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Eva - la osa

en Amor filial

En casi todos los pueblos hay un tonto, una puta y una raro o una rara. En el mío había un tonto, Paquiño, que follaba más que los listos, muchas putas, y la rara se llamabam Eva y la apodaban la Osa.

Eva era alta (1.72), tenía unas tetas colosales, un pandero espectacular. Estaba entrada en carnes y era muy hermosa, pero tenía un defecto, y era que tenía pelos hasta en el ojo del culo.

Paquiño, tenía un hermano, Moncho, al que le contaba todo lo que hacía, ya que al ser a la buena fe no distinguía entre lo que estaba bien y lo que estaba mal, y Moncho me las contaba a mí.

-¡No te lo vas a creer, chaval! Mi tía Eva se comió a mi hermano Paquiño.

Tengo que decir antes de que se me olvide que Eva tenía dieiséis años y era una año más joven que su sobrino menor, Moncho, puede parecer raro, pero así era.

Tomé sus palabras a cachondeo. Sonriendo, le dije:

-Te creo. Grande cómo es... ¿Y no dejó nada para el velatorio?

-Ríete, ríete, pero él la llenó tres veces.

Me seguí mofando de él.

-Sí, a tu tía seguro que le hace una ilusión enorme tener un hijo tonto.

-El culo, lo que le llenó de leche fue el culo.

-¿Pero tú le haces caso a Paquiño?

-Mi hermano no sabe mentir. Además me dijo un par de cosa que no dejan lugar a dudas de que se clavó en el culo.

-¿Y que cosas son esas, iluso?

-Una fue que cuando mi tía le comió la boca a Paquiño le picó el bigote en los labios y la otra que tenía pelos en el culo.

Aquello me convenció.

-¡Coooooooño! Se la folló, fijo.

-Ya te lo dije. Ahora la voy a chantajear para follarla yo.

-¿Por el culo?

-Por donde sea, pero yo me la follo.

Era verano y hacía un sol de carallo, pero Eva llevaba un vestido negro de cuello alto con un estampado de flores rojas que le llegaba a los pies. Salió de comprar de la tienda. Moncho y yo estábamos sentados en un banco de piedra que había delante de la tienda, le dijo a su sobrino:

-Necesito pintar la casa por dentro y por fuera. ¿Te animas a pintarla tú, Moncho?

Moncho, no era pintor, pero no era la primera vez que ayudaba a pintar. Se levantó, fue a su lado, y le respondió:

-Vamos a tu casa para saber cuanta pintura tienes que comprar. Ven Quique -me guiñó un ojo-, voy a necesitar un ayudante.

Fuimos detrás de Eva mirando para su enorme pandero hasta llegar a su casa, una casa de una sola planta en una de sus huertas que hicieran sus padres trabajando en Alemania (en Alemania seguían) y que estaba en las afueras de la aldea y donde Eva vivía sola desde hacía un mes.

Ya en casa, mirando la pared de su dormitorio, Moncho, le preguntó:

-¿Fue en esa cama donde te folló el culo Paquiño?

Eva se puso colorada cómo una tramposa a la que pillan en un renuncio. No lo negó.

-No se lo digáis a nadie, por favor.

-Todo tiene un precio.

Eva tenía dieciséis años pero ya estaba curada de espantos.

-Queréis follar conmigo. ¿No? ¿Es ese el precio de vuestro silencio?

Hablé por primera vez.

-Yo no me aprovecho de ninguna chica. Puedes estar tranquila.

Moncho puso el grito en el cielo.

-¡No me dejes solo, coño!

Eva vio que era la suya, podía follar hasta hartarse y no iba a dejar pasar la oportunidad.

-No lo dejes solo, hombre, no ves que es cómo una niña. Está acojonado... Bueno, si vamos a follar tenéis que coger fuerzas. Moncho, vete a la bodega y trae un garrafón de vino.

Moncho, hizo lo que le dijo... Eva, descolgó del techo un jamón, ya empezado, lo puso un queso encima de la mesa (lo hacía ella en casa), después puso una bolla de pan y tres tazas de barro...

Hablamos de guarradas y más guarrada durante la merienda... Con más de un litro de vino tinto en el cuerpo, jamón a joderla y después de acabar con el queso, dijo Eva:

-... Y dices que hay tortilleras casadas en la aldea, Quique. ¿Eso cómo se come?

