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Rico negocio familiar

en Amor filial

     Me encantaba formar parte del negocio familiar, hacia solo un año que había terminado mis estudios de interiorismo y trabajaba con mi tío y mi primo, ambos arquitectos.

     En el trabajo, lo llevábamos de maravilla, aunque fuera en la familia, había algún que otro roce con sus parejas.

     Parte de la familia no aceptaba a la nueva pareja de mi tío, desde que dejó a su mujer por esta diez años menor, a la que por otra parte creían que estaba con él por su dinero, yo incluida.

     Con la mujer de mi primo simplemente no había casi relación con la familia ya que ni los unos ni los otros hacían nada por un acercamiento.

     Ellas dos, si se llevaban bien y hacían piña cuando había alguna reunión familiar, que solo sucedía por la abuela, que le gustaba reunir a sus tres hijos y a sus familias.

     Mi madre y mi tío, tenían otra hermana y estos dos hijos más. Con esta parte de la familia alternábamos más ya que el marido era amigo de mi padre. Aunque yo iba a mi bola, sin meterme en las puyitas familiares, hasta que sucedió algo, que me puso en línea de fuego.

     La mujer de mi tío, iba al mismo gimnasio que yo. Allí, había conocido al hombre, con el que tenía digamos, que un lio. Rafael era un madurito, como a mí me gustaban; se acababa de separar y llevábamos dos meses viéndonos, esporádicamente. Yo, no sabía que se conocían, hasta que una mañana mi tío me llamó a su despacho:

          —Paula ¿es cierto, que estas liada con Rafael?

          — ¿Le conoces?

          —Sí ¿y tú? ¿Sabes que está casado?

          —Se está divorciando, pero igual no somos novios, solo nos vemos de vez en cuando y si está casado, no es mi problema sino el suyo. Además, no creo tener que darte explicaciones de mi vida sexual –le dije a la defensiva

          —Mi mujer me ha dicho…

     Como no, esa harpía, se había ido de la lengua y por ello dos días después, Rafael me dijo que lo mejor sería que dejáramos de vernos, porque iba a volver a intentarlo con su mujer tras un ultimátum de esta.

          — ¿Le han contado lo nuestro?

          —Sí, alguien le fue con el rollo de que me veía, con una chica joven…

     No me podía creer, que esa harpía hubiera ido tan lejos como para ir con el cuento a su mujer. Para colmo, ni siquiera podía contarlo en casa, porque me hubieran censurado la relación con un hombre de más de cincuenta, casado, o medio casado. Porque admitámoslo, yo en el fondo sabía que más que una separación, era un paréntesis en su matrimonio, pero como para mí solo era sexo, tampoco me importaba demasiado lo que durara.

     Desde ese día, no le dirigía la palabra a la bruja, quería cantarle las cuarenta pero no podía remover la cosa, ni siquiera cuando en una comida la oí hablar del tema con la mujer de mi primo.

     Otra cosa cambió desde ese día y fue que mi tío me miraba diferente, no sé cómo explicarlo pero no era lo mismo.

          —Siento lo del otro día, no debí meterme en tu vida se cortó antes de decir sexual

          —No pasa nada, olvídalo.

     Pero no lo olvidamos, me di cuenta en varias ocasiones, de sus miradas y eso dio pie no se en que momento, a que yo también cambiara respeto a él. Sin saber cuándo, empecé a buscar esas miradas que cada vez se intensificaban más, empezando a jugar a ese peligroso juego de miraditas y pensamientos, no correctos entre un tío y una sobrina.

     Unas semanas después, nos habíamos quedado trabajando hasta tarde y al acabar, quedé con una compañera para tomar un pincho y una copita de vino.

          —Dijiste que estabas solo, ¿vienes a comer algo con nosotras? –le dijo la mujer, con la confianza de alguien con el que llevas trabajando un montón de tiempo como era el caso de ellos.

     Así fue como terminamos los tres, en la barra de un local, de una conocida cadena de pinchos, atestado de gente. Después de una botella de vino, unos pinchos y una agradable charla de trabajo, la llamaron al móvil.

          —Tengo que irme, mi novio, ya ha acabado y viene a buscarme

     Nos quedamos solos, pedimos un par de copas más, seguimos charlando de trabajo y comiendo unas patatas bravas, todo iba demasiado bien para cortarlo. La última patata, picaba a rabiar y yo jadeé resoplando ya que no quedaba vino, en mi copa, él me pasó la suya y bebí. Me miraba con intensidad y yo seguí quejándome de que me quemaba y abanicándome la boca con la mano; entonces él, acercándose me sopló teatralmente.

