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El placer de viajar (14)

en Hetero: Infidelidad

EL PLACER DE VIAJAR - 14

BUENOS AIRES – Despedida

Era nuestra última semana en Argentina. Lydia y su marido habían regresado a su casa y nuestros maridos ya no tenían que salir de la capital, finalizaban los trabajos efectuados en el campo y pasaban largos ratos con nosotras.

Maite y yo nos habíamos ido distanciando desde que se presentó Lydia aquel día en nuestra casa y ahora ya apenas salíamos juntas, excepto para comprar algunas cosas y recuerdos antes de irnos. Nuestros maridos dormían todos los días en casa, a veces uno de los dos no iba a trabajar y se pasaba durmiendo la mañana o nos acompañaban en nuestras salidas de compras, pero por las tarde lo normal es que nos quedáramos solas.

Un mañana quiso que le enseñara las fotos de las excursiones que hice durante nuestra estancia en Bariloche y enchufé la cámara digital al televisor y le fui pasando la secuencia. Aparecí de pronto desnuda, bañándome en el lago Nahuel Huapi, entrando y saliendo del agua y luego vistiéndome en la orilla. Las pasé muy rápido, había diez o doce y debió de hacerlas mi acompañante chileno sin que yo me diera cuenta.

Maite insistió en que las volviera a pasar, pero bastante vio y no quise que pudiera empezar a pensar en quien me las habría hecho.

Paré ahí la sesión y decidí averiguar si había alguna otra sorpresa antes de que alguien mas las viera, pero parece ser que eran las únicas y me gustaron, estaban muy bien hechas, así que no las borré.

No recordaba cuando me las hizo, ni siquiera le había visto con la cámara, pero por el lugar que ocupaban debió de haber sido después de la noche de placer entre los dos. Recordar ese momento me hizo sonrojar y esta vez no era vergüenza, era excitación por los recuerdos tan calidos, en todos los sentidos, de aquella ocasión tan apasionada entre los grandes árboles y el murmullo del agua.

Me acordé de Salvador, de su gentileza y amabilidad, de su conversación y de la música de su guitarra y su voz, pero principalmente de la entrega tan completa a una relación sexual tan placentera para mí, en la que puso todo de su parte para que mi satisfacción fuera completa.

Me sacó de mi ensoñación la voz de Maite, pidiéndome que la hiciera a ella también algunas fotos desnuda para que las viera su marido y entregar alguna a su amante de Madrid. No se le había ocurrido nunca, pero le pareció un buen recuerdo para obsequiar a los dos hombres que quería.

La hice posar, luego se vistió y la retraté quitándose la ropa hasta quedar desnuda y por fin en varias posiciones sentada, tumbada, haciendo gestos. Me pidió la cámara, insistiendo en que ahora me tocaba a mí y dejé que me hiciera alguna, pero en realidad yo tenía muchas y no necesitaba ninguna en especial, además de que dudaba que supiera hacerlas bien.

La colocó encima de la mesa, enfocándonos y me hizo alguna en automático, abrazándose a mí y besándome. Pensé que era mejor cortar, porque desde que se fue Lydia me miraba como el gato al ratón y no tenía ganas de ser su siguiente victima.

Mi marido las vio por la noche y silbó con admiración. Eso de ver en pelotas a una mujer que no fuera la suya parece ser que atraía a cualquier hombre y me dijo que ni se me ocurriese borrarlas. El problema es que un día debió verlas también Marcos, el marido de Maite y me silbaba cuando me veía sola, sin que yo supiera la razón.

Me enteré cuando una mañana al salir de la ducha me lo encuentro mirando, sentado en un taburete del baño mientras esperaba a que saliera.

- ¿Qué haces aquí?

- ya ves, hoy no tenia que ir a la oficina, iba solo tu marido.

- digo aquí en el baño. ¿Es que no sabias que yo estaba dentro?

- quería verte en carne y hueso, en las fotos lucías bastante maciza.

- ¿Qué fotos? ¿De que fotos hablas?

- las que os hicisteis Maite y tú el otro día y las que te hizo en el lago.

