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La adivina -3-

en Grandes Relatos

Eran las doce de la noche. Luis estaba en su habitación tendido sobre la cama, despierto y en calzoncillos.  La Adivina apareció de la nada, como si de un fantasma se tratase. Luis, se sentó en la cama. Estaba asustado. Hizo una cruz con dos dedos, y le dijo a la Adivina:

-¡Va de retro, Satanás!

La Adivina, volvió a dejar caer la túnica blanca al suelo. Desnuda, se metió en la cama de Luis, y le dijo:

-No digas tonterías, Luis.

El buhonero al ver aquel cuerpazo desnudo, se empalmó, y así se ven las cosas de otra manera.

-Ya veo que sabes mi nombre. ¿Cuál es el tuyo?

-Todos me llaman la Adivina,

-¿Eres una bruja?

-No, soy mucho más que eso.

-Dime tu verdadero nombre.

La Adivina, cedió y le dio su nombre.

-Sechesedassechein.

-¿Seche.... qué?

-Sechesedassechein.

-Te llamaré Seche.

Luis besó en los labios a la Adivina.... Acarició y chupó aquellas tetitas redonditas. Después de haberla calentado, quitó el calzoncillo. Con la polla tiesa, se tumbó sobre la cama, y le dijo:

-Te toca, Seche.

La adivina, en vez de hacerle una mamada, le volvió a poner el chochito peludo en la boca. Luis, acariciando con las dos manos las tetas de la Adivina se lo comenzó a comer. Cinco minutos más tarde, Sechesedasechein derramaba su corrida en la boca de Luis, y al acabar de correrse volvía a desaparecer.

Luis iba a maldecir su suerte, cuando llamaron a la puerta de la habitación. Era María, la dueña de la casa, que al ver aquel pollón empalmado, entró en la habitación, y sin decir palabra, se metió en su cama.

Luis, caliente como estaba, se follaría a una oveja, y María en aquel momento le pareció un pibonazo. La folló por delante y por detrás, de pie. Le dio por el otro agujero. Se corrió entre sus tetas... María, que llevaba años sin follar, se corrió media docena de veces.

Al acabar,  Luis se quedo dormido. María, que se había desvelado, fue a darle de comer a los seis cerdos que tenía. Estaba en la pocilga cuando entró un cuervo y la atacó. Cayó con la cabeza sobre un comedero de piedra y quedó inconsciente. El cuervo le quitó los dos ojos y los cerdos se dieron un festín con ella.

A la mañana siguiente, desayunando unas papas de maíz, le preguntó Diana a Luis:

-¿Has visto a mi madre esta mañana?

-Esta mañana, no. Ayer noche, si.

-Ya os oí. Le hacia falta. Llevaba años sin nada.

-Dimé, Diana. ¿Dónde vive la Adivina?

-Tienes fijación con ella.

-Lo que tengo es cuentas pendientes.

-Ya te dije que es una bruja.

-Se de buena tinta que es más que eso...

-¡¿Se acostó contigo?!

-Algo así.

Diana se santiguó.

-¡Estás muerto! Y yo, yo también estoy muerta por haber follado contigo.

-Entonces tu madre...

-¡Mi madre ya no vuelve a aparecer! ¡Ay, que penita pena!

-Que loquita estás. Dime donde vive.

A Diana estaban a punto de caerle las lágrimas

-¿Vas a matarla?

-Ya veremos. A lo mejor la mato a polvos.

Diana, intentó quitar provecho.

-Por si no vuelves. ¿Dónde tienes guardado el oro de las ventas? 

-¿Para qué lo quieres, no decías que estabas muerta?

-Para escapar de aquí. No quiero acabar como mi madre.

-Tu madre seguro que fue a comprar algo. Si me dices donde vive la adivina, cuando vuelva,  te doy 10 pepitas de oro de las grandes.

Diana, se tranquilizó.

-Al final del pueblo, junto al río.

Juan fue en busca de la Adivina. Al final del pueblo, junto al río y en medio de dos sauces llorones, vio una casita blanca. Al llegar a la puerta de la casa, que estaba abierta, un frio glacial hizo temblar su cuerpo. Reinaba el silencio total. Entró en la casa. La casa tenía un solo hueco, donde estaba la cocina de piedra, una cama con una mesita de noche y una mesa con dos sillas. Sentada en una de las sillas estaba Sechesedassechein. Encima de la mesa había una bola de cristal. La Adivina le dijo a Luis.

-Siéntate y dime que quieres saber.

Luis, se sentó.

-Quiero saber que sientes por mí.

-Me gustas.

-Quiero saber cuando te voy a follar.

-Nunca.

Luis se puso machito.

-¡Aún no nació la mujer que se pueda reír de mí sin atenerse a las consecuencias!

Luis se levantó de la silla. La Adivina también se levantó.  Parecía asustada.

-¡No, Luis, no lo hagas!

Luis la cogio en brazos y la puso sobre la cama. Quiito la polla, que ya la tenía erecta, y le dijo:

-¡Ahora vas a saber lo que es bueno!

La Adivina, que no llevaba bragas, al principio, cuando la penetró,  le pegaba y le arañaba.... Al final ya lo abrazaba y lo besaba. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir, Sechesdassechein comenzó a correrse.

-¡No te corras dentro de mí, Luisí!

Luis no le hizo caso. Se corríó dentro de Sechesedassechein. De la espalda de la joven salieron unas inmensas alas. Su cuerpo se fue transformando hasta convertirse en una descomunal mantis religiosa. Luis, con los ojos desorbitados,  veía como aquel monstruo, del que no se podía liberar, le empezaba a comer la cabeza.

                                                                                                         FIN

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