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El placer de ser infiel

en Hetero: Infidelidad

     Compruebo con una sonrisa maligna que me duele cada milímetro de mi cuerpo. No quiero despertar aun, no quiero que todo acabe aquí y ahora. Cierro los ojos y empiezo a rememorar lo sucedido unas horas antes.

    

     Paseaba por el puerto sin prisas, disfrutando del frio que estiraba la piel de mi rostro, dispuesta a aprovechar ese fin de semana en soledad.

     Una hora después, regresé al hotel, sin prisas. Subí a mi lujosa habitación y me desnudé mirándome en el enorme espejo, este me devuelve la imagen de un cuerpo aun joven y terso. Sonreí  al recorrer con mi mirada las curvas, algo excesivas para mi gusto, me paso media vida a dieta.

     Mientras me sumergía en el agua caliente y espumosa, recordé a  Julián. Su sonrisa cuando me quejó de estar gorda y su respuesta instantánea: “estas buenísima, a mí me encantan tus curvitas de lo más deseables”.

     Hace más de diez años que vivimos juntos, en completa armonía. Los dos nos compenetramos a la perfección; por más que me empeñé últimamente, en que hemos perdido algo de esa pasión arrolladora que nos envolvía los primeros años.

     Aproveché ese momento para llamarle, siempre me relaja oír su tranquila voz. Julián es un remanso de paz en el que sumergirme cuando me acelero.

          —Hola cielo, aquí todo perfecto, descansa y pásalo bien, yo me encargo de todo –es un amor, pienso al colgar y sumergirme en la enorme bañera.

     Mis manos recorren mi piel, colándose entre mis piernas, mis dedos pronto encontraron lo que buscaba, mi clítoris duro, pedía marcha en dos minutos, pero decidí no dársela. Me encantaba estar excitada, a la espera de satisfacerme…pensé que lo haría al regresar a mi enorme y solitaria cama.

     Decido ponerme ese vestido que había metido en el último momento en la maleta, estaba sin estrenar ya que lo había comprado para acompañar a Julián a una de sus cenas de negocios, pero finalmente me había parecido demasiado exagerado y había vuelto a mi sosa elegancia.

     Pero esta noche no quería ser sosa, quería gustar.

     En el restaurante del hotel un camarero me llevó a mi mesa, me senté y la falda del vestido  subió aún más dejando gran parte de mis muslos al descubierto.

     En la mesa de al lado un señor miró con descaro mis piernas. Lejos de molestarme le sonreí abiertamente, momento que el aprovechó para darle un repaso a mí también generoso escote, luego me sonrió y volvió a su plato y a su mujer con la que cenaba.

     Me sentí observada el resto de la noche, un par de veces cacé sus lascivas miradas y eso me puso a cien.

     No deseaba a ese hombre, pero si deseaba que él me deseara, supongo que además, me relajaba el saber que no estaba solo y no iba a pasar de ahí.

     Después de la cena les vi entrar en la cafetería, allí había música en vivo. El hombre eligió un rincón apartado y yo disimuladamente elegí la mesa justo detrás de ellos.

     A él le tenía de frente, su mujer me daba la espalda y cuando me sonrió, yo lanzada cruce la pierna, dejándole ver más de la cuenta.

     El camarero nos trajo las bebidas a ambas mesas y luego desapareció, unos minutos después vi que la mujer señalándole el móvil salía de la sala, por lo que deduje que iba a hablar por teléfono.

     Me miró y con gestos me pidió que separara las piernas, ese hombre era un pervertido, pensé mojando mis braguitas. Separé los muslos enseñándole mis braguitas húmedas;  se relamió y llevó su mano al bulto ya visible de su pantalón.

     Miré a ambos lados, pero no había nadie que pudiera vernos. Leí un “más” en sus labios y lo hice. Envalentonado por mí respuesta, me pidió por gestos que me apartara la braga. Jamás me imaginé en una situación así, pero esa noche todo era posible y sin pensar lo hice. Para mi sorpresa, ese hombre sacó su dura polla del pantalón y sin dejar de mirar mi sexo, empezó a masturbarse.

