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La Zurda, una guarra de cuidado

en Amor filial

Esta historia la saqué de una de las confidencias que nos hacíamos los amigos en mi aldea, y la cuento en primera persona.

 

Mi tía Ramona, la Zurda, Se hiciera una buena reputación cómo curandera. Lo mismo colocaba un tendón en su sitio que te daba un jarabe para la gripe, ya que era una entendida en hierbas. Llevaba 20 años de viuda y acababa de quitarse el luto. El vestido marrón que llevaba puesto era de alivio. Tenía 45 años, era flaca y debía medir un metro sesenta. Llevaba su pelo negro recogido en un moño. Sus ojos eran negros y muy grandes, su nariz respingona, sus labios gruesos, su cara redonda, su mentón tenía un hoyuelo, su cuello era largo, de cisne, sus tetas eran medianas tirando a grandes con areolas rosadas del tamaño de una galleta Oreo y sus pezones gordos y largos. Su cintura era normal, sus caderas anchas, sus piernas eran perfectas y a su coño lo rodeaba una tremenda mata de pelo negro.

Era una tarde soleada de finales de septiembre. La Zurda y yo estábamos vendimiando uvas blancas de una de las parras que tenía en una de sus huertas. Se agachó para coger una cesta de uvas y vi la mitad de sus tetas asomar por el escote de su vestido sin mangas. La Zurda vio que se las estaba mirando, y me dijo:

 

-¿Te gusta lo que ves, gamberro?

 

Levantó la cesta, la puso encima de la cabeza. Mirando para los pelos negros de sus sobacos, le dije:

 

-Sí, me gustan los pelos de tus sobacos.

-Y mis tetas, cabrón.

-Y tus tetas, y... Y mejor me callo.

-Sí, no vaya a ser que cobres, y no dinero precisamente.

 

Se fue al lagar a echar la cesta de uvas en una cuba. Volvió, y me preguntó:

 

-¿Si en vez de cien pesetas por ayudarme te diera doscientas me harías un trabajo extra?

 

Me olí la aventura.

 

-O dos, o tres, o los que haga falta.

-Uno solo. ¿Me pisas las uvas?

 

Me entró el bajón.

 

-Claro, todo lo que sea ganar dinero viene bien.

 

Una hora más tarde, ya en el lagar, para pisar las uvas tuve que quitar la camisa y el pantalón y quedar en calzoncillos. La Zurda estaba mirando cómo me los quitaba. Me excité, mi polla se puso gorda e hizo un tremendo bulto en ellos. Al meterme dentro de la cuba, me dijo:

 

-Voy a buscar una toalla para que te seques después de pisar las uvas.

 

Tardó en volver. Tanto tardó que cuando volvió ya casi acabara de pisar las uvas. Me fijé en sus pies y vi que se había quitado las sandalias y se había puesto unos zapatos negros con tacón de aguja. Me pareció muy extraño. Estábamos en el lagar, lagar en el que a la izquierda estaba el colchón donde dormía el cañero cuando hacía el aguardiente, un poco más allá el alambique y un barril desfondado y casi lleno de agua en el que me iba a meter después de pisar las uvas. A la derecha la prensa y a su lado una estantería con hoces, hachas, limas... Tras una puerta la bodega con barriles... Sobre una mesa hecha con tablones había cantidad de pequeñas cosas... Embudos, grifos de madera, corchos, leña..., y por las esquinas cantidad de telas de araña. Los zapatos de tacón de aguja desentonaban en aquel lugar, pero no le dije nada.

 

Quitó una piedra de la pared del lagar y sacó una caja de cerillas y un pequeño saquito en el que había tabaco y un librillo con papel de liar. ¡Mi tía fumaba a escondidas! Le dije:

 

-¡Que callado te lo tenías!

-¡Y no se te ocurra contárselo a nadie!

 

Arrimada con la espalda a pared lió un pitillo, lo encendió y le dio una profunda calada. Me preguntó:

 

-¿Quieres probar?

 

Oler, olía bien, Parecía mentolado.

 

-A ver a que sabe.

 

Me metió el pitillo en la boca, le largué una profunda calada, lo eché al pecho y me mareé.

 

-¡Qué coño es esto!

-Lleva de todo, semillas de amapola, tabaco, y otras hierbas.

 

La Zurda siguió fumando cómo si de tabaco normal se tratase. Al ratito sentí una euforia tal que pisaba las uvas marcando el paso cómo los soldados en un desfile. Le pregunté:

 

-¿Me das otra calada?

 

Me dio tres y me puse cómo una moto.

