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Chiquita

en Sexo con maduros

Diana paseaba por el parque del Retiro de Madrid, Iba rumbo a la casa e campo. Llevaba puesto un vestido azul que le llegaba por encima de la rodilla y unos zapatos negros, cuando lo vio. Estaba sentado en un banco y le echaba migas de pan a las palomas. No parecía un jubilado. Creyó que era un vagabundo. Aparentaba unos 50 años. Tenía las sienes blancas, Vestía camisa y pantalón marrones y unos zapatos negros sin lustre. Tenía barba de una semana. En el banco, a su lado, había una chaqueta marrón. Diana vio como le miraba para las tetas y para las piernas, sin echar ni una ojeada a su cara. Le dio un asco terrible. Al estar a unos veinte metros giró la cabeza por si la seguía. El hombre continuaba echándole migas de pan a las palomas.

Diana, al estar a solas en el piso que compartía con dos chicas. le picó la curiosidad. "¿Cómo acabaría así aquel hombre?" "¿Tendría familia...?" Un sin fin de preguntas se aglutinaron en su cabeza.

Al día siguiente volvió a pasar por el mismo lugar, y allí estaba el hombre, como si aquel banco fuese su casa. Le daba migas de pan a las palomas y la chaqueta marrón seguía a su lado sobre el banco, como si fuese su única compañera. Vio como le volvía a mirar para las tetas y para las piernas y después sintió su mirada clavada en su espalda. Al tercer día ya fue por esa parte del parque porque le daba morbo. Cada día pasaba más cerca del vagabundo para que la mirara. Al quinto día, pasó tan cerca que ya el hombre pudo oler su perfume. Le dijo:

-¿Anaïs Anaïs?

Diana, se detuvo, y le respondió:

-¿Qué?

-El perfume que llevas. ¿Es AnaÏs Anaïs de Cacharel?

El vagabundo se lo había preguntado sonriendo. Su dentadura era perfecta. Sus ojos de color azul claro, su nariz aguileña y tenía un hoyuelo en el mentón.

Al vagabundo le ponías un traje y era un galán.

-Si, lo es. Para ser un pervertido sabe de perfumes.

-¿Pervertido yo? ¡Nada más lejos de la realidad, Chiquita! Me gusta ver caminar a las mujeres. ¿Sabías que por su forma de caminar se sabe mucho de ellas? Y por sus senos...

Diana, mirándolo con seriedad, le dijo:

-¿Aún va a ser que eres un psicólogo en paro que se dedica a mirarle las tetas y las piernas a las mujeres?

-Pues no, soy un hombre caído en desgracia. Me llamo Carlos Trujillo.

-Ese nombre me suena.

-Hace unas semanas salí en las noticias.

-¡El ginecólogo al que condenaron por tocamientos obscenos!

-El mismo. ¿Y tú cómo te llamas, Chiquita?

-Diana.

-Bonito nombre.

Diana, cogió la chaqueta marrón, se sentó en el banco y la puso sobre sus rodillas. Una paloma blanca se posó en su cabeza. La quitó con la palma de su mano derecha.

-¿Cómo pudo echar su vida a perder por tocar indebidamente a una chica?

-¿No te parece raro?

-Muy raro.

-Lo mismo le pareció al juez, por eso no estoy en la cárcel, pero a mi mujer le dio el chalet que teníamos en la sierra y casi todo mi dinero y a la demandante el valor del ático que tenía en la Castellana. Ahora malvivo en mi piso, ya que el colegio de médicos me quitó la licencia.

-¿Qué pasó en realidad con la chica que lo acusó y con su enfermera, la que fue de testigo de la chica?

-Mi enfermera era la amante de mi mujer. Con eso ya te lo digo todo.

Diana, se encendió. Odiaba las injusticias

-¡Qué putas!

-Les has dado con el nombre.

-O sea, que a tu ex le gustan las mujeres.

-Más que a un niño un caramelo.

Diana olió un buen negocio.

-¿Cuánto me darías por ayudarte? ¿Cuánto me darías por sacarle de alguna manera una confesión a esa mujer?

-Es muy lista, no le sacarás nada. Además no tengo con que pagarte.

