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Mírame

en Sexo con maduros

     Aun me relamía al recordar esa noche…

     Miraba hacia su ventana como tantas veces había hecho, pero esta vez fue diferente. Las cortinas se mecían y cada vez que volaban, podía ver su precioso cuerpo desnudo, hipnotizado por esos pechos redondos, de pequeños pezones, que se intuían duritos. Mientras daba las gracias al tiempo y a esa suave brisa, note como se movía y temí que se acabara mi buena suerte, pero no solo no acabó mi suerte sino que mejoró cuando ella, despertando de su letargo empezó a acariciarse los pechos como hubiera deseado hacerlo yo.

     Esa fue la primera vez que disfruté de todo el esplendor de esa criatura…

     Ella era Lena, la hija de mis vecinos de abajo. La conocí cuando aún era una niña, yo había enviudado hacia poco cuando me mudé huyendo de mis recuerdos. Hice amistad con su padre,  no reparé en esa niña de coletas y rodillas raspadas hasta que unos años después. Era su dieciocho cumpleaños y sus padres me habían invitado a una copa, les estaba diciendo lo rápido que habían pasado esos cinco años cuando entró en el salón. Ya no llevaba colas, no tenía las rodillas raspadas, esa niña había desaparecido para dejar en su sitio a Lena. Solo entonces me di cuenta del cambio.

     Lena se convirtió en el más oscuro de mis deseos, siendo la musa de mis momentos íntimos, hasta que se fue de casa. Pero había vuelto a lo grande pensé recordando los últimos encuentros.

     Después de que esa primera noche me dejara espiar su placer, había habido otras.

     Le daba morbo que la observara… y no buscaba más, no quería presionarla, prefería ver su placer, convertirme en su voyeur particular a no tener nada. Después de todo no contaba ni con eso y gracias a mi postura, ella se relajó lo suficiente para regalarme algún que otro momento de lo más estimulante, a pesar de no haberla tocado, había compartido con ella momentos de lo más eróticos.

     Su padre me llamó para pedirme una herramienta que no tenía, me dijo que estaba arreglando el trastero y al mediodía le subí una cerveza helada, en el fondo no podía evitar sentirme culpable por “jugar” con su hija.

     Me asomé al trastero y lo que vi me dejó sembrado en la puerta, miré sus deportivas, sus medias, tipo futbolista hasta las rodillas. Seguí subiendo por sus muslos desnudos y al final de estos su precioso culo, apenas contenido por un minúsculo pantalón corto, carraspeé y Lena se incorporó.

          —Hola Señor Serrano –dijo exhibiéndose orgullosa

          —Deberías estar prohibida. ¿Dónde está tu padre? le traía una cerveza

          —Ha ido a buscar a mi madre al centro, ¿puedo hacer algo por “usted”? –dijo mordiéndose los labios.

          —Que buena estas niña. ¿Vas a ser buena y tocarte un poquito, aquí y ahora? –le dije completamente enajenado y sin pensar.

          —Señor Serrano me encantaría complacerle, pero llevo las manos sucias, ¿le importaría hacerlo usted? –dijo acercándose y apoyando las manos en el marco de la puerta.

     Adelantó las caderas sin dejar de mirarme, solo tenía que mover un palmo mi mano para tocarla… y ¿que podía hacer, salvo darle lo que ambos deseábamos?. Estiré la mano y la metí dentro de sus bragas, ella movió la pelvis y mientras miraba embelesado sus tetas balancearse, enloquecí al tocar su rajita y notar que estaba chorreando.

     Adelanté tres dedos y curvándolos la penetré, ella gimió, saqué mis dedos y volví a meterlos una y otra vez notando como su cuerpo se tensaba, con la misma rapidez que mi polla se endurecía, cada vez lo hacía con más dureza, cada vez más profundamente… y entonces se corrió, mientras jadeaba y movía las caderas, su néctar se escurría entre mis dedos, entonces un ruido hizo que los sacara a toda prisa.

          —Es tu padre nena, vístete –le dije ayudándola con la camiseta mientras ella se ponía el pantalón.

