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Carolina

en Amor filial

Mi nombre es Carolina, tengo ahora sesenta años y mi historia de amor y odio comenzó hace ahora cuarenta y cuatro años. Recuerdo que era un día de invierno y llovía a Dios dar agua. Yo quedara con mi primo Toñito mientras mi tío, mi tía, mi padre y mi madre iban a "trabajar" en el contrabando de tabaco.

Tenía dieciocho años y era virgen. En aquellos tiempos en las aldeas gallegas una mujer decente no perdía la virginidad hasta la noche de bodas.

Toñito y yo estábamos sentados en dos sillas delante de nuestra flamante cocina de hierro. Él leía un cuento del Capitán Trueno y yo leía a Corín Tellado. Se me acababa de ir la regla y andaba caliente. Me vino a la mente lo que viera cuando yo era niña: Viera a la madre de Toñito cuando era un bebé echando para atrás la piel del pito y recuerdo cómo se preocupaba porque tenía demasiada piel y no se le bajaba. Le pregunté:

-¿Ya se te baja la piel del pito, Toñito?

Mi primo me miró, extrañado.

-¿Quién te dijo qué no se me baja?

Le respondí haciendo otra pregunta.

-¿Te duele?

Mi primo pensó que era la suya y se lanzó al ataque.

-Claro que me duele si quiero bajarla, pero para hacer una pera (paja) no hace falta descapullarla.

Ahora la extrañada era yo.

-¡¿Ya haces la pera?!

-Hago.

-No te creo.

-¿Quieres ver cómo hago una?

-Quiero.

Fui a la puerta y cerré con llave. Volví y mi primo seguía igual. Nerviosa, le pregunté:

-¿No ibas a hacer una pera?

-Enséñame algo.

Levanté la falda, aparté la braga para un lado y le enseñé ni coño peludo. Toñito se empalmó. Sacó la polla, que no medía más de once centímetros. La meneó mirando para mi coño y poco después vi cómo salía un chorro de leche que casi llega al techo. Luego salieron mas. Mi cuerpo se estremeció y mi coño se mojó. Me picaba, me picaba mucho, y cuando me picaba mucho y se me abría y se me cerraba. Cómo no sabía hacer un dedo, apretaba las piernas y así llegaba a correrme. Ganas me dieron de hacerlo, pero no lo iba a hacer delante de mi primo. Acabó de correrse -después de jadear cómo un perro- y me preguntó:

-¿Quieres que haga otra?

-Quiero.

-Enséñame las tetas.

Bajé la falda y levanté el jersey, desabroché unos botones de la blusa y saqué las tetas de las copas. Toñito al ver mis gordas tetas, con sus areolas de color marrón oscuro y los erectos pezones, la sacudió con furia, y en nada se volvió a correr. Yo, viendo aquello, colorada cómo una grana, me moría por correrme. Mis bragas estaban encharcadas y ya no me picaba el coño, me escocía. Tenía que correrme o me subiría por las paredes cómo una araña. Me quité las bragas, me senté sobre la polla de mi primo y me desvirgué yo y lo desvirgué a él. Me corrí al sentir su grito de dolor. Le había dolido a él más que a mí. Tuvimos suerte de que un trueno ahogó su grito si no vendría algún vecino a ver si le pasara algo malo... Después, me corrí tres veces más. Es curioso que enseguida se aprende a follar. Al principio era yo la que follaba a mi primo, moviendo el culo de abajo arriba y de arriba abajo, pero después de correrse dentro de mí no sé cuantas veces, se levantó y me dio caña de la buena con su pequeña polla. No se le bajaba. El muelle era nuevo. Mi primo cuanto más se corría, más quería correrse. Al final le pasó lo que le pasa a los conejos, con la última corrida cayó de culo. Lo mire, con su leche y mis jugos mezclados saliendo del coño y le pregunté:

-¿Estás bien?

Con la polla descapullada, que mismo parecía una seta cabezuda, con una sonrisa de oreja a oreja y con una cara de tonto que nunca le había visto, me respondió:

-Síííííííí.

Al mes siguiente no me bajó la regla. Había quedado preñada de mi primo. No se me ocurrió otra cosa mejor que darle lo que buscaba a Ernesto, el hijo del tabernero, un veinteañero que estaba loquito por mí. Era eso o que me tratasen de puta el reto de mis días.

En aquellos tiempos yo medía un metro sesenta, era guapa y tenía buenas tetas, buen culo, cintura estrecha, caderas anchas y bonitas piernas, era guapa y media un metro sesenta centímetros.

Cuando se me empezó a notar la barriga me casé con Ernesto y comenzó mi relación de amor y odio con mi primo.