      Yo no podía estar más cachonda, no podía apartar la mirada de  su mano tallando su falo, subiendo y bajando cada vez más rápido, con movimientos más cortos…su cara de placer, sus ojos lujuriosos…

     Dos minutos después un chorro de semen, trazó un arco cayendo sobre su pantalón y el suelo. Unos segundos y limpió todo con unas servilletas, mientras yo me colocaba la ropa, descolocada, nerviosa y terriblemente excitada después de vivir la situación mas morbosa de mi existencia.

     Unos minutos después, él seguía con los ojos entrecerrados después del orgasmo, miraba su pecho subir y bajar cada vez más relajado, cuando entró su mujer, recorrió el pasillo y se sentó.

     Yo seguía encendida cuando se levantaron y mientras ella empezaba a andar él disimuló como si se atara los zapatos frente a mi mesa y me dijo:

          —Gracias, precioso coñito.

     Aun le daba vueltas a todo cuando alguien me dijo al oído:

          — ¿Puedo sentarme e invitarla a una copa? Estoy seguro que después de lo sucedido tiene la garganta seca

     Enmudecí al oír esa profunda y masculina voz, sus labios rozaron mi oreja y dos dedos acariciaban la piel desnuda de mi brazo mientras hablaba.

     Sin esperar respuesta se sentó a mi lado, el camarero le tomo la comanda y desapareció.

          — ¿Crees que ese podía ver bien tu coño desde ahí? –dijo señalando la mesa del desconocido.

     Enrojecí hasta las cejas al oírle, al ser consciente de lo que acaba de hacer, en público.

          —Que rica, ¿ahora te avergüenzas? No lo hagas a mí me ha parecido de lo más morboso.

     Me bebí casi toda la copa de un trago, el calor se había apoderado de mi cuerpo y estaba ardiendo, por dentro y por fuera. Apenas me reconocía.

          —Abre las piernas. Yo prefiero más tocar que mirar como ese. –dijo con voz de mando.

     La cabeza me daba vueltas, no era capaz de pensar con claridad.  A mi mente acudían imágenes diarias en casa, con Julián, el hombre al que amaba.

     Me quedé quieta y fue su mano entre mis muslos la que abrió mis piernas. Intenté cerrarlas, pero subió con rapidez y se quedó ahí.

          —Quiero sinceridad total, nada de lo que me entere aquí, saldrá de aquí. Tus bragas están chorreando puta, ¿querías follártelo, has deseado hacerlo?

           —No, pero deseaba lo que ha pasado, deseaba que él me deseara…supongo que no me entiende –dije casi tartamudeando

          —Te entiendo putita… afloja, deja que compruebe lo mucho que deseabas excitar a ese pobre hombre.

     Mi cuerpo no respondía a mi cerebro y como si tuviera entidad propia obedecía a esa voz sorprendentemente desconocida y excitante.

          —Estas chorreando, tu coñito pide polla a gritos golfa –dijo con hosquedad

     Que me hablara así me estaba poniendo a cien, no sabía cuánto tiempo me resistiría a su aplomo, a su seguridad, a lo mucho que empezaba a desear su polla a gritos como había dicho. No era capaz de pensar en otra cosa.

     Sus dedos apartaron mi braga como había hecho antes y sin una sola caricia dos de ellos me penetraron hasta el fondo. Di un salto y gemí por la sorpresa…el placer… joder ese hombre sabía lo que se hacía. Curvó los dedos en mi interior y comenzó a follarme con ellos, sin prisas pero sin  pausa.

          —Voy a abrir bien tu precioso coñito, luego haré que te corras y finalmente te esperaré en el baño de enfrente para darte lo que quieres –dijo frotándose su polla.