     Agarró el sujetador y lo metió en mi bolsillo justo cuando aprecia su padre.

          —Ya era hora, yo que te había subido una cerveza apiadándome de ti –le dije enseñándole la lata.

          —Él ya no la necesita, pero yo si acepto el refresco señor Serrano, porque además necesito lavarme las manos.

          —Voy a hidratar a tu hija y luego le doy una que esté más fría que esta –le dije volviendo al ascensor.

     Bajamos en silencio, cuando salimos del ascensor vi que ella miraba mi entrepierna, se avergonzó al darse cuenta que la había cazado y yo sonreí.

     Me siguió a la cocina y mientras yo le ponía hielo en un vaso, ella se lavaba las manos.

          —Ahora que hemos levantado la veda a las caricias, por cierto me ha encantado y me gustaría… –note su mano acariciando mi erección sobre el pantalón.

          —Lena, no hace falta, no me debes nada

         —Deseo hacerlo –dijo desabrochando mi pantalón

     Después de desabrocharme, metió la mano dentro de mi pantalón, dentro de mis calzoncillos y agarró mi polla, que latía bajo su mano.

     La sacó y empezó a meneármela muy despacio, subía y bajaba la mano por el tallo, unas gotitas de semen mojaron la punta y ella aprovechándolas las repartió ayudándose de la humedad para seguir con su cometido. Se mordía los labios y entonces me enloqueció darme cuenta que apretaba los muslos, estaba excitada.

     Se los separé y metí la mano por un lado del pantalón corto, comprobando que seguía húmeda, muy húmeda, pasé los dedos por esa humedad y ella jadeó, aferró más fuerte mi polla y aceleró el movimiento de su mano tocando toda mi polla, apretándola, frotando la palma con el glande, pellizcándolo y de nuevo subía y bajaba, no podía más y friccioné su clítoris entre dos dedos mientras me corría como un loco en su mano, manchado sus muslos de semen mientras ella volvía a correrse.

     Dos días después me invitaron a cenar y mientras su madre acababa la cena y su padre terminaba de ducharse, ella volvió a masturbarme en el balcón.

          —Lena van a pillarnos

          —Solo un poquito, mi padre acaba de entrar y mi madre no vendrá –dijo con una mano dentro de mi pantalón, mientras llevaba la otra bajo sus bragas.

     Me mordí el labio para no gemir mientras me corría en su mano, sintiendo los espasmos de su orgasmo en mis dedos.

     Me sentí de lo más culpable al cruzarme por el pasillo con mi amigo cuando iba al baño a limpiarme un poco. Pero no era capaz de apartarme de su hija, como debería hacer un amigo.

     Esa noche me costó conciliar el sueño; un parte de mí, la más honesta me decía a gritos que me alejara, que cortara ese “juego”, pero otra parte de mí, me pedía más a gritos. Yo mismo me decía que la primera opción era la más limpia para todos, pero también sabía que no había nada peor que añorar lo que no había sucedido y si ahora me alejaba en pos de lo correcto, algo me decía que un día iba a arrepentirme de haber dejado pasar ese tren.

     Los siguientes días la evité; no verla era la única manera de no “caer”.

     El sábado estaba leyendo en mi sillón, pensé en ella, miré el reloj, eran las dos de la madrugada y ella debía estar pasándoselo en grande con sus amigas de fiesta en algún local ruidoso de los que yo rehuía.

     Casi a las tres decidí que debía irme a dormir y justo en ese momento sonó el timbre. Supe quién era antes de verla frente a mi puerta. Me aparté para que no la viera nadie y entró.

          —Sé que es tardísimo, pero me moría por verle señor Serrano. ¿Puedo quedarme un ratito?

          —Puedes. ¿Quieres beber algo? –le dije intentado escapar

     Cuando regresé de la cocina, se había quitado la chaquetilla corta de pelo rosa con capucha y me esperaba de pie, junto a la ventana.

