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La venganza es un plato que se sirve frio

en Sexo con maduros

      Llevaba dos semanas trabajando en mi nuevo proyecto cuando me di cuenta que el hombre que había contratado mis servicios de paisajista era el mismo que había destrozado el matrimonio de mi primo mayor. Dos años antes mi primo había descubierto que su mujer tenía un lio con su jefe, se separaron y solo una semana después él la dejó, porque no estaba dispuesto a dejar a su familia por ella.

      Si hubiéramos hablado en persona el primer día le habría reconocido como acababa de hacer, solo que el trabajo se concertó por teléfono; una amiga por cierto de la mujer de mi primo le había pasado el teléfono y ni se me ocurrió que pudiera ser él. Las ideas nos las pasamos por mail y hasta ahora no había coincidido con él en persona.

     Acababa de descubrir que el señor Aliaga era el ex amante de la mujer de mi primo, le reconocí porque después de separarse quede con ella para hablar, llegué antes de hora y la vi con ese hombre. Él le hablaba y ella lloraba desconsoladamente en su coche.

          -Por fin nos conocemos señorita Pereira. No es como la imaginaba

     Estuve a punto de escapar, pero no podía hacerlo ya que ello me haría dar demasiadas explicaciones. Tras pensarlo unos minutos decidí quedarme hacer mi trabajo y largarme lo más rápido que pudiera. Además apenas estaba en casa y decidíamos todo vía mail.

     Me equivocaba, desde ese día empezó a coger una rutina diaria, cada día desayunaba en el jardín trasero; sin prisas estaba ahí sentado bajo la gran pérgola que ya habían puesto.

     Yo llegaba antes y durante casi una hora estábamos solos, yo trabajando y el completamente relajado tras el periódico, apenas cruzábamos palabra alguna. Ya se había dado cuenta que no había buen rollo entre nosotros y nos manteníamos alejados después de varias conversaciones tajantes.

     A pesar de eso no podía evitar vigilar de lejos sus movimientos y a él le había cazado siguiendo los míos.

     Un sábado tuve que ir a tomar unas medidas y él estaba como siempre relajadísimo cuando a media mañana llegó una visita.

     Cuando paso volvió con la visita vi que era una elegante mujer, un poco más joven que él. Pensé que tendría unos cincuenta, aunque muy bien llevados. Iba elegantemente vestida y peinada, con unos tacones de vértigo y se deslizaba andando con unos movimientos felinos que llamaron mi atención.

    Ella me miró y me sonrió saludando con la mano mientras él le explicaba quién era.

          -Está remodelando el jardín

          -Bueno Roberto ¿al final te decides y vienes a  mi fiesta de hoy?

          -De verdad, sabes que no me sentiría cómodo

          -Decías lo mismo cuando estabas casado, ahora ya hace casi seis meses que no lo estas y aun no te he convencido.

     De lo que se enteraba una; tras destrozar la familia de mi primo se había retirado para seguir con su familia y ahora estaba separado. Poco le había durado la fidelidad viendo a esa rubia pasar sus largas uñas por su cara y cuello.

     Nos miramos un instante hasta que ella se dio cuenta y con una sonrisa me dijo:

          -Hola soy Cloe, me han dicho que lo haces muy bien me gustaría saber tu opinión, esta noche doy una fiesta en él y podrías venir. Es algo diferente, aquí mi amigo podría explicártelo, me encantaría que estuvieras porque sería bueno para ti podrías hacer futuros clientes.

          -Pues supongo que si –dije mirando a esa elegante señora e imaginando la distinguida gente de esa fiesta-

     Se fue tras lanzarme un beso y después de besar al señor Aliaga en los labios.

     Aproveché el momento para acercarme a beber agua y le pedí directamente:

          -¿Qué tipo de fiesta es?

          -Es una cena ligera de un mismo grupo de amigos en la que digamos hay una libertad sexual sin tapujos. Me han contado que te dan tres pulseras a elegir y cada color indica tu predisposición frente a la fiesta, uno es solo para mirar, otra para que simplemente se pueda tocar y una tercera de vía libre a cualquier cosa que quieran proponerte.

     Casi me caigo de espaldas al oír aquello que me sonaba a una orgia con gente fina.

          -Vaya

          -Por eso nunca me decido a oír aunque debería ya que es una buena clienta de mi despacho de arquitectos y siempre haces buenas relaciones comerciales. Pero no soy de esos y me parece increíble después de que no has aceptado ni un café por culpa de Cloe tener que estar hablando de estos temas.

