vas a devolver?

- en absoluto. Tenía razón, nos lo hemos ganado. Cinco meses llevamos ya aguantándole.

Incluí a mi hija en este plural porque me pareció oírle decir "os lo habéis ganado", pero aun así le pregunté

- ¿no lo habrás hecho con él?

- todavía no.

- ¡cómo que todavía! ¿es que piensas hacerlo? Permíteme una pregunta directa ¿eres virgen?

- pues técnicamente no, pero como si lo fuera. Nunca he sentido un orgasmo.

- ¿y piensas intentarlo con tu tío?

- siempre me gustó la ensalada… ¿por qué no, te parece mal?

Vi que mis razonamientos se volvían contra mí, pero en realidad, si ya lo había hecho con alguno de sus torpes e inexpertos amigos y lo volvería a hacer mas adelante, cuando le diera la gana, y vete tú a saber con quien, ¿Por qué no dejarla probar algo bien hecho? La labor de un artista del sexo. Y sin ningún tipo de complicaciones, dentro de un mes se iría.

- mira hija, tu sabes mejor que nadie lo que quieres y yo no te puedo enseñar mas. Si yo a tu edad hubiera sido la mitad de lista que tú para todo, a estas alturas sería ministra o miembra del Congreso.

- ¿y eso que es?

- nada, una tontería que oí ayer en la tele.

Y era verdad. Su seguridad era aplastante y desde luego, si quería algo lo conseguía y poco importaba lo que yo pudiera decir. Incluso era mejor no decir nada para que no se empeñara en algo solo por llevarme la contraria.

Desde esta ocasión ocurrieron muchas cosas. Alguna noche mi hermano no iba a mi habitación. Daba igual que estuviera mi marido o no, siempre estaba contento. Nos renovó nuestro vestuario intimo a su capricho y volvimos a pasear por casa en bragas (idénticas ambas) y en camiseta. Mi marido decía que si ya habíamos vuelto a ir de compras juntas y mi hermano nos miraba entusiasmado a las dos.

Y todo desde aquella mañana en que nada mas irse mi marido, al cerrar el cuarto de baño, vi una sombra salir del cuarto de mi hija, murmurando la cantinela habitual con una ligera variación.

- ay Pepi, Pepi. ¡Qué hija tan rica tienes, hermanita!

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