     Llevaba un mono, la parte de arriba se pegaba a sus femeninas curvas, el pantalón era anchísimo y vaporoso y llevaba toda la espalda al aire, no llevaba sujetador.

     Me senté en mi sillón y abriendo la lata, repartí el contenido en dos vasos que había traído, solo para mantener las manos ocupadas.

          —Te noto distante, estos últimos días. –ya me tuteaba pensé con una tonta sonrisa.

          —Le he dado muchas vueltas a la situación y creo que lo mejor sería dejar las cosas como están.

          —O sea que al final el cobarde es usted

          —No Lena, renunciar no siempre es por debilidad o por cobardía, a veces se necesita ser fuerte para aceptar lo que no puede ser, sabes tan bien como yo que esto es una locura, princesa.

          —A veces las princesas se cansan de tantos cuentos. No necesito que sea fácil, solo que sea posible. Solo una pregunta, ¿me desea señor Serrano?

     La miré obnubilado, pensando en lo hermosa que era esa criatura, cualquier hombre cuerdo enloquecería ante la posibilidad de poseerla y yo no era distinto.

          —Sabes que si Lena –admití mirándola con intensidad, sin fuerzas para mentirle.

     Se dio la vuelta mirando por la ventana y se desabrochó unos botones y cremallera, luego se dio la vuelta y llevó ambas manos al lazo de tela que llevaba en la nuca y el mono, resbaló por su cuerpo, dejando libres y ante mi profunda mirada sus pechos, su torso, sus caderas y cayó al suelo dejándola solo con unas diminutas braguitas de encaje negro. Le dio una patadita y se quedó ante la ventana solo con las braguitas y unos tacones… exuberante, sublime…

     La boca se me había secado hacía tiempo, mis manos aferraban con fuerza los brazos del sillón en el que estaba sentado, sin que fuera capaz de dejar de mirarla. Ya la había visto desnuda y siempre me causaba el mismo estremecimiento.

          — ¿Porque negarnos algo que los dos deseamos? –dijo acercándose a mí, sentándose en mi regazo.

     Puso mi mano sobre sus muslos, su piel era tersa, sus carnes prietas y juveniles…nunca tuve escapatoria, pensé besando su boca roja, lamiendo sus labios gorditos, calientes, húmedos y más apetecibles que la mejor de las frutas.

     Mi mano ya no podía estar quieta y subía por su muslo, ella separó las piernas dejando que descubriera la humedad en sus bragas que terminó de enloquecerme. Un minuto después y sin dejar de besarla aparté la tela y busqué el volcán entre sus piernas.

     Ella se sentó a horcajadas y mi polla dura como el mármol pugnaba apretándose contra su culito, que se movía ligeramente instándola a más.

            —Fóllame –pidió tirando del elástico de mi pantalón

     Cuando lo hizo mi polla salto como un resorte al subir las caderas.

          —Nena los preservativos están en mi habitación… -dije sin poder apenas articular

          —Solo un poquito –ronroneó como una gatita en celo, apartando su braguita a un lado.

     Enloquecido la agarré por el culo con ambas manos subiéndola, ella movió las caderas y la punta de mi polla rozó el calor de su coñito, no había vuelta atrás, hundió su lengua en mi boca y yo dejé bajar su culo, sintiendo como mi polla se deslizaba en el calor abrasador de su vagina, estrecha se apretaba a mi polla como una funda. Ella gimoteaba mientras bajaba, metiéndosela hasta los huevos.

     Apenas podía respirar mientras ella meneaba las caderas, yo miraba embelesado sus pechos antes de bajar la cabeza para devorarlos. Los mordí, los chupé, los succioné y besé.

          —Me encanta tener tu polla dentro –dijo meciéndose, frotando su pubis con el mío

     No salía ni un centímetro, mi polla palpitaba en su coño al borde de la locura total y entonces se corrió mientras mordía sus tetas y pellizcaba su culo, apretándola más contra mí. Aguanté como pude los espasmos de su orgasmo que apretaban mi polla al máximo y cuando su cuerpo se relajó la subí, dejando que mi polla saliera, justo en el momento que empezaba a correrme sin remisión, sobre su pubis y su tripita, sin ni siquiera tocarme.

