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Samanta, Hugo y sor piedad

en Amor filial

 

SAMANTA Y SU PADRASTRO

Hugo, el padrastro de Samanta, un cuarentón bien cuidado, estaba bebiendo un Whisky con hielo recostado en un sillón del salón en bata de casa y zapatillas. Escuchaba música de Mecano. Cantaba Ana Torroja: No me mires, no me mires, déjalo ya..., cuando llegó Samanta de estar con su novio. Vestía con una minifalda a cuadros azules y blancos, una cazadora vaquera, una blusa blanca y calzaba unas botas vaqueras. Su melena rubia era larga y rizada. Se quitó la cazadora, la echó sobre el sillón, y le dijo a su padrastro:

-Hola, papi.

-Hola, cariño. ¿Cómo te fue?

-Mal.

Samanta, era flaca, pero tenía buenas tetas y buen culo. Sus ojos eran azules, medía un metro setenta, su cabello era rubio y lo tenía rizado.

Se sentó al lado de su padrastro, le cogió el vaso, se tomó un sorbo de whisky, y le preguntó:

-¿Y mamá?

-Se fue con sus amigas.

-O sea, que estamos solos en casa.

-Pues sí.

Samanta se sentó sobre las rodillas de su padrastro, se echó hacia atrás, le puso una mano, en el cuello, lo besó en la mejilla, y le dijo:

-Yo si fuera tu esposa nunca te dejaría solo.

Hugo vio las intenciones de su hijastra, a la que le tenía ganas, y le siguió la corriente.

-Pero no lo eres, eres mi hija.

Le volvió a coger el vaso y se echó otro trago, Hugo, le dijo:

-A ver si te va a hacer daño, cariño.

-Daño me hace verte tan abandonado.

Samanta le dio otro beso en la mejilla.

-Yo no me siento abandonado.

-Hace más de un mes que no os siento copular.

Hugo, hizo como que se escandalizaba.

-¡¿Pones la oreja cuando tu madre y yo lo hacemos?!

-¿Qué quieres, que ponga los cascos? Mi madre es muy ruidosa cuando llega al orgasmo.

-Sí, eso es cierto.

Samanta, se levantó, se dio la vuelta, se volvió a sentar en las rodillas, puso sus manos detrás de la nuca de Hugo, y le dijo:

-A mí, mi novio no me hace chillar, por hacer ni hace que me corra. No me da tiempo.

-Esto de tu novio es algo que debías hablar con tu madre. Yo no soy la persona más adecuada...

Samanta se vino arriba. Movió su culo sobre la polla, y le preguntó:

-¿Te pongo en un compromiso, papi?

Samanta besó a su padre en la boca, sin lengua.

-Pones, hija, pones, me pones en un compromiso muy grande.

Lo besó, ahora con lengua y Hugo le correspondió.

-Grande se está poniendo tu polla. ¿Dejas que te la vea?

-¿Para qué?

Le abrió la bata y le acarició con las dos manos su torso peludo.

-Ya se me ocurrirá algo.

-No estaría bien que tú y yo acabásemos haciendo tonterías.

Le chupó una tetilla.

-Veo de reojo como me miras para el culo cuando crees que no te miro, papí. No te hagas de rogar. ¿La saco?

Hugo, entregó la cuchara.

-Saca.

Samanta, se arrodilló delante de su padrastro, le quitó la polla, y al verla dijo:

-Así que esto es lo que hace gozar a mi madre.

Su mano bajó y subió por la polla, después le hizo una pequeña mamada. Se desnudó, Hugo vio sus tetas redondas, con bellas areolas sonrosadas y los pequeños pezones de punta junto a su coño rodeado de una pequeña mata de vello rubio y su polla se puso aún más dura de lo que ya estaba. Samanta, cogiéndole la cabeza con las dos manos y sólo con las botas puestas, le dio las tetas a chupar...

Después cogió la polla, la metió en el coño y comenzó a follar.

-¡Qué bien me sienta! Esta polla fue hecha para mí.

Cuando ya estaba a punto de correrse, le dijo Hugo:

-Déjame comerte el coño un poquito.

-Eres un vicioso, papi.

-Es que hace mucho tiempo que no bebo unas aguas tan frescas.

-Si me lo comes me corro.

-No si te lo como muy despacito.