- me va a oír Maite, haz el favor de salir de aquí ahora mismo.

- ¿es que no quieres nada conmigo? ¿Ni un besito?

- supongo que lo dices en broma, y no querrás que mi marido se entere de las gracias que te gastas para con su mujer, así que ve a follarte a Maite que te necesitara mas que yo y tengamos la fiesta en paz.

Salí envuelta en la toalla, ya me acabaría de secar y arreglar en la habitación. Su desfachatez era tremenda y de una osadía inconcebible después de tanto tiempo juntos.

En realidad tampoco había sido tanto tiempo, apenas le conocía. Antes del viaje ni existía para mi y durante el viaje habían estado mas tiempo fuera de casa que con nosotras.

Estaba violenta pero tranquila, era poco probable que se volviera a repetir una cosa así. Al final me hizo gracia, a lo mejor solo estaba tanteando a ver si por casualidad yo le decía que si y eso que tenía.

Decididamente era gracioso pero también me halagaba, como siempre en parecidas circunstancias, que un hombre se fijara en mí y sentir el deseo en su mirada. Era un deseo de media hora, lo que se dice echar un polvo y olvidarse, pero ese no era mi estilo.

No quiero decir que no me gustase un polvo de vez en cuando, no era eso, pero el que quisiera algo de mi se lo tenía que trabajar, tenía que conquistarme y conseguir despertar mi deseo, cosa que no siempre era fácil si yo estaba en guardia o empezaba de tan mala manera como inició su ataque el amigo Marcos, porque yo a partir de ahí lo único que sentía por él era rechazo y asco y ya no había nada que hacer.

Supongo que para ser un conquistador hay que valer, o conformarse con cualquier tía, estuviera bien o mal, pero yo, mirándome desnuda en el espejo de la habitación, todavía me consideraba lo suficientemente apetecible como para elegir con quien me acuesto y con quien no, y desde luego el marido de Maite no entraba entre los que sí.

Cuando apenas quedaban tres días para nuestra partida, la distancia con Maite había aumentado un poco más. Yo la rehuía, y me fingía cansada cuando me proponía salir. No me importaba que su marido me hubiera vista desnuda, en la intimidad del cuarto de baño, me daba igual, seguro que me habría visto alguna otra vez en aquella casa, viviendo todos juntos.

Lo que me molestaba es que hubiera sido ella quien le hubiera enseñado las fotos, a lo mejor con la excusa de que viera las suyas, y de que estaba segura que en alguna manera fue ella la que le incitó a asediarme haciéndole creer que lo podía conseguir. Eso quería decir que también era posible que le hubiera contado alguna cosa mía, de las que ella y yo compartimos, y ahora empezaba a ser publico algo que no tenia porque saber nadie mas que los protagonistas.

Por eso, aquella mañana que recibí la llamada de mi viejo y querido amigo Salvador, ella se había ido sola a pasear o puede que a ligar y yo me encontraba en casa, arreglándome, tan a gusto y solitaria, o sea tan confortable, sin testigos ni molestas escuchas.

- ¡Salvador! ¡Que alegría! ¿Qué tal estás? ¿Y tu mujer? ¿Que tal hace en tu isla?

- tranquila, tranquila niña. Por partes. Todo está bien y no estoy en mi casa, estoy acá, en Buenos Aires. Tengo que hablar contigo.

- si, cuando quieras. ¿Qué pasa?

- mejor te lo digo en persona. ¿Nos podemos ver hoy? No tengo mucho tiempo.

- cuando quieras, estoy sola y no sabía que hacer.

- ¿conoces La Biela, en La Recoleta? ¿Dentro de media hora?

- si, está cerca de casa. En media hora estoy allí.

Me arreglé rápidamente, pero intenté quedar lo mas guapa posible, por dentro y por fuera. Quería causarle buena impresión y a lo mejor a animarle a repetir lo de aquel día en Bariloche. Bueno eso no, pero si que me gustaría volver a estar un rato romántico con él, charlar un poco y oír su voz y sus canciones, siempre tan tiernas y tan acertadas.