     Me cabreó que ahora fuera de remilgado, cuando sabía que no lo era.

          -Pues podría interesarme –le dije para chinchar más que nada, aborrecía a ese hombre que encima iba de puritano-

           -Tampoco pensé que fueras de esas veo que también estaba equivocado –escupió-

     Su enfado incremento el mío y me hizo hacer la mayor de las locuras. Cogí la tarjeta que esa mujer me había dejado y marqué el número.

          -¿Eres Cloe? Nos conocimos hace un rato en casa del señor Aliaga y me encantaría ir a tu fiesta.

     Colgué extasiada al ver su mirada furibunda y tomé una malísima decisión; iba a seducir a ese hombre para luego dejarle tirado como una colilla, como él había hecho con la mujer de mi primo.

          -Bueno si al final se decide nos vemos en la fiesta señor Aliaga, sino hasta el lunes.

     Salí lo más digna que pude a pesar de arrepentirme ya de mi decisión, pero a lo largo del día pensé que quería comprobar si él iba y además sería una buena oportunidad laboral.

     No sabía que ponerme para una fiesta lujosa, no tenía nada que pudiera competir con esas elegantes mujeres que supuse serian como Cloe; al final me decidí por resaltar lo que ellas no tenían y elegí un fino vestido blanco de verano que me hacía parecer más joven y casi virginal y sin apenas maquillaje me coloqué unas sandalias de plataforma y salí sin pensar de casa.

     Me recibió Cloe que llevándome a la cocina me explicó las reglas:

          -Sé que él te ha dicho de que va esto, estas son las pulseras. Puedes elegir la que quieras y solo te pido que respetes a todo el mundo, el listón para el resto lo pones tú.

     Me coloqué la pulsera de “solo mirar” y la seguí al jardín, estaba precioso aunque siempre se podía mejorar como le dije. Ella me sonrió y disculpándose me dejo entre la gente.

     Le busqué enseguida y le vi hablando con otro hombre, tuve unos minutos para mirarle, era un hombre maduro muy atractivo, un poco más alto que la media y el conjunto era muy agradable.

     En ese momento se giró y supe que su punto fuerte era su expresión, sus ojos oscuros y de mirada penetrante me dejaron clavada en el sitio.

          -Hola señorita Pereira –dijo acercándose-

          -Hola señor Aliaga –le dije besando sus mejillas demasiado cerca de sus labios-

     Me sorprendí deseando besarlos, eran grandes y llenos, muy deseables.

     Miré su muñeca y vi que llevaba la misma pulsera que yo. Le sonreí y él me devolvió la sonrisa aunque esta no llegó a sus ojos.

     Nos acercamos juntos a la mesa repleta de comida y otra al lado llena de bebidas. Alrededor de la mesa unas veinte personas charlaban animadamente.

     Cogimos unos platos con comida y fuimos hacia una mesa dispuestas para que la gente se sentara y comiera.

     Una pareja se sentó con nosotros tras pedir permiso y comimos casi en silencio. Yo seguía dando vueltas al tema de encandilar a ese hombre, para que por fin supiera lo que se siente.

     La pareja llevaba la pulsera de “puedes tocar” y como la misma indicaba ellos se tocaban constantemente, en un momento dado el giró la silla, subió la falda de la mujer y empezó a acariciar sus muslos.

     Cuando pude apartar la vista de esa escena vi a otras parejas susurrarse, besarse e incluso más allá había unas tumbonas algo alejadas en la penumbra había una mujer tumbada, desnuda mientras un hombre de rodillas entre sus piernas la penetraba lentamente.

      Le miré a él y vi que miraba lo mismo, busqué evidencias de si estaba excitado y no hallé ninguna.

     Volví a la pareja de nuestra mesa y vi como el había apartado un poco la braga de la mujer y acariciaba su sexo sin pudor alguno ella suspiraba encantada. Un hombre se acercó y mirando la escena dijo:

          -Hola cariño estas aquí –le dijo a la mujer levantándola-

     Él se sentó y se la sentó en el regazo, separó sus piernas y se la ofreció al hombre que volvió donde estaba.

     Mis bragas estaban muy mojadas y mi cuerpo empezaba a tensarse por la excitación de estar rodeada de sexo.

          -¿Es como te esperabas? ¿Habías estado en alguna igual?–dijo el señor Aliaga con voz ronca-

          -No sé lo que esperaba y no había estado en ninguna fiesta así señor Aliaga

          -Me llamo Roberto Gloria, ¿creo que podemos tutearnos no?

