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Adela

en Amor filial

Adela, una joven rubia, de diecinueve años, muy bonita, con largas coletas (recogía así el cabello para andar por casa), de ojos verdes, nariz respingona, tetas medianas, piernas largas, cinturita, caderas pequeñas, y piernas largas, delgadas y moldeadas, vistiendo una minifalda, una camiseta de tiras con rayas horizontales, descalza y con unos auriculares inalámbricos en la cabeza movía su cuerpo contoneando las caderas al son de la música que estaba escuchando. Entraron en el salón, su madrastra y su padre. La madrastra se le acercó por la espalda y le tocó en un hombro, Adela, dio un brinco, se giró, quitó los cascos y le dijo:

-¡Qué susto me metiste, Bárbara!

-¿Es así cómo bailas con ese..., andrajoso?

-Con Roberto.

-¡Te dije que en esta casa no se pronunciaba más su nombre!

-¡En mi casa hablo lo que me da la gana! ¿Qué te molesta más, Bárbara, que sea pobre o lo que digan tus amigas?

-¡No me faltes chinches, mocosa!

Augusto, su padre, un cincuentón, bien cuidado, un buenazo, millonario, mientras discutían, Fue al mueble bar, se sirvió un whisky, se sentó en el sillón y con el mando a distancia encendió la televisión, un pedazo de televisor que ocupaba más de la mitad de la pared. Viendo que la sangre podía llegar al río, les dijo:

 

-Haya paz, que con discutir no se gana nada.

 

Bárbara (era su segunda esposa), le chilló:

 

-¡¡Tú te callas, impotente!! Para ti todo está bien. Que tu hija sea una loca, que a ti no se te levante...

 

Adela salió en defensa de su progenitor.

 

-¡No le hables así a mi padre!

-¡Le hablo cómo me sale del coño! Para eso tú, que ni le hablas.

-¡Mis motivos tendré, imbécil!

 

Barbará era una rubia de bote, de treinta y ocho años, y con un cuerpo diez. Encaró a su hijastra. Tenían la misma altura (1.78), y le dijo:

 

-¡A qué te parto la cara, mocosa!

 

Adela se puso chulita.

 

-¡¿Tú y cuántas más?!

 

Se cogieron por los pelos y acabaron sobre la alfombra. Una lluvia de hostias con la mano abierto cayó en ambas caras. Tanto montaba Adela cómo Barbara. Se revolcaron por la alfombra persa enseñando Adela las piernas y las bragas... Bárbara vestía un traje de noche de color negro que le llegaba a los pies.

 

Augusto miraba y no se metía... Cuando se dejaron de tirar de los pelos y de darse de leches (no era la primera vez) le lloraban los ojos a las dos. Ya de pie, a un par de metros una de la otra y con las caras coloradas, le dijo Bárbara a su hijastra:

 

-¡Un día de estos tu padre va a tener que escoger entre tú y yo, zorra!

-¡Ya me tarda que lo haga, perra!

 

Augusto tapaba con las manos y con el vaso la pequeña erección que le había causa el ver salir de los lados de las bragas los pelos del coño de su hija... Y de las leches que se habían metido.

 

Adela se fue a la habitación con un cabreo monumental. Barbara, después de poner a parir a su marido por no haber estado de su parte, se fue a cambiar y a arreglar el cabello, después cogió la puerta y se marchó, Augusto sabia a donde iba, iba a follar con su amante, un joven de poco más de veinte años. Le daba igual. Un detective le estaba sacando fotos y no tardaría en darle puerta.

 

Al cuarto de hora de marchar su madrastra, Adela volvió al salón, se puso los cascos y esta vez escuchando música bailó mirando para su padre. Quería provocarlo... No le hablaba. ¿Por qué sería? Pasados unos minutos, Augusto, se levantó y fue junto a su hija, la quiso besar en los labios. Adela le hizo la cobra y siguió bailando. Con voz melosa, Augusto, le dijo:

 

-¡Te pareces tanto a tu madre, cariño!