Nos tomamos una cerveza en La Biela y me llevó a una mesa un poco apartada. No quitaba sus ojos de mí y desde que nos encontramos a la puerta no me había soltado la mano.

- me enteré que os vais dentro de tres días, he tomado un avión desde Santiago solo para venir a despedirme y regalarte algo.

- gracias Salvador, algo muy importante tiene que ser para que hayas hecho un viaje tan largo solo para eso.

- el regalo que te hago no es significativo, solo es un disco especial para ti, de Los Fronterizos. El que tú me hagas si lo podría ser, podría ser el más inolvidable de toda mi vida.

- pues no se me ocurre, no se qué regalarte…

- sí lo sabes. Regálame una tarde. Regálame tus besos, tu cuerpo, tu aroma. Regálame tu amor de un día. Te necesito, te tengo metida en mi mente noche y día, estoy obsesionado y viviré siempre con este recuerdo, si tú me lo quieres dar.

- Salvador, tu sabes que eres para mi algo especial. Aquella noche entre los árboles, tú y yo solos, fue inolvidable de por sí. Otra ocasión podría estropear ese bello recuerdo y dejarnos una mala fotografía de lo que pudo haber sido. Además, regresamos a casa ya mismo, nos quedan tres días. ¿Qué pasara luego?

- no importa el mañana. Te iras a miles de kilómetros y no nos volveremos a ver. Pero hoy estamos aquí, los dos. Tengo en mi cabeza tu cuerpo desnudo, tu vientre y ahí abajo los labios carnosos, resaltando entre los pelitos a medio crecer, como invitando a ser besados, penetrados. Son gruesos e incitantes. Recuerdo tus labios vaginales y la boca se me hace agua. Tus muslos apretados para acariciarlos en los momentos en que haces el amor. Tus nalgas invitan a visitarlas, a poner el cuerpo sobre ellas...

- calla por Dios, esto está lleno de gente. Te van a oír. No se que decirte, ¿qué quieres que haga?

- ven conmigo a mi hotel, pasa toda la tarde conmigo, hagamos el amor sin parar, a sabiendas de que no nos volveremos a ver nunca pero nos habremos entregado el uno al otro en cuerpo y alma. Regresa después a tu casa, a tu familia y olvídate de mí, pero no de esta tarde de amor que puede ser maravillosa. No me lo niegues, no me rechaces por favor.

Esperaba que me pidiera algo así. Deseaba que me lo solicitara desde que me llamó al teléfono y mientras me arreglaba pensando en él cavilaba que pasaría si no me había llamado para eso, si me había llamado para algún otro asunto y como haría para que me invitase a ir con él. Era una locura, pero en realidad quería volver a hacer el amor con él y como decía, olvidarnos después.

Comimos en un restaurante cercano y nos dirigimos a su hotel y aunque no estaba muy lejos fuimos en taxi para ganar cinco minutos a la tarde que ya nos parecía tan corta antes de haber empezado.

En la habitación del hotel todo se ralentizó, ya no había prisa, estábamos juntos y solos, teníamos tiempo hasta la noche, toda la tarde era nuestra. Se sentó en la cama y me pidió que me desnudara para él. Mi quite la blusa y la falda y me detuve ante él, para darle tiempo a que quedara mi imagen con solo la ropa interior en su mente.

Me desabroché el sujetador y lo saque por delante, como a cámara lenta. Me gusta que me digan cosas bonitas.

- ¿te gusto? ¿te parezco guapa o me estoy volviendo vieja?

- estas preciosa. Claro que me gustas pero lo que mas me cautiva y nunca perderás aunque pasen muchos años es ese toque sensual que atrae a todo el que te ve por primera vez.

Se levantó y descubrió el resto de mi cuerpo, bajando las bragas y dejando mi intimidad al descubierto. Me tumbé sobre la cama viendo como se desnudaba, para después acercarse a mí, gateando sobre las sabanas, para empezar a tocar mi cuerpo en suaves caricias de arriba abajo.