 

Salí de la cuba con el calzoncillo y el resto del cuerpo cubierto por el mosto y las pepitas y cáscaras de las uvas... Sin mediar palabra, la Zurda, me lamió una cicatriz que tenía en la espalda. Yo estaba pasado de revoluciones. Le dije:

 

-¡Te voy a comer viva, cabrona!

 

Me amonestó.

 

-Estate quieto o te quedas con las ganas.

 

Me quedé más quieto que un muerto. Lamió desde el culo a la nuca. La polla se me puso tiesa. Me lamió toda la espalda. Me bajó los calzoncillos y me lamió las cachas y el ojete, me dio la vuelta, se metió la polla en la boca y me hizo una mamada... Con la otra mano acariciaba mi cicatriz. Mamaba, paraba, la masturbaba, y decía:

 

-¡Quiero que me des tu leche! Quiero tragarla. ¡¡Quiero dejarte seco!! Quiero...

 

La interrumpí. Saqué al fanfarrón que llevaba en mí. Le dije:

 

-¿Secarme a mí? ¡Tengo leche para media España!

 

Pasados un par de minutos me corrí en su boca. La Zurda, tragando, gemía cómo si la que se estuviese corriendo fuese ella. Al acabar de correrme se levantó me agarró las cachas, me apretó contra ella y me besó. Al meter mi lengua en su boca me encontré con el sabor inconfundible de mi leche. Mi lengua se llenó de ella, la muy zorra no se la había tragado. No me dio asco, al contrario, me excitó aún más y mi polla se volvió a poner dura. Después de besarnos, me dijo:

 

-Cien pesetas más si me comes el coño.

 

Si no estuviera eufórico se las pagaría yo a ella por comérselo, pero cómo lo estaba, le dije:

 

-¡Mil pesetas, quiero mil pesetas!

-Cien, y cómo digas una palabra más te vistes y te vas para tu casa.

 

Sus palabras me bajaron los humos.

 

-Vale. Tu mandas.

 

Se desnudó. Vi sus tremendas tetas con aquellas bellas areolas y sus grandes pezones, su coño peludo, y al darse la vuelta su delicioso y redondo culo. Se metió en la cuba, se soltó el moño y se sumergió en el mosto, al salir expulsó un chorro de mosto de la boca y peinó con las dos manos su larga cabellera hacia atrás cómo si saliese del fondo del mar o del fondo de un río. Me dio la espalda. Calzó de nuevo los zapatos negros con tacón de aguja (parecía que eran su talismán), y me dijo: 

 

-Cómeme entera, Quique.

 

Le lamí su espalda desde el culo hasta la nunca, para lo que ella apartó el cabello, después le lamí desde los talones hasta el culo, le lamí y mordí las nalgas, y le lamí y folle el ojete. Me levanté. Me di la vuelta y le comí la boca, de la boca pasé a las tetas. Las agarré con las dos manos y se las magreé, eran esponjosas y su tacto era sedoso. Mamé sus bellas areolas y lamí y mordí los pezones. Bajé a su coño. La Zurda me cogió la cabeza, abrió las piernas. Echó la pelvis hacia delante y un potente chorro de orina se coló en mi boca. Eché el meo fuera cómo si me estuviera ahogando. Le dije:

 

-¡Puñetera meona!

 

Siguió orinando y puso perdida mi cara y el colchón. Al acabar de mear soltó mi cabeza y me dijo:

 

-¡Me encanta ver la cara de un hombre mojada con mi orina!

 

Mi tía era una cerda de mucho cuidado. Me sequé la cara con la toalla, y le dije:

 

-¡Tienes unos gustos raros de cojones!

-¡Fóllame que me muero de ganas por correrme!

 

Me puse de pie, la cogí en alto en peso, la arrimé a la pared y se la clavé hasta el fondo del coño. Ella rodeó mi cuello con sus brazos. Era ligera cómo una pluma y caliente cómo una perra. Comiéndome la boca movió el culo a toda hostia y en un par de minutos apretó las nalgas, apretó mi polla y la baño con una tremenda corrida, lo que hizo que yo me corriera dentro de ella. A unos metros de nosotros estaba el colchón donde dormía el cañero cuando hacía el aguardiente. La llevé hasta el colchón, la eché sobre él, le cerré las piernas y la follé buscando su punto G, o sea haciendo palanca con mi culo. Me duró menos de lo que dura un caramelo en la puerta de un colegio. A punto de correrse de nuevo, me dijo:

 

-¡Ay que me da algo! ¡¡Ay que mala me pongo!!

 

Se comenzó a correr cómo una fuente. Esta vez su coño apretaba mi polla con tanta fuerza que parecía que la quería estrangular.