Samanta, se puso de pie, Hugo lamió las babitas del coño muy lentamente. pero era igual. Samanta se corría sin remedio.

-No sigas, papi, no sigas que me corro.

Hugo, dejó de lamer. Samanta se volvió a sentar sobre la polla, movió el culo alrededor, y le dijo:

-¡Me corro! ¡¡Córrete conmigo, papi!!

Se estaban corriendo, cuando oyeron decir a Susana, la madre de Samanta:

-¡Mal rayo os parta!

Me ahorro los detalles de la bronca que vino a continuación. Lo que debéis saber es cuales fueron las consecuencias de aquel polvo... Susana, que era la que manejaba la pasta, dejó en la calle a Hugo, y a su hija, que tenía 17 años, la metió en un internado.

EL INTERNADO

Entre las frías piedras, cubiertas exteriormente de musgo y hiedras, que conformaban el antiguo edificio, estaba todo programado. Despertaban a las internas, (de edades comprendidas entre los 16 y los 21 años) por megafonía con himnos religiosos. Un día normal era rezos de rodillas al lado de la cama, desayuno, rezos, estudio, rezos, comida, rezos, estudio, rezos, merienda, rezos, estudio, rezos, cena, rosario, cama.

La comida era mala, no había calefacción y había agua caliente dos días a la semana, miércoles y domingo. Las internas al ducharse eran vigiladas por sor Juana, una monja cuarentona con pinta de machorra a la que apodaban la Mirona.

En el dormitorio de Samanta había cincuenta camas y a pesar de las visitas sorpresa de la madre superiora, a la que apodaban la Víbora, no había noche en en que no hubiese otro rosario, este de gemidos de los dedos que algunas se hacían. Aquel dormitorio era un hervidero de hormonas.

El castigo físico estaba bien visto, bofetadas, capones, ser castigada a estar de rodillas con los brazos en cruz y con un libro sobre cada mano, un buen reglazo en el culo...

La directora, que era la madre superiora, tenía sus internas favoritas, que la ayudaban a vestirse y a desvestirse, y a algunas cosas más, que tenían que ver con el diablo y no con Dios.

Samanta, en medio de este infierno le había echado el ojo a su tutora, sor Piedad, una monja alta, delgadita, con rostro angelical y muy afable en el trato.

AL APAGARSE LAS LUCES

El 14 de febrero, la madre superiora y otras ocho monjas fueran al Vaticano invitadas por un cardenal. Tendrían el honor de ver al Papa. Sor Piedad se quedara a cargo de las internas.

Al llegar la hora de dormir y apagarse las luces, ocurrió lo de todas las noches, unas a gemir y otras a rezar. pero como no estaba la Víbora se soltaron.

-Dios te salve...

Se oyó a una interna decir:

-¡Callaos que me descentráis, chupa biblias!

Otra le dijo:

-¡Silencio, mojigatas!

Les llamaron de todo menos bonitas.

Media hora más tarde, comenzaron los "Me corro... Los me voy a morir...". Todo bañado en gemidos.

 

SOR PIEDAD Y SAMANTA

 

A sor Piedad, antes de encender la luz del dormitorio de las internas, le llegó un fuerte olor a coño y oyó la obscena escandalera, y al encenderla vio lo que se estaba cociendo. Había camisones y bragas tiradas en el piso y más de media docena de internas, las que aún no acabaran, desnudas, destapadas, y tocándose. Con la impresión que le causó aquella visión y aquel olor, se desmayó y cayó al piso.

Se quedaron cortadas y asustadas. Solo Samanta reaccionó. Le dijo a su amiga Verónica, que se estaba tocando en la cama que estaba al lado de a suya cuando la monja encendiera la luz:

-Cógela por los pies. Yo la cogeré por los sobacos y la llevaremos a su habitación.

Verónica, una interna rolliza, se puso el camisón y entre ella y Samanta la llevaron a su cuarto y la pusieron sobre su cama, una cama de bronce con barrotes en la cabecera y en los pies. Samanta le dijo a Verónica:

-Vete. Cuando vuelva en sí intentaré convencerla para que no le diga lo que vio a la Víbora.

Verónica, se marchó.