          —Gracias, que alivio –le dije riendo

          —Un placer, sobrinita –dijo a pocos centímetros de mi boca, serio de repente.

     Sin pensarlo y desinhibida por el vino, me acerqué a su boca y sacando la lengua, la pasé por sus labios. Él no se apartó y animada seguí besándole. Luego me separé unos milímetros:

          —Paula, esto no está bien –podía notar la tensión entre ambos. Ya no había el buen rollo que hubo mientras estaba la otra.

          — ¿No te ha gustado?

          —Mucho –contestó con sinceridad

     Volví a besarle y esta vez no solo no se apartó, sino que su lengua invadió mi boca y nos besamos unos momentos apasionadamente.

     Cuando nos separamos, ambos miramos a nuestro alrededor y todo el mundo seguía a su rollo, sin darse cuenta de  nada. Se cayó su chaqueta y él fue a bajarse del taburete, para cogerla, pero yo bajé más rápido y la cogí quedándome de pie, mientras él seguía sentado en el taburete girado hacia mí. Volví a acercarme, separó las piernas y yo me coloqué entre ellas, apoyé las manos en sus muslos, levantó con dos dedos mi barbilla y volvió a besarme, estábamos en un rincón al final de la barra, pero no podíamos seguir besándonos así o nos echarían por escándalo público, además podía reconocernos alguien.

          —Lo siento Paula, eres mi sobrina y aun así no puedo evitarlo, llevo semanas sin dejar de pensar, en cómo sería follar contigo…–me dijo con voz ronca

          —La culpa es de tu mujer, por joderme levantó la liebre y dejaste de verme como a tu sobrina, para verme como la chica jovencita, que follaba con un colega tuyo, al final su maldad se le puso en contra

          —Lo he pensado créeme, pero con esto no solo la jodemos a ella Paula, está el resto de la familia… esto es una auténtica locura –dijo sin demasiada convicción.

     Enfadado, pidió la cuenta y al traerla y dejar el billete, se excusó y subió al baño.

          —Lo siento Paula, no debería pagar contigo mi frustración, por esta situación demencial

          —Estas frustrado porque quieres, tío

          —Calla Paulita, ¿de verdad estabas dispuesta a…?

          — ¿A tener sexo contigo? Mira.

     Agarré su mano, ahora era yo la que estaba sentada y él de pie, metí su mano bajo mi falda y la coloqué sobre mi braga húmeda.

     Sus dedos, empujaron la tela contra mi sexo, mirando a ambos lados. Suspiró, al notar lo mojadas.

          —Joder nena, había bajado dispuesto a olvidar lo sucedido, lo que sentía, lo que necesitaba…

          —Tío, es solo sexo, no le des tantas vueltas… -jadeé sobre su boca.

     Cuando se apartó de golpe y cogió el cambio del platito, creí que iba a salir huyendo, pero nada más lejos de la realidad, cogiéndome de la mano, me llevó entre la gente, subimos las escaleras y excitadísima vi que me llevaba a los baños. Al final de la escalera, solo había los baños y unos biombos que apartó y volvió a colocar, cuando entramos.

     Era parte del local que no debía usarse, estaba casi a oscuras, solo un poco de luz entraba por un ventanal, me llevó tras los baños y allí había unas mesas y sillas.

          — ¿Estas segura, Paula?

     Busqué la hebilla de su pantalón, mientras de puntillas volvía a lamer sus labios, una vez aflojado el cinturón, desabroché los botones y entonces, metí mi mano dentro de su pantalón, para acariciar su duro bulto, sobre la ropa interior. Él gimió flojito, atrapando mi lengua, lamiéndola, mordiendo mis labios.

     Los dos, nos devorábamos perdidos en el deseo creciente entre ambos. Me agarró del culo y me pegó bien a su miembro, antes de aferrarme más fuerte y sentarme en la mesa.

          —Fóllame tío –supliqué encendida.

     Y sacando su polla, la llevó entre mis piernas, con el pulgar apartó mi braga a un lado, y colocando el glande en mi entrada, me agarró del culo y mientras me miraba con intensidad, fue llenándome de polla, dura y calentita, mientras yo me relamía de placer, notando como mi vagina se adaptaba al pollón de mi tío, que aunque sin prisas no paró, hasta que sus huevos golpearon fuera.

