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El placer de viajar (5)

en Hetero: Infidelidad

EL PLACER DE VIAJAR - 5

Buenos Aires

Volábamos por encima del océano y seguía la oscuridad de la noche con la que despegamos unas cuatro horas antes. Maite estuvo nerviosa un rato y luego se quedó estirada en el asiento, dormitando un poco.

Nos habían dado de cenar y las luces se fueron apagando, hasta quedar en una semipenumbra que invitaba a dormir a pesar de los nervios del viaje.

Hacía calor, pero yo me coloqué una manta por encima y me quité los zapatos. La chaqueta la habíamos colocado arriba enseguida y a pesar de llevar un vestido ligero estaba casi sudando. Me movía a ver si me daba algo de aire y me desabroché algún botón por debajo de la manta. Maite me confirmó que tenía también mucho calor y se levantó a

 

hablar con la azafata.

Noté como la manta iba resbalando y cuando cayó al suelo por fin, me encontré más a gusto y me pude quedar quieta, medio tumbada en el asiento. El ronroneo de los motores era monótono y continuo y propiciaba el sueño, pero me costaba dormir, pensando en la noche anterior.

Como siempre, no eran remordimientos sin mas, ni culpabilidad. Analizaba como me dejaba llevar por mi deseo, y por unas situaciones que yo misma provocaba muchas veces, a sabiendas de que acabarían en una nueva infidelidad.

Pensaba que no sería capaz de hacer lo de Maite: tener un amante y buscarle cuando lo necesitaba. En realidad no era mucho mejor lo que hacia yo, aprovechar las ocasiones y acostarme con el primero que me incitaba un poco. Había, eso si, una diferencia que yo consideraba fundamental. La mayoría de las veces que yo lo hacia, que no pasaban de ser dos o tres a lo largo de un año, incluso otros no ocurría nunca, se lo contaba mas o menos a mi marido.

En ese más o menos estaba el engaño. Rara era la vez que le describía por completo, y con pelos y señales lo que realmente había sucedido y qué parte principal había tenido yo en que eso sucediera.

El no le daba mucha importancia y solo me preguntaba si me lo había pasado bien. No se consideraba ofendido ni cornudo, como vulgarmente se dice. A veces era celoso y otras se le veía molesto, pero cuando veía que yo no cambiaba y que le quería igual o mas que antes se le pasaba rápido.

Una vez me dijo que no es que yo fuera una mujer caliente, ni siquiera fácil, pero que me metía inconscientemente en situaciones en la que me costaba salir cuando me había animado lo suficiente. Sin embargo lo de ayer fue premeditado, como alguna que otra vez. Desde un principio quería que ocurriese algo y cuando ocurrió me sentí feliz y disfruté del sexo con ese hombre. Que por cierto, estaba bien bueno, no estaría mal repetirlo alguna otra vez.

En fin, que hace un momento me estaba martirizando por mi conducta y en unos minutos me volví a excitar recordando aquel tipo, su cuerpo y su pene dentro de mí, pensando que no estaría mal tenerle aquí cerquita en estos momentos.

Un pequeño bote del avión me hizo despertar bruscamente y abrí los ojos. Delante de mi tenía lo que estaba pidiendo y soñando segundos antes. Un hombre alto, en la oscuridad parecía buen tipo, en mangas de camisa, apoyado en el asiento de delante y ligeramente reclinado hacia mí.

Sentí mover su mano rápidamente hacia atrás y como se iba alejando por el pasillo, y un ligero fresquillo en mis piernas. El fresco que seguía al calor de su mano sobre mi muslo, al descubierto cuando la manta resbaló hasta el suelo. Me había estado tocando y eso fue lo que provocó los recuerdos de anoche y el calor que tenia en mis piernas, al aire.

Me bajé la falda, tapándome un poco y me di cuenta de que parte de mi pecho también estaba fuera y el vestido retorcido, mal enrollado alrededor de mi cuerpo. Me encontraba incomoda y me puse en pie para arreglarme un poco, antes de sentarme de nuevo.

Maite estaba al fondo del pasillo, hablando con los auxiliares de vuelo, y al verme vino de nuevo a su sitio, abrió unos respiraderos individuales en el techo y una corriente de aire fresco me envolvió. Que delicia, por fin.