Samanta, no podía dejar pasar aquella oportunidad. Le quitó la cofia a sor Piedad. Una melena larga y negra quedó al descubierto. Era preciosa. La besó. Sor Piedad seguía sin sentido. Le levantó el hábito. Llevaba unas medias negras sujetas por dos ligas del mismo color. Sus bragas eran blancas. Las apartó y vio su pequeña raja. La abrió y vio que ya no era virgen. Le besó el coño. Se metió una mano dentro de las bragas y volvió a besar a sor Piedad en la boca. Al rato, sus gemidos y su lengua dentro de la monja hicieron que recuperase el conocimiento. Sor Piedad, se incorporó, se tapó, se persignó, y le dijo:

-¡¿Qué me ha estado haciendo?!

Samanta, le mintió.

-Lo que me mandó, hermana.

-¿¡Yo?! ¿Qué le mandé hacer?

Le dio un pico en los labios.

-Esto, y otras cositas.

-Mentira. Me desmayé al ver lo que estaba sucediendo en el dormitorio.

-No, se desmayó después de beber el vino de misa. ¿Ya lo había bebido antes?

Aquellas palabras descolocaron a la monja.

-Lo probé una vez, pero...

Samanta vio que era fácil de convencer.

-Es lo que pasa después de una borrachera. Una no se acuerda de lo que hizo, si acaso se acuerda de lo que soñó.

-¿Soñaría lo de vuestro dormitorio?

Samanta, era mala, muy mala.

-¿Qué soñó?

-No te lo puedo decir.

Samanta le desató el cordón que llevaba a la cintura.

-¡¿Qué hace?!

-Me dijo que si al llegar al orgasmo se desmayaba que la despertase con caricias, hermana

-Yo no podría decir eso.

-Dijo.

-Además, ahora estoy despierta y sobria.

La volvió a besar y esta vez la metió la lengua en la boca.

-¡¿Qué hace?!

Le cogió una mano y se la llevó a su coño.

-Me gustó ver como se corría, hermana. Hágame un dedo.

Al sentir la humedad quitó la mano a la velocidad del rayo.

-La masturbación, es pecado.

-Pues antes me dijo que se masturbaba. La masturbé y se corrió.

-¡¿Yo?!

-Tóquese el coño ya verá como lo tiene mojado.

No hacía falta que lo tocase, sabía que lo tenía mojado, lo que no sabía era que fueran los besos que le diera Samanta los que lo humedecieran.

Sor Piedad se puso colorada.

-¿Y qué más te dije acerca de la masturbación?

-Que el pecado de la masturbación nunca lo confiesa.

-Dijera lo que le dijera, ahora no estoy bebida. Vuelva al dormitorio, señorita Samanta.

Samanta le besó el lóbulo de una oreja y le tocó en una pierna.

-Que se vaya.

Le dio un pico en la boca y le acarició las tetas. Sor Piedad le quitó la mano.

-No.

La empujó y la monja, sin ofrecer resistencia, se dejó caer sobre la cama. La volvió a besar, ahora con lengua, y quiso subirle el hábito. Sor Piedad, sujetándolo con una mano, no se lo permitió.

-Déjeme, por favor.

La besó en el cuello, volvió a por el hábito y esta vez se lo subió. Las bragas blancas quedaron al aire. Samanta, metió su cabeza entre las p¡ernas de la monja ycomenzó a lamerle el coño por encima de las bragas. Lamía su raja y su clítoris. Sor Piedad le empujaba la cabeza con sus manos mientras la braga se iba metiendo en su raja...

Samanta apartó las bragas para un lado y le lamió de abajo arriba el coño mojado. Sor Piedad, exclamó:

-¡¡¡Oh!!!

Samanta siguió lamiendo. Sor Piedad, mirando al techo, dijo:

-Perdóname, Señor, por que no sé lo que hago.

Levantó el culo y se quitó las bragas, flexionó las rodillas, abrió las piernas y puso su coño peludo a disposición de Samanta.

Samanta no tuvo que hacer mucho. Una docena de lamidas, más o menos, y sor Piedad le mojó la cara con un squirt. Corriéndose se retorció y tembló cómo si estuviera poseída por el diablo.

La monja sintió tanto placer que volvió perder el conocimiento. Samanta, lamiendo el coño de la monja, y sintiendo sus últimas contracciones, aceleró las entradas y salidas de sus dedos en su coño y se corrió como una perra.

Al acabar, cerró la puerta de la habitación y se fue.

Sor Piedad y Samanta lo volverían a hacer cada vez que les fue posible, y a veces acompañadas por otra interna, rolliza ella... ya sabéis a quien me refiero, sí, esa, Verónica.