     A unos metros tras los biombos, la gente iba y venía de los baños sin darse cuenta de lo que sucedía a pocos metros de ellos, en la penumbra nadie sospechaba, que mi tío me follaba como un poseso.

     Desabrochó mi camisa y sacó mis pechos por encima de sujetador, enredé mis piernas en sus caderas y sus manos amasaron mis pechos.

          —Joder nena tu coño arde –dijo moviéndose en mi interior

     Sus dedos ahora jugaban con mis duros pezones, tiró con fuerza y gimoteé de dolor. Sin soltar la presión, bajó y lamió la punta de mis pezones, mandando así oleadas de placer entre mis piernas, mientras su polla no dejaba de taladrarme. No paró hasta que me retorcí sobre esa mesa, mientras me corría.

     Los dos jadeábamos lo más flojo que podíamos, oyendo conversaciones ajenas al otro lado.

     Me bajó de la mesa, me dio la vuelta y subió mi vestido, me dio una palmada en el trasero y tiró de mis bragas, hasta dejarlas solo a medio muslo, me agarró de la cintura y volvió a penetrarme, con dureza, fuerte, hasta el final. Notaba mi coño encharcado y a pesar de no poder abrir casi las piernas por las bragas, su polla entró sin esfuerzo, la apreté con los músculos de mi vagina y el gimió enloquecido entrando y saliendo como un salvaje de mi palpitante sexo que el orgasmo había sensibilizado.

     Un minuto después salió al límite de su aguante y se sentó en una de las sillas. Me acerqué y me quité las bragas sin dejar de mirarle, me abrí y me senté sobre su polla, clavándomela. El jadeaba cuando empecé a montarle, meneando bien las caderas en círculos, subiendo y bajando para tallar su polla con mi vagina, apretándola una vez que estaba bien adentro.

          —Despacio, Paulita…para…para…

          —Quiero que te corras, en mi coñito tío –le dije con voz mimosa

     Casi aulló, me agarró del culo y subía la pelvis, haciendo que nuestros sexos se golpearan, luego yo restregaba mi clítoris, buscando un nuevo orgasmo… su cuerpo se puso rígido, apreté su polla y ambos nos corrimos, mientras su semen llenaba mi vagina.

          — ¿Sabías de este escondite? –pregunte abrochándome la camisa

          —No, lo vi antes al subir. Paula…

          —No le des más vueltas, solo es sexo tío, míralo de esta manera y olvida el resto. Nos vemos el lunes –le dije dándole un casto beso en los labios.

     Pasé el fin de semana excitándome, recordando lo sucedido en el bar con mi tío, me parecía muy morbosa la situación y deseaba repetirlo.

     El lunes no vino por el despacho, el martes no nos quedamos ni un momento a solas, aunque valía la pena, los momentos en los que le pillaba mirándome con deseo, al ser cazado apartaba la mirada y al momento, podía ver como se sentía culpable.

     A pesar de sentirme un poco culpable, no podía evitar excitarme al saber lo que el sentía y deseaba, aunque no quisiera hacerlo. Todo ello lo hacía más oscuro y deseable para mí.

     El miércoles comí con mi compañera, en el restaurante de la esquina, ellos también comían en otra mesa.

          —Bueno voy a buscar esos papeles, si piden por mí, volveré en poco más de una hora.

          —No te preocupes, ellos acaban de bajar a comer y supongo que tienen para rato.

     Al momento me levanté y tras pasar a saludarles, subí al despacho y me puse a trabajar en mi proyecto.

          —Que rapidez –le dije a mi tío, al verle unos minutos después.

          —Tengo que hacer unas llamadas y no quería ni segundo ni postre.

          — ¿Te apetece un café? –me ofrecí y asintió.

     Faltaba más de media hora, para que volviera su secretaria, pensé mientras le hacia el café. Entré en su despacho y estaba sentado en un sofá que había a un lado.

          —Pareces cansado –le dije poniéndome detrás y pasándole el café.

          —No duermo muy bien últimamente.

          —Deja que te de un masajito –le dije, poniendo mis manos en sus hombros.

          —Creo que no será lo mejor Paula, esto no va a relajarme.

     Apreté y masajeé sus hombros tensos y a pesar de quejarse no intentó apartarse.

          —Paulita, ¡para! –dijo cogiendo mis manos, que ahora acariciaban su pecho sobre la camisa.

          — ¿No te gustó?

          —Mucho, pero no puede repetirse, sobre todo por la familia.

          —Si no fuera tu sobrina, ¿repetirías?

