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La cita

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A esas horas, el autobús que la llevaría por la carretera de La Coruña hasta la capital, tardaría poco menos de media hora. Poco tiempo para meditar en lo que estaba haciendo y mucho para sentir el lógico pánico y darse la vuelta nada mas llegar.

Su marido apenas se había interesado por saber donde iba. Eran muy frecuentes sus salidas con las amigas, y este despego la había acabado de decidir para acudir a la cita con aquel hombre.

¡Que fea sonaba esa palabra¡ CITA. Una mujer casada, pasados los cincuenta hacia tiempo, los hijos mayores y ya fuera de casa, casi abuela y… acudiendo a una cita como una quinceañera.

Él había insistido mucho en que era solo por conocerse, por poner caras a una larga correspondencia por Internet, por curiosidad mutua como consecuencia de tantas cosas dichas, pensadas y compartidas entre ambos. Pero ella no estaba muy segura de tal cosa. No era ya tan joven ni tan tonta como para no saber que un hombre que invita a una mujer a conocerse, siempre tiene un propósito bien definido: intentar llevársela a la cama mas pronto o mas tarde. Apuntarse otra conquista.

Tampoco tenia miedo, no era eso. Nada que él pudiera decir o intentar conseguiría ese final, de eso estaba convencida también. Una cita en un lugar publico, en un café, unas palabras, no bastaban para cambiar sus convicciones de siempre, la fidelidad a su marido, los vínculos prometidos hace tantos años, su estabilidad emocional y matrimonial. Pero podía considerarse un primer paso.

Entonces… ¿por qué acudía a la cita? Decir que era curiosidad, no era suficiente excusa. Deseo de conocer a su interlocutor, menos aun. ¿Deseos de aventura? Hacia ya mucho tiempo que habían desaparecido de su vida.

Tal vez el halago de sentirse deseada, de interesar a un hombre… Pero ya interesaba, y mucho, a uno. A su marido. Era feliz con él. Qué locura estaba haciendo, o mas bien, que tontería tan enorme ¡¡¡ Su conclusión cuando decidió ir fue que necesitaba comprobar si era capaz de hacerlo, si se atrevería a ir, si conseguiría superar los miedos y temores ocultos que toda persona tiene a la trasgresión de las normas.

Bajó del autobús y salió a la calle de manera automática, como hacia con tanta frecuencia. Habían quedado en una cafetería próxima que ella conocía, que le daba una cierta seguridad.

El aire era cálido esa tarde de primavera, se estaba a gusto entre tanta gente, en la animación de todo ese mundo que iba y venia, en el movimiento de los coches y los sonidos familiares de la ciudad en ebullición.

Se quedó quieta en la puerta, aterrorizada y como clavada en ese pequeño espacio que la separaba del umbral, de la puerta acristalada, de la frontera de lo ilegal, de lo prohibido.

Marcó un número de teléfono y solo dijo: estoy entrando justo ahora.

Un hombre, en una esquina próxima, con el teléfono en la oreja, se levantó precipitadamente y levantó una mano saludando. Era alto y bien parecido, mayor, pero con esa edad indefinida, difícil de precisar en los hombres que han pasado de los cincuenta, o que están ya próximos a los sesenta.

- holaaaaa, cuanto me alegro de que hayas venido al fin

- chisttt, calla y siéntate. Me esta mirando todo el mundo.

- jajajaja, no te mira nadie, solo yo, y estoy encantado de mirarte.

- bueno, y yo también estoy encantada de conocerte al fin

Se sintió como una cría cogida en falta. Que tontería ¡¡¡ era cierto que nadie miraba. A nadie interesaba una mujer madura entrando en una cafetería y sentándose con un hombre. Se serenó e hizo lo que tenia que hacer. Se acercó y se dieron el beso de rigor, el saludo tradicional, que ella había decidido que no seguiría en este caso, y que ahora le pareció otra simpleza mas.

- un café o una coca cola?

- mejor un café, no me ha dado tiempo a tomarlo después de comer.

- sabes… me alegro de que te animases a venir. Después de todo lo que habíamos hablado, no estaba muy seguro de que aceptases.

- bueno... ni yo. Hasta hace media hora no me he decidido. Pero aquí estoy, ¿no?

El camarero interrumpió la conversación. Lo necesitaba. El ceremonial de remover el azúcar, dejar la cucharita cuidadosamente a un lado del plato, sorber despacito, le permitió serenarse y pensar con mas tranquilidad, recuperar su aplomo. La plática fluyó fácil y agradable, recuperando el estilo y el tono de sus cartas, la confidencialidad, y se sintió de nuevo como delante del ordenador, la mente clara y dueña de la situación.

Le vio fijarse atentamente en su aspecto, en su bien cuidado peinado, en su vestimenta, hasta en sus zapatos y sintió, mas que ver, la sonrisa de aceptación, el gesto de aprobación por lo que veía.

