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La cuñadita de mi hija

en Sexo con maduros

     Mientras metía ropa en mi bolsa de viaje, maldecía por haberme dejado convencer por mi hija, que me había llevado a su terreno con ojos lastimosos, diciéndome:

          —Papi, ¿podemos quedarnos en la casita de campo el mes que viene?

          —Nena, está vacía todo el año, solo me escapo algún fin de semana y una completa este mes ya que doy vacaciones en el despacho.

          —Mejor, así pasamos algunos días juntos, la casa es enorme…

     Total que me había convencido, haciéndome sentir culpable ya que si no aceptaba, parecía que rechazaba pasar más tiempo con mi hija.

     Quedamos que irían los fines de semana y una semana entera, como hacia siempre. Aunque nada sería igual, porque yo disfrutaba de la soledad y para colmo no solo iba a estar ella, sino su novio y la hermana de este que era su mejor amiga.

     Por el camino, pensé que el fin de semana siguiente pondría una excusa. Tardé una hora y media en llegar en coche.

     Toqué el timbre de la vaya exterior y me quedé mirando la casa. Me encantaba esa casa de piedra antigua, a las afueras de ese pueblito. Con el paso de los años la había reformado y era mi lugar de escapé, cuando me sentía agobiado y el cual frecuentaba, sobre todo ese mes que cerraba el despacho, aunque el resto del año, también hacia alguna escapada, siempre solo.

     La puerta se abrió y entré con el coche, me bajé para ayudar a cerrar la barrera y entonces reparé en la chica que me había abierto y no conocía.

          —Hola, soy Sara. Usted debe ser el padre de María –dijo poniéndose de puntillas para plantarme dos besos en las mejillas.

     Sara olía a vainilla y caramelo y era una chica de la edad de mi hija.

     Tras darme los dos besos, echó a andar hacia la casa, mientras yo aparcaba. Sara, llevaba un pantaloncito corto y una camiseta holgada, no pude evitar mirar, embobado su espectacular culo mientras se alejaba.

     Me obligué a seguir y saqué mi bolsa, me bajé del coche y la seguí al interior de la casa.

          —María y mi hermano, están haciendo la compra, yo me he quedado para esperarle.

          —Me llamo Gonzalo, puedes tutearme. Voy a dejar esto –dije señalando mi bolsa.

     Para mi sorpresa, me siguió por las escaleras, a mitad me adelantó y dando saltitos ante mí, volvió a deleitarme con una perfecta panorámica de su juvenil cuerpo.

          —María, no sabía si vendría solo o acompañado, hemos limpiado su… tu habitación.

          —Gracias –ella abrió la puerta de mi habitación y se coló dentro. Esa chica era un torbellino, pensé cuando se excusó y salió de la habitación como un huracán.

     Un rato después, bajé y fui hacia la cocina, en ella Sara meneaba las caderas como una posesa al ritmo de alguna música, que sonaba en sus cascos. Estaba moviendo algo dentro de un bol, cuando se dio cuenta de mi presencia y se giró tan rápido que se le cayó al suelo, esparciendo todo su contenido.

          —Me has asustado, no te he oído –se giró a coger la fregona y patino

     La cogí para que no cayera, y fui consciente de todo su curvilíneo cuerpo pegado al mío, aspiré de nuevo ese olor tan peculiar y miré su hombro descubierto, pensando en lo suave que parecía su piel.

          —Perdona, soy un pelín torpe. –su sonrisa iluminó la cocina

     Rechacé cualquier pensamiento y me limité a ayudarla a recoger, luego con la garganta seca cogí una lata y entonces llegó mi hija.

     Tras besarme y saludarme me presentó a Ángel, su novio y hermano de Sara.

     Más tarde, mientras comíamos le di a mi hija dinero, a pesar de no quererlo la convencí y dejé el dinero en el cajón de la mesa, para que usara lo que necesitara para abastecer la casa.

          —Lo habéis dejado todo perfecto –era verdad que habían dado un buen repaso a la casa, aunque venia una mujer del pueblo una vez al mes, siempre necesitaba un meneo.

