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Del paraíso al infierno III

en Sexo con maduros

     Desperté con el ruido de la puerta de calle al cerrarse, miré a mi lado para comprobar lo que ya intuía, Sara no estaba. Me asomé, desnudo como estaba a la ventana y la vi irse, me quedé helado, recordando la otra vez en que se fue.

     Fui al baño y allí me encontré la primera prueba de que esta vez era distinto. En el espejo del baño con pintalabios había escrito:

          —Gracias por cuidar de mí –y un par de marcas de sus labios

     Y debajo un número de móvil, bajo esta otra frase:

          —Llámame si soy la elegida para el puesto

     Sonreí como un tonto y de camino a la cafetera paré a coger el móvil, grabé ese número que ya había aprendido de memoria y le mandé un whatsapp:

          —Buenos días princesa

          —Buenos días Gabriel. Perdona mi nueva huida, pero dormías tan relajado…y yo había quedado con mi madre.

          —No te preocupes, gracias por…todo.

          —Gracias a ti, por…todo y también por cuidar de mi después.

          —Siento haberme portado como un salvaje durante...

          —No me he quejado –dijo mandándome un guiño. Bueno te dejo voy a seguir a mi madre.

     Esa noche había quedado con Raúl, estábamos cenando, cuando recibí un whatsapp era una foto de Sara, llevándose un trozo de piza a la boca y bajo esta rezaba: “aquí con mis amigas, acordándome de ti”.

     Como un chiquillo saqué una foto de mi plato de verduras a la plancha con un pescado también a la plancha y se lo mandé con la siguiente frase: “a falta de mi plato preferido, degustando estos manjares”.

          — ¿Cuál es tu plato preferido? –preguntó en el siguiente whatsapp

          —Tu coño –le dije en plan burro.

     Cerré la aplicación y me obligué a volver a centrarme en la cena. Ya llegando a la discoteca, volvió a temblar mi móvil, me excusé y abrí esta vez el video después de quitar la voz, por si acaso.

     En el video se veía a Sara de pie, de cintura para abajo, vi como subía su faldita y aparecían unas braguitas amarillas con topitos blancos, sus uñas pintadas de rosa chicle agarraron el elástico y bajaron las braguitas por sus muslos, hasta dejar a la vista su pubis gordezuelo, se sentó en el baño y separó los muslos, llevando los dedos a su sexo, para separar los pliegues, podía ver el brillo de la humedad en su sexo rosadito y volví a tragar saliva excitado cuando metió dos deditos en su hoyito, los hundió un par de veces.

     Ahí terminó el video y tuve que aguantar un gemido, al momento recibí otro whatsapp:

          —No quería que te quedaras sin tu plato preferido. Te mando el postre

          —Me has puesto a cien. Tienes un coño espectacular. Precisamente estaba acordándome de ti, estoy donde te vi por primera vez, aunque esto es mucho más aburrido sin ti.

     Nos mandábamos un par de mensajes más, mientras cerca de mi había una mujer, más o menos de mi edad, atractiva, sonriente y claramente dispuesta a aceptar…charla. Pero no estaba por la labor. Le devolví las sonrisas, pero seguí en mi sitio.

     Media hora después cansado de las idas y venidas de mi amigo, me disponía a marcharme cuando alguien me tapó los ojos desde atrás, ese “alguien” pegó sus tetitas a mi espalda, su olor inconfundible me invadió y no necesitaba verla, para sentirla, para saber que era Sara.

     Acaricié sus manos que tapaban mis ojos y seguí por sus antebrazos, acariciando esa piel gloriosa.

          —Seas quien seas, te invito a tomar una copa, o lo que quieras muñeca –le dije siguiendo la broma.

          —No puedo beber, hoy soy la conductora y la noche que te toca, no se puede probar el alcohol. Pero he conseguido escaparme un ratito y había pensado que ya que no me puedes invitar a beber, ¿qué tal si me acompañas a desbeber? –la miré sin entender a qué se refería

     Pero no me dio tiempo a formular la pregunta, me cogió de la mano y me llevó escaleras arriba, sin mirar atrás tiró de mí por el pasillo largo, entreabrió la puerta del baño de mujeres y volvió a cerrarla, luego la otra y esta si la abrió del todo, entramos y me llevó directamente al último de los cubículos.

     Después de cerrar la puerta se quitó de un rápido movimiento el vestido, debajo solo llevaba unas botas tejanas y eso me puso a mil.