Al acabar, me miró, y sonriendo, dijo:

 

-¡Follas bien, condenado!

 

Me subí otra vez a la parra.

 

-Bien, no, lo siguiente.

-Quiero más, campeón.

 

Me gustó lo de campeón.

 

-¡Te voy a dar leña hasta que pidas pan por señas!

-Vale, pero primero métemela entre las tetas.

 

Puse mi polla entre sus tetas, las apretó con las dos manos y se las follé. De vez en cuando soltaba las tetas, dejaba que mi polla entrase en su boca, la mamaba y después volvía a apretarlas. Pasado un tiempo ocurrió lo que tenía que ocurrir. Me corrí y el chorro que salió fue a parar a sus labios. Sacó la lengua y lamió la leche. Se la puse en la boca, la cogió y se tragó hasta la última gota. ¡Que vicio tenía! Al acabar de tragar, me dijo:

 

-¡Cómeme el coño otra vez!

-¡Eres bien puta!

-Mucho más de lo que te puedas imaginar.

 

Metí mi cabeza entre sus piernas y la muy zorra volvió a mear por mí. Me puso perdido. ¿De dónde sacaría tanta orina? Cogí un cabreo criminal. Me levanté, saqué la polla, hice fuerza, apreté el culo y meé por ella, diciéndole:

 

-¡A cerdo no me ganas, cabrona!

 

Lo estaba viendo y no lo creía. La Zurda ponía las manos y se lavaba la cara, las tetas y el coño con mi meo, después se dio la vuelta, se puso a cuatro patas, y me dijo:

 

-Castígame duro por haber sido mala.

 

Con las palmas de mis manos pensé que era poco castigo por haber meado por mí dos veces. Miré a mi alrededor y vi una tabla, era demasiado castigo. Vi una cuerda, poco... Una tralla, demasiado... Vi una mimbre gorda de un metro de largo, más o menos, la cogí y le largué en ambas nalgas.

 

-Zaasssss, -ayyyyyy- zaassss, -ayyyyyy.

 

Agarré tal aire de superioridad que ya me creía un dios. Le ordené:

 

-¡Mete dos dedos en el coño y haz una paja!

 

Acarició su clítoris, metió dos dedos en el coño, abrió las piernas y puso el culo en pompa.

 

-Cómeme el culo, gamberro.

 

Le volví a largar con la mimbre.

 

-Zassssss -ayyyyyy- zasssssss -ayyyyyy- zasssssss -ayyyyyy- zassssssss -ayyyyyy.

 

Me estaba sintiendo el rey del mundo.

 

-¿Qué querías que te hiciera, zorra?

 

Se puso a cuatro patas.

 

-Métesela en el culo a tu perra.

 

Tiré la mimbre. Le separé las nalgas y vi que tenía en el culo más anillos que un árbol milenario, anillos, estrías, o cómo le quieras llamar. A la Zurda le dieran por el culo más veces que por el coño. Le lamí el ojete. Exclamó:

 

-¡Qué gustooooo!

 

Volví a coger la mimbre y le largué.

 

-Zasssssss -ayyyyyy- zassssss -ayyyyyyy- zasssssss -ayyyyyy- zassssss- ayyyyyyy, cabrón.

-¿Quién te da por culo, cerda? ¡Confiesa o te dejo el culo a rayas.

-No hay nada que confesar.

-¡¡Zassssssssss!!

-¡Eso me dolió, cabrón!

 

Volví a tirar la mimbre y cambié el tratamiento. Le lamí y le besé las nalgas, se las separé, lamí desde el coño al ojete, y le dije:

 

-Cuenta quien te la mete en el culo o vuelvo a la mimbre.

-Es un secreto.

 

Le lamí y le folle el ojete, ojete que se empezó a abrir y cerrar.

 

-¡Cuenta, coño, cuenta!

-Sigue haciéndole cositas a tu tía favorita y te lo cuento.

 

Le cogí las tetas, se las magreé y le apreté los pezones. Le follé el culo con la punta de la lengua. La Zurda, con sus manos apoyadas en el colchón mojado de meo, gemía. Más tarde froté mi polla desde el coño empapado a su ojete repetidas veces y cuando ya se lo puse en la entrada para clavársela en el culo, le volví a preguntar:

 

-¡¿Quién te la mete donde te la voy a meter yo, puta?!

-¿Me guardarás el secreto?

 

Seguía en el mundo de los chulos, le respondí:

 

-¡Si me sale de los cojones, sí!-le metí la puntita-. ¿Quién te la mete en el culo?