      Jadeé al oír su propuesta, sus dedos me estaban matando de placer, el pulgar rozó mi clítoris, los dos se abrieron en mi interior, salieron, y entraron de un estoque, mi cuerpo se tensó y me corrí como una loca, allí mismo en una cafería, mientras ese hombre me masturbaba con precisión.

     Cuando mi cuerpo se calmó, sacó los dedos, los lamió mientras yo le miraba alucinada y entonces se fue a la barra pagó y volvió.

          —Ya sabes dónde te espero, no tardes putita, los dos sabemos lo que deseas.

     El orgasmo solo había avivado el deseo, ese hombre tenía razón, le deseaba, no podía pensar en nada que no fuera ser poseída por él, como fuera, donde quisiera, como quisiera. Mi deseo le pertenecía. Me levanté, crucé el local, salí y vi el baño…

     Agarré el pomo de la puerta y un solo segundo pensé en mi familia, mi casa, mi cariñoso marido…

          — ¿Entras golfa? –ese hombre tiró de mi metiéndome en el baño.

     Entramos en uno de los tres compartimentos. Era bastante grande, aunque no necesitábamos mucho espacio. Ese hombre me tenía pegada a la pared, mientras su polla pugnaba dura en la parte alta de mi trasero.

     Apartó mi pelo y besó mi nuca, lamió mi cuello y bajó la cremallera del vestido despacio, siguiendo el recorrido de esta con sus labios, besando y humedeciendo de saliva mi espalda.

          —Sabía que no llevabas sujetador –dijo al pasar de la mitad, estando en cuclillas

     Respiraba entrecortadamente empañando las baldosas junto a mis labios.

          — ¡Quítatelo! deja que caiga al suelo y pega esas gordas tetas a las baldosas a ver si eso te enfría un poco. –no hubiera creído jamás que ser tratada así me pondría tan caliente y receptiva.

     Agarró el elástico de mis bragas y las bajó lentamente, dejándome solo con los zapatos de tacón.

          —Que buena estas nena, que culo más rico… -dijo mordiéndolo

     Di un gritito al notar sus dientes en mi piel, entonces empezó a alternar sus dientes con su lengua, recorriendo todo mi culo.

     Subió y se pegó a mí, esta vez note la humedad de su miembro en mi trasero, sin mirarla separé las piernas y la colocó entre mis muslos.

          —Estas ardiendo, ¿quieres que te folle, verdad? –su voz era tan dominante…

     Asentí con la cabeza mientras separaba más las piernas, quería que me penetrara, que liberara el calor que amenazaba con quemarme desde dentro.

          —Pídemelo, me encanta que las putitas como tu supliquen polla.

          — ¡Fóllame! Por favor –suavicé mi voz, al final

     Su risa ronca llenó el pequeño habitáculo, mientras flexionaba las rodillas y su glande entraba despacito, enloquecedoramente despacito. Quería gritar, llorar, suplicar…

     Me llenó por completo, era gorda y grande porque notaba mi vagina tirante. Empezó a moverse, primero despacio, pero poco a poco fue endureciendo las arremetidas. Me cogió el pelo como una coleta y tiró de mí arqueándome cada vez que me la metía hasta el fondo. Yo jadeaba sin importarme nada ni nadie. Solo quería que esa polla siguiera partiéndome en dos.

          —Dios nena que rico coñito, me vuelves loco.

          —No pares, sigue, sigue –supliqué enloquecida

     Y siguió, hasta que tras un alarido noté el torrente de semen llenando mi vagina mientras me corría como una loca poseída, sin importarme que nuestros gritos pudieran oírse.

     Un par de minutos jadeando detrás de mí, luego sacó su polla y el semen escurría por mis muslos.

          —Colócate la ropa y salgamos rápido.

     Me coloqué la ropa y él agarrándome de la mano me sacó del baño, topándonos en la puerta con una mujer que entraba, le sonrió y siguió tirando de mí.