     Fue al baño y cuando volvió fui yo, cuando regresé ella estaba sentada en mi sillón, completamente desnuda, excitado de nuevo me arrodillé ante ella que me miraba con intensidad. Le desabroché las sandalias de tacón y subí sus pies a mis hombros, bajé el torso y me di un festín. Sabía a pecado, dulce y picante. Lamí cada rincón de su vulva, mientras ella se retorcía gimoteando. Se corrió en mi boca y tras saborear su esencia, dejé resbalar mi lengua hasta su agujerito trasero, hice círculos alrededor y terminé metiendo mi lengua en su culito, ella seguía retorciéndose en el sillón, cuando lo lubriqué al máximo, volví a su vulva y llevé un dedo a su culito, busqué su clítoris y volvió a retorcerse al borde del orgasmo, entonces presioné con mi dedo en su ano mientras succionaba su clítoris y ella estalló.

     Me puse en pie y aun temblaba cuando la agarré de las manos y tiré de ella, poniéndola en pie. Le di la vuelta y mientras la agarraba de las caderas, ella apoyó las manos en los brazos del sillón doblándose hacia adelante. Yo enfebrecido pasé la mano plana por su culito redondo y prieto, sus muslos y volví a aferrarme a sus caderas como un náufrago a una tabla, clave los dedos en su carne y hundí mi polla en el calor de su cuerpo. Ella subió el culo pidiendo más y le di lo que me pedía sin palabras, como un poseso entré y salí de su cuerpo. Cada vez que la penetraba necesitaba más… más dureza y profundidad, notando como temblaba debajo de mí,  terminé follándomela como un salvaje, salía casi por completo y me hundía en un solo estoque.

          —Sí, dame duro…umm me encanta –jadeaba buscando cada estoque.

     Me olvidé de todo, solo podía pensar en saciar el deseo de poseerla, de darle placer y obtenerlo. A pesar de haberme corrido unos minutos antes tuve que retenerme hasta que ella se corrió y entonces sin apenas tiempo, salí para correrme en su espalda.

     Mucho tiempo después me metí solo en mi cama, tras ver como se apagaba la luz de su habitación. Sin querer pensar en nada, solo relamiendo tras lo sucedido.

     Cuando el domingo por la tarde sonó el timbre pensé que era ella y al encontrarme con mi hermana y su marido recordé que venían a pasar unos días del pueblo, lo había olvidado completamente.

     Nos encontramos con ella por la tarde en la terraza del parque, donde estábamos con sus padres. Venia de correr y parecía tan acalorada como la noche anterior, ese pensamiento hizo que algo se moviera bajo mi pantalón.

          — ¿Os quedáis muchos días? –les pidió directamente

     Casi me caigo de la silla feliz al notar su cara de decepción cuando dijeron hasta el domingo que viene.

     No volví a verla hasta el miércoles. Ella hablaba en la escalera con una vecina; entramos juntos en el ascensor y cuando la vecina salió, Lena se lanzó a mi cuello, ofreciéndome esos labios enloquecedores. Intenté solo rozarlos en un casto beso, su cuerpo se pegó al mío y mis manos aferraron su culo para pegarla aún más mientras el beso dejaba de ser casto, para abrasarnos.

          —Te echo de menos, quiero más de lo del sábado–dijo haciendo un pucherito sobre mis labios.

          —Yo también pequeña, pero ya sabes cómo está la cosa, ojala… –le dije amasando su culete.

     Entonces se me ocurrió una cosa y justo cuando el ascensor paró, apreté el botón de nuevo.

