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Las trillizas

en Amor filial

Marta, María y Mercedes eran tres hermanas trillizas. Eran tres preciosidades. Tres caramelitos con envoltorios de oro y seda. Tres sirenas rubias, con la melena hasta la cintura, de un metro setenta y cinco de estatura, delgadas, de ojos verdes, con tetas tirando a grandes, culos redonditos y estrechas caderas. Tres princesas que vivían en un palacio gallego en el que se bañaban en los más caros perfumes... Mas el tenerlo todo física y materialmente, las  convirtió en tres viciosas que confundieron la libertad con el libertinaje y ya nada las satisfacía. Aquella noche iban a rizar el rizo. Habían saltado la tapia del cementerio de Corcubiales. Bajo la luz de la luna. Con los murciélagos revoloteanto, por todo el camposanto,  los buhos ululando sobre las cruces y el viento silbando una triste canción por los tejados de los panteones, esnifaron tres rayas de coca encima de una tumba, después echaron un trago cada una de la botella de ron que llevaba María, y dijo Marta:

-A ver si somos capaces de levantar la polla de algún muerto.

Se desnudaron. Se arrimaron a la pared de un mausoleo de aquel cementerio y comenzaron a masturbarse. Los buhos, curiosos, se fueron acercando a ellas. Las miraban con sus grandes ojos... Estaban tan colocadas que no se iban a correr... Como no lo consiguieron, se vistieron y después fueron tirando las flores de los nichos, hasta que llegaron a uno en que la caja del muerto estaba fuera con el muerto en descomposición al lado, un muerto que las miraba con los ojos abiertos y enseñando su dentadura podrida. El colocón que llevaban desapareció. Echaron a correr, y chillando y desnudas, volvieron a saltar la tapia. Se metieron en sus ferraris y huyeron a toda prisa. (El muerto que las había asustado lo habían sacado por error unos cafres que trabajaban para un narco y que buscaban la coca que habían agachado en el nicho de al lado) Las trillizas no iban a volver al cementerio más que de viejas y por que las llevarían.

Al día siguiente, Pedro,  el cabo de la guardia civil,  hablaba con Ricardo, el padrastro de las trillizas, que era un cuarentón, moreno y atractivo.

-...Las grabó una cámara de las que pusimos en el cementerio para saber quien remueve las tumbas. -le dio la cinta- Léeles la cartilla. Por cierto. ¡Cómo están tus hijastras!

-Tampoco te pases, Pedro.

Ricardo habló con Anabel, su esposa, y acordaron no decirles nada de lo del cementerio y ponerles cámaras ocultas en los ferraris, en las duchas, a las que a veces iban juntas, en sus habitaciones, en la biblioteca y en el salón. Así sabrían que hacían sus hijas.

Unos días más tarde, en sábado,  aprovecharon  que las trillizas se había ido de marcha, y en bata de casa, sentados sobre la cama, le dijo Ricardo a Anabel:

-Las de las duchas, no. No quiero ver a las trillizas desnudas.

-Pon las de los coches en el chisme ese.

Ricardo le dio forward al de María, y nada, al de Marta, y nada, al de Mercedes y vieron que el coche hacía un trompo. Le dio para atrás un poquito y oyeron decir a Mercedes:

-¿Te vas a correr? Espera, epera, espeeeeeeeeeera, espeeeeeeeeeeeeera, espera, mamón, no te corras aún, espe, ¡eh, eh, eh! !Oooooooo! ¡Córrete conmigo!

Se fijaron y vieron que Mercedes tenía una mano entre las piernas. No sabían a que velocidad iba, pero sintieron el chirriar de las ruedas al frenar. Vieron el Ferrari rojo (las tres tenían el Ferrari de ese color) hacer un trompo, y oyeron pitar a un coche que le pasó rozando. Ricardo, exclamó:

-¡¡Para matarse!! Por poco, el correrse le cuesta la vida

Anabel, que era una mujer guapa, de treinta y ocho años,  rubia, de la estatura de sus hijas, de ojos verdes y tetas, grandes, le dijo a su marido:

-Se ve que le gustan las emociones fuertes. Nunca me masturbé mientras conducía.

Ricardo no reconocía a su esposa.

-¡¡Tú hija casi se mata y tú pensando en masturbarte mientras conduces!!

-No lo estaba pensando, pero puedes aposta tu culo a que lo haré.

Ricardo ya temía a lo que pudiese venir

-¿No sería mejor dejar de ver las grabaciones?