Nos quedaban siete u ocho horas y había acordado con el sobrecargo que cuando pasásemos por el ecuador nos despertarían y brindaríamos con champagne.

Tardamos unas doce horas y empezó a amanecer alrededor de una hora antes de aterrizar en Ezeiza. Al salir con el equipaje y pasar la aduana les vimos esperando detrás de los cristales. Eran aproximadamente las ocho de la mañana y fue una noche muy larga. Estábamos cansadas a pesar de lo confortable del avión.

Ellos Vivian en un apartamento amueblado y lo cambiaron por otro bastante mas grande para los días que estuviéramos nosotras, de esa manera, aunque no estuviéramos independientes cada pareja, vivíamos juntos sin molestarnos excesivamente.

Descansamos un poco después de deshacer las maletas, pero a la hora de comer ya estábamos listas y dispuestas a conocer la ciudad. Primero nos llevaron a un asador en la calle Florida y allí empezamos a apreciar las diferencias con España. Aprendimos lo del bifé y que el chorizo no era un embutido, sino la mejor carne del mundo.

El acento era curiosísimo y nos encantaba. Ellos nos aclararon que a los argentinos les parecía igual con el nuestro y que no nos preocupásemos de meter la pata, porque la gente entendía perfectamente lo que decíamos aunque lo expresásemos con diferentes giros.

Nos fuimos a dormir pronto, queríamos estar solos después de tanto tiempo. Mi marido me hizo olvidar pronto la soledad y el deseo de estar con alguien, su presencia me era muy necesaria y entonces me di cuenta cuanto lo echaba de menos. Estaba deseando verme y me hizo el amor de una forma increíble y apasionada. También para él el tiempo de separación había sido muy largo.

El día siguiente, por ser sábado, lo tenían libre y nos enseñaron lo mas importante de la ciudad y como manejarnos por ella en metro o en taxi, que no era muy caro, eso si, había que ir agarrada a una barra que tenia delante de los asientos porque conducían a una velocidad de vértigo y hasta que no iban a chocar, no frenaban.

A la noche nos llevaron a un boliche a bailar tango. No se llamaba boliche exactamente, no se si era tangueria o bailable, pero sonaba algo así. Era increíble como se movían las parejas y lo patosos que eran nuestros maridos. Al final les dejamos sentados y bailamos las dos juntas, se nos daba de miedo.

Alguno intentó sacarnos a bailar pero nosotras rehusamos todas las invitaciones. Me imagino que ver dos mujeres bailando solas era una provocación para ser asediadas y era algo molesto decir que no continuamente, pero tampoco insistían demasiado.

Tampoco el atuendo que llevábamos era el mas adecuado. Con esos vestidos demasiado cortos, tampoco nos podíamos mover como queríamos, y muchas veces se quedaba la faldita enrollada en la cintura y mis bragas al aire un buen rato, hasta que ella dejaba de pegarse a mí.

Desde luego, dimos un buen espectáculo. Mi marido estaba entusiasmado mirándome. Acabamos agotadas y sudando como en una sauna, pero Maite estaba encantada.

- el primer día que nos quedemos solas venimos para acá. ¿Te has fijado cuanto tío bueno?

- pero chica, que acabamos de llegar. No empieces tan pronto a hacer planes para cuando se vayan.

- te dije antes de salir de que nos lo íbamos a pasar de miedo y no me equivocaba.

- ¿y te has fijado la pinta de gansters que tienen? Si casi dan miedo.

- mira esa tía. Nos tenemos que comprar un vestido con corte a un lado para venir a bailar aquí.

Nos gustó el ambiente, y la gente y la música. Yo también pensaba que teníamos que volver algún día solas, pero a bailar principalmente, no a lo que ella pensaba. Era increíble como se movían los hombres, con lo patoso que era mi marido y qué forma de sujetar a su pareja.

Al día siguiente visitamos la Casa Rosada y la Catedral, muy rara por fuera y después fuimos a comer por el puerto. Todo era nuevo y precioso. Y grande. En una calle que tenía un obelisco en medio, nos explicaron que según los bonaerenses, era la más ancha del mundo.

