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Octava Cita

en Hetero: Infidelidad

Ya no era por experimentar ni por la comprobación de que podía o no podía hacer algo diferente, superar sus miedos o acercarse al abismo de lo prohibido.

Intuía que se había acercado demasiado al borde, que podía caer en el precipicio en cualquier momento, en ese instante de debilidad en que la mente se ofusca y se deja guiar por el instinto; y ese instinto, en una mujer podía ser cualquier cosa menos inocente.

Lo llevaba pensando desde la noche anterior, cuando el le dijo que iba a Madrid de nuevo y que estaría en el mismo hotel. Aceptó en un principio, como las veces anteriores, pero ahora pensaba que lo más sensato sería dejarle una nota excusándose y quedarse en la seguridad de su casa, de su hogar, leyendo o jugando en Internet, cerca de su marido y al abrigo de asechanzas y de la oscuridad del exterior.

Pero se repetía tenazmente que eso era una cobardía, era ponerse a salvo sin salir siquiera a jugar la partida, una debilidad que no aceptaba para si, con la que no se conformaba.

Y de nuevo se vio en la ducha, y arreglándose para salir, y preparando la ropa que se pondría y pensando si seria de su agrado. Y de nuevo se miro largamente en el espejo, dándose la vuelta para no ver la parte de su figura que menos le gustaba, sujetándose los pechos para levantarlos, confiando en que al soltarlos se mantendrían donde ella los dejara.

Y una vez mas se volvió a arreglar, buscando y escogiendo la ropa, probando su efecto, admirando el acabado final. Y el toque de maquillaje necesario, y el beso de despedida de su marido, oyendo el desesperante: que te lo pases bien, tan descorazonador y tan determinante.

Siguió la ruta acostumbrada, la hora de siempre, el tráfico rápido, la velocidad continua que la dejaría en muy poco tiempo en la capital. Pero se negó a pensar en nada en el autobús, a analizarse como hacia siempre, a culparse o a declarar su inocencia, a justificarse por su falta de malicia en lo que hacia.

Iba a su suerte, a ver que pasaba hoy, esperando a la vez que sucediese algo pero deseando que fuese como las veces anteriores: un buen rato, una buena compañía, unos momentos excitantes, un agradable recuerdo y ya estaba. De nuevo en casita, inocente y confiada, y al abrigo del refugio y de los brazos de su marido.

Pero eso precisamente podía ser lo mas decepcionante. Otra tarde normal, otra salida sin nada nuevo que ocurriera, que la sacara de la rutina, del día a día siempre igual, siempre las mismas cosas, todo esperado y previsible, nada excepcional en su vida, ni el mas ligero sobresalto.

Se negaba a caer en esa vida tan vacía. Tenia que hacer algo diferente. El tiempo pasaba a una velocidad pasmosa, y ella lo aceptaba sumisa, sin darse cuenta de que estaba perdiendo las ultimas oportunidades de encontrar ese algo imprevisto y excitante que podría recordar el resto de su existencia como el suceso fuera de lo común, grandioso y suyo, vivido y sentido por fin.

Volvió a entrar en el Corte Ingles para hacer tiempo, y se odio y regañó interiormente por hacer siempre las mismas cosas. Pensó que sería un buen momento para ver que ropa interior nueva se llevaba ahora, siempre compraba en su pueblo y allí no había demasiada variedad.

Se asombró con esas bragas minúsculas, dos finas tiras de tela con un mínimo triangulito que era imposible tapase nada. Aunque a lo mejor la idea es que no tape mucho. A ella le gustaba mas insinuar, esconder y hacer volar la imaginación. Pensó que en eso, Javier era un buen seguidor de su teoría. Le excitaba pensar qué llevaría y gran parte de la conversación se lo pasaban en ese tira y afloja, tratando de sonsacarla y ella haciéndose la despistada.

