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Mírame

en Sexo con maduros

     Llevaba dos semanas en casa de mis padres. Había regresado al nido, mientras buscaba otro apartamento.

     Nunca me llevé mal con mis padres y la convivencia no era mala, pero cuando te acostumbras a vivir sola… también pensé que no hay nada como volver a un lugar que no ha cambiado nada, que sigue igualito a como lo dejaste, para darte cuenta de lo mucho que has cambiado tú.

     Otro problema añadido era que mis padres vivían en un precioso piso dúplex a las afueras en una mini urbanización muy bonita, rodeada de verde, pero demasiado lejos del centro y el bullicio, que era a lo que yo ya estaba acostumbrada después de cinco años.

     Era sábado noche, bueno ya más bien domingo de madrugada cuando llegué después de salir a tomar unas copas con mis amigas. Subí a mi habitación que estaba en la segunda planta, intentando no despertar a mis padres que dormían en la primera planta. Me desnudé en la penumbra y me tumbé en la cama.

     Debí quedarme dormida al momento porque unas horas después desperté, mis pezones estaban duros y unos segundos después descubrí el porqué. No había cerrado la ventana y la cortina se movía, rozando mis pechos desnudos y eso junto con el fresquito de la madrugada endurecía mis pezones.

     Acaricié con las yemas de mis dedos los picos duros de mis pechos y mi cuerpo reaccionó al instante… quería marcha y se la di.

     Al momento una de mis manos iba de un pecho a otro, mientras la otra se colaba bajo mis bragas, la única prenda que llevaba. Busqué mi rajita ya húmeda y paseé mis dedos por ella, busqué mí ya inflamado clítoris y lo friccioné entre dos dedos. Me encantaba ir despacio, subiendo de intensidad y cortándola para alargar el momento.

     Me retorcía de placer, arqueando la espalda, entonces giré la cabeza y vi una figura en la penumbra, en la ventana del piso de arriba, enfrente.

     Durante unos segundos pensé en parar, pero era demasiado tarde, algo se apoderó de mí y empecé a masturbarme salvajemente, excitadísima al sentirme observada. No tardé nada en correrme como una posesa sin dejar de mirar a ese hombre que conocía desde siempre.

     El orgasmo cesó, pero mi cuerpo seguía ardiendo, deseando más. Deslicé los dedos por mi rajita que chorreaba, mojándolos, chapoteando en mi sexo caliente. Busqué la entrada, junté dos dedos y me penetré… me mordí los labios, saqué los dedos y volví a meterlos, gimoteando débilmente.

     Miré de nuevo y había encendido una luz detrás de él y podía verle perfectamente, eso me puso aún más cachonda, metí ahora tres dedos, los abrí y moví en el fondo de mi vagina. Salí y entré varias veces sintiendo como mi cuerpo volvía a tensarse, seguía mirándole, disfrutando del morbo de su lasciva mirada que no conocía, que nunca había visto en el rostro del vecino de arriba, amigo de mis padres.

     Volví a correrme salvajemente y mi cuerpo vibró de placer en un orgasmo lento, interminable…

     Le miré y me sonrió, luego apagó la luz y dejé de verle. Saqué la mano de mis bragas, me tapé con la colcha y me quedé dormida de nuevo.

     Por la mañana me arrepentí de lo sucedido nada más recordarlo, incluso antes de poner los pies en el suelo.

     Por la tarde me sentía enjaulada, me puse un pantalón corto y salí a correr por el parque que rodeaba la urbanización. Tras una hora de correr, cansada y sudada decidí volver a casa, pero a la salida del parque, pasando ante la terraza de un bar vi a mis padres sentados, mi madre me llamó y me acerqué.

          —Hola cariño, ¿quieres tomarte algo?

          —Sí, un refresco –dije mirando a alguien que estaba de espaldas en la mesa

     Al sentarme me quedé helada al ver de quien se trataba.

          —Hola Lena, cuanto tiempo sin verte. –dijo con una maquiavélica sonrisa

          —Hola señor Serrano

          —Julio, Lena. Me llamo Julio.