     Dejé que ese hombre me sacara del hotel, por la parte de atrás había una puerta que daba a unos jardines, me llevó entre la maleza, por un camino empedrado. Dejamos atrás un par de bifurcaciones a la izquierda del mismo caminito que había visto el día anterior, daban a una especie de cabañitas del mismo hotel. Seguimos hasta el final del camino y giramos hacia la derecha. Seguimos hasta una cabaña, la más solitaria de todas. Abrió la puerta y entramos.

     Nada más cerrar la puerta, me besó apasionadamente mientras me desnudaba. Los dos nos devorábamos hambrientos el uno del otro. Mientras volvía a desnudarme, me quitó el vestido, las bragas, los zapatos… yo agarré la camisa y tiré como una posesa oyendo como los botones caían al suelo de madera. Él se rio mordiendo mis labios, lamiéndolos, chupeteándolos…

     Su semen aun escurría por mis muslos y yo volvía a estar caliente, hambrienta, con ganas de más.

     A trompicones, golpeándonos con los muebles me llevó al baño, sin dejar de acariciarme. De repente noté como el agua mojaba mi cuerpo en forma de lluvia, sin saber que estaba en lo que debía ser la bañera.

     Nos enjabonamos mutuamente, sus manos recorrían mi piel encendiéndola febrilmente. Cuando por fin llegó entre mis piernas, noté sus dedos en mi rajita, dentro de mi vagina… dos, tres, entraba y salía, haciéndome temblar de placer, pero sin dejarme ir mas allá.

     Cada vez que enfilaba el camino el cambiaba la táctica cortando toda la posibilidad de llegar al orgasmo. Su boca, jugaba mientras con mis pezones, los lamia, mordía… su barba los irritaba y hasta eso encendía mas mi libido.

     Me dio la vuelta poniéndome como me había puesto en el baño, contra las baldosas, una de sus manos en mi espalda me mantenían inmóvil mientras la otra mano volvió a mi rajita, esta vez desde atrás. Volvía a estar enardecida, necesitaba volver a correrme.

     Separé las piernas, pero tras frotar levemente mi clítoris lo dejó, pasó de largo evitando mi vagina y llegó a mi ano. Hizo círculos alrededor y terminó presionando con la yema de uno de sus dedos. Yo me tensé e intenté escapar, pero su mano me mantenía inmóvil pegada a las baldosas.

          —Voy a follarte ese culazo precioso que te gastas

     Me daba miedo, pero no quería que parara, esta noche lo quería todo. Dejé que echara gel sobre mi culo y con un dedo lo llevara a mi entrada, presionó y con la ayuda del gel fue entrando. Me escocia, me dolía y el siguió a pesar de mis quejas, sin prisas pero sin pausa fue metiéndome más de la mitad de su dedo.

          —Voy a disfrutar abriéndote el culo golfa, está muy apretadito –dijo entre jadeos.

     Cuando su dedo me penetró, la mano que me presionaba contra la pared dejó de presionar, se quedó quieto unos segundos antes de empezar a mover el dedo, entró y salió varias veces antes de añadir un segundo dedo, para seguir dilatando mi culito. La mano dejó mi espalda del todo y la metió por delante entre mis piernas, con toda la mano agarró mi pubis y lo apretó antes de colarse entre los pliegues de mi sexo, buscó mi clítoris y lo estimuló, hasta volver a endurecerlo. De nuevo paró cuando me tenía al límite y resbaló por mi raja penetrando mi vagina. Agachado a un lado, metía y sacaba sus dedos de mi cuerpo, alternando primero ambas penetraciones, para luego hacerlo al mismo tiempo. Ahora yo gemía apoyando mis manos en las baldosas, meneándome ligeramente, favoreciendo ambas penetraciones.

          —umm que rico –gemí como una posesa completamente entregada.

