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Cuarta cita

en Hetero: Infidelidad

Estaba de los nervios, sola en casa y sin saber que hacer hasta la hora de dirigirse hacia Madrid. Habia hecho las cosas de la casa, ido a la peluqueria, comprado el bono-bus nuevo, la panaderia, y aun no eran las doce y no se le ocurria en que emplear el tiempo hasta despues de comer.

Miró mil veces mas en los armarios, desechó la ropa que habia elegido un rato antes, volvió a sacarla, y al fin se sentó un rato delante del ordenador. Hoy tendria todo el dia libre, su marido no volvería a casa hasta el dia siguiente, y esa era la principal causa de su zozobra.

Cuando se despedía de él parecía que era lo mas normal del mundo, pero ahora, sin su mirada distraida al darla un beso y decirla hasta luego, cada vez le parecia mas una traicion, una falta gravisima y lo mas parecido a una infidelidad. Y eso era lo que mas miedo le daba. Y encima ese dia, su conciencia se habia despertado critica y mordaz, y recriminaba cada paso que daba hacia esta nueva salida, hacia el proximo encuentro con un hombre que en realidad no era mas que un amigo, como otro cualquiera.

No, no era asi. No era tan facil. Para empezar, ella nunca habia tenido amigos fuera del circulo de parejas en el que se desarrollaba su vida social. Y nunca habian salido, y menos ella sola, con cualquiera de los maridos por separado de sus mujeres.

Su vida desde que se casó se habia ceñido a su casa, sus hijos, su familia y ese circulo de amistades, siempre los mismos, o mejor dicho, siempre las mismas… Las amigas de siempre con las mismas caras, las mismas charlas, las mismas conversaciones, los mismos problemas. Temas monograficos y respuestas previsibles de cada una de las mujeres que entablaban conversacion cada dia de reunion.

Tampoco eran muy sociables, no salian apenas con nadie, ni iban a ver el futbol a casa de alguno, o se reunian a comer cada semana ni nada de eso. Pero ella si tenia mucho contacto con las mujeres, con sus amigas. Salian a comer juntas con frecuencia, o a ver museos, o de compras, alguna vez a cenar. ¿Cuántos años llevaba con esa rutina, con ese estilo de vida, y hasta ahora no le habia parecido aburrido ni desagradable?

Entonces… ¿Por qué ahora esto le parecia una salida, una luz de pronto en mitad de su vida? Bueno, en realidad, ya en mas de la mitad, a no ser que pensase vivir cien años.

Comió sin ganas y se arregló nerviosa, como siempre. Se puso guapa, perfecta. Pero…¿Para quién? ¿para ese hombre? Javier… como has cambiado mi vida en solamente dos dias.

¿Me dejo el pelo suelto o me hago moño? A lo mejor me lleva a cenar a un sitio elegante y tengo que estar a la altura. Es más fácil un moño, mas cómodo, y siempre me lo puedo soltar si se desbarata un poco.

Venga, corre a coger el próximo autobús, que está a punto de llegar. A ver si ahora vas a llegar tarde, con todo el tiempo sin hacer nada y nerviosa.

Dejó una nota en la mesa de la cocina, avisándole que llegaría después de cenar. Era una tontería, la leería ella misma al volver esa noche y él no se iba a enterar nunca de que había salido esa tarde, pero parecía que así era mas correcto, o por lo menos su conciencia dejó de molestarla por un buen rato.

No era lo mismo irse a escondidas de su marido, que habiéndoselo dicho, aunque fuera por escrito. Y el hecho de que no pudiera leer la notita, no era culpa suya, ella había cumplido.

Allí estaba, como siempre, esperándola a una distancia suficiente de la estación, respetando su privacidad y apartado de posibles miradas de algún conocido que casualmente viajara en el mismo autobús.

Pasearon juntos hasta la cafetería de ocasiones anteriores, el lugar cómplice y seguro que habían escogido para conocerse. El se mostró encantado de que no la esperasen para cenar y empezó a hacer planes para pasar la tarde de una manera diferente, loca, exclusiva.