     Tras la comida subí a descansar y ellos salieron al patio trasero, a tomar el sol junto a la piscina, que para mí era de lo mejor de la casa. Adoraba nadar por las noches.

     Cuando desperté, oí los chapoteos y las charlas abajo, desde mi habitación podía verse la piscina, me acerqué a la ventana y miré entre las cortinas. Los tres estaban en el agua jugando con una pelota y riendo.

     Al momento vi que Sara se acercaba a la escalerilla, para salir de la piscina. Llevaba un escueto bikini rosa. Se tumbó al sol y empezó a ponerse crema, sentada empezó por las pantorrillas, sus manos subieron hacia sus torneados muslos…imaginé que eran mis manos las que recorrían su aterciopelada piel y mi polla, ya estaba dura bajo el pantalón, ella ajena a mi mirada hambrienta, se untó la tripita y subió a su escote, la parte de arriba de esas de triangulitos, parecían no poder contener sus redondos pechos… el aire acondicionado de mi habitación estaba a tope y aun así, empecé a sudar cuando metió sus manitas bajo la mojada tela, para untarse los pechos.

     Me mordía el labio y entonces se dio la vuelta y pude ver aun con menos ropa ese culazo, que tampoco cubría del todo la braguita, se masajeó los cachetes apartando aún más la tela, mientras yo, sin darme apenas cuenta, me desabroché el pantalón y liberé mi dura polla, sin dejar de mirar a esa pequeña ninfa empecé a masturbarme.

     Volvió a darse la vuelta, frotaba sus muslos, se movía constantemente, sonreí pensando que esa chica no podía estar quieta. Mi mano seguía tallando mi polla y no necesité muchos meneos, para terminar corriéndome entre jadeos, mirando como sus muslos se frotaban y sus pechos se movían cada vez que respiraba.

     Cuando todo acabó y mientras limpiaba mi semen del suelo, me regañé a mismo, alucinado por lo que acababa de hacer… doblaba la edad a esa chica, que además era la amiga de mi hija, yo no era de esos viejos verdes que babean… bueno hasta ahora sonreí amargamente, escondiendo mi polla en el pantalón.

     Lejos de buscar una excusa para no volver el siguiente fin de semana, pasé la semana deseando que llegara.

     El siguiente fin de semana fue como el anterior, no podía evitar mirarla a hurtadillas, para luego regañarme por hacerlo. Esa chica me excitaba como nadie, sin ni siquiera pretenderlo.

     Desde que me divorcié de la madre de mi hija no había tenido pareja, no quería atarme a nadie, ni meter a ninguna mujer en vida cotidiana, por lo que opté por las relaciones esporádicas. Salía de vez en cuando con alguna de mis dos “amigas”. Ellas no pedían más, por que como yo solo buscaban un poco de sexo extra para sobre llevarlo.

     Sara ajena a todo, era de lo más cordial, simpática y un auténtico torbellino que removía mis cimientos, sin ser consciente de ello.

     El miércoles después de dos fines de semana excitándome con Sara, decidí quedar con una de mis amigas.

     Salimos a cenar y terminamos en mi casa como siempre, solo que esta vez se me antojó soso, a pesar que Julia era la mejor de mis dos amantes ocasionales. Era una ex clienta mía que se había separado del marido y seguía enamorada de él, seguían viéndose, pero de vez en cuando le gustaba salir conmigo y vengarse de él en mi cama.

     Marta, la otra amiga, tenía una relación con un hombre que no cubría todas sus necesidades y ahí entraba yo y nuestros encuentros a escondidas.

     Decidí adelantar el fin de semana yendo el viernes, llegué a media mañana y parecía no haber nadie en casa. Subí a mi habitación y cuando abría la puerta se abrió la del baño del pasillo y apareció Sara, iba en  braguitas y me quedé mirando sus pechos desnudos un segundo hasta que los tapó con sus manos.

          —Perdona, creía que estaba sola –dijo sin más entrando en su habitación

     Mientras entraba en mi habitación apareció de nuevo:

          —No te esperábamos hasta mañana, María y mi hermano no están. Esta noche tenían una cena en la ciudad y se han ido esta mañana, no vuelven hasta mañana.