 

Le echó las manos a las tetas. Adela se seguía contoneando sin inmutarse. Tres veces más buscó su boca y tres veces más le hizo la cobra, a la cuarta, Adela, le puso las manos en los hombros e hizo que se arrodillara delante de ella. Había venido preparada. No tenía las bragas puestas. Puso el coño mojado en la boca de su padre y siguió bailando, ahora más lentamente. Augusto la cogió por la cintura y lamió su coño peludo mientras Adela acariciaba sus tetas. Le metió la lengua dentro de la vagina. Adela, bailando, la metía, la sacaba, y acariciaba los labios vaginales y el clítoris a su antojo. Casi media hora después dejó de bailar. Cogió la cabeza de su padre y movió la pelvis de atrás hacia delante y de adelante hacia atrás. Cada vez la movía más aprisa... Hasta que un chorro de meo salió de su coño. El meo caía por las comisuras de los labios de su padre y le ponía perdido el traje gris de Armani, la camisa blanca y la corbata gris. Augusto se bebía el meo cómo si fuera agua. Al meo le siguió el jugo de una corrida cremosa y agridulce. Las piernas de Adela temblaban, su cuerpo se acudía y sus gemidos hablaban del inmenso placer que estaba sintiendo.

 

Al acabar de correrse, se quitó los cascos, y sin decir palabra volvió a su habitación. Era cruel, lo dejó con un empalme que si lo ve Bárbara se le quitaban las ganas de llamarle impotente.

 

Augusto, al ir para su cama, pasó por la habitación de su hija, tocó en la puerta, entró, y le preguntó:

 

-¿Cuándo volverán a ser las cosas cómo antes entre tú y yo, Adelita?

 

Le volvió a hablar después de mucho tiempo.

 

-Cuando dejes a la zorra. Mientras no lo hagas solo dejaré que me sigas comiendo el coño, y eso cuando tenga ganas. ¿Cuándo la vas a largar?

-Estoy en ello, ángel mío.

 

Ya no le volvió a hablar. Augusto se fue a su habitación a hacer lo que no le quedaba más remedio que hacer. Apartó la colcha. Desnudo sobre la cama cerró los ojo y comenzó a masturbarse... Recordó el día en que empezara la aventura con su hija... Fuera el de su onomástica, el 24 de diciembre, día de santa Adela (día en que muriera su madre al traerla al mundo). Estaban cenando en el Ritz de Madrid, Adela, Bárbara y él. Bárbara se había emborrachado y estropeó la velada. No acabaron de cenar, avergonzados, Augusto y Adela, bajo las miradas y los susurros de los otros comensales, se retiraron sujetando a la borracha cada uno por un lado. En el ascensor, le dijo, Adela a su padre:

 

-Tene que dar la nota allá donde vaya.

 

Augusto, trató de disculpar a su esposa.

 

-Solo se le subió el vino a la cabeza, hija. Le puede pasar a cualquiera.

 

Bárbara decía palabras que nadie entendía. Adela, que llevaba el cabello recogido, vestía un traje de noche negro, con un generoso escote, y que calzaba unos zapatos de tacón de aguja a juego, le dijo a su padre:

 

-No trates de disculparla. Tiene un problema con el alcohol y ambos lo sabemos.

-Ya, pero...

 

El ascensorista, que escuchara la conversación con la cabeza gacha, al llegar a su destino, abrió la puerta de ascensor. Salieron. Llevaron a Barbara a la habitación.La echaron sobre la cama, cerró los ojos, se echó a dormir y comenzó a roncar. Adela, vio que era la suya. Era la ocasión que llevaba tiempo esperando.

 

-¿Quieres dormir en mi habitación papá?

 

Augusto también estaba esperando una ocasión cómo aquella.

 

-¿Estas segura que quieres dormir conmigo, cielo?

-Ya hace tiempo que lo deseo. Y sé que tú también me deseas.

 

Augusto le confirmó lo que Adela ya casi daba por cierto.

 

-¿Cuándo te diste cuenta?