No sé si del mundo, porque fuimos descubriendo poco a poco lo exagerados que eran los argentinos, pero si era la más ancha que yo había visto nunca.

En fin, para rematar la noche nos llevaron a una cena con espectáculo, en un sitio más bien pequeño que había que reservar con bastante tiempo. Ahí descubrí otra cosa, que me emocionó más que todo lo anterior. La verdadera música argentina, la autentica, no era el tango. Ese sonido del bombo, la flauta, las boleadoras golpeando en el escenario, y las melodías cantadas por grupos eran impactantes. La cueca, la samba, estaba realmente transportada por el espectáculo, que según me explicaron, no es que fuera malo, pero mas bien para turistas y algún día nos llevarían a uno de mas calidad.

Volvíamos andando a casa y pasamos por una sala de fiestas. Nosotras estábamos totalmente despiertas, todavía teníamos el horario de Madrid y no pensamos en ellos. Les obligamos a entrar aunque tenían que madrugar al día siguiente.

Esta vez nos colamos, o por lo menos yo. No era una sala de tomar una copa y charlar o bailar, era también con espectáculo, y algo subido de tono.

No mirábamos mucho a la pista, aunque estábamos relativamente cerca. Hacían algún numero de un hombre y una mujer, sin sexo, pero desnudos al final y simulando un baile erótico que pretendía ser artístico.

Me di cuenta que Maite dejaba de hablar con nosotros cuando salía alguna bailarina de striptease y ponía mucha atención. Su marido la miraba sonriente y con cara de cachondeo. Me extrañó, porque no suponía que la podía atraer de aquello.

- ¿no me digas que te gusta ese espectáculo?

- las chicas están muy bien, fíjate que tipos.

- Si, ya veo. Se mueven muy bien, y tienen buen cuerpo, pero yo no le

 

veo la gracia.

Intervino entonces él, que más que a mí, se dirigió a mi marido:

- es que una vez, en una fiesta parecida a esta, salió al escenario y se denudó con la música y desde entonces se cree una artista.

-¿y la dejaste salir? ¿A que se desnudara delante de todo el mundo?

- bueno no se desnudó del todo, y era en un sitio que no pensábamos volver nunca, en aquel viaje que hicimos a Barcelona, ¿te acuerdas?

- si, yo también fui, pero no me acuerdo de eso. Y puedes estar seguro que no se me hubiera olvidado.

- esa noche tu no venias, por eso lo hizo.

- o sea, que me lo perdí. Vaya un amigo.

- oye, (terció ella) si es por eso, lo hago al llegar a casa para que veas que no es mentira.

- pues venga, vamos para casa.

Yo pensaba que era capaz de hacerlo. La vi cuando me lo insinuó la otra noche en su casa con sus dos amigos, y la verdad es que le echó bastante arte y estaba bastante bien, no tenia nada que envidiar a las bailarinas de aquel local.

Gracias a dios, cuando llegamos a casa, nos fuimos cada uno a nuestra habitación y ahí acabó aquella noche, porque fui todo el camino temblando al pensar de lo que sería capaz de hacer.

Siguieron unos días normales y ella se comportó corriente, para lo que yo esperaba después de las cosas que había visto desde que la conocía, pero llegó un día en que ellos saldrían de viaje y estarían un par de días fuera.

Esa misma tarde, nada mas terminar de comer juntas en casa, me soltó:

- bueno, ¿donde prefieres ir esta noche, a bailar tango o a una disco normal?

- ¿Qué estás preparando? No quiero juerga solo porque estemos solas.

- mira. A ti te apetece bailar, igual que a mí, y nuestros maridos no saben ni les gusta. No les hemos insistido en toda la semana para no obligarles, pero ahora podemos ir nosotras y pasárnoslo bien.

- si, tienes razón, vamos a bailar, pero normal y mañana compramos una falda para bailar tango.

- ¿tu crees que no se puede bailar tango si no vistes una falda con abertura hasta arriba?

- no sé, pero le da mucho mas ambiente.

Esa noche cenamos cualquier cosa y nos fuimos a bailar por ahí. No conocíamos el sitio, pero lo habíamos visto al pasar los días anteriores y nos pareció que estaba bien.