          —Dios que putita eres Sara –le dije acariciando mi polla sobre el pantalón.

     Colocó su vestido a modo de bufanda en mi cuello y poniéndose en cuclillas frente a mí desabrochó el cinturón, el pantalón y lo bajó solo justo bajo mi culo y mis huevos.

          —Llevo todo el día pensando en ella –dijo pasando un dedo con esas uñitas rosas por la base de mi durísimo sexo.

     Giró la mano para sopesar mis testículos, al tiempo que su lengüecita mimosa lamia la punta ya húmeda de mi falo.

          —Que rico estas Gabriel, me vuelves loca –dijo mirándome con cara de golfa lamiendo mi glande.

     Esa niña iba a matarme, entreabrió los labios y dejó que mi polla resbalara entre ellos.  Se tragó más de la mitad, retrocedió y volvió a repetir, retrocedió y succionó el glande con fuerza, repitió de nuevo y tuve que apoyarme en la puerta.

     Su boca era alucinante, pero esa mirada mientras me devoraba era… no tenía palabras para describir lo que me hacía sentir.

     Tras unos minutos de placer desbordante se puso en pie, subió uno de sus pies al retrete y enloquecido me acerqué a besarla mientras agarrándomela, flexioné las rodillas y la paseé por su ya encharcada vagina. Me enloquecía que estuviera tan mojada solo con mamármela. Busqué su entrada y la penetré de un solo estoque. Ella mordió mis labios y yo gemí en su boca mientras arremetía una y otra vez en su coño. No podía entrar del todo por la postura y necesitaba entrar al máximo en su estrecho coñito. Salí, me coloqué detrás de ella, la incliné hacia adelante y la asalté penetrándola desde atrás. Ella subió el culito para que entrara al máximo y yo empujaba con toda mi alma como si quisiera traspasarla una y otra vez.

     Busqué entre sus piernas el botón que activara su placer y un minuto después se retorcía bajo mi cuerpo con su orgasmo, no dejé de follármela, ni de acariciarla a pesar del orgasmo, solo bajé la intensidad, progresivamente hasta que su cuerpo se relajó, entonces volví a follarla con fuerza, a pellizcar sus pezones con una mano, a frotar su clítoris con la otra, mientras nuestros cuerpos chocaban a cada envite y volvió a correrse gimoteando ahora sin importarle si fuera la oía alguien.

          —Así mi niña, córrete –la alenté sin preocuparme tampoco

     Cuando su cuerpo se calmó, me dijo:

           — ¿Me dejas chupártela un poco más? –Preguntó poniendo cara de niña inocente y casi me corro en ese instante en su coñito, solo viéndola.

     Salí de su cuerpo y ella de cuclillas ante mi volvió a metérsela en la boquita, volvió a jugar con mi polla como si fuera el mejor de los helados, mientras me miraba con esa mezcla de inocencia, de putita… Dios no podía más. La agarré de la cabeza e hice que se tragara más polla de la que cabía en su boquita, note como rozaba su garganta y vi sus ojos llenarse de lágrimas, la solté para que respirara y volví a repetir la acción. Ella se dejaba hacer sumisa, yo estaba enloquecido, me moría por correrme, cada vez estaba más cerca…y exploté en su garganta, su boquita y hasta cayó algún goterón a sus tetas, mientras yo intentaba controlar mis quejidos, para que no se oyeran hasta con la música, cuando el placer recorría todo mi cuerpo.

     Tragó todo mi semen y gemí al ver como con sus deditos replegaba el de sus tetas y lamia estos con ganas. Luego relamió bien mi polla y finalmente sus labios. Verla era todo un espectáculo.

          —Tengo que volver con mis amigas, ha sido un placer Gabriel. –dijo besándome antes de irse, al dejarme de nuevo en la barra.

          — ¿Esa no era la pelirroja? –pidió mi amigo

          —Si

          —Te he buscado por todo y resulta que estabas con tu amiguita. ¿Dónde está ahora?

          —Ya se ha ido, solo ha venido a echar un polvo –solté sin filtro, sin pensarlo, dejando alucinado a mi amigo con la asombrosa confesión.

     Pasé el fin de semana pensando en el carrusel de emociones y sensaciones, al que me había subido en mi relación o como quisiera llamarse lo que tuviera con Sara.

     El lunes cuando llegué, me disponía a dar mi clase, recibí un nuevo video de Sara. Lo abrí mientras todos iban tomando asiento incluida ella.