-El día que cumplí los 18 años. Siempre te había dado piquitos en los labios y nunca te habías alterado. Ese día al dártelo temblaste. -se acercó y puso los labios casi rozando los de su padre-. Dime, papá. ¿Te tocaste alguna vez pensando en mí?

-Esas cosas no se dicen, hija.

 

Adela dedujo que su padre había fantaseado con ella, cómo ella había fantaseado con él. Sacó su instinto de gata.

 

-Se acabó el fantasear. ¡A ti te follo yo aquí y ahora!

 

Adela empotró a su padre contra la pared. (era un pelín más bajo que ella). Mirándolo a los ojos le cogió las manos, le levantó los brazos y le apretó las manos contra la pared ... Le besó el cuello, después le comió la boca, y acto seguido le puso las manos en los hombros e hizo que se agachase hasta que su boca llegó a la altura de su coño. Levantó el vestido. Augusto le bajó las bragas y le comió el coño con voracidad. Le dio la vuelta y le dijo:

 

-Llegó la hora de que conozcas mi lado oscuro.

 

Aquellas palabras sorprendieron a Adela.

 

-¡¿Qué voy a saber de ti que no sepa?!

 

El que todos creían un Ned Flanders, desnudando a su hija le dijo:

 

-¡Lo bestia y al guarro que soy!

 

Al tenerla desnuda se agachó, le lamió el ojete y se lo folló con la lengua. Adela apoyó las manos en la pared, abrió las piernas y echó el culo hacia atrás. Augusto la nalgueó y puso una mano en el coño mojado. No la masturbó, la dejo quieta sobre él. Adela movió la pelvis y rozó el clítoris con la palma. Cuando se hartó de comerle el culo, un culo cuyo ano no paraba de abrirse y de cerrarse, le acercó la polla al ojete mojado con saliva y le metió el glande de un golpe.

 

-¡Ayyyyy! Me ha dolido, papa.

 

Se la metió hasta el fondo. Adela tapó la boca con una mano para no gritar. Los ojos le lloraban.

 

-Eres malo, eres muy malo.

 

Algo después le quitó la polla del culo, la cogió por la cintura y le volvió a lamer y follar el ojete con la lengua. Aquello ya era otra cosa. Adela comenzó a gemir. Entre gemidos, le dijo:

 

-Y un cochino, eres muy, muy cochino. ¡Ooooooooh!

 

Cuando ya estaba perra le dio la vuelta y cogiéndola en alto en peso se la clavó en el coño. Adela, rodeando el cuello de su padre con sus brazos y el cuerpo con sus piernas, le dijo:

 

-¡Me gusta tu lado salvaje!

 

Le quiso comer la boca. Augusto le mordió la lengua y los labios, sin hacer sangre, pero causando dolor. Adela aún se calentó más de lo que ya estaba. Le metió a su padre un bocado en el cuello en el momento que sintió que le venía.

 

-¡Me voy a correr cómo una cerda!

 

Augusto la folló con fuertes acometidas.

 

-¡Dámela!

 

Adela, temblando, exclamó:

 

-¡¡¡Me corrooo!!!

 

Al correrse una cascada de meo cayó sobre la alfombra. Adela le chupó el cuello, chupón que le iba a dejar marca. Augusto, se corrió dentro de su coño. Nada más acabar de correrse los dos, la puso en el piso, al lado del meo, se agachó y le comió el coño. Adela, mirando para su madre dormida, sintiendo salir la leche de su padre de su coño y la lengua repartirla por el, se volvió a poner cachonda.... Poco después se le escondieron las pupilas dentro de sus párpados. Con los ojos en blanco se corrió de nuevo cómo era costumbre en ella, soltando un chorro de meo, chorro de meo que llenó la boca de su padre. Al meo siguió la corrida de jugos cremosos que el vicioso se tragó con lujuria. La puso a cuatro patas. Le comió el culo, y acto seguido se lo folló, despacito... Le metió dos dedos en el coño, le echó las manos a las tetas y le magreó y pellizcándole los pezones. Al rato, cuando ya follarle el culo le gustaba, le dio leña hasta que Adela, meando en la palma de su mano, se volvió a correr cómo una perra, diciendo:

 

-¡Me vas a matar de gustoooooo!!!