          -Si –le contesté bebiendo un trago de vino-

     Seguimos mirando las escenas que se sucedían a nuestro alrededor, en nuestra mesa el hombre había bajado el cuerpo del precioso vestido de su pareja y le acariciaba los pechos tremendamente erguidos a pesar de su madurez, mientras enfrente el otro hombre seguía frotando su sexo, ella jadeaba completamente abandonada.

     Excitadísima aparte de nuevo la mirada y busqué a los de la tumbona que seguían follando mientras un hombre de pie miraba a la pareja una mujer de rodillas sacaba su miembro y se lo metía en la boca. Este agarrando la cabeza de la mujer guiaba la felación a su antojo sin dejar de mirar a la pareja.

      Me giré avergonzada de mi excitación y él también miraba.

          -¿Te excita? –le pregunté-

          -Claro que me excita niña

          -No te sientas obligado a entretenerme, si te apetece cambia tu pulsera y mézclate.

          -¿A ti te excita? –me pidió el, sin moverse-

          -Si

     Entonces me cogió de la mano y casi a rastras me llevó cerca de la tumbona.

     Podía ver perfectamente la polla de ese hombre desaparecer en el sexo de la mujer mientras otro hombre se acercó y sacándose la polla erecta la aproximó a la mujer, esta giró la cabeza, agarró la polla que le ofrecían y acercando la boca empezó a lamerla antes de metérsela en la boca.

     La escena me excitaba tanto que presioné mis muslos notando la humedad de mi sexo. Solo entonces me di cuenta que Roberto no miraba la escena me miraba a mí.

           -No te imaginas lo sexi que estás ahí parada, con ese virginal vestidito blanco, las mejillas rojas, los ojos brillantes por el deseo y los muslos pegaditos controlándolo. Es lo más excitante que he visto en mi vida.

     Mi mirada buscó la evidencia de la excitación que decía sentir y vi el bulto, por primera vez esa noche estaba excitado y comprobar eso me calentó tanto que metí la mano en mi bolso y busqué mi pulsera “puedes tocar”, me la puse sin dejar de mirarle con la intimidad que nos ofrecía la penumbra del rincón.

          -Más que ponerte esta pulsera deberías salir corriendo, eres un pastelito rodeada de lobos.

          -¿Tu eres un lobo Roberto?-le dije con dulzura, alentándolo a continuar-

          -Creía que no era de esos hombres maduros que pierden la compostura ante una jovencita, incluso me jactaba de ser de los que las prefieren casi de su edad, pero esta noche no lo tengo tan claro.

          -¿Has descubierto que te gustan las jovencitas? Porque entonces no estás en el sitio indicado –dije con una carcajada para molestarle ya que no quería procesar lo que me estaba diciendo, invadida por el miedo por su sinceridad-

          En ese momento alguien se acercó, era Cloe. Miró la pulsera de “solo mirar” de él y la mía y tras una carcajada se acercó más a mí y me dijo al oído.

          -¿Puedo tocarte preciosa? Llevo deseándolo desde esta mañana

     Me sorprendió tanto como me excitó su pregunta, durante unos segundos no supe que hacer, miré a Roberto y este había levantado de nuevo el muro a su alrededor.

          -Si puedes –me oí contestarle-

     Sentía la necesidad de provocar a ese hombre y Cloe cogiéndome de la mano me llevó a un árbol, me apoyó en él y pegó su cuerpo al mío antes de besarme en los labios.

     Roberto dio unos pasos acercándose a nosotras y jadee en su boca, dejé que su lengua se entrelazara con la mía, dejé que sus manos de dedos largos y uñas rojas bajaran por mi blanco vestido y apretaran mis pechos con suavidad, arquee el cuerpo ofreciéndoselo y siguió bajando hasta el bajo de mi falda, metió la mano debajo y subiéndola un poco tocó mis braguitas.

     Gemí cuando sus uñas rasparon la tela antes de decirle a Roberto.

           -¿Aun no la has tocado?

           -No –contestó con aridez-

           -¿Quieres que siga preciosa?

           -Si –contesté mirando a un Roberto tieso, con la mirada más oscura que la noche-

      Su mano subió al elástico de mis braguitas y se coló dentro. Nunca me había tocado una mujer y esta sabía bien cómo hacerlo.

      Pasó la yema de dos de sus dedos por mi rajita evitando mi clítoris inflado.