     En el video salía Sara, sentada en la misma silla donde yo estaba ahora, miraba a la cámara descarada antes de bajarla y centrar el objetivo entre sus piernas abiertas, su sexo jugoso ocupaba toda la pantalla, mi mente, mi raciocinio, todo. Sus deditos separaban los pliegues rosados y se metía un pequeño juguetito de goma. Tragué saliva y ella en la pantalla exhibía un mando, parecido a esos que abren los garajes, apretó uno de los botones y gimió. Comprendí que ese botón ponía en marcha lo que fuera que se hubiera introducido. En la pantalla mi pequeña bruja se subía las bragas y se colocaba la ropa, antes de dejar ese mando en el primer cajón de mi mesa. Abrí ese cajón y allí estaba, levanté los ojos y ella me sonreía desde su sitio, con la misma ropa que llevaba en el video, dejando claro como sospechaba con el siguiente mensaje que recibí:

          —Ahora más que nunca, mi placer está en tus manos.

     Sin dejar de mirarla, accioné el botón y su rostro congestionado delató que llevaba eso dentro y yo acaba de ponerlo en marcha.

     Mi polla terminó de ponerse dura bajo la mesa y así siguió durante toda la clase, porque puse el mando sobre la carpeta abierta y fui dándole a los diferentes botones cambiando las marchas e intensidades del juguete que anidaba en su coñito.

     Esa niña estaba loca y era tan excitante que me volvía completamente loco de deseo. Solo podía pensar en poseerla.

          —No te corras chiquilla, o tendré que castigarte

          —Eso suena muy tentador

     Durante la clase jugué a mi antojo con los botones, espiando sus reacciones, veía como se mordía el labio y entonces lo paraba y seguía con la clase. Cuando se relajaba volvía a darle marcha y de nuevo, iba subiendo la intensidad hasta que volvía a morderse y bajaba la cabeza para que nadie la viera gozar, de nuevo lo paraba.

          —Eres malvado, estaba a puntito.

     En la siguiente ocasión lo puse flojito, solo para estimularla, pero sin dejarla llegar.

          —Necesito más, dale un poquito más…se bueno…por fi… –lo acompañaba de emoticones tristes, para intentar ablandarme.

     Seguí con mi clase, intentando no hacerle caso, como si pasara de sus necesidades.

          —Me encantaría estar a cuatro patas como una perrita bajo tu mesa, con tu polla hasta mi garganta como  a ti te gusta profesor. Estoy a mil –dijo volviendo al ataque

     Esa chiquilla usaba todas sus armas para ponerme cachondo y que le diera al botón, lo cierto es que lo estaba consiguiendo, no lo del botón, pero cachondo, no podía estarlo más.

     Terminó la clase y despedí a todos en la puerta, ella enredaba recogiendo y cuando salió el último menos ella, cerré la puerta con llave y volví a mi mesa. Ella había vuelto a sentarse y miraba hacia abajo sumisa, a la espera.

          —Veo que no se ha ido señorita, ¿porque se ha quedado después de clase? –le pregunte juguetón

          —Porque quiero correrme –admitió sin dobleces

          — ¿Quiere que le dé al botón zorrita? –pregunté enseñándole el aparatito

          —Si

          —Venga aquí, quiero ver cuanto lo quiere

     La coloqué de pie entre la mesa y yo, seguía sentado, metí mis manos por delante y desabroché los botones de sus vaqueros, luego los bajé justo por debajo de su culito.

          —Inclínese un poco hacia adelante, para que compruebe si esta lo suficiente excitada.

     Ella apoyó las manos en mi mesa sumisa y desde mi posición más baja, pude ver perfectamente su abultada vulvita húmeda.

     No necesitaba tocarla, para saber que estaba chorreando, podía ver el brillo de su humedad, podía olerla… mi polla palpitaba dentro de mi pantalón.

     Paseé un dedo por su rajita, empapándolo en sus jugos, mientras ponía en marcha el juguetito que anidaba en su interior, ella jadeó y yo llevé mi dedo empapado a su ano y presioné, penetrándola con él. Ella gimió y yo excitadísimo empecé a mover mi dedo en su culo, entrando y saliendo de el con ganas, dilatándola, mojando ya otro de mis dedos en su coño, para penetrar su culo ahora con dos. Subí la intensidad del juguete y ella meneaba el culo como una perrita en celo, buscando más.

          — ¿Te gusta verdad golfilla?

