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Mini orgía en el monte

en Amor filial

Verano de 1970. 

Mercedes giró el casco vacío de cerveza mientras sus ovejas apastaban por el monte. La botella dio vueltas sobre la hierba, donde estaban haciendo un círculo, ella, mi hermana Cristina, mi prima la Morocha, Andreita y Antoñita. Se detuvo con la boca señalando a mi hermana Cristina, Mercedes, la esposa del herrero, (un bicharraco de hombre) que era una veinteañera, guapa, de cabello largo, morena, con tetazas, culazo, más caliente que las brasas y más puta que las gallinas, le preguntó:

-¿A qué edad te hiciste el primer dedo?

Mi hermana Cristina, alta, hermosa cómo un ángel, un ángel rubio de ojos azules, con coletas, tetas medianas, culito redondo, cintura estrecha y caderas anchas, se hizo la ofendida.

-¡¿Qué dices?! Yo no hago esas cosas.

Una de las reglas del juego era que quien mintiera sería castigada, y Mercedes sabía que mi hermana había mentido.

-¡Salarle el coño!

Mi prima, la Morocha, muy morena, bajita, rellena y muy risueña, la empujó, y al tenerla tendida sobre la hierba, la sujetó por las muñecas. Andreíta, una chavala de dieciséis años, con todo muy bien puesto, le levantó el vestido y le bajó las bragas blancas con pequeñas flores rojas. Antoñita, otra jovencita, preciosa y que le gustaba el sexo una cosa mala, arrancó un puñado de hierba con la mano y se la frotó contra el coño. Mercedes, le volvió a repetir la pregunta:

-¿A qué edad te hiciste el primer dedo?

-Ya os dije...

-¡Salarle las tetas!

-¡Vale, Vale!

-¿A qué edad?

Mi hermana Cristina, se incorporó, subió las bragas y tapó su coñito peludo.

-El día que cumplí los diecisiete.

Si no lo llego a oír de su boca no me lo creo. ¡Mi hermana se hacía pajas!

La botella volvió a girar y la volvió a señalar. Mi hermana Cristina, se quejó:

-¡Esta botella está trucada!

Mercedes, sonrió, y le preguntó:

-¿Quién te enseñó a hacerla y dónde?

-¡Esas son dos preguntas!

-Te tocó dos veces seguidas.

-La Morocha, y en el cine. Allí metió una mano dentro de mis bragas y me enseñó cómo se hacía un dedo.

Andreíta, le dijo a la Morocha:

-Si os llegan a ver os llevan presas.

La Morocha, sonrió, y le dijo:

-Nos vio una chica de la ciudad y lo que hizo fue meter su mano dentro de mis bragas.

-¡¿Dejaste que te tocara una extraña?!

-Claro, y abrí bien las piernas para que no tuviera problema... Caliente cómo estaba dejaba que me tocara tu abuela.

-¡Qué exagerada! ¿Te corriste?

-¿Nos corrimos las tres?

-¿Qué película estaban echado?

-La leyenda del indomable.

A Andreíta se le puso cara de golosa.

-Ya, Paul Nuewman.

Yo estaba agachado detrás de una roca escuchando lo que decían. Sabía que si me veían se iba a armar gorda, pero aquello estaba tan interesante que me arriesgué a seguir sacando la cabeza de detrás de la piedra.

(relato lo que ocurrió en primera persona, pero en realidad cuento lo que me contó mi amigo Carlos)

La botella volvió a girar y esta vez señaló a Mercedes. Mi hermana Cristina, exclamó:

-¡Ah, carallo, caíste! ¿Cuántas veces le metiste los cuernos a tu marido?

-Yo no engaño a mi marido con cualquiera.

Mi hermana Cristina, la empujó, la sujetó por las muñecas, y dijo:

-Yo no soy cualquiera. ¡Salarle el coño!

La Morocha, levantándole la falda y bajándole las bragas, le dijo:

-¡Ni yo!

La mujer del herrero se había comido el coño de mi hermana, el de mi prima y me aventuraba a pensar que el de Andreíta y el de Antoñita. ¿Se lo habrían comido también a ella? Casi seguro que sí. Me calenté cómo un perro que huele a una perra en celo, y es que no hay nada que me caliente tanto cómo imaginar a dos mujeres juntas, y verlas, veras ya sería la hostia.

Antoñita, no se molestó en arrancar hierba, metió la cabeza y le comió el coño. Cristina, la besó y Andreíta y la Morocha le magrearon las tetas. Mi polla se puso dura, dura, dura. La saqué y empecé a hacer una manola. Me pareció que Antoñita me había visto. Me senté detrás de la roca, cerré los ojos y seguí dándole. Cuando volví a abrir los ojos, Mercedes, mi hermana Cristina, mi prima, la Morocha. Andreíta y Antoñita, las cinco con las manos en sus cinturas me estaban mirando con caras de mala leche.

Mercedes, con las bragas en la mano, les preguntó:

-¿Qué hacemos con él, lo matamos?

Mi hermana Cristina, no estaba dispuesta a consentir que me hicieran daño, se puso a mi lado, y le dijo:

-¡De eso nada! A mi hermano no lo tocáis. -habló conmigo- Levántate y guarda esa cosa, coño.

Me levanté y guardé la polla. Mercedes, estaba seria cómo un palo.

-Habrá que mataros a los dos. Lo que vio tu hermano no lo debe saber nadie.

Mi prima, la Morocha, vino al lado de mi hermana y de mí, y le dijo:

-Ya tendríais que matar a tres.

Mercedes, se tranquilizó.

-Va a ser mucho matar. Además, lo decía para asustarlo. Hay una solución para que no se vaya de la lengua, y es que Cristina folle a su hermano.