          —Si –dijo al instante, levantándose para apartarse de mí.

          —Quiero que vuelvas a follarme, que seas mi tío, me pone aún más cachonda y sé que a ti también.

          —Cállate Paula, no sigas…

          —Dime que no me deseas y no volveré a tocar el tema jamás –le miré a los ojos.

     Él se quedó mirándome fijamente, sin acercarse, pero sin decir que no me deseaba. Eso me dio alas y empecé a desabrocharme la camisa entallada que llevaba, sus ojos seguían mis dedos… la abrí, descubriendo el escueto sujetador que apenas abarcaba mis pechos. Me quité la camisa y la tiré sobre el sofá, luego hice lo mismo con el sujetador.

          —Dímelo tío, pídeme que vista y dime que no deseas follarte a tu sobrina. Si no ¡fóllame! solo nos quedan veinte minutos.

     Soltó el aire que retenía en los pulmones y dio dos pasos quedándose a unos milímetros de mí, mis pezones duros rozaban casi la tela de su camisa.

     No dijo una sola palabra, me cogió por los hombros, me giró hacia el sofá y me inclinó ligeramente, se colocó detrás de mí, subió mi falda, bajó mis bragas y oí como se desabrochaba el pantalón con prisas, respirando agitadamente. Unos instantes después, noté su polla rozar mi culo desnudo, antes de llevarla a la entrada, dejándola allí, me agarró de las caderas y me la metió.

          — ¿Es esto lo que quieres sobrina?

          —Sí, fóllame tío, dame polla.

          —No deseo otra cosa, desde antes de saber incluso lo delicioso y caliente que es tu coño nena.

     Dejó mis caderas solo para aferrar mis pechos y manosearlos mientras seguía follándome.

          —Me encantan tus tetitas, llenas, duras, tiesas… y tan suaves como el resto de tu cuerpo. Me vuelves loco Paulita.

    Sin sacármela, me llevó a un extremo del sofá, hizo que me sentara en el brazo de este y luego me empujó tumbándome, subió mis piernas y yo apoyé mis pies en sus hombros, subí las caderas y volvió a hundir su dura polla en mi coño.

          — ¿Te gusta sobrinita?

          —Me encanta tío

     Siguió un par de minutos dándome duro, hasta no poder más, entonces salió, se puso de cuclillas y abriendo mis piernas, paso su lengua por mi raja, buscó mi clítoris y lo succionó hasta volverme loca, hasta hacer que me corriera en su boca, entonces se incorporó y mientras aun coleaba mi orgasmo, me la metió hasta los huevos, dando un alarido y vaciándose en mi interior.

     El entró en el baño y yo me puse rápidamente la camisa, cuando salió entré yo, me lavé un poco, me puse las bragas y salí colocándome la falda, para ponerme los zapatos justo cuando se abría la puerta de la entrada. Solo me dio tiempo de lanzarle un beso y salir, sentándome justo cuando aparecía su secretaria.

     Dos días después, estábamos en una reunión, todos. Miraba al hombre serio y responsable que era mi tío ante todos y recordaba como su polla, me taladraba con furia cuando perdía el control por la pasión y el deseo y eso me ponía a mil.

     Mientras exponía mis cambios, ante todos él me miraba atentamente, supongo que también recordando algo, porque al final de la reunión sus ojos desprendían fuego.

          —Paula ¿puedes pasar a mi despacho para discutir un par de medidas?

     Le seguí a su despacho, él entró primero y me dijo:

          —Cierra la puerta con el pestillo Paula, ve al baño y deja allí toda tu ropa, incluidos los zapatos.

     Hice lo que me pedía y salí acercándome donde él estaba.

          —de rodillas Paulita, llevo toda la tarde pensando en tus labios recorriendo mi polla.

     Mientras me arrodillaba, el desabrochó su cinturón y el pantalón y liberó su polla, dejándola ante mí, gorda y palpitante.

          —Separa un poco los labios y deja que mi polla llene tu boquita

     Hice lo que me pedía y el agarrándosela colocó el glande entre mis labios y cogiéndome por la parte de atrás de la cabeza, fue acercándome más mientras su polla como había dicho fue llenando mi boca, me metió más de mitad y yo apoyé las manos en sus muslos frenándolo.

          —Quita las manos nena, deja que me folle tu boca

     Bajé las manos y empujó un poco más, un poco más y casi estaba toda dentro, cuando me provoco una arcada, no solo no salió sino que un último empujoncito hizo que mi barbilla rozara sus huevos. Su mano fuerte en mi nuca me mantenía pegada a él.