     Vino el camarero y dejamos el tema, me puse a hablar con mi madre y esta me pidió si no tenía frio, entonces todos miraron mis muslos desnudos y se me erizo la piel al notar de nuevo su mirada sobre mi cuerpo.

          —Tienes razón, cogeré frio, me bebo esto y me voy o me refriaré –dije terminando mi bebida

     Cuando me puse en pie y me despedí con prisas, le oí decir:

          —Te hare compañía de regreso, yo ya me retiro también –dijo poniéndose en pie.

     No pude hacer nada por rechazarle, ya que eso hubiera llamado la atención, por lo que empecé a andar con él a mi lado.

         —Parece que llevas prisa, ¿no estas cansada?

         —Un poco, pero tengo frio. –era cierto, el parón estando sudada me había dejado helada.

     Para mi asombro, se quitó la chaqueta de punto que llevaba y me la cedió.

          —No importa, ya casi llegamos. Además vengo de correr y no quiero manchársela.

          —No seas tonta Lena, te castañean hasta los dientes, mete las manos. –dijo poniéndome la chaqueta.

     Caminamos en silencio, yo abrumada por el olor a él que desprendía su chaqueta, me la crucé abrazándome con ella mientras andaba, él mirándome abiertamente con esa pícara sonrisa.

     En el ascensor hice ademan de devolverle la chaqueta y el impidió que me la quitara:

          —Ya me la devolverás, no quiero que vuelvas a coger frio

          —Bien, gracias, señor Serrano la verdad es que ha sido un placer, porque estaba helada.

          —Hablando de placer, Lena. ¿Crees que es correcto que después de compartir conmigo la intimidad de tu placer, debes seguir tratándome de usted?

        —Fue un error –dije enrojeciendo de la cabeza a los pies.

         —Pues fue un error buenísimo del que disfruté mucho y me gustaría seguir disfrutando cada vez que te apetezca. –dijo abriendo la puerta cuando llegamos a mi piso.

          —No volverá a suceder –le dije toda digna saliendo del ascensor.

     Él no dijo nada más, simplemente me sonrió y dejó que la puerta se cerrara.

     Bajo la ducha recordé de nuevo lo sucedido la noche anterior y no podía negar que saberle allí había aumentado mi placer, por el morbo de la situación.

     Luego recordé a ese hombre antes de la noche anterior y llegué a la conclusión que siempre me había puesto nerviosa y nunca me había sentido de todo cómoda con él; aunque tampoco había ahondado en ello, ya que solo nos encontrábamos en la escalera, en el ascensor, viniendo a recoger a mi padre para ir a alguna parte y poco más, luego además me fui y dejé de verle durante los cinco años que no viví en casa.

     Los días siguientes evité encontrarme con él, me planteé darle la chaqueta a mi madre para que la devolviera, pero ahora dos días después, comentar lo sucedido me sonaba algo raro y sospechoso.

     No fue hasta el sábado por la mañana, que comprando con mi madre volví a verle.

         —hola guapas, ¿comprando?

          —Pues sí, he convencido a Lena –dijo mi madre.

     Cuando mi madre se metió en el otro pasillo para agarrar algo me dijo:

          —Eres una cobarde

          —Le dije que no volvería a pasar, no es por cobardía.

          —Pues yo creo que te da miedo admitir que te gustó, como los dos sabemos que sucedió. Cuando decidas bucear en tu interior y abrir la puerta a ese lado algo oscuro que sabes que te excitó,  sabes dónde encontrarme.

          —Va a oírnos mi madre –le regañe, asustada

     Cuando mi madre regresó, le pidió por mi padre, luego se despidió besando la mejilla de mi madre y luego acercándose a mí me dijo:

          —Cobarde –su aplomo me cabreó

     Esa noche no me divertía con mis amigas, no dejaba de darle vueltas a la situación y regresé pronto a casa.

     Cuando me tumbé en la cama, no me resistí a mirar por la ventana, me decepcionó no verle, pero que esperaba ¿que se pasara las noches esperando a que corriera las cortinas?

