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Manuela y su complaciente marido (y 4)

en Hetero: Infidelidad

Acabo con la publicación de antiguos cuentos, encontrados en viejas revistas. Estos son los últimos, del maestro Dick Pickering, como final de fiesta. No tengo mas, y es una pena que nadie se haya animado a buscar alguno perdido, para esos lectores nostálgicos, que todavía los hay, que añoramos la calidad y el fino humor de aquellos tiempos. Venga, Edmundo, abre una página de Word y ponte a transcribir esas revistas…

* * * * * * * * *

Después de la aventura con el francés, Manuela y Alfredo fueron a la Playa de Tossa. Nadaron, bucearon, tomaron el sol y Alfredo, arrobado, pensó que su mujer estaba guapísima. Que bien hecha estaba, que bien moldeadas tenía la cintura y las caderas la condenada… ¡Y vaya par de tetas ¡ Se le desbordaban por los lados del sujetador del bikini, y no digamos por arriba. Y los muslos, tan suaves. Las nalgas, casi enteramente al aire, tan firmes, suaves y preciosas, sí preciosas. Pues anda que el coño…... Se negaba rotundamente a permitirle que se lo afeitase por las ingles, que se lo afeitase por arriba sólo, y en cuanto se descuidaba la pobre un poco ya tenía todos los pelánganos al aire.

Era lo más cachondo que había parido madre en aquella playa y todas las playas. Así la miraba todo el mundo y sobre todo el negrazo aquél. Y vaya bulto que tenía, vaya “paquete de la merienda“. Como disfrutaría quilándose a Manuela. Notó que se le estaba poniendo tiesa – esto era no parar – y se tiró de cabeza al agua. Nada y que no se le bajaba. ¿Tendría priapismo?

Vio a Manuela levantarse hecha una sultana, allá en la orilla, y zambullirse. Vino hacía él nadando.

- ¿Que haces chico?

- Que no se me baja.

- Cerdo

Pero buceó para vérsela de cerca.

- Hijo, que barbaridad

Dijo él:

- Nos vamos detrás de las rocas y nos bañamos en pelotas.

- No seas bobo, que nos ven

- Que más da. Que más quisieran ellos que verte. Venga, vamos.

Dijo Manuela, convencida a medias:

- Que no, hombre…

En aquel momento, vio Alfredo que se zambullía el negro, el que se la comía con los ojos. Vino buceando hasta donde estaban ellos, y emergió casi rozándoles.

- Good morning.

- Good morning – respondió Alfredo, sonriente

- Nice weather

- Yes

- Good swim

- Yes

- Pretty wife

- Yes.

Mientras ellos seguían flotando, el negrazo comenzó a sumergirse y a emerger. Llevaba aletas y gafas de agua y le veían allá abajo mirándoles. Seguro que le estaba atisbando todos los pelánganos a Manuela.

- Te quito el bañador.

- Tú estás loco.

El negro se había alejado como un par de metros, hacía las rocas. Debía estarle contemplando ahora las nalgas a Manuela. No pudo contenerse el inefable marido, y con un rápido movimiento, le bajo la braga del bañador por detrás, dejándola con el culo al aire. Ahora si que podría vérselo bien el negrazo. Que disfrutara, hombre.

Ella chilló:

- Tú estás loco¡¡¡

Y se lo subió.

El negro, que lo había visto todo, y no quería perderse nada, emergió detrás de ella, rozándola. Sonreía. Le dijo a Alfredo, con un guiño:

- Beatiful bottom.

- Yes

Alfredo le traducía a su mujer:

- Quiere verte el culo.

Y uniendo la acción a la palabra, la dejo otra vez con el culo al aire. Bueno, al agua.

¡Qué buceadas hizo el negro, como se lo miraba desde allá abajo. Se veía precioso. Tan blanquito, tan nutricio, tan frutal, tan entreabierto. Así que pensó que esa española tendría también un coño precioso, y por el mismo precio…

Emergió:

- Good cunt, also ?, ¡ ja, ja, ja ¡

Alfredo estaba, otra vez, fuera de sí.

- Quiere verte el chocho, ¿ se lo enseñamos ?

Pero ya le estaba bajando la braga del bikini. Se la quitó del todo, metiéndola dentro de su propio bañador, y el negro-voyeur comenzó una nueva tanda de buceos. ¡oh¡ , si que lo tenía bueno la españolita. Ahora le veía desde abajo toda la entrepierna, y de verdad resultaba precioso. ¡Que peluda ¡ No como las idiotas de las anglosajonas, que todo se les va en el pubis y apenas tienen pelo a los lados de la raja. Pero ésta lo tenía todo bien repleto de vello, que monada.

La chica tenía ahora abiertas las piernas (seguramente se lo habría mandado aquel marido tan simpático y complaciente) y le podía ver perfectamente la trayectoria de la raja, tan coloradita y rica y al final de la trayectoria también el ojete, a su vez, entreabierto. ¡Ah ¡ y allá adelante en el otro extremo, brotaba como una flor de sexo el clítoris y algún otro tejido interior.