          —Sí, mucho –gemía incontrolada

     Me puse en pie sin sacar mis dedos de su culo y con la otra mano desabroché mi pantalón y extraje mi falo duro y palpitante, ansioso y sin control. Con el traqueteo había pulsado al máximo el botón y ella se retorcía jadeando como una posesa, saqué mis dedos, apoyé mi falo y empujé lentamente pero sin pausa penetrando en su estrecho agujerito, mientras ella gimoteaba, intentando, ¿huir?, ¿escapar?, ¿De placer? no podía parar… estaba fuera de mí, mis huevos chocaron y empecé a moverme en sus entrañas, a entrar y salir de esa cueva apenas explorada, como un poseso me follé su culito, sin que nada salvo el placer que sentía me importara en ese momento.

     Los dos jadeábamos, sin poder respirar con normalidad, busqué su clítoris y lo estimulé hasta que lloriqueando grito que se corría y yo bramé llenando su culo de semen. Asustado por la locura y la intensidad con la que copulábamos.

     En las siguientes semanas seguimos con nuestros tórridos encuentros, nos daba igual en el aula, en mi casa… ni de joven había tenido una vida sexual tan intensa y mucho menos de esa manera.

     Un sábado por la tarde en el que necesitaba varias cosas, salí a comprar a un centro comercial. Había comprado algo de ropa, cuando decidí parar a tomar un café, entré en una cafetería y allí estaba mi chica, con una mujer, de la que Sara era una copia con veinte años menos.

          —Hola, Gabriel. Mama, él es Gabriel Hernández, ya te hablé de él, está dándonos clase

          —Hola señor Hernández, encantada de conocerle, mi hija nos ha hablado de usted y además he leído sus libros.

     La mujer era preciosa como su hija, tendría unos cincuenta años, tenía su mismo, pelo, su misma delicada piel, las curvas de mi ninfa también las había heredado de mama, pero no su boca, ni sus ojos, eso debía ser herencia paterna. La boca de su madre era más pequeña, sus labios más finos y políticamente más bonita, aunque la de Sara era tan sexi y erótica… Los ojos también eran distintos, los de la madre eran azules, bonitos, pero fríos comparándolos con los de ella.

          —Veo que esta de compras –dijo mirando mis bolsas de papel y yo asentí            

          —Nosotras hemos venido a comprar unos jerséis para mi marido, si por el fuera iría desnudo. Esa tienda tiene ropa buenísima –dijo la madre mirando mis bolsas.

     Le dije que siempre compraba mis pantalones ahí y le dije otra tienda donde compraba mis jerséis.

          —Sarita, ¿quieres que vayamos a esa a mirar la ropa de papa? Tu padre es de la misma quinta que tu profesor, seguro que nos puede echar una mano.

     De repente miré a Sara, que jugueteaba con su móvil mandando algo y me sentí insultantemente mayor. De repente tuve clara una cosa, Sara era tan joven… y yo podía ser su padre, ahora la atraía mi madurez y experiencia, jugar a que alguien más mayor la adoraba, pero pronto se cansaría y buscaría otros entretenimientos que divirtieran a una chica como ella, como la que ahora jugaba con su móvil, mientras los adultos, su madre y yo charlaban de banalidades que no la atraían.

     A solas en un probador tuve una certeza, para Sara yo era un atrayente juego, pero ella se estaba convirtiendo en el botón de arranque de todas mis emociones y eso me acojonó.

          —Hola Gabriel, a ver cómo te queda ese –dijo zara entrando en el probador

          —Sal de aquí Sara, como te vea tu madre

          —Mi madre ha tenido que irse, confía en tu criterio para que elijas los jerséis de papa.

          —Joder Sara, esto es una locura –le dije cuando noté sus manitas en mi cinturón.

     Dos minutos después y a pesar de mis quejas, ella había cogido mi mano y la había metido dentro de sus bragas. Yo seguía quejándome por la situación sobre sus labios, mientras ella lamia los míos.

          —Van a darse cuenta chiquilla, solo nos separa una cortina, vas hacer que termine en la cárcel

          —Tócame, haz que me corra y salimos.

     Mis dedos se toparon con la humedad que manaba de su coño, su lengua lamió mis labios y se coló en mi boca juguetona, mientras me rendía a sus deseos. Un par de minutos después me apoderé de su boca y de su orgasmo, para que no la oyeran gemir, mientras se corría con mis dedos bien dentro de su coñito ardiente.