Nos equivocamos totalmente. Estaba lleno de mujeres mayores, casi todas americanas o alemanas, con ganas de cachondeo y rodeadas de chicos jóvenes, al acecho para buscar cual caía esa noche. Fue un asedio desconsiderado, porque ellos creían que nosotras íbamos a buscar chicos jóvenes, igual que las demás, y nos tuvimos que retirar mas pronto de lo que habíamos pensado.

Al día siguiente nos fuimos directamente a la tangueria de días anteriores y resultó perfecto. Nos sacaron a bailar bastante pronto: solas y vestidas para el tango era lo que la mitad de los hombres que había allí solos estaban esperando.

Sabíamos movernos de sobra y ahora solo faltaba aprender las piruetas y los pasos que hacen que este baile sea diferente de los demás. Voluntarios para enseñarnos no faltaron y resultamos buenas alumnas.

Era maravilloso sentir el ritmo y seguirlo, abrazadas por esos hombres altos y fuertes. Es un baile muy sensual y nos fuimos acalorando con los movimientos y el contacto de los cuerpos.

Hubo uno en particular que me sujetó fuertemente por la cintura, solo

con una mano y parecía que fuera una peonza a su alrededor. Me dijo como meter la pierna entre las suyas y levantarla exageradamente al avanzar hacia él. Cuando termino la pieza y quedé casi tumbada, sujetada por su fuerte abrazo y su cara muy cerca de la mía, casi esperaba que me tumbase y me forzase, o por lo menos que me besara apasionadamente, pero solo era un final mas o menos teatral.

Acabamos agotadas y felices y era tardísimo cuando decidimos regresar a casa. Buscamos las chaquetas en el vestuario y salimos a buscar un taxi. Estaba todo oscuro, las farolas apenas servían de adorno y no sabíamos hacia que lado tirar.

Vimos cerca de la puerta dos o tres chicos, de los que habían bailado con nosotras y decidimos preguntarles:

- oye, por favor, ¿donde podríamos coger un taxi?

- ¡Qué barbaridad! ¿Para que queréis coger un taxi? Es mucho mejor que cogais con nosotros.

- co…como…

- que si queréis coger, para eso estamos nosotros aquí.

Entonces caí en que esa era una de las palabras que nos habían avisado que no podíamos usar, porque en este país tenía un significado muy diferente y me puse toda colorada, no sabia donde meterme.

Maite acudió al quite, pero para mi gusto lo empeoró mas, a no ser que fuera eso lo que ella quería decir.

- oye, pues nos encantaría coger con vosotros, si estáis dispuestos.

- siempre lo estamos para dos bellezas como vosotras.

- pues venga, eso se demuestra.

- ¿tenéis donde ir o vamos a un hotel?

- preferimos un hotel, en nuestra casa se pueden enfadar nuestros maridos.

- vaya, así que casadas. Perfecto, es lo que faltaba para acabar bien la noche.

Uno se dirigió algunas calles mas allá a buscar un taxi y yo me encaré con Maite, no enfadada, pero si sorprendida por su desfachatez.

- ¿no te iras a acostar con estos?

- iremos, porque tú también vienes.

- ¿pero ya empezamos? Creí que

solo habíamos venido a bailar.

- Si, pero este baile me ha puesto muy cachonda. No sabía que fuera a ser tan tocada y zarandeada por un hombre, y tan pegados los cuerpos... Necesito un desahogo. ¿Tú no?

- pues no me vendría mal, tienes razón, lo que pasa es que no contaba con ello esta noche y me ha sorprendido que fueras tan directa.

- oye, que la que les ha dicho de coger has sido tú, no yo…

- sabes que me equivoqué, es que me sale sin querer, es la costumbre.

- ah… pues la próxima vez fíjate bien lo que dices.

Nos fuimos los cuatro en un taxi a un hotel que ellos conocían, y que alquilaban las habitaciones por horas. No sabía yo que existiera esa modalidad de alojamiento. Para estos casos era muy práctico y más barato que pagar una noche entera. En recepción ni siquiera nos pidieron la documentación.