El negro estaba muy malito el pobre y casi se ahoga. Todo seguía abierto allá arriba, a disposición de sus ojos. ¿Y de sus manos? Porque seguramente si le permitían contemplar esos tesoros, también le dejarían manosearlos. Emergió junto a ella y le metió la mano por entre las perlas del coño y le exploró la raja. Le levantó el sujetador y le dejó las tetas al aire, a ver que pasaba. En vista de que nadie protestaba, se lo quitó del todo y Alfredo muy solicito se hizo cargo de él guardándolo en su bañador, junto a la braga, entre la enhiesta polla y el vientre. ¡Oh¡ que hermosura de tetas aquellas. ¿Y los pezones? tiesos como bayonetas. La palpó toda, la exploró toda.

Alfredo, solicito, les dijo:

- Vamos a esa playa solitaria.

Empezaron a nadar con la desnuda Manuela precediéndoles, le veían las carnes a través de las aguas transparentes, sobre todo el culo en toda su magnificencia.

Llegaron, por fin, a la calita y la primera en salir del agua fue Manuela, consciente de los ojos de los dos hombres horadándole el culo. Nada más pisar la tierra, el negro se despojó del bañador y su enhiesto miembro saltó a la palestra. ¡Que barbaridad¡ La tenía un poco más larga que el francés, que mira que la tenía larga, pero mucho más gorda. Si la del francés podría medir 25 cm., cuanto mediría ésta? Manuela pensó: ¿Que va a hacer una polla como esa en un coño tan lacerado como éste?

Pero el negro ya la estaba llevando hasta el rincón de la playa más oculto del mar y la tumbó sobre la arena. Quiso verle todo mejor y le separó las piernas. Ya lo creo que era un buen “cunt“ este – pensó – y a la luz del sol aparecía aún mucho más peludo de lo que creyera en el agua. Empezó a chupárselo con mucho entusiasmo y ella a gemir, a gemir, a gemir…

- Métemela…

No. Siguió descendiendo y al final le introdujo su hermosa lengua por el ojete. Se retorcía ella sobre la arena…

- ¡Métemela ¡

La puso boca abajo y le besó el culo, la espalda, le abrazó las tetas.

- ¡Métemela ¡

La hizo doblar las rodillas sobre la arena, ya boca arriba, y comenzó a introducírsela. Que horrible dolor sintió Manuela, pero también que horrible placer.

- ¡¡¡ Métemela más adentro ¡¡¡

Pero la notaba ya golpeando su techo, llenándoselo todo, poderosa… Cuando ya había logrado la inaudita hazaña de introducírsela casi entera, el negrazo, inesperadamente, se puso de pie, sin sacársela. La sujetó por debajo de las nalgas, y empezó así la faena. Se ve que le gustaba más … y a Manuela … Colgaba el cuerpo de ésta y lo movía de atrás hacía adelante, administrando su propio placer. Apenas se corrió el negro, se abalanzó Manuela sobre él y empezó a chuparle todo, la gota final, el culo de arriba abajo. Le metió la lengua casi entera en el ojete y se moría de gusto, lo mismo que Alfredo a quien se le caía la baba viendo los magníficos progresos de su mujer.

Tan frenética estaba que el negro volvió a la erección y la tomó otra vez… también de una manera increíble, cogiéndola desde detrás por las axilas y tras insertársela, moviéndola de arriba abajo a pulso. Como una pera, pero… ¡qué pera¡ en vez de con la mano, con la mujer.

Ahora si que se corrieron los dos al mismo tiempo y desde la extinción de los dinosaurios no se habían oído gritos como estos en la faz de la tierra. Cuando ella acudió, otra vez, como desesperada, a chuparle la gota, el no se quedó atrás y le dio un repaso completísimo a clítoris, vagina y ojete. Al final la había dejado como los chorros del oro y el pene magnifico estaba otra vez en orden de batalla como si nada hubiese pasado. Pero el chocho, como después de los veinte polvos con el francés y su marido, se había puesto otra vez tumefacto, cerrado, el negro optó por el culo, prodigio todavía más difícil que el anterior.

La obligó a ponerse de cuclillas, y mientras se la iba metiendo, con lentitud, la masturbaba, frenéticamente. Notaba ella una de cosas dentro… Empezó a moverse con grandes precauciones, aquí un milímetro hacía arriba, aquí otro hacía abajo, y después de una hora de coyunda, ya con las piernas cansadísimas de estar en cuclillas, se corrieron por última vez estrepitosamente. Luego a él no le salía y cada movimiento del miembro, aun tieso, era una mezcla de placer y de dolor. Temió que se le quedará así para siempre, como la chica aquella con el perro, pero finalmente pudo salir.

El negro, muy cortés, le dio la mano a Alfredo. Se tiró al agua, y desapareció nadando.

- Te sangra el culo – le decía Alfredo a Manuela.

Y avanzó hacía ella. Más le iba a sangrar…

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