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Andrés las náyades y la arpía

en Grandes Relatos

Andrés tenía un sueño erótico... Soñaba con una pelirroja, una morena y una rubia con tetas generosas y piernas interminables, y con siete engendros, mitad hombre y mitad carnero, peludos, con orejas puntiagudas, cuernos y rabos de cabra. Sin duda alguna eran sátiros y tenían unas buenas pollas. Ellas debían ser ninfas. Estaban al lado de un río. La morena le dijo a un sátiro que estaba follando su coño peludo.

-La próxima vez tenéis que venir más.

Un sátiro, enfadado por lo que había dicho, le metió la polla en la boca para que se callase. El que la estaba follando, quitó la polla de su coño. Se echó boca arriba en la hierba, el otró satiro se la echó encima. Uno se la metió en el coño y otro en el culo. La follaban a lo que eran, a lo bestia. Las ninfas parecía que tenían los dos orificios de goma. A la rubia, que estaba a cuatro patas, dos sátiros le metían sus pollas juintas en el coño. A la pelirroja, también a cuatro patas, la estaba enculando un satiro, que se sentó sobre la hierba, haciendo que pusiera el coño a tiro para otro sátiro. El sátiro la clavó sin piedad. Otro sátiro le metio la polla en la boca. Los sátiros follaban como si no hubiese mañana. Las pollas entraban y salían a cien por hora. Las tres ninfas, como si estuvieran de acuerdo, comenzaron a correrse soltando tremendos chorros de flujo, que salían a presión de sus coños. Las ninfas aullaron como lobas al correrse. Después los sátiros quitaron las pollas de los orificios y bañaron de leche las caras y los cuerpos de las tres ninfas.

Andrés, despertó, había eyaculado en sueños. Se dijo a si mismo:

-¿Habrás vivido en la antigua Grecia, Andrés?

Andrés era un veinteañero, moreno, de ojos azules y de 1.60 de estatura. Vivía en un pequeño pueblo griego que estaba entre montañas, y  una de esas  montañas era la que le quitaba el sueño. Era "La Montaña Del Olvido". La llamaban así porque de los locos que fueron a escalarla nunca se volvió a saber nada.

Andrés, un día, se levantó de cama, muy temprano, cogió la mochila que había preparado la noche anterior, y se fue a escalar "La Montaña Del Olvido". 

Después de pasar más de una dificultad, llegó a la cima de la montaña, cansado, y cuando ya anocheciera. Bajo la luz de la luna, dijo:

-Tanto misterio, y el misterio es que no había ningún misterio.

Estaba tan cansado que no cenó. Puso la mochila de almohada, y se quedó dormido sobre la hierba. A la mañana siguiente. cuando despertó, abrió la mochila, sacó una bolla de pan y un queso, y con una navaja se partió unas buenas raciones. Estaba desayunando, cuando vio una cabaña en medio de un inmenso valle.

-¿Quién podrá vivir tan apartado de la sociedad? 

Le respondió el viento:

-¡Huuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuye!

Andrés no lo entendió

Al acabar de desayunar, bajó la montaña. Cuando llegó al valle, algo invisible no lo dejaba seguir. Era como una tela elástica. Empujó y los brazos y las manos le desaparecieron. Los retrajo y volvieron a aparecer. Andrés, emocionado, exclamó:

-¡Otra dimensión! -

Volvió a meter los brazos, después la cabeza y acabó por pasar al otro lado.

Al entrar en la otra dimensión, se preguntó:

-¿Qué andaba buscando? Ya me acordaré.

Aquel valle olía a menta, a especias, olía a rosas... olía como un  paraíso, y como tal estaba repleto de árboles frutales, y de árboles de todas las clases. Su verdor deslumbraba... Los conejos, zorros, faisanes, codornices, perdices, y otros animale que pasaban por delante de Andrés no se asustaban al verlo, era como si fuera uno de ellos Al final se vio delante de una cabaña hecha con troncos y que tenía el  tejado hecho de palmas. No tenía puerta. Andrés, preguntó:

-¡¿Hay alguien en casa?!

Le volvió a responder el viento:

-¡Huuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuye!

Andrés no lo entendió.

Andrés se sentó delante de la cabaña, sacó de la mochila el resto de la bolla de pan y una tableta de chocolate. Las vío, y exclamó:

-¡¡Hosssssssstias!!

Eran las tres ninfas que viera en sueños, pero Andrés no se acordaba del sueño ni de que entrara en otra dimensión. Las tres bellezas venían caminando hacia la cabaña, descalzas. Vestían una especie de bikinis hechos con pieles de conejos. Al llegar a su lado, la morena, mirando para Andrés, le dijo a las otras dos:

-¿Quién será?

Andrés, se levantó y no pudo evitar ruborizarse, su metro sesenta no le alcanzaba más que para llegarle a la altura de las tetas a las tres jóvenes.