 

Augusto, abrió los ojos y los volvió a cerrar de golpe al salir leche de su polla, leche que dejó perdidas las sábanas.

 

Bárbara, en aquel momento, cabalgando a su joven potro y con sus tetas operadas balanceándose, exclamaba:

 

-¡¡Esto si que es follar!!

 

Lo era, ya se vería si seguiría siendo si acababa con una mano delante y la otra detrás.

 

El día de Halloween. Bárbara se disfrazara de bruja y se fuera al baile "sola". Adela se disfrazara de Cat Woman (látigo incluido) y se fuera con sus amigas y Augusto dijo que se había disfrazado de si mismo, o sea que se quedó en su sillón de masajes mirando los últimos capítulos de su serie favorita con una botella de Macallan de 1926 y una copa sobre la mesa.

 

A las doce de la noche volvió Adela a casa. Se sentó al lado de su padre, le sacó la polla, flácida, la metió en la boca, la meneó y al rato se la había puesto tiesa como un palo. Se levantó, abrió las dos cremalleras laterales de su traje negro de cuero, se quitó el traje y el antifaz y quedó solo con los zapatos negros que tenían unas grandes plataformas.

 

Augusto, al verla de nuevo en pelotas, se levantó, Adela cogió el látigo y le dio en las nalgas. Se lo quitó de las manos. Quiso besarla. Estaba en zapatillas y Adela, calzaba las botas con plataformas. Ni de puntillas le llegaba a la boca. Lo separó se ella con un empujó. Augusto, le dijo:

 

-¡Háblame, cielo!

 

Le volvió a hablar, para hablar de lo se siempre. Iba a piñón fijo.

 

-¿La vas a dejar?

-Sí, esta misma noche, si así lo deseas.

-Que sea con día.

-Cómo tú quieras, cariño.

-En ese caso... Desnúdate y échate boca arriba sobre la alfombra.

 

Augusto hizo lo que le dijo. Adela se sentó encima de su padre, aplastó la polla erecta con su coño mojado y deslizó los labios vaginales sobre él haciendo que la piel que cubría el glande subiese y bajase. Cogió sus manos, se las puso detrás de la nunca y sujetó los brazos con las suyas. Acercó sus labios a los de su padre, y con su rubio cabello cayendo a ambos lados de la cara, le preguntó:

 

-¿Echaste de menos mis besos?

-Mucho, cariño.

 

Le dio un pico.

 

Le pasó la lengua por los labios.

 

-¿Y mi lengua?

-Si, vida, la eché mucho de menos.

 

Lo besó con lengua sin dejar de frotar el coño con su polla, polla que latía y soltaba aguadilla.

 

-¿Quieres comer mi coñito, papá?

-Sí, vida mía.

 

Le puso el coño cerca de la boca. Se lo quiso lamer y lo apartó.

 

-Dime que me quieres, papá.

-Te quiero, cielo.

 

Le puso el coño en la boca. Augusto le enterró la lengua en la vagina y después le chupó el clítoris. Se lo quitó de delante, y le dijo:

 

-Dime que me adoras.

-Te adoro, vida, mía.

 

Le volvió a dar el coño y él volvió a enterrar la lengua en la vagina. Ahora le lamió los labios y el clítoris.

 

-¿Quieres comer mis tetas?

-Sííííí.

 

Se puso en posición para que le comiera las tetas. Le puso cerca de la boca la teta izquierda y le dijo:

 

-Dime que me vas amar eternamente.

-Te amaré hasta el fin de los tiempos.