La Zurda empujó con el culo haía atrás pero no dejé que la metiera. Al final me lo dijo.

 

-Tucho.

-¿El Manco?

-Sí. ¡Métemela, coño, métemela!

 

Tucho era un hombre casado que perdiera una mano al explotarle una bomba de palenque en ella el día de la fiesta.

 

-Eres una perdida. ¿Por quién más measte?

 

Le froté la polla desde el coño al ojete. Ya se soltó.

 

-Meé por Toño, el Cojo, por Benito, el Ciego y por Alfredo, el Mudo. ¡Métemela en el culo de una puta vez!

 

A la Zurda le ponían los hombres con alguna tara física. Su difunto marido (según me habían dicho) tenía una gran cicatriz en la cara del resultado de un navajazo. Até cabos y me di cuenta de que lo que la calentara para tenerla a mi disposición fuera ver la cicatriz en mi espalda.

 

Le metí toda la polla en el culo. Entró cómo en un coño jovencito, apretada pero sin dificultad. La follé el culo con fuertes embestidas, pero no le llegaba. Me dijo:

 

-¡Más fuerte y más rápido, cabrón!

-¡Ahora verás! ¡¡Te lo voy a romper, puta!!

 

Le di a toda hostia y el resultado fue que acabé con la lengua fuera mientras le llenaba el culo de leche. La Zurda, al parar yo de darle, le dio ella al culo y no para hasta correrse... Desplomándose sobre el colchón lleno de meo, me dijo:

 

-¡¡Me mataaaaaaas!!

 

Tuvo un orgasmo brutal, se sacudía una cosa mala y jadeaba cómo una perra.

 

El mosto se había pegado a nuestros cuerpos y lamieras dónde lamieras la piel sabía dulce- Mi tía se quiso dar un festín, y se lo iba a dar.

 

-Ayúdame a darle la vuelta al colchón.

 

Le dimos la vuelta y la humedad de la orina quedó en la parte de abajo. La Zurda me comió la boca y me empujó boca arriba encima del colchón.

Al chulo no le gustó el empujón.

 

-Que conste que me dejé caer! ¡¡A mí no me tira ni Dios!!

-Tomo nota. Ahora relájate y disfruta.

 

Vi sus tetas colgando. Sus areolas rosadas se hicieran más grandes... Lamió las plantas de mis, pies, los dedos, lamió mi pierna derecha, desde los tobillos a las pelotas, las lamió y las chupó, lamió la derecha hasta llegar de nuevo a las pelotas, después lamió y metió la punta de su lengua en mi ojete varias veces. Mi polla, tiesa como un palo, apuntaba al techo y echaba aguadilla por el meato, sin tocarla con las manos me la mamó y metió un dedo en el culo, luego lamió mi vientre, mis mamilas, lamió la frente, mi cuello y pasó su lengua por mis labios. Me tenía negro. Cogió la teta derecha con las dos manos, me puso el pezón entre los labios, y me dijo:

 

-Lame y chupa.

 

Me volví a hacer el gallito.

 

-¡Pídemelo por favor, cerda!

Me dio por el palo.

 

-Por favor, amo.

 

Lamí y chupé el pezón y después el resto de la teta. Acto seguido me dio la otra, y también gocé de ella. Luego me puso el coño en la boca. Sus pelos me hacían cosquillas en la nariz. Mi lengua se llenó de deliciosas babas al entrar en su coño. Pensé que iba a mear por mi de nuevo, pero no, se dio la vuelta, se echó a lo largo de mí, me cogió la polla y me la mamó. Mi lengua lamió su coño, mis labios chuparon su clítoris y la yema de mi dedo pulgar acarició su ojete. Tiempo después, La Zurda, a punto de correrse, metió un dedo en mi culo y me lo folló. Yo le metí otro... Poco más tarde le llene la boca de leche y ella a mi la boca con sus jugos, unos jugos espesos que se descolgaron de su coño con lentitud, cómo para que los saborease cómo si fueran ambrosía, y a manjar de dioses me supieron.

 

Echamos un par de polvos más, en el primero, al correrse, me clavó las uñas en la espalda, me la araño y me hizo sangre... Después me la lamería. El sabor de la sangre la ponía a mil, y en el último, mientras me corría dentro de su coño me dijo que cuando me llamase para embotellar el vino trajese conmigo a Camilo, un amigo mío que quedara tuerto de una pedrada, Definitivamente, a la Zurda le gustaban los hombres con taras, además de ser una guarra de cojones, pero para que os voy a engañar, en la cama siempre me gustaron las mujeres guarras porque yo, yo en la cama también soy un guarro de mucho cuidado.

 

Quique.

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