-Comiendo coños. No, en serio. Hay hombre que tienen muy descuidadas a sus mujeres, y ellas se buscan la vida, a veces con mujeres, otras con quien no se va de la lengua.

-Cómo tú.

-Pues sí

-¿Follaste con alguna vieja?

-Sí, hay mujeres de sesenta y muchos años que da gusto follar con ellas.

-Me lo expliques.

-Esas mujeres no le hacen ascuas a nada. Chupan, ponen el culo...

-Dime la verdad. ¿Con cuántas follaste?

Le respondió Moncho.

-Con veintiséis.

-¡Eso es practicamente media aldea! Oye, dime. ¿Quién fue la primera?

Le volvió a contestar Moncho.

-Teresiña.

-No puede ser, si tiene... No, no puede ser. ¿Fue, Quique?

-Fue.

-¿Y cómo ocurrió? ¿Cómo la reventaste?

-Te vas a sorpreder, pero... Mejor no destripo el final. Estaba yo sentado en el banco de piedra que hay delante de mi casa. Teresita, comiendo un bcadillo de chocolate, vino y se sentó en mi regazo. Su madre y mi abuela estaban hablando en el corral. Cuando no miraban para nosotros movía el culo alrededor. La polla se me puso dura al sentir cómo se deslizaba desde su culo a su chohito, una y otra, y otra vez, hacia atrás, hacia delante, hacía atrás, hacia delante... Al final me corrí en el calzoncillo. Me miró, sonrió y me puso su bocadillo en la boca. Le di un mordisco. La zorrita siguió moviendo el culo cuando no la veían. Al rato, mi abuela y su madre se fueron a comprar a la tienda. Teresita se levantó la falda y se sentó sobre mi polla. Pensé que la iba a romper, peroóentro dentro de su coño cómo entra un cuchillo caliente en la mantequilla. Comenzó a subir y a bajar el culo a toda hostia y ni un minuto tardó en comenzar a temblar y a mear por mí. Me dejó el pantalón y el calzoncillo para tirar.

-Tan tierna y tan puta... ¿Quién la desvirgaría?

-Alguien que tenía la polla más gorda que la mía.

Eva, cogió el garrafón con las dos manos, y con él en alto comenzó a beber a morro. El vino le bajaba por la comisura de los labios e iba poniendo su vestido perdido. Debió de encharcar el coño de vino, con lo que eso conlleva (el alcohol escuece una cosa mala), aunque ella ni se lo rascó, parecía que estaba hecha de goma. Con el garrafón en una mano, nos dijo:

-Ya estoy a tono.

Creí que estaba borracha perdida. Le dije:

-Me da a mí que lo que estás es pasada de revoluciones.

Se puso en plan mandona.

-¡Al turrón, cabrones! ¿Cuál de los dos empieza?

Yo estaba algo contento, y me hice el chulo.

-Yo no follo con una mujer borracha. Cuando estés sobria, si quieres follamos.

-¡¿Borracha yo?! -se puso sobre un pie, estiró los brazos y mantuvo el equilibrio- Hazlo tú.

Lo hizo Moncho y casi se cae. Yo ni lo intenté.

-¿Quien me desnuda?

Ninguno de los dos se animaba. La verdad era que Moncho tenía mucha lengua, pero Eva, la Osa, era mucho bicharraco de Dios, y el chaval estaba a punto de salir por patas.

-Los gallos se volvieron gallinas- movió los brazos cómo si fuesen alas-. ¡Cooooooocococococo!

A mí no me llamaba gallina nadie, y menos una mocosa de dieciséis años por más que yo tuviera quince e hiciera dos de mí, a lo alto y a lo ancho. Le eché un trago a la taza de vino, y le dije:

-Date la vuelta, Eva.

Se dio la vuelta. Le bajé la cremallera del vestido y le quité el vestido, el sujetador y las bragas. Las copas y parte de las asas eran de color vino tinto y el resto de las asas de color blanco. Las bragas eran color vino tinto por delante y blancas por detrás. Sus robustas piernas parecían las de una mona y no de una osa ya que no tenían pelos en el interior de los muslos.

Sus esponjosas tetas eran cómo calabazas, solo que con grandes areolas y gordos pezones. Moncho, en cuclillas detrás de ella, le miró el culo.

-¡Era verdad! ¡¡Tiene pelos en el culo!!

Eva, se enfadó.

-¡Mira en lo que se fija el cabrón!

