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La culpa fue de ella - 6

en Amor filial

Dobles parejas

¡Que bien iba aquello! Las dos hermanas felices, yo también feliz y repetidas y esplendidas sesiones de sexo con las dos. ¿Qué más se podía pedir?

Yo nada, por supuesto, pero parece que ellas si. Bueno, me dijeron claramente que conmigo no tenían suficiente, que necesitaban algo mas, que siempre una de las dos se quedaba a medias.

¡Hombre! A medias… A lo mejor era verdad. Cuando acababa con una tardaba en reaccionar y muchas veces las veía tocarse y darse placer cuando yo estaba a un lado, cansado y medio dormido.

Vamos, que querían meter a otro en este trío perfecto, para cargarse la buena armonía que existía entre los tres. Podia ser Roberto… No me caia mal, pero me humillaba que fuera él. Le había visto poseer a mi mujer, en mi casa, disfrutando los dos como locos. Y a Lucia colaborando.

- no me gusta Roberto

- mira Vicente, a mi si y además sabes que ya lo he hecho con él. ¿O no lo viste?

- ¿que ya lo has hecho con él? ¿Que te has acostado con tu cuñado? ¡Pero como me puedes decir eso!

- ja ja ja ja… venga, por favor. Que además de verte tuve que ir limpiando las manchas de lo que ibas soltando por toda la casa, cochino.

- yo no he sido. A mi no se me ha escapado nada detrás de ningún mueble.

- ya, de acuerdo. Mira, ¿quieres estar delante cuando lo hagamos o prefieres mirar detrás de la puerta de la cocina?

La miraba allí, recostada en la cama, con la bata casi abierta del todo y miraba su chochito al aire, perfecto, siempre apetecible. Y su mirada retadora y jovial, como riéndose de mi y de mis tribulaciones, de mi desconcierto.

Siempre iba por delante. Lo sabía todo. Tendría que dedicarme a buscar las cámaras, porque era imposible que me hubiera visto en aquellas vergonzosas ocasiones.

¿O sí me había visto y había disfrutado mas al saberme presente? 

- bueno… te dejaré que lo hagas con él… pero tengo que estar yo delante, si no nada.

Así. Que se diera cuenta de quien mandaba y decidía en casa. Ya estaba bien de que fuera ella la que resolvía lo que debíamos hacer y con quien. Demostrando que era yo el que elegía y el que decía cuando y como.

- de acuerdo, pero no te retrases mucho esta tarde por si acaso. Piensa venir Roberto un rato antes a merendar con nosotras.

- muy bien. Pues a lo mejor esta tarde le decimos a Roberto si quiere participar.

- lo que tu digas, mi amor.

Eso es. Respetando mis decisiones. Parecía que ya se estaba dando cuenta de que era yo quien llevaba las riendas del asunto. La agarré para darle un beso, la acaricié la espalda y algo mas abajo, la estrujé entre mis brazos… mi polla pedía guerra ahí abajo y Conchi me separó de ella con firmeza.

- tú pierde fuerzas ahora y ya veras como esta tarde haces el ridículo.

- ¿y quien ha dicho que lo vamos a hacer esta tarde?

- tu lo has dicho, ¿no?

¿Yo había dicho que lo haríamos esta tarde? No me acordaba. Solo dije que se lo sugeriríamos, me parecía. ¿O lo había dado por hecho? Bueno, daba igual. Si ella lo había entendido así, pues estaba bien.

Hice todo lo posible para que la excusa de que me dolía la cabeza pareciera veraz y me largué del trabajo unas horas antes de lo normal. No quería que empezaran sin mí. Habíamos quedado a merendar esa tarde en casa de Lucia y fui corriendo para allá.

Pero no, parecía que después de todo yo lo había entendido mal, porque en casa estaban las dos solas, hablando tranquilamente en el salón, de sus cosas.

Ni siquiera se levantaron cuando entré yo, a saludarme, como otras veces. Solo me dijeron que si quería algo que me lo sirviera yo mismo. Las miré con picardía y segunda intención, relamiéndome visiblemente con la legua entre los labios.

-¿Puedo elegir cualquier cosa?

- si. Tienes la nevera a tu disposición.

No era eso lo que yo quería elegir, pero bueno, me fui a por una cerveza y una jarra fría. Al volver, estaban de pie las dos, con las faldas subidas, juntos los muslos y mirándose recíprocamente.

