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La culpa fue de ella - 5

en Amor filial

Ese culito…

¿Tú me lo harías por el culo, Vicente? Esta pregunta me había dejado atónito. La verdad es que esta vez la había provocado yo, pero fue algo inconsciente y como siempre, ella soltó la frase revoltosa y esta vez sin ambigüedades.

Ahora estaban en el dormitorio probándose ropa que habían comprado juntas, y yo en el salón tan tranquilo, jugando con el ordenador. Suena el teléfono, lo cojo y era para Conchi, una amiga suya. Hice lo normal, me dirigí al dormitorio y la avisé de la llamada. Salió abrochándose una camisa y yo me quedé mirando a Lucia, en ropa interior, que de espaldas a mi se abrochaba el sujetador de un conjunto rosa fuerte, mas bien pequeño.

Bueno, lo de mas bien pequeño era un eufemismo: muy pequeño, quería decir. El sujetador no me acuerdo como era, me daba igual, la verdad, pero las bragas… las bragas eran cuatro tiras bastante estrechas, que supongo que taparían algo por delante, pero por detrás, nada de nada.

Solo veía dos esferas con una cinta rosa en la cintura. Entre medias nada, solo carne. Y que carne: firme, rotunda, lisa, sin una mala manchita o irregularidad, sin una arruga, sin el mas mínimo defecto. No me cansaba de mirar hipnotizado. Y ella sabia que yo estaba allí detrás. Por supuesto que lo sabía. Oía mi respiración y seguro que el ruidoso palpitar de mi polla creciendo.

Solo pude decirle lo que en ese momento me vino a la cabeza y que además era la pura verdad, lo que yo sentía o padecía desde que la conocía.

- ¡Qué rica estas cuñadita, pero que rica! Que culo tan precioso y tan apetecible, me lo comería todo entero sin dejar ni un pelito. Que tormento verte y no ser caníbal.

- ¿tu me lo harías por el culo, Vicente?

Había separado la fina tira que se metía entre sus cachas por dentro para que yo pudiera ver toda la rajita, el agujero oscuro en medio y parte de su chochito abultado, unos pliegues carnosos, arrugados, abiertos, yo creo que por el morbo de su exhibición y que a pesar de lo estrecho de la braga había quedado oculto hasta entonces.

Y se me cayó la baba y me quedé otra vez sin habla. Solo pude balbucear:

- ¿a… a… ahora?

- mañana, en mi casa. ¿Te apetece?

¡Que si me apetecía! Si no tenía ojos más que para ese culo. Como no me iba a apetecer. Lo deseaba, moriría por él, iría al infierno detrás de él. ¿Follármelo? Y lamerlo de arriba abajo y comérmelo, sobarlo, chuparlo, acariciarlo, aplaudirlo. Todo podía yo hacer con ese culo.

Y allí estaba, a la puerta de su casa, esperando que me abriera, nervioso como un flan y con la polla mas floja y pequeña que nunca había visto, como efecto de los litros de tila que me había tomado antes de decidirme a ir allí, a realizar mi mayor deseo y fantasía.

Me abrió con una camisa larga y unas largas piernas asomando por abajo. Y debajo de mi pantalón algo empezó a hacerse largo también. Pufff… qué palpitaciones y que nervios.  Pero mi polla reaccionaba despacio. A ver si hoy que era el gran día, se le ocurría… estaba aterrorizado. Eso no podía ocurrir hoy precisamente.

Me llevó al jardín para recoger las cosas que había dejado sueltas para ir a abrir la puerta y se agachó para meter todo en las bolsas y pasarlo dentro de casa. Mi zozobra desapareció. Ante mí, un culo desnudo, sin bragas, el bulto de su chochazo abajo sobresaliente, y dos glúteos perfectos se dibujaban por encima de las marcas blancas que los pliegues de la carne de sus muslos habían dejado en su piel.

Y otro bulto enorme apareció en mi pantalón ante este reclamo y comprobé que el efecto de la tila había desaparecido de pronto. Ella lo sabía. Me manejaba, se reía, precediéndome en la entrada de la sala y dirigiéndose a su dormitorio. Y yo detrás como su perrito. ¡Me encantaba ser su perrito!