SAMANTA, SU PADRASTRO Y SOR PIEDAD

En el día de los padres, Hugo, aunque lo tenía prohibido, fue a ver a Samanta, y como Susana, la madre, nunca iba por allí, la Víbora, por veinte mil pesetas, hizo la vista gorda.

El paseo por el bosque lo darían Samanta y su padre escoltados por sor Piedad.

La Víbora, sin saberlo, se lo había puesto a huevo a Samanta.

Al meterse en la espesura, Samanta, rodeó el cuello de su padrastro con los brazos y le metió un morreo que a él le puso a polla dura, y a sor Piedad, el coño temblando. Después de besarlo, le dijo Hugo:

-Te van a castigar por lo que has hecho.

Samanta, fue junto a sor Piedad, rodeó ahora con sus brazos el cuello de la monja y le dio un beso a tornillo de esos que no dejan las piernas a temblar. Hugo, estaba anonadado.

-¡Cooooooooño! Ni en mis fantasías más calientes me podría imaginar una situación como esta.

Samanta, al dejar de besar a la monja, le dijo:

-Sois mis dos amores.

Sor Piedad estaba roja, roja, roja, y más roja se puso cuando Samanta volvió junto a su padrastro, le quitó la polla empalmada. Se puso en cuclillas y se la mamó.

Sor Piedad, se persignó.

-Ven a probar una polla, Pili.

Un conejo salió corriendo de unos matorrales y le dio a sor Piedad un susto morrocotudo, dijo:

-¡El diablo está rondado! El conejo fue una señal

-La humedad en mi conejo si que es la señal, y me dice que necesita una polla dentro. ¿El tuyo que te dice?

-¡Huye! Pero mis piernas no me obedecen.

-Eso es por que la cabeza te pide otra cosa. Ven. Mama conmigo.

-¡No!

-¿No te lo está pidiendo el cuerpo?

-Pide. pero no debo.

-Dudo que vuelvas a tener otra oportunidad como esta, Pili.

La monja ya entró al trapo.

-No sabría hacer esas cosas.

-Tú haz lo mismo que yo.

-Bueno, como al mirar pecando ya estoy...

Sor Piedad, en cuclillas, lamió, besó y chupó los huevos y chupó, mamó, lamió y masturbó la polla como Samanta le enseñó.

Cantaba una alondra bajo un almendro cuando después de chupar la polla de Hugo se juntaron los labios de la monja y de Samanta. Estaban cachondas a más no poder.

-Necesito comer tu coño. Pili.

-Y yo necesito que me lo comas.

Se pusieron en pie. Samanta le subió el hábito y le bajó las bragas mojadas. Se las colgó en la polla a Hugo. El hombre las cogió y las olió. Olían a ganas atrasadas. Samanta, con la cabeza tapada por el hábito de la monja, la cogió por las nalgas y le comió el coño. Hugo, besó a la monja y le magreó las tetas. Al rato, la monja ya estaba cerca del orgasmo Samanta, dejó de mamar. le dio la vuelta, le levantó el habito, la monja se inclinó. Samanta le dijo a Hugo:

-La tienes a punto. Haz que se corra.

La polla de Hugo entró en el coño de sor Piedad haciendo hueco, pero sin causar dolor. La folló lentamente hasta que a la monja le empezaron a temblar las piernas. En ese momento le dio caña. La polla de Hugo sobre su puntó G hizo que, entre fuertes gemidos, se corriera como una fuente.

Samanta ya estaba que echaba por fuera.

Al acabar de correrse la monja, se bajó las bragas, se arrimó al almendro, subió la falda. y le dijo a su padrastro:

-En mi culo, papi, métela en mi culo que no quiero correr riesgos.

La polla de Hugo, empapada con los jugos de la corrida de la monja, entró en el culo de Samanta como una bala. Samanta se metió dos dedos en el coño. y unos minutos más tarde, mientras la monja la besaba y Hugo le magreaba las tetas y le destrozaba el culo, les dijo:

-¡Me voy, amores, me voy! ¡¡Me coooooorro!!

Después de correrse y de correrse Hugo dentro de su culo. Se besaron a tres bandas con idea de seguir follando, pero no pudieron, ya que oyeron las voces de madres, de padres y de hijas acercándose a donde estaban.

Quique.

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