-¿Tienes 100 euros?

-Ni eso, en casa sólo tengo cincuenta. y aquí nada de nada.

A Diana, ese día le apetecía pasar un buen rato, y que mejor que con un ginecólogo, por eso le dijo:

-Vale, dame diez.

-¡¿Diez?!

-Sí, diez, será el anticipo de los 100.000 que me darás cuando recuperes la licencia y con ella tu trabajo.

-¿Por qué me ayudas si ni siquiera me conoces? Y además no sabes si soy un buen sujeto.

-No pareces malo, lo que pareces es un hombre con una muy mala suerte. Odio las injusticias y si en algo puedo ayudar... ¿por qué no?

-Mmm, no sé... no te niego que quiero recuperar mi vida...  No parece un mal plan.

-Pues ¿qué es lo peor que puede pasar?... que no logre nada y que sigas en la misma situación que estás ahora.

-Tienes razón, pero tendrías que venir a mi piso, al piso de un desconocido acusado de actividades impropias con mujeres, jejeje. ¿Estás de acuerdo?

-Me sé cuidar sola... Vamos, te sigo.

Carlos cogió la chaqueta del regazo de Diana y se levantó. Era muy alto, pasaba del metro ochenta. Diana lo miró de abajo arriba, y le dijo:

-Ahora sé porque me llamabas Chiquita.

Después de una buena caminata llegaron al piso de Carlos. El piso del que creyera un vagabundo estaba amueblado a todo lujo. Diana quiso que se lo enseñara, y se lo enseñó... Se lo estaba enseñando cuando Carlos pasó de largo por delante de una habitación que tenía la puerta cerrada. Diana, se paró delante de la puerta, y le preguntó:

-¿Por qué no me la enseñas?

-Es una habitación fea y sin importancia.

-Mientes muy mal.

Diana abrió la puerta de la habitación, Estaba pintada de rojo. Tenía una cama con barrotes plateados en la cabecera y en los pies. Un par de esposas y una venda roja colgaban en la cabecera, en los pies había unas argollas plateadas. La cubría una colcha negra. Sobre la coqueta vio una látigo de cuero con varias puntas.

Diana ni se inmutó al ver aquella habitación tan especial. Le preguntó:

-¿Por qué los barrotes plateados y no de bronce?

-No son plateados, son de plata, toda la cama es de plata, y las argollas y esposas también.

-Si vendieras el lote te darían un buen dinero.

-Sería pan para hoy y hambre para mañana.

Diana entró en la habitación y se echó sobre la cama. Carlos llevaba meses sin tener sexo y al verla echada y enseñando gran parte de sus bellas piernas, la polla se le puso dura. Diana, mirándole para el bulto del pantalón, sonrió, y le dijo:

-Ven.

-¿Estás segura de que quieres jugar?

-Ven.

Carlos fue a su lado, la besó al tiempo que le acariciaba las tetas. Le quitó la blusa blanca y el sujetador del mismo color. Besó su cuello y después besó sus pezones. Le quitó la falda y las bragas y le besó el clítoris. La sujetó con las esposas a la cabecera. Luego besó las plantas de los pies y le puso las argollas en las piernas, sobre los tobillos. La besó y después le vendó los ojos.

Diana ya estaba mojada. Ya no lo veía cuando Carlos se desnudó. Tenía el cuerpo bien cuidado.

Diana escuchó el sonido de un vibrador. (era un vibrador bala) Sintió el vibrador acariciar sus pezones y sus tetas junto a los besos de Carlos en sus axilas. Al rato largo la habitación se quedó en silencio.

Diana ya estaba perra.

-Sigue, diablo.

Carlos le acarició los labios con un dedo. Diana abrió la boca para que la besara. Carlos le metió las bragas en la boca. y le dijo:

-¡Calla!

Le dio sutilmente con el látigo de cuero de muchas puntas sobre el capuchón del clítoris. Diana emitió un sonido de placer:

-¡Aaaaah!

-¿Disfrutas?

Diana estaba en la gloria. Le dio a la cabeza en sentido afirmativo.