- para, para ¡¡¡ no podremos hacer todo eso en un día …

- bueno, haremos lo que nos de tiempo. ¿A que hora tienes que volver a casa?

- bueno… en realidad… no tengo hora. Hoy estoy sola.

- ¿tienes toda la noche para ti, para nosotros?

- noooooo, que no tengo hora para regresar, no me espera nadie hoy, pero no puedo volver muy tarde, aparte de que no me gusta. El último autobús sale a las doce.

- bah, olvídate del autobús. No pienses ahora en la vuelta. Hay taxis y aviones y barcos… ya pensaremos como vuelves cuando sea la hora, tu déjame a mi.

En realidad, eso era lo que temía: dejarle a él. No tenía que haberle dicho que tenia toda la noche libre, era una incitación a… a eso. A lo mejor pensaba que se lo había dicho a propósito para darle ocasión y… y bueno, eso.

Seguía teniendo muy claro que ella disfrutaba con su compañía, se lo pasaba bien, era esa luz que pensaba por la mañana, un aliciente mas, algo fuera de lo común, de lo cotidiano. Una aventura inocente y simple, sin mas complicaciones que las que ella misma aceptase.

Pero igualmente tenía meridianamente claro, de una forma vaga, lejana, pero segura de ello, que la intención de él era simplemente llevársela a la cama. Si, de una forma tranquila, elegante, sin prisas, esperando su oportunidad, la ocasión propicia, una debilidad suya, un avance en su conquista, una rendición. ¿Qué otra razón podía tener, mas que esa? Ya caería, tiempo al tiempo. Y hoy, como una tonta, le había sugerido casi el momento, la posibilidad de que fuera esa noche. ¡Con razón se había puesto tan contento¡

Bueno, ya veríamos cuando llegase la ocasión, quedaba mucha tarde y lo único que tenia que hacer era mantenerse consciente de su papel, de su lugar y de lo que quería o no quería hacer.

Sintió su mano en su pierna. La tocaba mientras hablaba, como para llamar su atención. Eran toques ligeros, a veces ponía toda la palma en su rodilla, la quitaba, la volvía a poner y la mantenía un poco mas. Bueno, parecía todo natural, nada como para ponerse a gritar y dar un escándalo. Su marido también lo hacia, era casi inconsciente, como mover las manos, pasarse la mano por el pelo, un gesto mas, sin intención, seguro.

No había pensado que le pudiese ocurrir eso, que otro hombre la acariciase, la tocase. No sabía como debía reaccionar, era otra prueba mas. Si le dejaba, sin retirársela, daba por bueno lo que hacia y lo que pudiese seguir. Si le decía algo, parecería una cría ñoña, sin experiencia y timorata.

Optó por una solución que además le apetecía seguir, un poco a medias de las dos y pensando que a él le gustaría y ella tendría también la oportunidad de tener un poco de contacto: puso su mano sobre la de él y la sujetó sobre su pierna, impidiéndole avanzar, pero al mismo tiempo sintiendo el calor y la textura de su piel. El contacto con esos dedos largos, finos, con esa mano que parecía al mismo tiempo fuerte y delicada, la tranquilizó de una manera inmediata.

Volvió a la conversación, que en ese tiempo solo había escuchado de una manera difusa, como si fuese la espectadora de un teatro en primera fila y su mente se hubiese ausentado por unos instantes, perdiéndose parte de la obra.

- a ver, no he entendido muy bien el plan. Me has hecho un lío, con eso del paseo, la cena, el baile… ¿has dicho baile?

- si, vamos a ver. Primero un pequeño paseo, hasta el templo de Debod, allí nos sentaremos a tomar un poco el sol y hablar de tu vida hasta que se acerque la hora de cenar. Te voy a llevar a un sitio especial y no pasearemos como el otro día, porque quiero que estés descansada porque vamos a ir después a bailar.