Le vino a la imaginación aquel encuentro anterior con el tema de las bragas asomando por la cintura de su pantalón y la imposibilidad de ocultarlas sin hacer un numerito en mitad de la calle o en el autobús, y se dijo que esas bragas serian ideales para los pantalones ajustados: no se marcaban las costuras, en realidad ni siquiera tenían, y seria imposible que asomasen, por muy bajo que fuese el pantalón.

Podía comprarse unas para los pantalones ajustados. Incluso en aquellos blancos y tan finos de verano, sería imposible que se notasen debajo, cosa que le parecía horrible. En realidad seria imposible que se notasen las bragas, porque eso no eran bragas. No eran nada, pero cumplirían la función, pensaba, de saber que llevaría algo puesto y que sus partes intimas estarían protegidas.

La vendedora le aseguró que le irían perfectamente, que se ajustaban a todas las tallas y que, efectivamente, eran lo ideal para llevar debajo de un pantalón ajustado o muy claro, etc, etc, así que abandonó la caja con su bolsita, tan contenta y asombrada esta vez, de que una cosa tan pequeña pudiese tener un precio tan alto.

Pensaba en la sorpresa de Javier si lo supiera, o la dificultad extra que le iba a suponer adivinar que tipo de bragas serian cuando se las pusiera en la próxima cita, y como le iba a divertir su extravagante idea de comprar ese tipo de braguita, tan escaso y tan curioso.

Y toda su alegría se vino abajo de golpe y pensó que había hecho la tontería del siglo, cuando al pasar de nuevo por la estantería de ropa interior vio a una jovencita, agachada examinando algo y con la mitad del culo fuera del pantalón y unas bragas parecidas a las suyas totalmente al aire. Eso era aun peor que el que se le vieran las bragas rojas del otro día, ¡se le veía todo el culo!

Si no hubiese sido por parecer algo tonta, las hubiese devuelto inmediatamente. En realidad, es que las chicas son demasiado atrevidas actualmente. El pantalón lo tenia abajo lo justo para sujetarse en las caderas, pensaba que a propósito. A lo mejor la idea era realmente, que se vieran.

Y alli, en el lugar de la cita, puntual y feliz, le esperaba Javier como las veces anteriores. Esta vez fueron a otro sitio, no quiso entrar en el hotel, incluso llevaba el portafolios con los papeles de la mañana.

- ¿te gustan estas escapadas, verdad?

- supongo que significan un poco de adrenalina, romper con muchos prejuicios

- ¿entonces significo un aliciente en tu vida? ¿Te atraigo un poco?

- bueno… si me fueras indiferente no estaría aquí. Pero principalmente, el hecho de estar se debe a que eres un hombre.

-  y tu una mujer.

- si, pero es otra cosa. Verás. Salgo con amigas, hablo con amigas, chismorreo con amigas… Solo conozco el punto de vista de un hombre y este casi lo adivino antes de que abra la boca. Necesitaba algo diferente, otra forma de ver las cosas, otra perspectiva.

- bueno, me alegro de ser yo esa perspectiva en tu camino.

- si, supongo que podía haber sido otro cualquiera, pero tu te abriste paso poco a poco, haciéndome ver que existía otro mundo, otra gente. Mi círculo es muy reducido, siempre las mismas personas, las mismas conversaciones, los mismos gestos. Es todo muy mecánico, muy previsible.

- pues no te fíes de mi, yo soy muy imprevisible, tal vez demasiado.

- Jajajajaja, si, ya lo vi la otra tarde. Pensé que me ibas a violar, allí, en mitad del parque. Y lo de la cafetería no te lo perdono.

- pues poco faltó, no creas. Es que no sabes lo buenísima que estabas. Fue algo verdaderamente irresistible.

- vale, de acuerdo. Ya procuraré no pasarme en mi atuendo la siguiente vez.