           -Su coñito está muy mojado y caliente, es una ricura –le dijo a el antes de volver a besarme-

    Se separó un poco y cogiéndome de la mano le dijo a él:

          -Vamos

    Tiró de mí llevándome por todo el jardín seguidas por Roberto, pasamos entre parejas follando, mirando, devorándose; se oían gemidos de placer por doquier.

    Nos llevó a un rincón alejado de la gente, allí parándose ante mí cogió el bajo de mi vestido y mirándome me dijo:

          -¿Puedo quitarte el vestido preciosa?

     Miré a Roberto y vi su mirada ardiente.

          -Sí, puedes hacerlo –contesté sumisa, completamente entregada a esa mujer-

     Ella subió el vestido y lo sacó por mi cabeza, se colocó detrás de mí y mirándole dijo:

          -Me encanta esta chica, me vuelve loca la suavidad de su piel.

     Acarició mis pechos sobre el sujetador, los apretó, los estrujó y después los sacó por encima del sujetador.

     Roberto se sentó en una mullida y gran tumbona colocada allí.

          -Sabía que serían rosas –dijo con una voz que no reconocí-

          -Es encantadora –dijo Cloe pellizcando mis pezones-

     Roberto no perdía detalle de sus manos acariciándome.

          -¿Qué quieres que haga ahora? –Le pidió de repente a Roberto-

     Pensé que no respondería a su insinuación, pero le oí decir.

          -Baja más, quiero ver como moja sus braguitas

     Y así lo hizo, mientras besaba mi cuello y sentía sus pechos y su cuerpo en mi espalda bajó la mano por mi torso, siguió por mi ombligo y empezó a frotar mis bragas por mi sexo. Notaba como se mojaba aún más la tela ante la mirada fija de Roberto. Luego estiró la tela enseñándosela.

          -¿Ves cómo están? –eran de color melocotón y sabía que podía verse la humedad en la tela.

          -Dámelas –pidió con voz seca-

     Cloe fue bajando mis bragas lentamente y yo dócil levanté un pie y luego el otro para que pudiera quitármelas. Tras olerlas y suspirar se las lanzó a Roberto.

     El las agarró y las llevó a su cara, verle olisquear mis braguitas me puso a mil y cuando los dedos de Cloe se pasearon por mi raja no podía dejar de mirarle a él. Entonces Cloe subió mi pie y lo colocó en la rodilla de Roberto. Este agarró mi tobillo y miró la mano de Cloe pasearse por mi raja enfrente de sus ojos.

          -Huele lo caliente que esta Roberto, es un amor –dijo frotando más rápido-

     Estaba al borde del éxtasis cuando noté que Roberto se incorporaba y acercaba su rostro a mi sexo, noté entre los dedos de Cloe su respiración, eso me llevó a la locura total; cuando sacó la lengua y la sentí entre esos dedos estallé en un orgasmo devastador.

     Me apoyé en Cloe para no caer mientras todo mi cuerpo se convulsionaba y yo jadeaba enloquecida. Entre la bruma de mi orgasmo oí a Cloe

     -Cariño tengo que dejarte aunque no lo haría, me encantaría saborearte y hacerte gemir mil veces. ¿Me llamaras?-me pidió ayudándome a bajar la pierna-

     Asentí mientras esta se alejaba aun con la cabeza liada por lo sucedido, miré a Roberto y vi que el estrujaba mis bragas.

     Nos miramos y sin decir nada fui a recoger mi vestido, cuando iba a ponérmelo Roberto habló.

          -Quédate conmigo Gloria, sé que no te gusto, sé que lo que acaba de pasar ha sido producto de la novedad de esta noche loca, por Cloe, por morbo… pero me gustaría seguir lo que ha empezado.

          -¿Porque debería quedarme?-quise hacerme la estrecha un poco-

         -Porque te deseo más de lo que he deseado nada en este mundo y porque ahora mismo te necesito más que respirar

     La sinceridad y la desnudez de sus anhelos me terminaron de convencer y dejé caer el vestido de nuevo al suelo.

     El me agarró una mano y tirando de mí me sentó sobre su regazo, agarrándome de la nuca se apoderó de mi boca, mientras me acunaba.

      Su lengua invadió mi boca y su mano dejó mi nuca para desabrochar mi sujetador y tirarlo junto al vestido.