     Mi polla palpitaba, me sentía como un barco a la deriva. Por una parte sabía por supervivencia que necesitaba huir, alejarme de esa pasión arrolladora ahora que aún era capaz, pero otra parte de mí deseaba tanto poseerla…

     Compramos los jerséis, los míos y los de su padre y salimos de esa tienda:

          — ¿Puedes llevarme a casa?

     La acompañe a su casa, mi mente no dejaba de darle vueltas a todo.

          —Entra, te invito a un café

          — ¿Y si vienen tus padre?

          —Se alegraran de tener una hija educada, que después de que su profesor la ayudada a comprarle ropa a su padre y la llevaba a casa en coche esta le ofrecía un café.

     Me pareció de lo más coherente y la seguí a la cocina, allí me preparo un café:

          —ven, te enseñare mi habitación

     Subí tras ella, admirando la redondez perfecta de su culo.

          — ¿Puedo usar el baño?

          —Claro

     Cuando salí me dispuse a entrar en la que me había señalado como su habitación y me quedé de piedra al verla.

     Se había quitado la ropa y estaba tumbada en la cama, solo en braguitas.

          —Sara ¿y si vienen tus padres? –pregunté  sin poder evitar mí ya creciente excitación

          —No vendrán hasta la noche y yo necesito que me folles, tenerte aquí, en mi habitación, me pone a mil.

          —Nena, no estoy cómodo –le dije mientras ella de rodillas ya desabrochaba mi cinturón.

     Ver su culo en el espejo de la cómoda, mientras meneaba las caderas intentando desabrocharme el pantalón, en esa camita donde dormía cada noche, soñaba y se tocaba… hizo que se esfumara mi poco autocontrol.

     La tumbé en la cama, sucumbiendo ante ella una vez más, me deshice del pantalón y subiendo sus piernas, coloqué sus pies en mis hombros, me apoyé en la parte trasera de sus muslos y busqué con mi polla la entrada húmeda y caliente, de su coño.

          —Quítate el jersey, ¡enséñame esas tetitas, puta! (exclame furioso conmigo mismo) Me encanta ver como se balancean cuando te follo –obediente descubrió sus pechos juveniles, mientras se retorcía bajo mi cuerpo.

     La poseí como un salvaje, cabreado, furioso, delirante… entré una y otra vez, mancillando su camita. Se corrió tres veces antes de que terminara corriéndome sobre el cuerpo de esa preciosa chiquilla. Aun jadeábamos cuando oímos la puerta cerrarse.

             —Hostia, mis padres, escóndete, voy a ver qué pasa. –dijo colocándose el pijama sobre mi semen, más divertida que asustada.

     Yo me quedé como un tonto, a mis cincuenta años escondido bajo la cama de esa chiquilla de veinte años, para no ser cazado por sus padres.

      Me sentía ridículo y preocupado por lo que pudiera suceder, si los padres de esa niña me descubrían. Si hubieran llegado diez minutos antes, ni los habríamos oído y abrían pillado al que teóricamente daba charlas en la universidad a su hija, follándosela como un energúmeno en su camita.

     Tuve casi media hora para darme cuenta que no podía seguir así, que esto debía acabar y debía ser en ese momento, por más que me jodiera. Alargarlo sería contraproducente para ambos y los que nos rodeaban.

          —Lo siento, han vuelto antes. Puedes irte ahora, mi padre está en su despacho y mi madre duchándose.

          —Sara, no podemos seguir con esto. Ya no estoy para estos trotes

          — ¿Ya te has cansado de mí? –dijo haciendo un puchero

          —No seas niña, los dos sabíamos que esto no nos llevaría a ninguna parte –decidí ser el malo de la película

          —Hace un ratito no era una niña

          —Pero terminas siéndolo, aunque intentemos olvidarlo, eres solo eso… una niña.

          —Vete a la mierda Gabriel –dijo abriéndome la puerta de la habitación

     La miré sofocando a duras penas las ganas de abrazarla, pero bajé la mirada y salí de esa habitación, de esa casa y de su vida.

     Anduve sin rumbo pensando una y otra vez que había hecho lo correcto, por más que ahora me ahogara en la necesidad de volver, de pedir perdón y rendirme a esa pequeña ninfa y a esa obsesión que dominaba mis días, mi vida… dándome cuenta que esta vez acababa de salir por decisión propia del paraíso, para volver al infierno de mis días sin ella…

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