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Dos curas, un monaguillo y un viejo cura

en Sexo con maduros

Miguelito, el monaguillo, después de guardar el cáliz y el vino en la sacristía, le dijo al cura, que se estaba quitando la estola con que dijera misa:

-Lo dejo, padre.

-¿Ahora que te tenía una plaza guardada en el seminario?

-Es que me he dado cuenta que la abstinencia no es mi fuerte. No puedo estudiar para cura.

-¿A quién te follaste, MigueIito?

-Me follo, padre, me follo.

-¿A quién te follas?

-Unas veces a la hermana de la zurda y otras a la hermana de la derecha, soy ambidextro.

-Tú lo que necesitas es una buena mamada.

-Con eso no me va a convencer, pero si le apetece...

El cura le hablara de una mamada de una mujer, pero le siguió la corriente.

-¡Si naciste para cura, cabrón!

-¿Eso quiere decir que me la va a mamar o que no?

-Hombre, si me la mamas tú primero...

-Sáquela.

-Otro día, pero ya no me cabe duda. ¡Qué gran cura vas a hacer! Tienes que escuchar en confesión a una monja. Están más ricas que las pollas.

El monaguillo había descubierto un nuevo mundo.

-¡Soy todo oídos!

- Y nariz, cabronazo. ¡Mira qué eres feo! En fin. ¿Te quieres tirar una buena paja?

-¿Escuchando en confesión a una monja?

-Sí, solo tienes que meterte en el confesionario y hacerte pasar por mí.

Miguelito, que era delgadito, bajo de estatura y feo de cojones, y de cara, le dijo:

-¿Dónde hay que firmar?

El cura quería que sor Caridad trajera al monaguillo al "buen camino", pero sor Remedios y sor Caridad tardaron más de lo debido.

Miguelito estaba en el confesionario cuando llegó la mujer del alcalde, una mujer con tetas cómo melones y un culo cómo un pandero, digamos que estaba entrada en carne, muy entrada en carnes, se arrodilló, y le dijo a quien ella pensaba que era el cura:

-Ave María purísima.

Miguelito, carraspeó.

-He pecado, padre, he pecado con dos viejos. Eran viejos. ¡Pero cómo follaban, padre! Me dejaron el culo y el coño cómo la pared de un tiro de pichón. Comenzaré desde el principio. Vinieron a pintar mi casa y cuando fui a ver que hacían oí que le decía uno al otro que si me pillaba hacía que me corriera seis veces, y el otro le decía que él me haría correr las veces que yo quisiera... Les dije que mucha lengua. El hijo... El cab... El Colillas me agarró por detrás y me rompió el vestido... El Culebras me bajó las bragas, se agachó y me lamió el coño, el Colillas también se agachó y me comió el culo. Me los comieron a conciencia. Mi culo al follármelo con la lengua, se abría y al cerrarse intentaba apretarla, pero la lengua se le escapaba. Al coño le pasaba lo mismo -el monaguillo sacó la polla y empezó a menearla-. Querían polla, o algo que los llenase y no se les escapasen. Cuando el Colillas rozó mi ojete con la polla, el ojete se cerró y después se abrió. Me clavó la cabeza, gordita. Ni un minuto tardé en correrme en la boca del Culebras. Luego me la metió el Culebras en el coño, y me follaron acompasadamente. Estaba en la gloria... Cuando me volví a correr creí que me iba a morir de gusto...

Del confesionario, por los agujeritos, salió leche que salpicó la cara de Eva. La mujer pasó un dedo por las salpicaduras, probó y le supo a semen. Miró para atrás y para los lados, y después le dijo:

-Coño, padre, haberme hecho un sitio en el confesionario cómo otras veces.

Eva, la esposa del alcalde, se levantó y se fue. Era perra vieja y sabía que con la edad que tenía el cura no se le iba a levantar en mucho tiempo, si se le levantaba ese día.

Miguelito, más contento que un cuco, fue a la sacristía a contarle al cura lo que pasara. El cuadro que se encontró le devolvió las ganas de ser sacerdote. Sor Caridad tenía la tranca del viejo cura en la boca y sor Remedios le lamía las pelotas. Las dos estaban en cuclillas, El cura, le dijo:

-Pásale la llave a la puerta y ven, Miguelito.

Al llegar junto a ellos, el cura, se sentó en una silla y se puso en plan maestro.

-Dejar a Caridad vestida solo con la cofia.

Miguelito, por delante y sor Remedios, por detrás, la dejaron cómo la madre la trajo al mundo, solo que cuando la trajo no venía con aquellas tetas, ni aquel coño peludo, ni traía cofia.

Al estar desnuda, el cura, le dijo:

-Ni se os ocurra tocarla. Caridad, haz lo mismo con Remedios.

Las dos monjas acabaron solo con las cofias puestas. Sus cuerpos eran espectaculares. Miguelito ya estaba empalmado otra vez. El cura, le dijo:

-Siéntate a mi lado, Miguelito.

El monaguillo no entendía nada.

-¡¿Qué?!

El cura quería hacer las cosas a su manera.

-¡Qué te sientes, coño!

-Vale, vale, ya me siento.

El cura, le dijo a las monjas:

-Jugar, hijas, jugar.

Miguelito vio cómo se besaban... Como sus tetas se esparraban unas contra las otras.. Echó la mano a la polla. El cura le largo una palmada en ella.

-¡Ni se te ocurra tocarte! Aprende cómo le gusta a las mujeres que les coman la boca, las tetas y el coño.

Sor Caridad, que era la experta, le comió la boca, a sor Remedios y al acabar de besarla le escupió en ella. Sor remedios le devolvió el escupitajo. En vez de dos monjas parecían dos zorras. Sor Caridad le amasó las tetas, se las mordió y le mordió los pezones. Acabó ella y sor Remedios le hizo lo mismo, solo que mordió con más fuerza las  bellas tetas de sor Caridad. Gemían la una y la otra. Sor Caridad, se puso en cuclillas, le abrió el coño con dos dedos y le escupió dentro media docena de veces, después lo lamió, se lo folló con la lengua y le lamió y le chupó el clítoris. Sor Remedios, dijo:

-Me voy a correr.

Eso no estaba en los planes del cura.

-¡Te corres y te breo, putona!

Sor Caridad dejó de comer coño y puso el suyo a disposición de sor Remedios. El cura, sacando su verga, le dijo al monaguillo:

-Sácala y tócate, pero no te corras.

Las monjas miraban para la polla y la verga y se ponían negras. El cura, cuando vio que sor Caridad no aguantaba más, le dijo:

-Tomad y comed las dos de nuestras pollas, hermanas.

Sor Remedios iba a comer mierda. Estaba demasiado perra para más juegos. Se sentó sobre la polla del monaguillo, e iba a follar como una posesa, eso sí, sin darle un solo beso.

Sor Caridad fue junto al viejo cura, le plantó una hostia en la cara, y le preguntó:

-¿Quieres comulgar otra vez?

El cura se tocó la mejilla, y le dijo:

-Das fuerte, cabrona.

La monja le puso las peras a cuartos.

-¡¿Me siento o me voy, hijo de Satanás?!

-Sienta, hija, sienta. Sienta, ángel de amor.

La monja cogió un cabreo criminal.

-¡A que te meto otra hostia y te dejo tonto cómo la primera vez que follamos!

El cura estaba muy viejo para la guerra.

-Sin violencia, hija, sin violencia.

Seis veces se corrieron las monjas, una el viejo cura y dos el monaguillo, todas ella dentro de los coños de las monjas. No me preguntéis si quedaron preñadas o no, lo que quedaron fue satisfechas.

Quique.

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