Yo en lo que me fijé fue en otros pelos, en los de sus axilas y en los que rodeaban su coño. Los del coño no eran pelos, aquello era un bosque negro. No se veía el corte, no se veía el clítoris, no se veía nada. Le dije a Moncho:

-Cómele el culo.

-¡¿Qué?! ¿Y si se tira un pedo?

-Mientras no ande descompuesta...

Moncho, se levantó, y me dijo:

-¡Cómeselo tú, cerdo!

Eva, se enfadó de verdad.

-¡La madre que os parió!

Echó la mano a mi polla empalmada. La sacó, me cogió por las nalgas, me levantó en alto en peso y con mi polla delante de su coño, me dijo:

-¡Mete, maricón!

Le metí la polla en el coño y me folló cómo si fuera un muñeco. Yo, cómo si de una mujer se tratase le rodeé el cuello con los brazos. La besé. No me picaron los labios. Se debiera afeitar el bigote esa mañana. El morbo de verme ninguneado cómo un pelele hizo que me corriera antes de tiempo. Eva sintió cómo me latía la polla, me separo de ella, cogió mi culo con una de sus manoplas y con la otra apretó mi garganta. Corriéndome, me dijo:

-Cómo te vayas de la lengua te estrangulo.

Al acabar de correrme, me puso en el piso y miró para Moncho, que se la estuviera meneando. Al ver que lo miraba, quiso poner pies en polvorosa. Una de sus manoplas lo agarró por la nuca, lo atrajo hacia ella, le dio la vuelta, y le dijo:

-Quita la polla, cabrón.

Moncho, quitó la polla. Le cogió el culo y lo levantó en alto en peso. Mi amigo se la clavó... Eva le hizo lo mismo que me había hecho a mí, solo que a él lo sacudió con más fuerza. El pobre se corrió cómo un pajarito. Al dejarlo en el piso cogió el garrafón que había dejado sobre la mesa de la cocina y le echó otro trago largo de los suyos. Se limpió la boca con el dorso de la mano, y nos dijo:

-Amenazas a mí. ¡¡Payasos!!

Lo extraño de la cosa no fue que nos follara cómo si fuéramos dos pardillos, lo extraño fue que no había sentido nada, estaba mojada, mojada no, lo siguiente, ya que por el interior de sus muslos bajaban pequeños riachuelos de jugos, pero nunca llegó a estar cerca de correrse.

Yo era un cabrón de cuidado y a un cabrón de cuidado no lo follaba ninguna chavala cómo si fuera un trapo y se marchaba de rositas. Vi que en un cordel que cruzaba la cocina, donde ponía ropa a secar, había unas medias. Las cogí, y me dijo:

-¿Te gusta vestirte de mujer?

-¿Quieres correrte?

-¡No digas tonterías! Las mujeres no nos corremos. Se corren los hombres

-Si me dieran mil pesetas por cada mujer de esta aldea que me dijo eso estaba rico.

A Eva parecía que le había dicho que tenía petroleo en el patio de su casa.

-¡No jodas! ¿No me engañas? ¿Las mujeres se corren?

-No te engaño. ¿Vamos para tu habitación?

-Vamos.

En la habitación, de pie, al lado de la cama, le até las manos a la espalda por las muñecas, la eché boca abajo sobre la cama, mejor dicho, se dejó echar. Le até los pies. Eva estaba a nuestra disposición. Reí, con una risa maléfica de mal villano de película, y después le dije:

-¡Al fin caíste en mis manos, puta!

-Sabía que no era cierto. Las mujeres no nos corremos. ¡¿Qué me vais a hacer?!

Le di una palmada en una nalga.

-Plasssss.

Moncho, se emocionó, cogió debajo de la cama una zapatilla negra, de esas de suelo de goma amarillo, y le dio con ganas.

-¡¡Zasssssss!! -¡Aaaaaay!- ¡¡Zasssssss!! -¡Ayyyyyyyy! ¡¡Zassssssss!! -¡Ayyyyyyyy! ¡¡Zassssssss!! -¡Ayyyyyy! ¡¡Zassssss!! -¡Ayyyyyyyy!- ¡¡Zassssssss!! -¡Ayyyyyyy! - ¡¡Zassssss!! -¡Ayyyyyyyy! ¡¡Zasssssss!! -¡Ayyyyyyyy!

-¡¿A quién vas a estrangular tú, puta?!

A Eva, le doliera.

-¡Me cago en tu puta madre, medio metro!

-¡Puta, tú, cabrona!

