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Lucrecia

en Amor filial

Me encontré con mi amigo jorge en medio de la calle. Hacía años que no lo veía. Parecía que el tiempo no pasaba por el. Seguía siendo aquel moreno alto y apuesto. Con algo mas de peso, pero sin panza. Fuimos al bar del Zurdo. Tomando una cerveza, le pregunté:

- ¿Cómo te va la vida?

-Enviudé hace cinco años.

-Lo siento.

-No tienes porque sentirlo. Vivo con mi sobrina.

-No es lo mismo. Una sobrina no te calienta la cama.

-Por calentarme la cama me la tiene jurada toda la familia. Es muy joven y no lo entienden.

-¿Qué edad tiene tu sobrina?

-18 años, y además de sobrina es mi ahijada.

-Tú tienes 67 años. La diferencia de edad es de casi 40 años.

-Quien me quiera juzgar que se ponga en mis zapatos.

-No seré yo quien te juzgue. Yo también tuve una aventura con una sobrina de mi mujer. ¿Cómo empezó tu historia con tu sobrina?

-Te la cuento si después me cuentas tú la tuya.

-Hecho.

Jorge empezó así su historía:

-"Lucrecia llegó a mi chalet de la playa con mi hermano Lucas y mi cuñada Marta. Venían a pasar un mes de vacaciones. Hacía diez años que no la veía y de la niña que recordaba me encontré con una preciosidad. Delgadita. De larga melena rubia. De grandes ojos verdes. 1.80 de estatura. Pechos generosos. Boca con labios carnosos. Cintura fina. Anchas caderas y culito redondito. Al darme dos besos de bienvenida y sentir su aroma me excité. Disimulé y le dije:

-¡Cómo has crecido, Lucrecia! 

-Usted sigue igual, padrino.

-Voy a menos, bonita. Los hombres al llegar a cierta edad vamos a menos.

Mi hemano Lucas, que es el menor de mis cinco hermanos, sonriendo, me dijo:

-Estás más joven que yo, cabronazo.

Marta estaba a lo suyo.

-¿Cuáles son  nuestras habitaciones, Jorge?

Los llevé a sus habitaciones y se instalaron.

Pero vamos al grano. LLevaban tres semanas de vacaciones y a mi hermano Lucas lo llamaron del trabajo. Tuvo que regresar a casa y Marta volvió con él. Lucrecia se quedó una semana más.

Esa tarde, sentados en dos sillones de la sala de estar,  me dijo Lucrecia:

-A las doce de la noche cumplo 18 años, padrino, y me quedé sin regalo.

-¿Qué te iban a regalar tus padres?  

-Maquillaje.

-¡¿Y ese es un regalo para una chica que cumple 18 años?!

-Algo es algo. Están más tiesos que la mojama.

-¿Mi hermano tiene problemas de dinero?

-¿Por que se cree que venimos aquí de vacaciones?

-¿Qué te gustarían que te regalasen?

-Un coche. Carnet de conducir ya tengo.

-¿Qué clase de coche?

-Uno que ande.

Ya sabía lo que tenía que saber.

-Hablando de andar. Voy a dar un paseo y hacer algunas cosas.

-Y yo me voy a la playa.

Volví a casa a las 11.30 de la noche. Las luces del chalet estaban apagadas. Lucrecia no debía haber llegado. Encendí la luz de la entrada, la de la sala de estar,  y me fui a la ducha. Duchándome, me vino a la cabeza Lucrecia. Cerré los ojos. La imaginé desnuda. Comencé a masturbarme. La cortina de la ducha la dejara sin correr. Estaba a punto de correrme cuando Lucrecia entró en el baño. Me vio con la polla en la mano. Una polla gruesa de 22 centímetros de la que no quitaba ojo. Acerté a decir:

-Perdona, Lucrecia 

-La culpa es mía -dijo ella.

El susto, en vez de bajarme la polla, hizo que me corriera.

Lucrecia estaba como hipnotizada viendo como mi leche se mezclaba con el agua de la ducha y se iba por el desagüe. Estaba colorada. Ver como me corría la excitara. Al acabar de correrme se fue sin decir palabra.  Me sequé. Puse la bata y fui a la sala de estar. Lucrecia no estaba. Me pregunté si se marcharía del chalet después de lo que viera, pero, ¿adonde podría ir? Fui a ver si estaba en su habitación. La puerta de la habitación estaba cerrada. Me puse a escuchar y sentí sus gemidos. Se estaba masturbando. Era obvio en quien estaba pensando. En el reloj, el cuco, dio las doce. Sentí los inconfundibles gemidos de una corrida. Me fui a la sala de estar. Al rato llegaba Lucrecia. Venía en camisón.

-Ya tengo 18 años, padrino.

Respiré aliviado. Creía que me iba a preguntar por lo de la ducha.