          -Eres preciosa, quiero lamer tus tetitas –me pidió con tono condescendiente, como si fuera una niña-

     Me excitaron las maneras y arquee mi cuerpo acercándole mis tetas, bajó la boca y atrapó un pezón entre sus labios, succionó, lamió y mordisqueo yendo de uno a otro mientras la humedad de mi sexo mojaba su pantalón.

    A lo lejos se oían jadeos, risas, gemidos y conversaciones ajenas que me excitaban aún más.

          -Quiero morderlos ¿puedo? –preguntó con voz entrecortada-

          -Si –dije excitada porque me lo preguntara-

     Sus dientes presionaron y gimotee, apretó más y sollocé

          -¿Quieres que pare Gloria?-preguntó con suavidad-

          -No

          Tiró un poco y volvió a lamerlos para calmarlos y volver a atacarlos mientras su mano ahora entre mis muslos subía a mi sexo. Apenas podía abrir las piernas y la postura era forzada pero su mano se hizo hueco y llegó a mi vulva, sus dedos buscaron mi humedad y me penetró con dos de ellos.

     Sollocé de placer cuando empezó a entrar y salir sin dejar de lamer, me dolían los pezones, me dolía entre las piernas, me dolía todo el cuerpo de placer.

          -Córrete preciosa, quiero ver cómo te corres, quiero sentir como mojas mis dedos como antes mojaste mi lengua pequeña.

     Y me corrí, mi cuerpo le pertenecía, sus deseos eran órdenes y vibraba con sus caricias, sus palabras…

     Moviéndose me sentó a mí en la tumbona, separó bien mis piernas y poniéndose de rodillas volvió a lamer cada rincón de mi sexo hasta volver a ponerme a mil. Entonces se levantó y se desabrochó el pantalón liberando su polla.

          -¿Te gusta pequeña?-dijo agarrándola ante mí-

     Asentí hipnotizada viendo como se la meneaba ligeramente ante mí, vi unas gotitas en su glande y me acerqué para pasar la lengua.

          -Si pequeña, lamela –dijo soltando un jadeo al sentir mi lengua-

     Un minuto después se apartó, echó el respaldo del sillón hacia atrás y empujando mis hombros me tumbó.

     Separó mis piernas y arrodillándose entre mis muslos froto ese glande que había lamido con devoción por mi vulva.

     Sentí una corriente recorrer mi cuerpo.

          -No puedo más cariño, necesito follarte. ¿Quieres que te folle pequeña?

      Me encantaba ese tonito, me enloquecía ese hombre y deseaba que me follara.

          -Si, por favor fóllame Roberto

     No necesito más y con un solo movimiento empujó su polla llenando mi vagina por completo. Esta se acopló al grueso de su sexo apretándolo.

     El empujó más pero no se saciaba, puso las manos bajo mi culo y lo subió a sus muslos para penetrarme más profundamente.

     Jadeaba y me hacía jadear a cada empujón, apenas salía unos centímetros y empujaba más. Todo mi cuerpo estaba en tensión, mi cuerpo pedía la liberación a gritos y cuando salió lloré literalmente.

          -No te detengas

          -No puedo más pequeña

          -No pares -le dije doblando las rodillas y apretándole con mis piernas-

     Entró de nuevo hasta el fondo tan despacio que lloré de necesidad

          -Pídemelo pequeña, dime lo quieres

          -Quiero que me partas en dos, quiero sentirte dentro, lo quiero todo

     Mis palabras encendieron su mirada, su polla palpito en mi interior y se hundió del todo mientras su cuerpo se tensaba y mi cuerpo se convulsionaba con el orgasmo arrastrándole conmigo. El dio un grito antes de vaciarse en mi interior.

           -Toma pequeña, es todo tuyo.

     Unos minutos después le dije:

           -Tengo que ir al baño

           -Bien

     Me puse el vestido y escapé, sola en el baño empecé a darle vueltas a lo sucedido sin poderme creer lo que acababa de pasar, lo que acaba de sentir y con quien.

     Me asusté y al oír a Cloe hablar fuera salí y le pedí:

          -Por favor ¿podrías decirle a Roberto que he tenido que irme?

          -Claro preciosa yo se lo digo –dijo sabiendo que pasaba algo pero sin hacer preguntas-

     Apreté mi bolso, estiré mi vestido y salí de allí, me senté en mi coche consciente de que mis bragas las tenía Roberto.

    La cabeza me bullía y tenía la sensación que no sería tan fácil salir indemne de esta historia porque cuando más me alejaba más ganas tenía de volver...

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