     Un minuto después la desnudaba entre las estanterías de mi trastero, le quité el sujetador y bajé a lamer sus perfectas tetas mientras le bajaba el pantalón y las braguitas. Mordí sus pezones hasta que gimió, los solté y me arrodillé ante ella, mordisqueaba su pubis imberbe mientras le quitaba los zapatos y el pantalón, luego subí uno de sus pies al estante más bajo y lamí su sexo jugoso, chupeteé su clítoris inflamado, mientras metía un dedo en su cuevita, ardía húmeda y temblaba jadeando ante el asalto de mi boca, agarrándose a la estantería con una mano y a mi cabeza con la otra. No dejé su coño hasta saborear su orgasmo.

     Mi polla temblaba babeando cuando me incorporé y ella la liberó, mientras subía más su pierna. Flexioné las rodillas y se la metí todo lo que pude en esa postura.

          —umm que rico –gimió mordiendo mis labios

      No entraba del todo, pero ver su cara de placer, suplía la necesidad de clavarse hasta el fondo.

      Tapé su boca con mi mano, cuando oí un ruido, la puerta del terrado, luego pasos y alguien que abría otra puerta, de otro trastero. Más excitado aun salí de ella, le di la vuelta, la incliné ligeramente con una mano, mientras con la otra bajaba del todo mis pantalones, que cayeron a mis tobillos. La aferré de las caderas y se la metí hasta el fondo, ella mordió mi mano que volvía a  tapar su boca y yo mordí su hombro para no gritar de placer mientras me la follaba como un poseso. Mientras oíamos los ruidos a unos trasteros del mío, se corrió mordiendo más fuerte, dejando las marcas de sus dientes en mi mano.

          —Me vuelves loco putita –le dije al oído mientras se corría.

          —No salgas, córrete conmigo, dentro…–susurro

     Estaba demasiado cachondo para oír eso y ver su cara de placer, empujé hasta el fondo y mi orgasmo estalló, mientras los espasmos del suyo ordeñaron mi polla, hasta la última gota.

     Besé el hombro que había mordido, lamí su piel salada agradecido y ella ronroneó aun con mi polla dentro.

     Cuando entré en casa y saludé a mi hermano aun me temblaban las piernas y no dejé de recordar su carita de satisfacción cuando bajábamos en el ascensor.

     El viernes por la noche de nuevo en la terraza con sus padres y mis invitados, su madre comento que su hija estaba corriendo a la petición de mi cuñada. Entonces sin pensar les dije:

           —Voy a estirar un poco las piernas

           — ¿Te acompaño? –se ofreció mi hermano

           —Que va, tomaros algo, regresó en un rato y pedimos algo para cenar si queréis

     Me adentré en el parque, subí hacia la parte más arbolada de este, donde solo iban los corredores y la vi de regreso.

     No paró hasta pararse con mi cuerpo y yo la abracé, ella buscó mi boca hambrienta.

          —Nena pueden vernos

     Me sonrió y cogiéndome de la mano me llevó sendero arriba, giró en un recodo y nos metió entre unos matorrales, allí me abrazó y cogiendo mí mano la metió dentro de sus mayas de correr.

          —Tócame un poquito, aquí no nos ve nadie –dijo picara, con voz ronca excitándome al instante.

     Su coñito chorreaba como siempre y en ese instante, supe que estaba perdido y que haría cualquier cosa que esa niña quisiera…

          —Me hechiza tu coñito, caliente, húmedo, apretadito –le dije metiendo dos dedos

          —Y a mí tu polla, dura como una piedra –dijo acariciándola sobre el pantalón.

     Se balanceaba buscando mis dedos, mojando mi mano con sus juguitos.

          —Tus padres y mi familia, me esperan para cenar en la terraza –le dije viendo como desabrochaba mi bragueta para sacar mi polla.

          —Fóllame un poquito, por fi –me miraba con cara de niña buena

      Dios me desarmaba, me hacía perder la cabeza por completo y allí mismo bajé  sus pantaloncitos, ella apoyo sus manos en sus rodillas poniéndome el culito en pompa y yo como un cabestro llevé mi polla a su hendidura, la paseé por su rajita y agarrándola para que no cayera de bruces me empotré hasta el fondo de su cuerpo. Busqué su clítoris y lo froté mientras me la follaba.