Después del banquete de bodas, que fue en un corral, me fui a cambiar el vestido de novia. El pequeño hijo de puta de mi primo me siguió, y cuando estaba desnuda, entró en la habitación y cerró la puerta con llave. En bajito, le dije:

-Largo de aquí cabrón.

No dijo palabra, se arrodilló delante de mí. Me bajó las bragas y lamió mi coño. No sé quien le enseñaría, pero me empezó a gustar mucho. Sentía hablar a la gente en el corral y me excitaba más y más... Al rato oí decir a mi marido al otro lado de la puerta:

-Abre, Carolina.

Yo estaba en la gloria y no le iba a abrir. Le dije: 

-Estoy desnuda.

-Mejor, abre.

Sentía La lengua de mi primo haciendo maravillas en mi coño. Me iba a correr en su boca, era cuestión de segundos. Le dije a mi marido.

-Espera un poquito, cariño.

Hablar con mi marido y sentir cómo Toñito me comía el coño fue demasiado. Las piernas me comenzaron a temblar, de mi coño salió una cascada de jugos y me corrí en la boca de mi primo tapando la boca con una mano y tirándole de los pelos con la otra.

Al acabar de correrme, Toñito, se levantó, y con los labios machados de los jugos de mi corrida, me dio un beso con lengua que jamás pude olvidar, y no lo olvidé porque me entraron unas ganas locas de follar.

Toñito se metió debajo de la cama. Le abrí a mi marido y le eché la mano a la polla. Me beso, pero sin lengua, nadie le dijera que se besaba con lengua y no iba a ser yo quien le abriera los ojos, eso le diría que alguien me besara así. Le dije.

-Tengo ganas de ti.

Me cogió en brazos y me llevó a la cama. Se echó encima de mí y me la clavó. Me dijo:

-¡Tienes la almeja empapada!

-Ya te dije que tenía ganas de ti.

Mi marido no sabía follar. Fui yo la que me moví debajo de él, la que le dio las tetas a mamar y la que con mis manos cogió su culo e hizo que la polla entrase con la fuerza que me apetecía. No tardó en correrse dentro de mí y yo me corrí con él. Mi marido no lo oyó, pero yo tenía el oído muy fino y sentí un pequeño gemido debajo de la cama. A saber las veces que se corriera el cabrón de mi primo.

Toñito, me follaba, cuando le daba la gana, bajo amenaza de irse de la lengua, y gracias que no sabia que el hijo que llevaba dentro era suyo, si no me jodería la vida, ya que el pequeño cabrón se había enamorado de mí.

Tuve a mi hijo Nicolás. Toñito me dejó en paz un tiempo. Volvió a la carga una tarde que le estaba dando el pecho a Nicolás sentada en el borde de la cama de mi habitación. Mi marido estaba trabajando en la carpintería y él lo sabía.

Al verlo entrar, le dije:

-Vuelves otra vez, desgraciado, un día te voy a dejar sin huevos.

Con mis palabras lo único que hice fue arrancarle una sonrisa. Sabía que me gustaba follar con él, que me corría cómo una cerda, lo que no sabía era que si tarda más en visitarme lo voy a buscar yo a él.

Me respondió:

-Acabarás por quererme cómo te quiero yo a ti.

-¡Ni en tus sueños verás eso!

Se sentó a mi lado y mientras el bebé mamaba una teta, él me mamaba la otra y me besaba con la boca llena de leche. Desde que tuviera a Nicolás no había tenido sexo con mi marido y me mojé al momento.

De la teta que estaba mamando, se arrodilló y me comió el coño empapado. Era demasiado, si seguía me iba a correr. Siempre fui un poco puta, y para que siguiera mamando, le dije:

-No sigas, no sigas que si sigues me corro.

Siguió y me corrí en su boca. Al acabar, me dijo:

-Me gusta sentir tus líquidos calentitos en mi boca.

Sabía que no debía decirlo, pero me pudo la curiosidad.

 

-¿A que saben?

-Me pasó dos dedos por el coño y me los metió en la boca. Los chupé. Me preguntó:

-¿A ti a que te saben?

-A pescado. ¿Y a ti?

-A mi me saben a jugos de tu coño. Tienen un sabor único.

Dejé al niño en la cuna. Pensé que quería follarme, pero no era así. Al sentarme en la cama me metió la polla en la boca, se la chupé y poco después me llenó la boca de leche. Estaba rica. Mi marido nunca me la metiera en la boca, y cómo es de suponer no le iba a decir yo que se la quería mamar, me tomaría por una puta.

Aquel día quise saber quien le enseñara a hacer aquellas cosas y se lo pregunté:

-¿Quién te enseñó a comer coños y a dar besos con lengua?

-Otro día te lo digo.