    Era una auténtica locura, no podía ceder a las necesidades que sentía, porque mi cuerpo pedía a gritos el morbo que había sentido con ese hombre espiando mi placer. No había dejado de pensar en esos orgasmos, en su mirada, en su voz. Ese hombre se había metido bajo mi piel.

     Busqué dentro de mi armario, me puse sobre las bragas su chaqueta y en silencio como había entrado salí de casa.

     Toque al timbre arrepintiéndome enseguida y cuando un minuto después casi contenta por la falta de respuesta me giré para ir hacia el ascensor se abrió la puerta.

          —Hola, Lena. Que sorpresa, pasa.

          —He venido a devolverle la chaqueta señor Serrano.

          —Pasa, estaba en la salita

     Me llevó a la habitación que en mi casa era la que usaban mis padres de dormitorio, allí era una mezcla de salita de estar, biblioteca, despacho. Allí en un extremo había un sofá y dos sillones, enfrente una mesa baja y una tele enorme, en el otro extremo una mesa de despacho y un sillón de ruedas, en el suelo dos alfombras y las paredes forradas de estanterías llenas de libros. Era una habitación encantadora y confortable.

     Se sentó en un sillón, a la derecha del sofá, justo al lado de la ventana que sabía era la que me había visto esa noche.

          —Siéntate. ¿De verdad vienes a las dos de la madrugada a devolverme la chaqueta? Y no es una queja –dijo señalándome el sofá

     Delante del sofá estaba la mesa baja y dejé allí las llaves y el teléfono móvil, a ambos lados de la mesa, estaban los sillones, me senté en el lado del sofá más alejado de su sillón.

          —No voy a saltar sobre ti, Lena. No voy a tocarte, relájate y dime a que has venido.

          —No se…

          —Yo te ayudaré (se acomodó más en el sillón, echándose hacia atrás) desabróchate la chaqueta. –dijo sin apartar su oscura mirada.

     Hice lo que me pedía y lentamente fui desabrochando uno a uno los pequeños botones de su chaqueta.

          —Ahora ábrela pequeña

     Dejé mis pechos al aire, disfrutando momentáneamente de su desconcierto.

          —Realmente preciosas. Acarícialas como la otra noche, desde los lados hacia el centro… ahora acaricia tus pezones, pellízcalos…así nena tira de ellos un poquito.

     Hipnotizada por su voz, hice todo lo que esta reclamo, excitada.

          —Ahora baja, preciosa. Quiero ver como esa mano desaparece dentro de tus bragas.

     De nuevo hice lo que me pedía, mis dedos se empaparon al instante de mis jugos.

          —Mucho mejor que desde la ventana, sube un pie al sofá y separa esos enloquecedores muslos, con los que hace años que sueño, desde antes de verlos por primera vez.

     Jadeé cuando mis dedos atraparon mi clítoris, lo froté y me mordí el labio disfrutando del placer que mis dedos, su mirada y sus palabras me estaban proporcionando. Envolviéndome en un apasionante calor, que apremiaba con querer ir a más.

          —Déjame verlo, Lena. Enséñame ese coñito que guardas entre tus piernas. Aparta la braguita preciosa –pidió con voz ronca.

     Corrí la braga a un lado, me abrí con dos dedos y dejé que el mirara hipnotizado mi vulva encendida.

          —Que rica estas Lena, verte es todo un espectáculo para los sentidos.

     Me ponía a mil verle espiando cada uno de mis movimientos, mi cuerpo ardía, clamando ser liberado.

          —Dos deditos niña. Mételos en tu coño, deja que vea como desaparecen, como te follas… el otro día solo pude intuirlo, hoy puedo verte preciosa.

     Busqué la entrada, dejé que mis dedos húmedos resbalaran dentro, hasta el fondo, salí, entré y volví a salir.

          —Otro, Lena. Quiero más y quieres más… -jadeó.

     Enloquecí de deseo, añadí un tercer dedo, me follé como una posesa, moviendo mis caderas hacia mi mano y viceversa.

          —Ahora roza tu clítoris con el pulgar y deja que llegue… -pidió rotundo.

     Dios un minuto después me corría de manera salvaje, gimiendo flojito.