Moncho, levantó la mano para darle otra vez. Le quité la zapatilla. Ya fuera suficiente. Eva tenía el culo al rojo vivo.

-Lámele las cachas.

-Moncho estaba emocionado y empalmado, lo veía en el bulto de su pantalón.

-¡Déjame darle, déjame darle! ¡¡Que sepa lo que es un hombre!!

¡Vaya hombre! Le zurraba a una mujer atada de pies y manos. Ahora quien levantó la zapatilla fui yo.

-Lámele el culo o te dejo la zapatilla marcada en la cara.

Me miró como se mia a un bicho, y me dijo:

-¡Vendido, que eres un vendido!

Eva era vengativa, estuvo tranquila mientras le besó y le lamió las nalgas... Cuando abrió sus cachas y, obligado, le metió la punta de la lengua en el ojete, se tiró un pedo que hizo temblar las paredes de la casa. Moncho llevó un susto de muerte. Se apartó de ella volvió a coger la zapatilla, y le largó:

¡¡¡Zassssss!!! -¡¡Ayyyyyyyy!!- ¡¡¡Zasssss!!! -¡¡Ayyyyyyy!!- ¡¡¡Zaaaaass!! -¡Oooooh!- ¡¡¡Zasssssss!!! -¡Oooooooh!

Moncho, me miró y me dijo:

-La puta se está riendo de mí.

-Calla, tonto. Ya está cachonda.

Le di la vuelta, le desaté los pies. La Osa abrió las, piernas. Le metí dos dedos en el coño empapado y con otros dos le froté el clítoris en todos los sentidos. Moncho, me preguntó:

-¿Qué haces?

-Le hago una pera (la masturbo). No tarda en correrse, tiene el coño empapado.

Eva, comenzó a gemir, cerró los ojos y no los abrió hasta que tuvo su primer orgasmo. En ese momento los abrió. Los volvió a cerrar con fuerza, y aquel mujerón se corrió con tanta dulzura cómo una muñequita. Al acabar la besé, abrió los ojos, y me dijo:

-¡Jesús, que placer sentí!

Sin dejarla descansar, le dije a Moncho, que estaba anonadado y con la polla en la mano manchada de leche de la paja que se había hecho.

-Cómele las tetas.

Moncho, le comió las tetas y la boca. Yo le comí el coño. Eva no aguantó las lametadas de mi lenga en su coño ni tres minutos. Ver cómo se corría era tan sensual, que se hizo vicioso. Prefería ver cómo se corría ella que correrme yo, y eso que tenía un empalme brutal.

Tras el segundo orgasmo le solté las manos. Me eché boca arriba, y le dije:

-Móntame y fóllame.

Eva, me cabalgó... Después de darme sus tremendas tetas a mamar y de comerme a besos, le dijo a su sobrino:

-Dame por el culo. Moncho.

Moncho, se la clavó en el culo. Pasado un tiempo, con las dos pollas entrando y saliendo de su coño y de su culo, a Eva se le pusieron los ojos en blanco. Sentí cómo los jugos de su corrida me empapaban las pelotas y sentí sus gemidos y los gemidos de Moncho al correrse dentro de su culo. Mi polla latía cómo el corazón de un caballo desbocado, pero aguanté cómo un campeón. Al acabar de correrse y echarse a un lado, la meneé. Un chorro de leche salió de mi polla, Moncho, se acercó para chuparla, le di un empujó mientras me seguía corriendo. Al acabar, le dije:

-¡¿Querías tragar la leche mi polla, maricón?!

-Perdona, fue la emoción.

¿Emoción? Era un mariconazo más grande que la copa de un pino.

Eva iba a decir algo que me haría olvidar a Moncho.

-¿Me afeitas, Quique?

-¡¿Toda?!

-Toda. Sobacos, coño, piernas y esos pelos que tengo en el culo.

Eva, tenía una maquinilla de esas que se le metían hojas, Hicieron falta cuatro hojas, pero su piel quedó tan suave como la del culo de un niño.

¿Qué si seguimos follando? Seguimos, pero Eva se afeitara para otra cosa: Follarse a media aldea en edad de ser follada, y se la folló, se folló a hombres, mujeres yogurines y yogurinas, maduras y maduros.

Un año más tarde se casó con el veterinario nuevo, que de nuevo no tenía nada, tenía sesenta años. La muy puta, de trabajar para vivir paso a vivir para no trabajar.

Quique.

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