--Andrés, me llamo Andrés.

-¿Qué clase de animal eres? ¿Qué dios te dio el habla?

Andrés, se cabreó. Se puso en la punta de los pies, y le dijo:

-¡Soy un hombre! Y soy ateo, lo que quiere decir que no hablo por gracia de Dios. ¡Mujeres!

Las tres jóvenes se miraron. Estaban soprendidas de la reacción de aquella rara especie animal.  

-Debes venir de muy lejos, hombre ateo. Mis amigas y yo no somos mujeres, yo soy Náyade Potámides, mi amiga de los cabellos de oro es Náyade Pegeas y la del cabello cobrizo es una Arpía.

-¡Qué os den!

Las jovenes parecían confusas. Náyade Pegeas le preguntó:

-¿Qué quieres qué nos den?

-Por allí. Ya sabéis.

-No, no sabemos.

Andrés, pensaba que se estaba riendo de él y se iba enfadando cada vez más

-¡Por el culo!

-Gracias. ¿A ti te gusta que te den?

-¡No!

-Entonces no chilles que si te oye algún sátiro te la clava. Clavan a cualquier cosa que se mueva.

-¿Satiro? Tú eres un poco puta, ¿no?

-No, soy muy Náyade. ¿Qué es una puta?

Andrés, hizo como si no la oyera. Se volvió a sentar sobre la hierba. Cogío el pan, después el chocolate, y ofreciéndoselo, les preguntó:

-¿Queréis?

Náyade Potámides, sonrió, antes de decir:

-No comemos mierda, hombre ateo. 

-¡¿Pero en que mundo vivís?! Esto es chocolate. ¡Comida de dioses!

Arpía, que era curiosa como ella sola, se animó.

-Dame un trozo. ¡Cómo sea mierda te como a ti!

Andrés, le miró a las tetas y a los ojos, que eran de un verde intenso, y le dijo:

-Ojalá fuera mierda. Me encantaría que intentases comerme.

Arpía probó el chocolate, y dijo:

-¡En verdad que es manjar de dioses!

Comiendo los cuatro pan con chocolate, le dijo Arpía a Andrés:

-Enseguida caerá la noche. Si quieres puedes dormir en nuestra casa.

-Quiero.

El viento, soplando sobre las copas de los árboles, le volvió a decir:

-¡Huuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuye!

Andrés, seguía sin entenderlo.

Al acabar de comer entraron en la cabaña en la que sólo había una gran cama hecha con pieles de diferentes animales. 

Náyade Potámides, le dijo a Andrés:

-Éhate a un lado que ahora te montamos.

Andrés, al oírla,  empezó a tocar las palmas con las orejas.

Las tres jóvenes, sentadas sobre las pieles se susurraron palabras al oído. Después, se quitaron aquella especie de bikinis. Andrés vio sus tetazas, las matas de pelo rubio, negro y pelirrojo, y el vello de sus sobacos... Vio aquellos talles esculturales, y la polla le comenzó a latir.

Las Náyades y la Arpía fueron junto a Andrés y lo desnudaron. Nayade Potámides subió encima de Andrés y se metió los 18 centímetros de polla dentro de su coño. Náyade Pegeas la besaba y Arpía le comía las tetas y le acariciaba las nalgas. Andrés se quedó quieto y dejó  hacer a la Náyade... Cuando Náyade Potámides se iba a correr, cubrió el cuerpo de Andrés con el suyo, y le susurró al oído:

-Cuando Náyade Pegeas te de su néctar, huye, huye y no pares de correr. 

Media hora más tarde, cuando Náyade Pegeas iba a dale el néctar, le dijo lo mismo que le había dichó Náyade Potámides.

-Cuando yo acabe,  huye, huye.

Náyadé Pegeas se corrió, pero Andrés aún no se había corrido. Su idea era correrse dentro de Arpía y los consejos no hicieran más que animarlo. ¡Arpía debia follar como una loca! 

Nayade Potámides y Nayade Pegeas, al ver que Andrés no les hiciera caso, se fueron a bañar al rio.

Poco después, Andrés, supo por los gemidos de Arpía que se iba a correr. La folló rápido y profundo. Arpía comenzó a correrse. Andrés, llenándole el coño de leche, le dijo:

-¡¿A quién ibas a comer tú, pelirroja?!

Andrés, con los ojos desorbitados,  vio como a Arpía le salían alas, patas con terribles garras y unos grandes colmillos, colmillos que se clavaron en su cuello. Quiso gritar y no  pudo. 

El viento, sobre el tejado de palmas de la cabaña, le volvía a decir a Andrés:

-¡Huuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuye!

Andrés, esta vez lo entendió, pero ya era tarde para huir.

Se agradecen los comentarios buenos y malos.

 

 

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