          —No pares, más nena, quiero oírte, hazme saber lo mucho que te gusta…

     Jadeé y gemí mientras el orgasmo, subía y subía. Parecía no tener tope ni fin, los muslos me temblaban y él miraba como un lobo hambriento.

     No sé cuánto tiempo después él dejó unas toallitas húmedas sobre la mesa frente a mí.

       —Gracias, me ha encantado verte y ser parte de tu placer.

     Me puse en pie, me quité su chaqueta y me puse mi abrigo, luego volví a casa con la cabeza aun liada. Pero llegaba el día después y con la mente despejada pensaba que todo eso era una locura. Lo que no me impedía sentirme excitada con el simple hecho de intuirle en la ventana, de recordar su voz, el olor de su chaqueta, su lobuna mirada…

     Intenté regresar a mi rutina, pero después volvía a casa, a mi habitación y de nuevo la ventana, su recuerdo, la excitación que todo ello me imponía.

     El jueves me encontré con él en el ascensor:

          —Hola, Lena. ¿Cómo va todo?

          —Todo bien señor Serrano –me imponía no tratarlo de tu

     Creyendo así que le mantendría lejos de mis más íntimos deseos. El soltó una carcajada al oírme.

          —Al señor Serrano le encantaría volver a ver tus tetitas redondas, firmes, apuntando descaradas al techo, luchando contra  la fuerza de la gravedad. También le gustaría volver a disfrutar de tus tersos muslos, prietos, encerrando entre ellos tu tesoro. Que decir de tu vulva rosadita, brillante y anhelante. Como te dije eres impresionante pequeña golfa, ¿porque nos niegas el placer de disfrutar de tus deseos?

          —No voy a volver señor Serrano

          —Si lo harás

          — ¿Porque sabe que lo haré?

          —Porque veo el fuego en tus ojos, tarde o temprano te rendidas a lo inevitable y yo te estaré esperando, encantado de espiar desde mi trono el placer de esta golfa princesita, en la que te has convertido.

     Escapé de ese ascensor en el que ya apenas podía respirar, acalorada subí a darme una ducha. Esa noche tras las cortinas, sola y sin intrusiones empecé a masturbarme. Diez minutos después lo dejé entre maldiciones, a sabiendas que ya no era lo mismo, por más que me jodiera admitirlo, pensé cabreada.

     El viernes de nuevo coincidimos en el portal.

          —Hola, Lena.

          —Hola señor Serrano. Pensé que estaba cenando con mis padres y el grupo

          —Yo no he ido, no me apetecía –dijo sin ocultar su pervertida mirada

     Mis pezones se endurecieron bajo mi camisa, solo con ver su mirada de deseo recorrer mi cuerpo.

          — ¿Tu sales por ahí?

          —No, tampoco me apetecía. Voy a darme una ducha y luego me prepararé algo para cenar.

          —Voy a proponerte algo, si me dejas ver la primera parte, yo te invito a la segunda.

     Un escalofrió provocado por el deseo, recorrió mi espinazo y el morbo de nuevo se interpuso a la cordura.

     Salí del ascensor y el mantuvo la puerta abierta, yo abrí la de casa y entre dejando la puerta abierta de par en par, unos segundos después oí la puerta cerrarse y sus pasos. Sin girarme subí la escalera y fui hacia mi habitación.

     Allí me quité los zapatos, los calcetines, los vaqueros y la camisa. En bragas y sujetador fui hacia el baño, abrí el grifo y dejé que el agua se calentara, mientras coloqué una toalla sobre la tapa del inodoro y le señalé cual iba a ser su trono en esta ocasión. Él aceptó encantado, sentándose.

     Me quité el sujetador a medio metro de su cara, podía notar su respiración. Luego me quité las bragas y me metí en la bañera, bajo el grifo. Dejé que el agua mojara mi cuerpo excitado.

          —Las tetas Lena, acarícialas para mí. –tomo las riendas

     Junté mis pechos bajo el agua, viendo como su mirada se oscurecía resbalando por mi cuerpo desnudo.