     Media hora después volví junto al resto y ella se nos unió un rato después, me relamí cuando su madre le dijo que parecía muy acalorada.

     —hoy lo he disfrutado al máximo –dijo y percibí que apretaba los muslos, lo que me recordó que llevaba el coñito lleno de semen.

     El domingo mientras mis visitas bajaban en el ascensor, mi niña subía por la escalera. Antes de cerrar la puerta la vi en el rellano. Entró y tras cerrar la puerta la vi en el salón, completamente desnuda y la chaqueta a sus pies, como única  prenda.

     Me asomé al  balcón a despedirlos y mientras ellos aún se subían al taxi Lena desde atrás desabrochaba mi pantalón, sacaba mi polla y terminaba de ponerla más dura que el granito.

     La senté en la mesa del salón y se la metí hasta hacer que se retorciera en la mesa con el primer orgasmo, la saqué y busqué el segundo con mis labios y mi lengua.

     Luego la llevé a la salita y me sorprendió cuando me dijo:

          —Quiero que me folles el culito. –casi me corro sin tocarme

     Forré la mesa baja frente al sofá de almohadones, la puse a cuatro patas y lamí su culito, metí un dedo, luego dos, luego volví a lamer y metí un tercero. Mi polla chorreaba cuando apunte su virgen agujerito, me costó entrar, estaba estrecha, asustada y nerviosa.

           —Tranquila pequeña, solo será un momentito

     Fui entrando en su estrecho ano, ella gimoteaba de dolor y joder eso me excitaba aún más. Cuando estaba medio dentro, la tranquilicé de nuevo, acaricié su espalda y cuando se relajó empujé con todas mis ganas terminando de entrar. Ella lanzó un quejido y me quedé quieto. Sobé sus tetas, lamí su espalda, mordí sus hombros y poco a poco fui moviéndome.

     Ella terminó pegando su espalda a mi pecho, mientras yo de rodillas detrás de ella perforaba su culito, busque su clítoris y lo frote al límite de mi aguante… se corrió y me vacié por fin en esa estrechita cueva acogedora, llenando sus entrañas de semen calentito.

          — ¿Puedo quedarme a dormir?

     La llevé a mi cama y nos quedamos dormidos al instante. Desperté con una sensación muy agradable recorriendo mi columna, abrí los ojos para comprobar que los primeros rayos de sol entraban por la ventana, lo segundo que comprobé es que Lena seguía en mi cama, entré mis piernas, agarrando mi polla semidura mientras la lamia con devoción.

          —Buenos días cielo –le dije tras un gemido

          —Me vuelve loca tu polla –dijo chupeteando el glande

     Agarró mis pelotas con su manita, mientras con la otra me la meneaba suavemente sin dejar de lamerla.  Tras dejarla mojada con su saliva, bajó a lamer mis huevos, los metía en su boca, succionaba y los soltaba para lamerlos, cuando creía estar en el nirvana más absoluto, la cosa mejoró, cuando su lengüecita bajó a mi raja buscando mi ano, para lamerlo y ensalivarlo bien antes de meter su juguetona lengua dentro, penetrándome con ella, sin dejar de menearla.

          —Que rico mi niña, me matas de placer –gemía sin parar

     Supliqué que parara al límite de mi resistencia, pero supe que no lo haría. Solo dejó de lamer mi culo para subir a los huevos y de nuevo a mi polla, pero esta vez no paró en el glande y fue engullendo todo mi mástil, subía y bajaba su boquita, pasando sus labios. Me retorcía de placer, gimiendo como un poseso y entonces retrocedió y volvió a deslizar su boca al tiempo que su dedito entraba lentamente en mi anteriormente lubricado ano, lo curvó el dedo dentro, presionó y di un alarido mientras me vaciaba en su garganta y su boca, sin que ella dejara que se le escapara nada, tragando y lamiendo mi polla limpiándola, tras la mejor mamada de mi existencia.

           — ¿Puedo volver? ¿Has olvidado ya tus prejuicios?

           —He olvidado hasta mi nombre pequeña –le dije aun extasiado

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