- ¿verdad que estoy yo mas morena?

- pues, no se, la verdad. Parecéis las dos iguales. Estais las dos bastante negras.

- y sin marcas, como a ti te gusta.

- ¿tu tampoco, Lucia?

- claro, mira.

Y se desnudó casi del todo, las minúsculas braguitas resaltando en mitad de su moreno cuerpo y dando un par de vueltas para que yo observase bien. Conchi la imitó. Parecía que daba comienzo la función. Y sin Roberto. Mucho mejor.

- ¿seguro que no se os notan las marcas por ningún sitio?

Casi ni hacía falta que yo se lo insinuara, pero atendieron mi súplica y se bajaron las bragas, quedando desnudas a un paso de mi. Ya no siguieron pretextando nada para empezar el juego, se sentaron a mi lado y entre las dos me quitaron la ropa.

Empecé por tocarle los pechos a Lucia, mas que nada por educación, era la anfitriona. Tiene unos pechos perfectos y los pezones, gorditos y bien visibles, se pusieron de punta instantáneamente a mi contacto.

Pasé entonces a agarrar los de Conchita. Son pequeñitos, apenas resaltan entre la redondez del pecho y solo la diferencia de color, apenas visible ya por el tono tostado adquirido en las sesiones de sol, denotaban que ahí había algo dulce y suave, que pedía ser acariciado y besado.

¡Que contraste entre los pechos de las dos hermanas! Me había acostumbrado a los de mi mujer, pero me sentía irremediablemente atraído por los de Lucia y su grosor, su realce al estar expuestos o excitados, como la piel de la aureola casi desaparecía, arrugándose, con un tacto de dureza y relieve desigual que apretaba el conjunto del pezón y lo apuntalaba vertical en mitad de su redonda posición.

Siempre que empezábamos con estos juegos me entraba la duda de a quien dedicar mis mimos y mis caricias para ir excitando y subiendo su libido. Pasaba de una a otra, pero parecía que una de las dos siempre se quedaba esperando.

Si me entregaba a Lucia, por la novedad, el morbo, lo fuera de la cotidianeidad, y atendía menos a Conchita, parecía que la hiciera de menos. Si era con Conchi, la sensación era de falta de deseo a lo que me ofrecía su hermana, como si ya no me gustase, o si después de comparar prefiriese lo de siempre.

Esta vez lo resolvió mi mujer casi de una manera natural. Cuando estaba besando el pecho de Lucia y acariciando sus piernas y sus muslos, se pegó a mi espalda, abrazándome y casi reclinándome contra el cuerpo de su hermana, que cayó suavemente recostado en el sofá.

Estaba excitada y yo también. Poco tardamos en olvidarnos de todo y ella misma se encargo de dirigir mi polla hacia su rajita palpitante. Me dediqué a ella con pasión y ni siquiera me di cuenta de cuando Conchita se separó de nosotros y nos dejó disfrutando a nuestro aire.

Fue un ruido inconfundible y unos sonoros gemidos los que me hicieron levantar la cabeza desde mi posición en el sillón, detrás del cuerpo de Lucia, e intentar ver qué pasaba un poco mas allá.

Me quedé inmovilizado por lo que vi. Mi mujer estaba enfrente de mí, tumbada, con las piernas totalmente abiertas y tomando aire ante los embates de Roberto, que la agarraba por una pierna para que su cuerpo no se desplazara por toda la habitación de la fuerza con que la acometía.

No podía dejar de mirar. Lucia vibraba, pero era mas bien por sus movimientos que por el interés que estaba yo poniendo en lo que teníamos entre manos. O más bien entre piernas.

Estaba paralizado viendo como Conchi disfrutaba y se agitaba y sollozaba, sin duda deleitándose de una buena sesión de sexo con otro hombre. Dejé de moverme, pero Lucia apenas se enteró, seguía a lo suyo, y mi pene estaba enorme y rígido por la excitación del cuadro salvaje que tenia ante mi vista.

Me corrí cuando vi la cara de Conchi desfigurada y resplandeciente por el orgasmo que su compañero le arrancaba, sin saber si su hermana, debajo de mi, estaba o no disfrutando.

Solo cuando Roberto cayó despacio sobre su cuerpo y me tapó la visión de ella, pude ver la cara feliz, pero extrañada, de mi compañera de juegos, que me miraba sudorosa y desconcertada por mi escaso entusiasmo, o tal vez por la enorme dureza que todavía tenía mi herramienta en su interior.