 

Le dio la teta a mamar, y al hacerlo la polla rozó su ojete. A Adela se le escapó un pequeño gemido. Augusto cogió la polla con la mano, se la froto en el ano y después le metió la puntita. Adela le dio la otra teta a mamar. Augusto, le hizo cosquillas, Adela, riendo a carcajada limpia, se incorporó y se clavó la mitad de la polla en el culo. Se puso seria. Se volvió a echar sobre su padre. Le comió la boca, luego con las manos apoyadas en su pecho, mirando a su padre a los ojos y comenzando a follarlo con el culo, le dijo:

 

-Te voy a hacer correr así, papá.

 

Augusto estaba tierno cómo un niño.

 

-Bésame, cariño.

-Cuando me llenes el culo de leche.

-Estás despertando mi lado guarro.

 

Adela, poniendo la teta derecha en la boca, y moviendo el culo alrededor, se rio de él, diciendo:

 

-¡Qué miedo!

 

Augusto le metió un bocado en la teta y le clavó las uñas en las nalgas.

 

-¡¡Ayyyyyy, me has hecho daño!!

 

Le dio la vuelta. Le quitó la polla del culo. Se la metió en el coño y la folló con violencia.

 

-¡Te voy a romper el coño, puta!

-¡Oooooh! No me llames puta, por fa.

 

Le siguió dando candela.

 

-Ni por fa, ni por do, ni por re, ni por mi, ni por sol, ni por la, ni por si... Y por si no te quedó claro -aceleró aún más el mete y saca-, te llamo puta por que me sale de los cojones.

 

Adela ya echaba por fuera.

 

-¡Ay que me corro!

 

-¡Te voy a dejar preñada, zorra!

 

Adela le echó la mano al culo a su padre, y le dijo:

 

-¡Sí, sí, deja preñada a tu putita!

 

Paro de follarla. Quitó la polla.

 

-¡No, no! Lléname, papá, lléname el coñito con tu leche.

 

Augusto metió su cabeza entre las piernas de su hija. Tuvo que lamer muy despacito. Adela se corría sin remedio.

 

-Ay que me voy. ¡Ayyyyyy que me voy!

-¡Te vas a correr cuando yo quiera, viciosa!

-¡Que vuelva el animal! ¡¡Quiero que vuelva el animal a follar a su putita!!

 

El animal se había ido. Augusto besó su ombligo, mamó sus tetas, besó su cuello, su frente, sus ojos, la punta de su nariz, las comisuras de sus labios, le pasó la lengua por ellos y después la besó con dulzura al tiempo que su polla entraba lentamente en su coño y lentamente la folló.

 

-¡¡Me voy a correr, papá!!

 

Poco después, a Adela le empezó el hormigueo en los pies... Sintió la leche calentita de su padre dentro de su coño (esta vez no meó al correrse). Mientras se corrían se besaban con tanta dulzura que no parecía haber nada sucio en lo que estaban haciendo. Lo sucio comenzó después, cuando Augusto volvió a meter la cabeza entre las piernas de su hija y le comió el coño... Casi un cuarto de hora después, a punto de correrse, le dijo:

 

-Bésame. Quiero saborear mis jugos.

 

La besó.

 

-¡¡Llamame puta. Llámame zorra. Llámame cerda!!

 

Le volvió a comer la boca, y después le dijo:

 

-Te quiero, palomita.

Adela estaba demasiado caliente parta palabras de amor.

 

-¡Y yo quiero que vuelva el cerdo!

 

Le cogió la cabeza y se la llevó hasta el coño. Levantó la pelvis, y le dijo:

 

-¡Cómeme el culo, guarro!

 

Augusto le cogió las nalgas, la levantó, y le lamió el ojete y el periné mojados de jugos cremosos que bajaban del coño. Le folló el ojete con la lengua. Adela, deshaciéndose en gemidos, le dijo:

 

-Me corro, papá, ¡Me corro, papá! ¡¡ Me corro, papá!! ¡¡¡Ooooooooh!!

 

Salió un potente chorro de meo de su coño, y después, le llenó la boca con los jugos de su corrida.

 

Al día siguiente, Bárbara, dejaba el palacete para no volver.

 

Quique.

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