     De nuevo estaba al borde y paró, sacó los dedos de mi vagina, se incorporó y sacando los dedos también de mi culo, apoyó el glande, presionó e intento entrar. Empujó y note como mi esfínter cedía y dejaba entrar su glande. Me dolía mucho y él al notar como mordía mis labios, puso su mano ante mi boca y dijo:

          —Muerde si lo necesitas, porque voy a metértela hasta los huevos puta.

     Mordí su mano y su polla lleno mi esfínter, se quedó quieto unos segundos y empezó a moverse, despacio pero con rotundidad. Poco a poco el dolor cedió, tornándose solo una leve molestia, para finalmente terminar siendo algo tan morboso como excitante.

     Él suspiraba sonoramente, salía casi por completo y volvía a hundirse hasta que sus huevos golpeaban mi cuerpo.

     Cada arremetida hacia que mi cuerpo se golpeara en las baldosas primero, luego remataba aplastando mis tetas y al final salía, yo ponía el culo en pompa buscándole y el con un alarido volvía a penetrar mi culo.

     Los dos perdimos el control, follando como salvajes bajo el agua tibia.

          —Joder puta, tu culo esta tan estrecho que me duele hasta la polla. Así búscame, voy a partirte en dos, voy a correrme en tu culito preciosa –resoplaba como un poseso

          —Sí, no pares –dije buscando mi clítoris con mis dedos

          —No lo hare, tócate golfa, córrete para que pueda vaciarme en tus entrañas –gritó

     Presioné mi botoncito y le grité que iba a correrme, empujó, me aplastó contra la pared y mientras jadeaba que me corría él soltó un alarido y se corrió estirando y acentuando aún más mi orgasmo.

     Me abrazó por detrás quedándose quieto y esperó a que su polla bajara para salir.

     Terminamos la ducha y desnudos fuimos a la cama, donde al momento nos dormimos.

     Desperté con una agradable sensación en mitad de la noche, él estaba entre mis piernas lamiendo mi sexo. Me miró y siguió lamiéndome hasta arrancar un nuevo orgasmo a mi desvencijado cuerpo. Se tumbó a mi lado y agradecida me arrodillé a su lado.

          —No creo que pueda más

          —Deja que lo intente –le dije abriendo sus piernas y arrodillándome entre ellas.

     Agarré su polla y empecé a meneársela con suavidad mientras daba lengüetadas a sus huevos, poco a poco su polla empezó a coger consistencia y tras unos minutos de mimos con mi boca, esta entraba hasta mi garganta dura.

     Luego volví a sus pelotas y finalmente lamí su agujerito animada por sus jadeos sin dejar de meneársela, cada vez con más intensidad.

          —Nena no dejes de hacer eso, que placer golfilla…

     Metí la lengua en su culo y él se retorcía de placer, luego de nuevo sus pelotas y finalmente tras lamer su glande volví a dejarla resbalar entre mis labios, me forcé un poco y mientras él gemía descontrolado presioné su esfínter, metí la mitad de mi dedo y lo giré, presionó y tras un alarido se corrió en mi boca.

     Tragué su semen  como si del mejor de  los manjares se tratara y limpié su polla con mi lengua antes de volver a tumbarme a su lado. Él respiraba agitadamente, rendido.

          —Gracias –me dijo mientras volvían a cerrarse sus expresivos ojos.

     Con los primeros rayos de sol volví a mi habitación, me metí en la cama y dormí el resto de la mañana, luego recogí mis cosas y volví a casa tranquilamente.

     Paré a comer algo por el camino, sin dejar de pensar en la maravillosa noche de sexo.

     Me dolía todo el cuerpo deliciosamente sonreí con maldad.

     A medida que me acercaba a casa iba sintiéndome más culpable, abrí la puerta en silencio y vi luz en la cocina.

          —hola cariño, ¿todo bien? Pareces cansada. –preguntó Julián, mientras ponía la cena a nuestro hijo.

     Miré al suelo, avergonzada y después de cenar los tres y charlar con ambos, subí a ponerme el pijama, luego acosté al niño y fui a mi habitación.