Y ese día llegó, llegó a mi casa Toñito con Úrsula, una mujer casada de treinta años, delgada, pelirroja, blanca de cara, pecosa, con un cuerpazo y con fama de nunca haber roto un plato, o sea de santita. Era obvio que le contara lo que hacía conmigo. No puedes ni imaginar cómo me temblaban las piernas cuando mi primo le pasó la llave a la puerta y vi que Úrsula se acercaba a mí sonriendo. Al sentir sus labios besar los míos, no sé porque pero mi lengua se metió dentro de su boca. Ella rodeó mi cuello con sus brazos y me la chupó muy despacito antes de meter la suya en mi boca, y después me dijo:

-Quiero probar la leche de tus tetas.

Me quitó la blusa y el sujetador. Sus dos manos cogieron mi teta derecha y comenzó a mamar, después del primer trago, me beso y me dijo:

-Está muy rica.

Toñito cogió la otra teta y también la mamó. Venían dispuestos a darme placer. Me besaba él, me mamaba la teta ella, me besaba ella y me mamaba la otra teta él, nos besábamos los tres y siempre venían con leche en la boca. Poco le faltó para correrme... Al ratito sentí la mano de Toñito acariciar mi culo y la de Úrsula tocar mi coño empapado. Soy de orgasmo fácil, y no tuvieron que hacer mucho. Úrsula me metió dos dedos en el coño y me masturbó. Cuando los dedos salían mi coño los apretaba para que no salieran del todo Perdí todo el pudor, y le dije:

-Sigue, Úrsula, sigue, sigue que me corro.

Toñito me metió un dedo en el culo... Úrsula, siguió y eché por fuera. ¡Tremenda corrida bajó por el interior de mis muslos!

Aún no me recuperara cuando llamaron a la puerta de una forma muy peculiar. Úrsula abrió y entró en mi casa, Blas, el marido de Úrsula, un treintañero que estaba tan bueno que más de una vez apretara las piernas pensando en él.

Recuerdo cómo si fuera ahora el sonido que hicieron los pasos de Blas en la madera del piso mientras caminaba hacia mí, su sonrisa antes de besarme y mi mudez ante aquella situación. Úrsula, se desnudó con rapidez. Era cómo si tuviera prisa. Toñito hizo lo mismo, y después se agachó ante ella y le comió el coño. Blas, me desnudó muy despacito... Lamió, chupó y bebió leche de mis tetas, y muy despacito, al acabar de desnudarme, me lamió allí abajo. El coño se me abría y se me cerraba de nuevo, cuando Úrsula le dijo a su marido:

-Ya estoy a punto.

Blas, se levantó y fue a su lado, la cogió en alto en peso y se la clavó en el coño, Toñito se la metió en el culo, y a mí los muy cabrones me habían dejado sola. Viendo cómo la mataban de gusto, metí dos dedos en el coño y me lo follé con ellos. Antes de que Úrsula se corriera, me corrí yo con una fuerza tan grande que las piernas me flaquearon y acabé sentada en el piso de madera. Corriéndome no me di de cuenta de que Úrsula se había corrido y ya la dejaran sobre mi cama. Blas, me cogió en brazos y me puso con la boca cerca del coño de su esposa. La cerda de Ursula me cogió la cabeza y llevó mi boca a su almeja babosa. Por puro instinto comencé a lamer. Su coño estaba excesivamente mojado, miré y vi que estaba saliendo leche de él. Era la leche de su marido. Me excité otra vez. Lamí con ganas, y lamiendo con ganas sentí como me levantaban el culo y cómo una gruesa polla entraba en mi coño. Era la polla de Blas.... Toñito besaba a Úrsula y le magreaba las tetas.

Cuando vio Blas que me iba a correr, me cogió otra vez en brazos, pero esta vez para colocarme y clavármela de nuevo en el coño. Toñito me la clavó en el culo, y en nada, pero en nada, me corrí cómo una fuente. Fue la vez que más placer sentí en toda mi vida. La puta de Úrsula, se follaba el coño con dos dedos y lo hacía muy lentamente. Estaba esperando por algo o por alguien. No sabía lo que. Lo supe al acabar de correrme. Blas, me puso en la cama al lado de su mujer. Luegó él y mi primo las menearon y cuando Úrsula se corrió se corrieron ellos en su cara. Le quedó la cara perdida de leche. Cuando acabó, fea cómo estaba, se dio la vuelta y me besó. Le devolví el beso y le lamí la leche de la cara. ¿Por qué? Por que me enseñaran como era el país de los cerdos, y yo estuviera donde estuviera tenía que ser la reina.

Bueno, Quique, este es un trocito de la historia de mi vida. Si te gusta, corrígela y edítala. 

Un beso, amor.

Corregí la historia y la publiqué.

Se agradecen los comentarios buenos y malos.

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