- eso es imposible. Te pongas lo que te pongas, estarás siempre preciosa, incluso con esta ropa informal de hoy. Pero me alegro que hayas dicho la próxima vez. Eso significa que seguirá habiendo mas veces.

- como siempre te digo: ya veremos… puede que si y puede que no…

- ¿me acompañas a dejar esto en el hotel y cambiarme? Luego podemos pasear o ver escaparates.

Habían alargado demasiado la sobremesa y estaban solos en el restaurante. El camarero ya había retirado las tazas del café y estaba discretamente apartado, a la espera de acabar de recoger la mesa.

El la invitó a esperar en la habitación mientras dejaba las cosas y se ponía una ropa menos seria, a tono con ella y sin pensarlo, aceptó. La horrorizaba estar sola en el hall del hotel, como si esperase a alguien, la gente mirando y los de recepción preguntándose qué haría allí esa mujer sola.

Aprovechó para entrar en el baño y arreglarse un poquito mientras él se cambiaba, no le parecía correcto estar allí delante mientras el se desnudaba, además de peligroso. El la esperaba listo, con un pantalón azul de algodón y un niky veraniego.

No se acordaba como empezó, pero la había rodeado con sus brazos y besado en la boca. Allí no había curiosos que la pudieran ver, y se dejo hacer, algo acalorada y expectante. Su boca tenía un ligero regusto a café y su cara a colonia de hombre, a fresco.

Sintió el cosquilleo de advertencia, el gusto de abandonarse, de dejarse hacer. La cabeza le daba vueltas y en su mente se dibujaba solamente el placer de ser deseada, de sus manos sobre su cuerpo, de sus labios sobre su cuello, alborotando sus nervios y excitando todo su ser.

Daba vueltas alrededor de ella, besando su nuca, levantando el pelo suave de atrás para llegar mas lejos. Sintió sus manos en el pecho, rodear y apretar con suavidad cada uno de ellos, y un poco de aire fresco erizó su piel según le desabrochaba la camisa.

Notaba su respiración cerca de su oído, frenético e impaciente cuando tocó sus pechos desnudos. Luego ese atontamiento que empezaba en la parte trasera de su cabeza y descendía en oleadas desde la columna vertebral por todo su cuerpo, el labio superior húmedo de excitación y las piernas doblándose, como si se hubiera vuelto de goma.

Se sintió rendida y sin fuerzas cuando le desabrochó el pantalón y empezó a descender. Algo instintivo, un resto de pudor o lo poco que le quedaba de sentido común, dirigieron sus manos hasta las suyas para evitar que siguiera.

- no, estate quieto. No quiero ahora, así no.

- ¿no lo deseas?

- no lo se, pero te he acompañado hasta aquí confiando en ti. No quiero que todo se derrumbe de repente.

- como quieras…

Se volvió a poner el sujetador y la camisa rápidamente, se alisó instintivamente el cabello y salió sin despedirse, con un rápido: adiós, hasta pronto, sin saber a ciencia cierta si estaba huyendo de él o de si misma.

…..

En el autobús seguía acalorada, desconcertada y sin respuestas claras a lo que había pasado esta tarde. ¿Qué tenia que pensar él cuando aceptó subir a su habitación? Era un mensaje clarísimo. ¿Tan tonta era que no sabia para que deseaba él que subiera? Cualquier cría lo hubiera comprendido. ¿Deseaba ver como respondía? Pues como lo había hecho, ¿que otra cosa esperaba?

Se olvido de si misma, de si la miraba alguien o no, de ese botón de la camisa mal abrochado con las prisas. Ahora el dilema era qué haría cuando le volviese a proponer otro encuentro. Presentía que cada día se hundía un poco mas en ese abismo inconsciente, dudoso…

Pero deseaba esos encuentros y en el fondo, deseaba que ocurriese algo. Hoy podía haber pasado, pero esa tonta educación, anticuada y monjil y la calculada osadía de Javier, nunca con prisas, siempre paciente, lo habían evitado.

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