-No

-Son mayores de edad. Debíamos respetar su intimidad.

-Ayer dumieron las tres en la habitacíón de María. Pon esa.

-¿Y si se dieron el lote?

-Se lo dieron.

-¿Quieres saber si tus hijas se comen los coños?

-Sí, quiero saberlo.

-Lo que deberíamos hacer es retirar las cámaras ocultas.

-¡Pon la grabación, pesado!

Puso la grabación...

Marta y Mercedes entraban en la habitación. Al cerrar la puerta María, las hermanas le hicieron cosquillas. María se carcajeaba.

-¡Parad!

Marta, le dijo:

-Sabemos que te gusta, zorrilla,

La habitación tenía en el techo una lámpara con doce bombillas. Dos enormes armarios con tres puertas. Dos camas individuales unidas en una sola. Dos mesitas de noche. Una enorme televisión de plasma en la pared del fondo. Unos cuadros de marinas en las paredes. Cuatro sillas y una pequeña mesa. Un aparador con un gran espejo y un taburete delante... El piso lo cubría totalmente una alfombra roja que hacía juego con la colcha de la cama.

Oyeron como le decía Mercedes a María:

-¿Es verdad que te follaste al decano?

-Es mentira.

.¿Qué hiciste con él?

-Le hice la danza de los siete velos, sin velos.

-¿Y eso cómo coño se hace?

-Pon en el Iphon música para bailarla.

Mercedes y Marta se sentaron en dos sillas. Mercedes puso la música. María comenzó a bailar moviendo las caderas, los brazos y las manos. Cada prenda que quitaba le hacía de velo.

Ricardo, le dijo a Anabel:

-Esto se pone valiente.

-Dirás que esto se pone caliente.

-Valiente, valiente. Mi polla levantó la cabeza.

-¡¿Te excitan tus hijas?!

-¡Coño, soy su padrastro, pero también soy un hombre! Será mejor que sigas mirando tú sola. Después me cuentas.

-¡Y una mierda! Si te vas cascas una paja pensando en mi hija. ¡Tú te quedas aquí!

-¡Qué mal pensada!

-¡Cómo si no te conociera!

-¡Va! Imaginaciones tuyas

No eran imaginaciones, no. En fin... Al acabar de bailar, María, estaba desnuda. Le dijo Mercedes:

-Por calentarnos mereces un castigo. Ven aquí.

María fue y se echó sobre las rodillas de su hermana. Marta cogió una zapatilla, blanca. Parecía un peluche.  Su piso era amarillo y mullido. Le dio en las cachas más de veinte veces. "¡Plas plas plas plas, plas plas plas plas plas plas plas plas! ¡¡Plaaaaas, plaaaas, plaaaas, plaaaaaaas!! ¡Plas plas, plas, plas plas, plas, plas! ¡¡¡Plaaaaaaas, plaaaaaaas!!!" Con el último zapatillazo, se abrió una de las puertas del armario y salió un joven de un metro ochenta y algo de estatura, rubio, de unos veinte años, musculado y empalmado. Les dijo a las trillizas:

-¡Sorpresa! 

Ricardo, al verlo, exclamó:

-¡Puta que lo pario! ¿Cómo entró ese maricón en casa?

Anabel, le respondió:

-Lo colaron.

Siguieron mirando el video.

Mercedes dijo:

-¡El Genio del Armario!

El joven, dijo, con voz gruesa:

-El mismo. El genio al que hay que conceder tres deseos.

María se levantó del regazo y le dijo a sus hermanas:

-¡Desnudaos ante el genio y reverenciar la Santa Polla!

Se desnudaron... Si de vestidas era bellas, de desnudas eran preciosas. Parecían ángeles con tetas redondas y areolas rosadas, grandes como galletas María, pezones pequeñitos y con el coño cubierto de abundante pelo rubio.

Las trillizas le chuparon, lamieron y mamaron los gordos veinte centímetros del Genio, que un rato más tarde, señalándolas con el dedo, les dijo:

-Pito, pito, gorgorito, a ti y a ti os toca comer coñito.

Mercedes se echó boca arriba en la cama. María le puso el coño en la boca. Marta, culo en pompa,  le comenzó a comer el coño a Mercedes. El  Genio se la metió hasta el fondo a Marta. Anabel, en vez de escandalizarse, le preguntó a su marido:

-¿Me la comes, Ricardo?

Continuará.

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