          —Tenía que haber avisado, pero no se me ocurrió

          —No pasa nada, es tu casa, no tienes que avisar. Si prefieres estar solo, puedo pasar el día por ahí

          —No pasa nada Sara, a mí no me molestas –dije sin tener las cosas muy claras.

     Diez minutos después, preparaba el desayuno, que ella devoró después de darme mil veces las gracias.

     Leí el periódico tranquilamente, en la terraza trasera junto a la piscina, mientras ella primero tomaba el sol y luego nadaba. Me uní a ella en la piscina y propuso jugar a la pelota, accedí y colocó la red. Jugamos una hora y agotados terminamos de nuevo al sol.

     Sonreía para mis adentros pensando en que si me lo dicen no lo creo, jamás me imaginé a mi edad  y con mi huraño carácter, jugando a la pelota con una chiquilla, babeando viéndola saltar en el agua.

     Más tarde hizo la comida, la ayudé y comimos. Luego me fui a dormir la siesta, esperando tontamente que me deleitara como los dos fines de semana anteriores, pero no apareció por la piscina, al contrario oí ruidos al lado, por lo que supuse que también dormía.

     Desperté y vi que eran más de las siete, había dormido casi dos horas, esa noche me iba a costar dormir.

     Bajé y ella veía la tele en el salón, tirada en el sofá.

          —Has dormido como una marmota.

     Me senté en el otro extremo y vi la tele con ella, comentando cosas de lo que salía en pantalla, apenas me reconocía cuando estaba con ella.

     A las nueve saltó del sofá diciendo que iba a preparar una ensalada de muerte para cenar.

          — ¿Te gusta el salmón? –preguntó cuando entré en la cocina.

          —Si

     Media hora después ponía la mesa en la terraza, sacaba una botella fría de vino rosado mientras la esperaba, cuando apareció con el resto y nos sentamos a cenar.

          —Está muy rico todo, nunca había comido ese queso frito y menos en la ensalada. –le dije con sinceridad

     La velada fue de lo más agradable, charlamos de sus estudios, de mi hija y su hermano, de mi trabajo, era más de media noche cuando dijo que se iba a dormir.

     Ella subió la primera y unos minutos después subí dispuesto a leer algo, ya que no tenía ni pizca de sueño.

     Cuando abría la puerta de mi habitación, ella salió del baño, solo llevaba una camiseta y unas braguitas y estaba para comérsela.

          —Volvemos al mismo punto, donde ha empezado todo esta mañana –le dije con una sonrisa

          —Ha sido un buen día, aunque yo llevaba menos ropa

          —Si ha ido buen día, ya prometía el comienzo. –se me escapó, mirándola como un lobo

         —Entonces mejor volvemos a ese punto –dijo agarrando la camiseta y quitándosela

     De nuevo esa chiquilla estaba a medio metro y estaba tan rica…

          — ¿Te gusta más así Gonzalo?

          —Sabes que si Sara –conteste con sinceridad.

          —Gonzalo, puedes elegir entre venir a mi habitación, y descubrir si la noche es igual de buena que el día…

          —No sería correcto…

          —A eso iba, la segunda opción sería esa, hacer lo que crees correcto y puedes seguir escondiéndote detrás de las cortinas –dijo entrando en su habitación sin cerrar la puerta.

     Yo seguía aferrando el picaporte de la puerta, miré mis nudillos blancos mientras en mi mente rebotaban una y otra vez sus últimas palabras “escondiéndote tras las cortinas”. Me había visto, sabía que la miraba…

     Solté la puerta y fui a su habitación, convenciéndome a mí mismo que solo iba para que me explicara a que se refería.

     Entré en su habitación, estaba en penumbra y ella estaba tumbada en la cama, con las piernas flexionadas y el ordenador sobre su tripa.

          —Creí que no vendrías –dijo sin levantar la mirada

          — ¿Desde cuándo sabias que te observaba? –le pregunté mirando con avidez sus piernas, sus muslos…y sus braguitas cubriendo el tesoro que escondían.