No tenía un cuerpo espectacular, la edad se le notaba en el pelo ya grisáceo y algo de barriga que él no ocultaba. Tampoco me atraía de él su miembro, normal y todavía algo flácido a pesar del espectáculo que le acababa de dar. Decía que le atraía mi sensualidad: a mi, su ternura, su entrega, sus ganas de satisfacer a su compañera y tal vez también su toque sensual, por qué no, que se reflejaba en su romántica forma de hablar, cuando cantaba con su guitarra pequeñita, o como ahora: en esa forma de acariciar, de tocarme toda, de besarme, excitándome lentamente, haciéndome ver que era deseada, que mi cuerpo le atraía, que no todo era sexo, aunque fuera la culminación de todo su arte al manejar mi cuerpo con sus manos.

Se entretuvo mucho tiempo en estos preliminares, mi cuerpo vibraba, me notaba febril, relajada, luego en tensión, ahora tranquila otra vez y disfrutando de sus caricias, sintiendo su mano sin parar por todo mi cuerpo, su boca en mi pecho, sus labios en mis pezones, en mi vientre, en la hendidura entre mis piernas, que yo abría en un acto reflejo, animándole a que siguiera por ahí, pero que él evitaba para descender por la parte interna de los muslos, besando la piel sensible y suave, volviendo arriba y pasando de nuevo de largo hasta regresar a mis pechos, a mi boca.

Iba muy despacio y podía estar así toda la vida, sintiéndome deseada, excitándome lentamente, disfrutando de esos momentos de placer sin sexo, sin lujuria, mi piel cada vez se volvía mas sensible, mi vello se erizaba y mi mente imaginaba como sería vivir así siempre.

El primer toque de su dedo en mi interior apenas lo noté, era una prolongación de sus caricias, pero me pasó a un estado superior, a otro nivel de deseo, al sexo como meta, como consecuencia lógica, a la unión de los dos cuerpos como desenlace.

   

Se fue poniendo sobre mí sin parar de acariciarme, su pene en plena forma pasó de la parte exterior de mi cadera, rozando mi estomago, hasta golpear en mi vientre. Abrí las piernas y se colocó próximo a mi entrada. No habíamos dicho ni una palabra hasta ahora, pero yo sabía que él quería que se lo pidiera.

Esperé, me resistía, no quería darle ese gusto ni a él ni a nadie y él aguardaba, tocando mi clítoris, mis pechos, paseando su miembro a lo largo de mi vulva, como si no acertara, como si no supiera como entrar, haciéndome desearlo.

Abrí los ojos. El me miraba sin parar de tocarme, esperando mi súplica, aguardando que le expresara mi deseo. Miraba mis ojos con los suyos claros y expectantes, sin denotar la avidez que él también tenía de hacerme suya, de seguir ese juego maravilloso.

Fijé mi mirada en la suya con intensidad. Mi cara debía de estar encendida, sentía el calor en mis mejillas y en mi frente, mi nariz aleteaba, aspirando aire con ansia, mi boca se abrió, jadeando lentamente, resecos los labios por ese estado de sensibilidad febril que se apoderaba de todo mi cuerpo.

- penétrame… necesito sentirte…

Y de pronto su pene encontró el camino y sentí que se abría paso en mi interior y mis palabras se tornaron en un largo quejido de satisfacción, de deseos cumplidos, de sentimientos realizados.

Fue una tarde larga, muy larga. Sentía un orgasmo y antes de culminar mi gozo, se salía y me cambiaba de posición. Debía de haber estudiado todas las técnicas o las había ido adquiriendo a lo largo de su vida y ahora las desarrollaba conmigo.

Cuando empezaba a sentirle al estilo tradicional, se salió y se tumbó a mi lado, metiéndola desde atrás. Me hizo sentirle otra vez pero no me dejó acabar, y yo que estaba presa de una excitación y de unos deseos por conseguir mi satisfacción, me dejaba hacer y me amoldaba a sus gustos, poniéndome en la posición que a cada momento él deseaba.