     Julián dormía, apoyado en el cabecero acolchado de la cama, aun con su portátil en el regazo. Le quité las gafas y el ordenador y le besé en los labios cuando se colocó para dormir.

          —Te quiero mi niña –dijo antes de quedarse dormido.

     Me quedé unos segundos leyendo y mirando como el hombre al que amaba dormía a mi lado, tranquilo, relajado y transmitiéndome la misma paz de siempre.

     Al día siguiente todo había vuelto a la normalidad, a la rutina de siempre:

     Llevé al niño al colegio mientras Julián se arreglaba, luego tome café con unas amigas y cuando me pidieron por el fin de semana, les conté solo lo que se podía contar, reservándome mi oscuro y apasionado secreto.

     Luego fui a comprar unas cosas y a media mañana llegué a mi trabajo, nada más llegar entré en el despacho del jefe.

          —Hola mi niña –dijo Julián desde detrás de su enorme mesa de despacho.

     Había vuelto al trabajo a medio gas, después de dejarlo un tiempo para estar más pendiente del niño.

     Comimos juntos charlando de trabajo, como siempre y luego volví al trabajo un par de horas antes de recoger al niño.

     Julián, llegó como siempre cuando el niño duchado y cenado jugaba un rato, antes de que él le acostara. Subió y después de acostarle y ducharse bajo a cenar.

     Mucho rato después nos fuimos a la cama, cogió su libro, sus gafas y empezó a leer mientras yo ponía la tele un rato. Media hora después dejó las gafas y el libro en la mesita.

     Se tumbó y me dijo:

          —¿Vienes un ratito con “papi”? mira lo que tengo para ti, mi niña. –dijo agarrándose el bulto que se formaba bajo su pijama.

     Salté sobre él y me tumbé sobre su cuerpo estirándome, pegándome a él. Llevaba solo las braguitas y me las quitó con mi ayuda, luego separé los muslos y apoyé las rodillas en el colchón a ambos lados de su cuerpo, sintiendo la tela de su pijama en mi sexo.

          —Apártalo preciosa, deja que entre en tu cuevecita –dijo con voz empalagosamente tierna riéndose.

     Tiré, encendida ya del pijama y su polla saltó dura entre ambos, con dos dedos la empujó mientras yo subía las caderas y finalmente me clavaba su falo. Él masajeaba mis tetas, mirándolas con lujuria, mientras yo meneaba las caderas ya buscando el placer que eso me proporcionaba.

     Julián subía las caderas y yo bajaba golpeando nuestros sexos, subiendo poco a poco la intensidad del acoplamiento. Dejó mis tetas para agarrar mis glúteos y así atraerme con más fuerza hacía.

     Al rato me apartó, se levantó de la cama y puso el pestillo a la puerta, luego regresó y se quedó de pie junto a la cama:

          —Ponte como una perrita y deja que vuelva a follarme ese culito, llevo dos días recordando lo rico que se está en tu culo… luego pienso en tu boca, tus deditos…uf me quedo con todo, todito.

     Me puse como una perrita para que mi marido, mi amigo, mi jefe, mi pareja, el padre de mi hijo y mi único amante me poseyera, porque era completamente suya.

      Siempre fue él, solo él.

     Su polla entraba despacio en mi ano recién estrenado y mientras pensaba en como llenaba cada espacio de mi vida y mi cuerpo.

     Unos minutos después ambos nos movíamos como posesos, buscando más y más como siempre.

          —follarte en un hotel donde nadie nos conoce, donde solo existimos los dos es de lo más morboso y excitante, por eso me encantan nuestras escapadas, pero follarte es siempre exquisito, porque tú eres maravillosa mi niña. Eres mejor que en mis sueños.

          —Es tan fácil contigo, amor. Eres el mejor de los amantes y haces que mi cuerpo deseé todo lo que tú le haces. Me gustas en todas tus versiones…

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