Volvió a sentir el vibrador bala recorrer de nuevo los pezones, las tetas, su vientre... Mientras se paseaba por una teta o por el vientre, la lengua de Carlos lamía los pezones y sus labios chupaban las tetas... Sintió tres latigazos más sobre el capuchón del clítoris.

-¡Oiiiiiiiiii, -malamente, pero logro hablar- cabrón!

-¡Calla o te rompo el culo!

Del coño de Diana ya salia jugo que le mojaba el ojete y luego caía sobre la cama.

Movió la cabeza de nuevo en sentido afirmativo.

Carlos le quitó las bragas de la boca, y le preguntó:

-¿Si, qué, zorrita?

-Que no me importaría que me lo rompieras...

La gorda verga de Carlos entró en la boca de Diana y esto hizo que la joven dejara de hablar y comenzase a mamar.

Mientras Diana mamaba, Carlos le magreaba las tetas. Sus pezones estaban erectos. Sintió como algo se los apretaba con fuerza, (eran dos pinzas de plástico que Carlos le había puesto) Volvió a darle sutilmente con el látigo, esta vez en el coño, y una docena de veces. Con la polla en la boca no podía vocalizar, pero pudo decir:

-¡Yaaaaaaaaaaaa!

Le sacó la verga de la boca.

-¡Te vas a correr cuando yo te mande, zorrita!

Le puso las bragas sobre la cara.

Lo siguiente que sintió Diana fue una lengua lamer su coño. Movió la pelvis de abajo arriba y de arriba abajo y a los pocos segundos, temblando de gusto se corrió en la boca de Carlos, diciendo:

-¡¡¡Siiiiiiiiiiiiiii!!!

Al acabar de correrse, le dijo Carlos:

-¡Te corriste cómo una cerdita!

La respuesta de Diana, fue:

-Más.

-¡Zorra insaciable! ¡¿Quieres más?! ¡Te vas a correr hasta que me pidas por favor que pare!

... Diana sintió como el vibrador bala jugaba con el capuchón de su clítoris del que salía el glande colorado como si fuese un diminuto pene. Luego sintió como un vibrador se iba metiendo en su coño, (era uno de esos vibradores que tienen rabo para poder quitarlos) y al ratito como un consolador se iba introduciendo en su culo. Gozando como una loca, le dijo:

-Bésame.

Carlos le quitó las bragas de la cara.

-¿Qué decías, putita?

-¡Qué me beses, por favor, Carlos, por favor, bésame!

Carlos la besó y después le mordió los labios.

Minutos más tarde, Diana, arqueó su cuerpo, y con las pinzas en los pezones, un vibrador haciendo estragos en su coño, el otro en su clítoris y el consolador follando su culo, tuvo tres orgasmos seguidos, el primero que sintió fue el de clítoris, después el vaginal, y de tercero el anal.

Tanto placer sintió que se quedó sin fuerzas para hablar. Carlos le quitó el vibrador del coño, las esposas y las argollas. Se echó a su lado, la besó con dulzura, y le preguntó:

-¿Lo disfrutaste, Chiquita?

.Mucho. ¿Me puedes traer un vaso de agua?

-¿No prefieres un zumo o una limonada?

-No, agua, para la sed lo mejor es el agua.

Carlos, empalmado salió de la habitación, y empalmado volvió a ella con el vaso de agua en la mano, se lo dio y se metió en la cama.

Diana, bebió el vaso de agua. Lo posó en la mesita, cogió la verga de Carlos, y le hizo una mamada de esas que sólo ella sabía hacer.

A punto de explotar, le dijo Carlos:

-Quita la polla de la boca que me voy a correr.

Diana, con su voz más sensual, le dijo:

-Córrete que quiero beber de ti como tu bebiste de mí.

Dicho y hecho, Carlos soltó un chorro de leche que impactó con la legua de Diana, la joven se lo tragó, y luego, chupando el glande, se tragó el resto de la corrida.

Seis meses más tarde, Carlos, en su consulta, le daba 100.000 euros a Diana.

Diana había tenido que comerle el coño varias veces a la ex de Carlos, pero había valido la pena, no por los 100.000, euros, que también, pero más por devolverle la vida a un inocente.

Quique.

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