Lo hicimos alguna otra vez juntos, pero sin intercambio. Cada uno con la suya. Nos excitaba vernos tan cerca y oírnos, sobre todo. A veces nos quedábamos mirando, para ver como nos emparejábamos, tal vez esperando Roberto la ocasión de volver a gozar de mi mujer, pero yo no le daba la oportunidad de repetir, aunque estaba seguro de que alguna vez lo haría, cuando yo no estuviera presente.

Todavía tenía una espina clavada, pero me la saqué un día que fuimos a casa de unos amigos, a merendar y tomar el sol en su piscina.

Era un matrimonio con el que a veces salíamos, amigos de Roberto y Lucia y él era el que se folló a mi mujer un día que yo aparecí por casa y les pille haciendo un trío, al principio de esta desbocada carrera de intercambios que yo sin querer había desatado.

La verdad es que yo miraba a su mujer, mas que nada por el contraste. Era rubia, con un cuerpo esplendido, y allí tumbados en el césped y charlando se me iba la vista a su culo, embutido en un casto y muy decente bikini y al bulto que formaba su coño, sobresaliente y hundido en el centro, marcándose toda la rajita.

La tela fina me dejaba incluso ver algún pelito que la atravesaba y que demostraba que el color rubio de su pelo era natural. ¿Y si tuviera ocasión de vengarme en aquel chochito esplendido que tenia ante mis narices? El bien se había follado a mi mujer, luego era justo que yo lo hiciera con la suya.

Todavía tardé un buen rato en poder verle las tetas, cuando ya las otras dos chicas llevaban casi una hora con el pecho al aire. Se echó bien de crema por toda la parte delantera y al envarar el cuerpo para realizar esta operación, su coño quedó todavía mas resaltado bajo la tela.

Si, estaba bien apetecible. Tenía que buscar la forma de provocarla y conseguir que lo hiciera conmigo. No era solo que me gustase, y mucho, sino un verdadero acto de justicia. Pero ¿como iba a venir a su casa y decirle?

-oye, que he decidido que vamos a follar. Me lo debes por lo que tu marido le hizo a Conchi.

Era una tontería y su reacción seria la de reírse de mi. Esas cosas de que la mujer, por vengarse del marido, se acuesta con el que se lo pide, solo ocurre en los cuentos.

En fin, la tarde pasaba, bebíamos, nos bañábamos, charlábamos y reíamos, pero no veía la forma de lograr follármela y su bulto hendido me estaba obsesionando casi de la misma manera que tiempo atrás el culo de Lucia. Menos mal que ella parecía no darse cuenta, porque mi vista no descansaba y casi me lo sabia de memoria.

La seguí cuando me pidió que la acompañase a por mas bebidas, porque era el único que estaba fuera del agua y medio seco y al quedarme a su lado pude apreciar el leve bamboleo de sus tetas y el vaivén de su trasero. Estaba buenísima, la verdad. Si consiguiera que se incorporase a nuestros juegos, sería casi perfecto…

Pero parecía tan recatada… no me hacia ninguna ilusión y solo mi amigo, debajo de mi bañador, era el que no perdía la esperanza y se preparaba para aprovechar la primera oportunidad que se le presentase.

- ve cogiendo las latas y las pones en el cubo de hielo, que me voy a cambiar este bikini húmedo.

Y se puso de espaldas a mí y se lo quitó tan tranquila, lo dejó encima de una silla y se puso a buscar algo por allí, en pelotas, desnuda del todo, y en la cocina, obviamente, no podía ser otro bikini.

Mi amigo amenazó con escaparse y actuar por su cuenta si yo seguía con cara de bobo, mirando como iba de acá para allá, como si yo no estuviera en la habitación aquella y mas empalmado que un burro en un harén de burras.

En cuanto se puso a tiro la agarré, la subí a uno de los muebles bajos y me saqué rápidamente el bañador. No puso cara de sorpresa, al contrario, sonrió, como diciendo: por fin te decides, pero soltó una especie de protesta tímida.

- que haces, esta loco.

- loco por follarte, por ver si mi polla se tranquiliza un poco ahí dentro, que mira como la has puesto toda la tarde.

- nos pueden ver, vamos a otro lado

- tranquila, siguen en el agua. Desde aquí se ve todo.