Dejó las bolsas sobre el piso, y se soltó lentamente la camisa. Creo que yo le gustaba desde aquel primer día que la conocí, en el bar donde me hice novio de su hermana. Pero estaba seguro que me quería algo mas desde el otro, tiempo después, en que me la follé dos veces tan seguido.

Se volvió cariñosa y mimosa. Pasó sus brazos alrededor de mi cuello, sus ojos brillantes y decididos en los míos y una enorme sonrisa, mientras preguntaba:

- ¿y como me lo harás para que me guste y lo disfrute? Tú serás el primero, no he querido hacerlo con Roberto antes que contigo.

- te lo haré con adoración, con mimo, con amor. Te lo haré de tal manera que nunca querrás hacerlo con otro, solo conmigo y me lo pedirás todos los días de tu vida.

¡Que cursi me salió! Me había vuelto un poeta de pronto. Pero para mi sorpresa resultó, surtió efecto. Allí mismo se abrazó a mi cara y me besó con pasión en la boca, mientras yo agarraba su culo y no me cansaba de tocarlo por todos los lados.

No llegamos a su dormitorio, no nos dio tiempo. Ella me besaba e intentaba quitarme la ropa, mientras yo desabrochaba los botones lo mas rápido que podía. Reclinada en el sillón, fui acariciando su culo, acercándome despacio a su agujerito, tanteando con un dedo, mojándolo, metiendo otro mas, y vuelta a mojarlo, profundizando ahora otro poco, abriendo y notando la presión sobre ellos.

Yo le daba con la otra mano pequeños golpecitos en su clítoris, que me agradecía con gemidos y suspiros y la hacían olvidarse del daño que sufría por atrás. Mi polla reventaba y decidí que era el momento de intentarlo. De una de las bolsas saque la crema bronceadora y con una mano me eché como pude un buen chorro en la punta, yendo después directo a su trasero.

Entró despacio. Yo no abandonaba su cuevita principal, para hacerla olvidar un poco lo que sucedía al lado, y hasta que no estuvo toda dentro no la deje libre.

- ay que gusto, Vicente. Me siento toda llena. No te muevas todavía.

Me alegré de que me lo advirtiera porque yo iba a empezar a trabajarlo ya, sin advertir que su pobre agujerito necesitaba adaptarse al grosor de mi miembro. Me di cuenta como se iba relajando y aceptando al intruso, como la presión sobre mi polla iba decreciendo y me permitía poco a poco realizar algún movimiento hacia delante y hacia atrás.

Me volví a echar otro chorrito de crema y vi que se deslizaba mas fácilmente. Su cara era una mezcla de dolor y placer. Parecía que le gustaba sentirme, notar como entraba lentamente y se retiraba luego y ya decididamente abandoné su clítoris y me dediqué en exclusiva a su culo, a que sintiera solo mi polla en su culo, y que las sensaciones fueran recibidas solamente en esa parte.

Los gestos de dolor iban desapareciendo, su boca entreabierta me pedía mas caña y yo la obedecí. Aceleré sin prisas el movimiento. Ya entraba y salía sin el menor problema, aunque cuando llegaba al final notaba como se estremecía y me apretaba la polla con sus músculos contraídos, como en un acto reflejo.

Era fabuloso, su redondo y precioso culo ante mi, moviéndose con placer y acercándose a mi vientre para que entrase mas hondo, golpeando mis piernas, rozando con su suave y delicada piel mis muslos, y mis pelotas metiéndose entre su raja cada vez que nos juntábamos en el movimiento de vaivén.

Disfrutamos los dos de esa gran experiencia, porque ella debió sentir varios orgasmos, rarísimos, como pequeños estremecimientos, a latigazos breves que la sacudían por completo, y yo, enfebrecido por aquella situación tan esperada y tan morbosa, no tuve mi aguante habitual y empecé a soltar de pronto toda mi carga en su interior, sin previo aviso, casi sin darme cuenta que me venia.

Quedamos echados allí mismo, en el sillón, sin sacársela todavía. Era bastante grande aun y le costaba encogerse por la excitación mental que yo tenia. La tenía agarrada por las caderas, pegado a su trasero y de allí no me movería hasta que no quedase mas remedio.