          —Sabía que te la tragarías toda zorrita

     Un momento después aflojó el empuje y fui retrocediendo a la mitad, el jadeó ligeramente, seguí retrocediendo hasta solo cubrir su glande, entonces lo succioné con fuerza, golpeé la punta con mi lengua y volví a recorrerla con mis labios, tragándomela casi toda, un nuevo empujoncito por su parte, unos segundos hasta mi garganta y volví atrás, sobé sus pelotas que colgaban gordas y calientes. Él volvió a gemir y yo volví a succionarle con fuerza, la solté por completo y lamí sus pelotas, las metí en mi boca y las succioné, mientras ahora mi mano esculpía su polla.

          —Si nena, que rico… -jadeaba a cada lengüetada

     Disfrutaba dándole placer, oyendo sus gemidos, notando la tensión de su cuerpo, eso me hacía sentirme poderosa.

     Más tarde me folló sobre su mesa de despacho, en su silla de rodillas e hizo que me corriera tres veces, antes de pedirme que volviera a arrodillarme ante él

          —Paula voy a correrme –me avisó

     Agarré sus testículos y me metí su polla hasta la garganta, cuando note la rigidez que precedía a su orgasmo, sobé bien sus pelotas y note su semen en mi garganta, fui retrocediendo y siguió corriéndose en mi boca, mientras yo iba tragando. Al final, terminé succionando su capullo y lamiendo  hasta la última gotita de semen.

          —Joder y yo que pensé que correrme en tu coñito, mientras lo apretabas era tu fuerte… ahora ya no se con que quedarme, pequeña viciosa –dijo dándome una palmada en mi culo desnudo.

     En las siguientes semanas, follamos en cualquier parte, cada vez que podíamos arañar unos minutos a nuestras vidas paralelas, sin preguntas, sin remordimientos, teniendo ambos claro que solo era sexo y fuera de esos momentos era mi tío o mi jefe, serio y casi estirado.

          —A veces, me gustaría tener más tiempo –dijo un día tras uno de nuestros encuentros furtivos

          —No creas tío, así es tan morboso y estimulante… –le dije aun con la respiración acelerada.

          —Tenías razón, sobre que si nos centrábamos en que solo era sexo sin más complicaciones… me encanta follar contigo, sobrinita

—Y a mí contigo, tío. Me vuelve loca tu polla.

     Solíamos aprovechar a primera hora de la tarde cuando aún no habían llegado los demás o por la tarde cuando ya se habían ido todos.

          —Solo es una pregunta, por curiosidad e incluso morbo, si te sientes violenta no contestes. ¿Sales con alguien? –me preguntó otro día, mientras me follaba.

          —Ahora no. ¿Cambiaría algo?

          —Por mí no y te suplicaría que tampoco cambiara para ti.

     Le sonreí y apreté su polla con mi coño y le monté, hasta hacer que se corriera.

          —Siempre me molara esto, independientemente de cómo estén, nuestras vidas paralelas.

          —Gracias nena.

     Un mes después, me sorprendió encontrar una nota sobre mi mesa. La abrí y ponía:

          — “nos vemos en el hotel Hispania a las diez, da tu nombre en recepción y te dirán la habitación”

     Me sorprendió, ya que no nos habíamos citado nunca, de alguna manera evitábamos ir a más que los polvos acelerados que a ambos nos gustaban. Esa tarde no iba a venir por la oficina, con lo que no podía pedirle el porqué del cambio o que íbamos a celebrar, ya que por supuesto iría.

     Llegué a menos cinco y en recepción me dijeron el número de la habitación y subí excitada.

     Toqué con los nudillos y la puerta se abrió, entré y sus manos en mis hombros impidieron que me girara para besarle. Una vez que quedó claro que debía estar quieta. Sus dedos, bajaron la cremallera de mi vestido y sus manos, se colaron por los lados bajo la tela, para agarrar mis pechos libres de sujetador, como a él le gustaban. Besó mis hombros mientras sobaba mis tetas, durante un buen rato.

     Después, dejó caer mi vestido al suelo, dejándome solo con mis braguitas, liguero, medias y zapatos de tacón. Ronroneó y subió con sus labios por mi cuello, pegando su erección a mi culo. Lamió y chupeteó mis orejas erizándome la piel y entonces le oí:

          —No me extraña que el pierda la cabeza contigo…estas tan buena…

      Me quede paralizada reconociendo esa voz a mi espalda.

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