          —Desde el primer día, me puso a cien notar tu mirada cuando me alejé, mientras aparcabas. Luego vi moverse las cortinas de tu ventana desde la piscina y supe que observabas…

          —O sea que cuando te ponías la crema… –le pregunte sin ser consciente de que me estaba acercando irremediablemente a su cama, a ella.

          —Fue en tu honor, terminé cachondísima, imaginándome que tu mirabas –dijo separando los muslos

          —Hice más que mirar cielo –dije arrodillándome en la cama, rendido a esa pequeña ninfa que me hacía perder los papeles.

     Empecé a besar sus tobillos, subí por sus piernas, sus muslos y besé sus bragas, ella agarró mi cabeza pegándola más a su sexo y lamí la tela mojándola, sintiendo el calor de su sexo húmedo bajo las bragas.

          —Quítamelas, aparta la tela, quiero sentir tu lengua…por favor –se retorcía hablando entrecortadamente.

     Aparté la tela a un lado y mientras con dos dedos abría su coñito rosado. Pasé la lengua ávida por su rajita húmeda, Dios que rica estaba. Busqué su clítoris e hice círculos alrededor con mi lengua, ella sin soltar la presión de su mano en mi cabeza, se retorcía suspirando y pidiendo más. Lamí todo su sexo hasta que su temblor me indicó que estaba preparada, busqué su clítoris y succioné, lamiendo la puntita y golpeándola con mi lengua, ella soltó un alarido y gritó que se corría. No dejé de lamer su precioso sexo mientras se corría, lamiendo y succionando hasta la última gotita de su esencia que ya era para mí el néctar de los dioses.

     Cuando su cuerpo dejó de temblar me incorporé de rodillas en la cama, ella también se puso de rodillas frente a mí, me quitó la camiseta y empezó a besar mi torso desnudo.

          —Túmbate Gonzalo.

     No podía hacer otra cosa que obedecer a esa chiquilla enloquecedora, me tumbé en la cama y ella de rodillas a mi lado se deshizo con mi ayuda del pantalón, luego se agachó y empezó mordisquear el bulto duro bajo mi ropa interior, notaba sus dientes clavarse en mi polla y no podía estar más cachondo.

     Tiró de mis calzoncillos liberando mi falo, luego tras una sonrisa se agachó para pasar la lengua por el húmedo y brillante glande. Jadeé extasiado al notar el suave y húmedo contacto. Su manita agarró la base de mi polla y apretándola con firmeza hizo círculos con su lengua alrededor de mi capullo, escalofríos de placer recorrían mi cuerpo, su mano empezó a tallar mi polla, de arriba, abajo, rebotaba, lamia, succionaba… me estaba haciendo perder la cabeza totalmente con esa boquita experta.

     Finalmente volvió a la base, apretó y empezó a dejar resbalar mi polla en su boca, bajando los labios por el tronco, tragándose más de la mitad de mi polla. Luego me miró y bajó aún más. No podía dejar de gemir, notaba la punta de mi polla en su garganta, luego retrocedía y volvía a metérsela hasta el fondo, su mano seguía apretando la base, mi polla ardía, palpitaba y el deseo de correrme me nublaba la vista, pero la presión de su mano no iba a dejar que ocurriera.

     Su mano libre ahora sobaba mis muslos, la parte interna, subía y subía hasta llegar a mis huevos, los sentía duros y llenos mientras los sopesaba, los sobaba y daba tironcitos mientras su boca se encargaba de mi polla, haciéndome la mejor mamada de mi existencia.

          —Sara… por favor –suplicaba sin saber ni que pedía

     Me miró con lascivia, encantada de verme excitado al límite. Sonrió  traviesa y volvió a bajar con sus labios rozando toda mi polla y cuando esta llegó a su garganta sin dejar de mirarme trago un poco más y algo cambio, soltó la presión, succionó y en ese instante, supe cómo se sentiría si sintiera una botella de champan al descorcharla. Apenas tuve tiempo de gritar que me corría; el orgasmo recorrió mi columna y explotó, liberando todo mi ser, vaciándome en su boca que lejos de apartarse siguió lamiendo y chupeteando glotona,  hasta la última gotita de semen.