- eres mucho mas guapa de lo que me habías dicho. Casi te habías descrito como una bruja fea y sosa. Estaba medio preocupado.

- mientes muy bien Javier. Soy una bruja fea y sosa.

- pues yo te veo preciosa, elegante, distinguida y si me permites, hasta provocadora.

- ¿provocadora yo? No se a quien iba a provocar ya a mis años ¡¡¡

- a mi desde luego. Y no me iras a decir que vistes habitualmente así cuando vas con tus amigas.

- bueno, mas o menos…

No era cierto, por supuesto. Aquella camisa color marfil, fina, con bordados en el cuello y en el pecho, que dejaba traslucir el blanco sujetador, la falda corta y ceñida, del mismo color en un tono ligeramente mas claro, le daban un aspecto mas juvenil y rotundo. Se fijó en como la repasaba de nuevo, con agrado, como detuvo la vista ante la visión de sus muslos que brillaban por el efecto del nylon que los estrechaba y disimulaba las incipientes imperfecciones de sus piernas y que la falda dejaba ver en una buena parte al estar sentada.

Contuvo el gesto reflejo de bajarla y se le quedo mirando, retadoramente, dándole a entender que no la cohibía el examen al que la estaba sometiendo, y sintiendo el alegre calorcillo de su mirada apreciativa.

- bueno, creo poder afirmar que, aunque te vistas así normalmente, esta vez te has esmerado algo mas en mi honor.

- hombre… lógicamente. No te iba a dar una mala impresión en nuestra primera ci… cita

- no dudes: cita. La palabra es inocente, si la intención lo es también. Y ese es el caso, por lo menos por mi parte.

- bueno, pues entonces, si. Quería causarte una buena impresión en la primera cita.

- pues lo has conseguido. Y permite que te pregunte una cosa, una curiosidad: la ropa interior, a la vista de lo que se entreve, ¿la has escogido también a propósito?

No llegó a ponerse colorada, pero dudó lo suficiente para que él sonriera al comprobar que había acertado. Porque así había sido en realidad. Había rebuscado en su cajón, desechando lo que estaba en la parte superior, lo de siempre, hasta encontrar aquel conjunto blanco, delicado, lleno de encajes y trasparencias, aun a sabiendas de que él no lo iba a ver.

Percibió por donde iba, como intentaba subir de tono la conversación, pero ya no la importó. Le demostraría que no la cohibían sus palabras ni se echaría para atrás ahora.

- por supuesto. Nunca se sabe, ¿no? Hay que ir siempre preparada.

- vaya, preparada ¿para qué?

- pues para lo que pueda surgir, para las grandes ocasiones hay que estar siempre en condiciones. Y esta es para mí una gran ocasión. ¿O es que crees que yo acepto citas con desconocidos cada vez que me lo proponen?

- ¿te lo proponen muchas veces?

- esta ha sido la primera.

- y has aceptado. ¿Aceptaras una segunda?

- eso ya se verá. Depende de quien me lo proponga.

- que mala eres ¡¡¡ ¿quien iba a ser? Imagina que vuelva a ser yo

- pues ya se verá, insisto.

- cuando dices que ya se verá, ¿te refieres a tu ropa interior o a si aceptarías? Es que he perdido un poco el hilo de lo que tratábamos..

….

Solo le permitió que la acompañase hasta la entrada de la estación de autobuses. Prefería que no supiera que línea cogía. Iba a su lado, charlando suavemente y rogando porque no la tomase de la mano o de la cintura, porque no hiciese ningún gesto familiar o cariñoso. Ahora, cerca de su ambiente, iba nerviosa, al lado de un hombre que no era su marido.

En la cerca de media hora que le quedaba para llegar a casa volvió de nuevo a sus pensamientos, a sus dudas.

¿Por qué había ido? ¿Le había gustado? ¿Cómo había permitido esos ratos de audaz conversación, fuera del anonimato del Messenger, con aquel hombre? se había dejado rozar la mano, cogerla en algún descuido, y casi acariciarla, había sentido su tacto, y su deseo… ¿de que? Ella no se sintió molesta, ni acosada, ni violenta en ningún momento, pero no sabia si aquello le había gustado o no.

Estaba segura de que él la volvería a llamar cuando pasara por Madrid, y entonces ¿que haría? Si aceptaba, daba por supuesto muchas cosas, por permitidas otras, por consentidas las que el planease para aquella segunda vez.

¿Debería aceptar? De nuevo era como un reto, como una reafirmación de su libertad, de su capacidad de decidir por su voluntad.

Ya lo pensaría cuando se presentase la siguiente oportunidad… Ahora tienes que tranquilizarte, relajarte. Que él no observe nada extraño en tu comportamiento… bajaté mas la falda, y ponte la chaqueta: ese hombre te está mirando el pecho.

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