Y se calló por fin cuando la sintió bien dentro, aunque luego empezó a hablar de nuevo, cosas incoherentes: sigue, vamos, ay… y yo pues… seguí claro, vamos que empujé todo lo que pude y ay, ay, ay, gemía y soltaba bajito.

¡Y que mojadita estaba! Debía estar deseándolo también. Ploff, ploff, sonaba. Y me encendía ese sonido, y sus gemidos y ayes.

¡Qué delicia el fruto prohibido! Y desde fuera podrían ver su espalda desnuda tras los cristales, y sus movimientos de placer y a lo mejor su cara disfrutando de aquel magnifico polvo. Era casi como hacerlo delante de sus narices.

Para que aprendiera ese tipejo a no enrollarse con las mujeres de los demás. Ella gritaba cada vez mas alto, según le llegaban los estertores del orgasmo y yo le solté toda mi carga en aquel chochito provocador, que había estado sonriéndome toda la tarde.

Se abrazó a mi cuello mientras nos tranquilizábamos los dos, su cara en mi hombro y mis manos en su culo. Cuando la auxilié para bajarse busqué sus bragas, gentil como siempre, para ayudarle a ponérselas y poder salir al jardín decentemente con el cubo de las bebidas.

¡Pero que hacía! Me las rechazó y se dirigió a donde estaban los otros totalmente desnuda. ¡Otra loca!

Su esbelta figura se contoneaba delante de mí, avanzando hacia la puerta, su trasero ondulante como con un suave oleaje, magnifica en los movimientos de su cuerpo y totalmente ida en su cerebro, bajo ese precioso pelo rubio.

La seguí como un tonto, con las bragas en la mano y subiéndome malamente el pantalón de baño que ya me había hecho tropezar un par de veces, llamándola en voz baja para que se diera cuenta de su error, de su desnudez y no hiciera el ridículo al aparecer de esa manera delante de los otros.

Todavía se volvió antes de atravesar la puerta, me sonrió, ofreciéndome un escorzo de su cuerpo brillante por la luz que le daba desde el exterior y salió como estaba, expuesta y exquisita en su estado natural.

- chicos, que bueno. Creo que podemos considerarnos ya como tres parejas bien avenidas.

- ¿lo has conseguido? ¿Se ha animado a hacerlo con lo tímido que parecía?

- ¿es que creéis que alguien puede resistirse a esto?

Y se dio la vuelta despacio, exhibiendo sus encantos ante aquel publico incondicional, que ya parecía no apreciarlo como yo hace un rato, lo que me daba a entender que ya debía ser habitual verse así los unos a los otros.

Y aquella tarde, en el salón de su casa, mientras veía enfrente de mi a Lucia entre ellos dos, recapacitaba en todo lo que había pasado.

Creía que había conseguido a mi cuñada. La tía mas buena después de mi Conchi, que la había conquistado con mis encantos y que ella no había podido resistirse a ellos.

Pensaba que mi mujer nunca seria capaz de hacer lo que decía y hacía su hermana, pero yo había sido testigo de que sí, y además disfrutando y provocándome.

Y ahora veía a Lucia, mi meta espiritual, mi deseada conquista, con sus enloquecedores pechos y la punta de sus pezones, el imán de mis ojos, entre los dedazos de aquellos dos hombres.

Su culo apretado entre los muslos de ambos, que también ponían sus manos en él, y su chochito recortado y suave, donde se dirigían las miradas y los deseos de los tres hombres que allí estábamos.

Y yo enfrente. Entre dos mujeres, una morena y una rubia, como en la zarzuela, que intentaban animar a mi pobre y escuálido amigo que ya no le importaba si esa tarde mojaría o no, porque su dueño, mi cerebro, estaba en otro sitio.

¡Ella tenia la culpa!

Pero no. Por mucho que lo repitiera, no era así. Algo de culpa tenia, por supuesto, pero ni la mitad que yo. Mi estupidez y mi confianza me habían llevado hasta allí.

Y me dolía saber que dentro de un rato estaríamos enzarzados en otra juerga erótica entre seis. Y que yo me moriría de celos, y de dolor. Y que vería a mi Conchita en manos de uno de ellos, o de los dos. Y que lo disfrutaría, pero siempre pensando que nunca debía de haber comenzado aquello.

¡La culpa fue mía! Solo mía.

¿Querría escucharme y regresar al punto del que nunca debimos partir?

Por favor….

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