     Se quitó las bragas y se tumbó sobre mí, pegando su cuerpo al mío.

          — ¿Como estas grandullón?

     La agarré de la cara y la besé apasionadamente, necesitaba demostrarle mi gratitud por el placer que acababa de darme.

     Su pubis se frotaba constantemente con el mío mientras nos besábamos, mordisqueábamos y lamiamos, para terminar devorándonos literalmente.

     Volvía a excitarme por momentos y curiosa e inexplicablemente para mí, mi polla volvía a estar casi en pie de guerra.

          —Parece que sigue habiendo vida…ahí abajo… –sonrió impúdicamente

     Oír su risa casi obscena terminó de ponérmela dura de nuevo y ella notándola separó los muslos, dejó resbalar sus rodillas a ambos lados de mi cuerpo, hasta apoyarlas en el colchón y subiendo el culo dejó que mi polla recorriera su raja. Mi glande presionaba en su entrada y ella sin dejar de mirarme empezó a bajar lentamente, mientras se apoyaba con ambas manos en mi pecho, llenando su estrechita vagina con mi polla.

     Estaba tan caliente, tan estrecha y húmeda…umm era una autentica gozada. Sus pechos se balanceaban mientras me follaba, estiré las manos y los acaricié, los sobé, los estrujé y finalmente pellizqué sus duros pezones mientras ella jadeaba retorciéndose sobre mí, con mi polla dentro de su increíble coño.

     Ver la lujuria en sus ojos, mirar como se mordía el labio de placer era el mejor de los espectáculos, jamás había visto nada más erótico…

     Rodé con ella por la cama y me coloqué sobre ella, flexioné sus rodillas pegándolas a sus pechos y me la follé con toda mi alma, como un poseso, entraba y salía de su coñito caliente, una y otra vez cada una de ellas con más dureza, ella chillaba, aullaba, gimoteaba a cada arremetida.

     Entonces me puse de rodillas tiré de ella colocando sus muslos sobre mis muslos y así mi polla quedaba muy dentro de su vagina, separé los labios de su sexo y froté su clítoris, hasta que se corrió como una posesa, saqué mi polla al límite y ella incorporándose la agarró y me masturbó con fuerza, un minuto después me corría mientras mi semen salía de nuevo estrellándose en sus pechos, su estómago y su pubis rasurado.

     Desperté y en lo primero que pensé, fue en que quería más y mientras sonreía como un tonto se despertó Sara y me abrazó por detrás, pegando sus tetitas a mi espalda.

          —Buenos días, grandullón.

     Tiré de ella sentándola en mi regazo y la besé.

          —Gonzalo va a llegar tu hija, tenemos que vestirnos.

     Media hora después llego mi hija.  Pase el día comiéndomela con los ojos a escondidas.

     Solo uno minutos antes de subir a dormir me beso en la cocina, habían quedado en pasar parte de la noche viendo pelis de miedo, yo tenía suficiente y me acosté.

     Al día siguiente, les tocaba cocinar a mi hija y a su novio, mientras ellos cocinaban una pizpireta Sara entro en el salón y me espetó:

          —Gonzalo, ¿me acompañas a por pan al pueblo?

          —Claro, vamos

     Llegando al pueblo me dijo:

          —Voy a querer más de lo que me has dado esta noche, grandullón

          —Yo también –le dije mirándola cuando se bajó para cruzar por delante del coche para ir a la panadería.

          —Cuando me miras así me pones muy cachonda –dijo desvergonzada en la panadería atestada de gente.

     De nuevo en el coche, tras pasar por una placita  le dije:

          —eres una descarada, enseñando casi las bragas con ese vestidito, meneando el culo ante todos esos hombres que querían devorarte. –le dije intentando que sonara a regañina

     Ella se mordió el labio y dijo:

          — ¿No te gusta mi vestido? –puso cara de pena

          —Me encanta y lo sabes

          —Me alegro, por cierto no han visto casi mis bragas porque no llevo –mientras me lo decía se subió el vestido enseñándome su pubis rasurado.