-Felicidades, cariño.

Se sentó a mi lado.

-Gracias. ¿Sabe el regalo qué más me gustaría tener en este momento?

-No. ¿Qué regalo es ese?

-Su polla- me dijo, sin rodeos, y mirándome fijamente a los ojos.

-Si la quieres la tendrás, pero con una condición.

-¿Cuál?

-Que antes me dejes que te haga correr con mi lengua.

-Claro que le dejo. Hará realidad una de mis fantasias.

Se levantó. Quitó el camisón. No  llevaba bragas ni sujetador. Se volvió a sentar en el sillón y se reclinó hacia atrás. Al verla en todo su esplendor ganas me dieron de follarla duro, ya que dura tenía la polla, pero besé aquellos labios carnosos. Acaricíé, lamí, chupé y mamé sus duros pechos y sus erectos pezones. Bajé besando su ombligo. Me arrodillé. Abrí sus piernas. Besé el interior de sus muslos. Besé, lamí y metí y saqué la punta de mi lengua en su anito. Con mi lengua saboreé el flujo de su empapado chochito. Lucrecia ya no aguantaba más. Cogió mi cabeza con las dos manos, y me dijo:

-Lámame el clítoris, padrino, por favor.

Metí y saqué mi lengua en su vagina, y después lamí su clítoris, aumentando el ritmo en cada lametada.

Un par de minutos más tarde, exclamaba:

-¡¡Me corro, padrino, me corro!!

Sus gemidos eran tan dulces que sentirla fue como estar en la Gloria. Hasta su cara de placer tenía algo mágico. 

Al acabar de correrse me volví a sentar en el sillón. Lucrecia me devolvió el favor. Se arrodilló. Me cogió la polla con la mano.  La metió en la boca y me hizo una mamada que nunca olvidaré, no por ser la mejor que me hicieran, sino por la dulzura que puso en ella. Al final me corrí en su boca y me bebió la leche. Después, se sentó a mi lado, y dijo:

-Desde los 16 años que le tenía  ganas a esa pollaza.

-¿Y eso? 

-Se la vi cuando la meneaba después de mear.

-Si hace 10 años que no te veo...

-Fue en Sevilla. Allí se la vi. Yo estaba de vacaciones de fin de curso.

-Y yo de viaje de negocios. ¿Y no me saludaste?

-No era el momento adecuado.

-Tienes razón. No lo era.

Lucrecia me besó y me cogió la polla con su mano. Yo le metí dos dedos en el chochito. Nos masturbamos mutuamente mientras nos besábamos.

Poco después, se sentó en mi regazo, y dijo:

-Déjeme hacer, padrino.

-Ya va siendo hora de que me tutees, Lucrecia.

Lucrecia cogió mi polla y la puso en la entrada de su anito. Besándome, fue apretando el culo contra ella. Al poco  ya la metiera toda dentro. Me folló con su culo. Unos minutos más tarde, me preguntó:

-¿Te gusta? 

-¿Qué si me gusta? Estoy a punto de correrme.

Lucrecia, despacito,  quitó mi polla del anito y la puso en la entrada de su empapado chochito. La fue metiendo. Entraba tan apretada como en el anito. Al tenerla metida hasta el fondo, me besó, y me dijo:

-¡Fóllame, padrino, fóllame!

La cogí por la cintura y la subí y la bajé. Mi polla entraba y salía de su chochito, apretada y cada vez más empapada...  A veces paraba, y con la polla metida hasta el fondo, le chupaba las tetas.... Al final, viendo que me iba a correr dentro de ella, le pregunté:

-¿Tomas precauciones, Lucrecia?

Su respuesta fue:

-¡¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!! 

Me corrí dentro. No tomaba precauciones pero  no pasó nada, bueno eso de nada... ¡Nos corrimos con tanta fuerza que quedamos medio muertos!

Al acabar le dije que se vistiera, que tenía una sorpresa para ella. Nos vestimos. Salimos del chalet, y rodeado con una cinta vio mi regalo de cumpleaños, un flamante Seat Ibiza. Su alegría era inmensa.

-¡¡¡Es precioso!!! Pero mis padres van a pensar que me acuesto contigo por el coche.

En ese momento supe que la aventura iba a ser de largo recorrido.

-Tú y yo sabemos que eso no es verdad. Y a mí me basta.

-Y a mí. ¿Lo estrenamos?

-¿Adonde me quieres llevar?

-Sube y te lo cuento.

A la media hora de estar en el coche. Sin arrancarlo. Con los asientos reclinados y con Lucrecia cabalgando, oí como me decía:

-¡Me corro, padrino! ¡¡¡Córrete conmigo!!!

-Le llené en anito de leche. Desde esa noche pasó casí un año y seguimos juntos".

Espero que les gustara la histioria de Jorge. Se agradecen los comentarios buenos y malos.

 

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