Acabamos en un orgasmo tremendo, increíble por tanto tiempo esperado, y quedamos tumbados, derrumbados, pegados nuestros cuerpos y descansando al final de esa larga batalla. Dormitamos un rato en la semioscuridad de la habitación. Me había parecido un espacio de tiempo largísimo y casi con la mente todavía entre las nubes, medio dormida y medio despierta, pensaba que había sido un buen final y una buena despedida de mi amigo y de América.

Nos despertamos casi al unísono, o mas bien su mano en mi cadera, rozando la amplia curva que le ofrecía mi cuerpo ladeado, hizo que me sintiera de nuevo en la tierra. Cuando notó que me movía, me hizo colocar a cuatro patas, de rodillas sobre la cama y besó mis muslos de nuevo, la redondez de mi culo, la rajita por debajo, mientras con sus manos amasaba mis pechos y deslizaba luego con la palma extendida por mi espalda.

Me penetró despacito desde atrás, mi vulva estaba abierta y esperándole, en una posición de ofrenda tan antigua como el amor entre un hombre y una mujer que se ofrece para recibir la semilla del macho. Esta vez tampoco me dejó acabar ahí. Se acerco a la mesilla y dio la vuelta al reloj: nos quedaba casi una hora.

Se tumbó boca arriba y me indicó que me sentara sobre él. Ahora era mi turno, era yo la que mandaba, la que impondría los tiempos, las pausas. Me miraba subir y bajar sobre su miembro erecto, mi cuerpo vertical y los brazos sobre la cabeza, recogiéndome el pelo.

Paraba cuando lo sentía excitado, subía despacio y bajaba mas despacio aun, pero a cada movimiento intentaba que entrase mas, que su penetración fuese mas profunda. Presentía que no podía aguantar mucho mas cuando me sujetó con sus manos por las caderas, reteniéndome ahí quieta sobre él, mientras su pecho se alzaba agitado y su respiración se aceleraba.

Yo también quería sentirlo ya, no quería que se fuera antes que yo. Me agaché sobre él, que alargó sus manos a mis pechos y me moví poco a poco, pero cada vez mas aprisa, la cabeza levantada, mi cuerpo sudando de placer y mi cara trasfigurada, con la mirada perdida en el techo blanco de la habitación, hasta que ambos nos agitamos, gemimos y mis movimientos sobre su pene se hicieron menos rítmicos, mas intensos, hasta quedar por completo paralizada, sintiendo como expulsaba su carga y poco a poco perdía su fuerza, abrazado a mi.

Un rato después fui yo la que miró el reloj y me volví hacia él.

- me tengo que ir.

- estas triste. Noto tristeza en tus ojos. Me angustia verte así.

- esto se acaba. Estoy triste por ti, por estos momentos, por tantos regalos y dichas que he sentido acá, y porque dentro de muy poco nos habremos olvidado de todo y no nos acordaremos el uno del otro.

- tu, tal vez te olvides de mi, eres joven, pero yo nunca me olvidaré de ti. Escucha de vez en cuando esos discos que has comprado acá, ese que te he regalado esta tarde, y al oírlo tú sola en tu casa, sabrás qué siento yo, qué sentiré lejos de ti en ese preciso instante y tendrás la respuesta de si te acuerdas de esta parte del mundo y de este pobre y enamorado admirador tuyo.

He puesto muchas veces los discos de música argentina que compré entonces: los Fronterizos, los Chalchaleros y otros menos conocidos. Ha pasado mucho tiempo, muchos años desde que regresamos de aquel viaje y cada vez que oigo el comienzo de esa zamba, ese rasgueo unas veces alegre y otras melancólico, el bronco retumbar del bombo y esas palabras todo poesía y sentimiento, mis ojos se humedecen, mi corazón se encoge y siento angustia en la garganta, y es cierto: mis recuerdos regresan, atraviesan el océano y me veo paseando por las calles de Buenos Aires, por la selva de Misiones, por los bosques y lagos de San Carlos de Bariloche, y en una habitación de un hotel, desnuda y deseada por un hombre cuya cara ya se me ha borrado.

No te puedo olvidar

Cada tarde tus ojos tristes vuelven a mí

Y lejano se va…

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