La naturaleza inexorable cumplió su cometido, mi deseo fue decayendo rápidamente y de pronto: plofff. Se salió. Vi el hilito de semen escaparse despacio y coloqué sus bragas entre su raja para que no manchase el sillón. De vez en cuando se me ocurren estos detalles espontáneamente.

- gracias Vicente, has estado muy bien. Ya veras cuando se lo cuente a Conchi que envidia le va a dar.

¡Estaba loca! Mi polla morcillona se quedó en su más mínima expresión del espanto que me produjeron sus palabras. Era capaz de ir a su hermana y decirle que yo la había dado por el culo, con el cuidado que había tenido para que esa mañana ella no supiera donde iba tan perfumado.

Estuve toda la mañana preocupado, arrepentido y medio ido en la oficina, porque estaba absolutamente seguro que a estas horas ya se lo había contado.

Fue casi peor que el día aquel que me lo pase pensando que Conchi iba a follar con Roberto, porque por lo menos aquel día estaba empinadísimo por la excitación y la idea de lo que me imaginaba que podía suceder o que ya estaba sucediendo, y mi polla, con vida propia, se empeñaba en demostrarme que la idea me ponía mas que la propia visión que realmente tuve mas tarde.

Pero ahora el tema era preocupante. Como le iba a explicar a mi mujer que le había dado por el culo a su hermana. Dicho así, pensado así, sonaba muy fuerte:

Conchi, tu marido me ha dado por el culo esta mañana y ha estado soberbio. ¿A ti nunca te lo ha hecho? ¿Qué me dices? Pero si es un maestro en el tema. ¿Es que no le atrae tu culo? Pobrecita, no te preocupes, ya le diré algún día que te lo haga.

¡Y con el genio que tiene Conchi! Ya podía buscarme un sitio para dormir esa noche, y tal vez debería llamar a la ambulancia para que estuviese preparada para cuando yo entrase en casa a la tarde.

Retrasé mi salida del trabajo todo lo que pude, hasta que llegó el encargado de cerrar, con las llaves en la mano y se quedó mirándome, jugando con el manojo y haciendo ruido con ellas para ver si me daba por aludido. No me quedó mas remedio que levantarme, dejar mi segura silla, mi acogedor despacho y dirigirme a la salida y a los peligros del mundo exterior.

Y llegué a casa, caminando, sin prisas, con pasos lentos y temerosos y me planté ante la puerta. Ninguna ambulancia en los alrededores, ni médicos ni enfermeras. Nadie. ¿Y la policía? Es que nadie se había enterado de que allí se iba a cometer un crimen.

La casa estaba silenciosa y vacía y la puerta, que siempre había sido absolutamente silenciosa, chirrió largamente, como en las películas de terror. Mi corazón se encogió y siguió encogido mientras me dirigía al dormitorio para cambiarme y quitarme la ropa de trabajo.

Con un poco de suerte no habría llegado a casa y a lo mejor era posible que ellas no se hubieran visto ese día. No, que tontería. Con las noticias que tenía Lucía que contar era lo primero que habría hecho esa mañana, ir a ver a su hermana.

Abrí la siempre bien engrasada puerta de mi dormitorio, que también precisamente esta tarde soltó un chirriante y espantoso gemido y atravesé el umbral. Lo que vi me dejo paralizado, estupefacto, alegre, feliz, sin culpas, despreocupado, tontamente risueño y casi sin fuerzas por la tensión acumulada a lo largo de todo el día.

Desnudas las dos, de rodillas en la cama, agachados los hombros y dos culos hermosos, naturales y abiertos se ofrecían ante mi vista, oferentes y pedigüeños.

Que alegría. Para mí y para mi amigo, que mustio y arruinado todo el día, pegó un brinco espontáneo y jubiloso. Miraron un momento mientras me arrancaba la ropa a tirones, menearon el culito un poco para incitarme y que me diera mas prisa, y se daban besitos rozando su lengua para distraerse durante las décimas de segundo que tardé en quedar desnudo.

Que suerte, que delicia, que maravilla de culos, los dos para mi. ¡Ay Vicente, que suerte tienes!

Aunque también un enorme problema. Tan enorme como aquellas dos bolas deliciosas de carne.

¿Por donde empiezo?

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