          —Que buena estas Lena, como me gusta mirarte. Sube un pie al borde de la bañera, me muero por ver ese coñito tan rico, enséñamelo golfilla.

     Abrí mi vulva con dos dedos y me acaricié apoyando mi cuerpo caliente en las baldosas. Cerré los ojos dejando que las agradables y placenteras sensaciones recorrieran una vez más mi cuerpo anhelante.

     No me di cuenta que se levantaba, solo fui consciente cuando el agua dejó de mojar mi cuerpo, abrí los ojos y vi que él había cogido el telefonillo de donde estaba colgado, cambió el flujo del agua, de tal manera que ahora el agua solo salía por tres potentes chorros.

          —Abre las piernas zorrita –exigió.

     Y entonces apuntó con los chorros hacia mi sexo, movió la mano hasta conseguir centrar la presión sobre mi clítoris, lancé un gemido extasiada y me retorcí apretando y sobando mis pechos, el orgasmo apareció rápido y tan fuerte que intente cerrar los muslos. Pero él me gritó que no lo hiciera. Me corrí entre grititos y espasmos.

     Cuando mi cuerpo dejó de convulsionarse apartó el telefonillo y volvió a colgarlo, volvió a su sitio y miró mientras enjabonaba mi cuerpo, que aun temblaba y se sacudía cuando enjaboné mi entrepierna.

      Cuando acabé volví a mi habitación y él me siguió, se sentó en mi cama y miró en silencio como me vestía.

          —ver cómo te vistes es casi tan erótico como verte cuando te desnudas. ¿Dónde quieres cenar?

     Cenamos en una pizzería del centro, luego tomamos algo en una cafetería, hablamos de mi trabajo, de mi búsqueda de apartamento y de los libros que el escribía.

     Nunca habíamos hablado de ello y me parecía fascinante, todo en él empezaba a parecerme de lo más atrayente, pensé mientras volvíamos al coche.

     Justo después de entrar en el portal se abrió la puerta detrás de nosotros y aparecieron mis padres.

          —Vaya ya estamos todos, vaya coincidencia –ni siquiera sospecharon que viniéramos juntos, dando por sentado que nos habíamos encontrado en el portal.

     Ya en mi cama, tumbada en mi cama, no dejaba de darle vueltas a todo lo sucedido desde mi vuelta, no podía creerme el giro que había dado todo.

     Julio llevaba en nuestras vidas desde que mi padre le ayudó a subir unas cosas cuando más de diez años antes se había mudado. Desde ese día intimaron, Julio era viudo y un solitario, pero de vez en cuando salía con papa de pesca o tomaban unas cañas en la cafetería de abajo, sobre todo los días de futbol.

      Con respeto a mí, siempre le había visto como el educado y serio vecino de arriba, a veces le veía abajo con papa, o venía a recogerlo para irse a pescar algún fin de semana en que papa lo hacía y poco más. Si nos encontramos en el ascensor, finca o alrededores, nos saludábamos cordialmente, aunque había algo en ese hombre que me inquietaba, me ponía nerviosa, pero tampoco nos veíamos lo suficiente para ir a más.

     El domingo por la tarde, cansada de seguir engañándome con tontas excusas sin consistencia, me decidí por hacer lo que realmente me apetecía. No quería desear ser otra persona y perderme quien en realidad era.

          —Hola Lena, me alegra verte, ¿quieres un café? –dijo Julio abriéndome la puerta

     Asentí y le seguí a la cocina, allí encendió la cafetera y me acercó una cajita para que eligiera el café de una conocida marca.

          —Me encanta este –le dije señalando el lila

          —A mí me encantas tu –dijo mirándome con lujuria

     Esta vez le sonreí abiertamente, sin vergüenzas, con la seguridad de quien sabe lo que quiere sin importarle los prejuicios de nada ni nadie.

     Deseaba que ese hombre siguiera instruyendo mi placer. Todo en él me gustaba y excitaba, porque no había nada más sexi que un hombre que sabía cuándo ser vulgar y cuando ser un caballero y él lo sabía a la perfección pensé al oírle decir:

          —quiero ver tu coño, enséñamelo Lena

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