          — ¿Que esperabas saliendo de casa sin bragas?

          —Que me follaras

          —Eres… -no encontré las palabras, porque estaba más pendiente de pensar en donde parar para follarme a esa chiquilla una vez más.

     Seguí por el camino sin coger el desvío que nos llevaba a casa, giré a la izquierda en dirección contraria y me perdí en el campo alejándome de la urbanización. Llegando a la siguiente aun en obras.

     Nada más parar el coche Sara dio un salto y se sentó en mi regazo, mirándome. Agarró la palanca que había a un lado de mi silla y me pidió que me  echara esta hacia atrás. Hice lo que me pedía y apoyó un pie a cada lado de mis piernas y apoyó el culo en el volante, entonces separó los muslos y yo levanté la tela de su vestido.

     Me incliné hacia adelante y allí estaba ese coñito glorioso.

          —Cómeme Gonzalo –susurro con voz ronca por el deseo.

     No me lo pensé dos veces, me removí, y mientras con dos dedos la abría, acerqué mi lengua para volver a deleitarme con el dulce sabor de su coñito. Era como una droga de la que siempre querría más. Chupeteé todo su sexo rosita, lamí, besé y succioné su clítoris hasta que sus gemidos se convirtieron en grititos y su cuerpo tembló mientras se corría.

     Mientras seguía lengüeteando su sexo me desabroché el pantalón y liberé mi dura polla, tiré de ella hacia mí y dejó de apoyarse en los pies para apoyar las rodillas a medida que mi polla entraba en su vagina.

     Ella soltaba gemiditos mientras la llenaba de polla, aferrando su redondo culito, atrayéndola más hasta tenerla toda dentro.

—Como me gusta tu polla Gonzalo, me matas de placer –dijo mirándome

Sus palabras, su mirada oscurecida por el deseo, sus ojos brillantes, sus mejillas encendidas tras el orgasmo, su boca rosa e hinchada. Pase los dedos por sus labios y los chupeteó, recordándome como había chupado mi polla. Seguí con mis dedos por su cuello, su escote… deslice los tirantillos y el vestido cayó a su cintura, dejando sus pechos a la vista, sus pezones rosas estaban erectos. Los pellizqué, tiré de ellos y acerque mi lengua; los lamí, mordisqueé y chupeteé mientras acariciaba sus tersos y prietos muslos, Dios esa chiquilla había nacido para el pecado, y a su lado solo deseaba pecar. Mientras divagaba ella meneaba sus caderas, subía y bajaba sobre mi mástil que palpitaba en el interior de su estrecho y caliente coñito.

            —Eres increíble sarita, me vuelves loco –dije entre jadeos

     Cada vez se movía más rápido, subía y bajaba a un ritmo enloquecedor, cuando bajaba se dejaba rebotar y luego rotaba moviéndome en su interior, no podía mas, me moría por correrme.

          —Tienes que parar Sarita, ayer ya nos arriesgamos follando sin condón, cosa que jamás hago

          —Ni yo, pero ya me has follado sin condón y no puedo quedarme embarazada, tomo la píldora. Llevo desde el día que te abrí la puerta y me miraste imaginándome esto, imaginando que me follabas hasta perder el control en mi interior, quiero sentirte, córrete Gonzalo, llena mi coñito con tu semen caliente –dijo fuera de si

     Y me arrastró a su desenfreno, apreté su culo, subí las caderas, ella bajó más y me corrí mientras me desbordaba en su interior, ella no paraba de frotarse con mi pubis, me siguió con otro orgasmo, mientras se corría los espasmos de su vagina acentuaron mi placer estrujándome, vaciando hasta la última gota de mi semen.

     Nos quedamos unos segundos quietos, abrazados, tratando de controlar nuestras respiraciones.

          —voy a seguir queriendo más grandullón

     Sonreí sin dejar de abrazar a mi pequeña ninfa del sexo, pensando ya en como seguiría esta historia, a sabiendas que un nuevo universo se abria entre sus piernas, e iba a explorarlo a fondo, hasta que me quedara sin fuerzas.

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