Mi hermana puso el grito en el cielo.

-¡¿Estás loca?!

Era hora de que hablase yo.

-¿Y si me follas tú, Mercedes? Eres la mujer del herrero, el Hércules del pueblo. Ya no me podría ir de la lengua... Lo digo porque le podrías contar a tu marido que te forcé y con las consecuencias que eso podría tener para mi físico...

Mercedes, les dijo a las otras:

-Mira el cabrón. Encima de meter la nariz dónde no debía oler, quiere pillar cacho. Tonto no es, no.

Mi hermana Cristina, le dijo:

-Y si te folláramos las cuatro y mi hermano.

Mercedes, parecía interesada.

-¿Y eso cómo sería?

-Yo te beso, dos te comen las tetas, mi hermano te mete la polla en la boca, y otra te come el coño hasta que te corras.

-¡Coooooño! Eso suena bien

-¿Te desnudamos?

Mercedes, sabía que no tendría otra oportunidad cómo aquella para follar con cuatro chicas y un chico, así que ni lo dudó.

-Desnudarme.

Mi hermana Cristina, por delante y besándola y la Morocha, por detrás, desnudaron a Mercedes, Andreíta, Antoñita y yo miramos cómo lo hacían. Antoñita me sacó la polla y cómo no le sabía hacer una paja a un hombre, me tiraba de ella.

Mercedes, no era una mujer, era un monumento. Sus tetas eran cómo melones y su coño tenía una mata de pelo negro que se hacía un abrigo con ella, vale, exagero, pero unas bragas se hacían.

Mirando para mi polla, mi hermana le dijo a Mercedes:

-Échate boca arriba sobre la hierba.

Mercedes se echó sobre la hierba. Mi hermana se echó boca abajo y comenzó a besarla, Andreíta le acarició y le comió una teta, Antoñita, la otra, mi prima, la Morocha, le comió el coño y yo le puse la polla en los labios.

Mamaba de maravilla. Sus gemidos no tardaron en llegar... A veces, dejaba de mamar para chuparme los huevos. Se empezaron a calentar todas. Mi hermana, entre besos, Andreíta y Antoñita mientras le comían las tetas, y la Morocha, mientras comía coño, también empezaron a gemir, y de repente, sin avisar, ¡pum! Vi como un chorro de jugos impactaba en la cara de la Morocha. Fue demasiado para mi. Me corrí en la boca de Mercedes, que se estaba retorciendo de placer mientras tragaba mi leche.

La mujer del herrero era insaciable. Aún tirando del aliento, me dijo:

-Échate boca arriba sobre la hierba.

Me eché boca arriba. Mi hermana, La Morocha, Andreíta y Antoñita, se levantaron. Mercedes vino a mi lado, se subió encima de mí, cogió la polla y bajando su tremendo culo, la metió hasta el fondo. Estaba muy mojada de la corrida que había echado y la polla entrara cómo un tiro. Comenzó a follarme moviendo el culo de atrás hacía delante, alrededor... Ahora lento, ahora rápido, lento, mas rápido... Sus tetas se movían de atrás hacia delante y de delante hacia atrás... Tiempo después paró de follarme, cogió las tetas con las manos y me las dio a comer. Lamí y chupé sus grandes pezones y sus enormes areolas marrones. Vi cómo Andreita (junto a las otras estaba con la espalda apoyada a la roca) se metía una mano dentro de las bragas, le siguió Antoñita y a Antoñita mi prima, la Morocha.

Mercedes, que también estaba viendo cómo se Masturbaban mirando lo que hacíamos, me dijo:

-¡Joder, joder, joder, qué bueno estás! ¡¡Y qué pedazo de corrida voy a echar!!

No le mentí, cuando le dije:

-¡Buena si qué estás tu, Mercedes!

Mercedes, me cabalgó a toda hostia. No tardó en decir:

-¡Me coooooorro!

Al correrse, se derrumbó sobre mí. Sentí cómo su coño apretaba y soltaba mi polla y cómo bañaba la polla y mis huevos de jugos. Sentí como jadeaba y cómo temblaba con el placer que sentía... Vi como las manos de Andreíta, de Antoñita y de mi prima la Morocha se movían a mil dentro de sus bragas. Miraba a mi hermana cuando vi que metía su mano dentro de las bragas y cerraba los ojos.

Al acabar de correrse Mercedes, se quitó de encima de mí. Mi prima, quitó las bragas y ocupó su lugar. Ahora la polla entró muy apretada. La morocha estaba tan caliente que sin llegar la polla al fondo ya se corrió. Sus gemidos casi no se oían, pero se sacudía con fuertes temblores. Los gemidos que sí se oyeron fueron los de Andreíta y de Antoñita, que estaban con la espalda apoyada a la roca y al correrse acabaron gimiendo, en cuclillas y encogidas.

Cuando La Morocha se sacó la polla del coño, una gran plasta mucosa bajó por mi polla y después por los huevos. Mi hermana Cristina se quitó las bragas, vino y se sentó encima de mí.

-¡¿Qué haces, Cris?! Eres mi hermana.

Poniendo mi polla en la entrada del coño, me respondió:

-De leche, soy tu hermana de leche.

Metió la puntita del glande. No es que la polla entrara apretada en el coño de mi hermana, es que no entraba. Mi hermana era virgen. Virgen en todo, ya que se corrió sin más, solo con la puntita. Mentiría si dijese que no me gustó ver cómo se corría. ¿A quién no le gusta ver cómo se corre un ángel?

Al acabar mi hermana, Mercedes, me cogió la polla, se la llevó a la boca y me la meneó y me la mamó hasta que me corrí y se tragó la leche, me besó, y después, después me harté de follar, y ellas, ellas se hartaron de correrse.

Quique.

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