Fuimos cada pareja a una habitación. Yo estaba un poco asustada y arrepentida de haberme dejado convencer. El hombre parecía normal y yo había bailado esa noche con él, y su comportamiento fue siempre correcto pero había algo en todo aquello que resultaba fuera de lugar. ¿Qué pintaba yo allí, en un sitio extraño y sola con un hombre que acababa de conocer hace tan solo media hora?

Resultaba todo un poco sórdido, no era la forma de tener sexo que a mi me gustaba. El hotel estaba muy bien y las habitaciones cuidadas y limpias. Incluso el jabón tenía forma de corazón de color rosa, y la cama era amplia y cómoda. Entré en el baño y estaba bien equipado y olía bien.

Fue mas bien un desahogo, como decía Maite que un acto agradable y apasionado. Me dio hasta vergüenza desnudarme del todo y me dejé la camisa puesta, solo me quite la falda y las bragas.

Mientras él se desnudaba yo me senté en la cama, esperando que acabase y ahora ya pensando que se acabara lo antes posible. Se echó sobre mí, tumbándome en la cama, y empezó a tocarme y darme besos en la cara, con torpeza y algo de fuerza.

Pasó rápidamente de los preliminares, con unos besos y toqueteos y me separó un poco el sujetador para sobarme las tetas. Tenía el pene bien tieso y a punto y apenas esperó para meterlo.

Intenté seguirle el ritmo pero era muy difícil. Él estaba ya listo y yo no. Al ver que apenas me movía, y que estaba como una muñeca, dejándome hacer, paró un poco y me abrió la camisa, todo ello sin sacarla. Me desabrochó el sujetador y se dedicó un poco a mis pechos, intentando excitarme, pellizcándome los pezones y chupándolos de vez en cuando.

Cuando se cansó o creyó que ya había hecho lo suficiente, se dedicó a meter y sacar su pene, agarrándome los brazos sobre la cama. Estaba bien dotado y yo la sentía dándome gusto, pero mi mente no estaba allí, no conseguía participar en todo aquello.

Todo era un poco irreal. Él olía mal después de toda la noche bailando, ni siquiera se duchó antes de empezar. Yo no se como olería pero estaba tremendamente cansada. Había pasado una noche entera bailando, y estaba agotada, solo quería irme a casa y descansar y de pronto esto.

El caso es que él no tenia la culpa, fuimos nosotras las que les provocamos, más bien Maite, pero yo podía no haber aceptado. Me equivoqué. Intenté colaborar y me moví contra su pene, apretando mis músculos alrededor suyo, para sentirle mejor y que su movimiento en mi interior me sensibilizara algo para poder llegar al orgasmo.

En fin, hice lo que pude para que no se diera cuenta de mi pasividad y cuando él se corrió, entre mi insensibilidad interna y el preservativo apenas me di cuenta y sentí un ligero placer, que aumenté, por primera vez que yo recordase, engañándole como si hubiera sido el mejor polvo de mi vida.

- ¿te ha gustado, eh, muñeca? ¿Quieres que estemos otra hora más?

- no sería capaz. Me has dejado destrozada. Tienes una polla enorme.

- si, hasta ahora no se ha quejado ninguna.

- como se van a quejar. Agradecidas tendrían que estar.

- tú si que entiendes. ¿Todas las gallegas sois así?

- no, si yo no soy gallega, soy de Madrid.

- bueno, si tu lo dices. Vamos a lavarnos un poco que enseguida nos llamaran.

El se limpió con la toalla, sin agua ni nada y yo me lavé un poco en el bidé, y me puse las bragas rápidamente, no sea que se lo volviese a pensar. Preferí ducharme al llegar a casa y me senté en la cama mientras se vestía. En ese momento sonó el teléfono.

- ¿quien era?

- nada, avisaban que faltan cinco minutos para la hora.

- Pues vámonos

Me vestí en un santiamén y bajamos a recepción a esperar a los otros. Todavía me besó y agarró mi culo por encima de la falda, en una despedida rápida. No le quise dar mi número de teléfono y le dije que nos veríamos otra noche en el baile.

Pedimos un taxi desde recepción y regresamos a casa, casi cuando la gente empezaba a levantarse para ir al trabajo. Maite estaba eufórica y le tuve que engañar también a ella. No era eso lo que yo quería, pero no me sentía fracasada. Ya habría más oportunidades.

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