- pero… ¿cómo a bailar?

- si. ¿No te gusta bailar?

- siii, me encanta, pero creo que no he bailado desde hace… no se. Lo mismo veinte años.

- pues hoy te vas a desquitar de todo este tiempo. Tienes a tu lado al mejor bailarín del condado.

- ¿que condado?

- bueno, déjalo, ya te lo explicaré. Es solo un dicho.

Después de cenar se levantó un  momento para ir al baño. Hace ya mucho tiempo, su marido le había dicho en una ocasión parecida que para qué iba otra vez, si acababa de mear antes de sentarse a la mesa. Parecía tonto. Como a él no le importaba su aspecto, las posibles manchitas, el retoque del maquillaje ni nada de eso, se permitía hacer esas gracias.

Menos mal que ya no decía nada, solo sonreía y se levantaba caballerosamente, igual que había hecho Javier en este momento. Le agradaba tratar con caballeros, con esos hombres antiguos y excesivamente educados, y a lo mejor por eso le había atraído Javier desde sus primeras cartas.

Y el baile… ¡oh, el baile! Como disfrutaba con el baile, que recuerdos y que alegrías. Le encantaba bailar y lo hacia muy bien. Su marido no sabía y lo evitaba siempre que surgía alguna ocasión. Pero ahora… era fabuloso, excitante, vertiginoso. Javier era un bailarín excepcional, la llevaba como una pluma, suave, con ritmo, la hacia sentirse en una nube, flotar y flotar, como si la gravedad no existiese.

No era una música moderna, era la de siempre, la que le gustaba, la que te hacia sentir viva entre los brazos de un hombre, y disfrutar y saborear cada paso sin pensar en nada, solo en la melodía y en el momento. Cerraba los ojos y notaba su fuerza alrededor de la cintura, el olor de su loción de afeitado, la sensación de sentirse abrazada por un hombre y moverse junto con él, pegado a él, los dos a un mismo compás.

La música se hizo mas lenta, sus manos bajaron de la cintura, posándose ligeras sobre sus caderas, rozando la parte sobresaliente al final de la espalda y ella notaba como el movimiento de sus piernas eran seguidos por esas manos, al compás del movimiento de su trasero, que oscilaba y temblaba con el calor del hombre.

No se preocupó ya al sentirlas abarcando plenamente la redondez de su trasero, apretándola contra él, como para que fuera consciente del efecto que provocaba en su masculinidad el contacto con su cuerpo. Se pegó a él y puso su cara sobre su pecho, dichosa y agradecida.

La mano subía y bajaba por su espalda, dibujando una línea curva descendente y elevándose de pronto al llegar a la parte mas baja. Rozaba su cintura, la estrechaba con ligereza y dibujaba la curva de su hombro, descendiendo por su brazo.

La sintió rozar su pecho y se dio cuenta de que estaba al límite, entregada y dispuesta. La locura de la noche la invadía, deseaba reaccionar, pero no tenia fuerzas.

- quieres…?

- oh, Javier… por favor. Es muy tarde, tengo que volver a casa,

Estaban en un rincón, casi pegados a la pared. Ella le miraba a los ojos, sintiendo el calor de su mano en la espalda, el sudor en la parte superior de sus labios temblorosos y la frente húmeda. Vio la mirada de deseo del hombre y su lucha interior, sus ojos brillantes y al final su sonrisa amable y tranquilizadora.

- si, tienes razón. Es muy tarde. Llamaremos a un taxi

……

El taxista podría pensar que estaba dormida, los ojos semicerrados y la expresión inmóvil. No estaba preparada, no deseaba entregarse a ese hombre. Ni a ese ni a ninguno. Era una mujer casada y feliz y no necesitaba de aventuras y menos de sexo. Eso era para las jovencitas.

Le agradaba que Javier hubiera reaccionado así, sin reproches ni el mas mínimo gesto. Fue muy noble por su parte….

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